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Gustave Le Clézio
Entrevista con Jean-Marie Gustave Frédéric Joignot Le Clézio
Através de su historia personal, dice de usted mismo ser multicultural por nacimiento, ¿nos podría hablar de ello?
Nací en Francia en 1940 en una familia de origen bretón emigrada a la Isla de Mauricio, en ese sentido soy francés, pero por influencia. Mi padre era mauriciano, por tanto, británico en aquella época. Toca entender que la Isla de Mauricio conocía un curioso estado de esquizofrenia, por el hecho de que fue colonizada por Francia de 1715 hasta 1810, y más adelante por los ingleses. Numerosas familias mauricianas se dividieron entre aquellos que apoyaban a Inglaterra y aquellos que resistían, la mayoría de las veces mujeres, que no siempre tenían estudios, y protestaban por adoptar el idioma inglés. Resultaron familias extrañas, donde los hombres eran más bien anglófilos y las mujeres francófilas. Mi familia no escapó de ese esquema. Yo tampoco…
Entonces usted era británico, mauriciano, bilingüe, viviendo en Francia…
De hecho, tenía la nacionalidad británica, mientras mi madre cultivaba su amor por Francia y acusaba a Inglaterra de las peores fechorías: de haber quemado a Juana de Arco, bombardeado la flota francesa en Mers El-Kebir en 1940, etc… Cuando conocí a mi padre, a los diez años, quiso que le habláramos en inglés. No paraba de criticar a Francia, defendía el colonialismo inglés, que según él era más respetuoso que los franceses con las poblaciones. Ejercía una disciplina de hierro, como en el ejército inglés, domesticándonos a mi hermano y a mí con su bastón de madera. Simultáneamente tenía una buena biblioteca inglesa, con Shakespeare, Conrad, Dickens. Mi madre heredó la biblioteca francesa de sus padres, de Chateaubriand a Alphonse Daudet. Leí muchísimo en los dos idiomas. El resultado fue que estaba muy dividido, con una identidad variopinta, alimentada de varias culturas…
¿Era una identidad «desdichada», para retomar el título de un reciente ensayo de Alain Finkielkraut?
Me parece que es uno de los libros más inquietantes publicado en estos últimos años. Defiende un pensamiento mono-cultural. A diferencia de su autor, me pregunté si debía escribir en inglés o en francés, a pesar de que vivía en Francia. Para complacer a mi padre, empecé produciendo textos en inglés, pero afortunada o desafortunadamente, no lo sé, fueron rechazados por los editores ingleses. Cambié al francés, una bellísima lengua, lo que no me impide apreciar el inglés.
Cuando era estudiante, incluso pensé volverme ciudadano británico de pleno derecho, seguramente, una vez más, para agradar a mi padre. Era fácil, tenía un pasaporte británico, aunque llevaba grabado la infame letra C, «Consular», que significaba que mi nacimiento había sido declarado en el Consulado. Me establecí en Bristol, después en Londres, donde pasé unos cuantos años. Y luego tuve ganas de volver a Francia. Al final, mi identidad no es desdichada sino múltiple, como la de muchísima gente…
¿Se puede entonces decir que la Isla de Mauricio es una sociedad multicultural?
La isla es multicultural desde hace mucho tiempo, ya que las diferentes comunidades viven allí juntas desde el siglo xvii, cuando los holandeses la ocuparon con esclavos africanos y de Madagascar. Después, los franceses la colonizaron, llevando nuevos esclavos, luego los ingleses, acompañados de indios hinduistas y musulmanes, sin olvidar la llegada de los chinos. Esta pluralidad se tradujo, en la práctica, en una cierta tolerancia, debido a que los ingleses favorecieron el multiculturalismo al instituir leyes que respetaban las religiones y los idiomas de cada comunidad.
En una isla donde, varias veces al día, en un barrio u otro, uno escucha que suenan las campanas, el gong en un templo tamil, o la llamada del muecín, uno está preparado, ya auditivamente, a cohabitar con gente diferente. Entonces, visualmente, se descubre en las calles a personas de diversos tonos de piel, vestidas y peinadas de todas las maneras, y con formas distintas de expresarse, reglas de vida diferentes, una cocina singular para cada uno. Eso obliga a poner una gran atención a todo el mundo. Pero no solo se trata de vivir junto al otro. Convivir en estas condiciones implica una comprensión de lo que puede ofender al otro.
Estuvo a punto de hacer su servicio militar en la Argelia francesa, en ese momento en plena guerra colonial. ¿Cómo lo vivió?
Animado por la universi- En los años setenta, usted se fue con los huicholes, de los cuales tomó la defensa en dad, estudiaba sus recetas 2012, denunciando un proyecto minero que Conocía el sistema colonial. En la Isla de Mauricio, una pequeña élite europea, sobre todo de origen francés, por mucho de botánica terapéutica, sus remedios, sus técnicas amenazaba sus territorios… Quería intercambiar con esos pueblos, tiempo cuidó en conservar sus privilegios, controlando todos los negocios y poniendo poco interés a las otras poblapsicológicas fundadas en la empatía y en la persuasión. conocerlos, a pesar de que los consideraban atrasados, un obstáculo al progreso, inferiores. Participé en las ceciones que vivían en la isla, aún menos a sus culturas. Veía la situación en Argelia como una extensión de la de Mauricio. Este es un ejemplo de intercambio de culturas libre de remonias de Pascua de los huicholes de la Sierra Madre, consumí sopa de peyote con ellos, asistí a esos rituales donde un Estaba muy preocupado de que me en- desprecio, donde cada uno hombre se perfora la lengua con aguja viasen allá después del liceo. Uno de mis condiscípulos, que había fracasado en el aprende del otro, una forma de cactus para derramar su sangre sobre la tierra y fertilizarla. bachillerato, murió cuatro días después de don y contra-don. Gracias a ellos, volví al fervor relide que le reclutaron. gioso que conocí durante mi infancia,
Mi padre me decía: «No puedes ir a combatir en contra comprendí cuánto ha sido maltratada en nuestro mundo de gente que pide la independencia.» Quería que rechazara occidental la parte mística del ser humano. Incluso los revolula nacionalidad francesa, y me hacía leer los periódicos in- cionarios, los amantes del tercer mundo, despreciaban a estos gleses, que trataban a Francia sin indulgencia. Tenía una tía pueblos. Pienso en Regis Debray, en el Che Guevara, quieque trabajaba con la marina nacional en Marruecos, y nos nes jamás se preocuparon por cómo vivían los indios, cuáles mandaba documentos terribles sobre los daños provocados eran sus mitos, sus costumbres, juzgándolos como oscuranpor el ejercito francés. Mi hermano y yo, en edad de irnos, sa- tistas. En El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido (Folio, bíamos muy bien que se trataba de una guerra colonial feroz, 1988), intenté imaginar el auge de la civilización mexica si los con pueblos bombardeados, torturas, mientras numerosos españoles no la hubiesen reducido al silencio. franceses creían en el papel civilizador de Francia. Esa guerra permanece como la enfermedad infantil de Francia, esa Según usted, tenemos todavía mucho que aprender de estas culturas patología que consiste en creer que ciertos pueblos no están indígenas… preparados para la independencia y que deben su identidad y su auge gracias a la sola potencia colonial. En México, trabé amistad con un estudiante de medicina que partía regularmente a estudiar con los curadores, los «brujos» Al final, hizo su servicio viajando alrededor del mundo, descubriendo de Chiapas. Animado por la universidad, estudiaba sus recetas nuevas culturas… de botánica terapéutica, sus remedios, sus técnicas psicoló-
En la época de De Gaulle se podía hacer el servicio militar en la cooperación cultural. Postulé para China, pero me enviaron a Tailandia. Después fui a México. Agradezco a Francia, a su apertura al mundo, por haberme ofrecido esas posibilidades. En México, tuve un choque cultural considerable. Conocí a Jean Meyer, un historiador, entonces cooperante, que se ha vuelto un amigo muy querido.
Gracias a él, me interesé en la historia de México y de las civilizaciones indígenas. Leí a los cronistas españoles de los siglos xvi, xvii y xviii, a los colonizadores y a los empáticos como Bartolomé de las Casas (1484-1566), me interesé en las mitologías indígenas, en los códices aztecas y mayas, traduje Las profecías de Chilam Balam (Gallimard, 1976). Cuando tomaba el metro en México, encontraba a los mismos indígenas a mi alrededor, hablando su idioma, y con sus trajes propios. Entendía que todas estas culturas, destrozadas y despreciadas, resistían, cohabitaban, siempre visibles, haciendo de México una sociedad multicultural.
gicas fundadas en la empatía y en la persuasión. Este es un ejemplo de intercambio de culturas libre de desprecio, donde cada uno aprende del otro, una forma de don y contra-don. Si Antonin Artaud, quien, en la década de 1930, buscaba en México las huellas de una cultura hechizada desaparecida en Europa, hubiera sabido que algún día jóvenes médicos harían este proceso, más de setenta años después de su estadía con los tarahumaras, habría seguramente estado conmocionado. Para mí, fue un precursor de lo que se llama la interculturalidad, el intercambio de cultura a cultura.
Esa interculturalidad parece muy difícil de imaginar en Francia, ¿qué opina usted?
Varias ciudades francesas son multiculturales por su historia. Cuando se observa los edificios parisinos, se sabe que en el siglo xix, las criadas y los carboneros estaban alojados en las buhardillas, un poco más abajo los provinciales recién llegados, y que en los pisos nobles, los segundos, con balcón, se alojaba la gente adinerada, generalmente propietarios. Todos vivían allí, a veces trabajaban juntos y, si el techo tenía una fuga, se ponían de acuerdo para sellarlo con burletes, aunque en aquella época los bretones y los auverneses de los últimos pisos eran considerados por los parisinos como gente ignorante, supersticiosos y que hablaban muy mal el francés.
Esta cohabitación urbana dejó de funcionar en la era colonial, cuando los habitantes de los países africanos y magrebís empezaron a llegar. Una buena cantidad de franceses, pero también las instituciones, de inmediato establecieron una jerarquía inflexible de razas y culturas, explicando que ellos no eran como nosotros. Hasta la independencia, los países colonizados fueron presentados por los gobernantes como territorios lejanos de la República, dependientes de ella, donde vivían, lejos del centro, poblaciones poco cultas que Francia civilizaba. Cuando esa gente llegaba a Francia, tenía que renegar de su historia, asimilarse, integrarse.
¿Quiere decir que Francia nunca consideró a los africanos y a los magrebís como detentores de una verdadera cultura, con la cual dialogar?
Numerosos intelectuales franceses son los herederos de una tradición «unicultural», en el sentido de que se cree universal, republicana, fundada en el aprendizaje del francés, de la historia de Francia y el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, cuando la República se formó, hubiera podido optar por el federalismo, el respeto de las identidades regionales, de sus idiomas, de sus tradiciones, como se hizo en España. Hubiera podido imaginar una Constitución más flexible, pluricultural. Pero rápidamente, el jacobinismo, el centralismo y la inflexibilidad republicana se afirmaron. Es esa misma voluntad universalista la que dominó en la colonización.
Cuando uno lee los textos de aquella época, se nota que existía el proyecto de instaurar una república civilizadora, que iba a llevar nuestro bienestar a los salvajes ignorantes e infantiles, los cuales necesitaban que se ocuparan de ellos. Sin renegar de las aportaciones culturales de los franceses en el Magreb, el hecho es que cuando un país impone por la fuerza sus leyes, su idioma, sus costumbres a otros pueblos, el simple hecho de imponerlos, los vuelve vanos. No olvidemos los cientos de miles de argelinos muertos durante la guerra de Argelia. Hoy en día todavía Francia no ha asimilado esta guerra. Algunos franceses piensan que todos los inmigrantes y sus descendientes no tienen cultura, no son educados, o que son musulmanes estrechos de miras, y que es difícil cohabitar con ellos.
Más allá de esos prejuicios, las dificultades de cohabitación ¿no vendrán de comportamientos machistas, de incivilidades o aun de actos de intolerancia o de racismo frecuentemente ligados a la religión o a antiguas tradiciones?
Aceptar la cultura del otro no significa aceptar la escisión, la intolerancia o el machismo. Francia los combate, tiene leyes para ello, su historia laica y humanista, los derechos humanos, pero eso no significa que deba arremeter contra todos los descendientes de inmigrantes bajo el pretexto de que son musulmanes o que sus padres los son. Las religiones se reforman, los dogmas se flexibilizan, las culturas de origen evolucionan y se enriquecen en cuanto las personas se confrontan a otros valores y experimentan otras formas de vivir, incluso entre los musulmanes. En Túnez, mujeres intelectuales y militantes combatieron para imponer la Constitución de enero de 2014, que reconoce la igualdad de las mujeres. Es un evento histórico. En Marruecos, Aïcha Ech-Chenna, que merece el premio Nobel de la paz, trabaja para liberarse del terrible yugo masculino y para auxiliar a las mujeres repudiadas.
En Francia también las nuevas generaciones de hijos de inmigrantes aprenden a vivir en la República, estudian en escuelas laicas, se casan con no musulmanes, muchos desean ser exitosos, asociaciones de mujeres denuncian el machismo, actores, músicos, artistas, empresarios se desarrollan, una cla-
se media se forma, y si algunos se repliegan agresivamente en la religión, sobre todo en los barrios desfavorecidos, no es el caso de todos.
¿Cómo podría organizar la Republica una sociedad multicultural y pluriconfesional que no niegue sus fundamentos laicos y el respeto a los derechos humanos? entendernos, aceptarnos, debatir, argumentar, discutir zonas de tensiones, o igual «acomodarnos razonablemente» en nuestras diferencias, como lo proponen los canadienses.
No tengo la receta. Quizás habría que hacer como en Bolivia, imaginar una especie de ministerio de la educación intercultural más que un ministerio de la identidad nacional. El presidente Evo Morales modificó la Constitución, reconoció a las naciones indígenas y oficializó sus idiomas, hasta entonces prohibidos en las escuelas y administraciones. Defiende un Estado «plurinacional» y «plurilingüe». En Bolivia, hoy en día, desde la escuela primaria, cada alumno aprende tres idiomas, el español, su idioma materno –como aimara o quechua– y otro para abrirse al mundo. Uno se da cuenta de que esta pluralidad de idiomas facilita los intercambios «interculturales» entre las diferentes comunidades, entre gente de la ciudad y del campo, y los extranjeros.
Prefiero esta idea de sociedad «intercultural», más que la de «multicultural». Aquella supone que aprendemos los unos de los otros, como se hace normalmente en los negocios, el comercio, las artes, en la
Algunos franceses literatura, que podemos
En Francia, ¿no asistimos más bien a una exasperación de las tesis de extrema derecha, que rechazan toda forma de multiculturalismo?
Leí mucho, últimamente, la prensa de los años treinta. Es instructivo. Se ve crecer una obsesión por la pureza étnica y cultural francesa, una exaltación de los verdaderos orígenes, que pasa por los galos y la cristiandad, una denuncia del declive, debido al enemigo interno, a las razas no europeas, a la izquierda «judaica», una valorización de la monarquía y del poder real, una exasperación del patriotismo y del nacionalismo, de modo que uno entiende cómo la guerra se vuelve inevitable.
Esos «verdaderos franceses» están convencidos de que es necesario movilizarse en milicias, crear facciones, para conjurar los peligros, y es inquietante ver hoy en día a la extrema derecha y a una parte de la derecha volver a retomar esos argumentos de guerra civil. Es una especie de veneno, que agudiza el sentimiento de que crecen los peligros, designando a chivos expiatorios.
Lo encuentro muy inquietante. •
Traducción de Emanuela Ines Dunand