10 minute read
«Todo está en (el) juego…»
The High Life and Hard Times of Charlie Runkle
Carlos Velázquez
Advertisement
El agente literario que todo escritor desea revienta en la sexta temporada de la serie más provocadora y con los mejores desnudos de la televisión de paga.
Californication, creación de Tom Kapinos, basada en gran medida en la figura de Charles Bukowski, cuenta con un escritor real dentro de su elenco: Evan Handler. Su primera novela, Time On Fire: My Comedy of Terrors, narra cómo a sus veintitantos años superó un cáncer de médula. Ahí la explicación para la calva perfecta que luce. Además es actor e interpreta a Charlie Runkle, agente del escritor Hank Moody. En una serie donde el protagonista es adicto al sexo, su representante no podía quedarse atrás, Runkle es un empedernido eyaculador precoz, adicto a la pornografía, a la masturbación y a las Suicide Girls.
Desde su inicio, Californication se reveló como un instrumento de azote para las buenas conciencias. El columnista australiano del Herald Sun se ofendió porque una mujer disfrazada de monja le pegaba una mamada al protagonista en una iglesia. Sus opiniones al respecto provocaron que la organización cristiana Salt Shakers, también de Australia, enviaran cartas de indignación a los ejecutivos del Canal 10, quien transmitía la serie, y a los patrocinadores, lo que ocasionó que cincuenta compañías retiraran la publicidad a la televisora. Pero aquello apenas comenzaba. Se caería en peores excesos. Los más memorables, estelarizados por el calvo agente.
Uno jamás imaginaría que de la pluma de Tom Kapinos, productor ejecutivo de Dawson’s Creek, en sus propias palabras «un placer culpable», saliera el excéntrico Charlie Runkle. Californication es un producto inacabado, que estructuralmente palidece frente a otras series (la referencia es irritante de tan obligada) como Los Soprano o The Wire. Esto se debe a que el conflicto principal, representado por Hank (el individuo) y Karen (la familia), no se resuelve. Lo que provoca que la historia resulte monótona en ocasiones, y hasta predecible.
El happy end con que finalizó la primera temporada es decepcionante porque todo lo ambivalente en la serie se resume en una postura ética (Hank pone a hibernar al monstruo sexual que lleva dentro para recluirse con su exesposa y su hija, hasta nuevo aviso).
Con la saga en el naufragio, la responsabilidad de la serie recayó en Runkle. Sus desventuras son la auténtica picaresca del siglo xxi. Despedido por los incontables videos que evidencian que se masturbaba en la oficina en horas de trabajo (fue su secretaria quien lo traicionó, con quien llevaba una relación sadomasoquista); productor de porno (de la gran Vaginatown, en franca referencia a Chinatown) en la segunda temporada; asesino de un mico que no le permitía copular con una gemela; juguete sexual de la imponente Sue, otra agente literaria; y lo más extremo: legítimo esposo (y después exesposo) de Marcy: una chaparrita venenosa que se dedica al depilado femenino. Quien es adicta a la coca y se gasta todos los ahorros de la pareja en polvo.
Sin sus personajes secundarios, Californication no hubiera sobrevivido más de dos temporadas. El peso que recayó en Runkle también fue compartido por otros. El mejor: Lew Ashby, productor de rock. Una especie de Rick Rubin pero sin las joterías que caracterizan a éste último. Consumidor de drogas, aficionado a las armas y cogedor compulsivo. Quien lamentablemente murió a finales de la segunda temporada.
El otro personaje inolvidable es Richard Bates (presumiblemente calcado de Richard Yates, el autor de Vía Revolucionaria). Un older Hank Moody, bisexual y alcohólico, que contrae matrimonio con Karen. Y, por supuesto, igual de entrañables resultan los personajes femeninos. Madeline Zima (sí, la más pequeña de la serie La niñera); la abogada, Carla Gugino; y Addison Timlin, entre otras.
No importa cuánto languideciera la serie, siempre aparecía Charlie Runkle para salvarla. Como en la quinta temporada, en la que pasea en la parte trasera de una patrulla. Sube a una prostituta que cree es mujer, pero descubre que se trata de un travesti hasta que se la está mamando. Es bastante cómico atestiguar como entre gemidos y sollozos alcanza el orgasmo.
Aunque parezca una necedad (sabemos qué va a ocurrir, Hank intentará recuperar a Karen, esta lo rechazará, luego se reconciliarán, hasta que una nueva infidelidad de Hank los vuelva a distanciar), quienes no resistan la tentación de ver la serie completa, pueden estar tranquilos, que Charlie Runkle va a rockstarear más rudo incluso que el protagonista.
Para mala suerte de la esencia rockera de Californication (que en capítulos anteriores contó con la participación de Sebastian Bach, ex vocalista de Skid Row, Marilyn Manson, y de Atticus Fetch), en la quinta temporada el invitado estelar es rza, el rapero miembro del Wu-Tang Clan. La serie toma entonces otro temperamento, sin embargo, no todo está perdido. Charlie Runkle una vez más salva la trama, al recibir por voluntad propia un disparo que iba dirigido a su representado. El rapero sospecha que Moody se acostó con su novia y planea matarlo.
De entre todos los personajes, no cabe duda, al que más se le extraña es a Charlie Runkle. •
Luciana Cadahia
@lucianacadahia
¡¡¡El pueblo no se rinde, carajo!!!
Desde que tuvo lugar el estallido social en Colombia y ciudadanos de todo el mundo hacen público su rechazo al me he puesto a pensar en los diferentes discursos o accionar de Duque. Incluso algunos alcaldes y gobernadores sensibilidades políticas expresadas durante esos meses de están empezando a desmarcarse de esta política que apunta 2018, que marcaban el paso de la primera a la segunda vuel- a convertirse en un crímen de lesa humanidad. ta en las elecciones presidenciales. Me parece que mucho Pero volvamos al punto que quería plantearles en este de lo que allí se dijo cobra una dimensión nueva a la luz de texto, es decir, volvamos a esos meses del año 2018 donde los recientes acontecimientos. Recuerdo el entusiasmo que muchas voces públicas del ámbito del periodismo, la cultumuchas experimentamos con la fórmu- ra y la política, a sabiendas de quién era la de la Colombia Humana compues- El gran nudo ciego de este ethos Marta Lucía Ramírez y de los vínculos ta por Gustavo Petro y Ángela María «progre» es que siempre ha entre Duque y Uribe, se dedicaron a insRobledo. Por primera vez en mucho despreciado al pueblo colom- talar la cínica idea, cual mantra de sentitiempo aparecía un proyecto político democratizador, capaz de ponerle fin a la verdadera violencia en Colombia: la desigualdad social. Sin embargo, del otro lado de la contienda electoral biano. La guerra en Colombia siempre ha sido una guerra de clases. Las élites colombianas han creado un aparato estatal y do común, de que Duque, aunque venía de las filas del uribismo, no iba a ser un presidente uribista. Este argumento se sostenía bajo la premisa de que había mucha evidencia (eufemismo que suelen asomaba una figura desconocida para cultural diseñado como disposi- usar para ocultar su inconfesado tomisla mayoría de los colombianos, aun- tivo de guerra contra los pobres. mo escolástico barnizado de una sutil que muy cercano a Álvaro Uribe Vélez, capa de modernidad liberal) para creer Iván Duque. Su fórmula presidencial, en cambio, sí era bien que Duque sería un presidente democrático, respetuoso de conocida. Se trataba nada más ni nada menos que de Mar- los derechos humanos y encaminado a la prosperidad ecota Lucía Ramírez, señalada como una de las responsables nómica y la paz social. Más aún, insistieron hasta el cande la mayor masacre cometida a principios del siglo xxi en sancio en que resultaba mucho más sensato votar por él o Colombia: «La Operación Orión». Por aquel entonces (año emitir un voto en blanco a sugerir, aunque fuera tibiamente, 2002) Marta Lucía Ramírez era ministra de Defensa del pri- la posiblidad de que Petro pudiera ser presidente. Esta esmer gobierno de Uribe (como lo es ahora Diego Molano del trategia se puede entender cuando viene de las filas del congobierno de Duque). En esa oportunidad, y muy similar a lo servadurismo o la extrema derecha, pero resulta más difícil que sucede ahora con las protestas, el Ministerio de Defensa de asimilar cuando viene anunciada por un liberalismo que dio carta blanca para que las «fuerzas del orden» cometieran se autopercibe progresista (o tibio, como les gusta llamarse una mascre contra el pueblo. En esa ocasión la víctima fue con un sarcástica risa autocomplaciente). De todo esto sale la Comuna 13, un barrio popular de Medellín. a relucir que para ellos, entonces, la línea roja no era ni Iván
En aquel entonces, al igual que ahora, asesinaron, tor- Duque ni Marta Lucía Ramírez, sino Gustavo Petro. Así, peturaron, violaron y desaparecieron a muchísimas personas. riódicos como La Silla Vacía o figurillas de medio pelo como Sin embargo, podríamos preguntarnos cuál es la gran dife- Daniel Samper (hijo) que se identifican como progresistas, rencia entre lo ocurrido en el año 2002 y lo que está ocu- democráticos y como la voz cool, fresca y vanguardista en rriendo ahora mismo en Colombia, más allá del alcance Colombia terminaron por hacerle campaña a Duque y al urinacional del malestar social. La respuesta es muy sencilla. bismo en un gesto de inconfesada complicidad con las maMientras que en ese entonces la masacre pasó totalmente sacres del pasado. Porque aquí no hay que olvidar que todo desapercibida para la opinión pública internacional, salvo silencio y toda omisión siempre será complice con los perpara algunas organizaciones de derechos humanos, hoy, en petuadores de la violencia. cambio, el mundo entero está observando con mezcla de indignación y espanto el accionar policial del gobierno de Duque. Y gracias a este apoyo y presión internacional, además de la valentía del pueblo colombiano, es que el gobierno no las tiene todas consigo para ejercer una guerra impune contra su pueblo. La prensa internacional, los organismos de derechos humanos, las organizaciones latinoamericanas, los referentes culturales, artísticos, deportivos, parlamentarios
A estas alturas la lectora podrá preguntarse por qué preferían apoyar a un candidato asociado con el paramilitarismo y la violencia a escoger un candidato con un proyecto claramente democrático, más allá de que él como persona pudiera gustarles o no. Muy sencillo: esta línea roja, en el fondo, era (y es) una frontera de clase. Es decir, un rotundo odio de clase. El gran nudo ciego de este ethos «progre» es que siempre ha despreciado al pueblo colombiano. La guerra en Colombia siempre ha sido una guerra de clases. Las élites colombianas han creado un aparato estatal y cultural diseñado como dispositivo de guerra contra los pobres. Pero esta guerra, que en su versión más extrema se expresa mediante mecanismos de exterminio físico, en su versión más edulcorada se manifiesta como una construcción socio-simbólica que expulsa las voces y demandas populares. Sustraen al pueblo colombiano de la escena pública mediante complejos ejercicios de clasismo.
Y pongo el acento en este punto porque la olla a presión que acaba de estallar en Colombia no solo pone en entredicho la narrativa construida por el uribismo y la extrema derecha, sino que también cortocircuita la narrativa clasista construida por los autodenominados «tibios». Uribe entra en la escena del relato nacional como un padre maltratador y severo que castiga y acosa a los miembros de su familia. Y los tibios vendrían a ser algo así como el familiar «buena onda» que rechaza este tipo de maltrato pero que, en vez de confrontar al padre maltratador, le recomienda a su esposa e hijos que traten de no provocarlo. Esta metáfora de violencia doméstica creo que retrata muy bien el pacto no escrito de las diferentes élites colombianas. Pero el pueblo se cansó de esta escena familiar, se cansó de esta erótica social que los condena una y otra vez a repetir una espiral de violencia que pareciera no tener fin. El pueblo no solo irrumpió en la escena pública para mostrar su músculo político, sino que vino para quedarse. El pueblo quiere ser el principal actor de una nueva república para Colombia.
Toda esta transformación social, decía, acaba de estallar en la cara a la élite política, económica y cultural colombiana. Todavía están tratando de recoger las piezas, preguntarse cómo ha sido posible esta profunda desconexión con la realidad de su país. Pero lo cierto es que mientras la élite naufraga entre el desconcierto, la ira y el oportunismo, otros lenguajes, otras sensibilidades históricamente acalladas comienzan a escribir la nueva historia de Colombia. ¡El pueblo no se rinde, carajo! •
Próximamente… José Hernández · @monerohernandez