La cuestión del ser enemigo

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La cuestiรณn del ser enemigo El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia


BIBLIOTECA UNIVERSITARIA Ciencias Sociales y Humanidades

Filosofía política y del derecho


La cuestiรณn del ser enemigo El contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia

Adolfo Chaparro Amaya


Chaparro Amaya, Adolfo La cuestión del ser enemigo: el contexto insoluble de la justicia transicional en Colombia / Adolfo Chaparro Amaya. – Bogotá: Siglo del Hombre Editores y Universidad del Rosario, 2018. 336 páginas; 21 cm. – (Biblioteca universitaria de ciencias sociales y humanidades) Incluye bibliografía 1. Justicia transicional - Colombia 2. Conflicto armado - Colombia 3. Víctimas de la violencia - Colombia 4. Proceso de paz - Colombia 5. Filosofía del derecho I. Tít. II. Serie. 340.115 cd 21 ed. A1599235 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Título original: Fault Lines of Globalization: Legal Order and the Politics of A-Legality (Oxford: Oxford University Press, 2013) La presente edición, 2018 © Adolfo Chaparro Amaya © De la traducción, Jorge Restrepo Ramos © Siglo del Hombre Editores www.libreriasiglo.com © Universidad del Rosario www.urosario.edu.co Carátula Amarilys Quintero Armada electrónica Ángel David Reyes Durán ISBN: 978-958-665-530-9 ISBN PDF: 978-958-665-532-3 ISBN EPUB: 978-958-665-531-6 Impresión Editora Géminis S.A.S. Carrera 37 N° 12-42. Bogotá, Colombia. Impreso en Colombia-Printed in Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de los editores.


CONTENIDO

Prólogo.............................................................................

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2002-2017: Genealogías del ser enemigo....................

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La deconstrucción del fundamento.................................... 27 Nuestra matriz religiosa de la figura de enemigo................ 35 El enemigo interno.............................................................. 44 La proliferación de los enemigos del sistema..................... 56 Consecuencias..................................................................... 61 2005-2009: Las explicaciones del conflicto armado.........................................................................

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De la explicación estructural al lenguaje de los derechos................................................................... 78 La hipótesis territorial......................................................... 89 La tesis de la acción racional............................................... 96 ¿Guerra civil o conflicto inacabado?.................................. 105 La tesis sincrética................................................................. 114 La dialéctica del Único........................................................ 120 Conclusiones....................................................................... 125


2005: La función crítica del “perdón sin soberanía” en procesos de justicia transicional..................... 131 Los límites del poder soberano........................................... 137 La articulación paradójica del perdón sin soberanía.......... 147 Memoria/verdad................................................................. 151 Perdón/justicia.................................................................... 154 Olvido/reparación............................................................... 157 Algunas conclusiones y otras predicciones......................... 161 2012: Perdón y populismo moral. La Ley de Justicia y Paz. .......................................... 165 Populismo y significante..................................................... 169 La fuerza hegemónica del discurso..................................... 172 El perdón a los vencedores................................................. 175 La cuestión moral................................................................ 183 El derecho por fuera del derecho o la frontera incierta de los ilegalismos............................................. 191 Conclusiones....................................................................... 199 2015: El axioma de la renta de la tierra en la retrospectiva de la contrarreforma agraria.........................................................................

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Breve historia del problema................................................ 209 El modelo teórico del desarrollo agrario liberal................. 214 La contrarreforma agraria: Una solución que agudiza el problema................................................................... 225 Escenarios de la política por venir...................................... 240


2018: Acordar la paz en Colombia o la cosa misma de la filosofía. .............................. 251 El contexto polemológico................................................... 256 De la no-repetición a la re-evolución y la reconciliación... 266 La hostilidad absoluta o la cosa misma de la filosofía......... 283 Conjeturas........................................................................ 303 Posdata.............................................................................. 317 Bibliografía...................................................................... 319 El autor............................................................................. 335



[…] porque si nada nos hiciera daño, no necesitaríamos de ayuda alguna, y así nos sería claro entonces que solo por causa del mal deseamos y amamos el bien, porque es el bien como la medicina contra el mal, y el mal la enfermedad; pero, no habiendo enfermedad, tampoco hay necesidad de medicina […] de manera que si el enemigo desapareciera, pienso que ya no habría para nosotros amigo. Platón, Lysis, 220 c/e



PRÓLOGO

Una lectura optimista del conflicto interno en Colombia diría que estamos ante una disyuntiva histórica y que, de los debates provocados por la negativa a los acuerdos de paz, finalmente va a resultar una solución equilibrada. En una vena más realista, pienso que lo que hoy vivimos en Colombia es el tiempo de una fatalidad que no parece llegar a su fin, que no está inspirada ya en un “buen fin” y, por tanto, no encuentra su término ni aclara su finalidad. En esa encrucijada, el libro se propone pensar qué sentido tiene la guerra interna como modo de subjetivación, y trata de responder a la pregunta acerca de por qué no hemos logrado, como diría Jacques Derrida, que “ninguna política, ningún lazo social como lazo político tenga sentido sin ella, sin su posibilidad real” (1998, p. 156). En otros términos, y sin la pretensión de responder a la complejidad con que fue formulada, sigo la hipótesis planteada en su momento por María Teresa Uribe según la cual “en Colombia la guerra y la violencia han sido ejes estructurantes y vertebradores del Estado nacional” (1999, p. 23). Al plantear su hipótesis, M. T. Uribe estaba comprobando que la guerra había ido generando varios “órdenes políticos alternativos 13


con pretensiones soberanas”, al tiempo que consideraba la guerra como el eje que le daba “permanencia y continuidad al conjunto que llamamos Colombia”. Al final, en un ejercicio dialéctico de interpretación histórica, se preguntaba si esos órdenes habrían construido una “urdimbre común” para lo que llamamos Nación (p. 24). Si bien nuestro texto parte de una hipótesis semejante, las posibles respuestas se remontan a modos de subjetivación diseminados en la historia de forma distinta: de una parte, arraigados en la Conquista y, de otra, acotados por el desenlace que ha tenido el conflicto armado en los últimos años. Después de más cincuenta años de lucha contra las Farc, los colombianos han votado mayoritariamente por la negativa a refrendar los acuerdos del Gobierno con esa guerrilla. Tal certeza colectiva, si bien apenas mayoritaria, da mucho que pensar a la filosofía. Sin embargo, no es fácil asumir previamente un punto de vista puramente teórico o conceptual. Al evaluar la historia reciente del conflicto, la realidad de las relaciones de poder que lo han hecho posible parece ir demasiado rápido respecto a los conceptos, las negociaciones y los procedimientos jurídicos. El hábito de la guerra interna ha tenido un efecto entrópico de indiferenciación entre lo político y lo militar, entre los métodos de la extrema derecha y la izquierda extrema, entre la rebeldía y el terror, entre la economía y el narcotráfico, entre la corrupción y la administración, entre la seguridad y la reconciliación— que no se resuelve con principios normativos o explicaciones monocausales de lo social. Por lo demás, la discusión pública no se ha ocupado tanto en registrar, enjuiciar y detener los daños de la guerra hacia el posconflicto, sino en escuchar las razones y los pretextos para seguir en la dinámica del conflicto. Frente a esa dislocación del sentido común respecto del futuro, el texto no se adelanta a negar la guerra por razones morales, sino que intenta examinar hasta qué punto la guerra misma, y las correspondientes relaciones sociales basadas en la partición amigo/enemigo tienen 14


sentido en la consideración del otro que somos nosotros mismos. Por tanto, es apresurado hablar de posconflicto en sentido estricto. La suspensión del conflicto interno ha generado diagnósticos y análisis diferentes en cada época, igual que su prolongación ha frustrado la transición hacia el posconflicto en muchas ocasiones. No es mi intención hacer una historia de los procesos de paz en Colombia. Aun así, quisiera aclarar que este libro es el resultado de reflexiones intermitentes sobre el conflicto y el proceso de paz en Colombia desde el año 2000. Las fechas 2002, 2005, 2009, 2012, 2015, 2018 operan como títulos de capítulo y capas del pasado activas en el presente, momentos de una historia que no termina de cerrarse en función de la violencia inacabable que tiende a prolongar la duda sobre si estamos o no en el día después del conflicto armado interno. Tres de los capítulos han sido publicados anteriormente como artículos o como capítulos de libro, los otros tres son inéditos. Cada capítulo plantea marcos filosóficos de comprensión para problemas específicos de la historia reciente del país, centrando la atención en autores como Jacques Derrida, Carl Schmitt, Michel Foucault o Ernesto Laclau, pero también en científicos sociales y periodistas de opinión. En cada capítulo se exploran los enunciados del problema que hace eco en el presente fechado, y se apoya en un corpus de conceptos que lo describen en su genealogía y en su actualidad. El capítulo primero (2002-2017) aborda el concepto de enemigo desde la formulación schmittiana original, y desde la deconstrucción derridiana posterior, con el fin de establecer una genealogía ‘propia’ de la figura del enemigo en un momento en que con el ascenso de Álvaro Uribe al poder (2002) esa figura adquirió una especial intensidad por la declaratoria de la guerra del Estado contra las Farc como un propósito central e ineludible de su gobierno. Parto de la cartografía de la figura de enemigo como una cuestión de método para avanzar en el examen del postulado según el cual es la singularidad de 15


las genealogías, las narraciones, los procesos y las historias, la que permite “asociar o disociar de una forma completamente diferente” los conceptos de pólemos, stasis, phília, frater, hostis, inimicus (Derrida, 1998, p. 144), abriendo un campo empírico trascendental que hace especialmente compleja la pregunta por la amistad y la enemistad, sea cual fuere el contexto de su definición concreta. El transcurso genealógico muestra dos cosas: la importancia de la Conquista en la definición de la figura de enemigo y la dificultad para hablar en Colombia de un Estado que haya nucleado étnicamente o a través de una narrativa común la historia de la nación. Este primer capítulo se complementa con el sexto y último (2018), con el propósito de aclarar el rol que la figura de enemigo tiene en las discusiones recientes sobre el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc, en el contexto de la emergencia inesperada de un cierto pathos religioso que ha venido a intensificar lo político. Tratándose del final del libro, en el último apartado he querido responder a la pregunta de Derrida por la cuestión del enemigo como la “cosa misma” de la filosofía, para nosotros, un problema central en el examen por la constitución ontológica del sujeto político. El segundo capítulo (2005-2009) es un intento por reconstruir la llamada “violentología” como una formación de saber específica de las ciencias sociales en Colombia, siguiendo ciertas pautas arqueológicas y genealógicas de la obra de Foucault. El acontecimiento es, en este caso, la riqueza descriptiva y analítica que desde el final de los años setenta se ha ido decantando en la academia —y en otros centros de investigación— sobre las causas y posibles soluciones al conflicto armado. El núcleo de la reconstrucción es la dificultad básica para dar un concepto consensuado a lo que hoy llamamos conflicto interno: violencia, insurgencia, guerra civil, terrorismo son algunos de los términos utilizados sin éxito hasta hoy. Inmerso en ese maremágnum, quisiera mostrar las formas de lo político que acompañan las figuras

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de enemigo presentes en las explicaciones y en las interpretaciones que los científicos sociales han ofrecido de la violencia. La continuidad de ese intento justifica la introducción del quinto capítulo (2015) dedicado a reconstruir la reiterada discusión económico-política que investigadores colombianos han planteado a la hora de explicar la necesidad y entender la imposibilidad de una reforma agraria en Colombia (Salomón Kalmanovitz, entre otros). El argumento histórico es que la violencia en Colombia, en buena parte, es concomitante a la reversión de la reforma agraria de 1936, y que desde los años noventa, con la entrada decidida de las fuerzas paramilitares en el conflicto, esa reversión habría derivado en lo que se conoce como “la ‘contrarreforma’ agraria”, protagonizada por una alianza todavía en investigación entre políticos, hacendados, fuerzas paramilitares y el capital emergente del narcotráfico. Para ello, sigo especialmente las tesis de Gustavo Duncan con el fin de mostrar los efectos patrimoniales, institucionales y de control social que tuvo el giro (narco)paramilitar en la definición territorial del conflicto. Casi todos los diagnósticos y recomendaciones de los científicos sociales contrastan con la realidad del monopolio creciente de la propiedad territorial, con todo lo que ello implica en términos de violencia, migración, desplazamiento y falta de recursos, infraestructura e institucionalidad agraria. En buena parte, las conclusiones de este capítulo justifican el subtítulo del libro. El núcleo sobre justicia transicional se desarrolla en el capítulo tercero, con el propósito de aclarar la coherencia de los pares memoria/verdad, perdón/justicia, olvido/reparación desde la perspectiva teórica del perdón incondicional —sin soberanía— planteada por Derrida, en el contexto de la imposible negociación del primer gobierno Uribe con las Farc. La idea es mostrar la riqueza de los conceptos, que en su momento parecían contener la potencia terapéutica y restauradora ideal para salir del conflicto. En la presentación se plantean las virtudes

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de un perdón “sin soberanía” a la hora de hacer de las víctimas los protagonistas del proceso y, a la vez, entender que la coherencia del modelo y/o su institucionalización no es suficiente para llevar a cabo un proceso genuino de justicia transicional. Dado que la negociación con las guerrillas nunca sucedió en ese periodo y que, a cambio, se llevó a cabo la negociación con los paramilitares a través de la Ley de justicia y paz, el capítulo cuarto muestra la inutilidad del esquema de justicia transicional en el diseño de ese proceso particular. Siguiendo a Ernesto Laclau defiendo la hipótesis según la cual la fórmula populista de “la creación de pueblo” se hizo efectiva alrededor de la Seguridad Democrática, lo cual permitiría explicar tanto el ascenso de Álvaro Uribe a la presidencia como el tipo de desmovilización llevada a cabo en su gobierno; por cuyas falencias respecto de un modelo coherente de justicia transicional se perdió la oportunidad de llevar la violencia paramilitar a un punto de no retorno y no repetición en Colombia. Sin embargo, como se vería en la historia posterior, además de la incidencia del mandato del expresidente, de ese resultado habría que responsabilizar al pueblo que por distintos motivos e intereses legitimó sus decisiones, muchas de ellas contrarias al orden jurídico y la institucionalidad. A su vez, el discurso de la justicia transicional funciona como un eje transversal que ha venido a renovar el lenguaje de la política poniendo en primer plano la necesidad de transformar la sociedad a partir de un acuerdo mínimo de no-repetición de la violencia política y con el objetivo de realizar un mínimo sustancial de esos principios en toda la sociedad, especialmente respecto de las víctimas y en los territorios afectados históricamente por el conflicto armado. Al final, sugiero que la puesta en cuestión del enemigo debería desdoblarse en una cuestión ética a fin de poner en juego la soberanía mínima de los individuos y las comunidades para cuestionarse a sí mismos antes de aceptar, reconocer o definir a x otro como enemigo. Todo ello, con la idea

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de activar la posibilidad común de conjurar la fatalidad de una nación enferma presa de una (supuesta) violencia inacabable. Este pequeño cuadro temático del libro sirve para mostrar una estructura de comprensión que no tiene el propósito de agotar el problema sino de mostrar las variaciones políticas y discursivas que sufre a lo largo de la historia reciente de Colombia, desplegando la dinámica del discurso sobre el conflicto en niveles que no siempre se comunican entre sí. En efecto, el núcleo conceptual de la justicia transicional de los capítulos centrales (tercero y cuarto) se cruza puntualmente, pero no sigue los intentos de explicación socio-histórica del conflicto (capítulos segundo y quinto); de la misma manera que la figura de enemigo (capítulos primero y sexto) aparece como telón de fondo de la justicia transicional, moviliza “subjetivamente” la historia y preside las decisiones políticas y militares en los procesos de amnistía y desmovilización, pero solo ahora resulta crucial en la implementación de puntos nodales del Acuerdo de Paz. La organización temporal del texto crea una cierta complejidad en su disposición interna. Cada capítulo tiene un presente desde el cual se evoca un pasado específico y se asumen expectativas de futuro limitadas por lo que “se sabe” o el autor conoce en cada momento/capítulo particular. Por eso, si bien, el experimento que significa la organización temporal del texto es coherente con la temporalidad misma de los procesos descritos, eso no impide que los datos, las estadísticas, las leyes o las formas de nombrar y enfocar ciertos fenómenos pierdan vigencia de un capítulo a otro, y en relación con el presente del lector. Pido excusas por los momentos de confusión que ese experimento pueda ocasionar. Pero quizás no sea mayor que la confusión histórica que deriva de la continua imbricación del conflicto y el posconflicto en la vida de los colombianos. Ahora bien, de una parte, lo que parece un obstáculo sirve también para mostrar los avances, los avatares y las incongruencias que genera el conflicto en las grandes decisiones del país en 19


cada periodo. De otra parte, esa textura temporal expresa las dificultades para establecer un criterio totalizante que pudiera englobar el conjunto. Puesto en otros términos, la guerra misma y su articulación con parte de la sociedad civil y las instituciones imponen lo que M. T. Uribe llama “órdenes alternativos” que desbordan performativamente los diagnósticos de la academia y los intentos de una visión común de país entre los colombianos. A pesar de eso, o justo por eso, a medida que nos acercamos al presente, el recorrido se va decantando en dos grandes líneas que intentan dar cuenta de las genealogías, las teorizaciones, los desarrollos históricos, las elaboraciones políticas, las formas de ocupación del territorio y el impacto sobre los modos de subjetivación de la sociedad en su conjunto: alrededor de las guerrillas y los paramilitares, entendidas como las figuras de enemigo que afectan nuestra historia presente y configuran una visión común necesariamente problemática. En compensación, espero que la mirada sincrónica que abre progresivamente los diferentes ámbitos del problema —justicia transicional, estructura contextual del conflicto, cuestión filosófica del enemigo— sea compatible con la disposición temporal de los capítulos. En la medida en que cada ámbito se desdobla en su propio desarrollo histórico, los tres primeros capítulos se desdoblan en los tres subsiguientes que sirven de respuesta, realización histórica y/o intensificación de los conceptos. Lo cual, en realidad, no es una estrategia argumentativa sino una manera de dar cuenta de fenómenos intrínsecos al desarrollo del problema: la prolongación indefinida de la guerra, la indistinción progresiva entre conflicto y posconflicto, la mezcla indiscernible entre los procesos de paz y los procesos políticos. Las conclusiones a que conduce esa indecibilidad del conflicto son más bien pesimistas, pero no es mi intención intentar una respuesta a la condición de imposibilidad de la paz y la reconciliación o plantearla como un simple diagnóstico. En ese sentido, la conclusión es un intento de traducción filosófica de lo posible.

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Cabe aquí una aclaración sobre la deconstrucción como método filosófico. Siguiendo a Derrida es posible llevar la deconstrucción a límites insospechados, entre ellos, establecer el perdón como una instancia trascendental paralela a los acuerdos, cálculos y procedimientos del proceso de paz; mostrar los límites de la teoría jurídica de la guerra; subjetivar radicalmente la noción objetiva de enemigo; involucrar/secularizando el fondo religioso de muchos de los conceptos propios de la justicia transicional. Para lograrlo, es necesario recurrir a distintos procedimientos: hacer la genealogía de los conceptos y/o la historia del problema, examinar los fundamentos de las interpretaciones históricas, abrir la escritura a la heterogeneidad de conexiones que altera la homogeneidad de los conceptos previos, abandonar las jerarquías disciplinares y explorar otras fronteras entre filosofía, ciencias sociales y opinión pública. En muchos pasajes he decidido mezclar deliberadamente los conceptos con los fenómenos para mostrar cómo la construcción y la deconstrucción conceptual no tienen una zona de refugio teórico o normativo que les permita prescindir de (el caos de) los hechos para afirmar el (orden del) discurso. En cierto modo ese es el procedimiento del propio Schmitt cuando intenta justificar sus conceptos con análisis escogidos de la historia política. Pero, en lugar de limitar la descripción de los ejemplos, he tomado las investigaciones de las ciencias sociales y los artículos de opinión que consideraba pertinentes para dar un continente histórico suficientemente denso a cada contenido conceptual específico. El uso de tal diversidad de fuentes se explica, sobre todo, por la circunstancia histórica que vivimos los colombianos ante la realidad incierta del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc. Sin esa ocasión, muchos juicios, tan precarios y transitorios como las circunstancias que los motivan, no tendrían lugar. Habrá que aceptar entonces que, en ciertos momentos, el filósofo debe establecer relevos incesantes entre la tarea teórico conceptual y su capacidad de juicio frente a las circunstancias. De esa manera el texto adquiere una cierta 21


performatividad polĂ­tica, y le permite al autor ubicarse en el lugar de enunciaciĂłn de cualquier ciudadano interesado en aclarar el pasado/presente de la guerra y el futuro/posible del proceso de paz. *** Agradezco los comentarios de Beira Aguilar, Carolina Galindo, Amalia Boyer, Gustavo Chirolla y Wilson Herrera, los cuales me han llevado a precisar argumentos puntuales, consultar nuevas fuentes y profundizar el conjunto de la investigaciĂłn.

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