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Introducción
Al escuchar un haikú de los maestros que elevaron este género poético a una de las expresiones artísticas más delicadas, uno comprende que en la cortedad de su nombre y en lo estrecho de su pauta tienen acomodo una gran cantidad de sentimientos y emociones que se cristalizan en percepciones internas. Éstas provocan a imaginar los destellos inconsútiles del alma del poeta o a mirar, transponiendo las distancias y los tiempos, los panoramas reales o imaginados, como si fueran acuarelas de las más vividas imágenes.
El haikú nace en una historia de intemporal largura; germina, según algunos de los estudiosos, de la cercana relación del Japón con la cultura china, adoptando del Jueju (oración cortada) de la dinastía Tang, la estructura de sus textos, en forma de cuartetos, que alternan versos de cinco, siete y cinco moras o sílabas métricas, haciendo una poesía sintética y del instante.
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El pescador
Se calienta las manos/ con el aliento,/ sostiene la pértiga/ no logra deshelarlas/ la barca va colmada/ de una fría luz lunar/ que se refleja en la nieve, confusa. El pintor desconoce/ del sufrimiento/ del pescador; le gusta crear pinturas/ de pesca en la nieve/ con el río congelado. (Sun Chengzong, 1563-1638).1
1 Wilfredo Carrizales. (2012). Breve Antología Jueju. Fondo editorial del Caribe: Venezuela.
Para considerar los antecedentes del haikú en su pauta formal y en su contenido, es imprescindible remitirse a Manyooshuu (Colección de las diez mil hojas), primera gran antología medieval japonesa del siglo VIII y a los primitivos Katauta, poemas aun anteriores a estos, que eran estructuras formadas por un solo poema o canción, con dos posibles pautas silábicas, 5-7-7 o 5-7-5 sílabas métricas, esta última es igual que la del haikú.2
El Manyooshuu contiene formas avanzadas como son el chooka o canción larga con versos de 5 y 7 sílabas en alternancia constante, sin una longitud predeterminada; la tanka, que consta de dos estrofas de 5-7-5 y 7-7 sílabas métricas, y el sedooka, que eran poemas de dos estrofas idénticas de 5-7-5 y 5-7-5 sílabas, mismos que se conservan hasta la actualidad.
El avance hacia el haikú tiene su primera manifestación en la separación de la primera estrofa del tanka, llamada hokku, cuya pauta es de 5-7-5 sílabas métricas; no obstante, se habitúa entre los poetas volver a ligar los versos de pauta 7-7, en una costumbre lúdica en que el hokku es construido por un poeta, mientras que la segunda parte es completada por otro, debiendo continuar con su mismo significado e intención, que en un ambiente de desahogo van formando los poemas. Este tipo de forma literaria característica del siglo XII se conoce como renga o poesía encadenada.
En el último escaño hacia el haikú, nos encontramos con el haikai, nombres que han llegado a considerarse como sinónimo del primero; no obstante, en el Kokinshuu se da
2 Aurelio Asiain, “Poesía clásica japonesa”. Revista de la Universidad de México, extraída de https://bit.ly/3azpijD el día 23 de mayo de 2019.
esa connotación a los poemas cuando los temas que trata son cómicos y ligeros, y cuando estos se encadenan dan lugar al Haikai-Renga, que son poemas divertidos y sin mucha trascendencia, con lenguaje simple, sentido irónico y poca calidad literaria.3
En realidad, no es sino hasta la época de Matsuo Bashô (1644-1694), cuando el haikú alcanza su máximo esplendor. El poeta nace en el seno de una familia noble y es educado como un guerrero samuray en sus años de juventud. Más tarde, cuando fallece su maestro, prosigue con sus estudios en un monasterio budista, donde lee a los clásicos chinos y japoneses entrando en contacto con la rama más espiritual del budismo, el Zen, cuya doctrina influyó en forma determinante en su producción literaria.
A pesar de la gran modestia, propia de un monje budista, que lo hace dejar de considerarse alguien importante y nunca pretender hacer literatura, Bashô tiene el mérito histórico de haber elevado al haikú al rango de arte. Vivió durante la hegemonía Tokugawa, que se caracterizó por haber conseguido en la sociedad japonesa un período duradero de paz y prosperidad. Algunos de sus mejores haikús se insertan en la obra La estrecha senda del Oku, fruto de su peregrinación por el norte del Japón, que le llevó al templo de Ise.
Viajero contumaz, su peregrinar es explicado en la obra Matsuo Bashô. Diarios de viaje, versión castellana de Alberto Silva y Masateru Ito, en la que se exalta el amor al paisaje y a la tierra.4
3 Ki Tsurayuki y otros (905) Kokinshū (“Colección de tiempos antiguos y modernos”), la primera antología de la poesía japonesa compilada en orden: poeta, por poeta. Fue la primera obra literaria importante escrita en el sistema de escritura kana. 4 Alberto Silva y Masateru Ito. (2015). Matsuo Bashô. Diarios de viaje. Fondo de Cultura Económica: Argentina.
El maestro muere en 1694, creando en su lecho de muerte su último haikú, el cual dice: “A pie enfermo/ por campos desolados/ vagan los sueños”.
Años más tarde, durante una conmemoración de su muerte, uno de sus discípulos respondía al haikú de Bashô de la siguiente manera: “Por páramos Yermos/ vagan los sueños/ el viento gime”.
Después de Bashô, surge una pléyade de poetas del haikú de inconmensurable calidad, entre los que destacan los siguientes: Onitsura (1660-1738), poeta que bebió en su juventud de las mismas fuentes de Bashô, con el que comparte significativamente muchos detalles de su vida y de su concepción del haikú. Yosa Buson (1716-1783) eleva el haikú a las más altas cumbres poéticas. Issa Kobayashi (1762-1826), quien es descrito por Blyth como “el más japonés de los poetas de haikú, quizá de todos los poetas”. Issa no tuvo maestros ni discípulos; en este sentido, se aparta de la tradición japonesa.
Poeta de muy corta vida, Shiki Masaoka (1867-1902) es el gran renovador de las formas clásicas de poesía de Japón. Esto lo consiguió desde su doble faceta de poeta y crítico literario. Acuñó el término haikú (antes haikai o hokku), y combatió durante su vida muchos prejuicios de la época hacia el haikú clásico.
Es importante recordar que entre los primeros en ocuparse de arte y literatura japoneses se encuentran, a principios de siglo, dos poetas mexicanos: Efrén Rebolledo y José Juan Tablada. Ambos vivieron en el Japón. El primero, varios años, de 1906 a 1913; el segundo, en 1900, unos cuantos meses.
En 1918, Tablada publicó Al sol y bajo la luna, un libro de poemas con un prólogo en verso por Leopoldo Lugones. Otros poetas que cultivaron el haikú en América Latina fueron: Jorge Luis Borges (Argentina), Nicolás Guillén (Cuba) y Octavio Paz (México).
Ahora bien, en Chiapas, Armando Duvalier publicó dos libros: Tibor, en 1943, y Mariposas de Laca, en 1958, los que contienen tankas y haikús. En forma paralela, Eliseo Mellanes Castellanos edita su libro de Hai-Kais y pequeños poemas, en 1952, que es reeditado en el 2002 por la UNACH.
La poética es como un magno crisol en el que ocurre una sucesión de cambios, y los haikús, como poemas, no están exentos de transformarse, ya que el poeta es un alquimista que como ser humano está sometido a sufrir, amar y a confrontar los conflictos de la humanidad y transmutarlos en palabras, en estrofas y en cantos.
El poeta no tiene una vida fácil, su sentimiento es más intenso y vive de los recuerdos. Cuando el inconsciente se encuentra en el límite del consciente, no existe otro remedio que recurrir a los sonidos de las palabras, amalgamadas con los silencios y el tiempo, dando paso a la rima y la métrica que estallan en la cadencia de la melopea.
No obstante, en nuestro mundo de sensaciones intensas, la métrica y la rima se doblegan ante la potente realidad y las palabras eclosionan en versos blancos, dando lugar al haikú libre.
Este libro es un intento de acercarme a los que me antecedieron y tratar de recorrer con ellos la tortuosa senda del Oku.
alberto f. garzón y rinCón