La última generación de ultramarinos - Andrea García Gómez

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EL REPORTAJE SEMANAL

ENTREGA CORRESPONDIENTE AL PRIMER TRIMESTRE DE TÉCNICA II. NOVIEMBRE DE 2020. ANDREA GARCÍA GÓMEZ. FOTOAC.

LA ÚLTIMA GENERACIÓN DE ULTRAMARINOS por Andrea García Gómez


SOCIEDAD | EL COMERCIO DE CANTABRIA

LA ÚLTIMA GENERACIÓN DE ULTRAMARINOS REPORTAJE Y FOTOGRAFÍAS POR ANDREA GARCÍA GÓMEZ

La crisis de la Covid-19 no ha dejado indiferente al comercio minorista: algunos de estos espacios han salido beneficiados, para otros ha sido un presagio de su final. Sin embargo, si algo tienen en común las tiendas de comestibles de barrio es que los actuales dueños serán, posiblemente, los últimos.

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l comercio de Santander ha sido uno de los principales motores de la economía local durante el último centenar de años. Tras el incendio de 1941, la población se propuso resurgir de sus cenizas y llenar de luces los escaparates sus calles. Cientos de pequeños comercios nacían a principios del siglo XX con la ilusión de aquellos que habían resistido

a la posguerra y construían con solidez un futuro para sus familias. Entre ellos, numerosos comercios dedicados a la alimentación: pequeños negocios que abastecían, principalmente, a las gentes de las calles aledañas, llenando las despensas de familias durante generaciones. Posiblemente, casi cualquier persona a partir de cierta edad reconocerá el rótulo de fondo azul de la Cooperativa Alcosant, entidad que aunó a los detallistas de alimentación de Cantabria durante varios decenios. Aunque hace años que esta sociedad cesó su funcionamiento, aún algunos negocios siguen presentando su sello en la parte exterior de su tienda. La mayoría de negocios volvieron a asociarse, esta vez, a la Cooperativa Covirán, lo que les permitió seguir adelante con el modelo de empresa tal y como lo conocían. Sin embargo, a lo largo de los últimos años hemos vivido una revolución en el comercio. La compra online ha transformado nuestra perspectiva, y los grandes supermercados nos han acostumbrado a una nueva forma de comprar. Gero, el dueño de “Alimentación El Palacio”, situado en la calle Isaac Peral, explica las diferencias entre los vínculos que se establecen con los clientes en los distintos modelos de mercado. “Para los supermercados, el cliente es un número más, no importa quién sea. Sin embargo, yo conozco los gustos de todos mis parroquianos. Puedo hacerles la lista de la compra en cuanto entran por la puerta.”

Julián regenta el ultramarino de la acera de enfrente, también en la calle Isaac Peral. Él habla de la confianza como la esencia del comercio de barrio: “No puedes ir a un supermercado a pedir que te presten una escalera, o para que te guarden las llaves de casa para cuando vuelva tu hijo, ni tampoco puedes llevarte la compra sin pagar porque ese día se te haya olvidado la cartera. Ese servicio no lo ofrecen ellos: lo ofrecemos nosotros.”

“Me gustaría que un día, nosotros, los pequeños comercios, cerrásemos simultáneamente nuestras tiendas y apagásemos nuestras luces toda una tarde. La calle se quedaría totalmente a oscuras: la gente lo entendería.” “Gero”, de Alimentación El Palacio (Calle Isaac Peral, 25)

En la imagen, Vicente, el actual dueño del ultramarino de la Calle Isabell II, 7. El negocio fue inaugurado en 1910, y en 1959 pasó a manos de su padre. Desde entonces, su familia ha cuidado al detalle cada estantería, mimando la colocación del producto, ganándose la fama de una de las tiendas más “bonitas” de todo Santander.

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Detalle de la tienda de Vicente (Isabel II, 7). A la derecha de la imagen, dos fotografías del ultramarino en los años 70’, en su máximo esplendor. En ellas, dos generaciones de detallistas. Vicente luce en su tienda multitud de cartelería, ilustraciones y fotografías que representan el avance del siglo XX en Cantabria: instantáneas de animales del campo, dibujos de seres mitológicos, pósters de la Batalla de Flores de Laredo, postales de Cantabria y su querida selección del Racing.

“La bien aparecida”, en la Calle Floranes, 57 bajo. Fundada en 1969, tuvo durante diez años un teléfono público dentro del establecimiento, cuando aún no existían las cabinas de teléfono. Miguel Ruiz, el hijo de los primeros dueños y actual regente, recuerda cómo una mujer con familia en el extranjero llamaba periódicamente a Cuba bajo la atenta e incrédula mirada del vecindario.

En la foto, la antigua báscula de “La bien Aparecida” (Calle Floranes, 57). Aunque apartada en la trastienda por falta de espacio en el local, la báscula con la que empezó su negocio se alza como símbolo y recordatorio de la historia del lugar. Miguel Ruiz, el actual dueño, cuenta cómo sus padres se jubilaron hace muchos años, pero no fueron capaces de desvincularse del negocio familiar hasta tiempo después. “Mi madre tiene 96 años, y ha seguido viniendo aquí hasta los 90.”

El papel de los ultramarinos durante la pandemia Como sucede siempre con las crisis, algunos sectores salen fortalecidos cuando otros entran en declive. Durante los meses de marzo a junio, el estado de alarma limitaba al máximo nuestra movilidad y reducía las compras a los establecimientos de primera necesidad más próximos a nuestro hogar. Así es como muchos de los pequeños ultramarinos, fruterías, carnicerías y pescaderías de barrio vieron crecer su venta día tras día durante la pandemia. “El teléfono no dejaba de sonar, mi mujer tuvo que ponerse a trabajar con nosotros, y pasábamos el día llevando la compra a

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nuestros clientes más mayores, quienes más miedo tenían a salir de casa. Yo llegué a adelgazar cinco kilos” cuenta Miguel Ruiz, el dueño de La Bien Aparecida (Calle Floranes, 57). Sin embargo, no todas las tiendas vivieron la misma suerte. Su situación dentro de la ciudad ha jugado un papel más importante que nunca. Algunos comercios cerca de los grandes supermercados del centro de la ciudad, como el Bar Burgalés Burgalés (el último bar tienda de Santander), han sufrido el ser la última opción de los vecinos de su calle, quienes preferían acudir a comercios donde podían hacer una

compra mayor. Para los dueños, esta pandemia ha supuesto un duro golpe, especialmente porque su otra mitad de negocio, el bar, tampoco puede estar en funcionamiento teniendo en cuenta las limitaciones actuales de la hostelería.

“El comercio de barrio ha sido fundamental durante los peores momentos de la pandemia.” Miguel Ruiz, de La Bien Aparecida (Calle Floranes, 57)

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En la imagen inferior, una de las enormes estanterías de otro establecimiento conocido como “La bien aparecida“, aunque de distinto dueño. Este se encuentra en la calle Vargas 67, en los bajos de la iglesia de ese nombre. El local funciona como ultramarino desde hace más de sesenta años, pero actualmente está regentado por unos dueños diferentes a los fundadores. Ana Isabel y su hermano Jesús son los nuevos propietarios, pero llevaban trabajando toda su vida en otro negocio familiar similar al que regentan ahora.

En las imágenes superior e inferior, el ultramarino Alimentación El Palacio (Isaac Peral, 25). Gero, su dueño, empezó a trabajar en aquí cuando tenía tan solo 16 años, en 1973. Conoce a cada vecino del barrio, y por las noches cuenta, apenado, el número de ventanas iluminadas del edificio de en frente. “Cada año son menos. Se está convirtiendo en un barrio deshabitado.“

En la fotografía inferior izquierda, la máquina de miel, en La bien Aparecida de la calle Vargas 67. En la imagen inferior derecha, la tienda de Julián (referencia en la segunda página), en la calle Isaac Peral 36, bajo el cartel de “Pan y Leche Alfonso”, el anterior dueño. Nos cuenta cómo el anunciarse como tienda en la que se vendía pan y leche les permitía abrir los domingos cuando, por ley, los establecimientos que vendían estos dos productos eran los únicos que tenían permiso de apertura el último día de la semana.

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El futuro de los ultramarinos Independientemente de las ventas durante este año 2020, si algo tienen claro los detallistas de alimentación es que llegado el momento de su jubilación, las luces de sus escaparates se apagarán, muy probablemente, para siempre. A pesar de las ventas, la realidad del día a día es dura. Los testimonios se repiten: el despertador suena entre las cuatro y las seis de la mañana para acudir a primera hora a Merca Santander, donde compran los productos frescos. Después, los dueños parten hacia sus respectivos negocios, y comienzan a preparar la tienda para tenerlo todo a punto a la hora de apertura. Desde la pandemia, además, muchos de estos negocios han mantenido su servicio a

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domicilio, lo que supone un extra de cansancio físico y mental. La jornada finaliza aproximadamente las nueve de la noche. Recoger, cerrar caja, prepararlo todo para el día siguiente y vuelta a empezar. “Llevo 26 años sin tener vacaciones”, afirma Julián. “No me quejo de nada, el trabajo merece la pena.” Sin embargo, cabe preguntarse quién querría tal compromiso hoy en día, con todo el sacrificio que implica. Sus hijos saben de primera mano lo duro que es mantener un pequeño ultramarino de barrio. Todos parecen conscientes de que su familia no seguirá el legado, y que posiblemente nadie más querrá coger las riendas del negocio una vez cierren la persiana. “Nosotros somos la última generación”, sentencia Miguel Ruiz.

“Lo peor que podría hacer como padre sería dejar este comercio a mis hijos.” “Gero”, de Alimentación El Palacio (Calle Isaac Peral, 25)

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