![](https://assets.isu.pub/document-structure/220107183856-b47267a089cb008dbbdb1c48288486dd/v1/99455f047471e9dc24d41578dd1ab7e9.jpeg?width=720&quality=85%2C50)
3 minute read
Presentación
Danzar en el vacío es una facultad concedida a los astros, que en su desplazamiento tachonan el cielo y nos guían en el camino que, en su tortuoso recorrido, nos invita a imaginar el profundo sentido de las cosas.
El género del haikú tiene en mi historia de vida un fuerte motivo, ya que por ser hijo de un poeta, con frecuencia se reunían en la casa familiar un grupo connotado de bates para hacer lecturas de sus textos y, entre ellos, hubo uno que en forma especial se mostró empático con mi persona, a pesar de que yo era un niño de siete años que asistía a esas reuniones movido por la curiosidad y que, sin duda, fue creando dentro de mí el gusto por la poesía.
Advertisement
El doctor Alfredo Boni de la Vega platicaba conmigo y me leía sus haikús, muchas veces a manera de adivinanzas, mientras las pláticas y las libaciones de las personas mayores nos lo permitían. Entre las brumas del tiempo, recuerdo a uno de ellos que decía: “Los gatos tienen/ en las noches de Pascuas/ ojitos de ascuas”. La simpatía, su voz pausada y sus ocurrencias poco a poco se fueron introduciendo en mi cabeza, exaltando mi oído, para percibir la música de las palabras repartida en una pauta de 17 sílabas métricas.
Durante mis estudios universitarios, un grupo pequeño de compañeros nos reuníamos a leer poesía de poetas consagrados, dentro de los que salía a menudo a relucir Juan
José Tablada y sus pequeños poemas de corte oriental, como La Luna, El Sauz, La Araña, entre algunos de ellos; o bien, Octavio Paz, quien conserva el carácter misterioso del oriente al despojar de títulos a sus poemas: “Sobre la arena/ escritura de pájaros/ memorias del viento”.
Siempre entre los asistentes se colaba algún compañero que por curiosidad entraba a la tertulia, más que por el amor a las letras, para disfrutar de algún bocadillo o una copa de vino mientras criticaba acremente nuestra afición y nuestra incipiente producción en el difícil camino de la poesía.
En una ocasión, uno de estos personajes dijo que la poesía no tenía razón de ser dentro de un grupo de futuros médicos, ya que ésta no podía definir ningún proceso científico. Recuerdo que ante el reto resonó en mi mente la melopea de un haikú y le respondí al momento: “¿Conoces en qué consiste el fenómeno de Tyndall?”. A lo que asintió. En un instante y sin perder la oportunidad, le dije: “Te lo explicaré de forma poética: La luz penetra/ en polvo diamantino/ surge el milagro”.
El tiempo transcurrió y vine a ejercer mi profesión a la tierra de mis mayores, Chiapas, herencia de poetas. Tuve la suerte de conocer y platicar con dos de los grandes cultivadores del haikú: Armando Duvalier, que innova con su poesía alquimista y publica dos libros: Tibor, en 1943, y Mariposas de Laca, en 1958, los que contienen tankas y haikús, y Eliseo Mellanes Castellanos, quien publica su libro Hai-Kais y pequeños poemas, en 1952, reeditado en 2002 por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
En 1985, animado por mi padre, publiqué en un opúsculo una colección de haikús y tankas, que titulé Formulario para hacer el amor con una viuda negra. Más tarde, recopilé mi producción en el poemario De Blanco, Amarillo y Negro (UNACH, 1998).
Mi afición por estos pequeños poemas no ha cejado en ningún momento y me ha impulsado a seguir escribiendo. Me he remontado a sus orígenes y he seguido las pautas dictadas por el maestro Matsuo Bashõ y los poetas que construyeron la leyenda del haikú en el lejano Japón, siguiendo la tortuosa senda del Oku, hacia el templo de Ise, tratando de colocar universos en pequeñas gotas de rocío.
Es ahora que a mis 74 años mi hija me alentó a publicar esta tercera colección, con la que pretendo llegar a mis lectores, tratando de conservar el canon dictado desde Bashô hasta Octavio Paz, que recomienda que el poema debe contener la ubicación temporal y espacial necesaria, debe describir un elemento activo y una tercera cualidad inesperada. La percepción poética surge del contrapunto entre estas dos últimas.
El haikú es una pequeña caja saturada de poesía, capaz de abrir repentinamente una realidad objetiva o subjetiva; es como lo dijera Matsuo Bashô: “Un universo en una gota de rocío”.
Espero que estas minúsculas perlas sean bien recibidas por quienes las lean.
alberto f. garzón y rinCón
IlustracIón Alberto F. Garzón y Rincón La boca de Dios