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1. La imagen como representación

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Introducción

Introducción

Al epígrafe de Heidegger con el que empezamos y nos ayudamos para esta investigación sobre la esencia de la imagen, hay que hacerle una corrección radical inmediatamente añadiendo que la inteligencia correcta y verdadera de la esencia de la imagen precisa una idea explícita de la realidad del mundo, por tanto no sólo de la idea de mundo, por cuanto ésta es por su propia esencia una idea fundada y no fundante, como habremos de demostrar mediante la explicitación de la cadena de conceptos que aparecen en el título. Dicho esto, empecemos preguntándonos qué es lo que suele entenderse, tanto en la comprensión cotidiana como entre los expertos, por una imagen: ¿qué es una imagen? Una imagen es la representación sensible –en la inteligencia o en la realidad– de algo que hay en el mundo, de algo que acontece, que se da en el mundo. La clave de lectura en esta comprensión es que se trata de una representación sensible, no de una representación conceptual. ¿Cuál es la diferencia? Que la primera es particular, individual, concreta; mientras que la segunda es una idea universal, abstracta, desposeída de los caracteres que le dan identidad a tal o cual individuo. En el primer caso se trata de la imagen de este perro, de esta persona; en el segundo caso se trata de la idea de perro, del concepto de persona. Dado que en el mundo hay algo ya presente –este o aquel

ente, esta o aquella cosa, tal o cual asunto, tal o cual problema–, la imagen lo que hace es llevar esa individualidad a una presentación en la inteligencia imaginativa, o en un soporte físico diferente a ella. Lo ya presente en el mundo de suyo se re-presenta, vía la imagen, en la inteligencia y luego en el propio mundo como sucede, por ejemplo, en la pintura. Así, Las Meninas de Velázquez es un cuadro que representa a la infanta Margarita de Austria rodeada de sus sirvientes y de otros personajes. De este modo, lo que hay en el mundo, vía la representación de la pintura, es colocado de nuevo en el mundo, es llevado de vuelta a él. El “llevar a” le da nombre al misterioso camino que se instaura “entre” el ente del mundo y el ente en cuanto imaginado en la imaginación. Más allá de todos los claroscuros que envuelven ese camino, lo que esta afirmación de término medio sostiene sin dudar es que la imagen es radicalmente una representación de algo para alguien en el mundo. Con ser mínimamente verdadera, esta respuesta es superlativamente insuficiente. ¿Por qué? Porque si bien es verdad que la imagen es una representación no es esto, sin embargo, lo que constituye su realidad radical. Y en una investigación como la que realizamos aspiramos a dar con aquello que constituye la realidad de algo, su esencia, en este caso de la imagen, de manera radical. ¿Por qué la caracterización de la imagen como representación está falta de radicalidad? Porque hay una suficiencia constitucional en la realidad, tanto de la cosa presente físicamente en el mundo, como de la cosa imaginativamente presente en la inteligencia imaginativa –también presente en el mundo–, que queda desnivelada bajo la idea de que la imagen, puesto que sólo es una representación, tiene esencialmente un rango de realidad menor respecto de aquello de lo que es representación. Tener algo en una imagen sería como tener ese algo disminuidamente: cuando Platón sostiene que este mundo es mero εἰκών, mera imagen, del mundo de los εἴδη, lleva aparejada la afirmación de que el mundo verda-

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dero es el de las ideas y de que el de las imágenes es más bien ψεύδος. Los conceptos sobre las ideas parecen estar simpre más cerca de la veradera realidad de las cosas que los conceptos sobre las imágenes, pues estos llevarán en su seno el estigma de una representación mediada sólo por la astucia engañadora de la sensibilidad. Lo que aquí vamos a sostener, sin embargo, es precisamente una tesis contraria a estas filosofías de la disminución de la imagen y vamos a afirmar que la imagen es tan real como aquello de lo que es imagen, que la densidad metafísica de una imagen es la misma que la densidad metafísica de aquello de lo que es imagen. Ahora bien, como no pocas veces lo mínimamente verdadero se impone como lo verdadero sin más, como mera provocación radicalicemos la expresión y digamos que la teoría que sostiene que una imagen es una representación es falsa. Ya lo diga Platón o Kant, los antiguos, los modernos o los mismos contemporáneos. La tesis sostenida en estas páginas es, pues, que una imagen condensa la realidad del mundo y no sólo representa un ente o unos entes: de forma densa si se trata de una obra de arte; de forma pública y propagandística en la publicidad, por ejemplo en la imagen de una marca comercial; de forma rigurosa si se trata de conocimiento científico, como sucede por ejemplo en los diagramas sobre tal o cual teoría sobre el universo, o sobre la conformación molecular de la vida; de forma individualista, lúdica y egocéntrica –no pocas veces narcisista– si se trata de las fotografías de las redes sociales subidas a propósito por los internautas; de forma ideológica en la propaganda de los partidos políticos en el actual sistema democrático predominante en nuestro tiempo; de forma deliberadamente falsa en las fake news, etc. Dado que la imagen se dice de muchas maneras –como gustaba pensar Aristóteles casi respecto de todas las cosas–, no podremos ocuparnos

ahora, sin embargo, de todas estas formas de condensación imaginativa sino sólo de la naturaleza condensante de la imagen respecto de la realidad del mundo. Una imagen no es, pues, una cosa que representa otra cosa; una imagen es una realidad que condensa la realidad del mundo de una determinada manera. Es preciso hacer tres observaciones antes de acometer la tarea de explorar lo que sostiene esta tesis. En primer lugar debe decirse que, aunque para el apoyo de esta reflexión echamos mano sobre todo de la filosofía primera de Xavier Zubiri, es importante apuntar, sin embargo, que en el trasfondo de esta meditación sobre la imagen y el mundo están varios textos de Heidegger, como Ser y Tiempo, “El origen de la obra de arte” y “La época de la imagen del mundo”; la ontología de la imagen de Gadamer, desarrollada en Verdad y Método; el estudio de Walter Benjamin titulado La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y el agudo diagnóstico de Kierkegaard en La época presente. En segundo lugar ha de quedar constancia de que, aunque varios de estos textos tratan su asunto en relación a la clarificación sobre la naturaleza de la obra de arte, esta meditación no se ocupa de la imagen en relación al arte sino de la imagen en relación a la realidad del mundo, sea arte o no lo sea. Y en tercer lugar habrá que decir que esta exploración quiere ser no sólo una reflexión filosófica sino una meditación. ¿Cuál es la diferencia? Una reflexión filosófica es una verdadera meditación cuando logra poner la mirada, no en lo que es visto generalmente, en lo que viene al ojo de cualquiera que vive inmerso en el mundo, sino en los presupuestos de ello, en los fundamentos de lo que aparece, en eso que en sentido positivo todos llamamos pre-juicios, pre-supuestos. De modo que no interesa en primer lugar el mero dato empírico de que las calles, las ciudades, las instituciones, los espacios cerrados y los espacios abiertos, las carreteras, internet y las redes sociales, etc., estén invadidas de imágenes; sino que lo que importa –lo que nos lleva consigo–, es abrir

las puertas a la comprensión de la raíz del estado actual de las cosas –en este mundo saturado de imágenes como no hubo nunca otro–, de los juicios que elaboramos sobre el tema de la imagen, de lo que se esconde actualmente en la presencia inundatoria de imágenes de todo tipo en nuestro mundo. La meditación se instala en lo empírico, ciertamente; se deja envolver por ello como condición de posibilidad para remontarlo, como plataforma de apoyo para alcanzar el fundamento permanente desde el que florece esa realidad farragosa de imágenes, aparentemente desconectadas entre sí, independientes unas de otras; un fundamento que, si somos capaces de conducirnos adecuadamente, se mostrará como el mismo para la exuberancia y superabundancia de todas y cada una de las imágenes que asaltan este mundo. La meditación no sólo hace reflexivamente por las cosas para llegar a demostraciones contundentes sino que, sobre todo, se dispone en el ánimo de tal modo frente a la realidad del mundo de suerte que ésta pueda entregar escorzos y perspectivas que le niega a la argumentación. ¿Qué quiere decir la afirmación de que una imagen condensa la realidad del mundo?, ¿qué es una imagen?, ¿qué es realidad?, ¿qué es el mundo?, ¿en qué consiste la “relación” de condensación de la primera respecto de la realidad del segundo? Estas paradas de la investigación no son independientes entre sí, sino que, dado que conforman una sola estructura, al tratar sobre una se trata ya sobre las otras, al invocar una son convocadas ya también las otras. De este modo, nuestra investigación tendrá las siguientes paradas: liberación de la imagen de su carácter de representación; realidad como suficiencia constitucional; mundo como respectividad de lo real; el empalme de tiempo y eternidad en la imagen. El problema que nos proponemos investigar no es cómo llegamos a generar imágenes en la inteligencia, ni cómo producimos las que ocupan un lugar en el mun-

do. Lo que nos importa investigar es el hecho de que, dado que hay imágenes, cuál es su esencia, cuál su naturaleza, en qué consiste su realidad más propia en el mundo.

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