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Neoliberalismo en sus cabezas, proto-fascismo en sus corazones
C. J. Polychroniou
Al transformarse en el partido de Trump, los analistas han tratado de llegar a un acuerdo sobre la identidad política del Partido Republicano actual. El consenso general entre los expertos de la corriente dominante parece ser que ya no es un partido conservador, sino que se ha convertido en una especie de periferia autoritaria. Muchos de los progresistas y radicales, por otra parte, van más allá y afirman que el pr es ahora un partido fascista.
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Hay un problema con ambos enfoques de la identidad política del pr actual. Examinemos primero la afirmación de que el pr de Trump ya no es un partido conservador sino, más bien, un partido autoritario atípico.
Aun si asumimos que era un partido conservador puro antes de Trump, lo que considero una propuesta muy dudosa por razones que se explicarán más adelante, hay que señalar entonces que los partidos conservadores, en mayor o menor medida, siempre han sido autoritarios. Como tal, decir que el pr de hoy se ha convertido en un autoritario atípico dice muy poco, pero tampoco capta la magnitud del cambio que ha sufrido el partido desde la aparición de Trump en la escena política.
De hecho, para que no lo olvidemos, el partido republicano ha sido el «partido de la ley y el orden» al menos desde los tiempos de Barry Goldwater. Y como cualquier estudiante astuto de la historia le dirá, la política de la ley y el orden (la sumisión a la autoridad y la oposición a otros grupos) siempre ha sido una puerta de entrada al autoritarismo sin importar el escenario político o cultural. En efecto, el autoritarismo y el reaccionarismo están integrados en el tejido del conservadurismo.
El partido republicano ha sido en gran medida una fuerza política reaccionaria prácticamente desde principios del siglo xx. Su historia está repleta de intentos de hacer retroceder el tiempo con respecto al progreso realizado en el frente político, social y cultural. Los republicanos han adoptado sistemáticamente una orientación reaccionaria en cuestiones de raza, etnia y género, y se oponen fervientemente al gobierno de la mayoría.
Hace más de una década, en una entrevista aparecida en la revista política y cultural británica The New Statesman, el
brillante y franco autor de las Narrativas del Imperio captó con bastante fuerza el estado de la política estadounidense en ese momento al decir que lo que se tiene con el partido republicano es un «lote cuasi-fascista» de personas, «enemigos pueblerinos de todo el mundo» que «creen en la autoridad... en su propia mente, y en la de nadie más».
Gore Vidal utilizaba estos términos para referirse a la reacción de los republicanos al gobierno de Estados Unidos —un «país racista», como él decía, que se comparaba favorablemente con la Sudáfrica del apartheid— bajo un presidente negro.
Lo que ha cambiado en los últimos diez años, más o menos, es la aparición de Trump, con su asombrosa habilidad para ampliar dramáticamente la base de esta «hornada cuasi-fascista» de gente y hacer que se sientan tan empoderados que se crean con derecho a anular una elección solo porque su propio candidato perdió.
Pero eso sigue planteando la cuestión de si el pr de Trump es un partido fascista o neofascista.
El fascismo es una forma de gobierno en la que el partido gobernante no solo se embarca en la censura y prohíbe la oposición política, sino que utiliza el Estado para obtener el control indirecto de la economía, establece todos los precios y salarios, y controla el sistema monetario.
La economía política del fascismo no gira en torno al sistema de «libre mercado». Los fascistas no solo nacionalizan ciertas industrias, sino que obligan a los propietarios de las que permanecen en manos privadas a operar de acuerdo con los objetivos económicos de su gobierno.
La economía política del fascismo contrasta fuertemente con la doctrina económica imperante en Estados Unidos, que es el neoliberalismo. Sin duda, no hay evidencia alguna de que el partido republicano haya abandonado su creencia en el sistema de «libre mercado» y, a su vez, planee abrazar una visión de una «economía organizada de capitalismo de Estado». Tampoco se ha convertido en partidario de los sindicatos, algo que sí ocurría con el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán.
El neoliberalismo, con su énfasis en la privatización, la desregulación, los recortes de impuestos para los ricos y los ataques masivos a los derechos de los trabajadores, ha sido la filosofía económica del pr antes y durante el reinado de Trump en el poder, y seguramente seguirá siéndolo después de Trump. Por lo tanto, etiquetar al partido republicano, con su aversión patológica a la idea de un gobierno central fuerte que dirija la economía para ayudar al desarrollo, como un partido fascista está política e ideológicamente muy equivocado. Los republicanos (como la mayoría de los demócratas desde Clinton) llevan el neoliberalismo en el corazón.
Sin embargo, en lo que respecta a la política y a las cuestiones sociales y culturales, la orientación del partido republicano ha sido «protofascista» durante mucho tiempo. Por «protofascismo» me refiero a una orientación ideológica, a un estado de ánimo y, potencialmente, a un movimiento en el que las actitudes y predisposiciones políticas de sus miembros están impulsadas por el odio, la frustración social y las tendencias racistas, la atracción por el hombre fuerte y el desprecio por el débil, la idolatría de la violencia y el rechazo de la razón y los valores de la Ilustración. El miedo a la diferencia es también un rasgo de la mentalidad «protofascista», así como la obsesión por el complot y las teorías conspirativas en general.
La obsesión de Estados Unidos por las armas, Dios y la bandera (un ménage à trois exclusivamente estadounidense) es, en general, una muestra clásica de la mentalidad «protofascista», que es otra forma de decir que el «protofascismo» ha sido un fenómeno siempre presente en la cultura política de la nación.
De hecho, si tenemos en cuenta la saga de imperialismo de esta nación y las largas tradiciones de militarismo, misoginia, racismo, cultura de las armas, aversión a la educación sexual y brutalidad policial, es indiscutible que Estados Unidos ha tenido una larga historia de «protofascismo». La diferencia ahora es que por fin ha conseguido reunir todos los elementos y dar lugar a la formación de una fuerza política «protofascista» organizada, pero cuyos principios económicos siguen estando inquebrantablemente comprometidos con el dogma del capitalismo neoliberal y está empeñada en utilizar el gobierno para hacer más ricos a los ricos mientras debilita aún más el poder de negociación de los trabajadores y destruye la naturaleza en el altar del beneficio.
En resumen, el mejor término que se puede utilizar para captar la identidad política del pr actual es Proto-Fascismo Neoliberal. Y solo el tiempo, y la forma en que se resuelvan las poderosas contradicciones socioeconómicas y políticas en «la tierra de los libres y el hogar de los valientes», dirán si el pr en particular y el país en general darán el paso definitivo al abrazar plenamente la visión, la política y la economía del fascismo.
Traducción de Ernesto Kavi