Boris Muñoz

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Estado y medios de comunicación

Una mirada a Venezuela, Ecuador y Argentina Bajo el discurso de la democratización del derecho a informar y ser informados, varios gobiernos de la región han emprendido sendas cruzadas para reformar o diseñar leyes de comunicación que reemplacen antiguos y caducos marcos normativos. Más allá de que se trate –en casos muy concretos- de iniciativas necesarias que le pongan límites a la concentración de los servicios de comunicación en pocas manos, llama la atención las similitudes que unen a los gobiernos que se han apropiado de estos argumentos y la manera como los han usado para su propio beneficio. Los casos de Venezuela, Ecuador y Argentina, se han convertido en ejemplos paradigmáticos de cómo la relación entre Estados y medios de comunicación se ha tornado un juego ganopierdes. EDICION 1 / 2013

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Estado y medios de comunicación

¿Cuál es el precio que pagan los venezolanos por la hegemonía comunicacional?

Boris Muñoz VENEZUELA

Es escritor y periodista venezolano. Tiene un doctorado en Cultura y Literatura Hispanoamericana de Rutgers (the State University of New Jersey), ha sido columnista de Newsweek /thedailybeast.com, The New Yorker y Gatopardo; editor de la revista Exceso y del journal Nueva Sociedad, y es autor de 3 libros, incluyendo la aclamada obra Despachos del Imperio. Le concedieron la beca Nieman y posteriormente fue miembro del Centro Carr. Actualmente es investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller y pertenece al grupo “Nuevos Cronistas de Indias”.

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Durante su largo reinado de 14 años (1999-2013), la hegemonía comunicacional fue un sueño recurrente para el presidente venezolano Hugo Chávez. Chávez soñaba con construir una plataforma de medios total, capaz de contrarrestar las críticas y ataques que le ponía por delante la oposición a través de un grupo amplio y diverso de medios privados. Pero incluso más: para hacer creíble y deseable su revolución bolivariana. En 2005, durante una de sus inacabables alocuciones, admitió que la comunicación era “la falla tectónica de la revolución”. Después del golpe de 2002, en el cual factores antidemocráticos de la oposición se aliaron a un grupo de medios privados para derrocarlo, el presidente entendió, más claramente, que el control de los mensajes era una prioridad principal del ejercicio de su poder. Para lograrlo, usó la política, el dinero y la fuerza. En 2004, pactó un acuerdo de no agresión con el magnate televisivo Gustavo Cisneros, dueño de la poderosa Venevisión. Al mismo tiempo, destinó abundantes recursos económicos para apuntalar los canales del Estado ya existentes y crear una miríada de nuevos medios de televisión, estaciones de radio y publicaciones impresas y de internet de variado alcance. En 2007 tomó una de sus medidas más atrevidas: se negó a renovar la licencia de operación de Radio Caracas Televisión, el canal televisivo más antiguo y de mayor alcance y penetración en Venezuela. Al sacar del aire a RCTV, Chávez se deshizo de su mayor adversario público. Usados esencialmente para fines propagandísticos, el proselitismo y la guerra mediática, los medios estatales han demostrado ser un factor estratégico EDICION 1 / 2013


para difundir con relativo éxito la grandiosa y combativa narrativa pública del chavismo y el proceso bolivariano. Chávez vivió lo suficiente para ver consolidado lo que hoy se denomina el Sistema Bolivariano de Comunicación e Información. Esta plataforma trascendió de la crisis en la cual se originó para transformarse en una característica central del Gobierno de Chávez –el Estado comunicador- y un modelo de exportación para otros Gobiernos populistas de América Latina. A Chávez no le tembló el pulso para enfrentar a los medios e hizo todo lo posible para doblegarlos, incluyendo la represión e intimidación de periodistas. Sin embargo, la anhelada hegemonía, entendida como la imposición de una norma cultural y social aceptada como natural por el conjunto de la sociedad, según el concepto establecido por Antonio Gramsci, fue para Chávez un sueño elusivo. Irónicamente, la troika de herederos de Chávez que actualmente gobierna Venezuela, liderada por EDICION 1 / 2013

Nicolás Maduro, ha logrado en pocos meses avances significativos hacia el objetivo de consolidar un modelo de comunicación hegemónico. Esta vez la estrategia no ha sido la bravata al estilo de Chávez, sino una eficaz combinación de amedrentamiento judicial e incentivo económico. El mejor ejemplo es el del pequeño pero extraordinariamente influyente canal de noticias Globovisión, considerado la última trinchera mediática de la oposición. Veamos cómo funciona esta nueva modalidad: Globovisión atravesaba una severa crisis económica, en parte porque al ser señalado como enemigo del Gobierno, muchos pautantes se abstenían de colocar en él sus anuncios. Por otra parte, el canal sufría el acoso del Gobierno que había ordenado a Conatel –órgano regulador de las telecomunicaciones en Venezuela-, abrir más de 10 procedimientos administrativos en su contra, que se traducían en multas por varios millones de dólares. En una maniobra para quebrar a la

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televisora, el Gobierno había vetado su participación en la televisión digital que empezará a implementarse en 2014. Para colmo, la licencia de operación del canal vence en 2015, lo que colocó a esta planta en una situación casi igual a la de RCTV. En suma, Globovisión estaba asediada legalmente, al borde de la quiebra y con los días contados. La solución fue avalar la compra del canal por parte de un grupo de empresarios de seguros, por US$68 millones, un monto que, considerados todos los lastres que acarreaba Globovisión, equivalía a la famosa frase de Vito Corleone: “le haré una oferta que no podrá rechazar”. No es menor que tan pronto como tomó posesión de la presidencia del canal Juan Domingo Cordero, uno de los socios en la compra, le dijera a una periodista: “este canal nunca más volverá a comportarse como un partido político”. En el ámbito de los grandes negocios y la política en Venezuela, se da por sentado que los nuevos socios de Globovisión, quienes han estado vinculados al poderoso sector de la riqueza exprés conocido como la boliburguesía, son en realidad operadores de jerarcas del chavismo. La compra de Globovisión es hasta la fecha el más claro indicador de la decisión del Gobierno –o de grupos de interés dentro de él- de penetrar esferas de los medios tradicionalmente gobernadas por la oposición. Esto pareciera corroborarse por la salida del parlamentario Ismael García y los periodistas Kico Bautista y Nitu Pérez Osuna, tres de las figuras más críticas del canal. Globovisión es un indicador elocuente, pero no es el único. A fines de mayo la opinión pública venezolana se estremeció por la noticia de la compra del conglomerado de medios impresos Cadena Capriles, que a su vez es dueña de Últimas Noticias, el periódico de mayor circulación nacional. Se repite el mismo esquema. Pese a ser una organización moderna y rentable, la Cadena Capriles también había visto disminuir sus ganancias dramáticamente en los últimos años a causa de la crisis de los medios impresos, lo que sería un incentivo para la venta. Además, el periodismo de compromiso y denuncia que caracterizaba a Últimas Noticias generó constantes fricciones con el Gobierno y éste, a través de altos funcionarios, ejerció variadas presiones directas para bajarle el tono. La compra, cerrada después de una agresiva oferta de US$140 millones libres de polvo y paja, se le atribuye al banquero Víctor Vargas, dueño del Banco Occidental de Descuento (BOD), pese a que, según las leyes de comunicaciones en Venezuela, quienes poseen intereses en el sector bancario y financiero no

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pueden ser dueños de medios de comunicación. Pero quienes conocen los vericuetos de la compra, señalan que Vargas actúa por mampuesto de personajes ligados al ámbito petrolero y al poderoso presidente de Petróleos de Venezuela. La consecuencia directa de la compra de estos medios tan importantes representa un adelgazamiento sin precedentes en el ancho de banda de la libertad de prensa y de las posibilidades de publicar informaciones potencialmente comprometedoras para el Gobierno, el chavismo y sus intereses relacionados. Globovisión ya se ha “moderado” a favor de un estilo de comunicación menos combativo. En la Cadena Capriles no se han anunciado aún cambios en la línea editorial, pero sería de tontos creer que no vendrán. ¿Se puede alcanzar la hegemonía comunicacional sin la necesidad de imponerla a la fuerza, sino más bien comprándola? Esa es la inquietante pregunta que resulta de estos hechos. En el casino donde se están subastando los medios venezolanos en estos momentos, se habla de nuevas ventas a operadores del Gobierno, lo que tristemente ratifica que la libertad de prensa –una institución social- se ha convertido en un bien transable. Conjeturando sobre este escenario, se puede decir que la reticencia de los medios privados a revisar a fondo su rol social, junto con su maridaje con la oposición, les hace ahora pagar un alto precio: el drenaje de diversidad y energía a la opinión pública, lo que indirectamente contribuye al estilo de gobierno despótico y autocrático, ribeteado con técnicas de la propaganda fascista, que caracteriza al chavismo -con o sin Chávez- y que hoy aflige a Venezuela. Es un precio que pagan todos los venezolanos, pero este es solo un escenario especulativo, desde luego.

En el casino donde se están subastando los medios venezolanos, se habla de nuevas ventas a operadores del Gobierno, lo que tristemente ratifica que la libertad de prensa –una institución socialse ha convertido en un bien transable.

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