Libroligero

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Laura Aznar Miedes


De puertas adentro: la mujer guatemalteca es un recorrido por la vida de 30 mujeres que viven en Guatemala. Un proyecto artístico con cierta base periodística, sociológica y antropoló-gica que, tanto de forma visual como textual, trata de mostrar una realidad, el legado y el presente de un país a través de los ojos de la mujer. Guatemala cuenta con una población de casi 15 millones de habitantes. Entre ellos conviven 23 etnias diferentes de origen maya, así como las razas xinca, garífuna y la procedente de la época colonial. Todas ellas coexisten en una maravillosa tierra, llena de riquezas, montañas, lagos y otros parajes naturales, que lleva tatuada las huellas de una historia apasionante que se extiende a lo largo del tiempo. Una tierra que ha sufrido constantes dificultades: la gran conquista indígena en época colonial; los desastres naturales, volcanes y terremotos que han provocado la constante reconstrucción de gran parte del país; y la reciente guerra civil de 30 años,

de la que todavía se está recuperando. Sin embargo, la fuerza de este pueblo ha conseguido superar dichas adversidades hasta alcanzar en los tiempos actuales un futuro prometedor. La diversidad de la sociedad guatemalteca, presente en casi todos los aspectos de la vida cotidiana (la cultura, la situación social y económica, la lengua, la tradición, las costumbres, el color de piel, los rasgos, la vestimenta, la alimentación, la religión…) hacen del país un lugar muy rico desde el punto de vista antropológico, lleno de contrastes y cambios, de blancos y negros. La mezcla de la tradición milenaria de la cultura maya, con el colonialismo europeo y sus posteriores influencias dan su fruto en la situación actual. Un país cubierto de hojas de maíz y de granos de café que son a la vez la envoltura y la masa madre que impulsa la vida de los guatemaltecos. Un país que viene de un pasado agrícola y que hoy permanece pegado a la tierra. No se han fotografiado calles ni universidades, campos o negocios, iglesias o construcciones mayas. Tampoco aparecen imágenes

que capten miseria y lagrimas… Se ha fotografiado el interior de las casas, lo que de verdad define a las personas y donde se desarrolla la vida real, donde cada mujer puede ser ella misma, y donde se refleja el completo de la vivencia que lleva. Cada persona tiene su historia, la historia de su vida y, en este caso, 30 mujeres darán cuenta de su situación, de cómo han llegado hasta allí. Hablarán de su entorno, de sus sueños, y cómo pretenden conseguirlos, de lo que les hace felices y de lo que les entristece, de lo que hacen al despertarse o la hora en que se van a dormir, en definitiva, de su día a día.


Marta cocina tortillas para el resto de la familia. Lleva una vida tranquila y alegre al lado de su marido, solo se encarga de las tareas de la casa. A pesar de su larga edad, 78 años, es una mujer activa que camina 10 km casi a diario. En ocasiones recuerda con añoranza los tiempos de trabajo, cuando era capaz de realizar mayores esfuerzos. Se dedicó al campo, sembrando café, segando, cargando leña y pulpa. Todo tuvo que hacerlo llevando a cuestas a los más pequeños de sus ocho hijos durante sus prolongadas jornadas laborales. No sabe leer ni escribir porque no fue a la escuela. Le hubiera gustado ir, incluso un día llegó a escaparse. “Porque escondida salí delante de mi mamá para ir a la escuela. Pero ya cuando yo me iba ¡ay! me dio una buena. Me pegó. Me dijo: Si vos mija no sos hombre, sos mujer. Tu oficio es para lavar trastos, barrer, lavar, ese es tu oficio. Sólo los hombres se van a la escuela, la mujer no, porque una mujer ya va a buscar marido”. A pesar de no haber estudiado, es bilingüe, habla castellano y la lengua maya Mam.

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“Ahora mis hijos, mi esposo y yo estamos muy felices, vivimos muy contentos y nos gusta mucho la casita. Es un sueño cumplido”. Aura vivía en una casa de chapa en la región de Alotenango. Con 31 años, ha conseguido por fin una nueva de ladrillo que le ha construido una ONG. Lleva casada 16 años y ha formado una familia con tres hijos. Para ellos, desea que alcancen la felicidad que ella ha sido capaz de conseguir. Nunca ha trabajado fuera de casa, por lo que desde que se casó se ha dedicado a las labores domésticas con las que su marido y sus hijos no colaboran. En la cocina, elabora las tortillas de maíz desde la molienda del grano en el molino, siguiendo así la tradición guatemalteca. En su tiempo libre disfruta leyendo la Biblia o viendo la televisión cristiana. Ella tiene una visión positiva de si misma: “yo me considero una mujer trabajadora, una mujer que lucha por sacar adelante a su familia, en darles el estudio.”

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Leer y salir a caminar. Estas son las principales aficiones de Heidi, quien ocupa sus ratos libres sumergiéndose en libros de motivación y paseando por la capital guatemalteca cuando el sol se esconde entre los árboles. Dos son los hobbies como dos son también las labores que desempeña en su trabajo. Es camarera y recepcionista de un pequeño hotel en el que vive, y al que considera su segundo hogar. Sus estudios en mecanografía le ayudaron a obtener este puesto. Le gusta dedicarse a ello porque le permite estar en contacto con gente muy diversa. Afirma que todas las personas le parecen interesantes, y que aprende mucho de los distintos huéspedes. Disfruta con energía de sus 36 años, y aunque está soltera y no tiene hijos, conecta fácilmente con los niños, por lo que los fines de semana le gusta pasar tiempo con sus sobrinos.

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Clementina es una mujer de 69 años que trabaja como ama de casa. Cuando era más joven se dedicó a la agricultura, como ella dice, en el campo ha hecho de todo: “he cortado café, he regado abono, he regado cal, he limpiado con machete.” Antes no le gustaba descansar pero después de toda una vida de tanto trajín, necesita estar en casa. Por eso no sale mucho, salvo en casos necesarios. Incluso el servicio a la iglesia evangélica lo realiza rezando desde la orilla de su cama. Aunque nació en la costa, ahora vive en la capital del país con una de sus nietas, Darling, de la que es a la vez abuela y madre. Cerca de su casa viven el resto de sus hijas, con las que tiene mucha cercanía. Gracias a la situación personal que la rodea, tiene una visión optimista de la vida y de su país.

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Una construcción de herencia maya que parece un castillo es la mayor fuente de diversión para Estefanía. Un lugar mágico donde pasa horas y horas jugando todos los días. Va allí cuando termina con sus obligaciones en la escuela, que son aprender a leer, sumar y restar. La protagonista de esta historia nació hace 10 años en Palencia, un pequeño pueblo situado en una zona selvática del país. A Estefanía le gusta crecer allí porque todo está cerca y se puede vivir con mucha tranquilidad. Aunque todavía es una niña, ya ayuda a su mamá con las labores de casa como barrer, plegar la ropa, fregar los platos y el suelo. Cuando han terminado todo, madre e hija disfrutan viendo la tele juntas.

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Ahora, su nieto de seis años es el centro de su vida. Lo cuida todo el tiempo y lo arropa por las noches con cuidado para que no se caiga de la cama. Todos los deseos que tiene Maruca van destinados a él. Le gustaría poder comprarle ropa, zapatos y darle buenos estudios. Su hija, madre soltera, se siente muy agradecida por la ayuda que le ofrece. Tiene tres hijos más y dos todavía viven con ella. Maruca, de 50 años, nunca ha salido a trabajar. En su época, sus padres no se lo permitieron, aunque ellos sí lo hacían. El estilo de vida que lleva es muy parecido al suyo, como si lo hubiera heredado. Mujer de agricultor, como marca la costumbre, se levanta entre las tres o cuatro de la mañana. Durante el resto del día se dedica a las tareas domésticas, que a veces se alargan hasta las nueve o las diez de la noche. Manda confeccionar su propia ropa, aunque añora cuando vestía el corte. De pequeña siempre llevó el traje típico tradicional, pero cuando se casó y comenzó a tener hijos, no se lo pudo permitir.

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Con tan solo 5 años, Daniella ya sueña con expresar su alegría y su vitalidad bailando en los teatros de todo el mundo. Sin embargo, en este momento, su escenario es la escuela, donde está aprendiendo a leer la t y la p. Para ello se levanta a diario a las cinco de la mañana y toma el autobús que le lleva hasta el colegio. Cuando vuelve a su hogar lo que más le gusta es jugar con su hermano en el patio o en el piso de arriba. La casa en la que vive es un edificio grande, con diez habitaciones, situada en el centro histórico de Guatemala. Tanto espacio nunca está vacío, casi se queda pequeño al ser compartido con una numerosa familia. Vive con sus padres, sus hermanos, sus tíos y su abuela. El color púrpura, como el nombre de la película, es su preferido.

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Tan sólo tiene 19 años. Diecinueve veranos rebosantes de experiencias, amontonadas unas encima de otras. Su hija pequeña ya tiene tres y medio. Está casada, pero vive independizada. Se separó de su esposo hace unos meses. Era alcohólico y no colaboraba con el dinero. Una noche, llegó borracho y, se llevó todo, la cama, el armario y la estufa para cocinar, dejando la habitación completamente vacía. Desde entonces no ha vuelto. Miriam duerme ahora con su madre, hasta que pueda encontrar la manera de amueblar otra vez su recién construida casa. Miriam no se imaginaba su vida así, se la imaginaba de otra manera, mejor. Pero no por ello deja de ser una persona optimista, sabe apreciar los pequeños momentos. Disfruta con la cocina, le gusta comprar ingredientes e inventar nuevas comidas. También ver la tele o escuchar música. Su momento favorito del día es por la tarde, cuando hace mucho calor y sale a jugar con su hija y sobrinos.

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Con 50 años, Candelaria lleva mucha vida a sus espaldas. Cuando nació, su madre la regaló a unos vecinos que la criaron y le enseñaron gran parte de lo que sabe. Durante décadas ha luchado sola por seguir adelante y sus esfuerzos le han permitido recorrer gran parte de su país, trabajando como cocinera. Se levanta todos los días a las tres de la mañana para preparar tamales, tortillas y otros productos típicos que vende desde las seis. Esta actividad le permite sacar adelante a sus cinco hijos, ya que su esposo la abandonó años atrás. Pertenece al Comité de Mujeres de la municipalidad de Santa Cruz, su pueblo, que ayuda a quienes tienen problemas. Toda la historia de su vida, plagada de lucha y esfuerzo, puede narrarla en castellano y en sus dos lenguas indígenas.

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Miami podría ser el actual entorno de Delty si hubiera dicho sí una reciente oferta de empleo. Su jefa le ofreció un traslado esta ciudad costera que estuvo a punto de aceptar. Finalmente decidió quedarse en Guatemala al cuidado de su familia. Trabaja como empleada doméstica a media jornada, oficio que conoce muy bien porque lleva toda su vida dedicándose a ello. Le gusta lo que hace, sin embargo siempre ha soñado con ser secretaria. A sus 36 años de edad, tiene dos grandes aficiones: la cocina y sus tres hijos. Su tiempo libre está lleno de papeles con nuevas recetas, fogones y ollas, y al mismo tiempo risas, actividades escolares y juegos improvisados. Toda su vida se desenvuelve en una bonita casa en la que vive desde que se casó. Está situada en una pequeña colonia de Ciudad de Guatemala que cuenta con varios negocios, tiendas y una Iglesia a la que acude con su marido e hijos a diario.

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Hace unos años que esta mujer de 42 vio cumplir su sueño, tener una empresa consultora con un enfoque social. Asesora a varias organizaciones en sus problemas de desarrollo, centrándose especialmente en la lucha a favor de la mujer. Desearía comprar una casa en el campo y convertirla en un albergue para personas con dificultades por su embarazo. Siempre quiso estudiar antropología social, pero en su época, Guatemala estaba en una situación de conflicto y, estudiar las carreras sociales era muy arriesgado. La respuesta de sus padres fue un no rotundo. Pero Rosi no se rindió, por las mañanas estudiaba la carrera de técnico en comunicación, mientras que por las tardes, a escondidas de su mamá, se dedicaba a la antropología. Logró llegar hasta tercer curso. Todos estos esfuerzos le llevaron a tener su actual empleo, la fuente de su felicidad. “Yo digo que mi trabajo es mi vida, mi pasión, es todo. Yo podría no tener hijos, no tener marido, pero no podría no hacer lo que hago”. Es autónoma y trabaja desde casa. Compagina el trabajo doméstico con el de oficina. Cuida de sus cuatro hijos y su madre, que está enferma. “Yo diría que la mujer guatemalteca es una mujer luchadora, comprometida con su familia, sobre todo con sus hijos. También es cierto que es un sector muy vulnerable porque también el país es muy machista. Pero dentro de toda esa vulnerabilidad creo que las mujeres somos muy fuertes y sabemos salir adelante”.

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En la vida de Ederlinda no hubo lugar para la adolescencia y la juventud porque a los 12 años comenzó a trabajar junto a su mamá. No tuvo oportunidad de estudiar ya que estuvo cuidando de sus seis hermanos, que se criaron en ausencia de su difunto padre. Los demás acontecimientos vinieron seguidos, se casó 3 años después, y tuvo su primer hijo a los 16. Ahora con 32 años ya no trabaja fuera de su hogar, su principal oficio es criar a sus seis hijos a los que se dirige en una lengua maya. Suele vestir el traje típico guatemalteco, algo de lo que se siente muy orgullosa como ella argumenta: “por la tradición, porque así nos enseñó mi mamá y así tenemos que seguir.” Le preocupa mucho la violencia y la inseguridad que hay a veces en el país, por eso se mantiene en casa casi todo el tiempo, excepto cuando va a visitar a una de sus vecinas que es su mejor amiga. Le gusta la música de las alabanzas cristianas.

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“Ay, no sé. ¿Cómo pienso que soy yo? Yo soy amable con las personas, hay que quererlas, no hay que hacerlas de menos. Hay que amarlas, así como yo si me golpeo y digo: Ay me duele, a la persona también le duele.” Estas son las palabras de una mujer de 74 años que, a pesar de estar recorriendo un camino con mayor soledad, alejada de su difunto marido y parte de su familia, define, cómo el amor es la esencia de su vida. Con puñados de experiencias a sus espaldas, ahora Florencia se dedica a los suyos. Después de muchos años como cocinera y asistenta, ya pocas veces sale a trabajar. Vive en casa de un hijo, que está enfermo, al que cuida en todo momento. Por las tardes, sus nietos son su principal ocupación. Con ellos se entretiene mientras su mamá está fuera de casa. El resto de sus cinco hijos viven lejos. Sueña con tenerlos más cerca, porque están repartidos en distintos puntos del país. La vestimenta típica representa para ella la identidad del pueblo indígena, un pueblo que conoció a través del idioma Poqomchi.

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Entre las callejuelas de ladrillo y chapa en una pequeña colonia de Ciudad de Guatemala se descubre la sonrisa de Marialis, una niña de 5 años que vive una infancia llena de vitalidad, energía y, por supuesto, positivismo. Con tan corta edad, ya ayuda a su madre con las tareas de casa limpiando, guardando los zapatos y fregando el suelo. El patio del recreo es su lugar favorito, donde puede hacer lo que más le gusta: jugar al pillapilla con los demás niños de la escuela. Está muy contenta de aprender en el colegio y lo hace con ilusión porque de mayor quiere ser doctora. Aunque todavía no sabe leer muy bien, le encantan los cuentos, que disfruta narrando a sus muñecas al mismo tiempo que se inventa nuevas historias. Todas las noches, antes de irse a dormir, las arropa en su casita de madera.

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Las sonrisas que se apoderan de la fotografía pertenecen a Eva y el pequeño Daniel. Ambos están muy felices por poder contar con su recién estrenada casa. Tan solo hace unos meses que disfrutan de ella y sin embargo la vida de esta mujer de 38 años ha dado un gran giro desde entonces. Eva vivía con su marido y sus cinco hijos en una pequeña cabaña de caña y tierra. Tras 18 años casada y apoyada por su hermano, un día cualquiera, se decidió y dio el paso de denunciar a su esposo que llevaba tiempo maltratándola. Se define como una mujer creativa y con gusto. Una de sus pasiones es la decoración. Sólo han pasado unos meses desde que vive en este hogar de color amarillo, pero ya ha cambiado la organización y apariencia del interior varias veces. Actualmente su vida es nueva y cálida como el color de su casa, en la que se entremezclan los momentos con sus hijos y su trabajo de lavandera.

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Jaqui compagina sus estudios de Diseño Gráfico con su trabajo de diseñadora en una empresa de publicidad. Es la forma que tiene de pagarse la universidad. Apenas le quedan 4 ó 5 horas para dormir cada día, eso hace que los ratos de descanso sean sus momentos favoritos. Su pasión es la fotografía y a ello le gustaría dedicarse en un futuro. Comparte una gran casa con sus abuelos, madre y hermana. También viven con ellos las dos asistentas de la familia. Los fines de semana se relaja descansando en su urbanización, que cuenta con gimnasio, piscina y sala de juegos. En su imagen de 22 años, llama la atención el contraste de la apariencia de estilo punk teñida de tatuajes, con la práctica a diario de la religión cristiana evangélica. Cree que en Guatemala se está olvidando el espíritu familiar, lo que conduce a que cada miembro tome un camino diferente. Le gustaría recuperar algo del conservadurismo que se ha perdido.

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La venta abre los fines de semana. Se pueden encontrar pasteles y tartas para bodas, cumpleaños y fiestas, así como tamales y atoles. Marta lo prepara todo con mucho cariño y dedicación. Aprendió a cocinar sola, aunque más adelante pudo estudiar repostería y corte y confección. Esta etapa de aprendizaje la tuvo que compaginar con su trabajo de empleada doméstica, que inició con 11 años. Entre semana, esta mujer de 42 años se dedica a su casa. La comparte con su marido y sus cuatro hijos, que tuvo antes de casarse. A las cinco de la mañana todo el mundo está en marcha, Marta prepara el desayuno y los hombres se van a trabajar. Hija de padres indígenas, desearía haber aprendido la lengua maya o vestir el corte, el traje típico. Sin embargo, tanto ella como sus hermanos no fueron educados del modo tradicional.

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La comunicación es fundamental en la familia de Zelaida. Todos los días, cuando sus hijos vuelven del colegio, hablan de cómo ha ido el día, qué han aprendido y hasta de cómo iba vestida la maestra. Se consideran una familia muy unida y agradecida por poder estar juntos. Un día a la semana, va a cocinar al colegio. La escuela tiene un huerto que los padres siembran y recolectan, para así ayudar en la alimentación de los niños. Las madres, por otro lado, se encargan de elaborar la comida. Zelaida nació en el campo y no pudo estudiar porque tuvo que ayudar a sus papás. Ahora vive en la capital y es empleada de hogar. Le hubiera gustado ser enfermera o tener un negocio propio. Sin embargo se considera una mamá feliz, que junto a su pareja lucha por conseguir un buen futuro para sus hijos. Quieren que tengan estudios, porque la formación es lo único que pueden dejarles. Se siente muy orgullosa de su hija mayor, que toca en una banda de música.

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“Me levanto, le pido a Dios y le doy gracias por un nuevo día. Me visto y me voy a trabajar. Me dedico todo el día a trabajar”. Así comienzan las mañanas de Kristy, una joven de 21 años que ayuda a una señora en la cocina, tarea a la que se dedica con gusto. Le encanta preparar platos y en su casa siempre se encarga de los fogones. Comenzó a ganarse la vida a los 14 años, después de haber terminado sus estudios en el colegio. Le gustaría poder continuar algún día y llegar hasta la universidad. Su sueño es irse a trabajar fuera de Guatemala a un país que le ofrezca nuevas oportunidades. Actualmente vive independizada, alejada de su familia. No es común que las mujeres se independicen estando solteras, sin embargo, con esfuerzo, Kristy ha conseguido ser feliz y mantener a flote su pequeña casita, dejando atrás los problemas familiares que la asolaban en su pasado.

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Marta soñaba con ser maestra cuando era pequeña. Lamentablemente no estudió, se crió en una familia muy numerosa de ocho hermanos y sus papás no pudieron costearlo. Ahora es ama de casa y centra toda su atención en cuidar a sus tres hijos. Con 31 años se siente contenta por la vida que ha tenido, muy diferente a la de sus padres. Ella piensa que ahora hay mucha más oportunidades que antes. Su hija mayor, de 6 años, ya va a la escuela. Algo que cambiaría es ofrecer empleo a todos aquellos jóvenes que están en la calle, sin trabajo y sin familia, y que se ven obligados a seguir otros caminos peores. Todos los días se levanta para desayunar junto a su marido. Él trabaja por las noches y vuelve a casa a primera hora de la mañana para poder dormir. Es repartidor de periódicos en la capital. Son muchas horas fuera de casa y a Marta le gustaría poder verlo más a menudo. Acude puntualmente a la Iglesia a diario, por las tardes, después de visitar a su mamá.

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“La vida trae una misión, cada uno de nosotros, los hijos de Dios traemos una misión aquí a la tierra. Y esta misión la tenemos que cumplir sea como sea”. Son las palabras de Ulda, una mujer muy espiritual que todavía está en busca de la suya. La naturaleza es su pasión, dedicaría horas a mirar las nubes viajeras, como ella las llama, e interpretar sus formas. También las constelaciones del cielo. Con 84 años está llena de vitalidad, todos los domingos se va caminando hasta el cerrito del Carmen. Estuvo casada durante diez años, tiempo que recuerda con una sonrisa. Fruto de ese matrimonio nacieron sus tres hijos y su pasión por la metafísica. Se dedica a la lectura, tiene sus libros y su diccionario esotérico, que explica todos los personajes. Hace sus lecturas en el baño, su santuario espiritual. Tiene una rutina muy particular, cada día se levanta a una hora diferente, y se pone a meditar. Fue maestra de educación primaria, pero “los colegios y las universidades no me gustan, porque busco la libertad”. A veces piensa en marcharse y dejarlo todo, en aras de una vida sencilla, sin demasiados lujos, pero libre.

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La juventud de Faustina fue similar a la vida que llevaron sus padres. El trabajo en el campo, en la recolección de café, es una de las cosas que heredó de ellos. Su marido e hijos continúan la historia y se dedican también a la agricultura, mientras ella todavía colabora cuando hay corte de café. El resto del tiempo, se mantiene en casa con sus hijas, realizando las labores domésticas. Su actividad se inicia a las cinco de la mañana, momento en que toda la familia se pone en pie para desayunar juntos y salir a trabajar. Aunque nació en la costa hace 49 años, Faustina es feliz de poder vivir en una zona rural llena de cafetales. Allí puede disfrutar de uno de sus momentos favoritos, relajarse viendo caer la lluvia. Como mujer se pregunta acerca de la discriminación que hay en su país “porque ahorita se cree que el hombre vale más que la mujer y no es así. Lo mismo valemos, porque todo lo que hace un hombre lo puede hacer una mujer.”

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Anhela que sus tres hijas de mayores sean secretarias. Marta Lidia sólo pudo estudiar hasta tercero porque se casó y se fue a vivir con su marido, a quien sigue unida. Para sus hijas, sin embargo, no desea un matrimonio tan temprano, prefiere que se centren en aprender. Con 46 años, está cumpliendo otro sueño, está a punto de recibir una casa nueva. Afirma que en la que ahora vive con su familia no es fácil aguantar el frío o la lluvia. Piensa que esta nueva construcción cambiará sus vidas de forma radical. Ha elegido el color naranja para las paredes, su color favorito, que a partir de ahora los envolverán día tras día. Marta Lidia no trabaja fuera, se dedica a los oficios del hogar pero los fines de semana organiza en la puerta de su casa un pequeño negocio de venta de comida, aperitivos y tortillas, que le permite traer ingresos adicionales a la familia. Le gustan mucho los paisajes de Guatemala, los campos, las siembras y la agricultura.

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Una madre indígena y un padre ladino fueron el entorno familiar de esta mujer mestiza que ahora ya ha dejado atrás su juventud y ha formado su propia familia. Estela, de 45 años, es al mismo tiempo la madre y el padre de sus cinco hijos, porque enviudó dos veces. Todas las mañanas sale a trabajar, mientras su madre, con quien tiene una relación muy cercana y llena de confianza, le ayuda en el cuidado y educación de los hijos. La mayor preocupación de Estela es la vida de ellos, una vida que predice será parecida a la suya si no se lucha por acabar con las diferencias sociales en Guatemala. En sus propias palabras: “acabar con las injusticias es lo primero porque la pobreza no se termina mientras no haya justicia. No nos valoran, nos discriminan, esa es la causa. Nosotros, los pobres, no podemos superarnos si sigue habiendo corrupción”. Su sueño es tener un terreno para construir una casa propia.

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Ha estado medio año trabajando en Orlando, vive en Guatemala y desea marcharse a Estados Unidos de nuevo, lugar más afin para ella. Una gran casa en una zona residencial del centro de Guate la cobijan ahora, donde vive con su madre, tío y abuela. En ocasiones cuentan con tres empleadas que desempeñan distintas tareas. Mariví, con 22 años, se define como una chica emprendedora, siempre en movimiento, una mujer bastante liberal frente al conservadurismo de Guatemala. Su sueño es tener un spa ecológico o una tienda de dulces, por lo que le gustaría recibir clases de repostería. Tras licenciarse en la universidad y competir como animadora, actualmente divide su tiempo entre la recepción del hotel en el que trabaja y las clases de alemán que recibe. Le preocupa el futuro de su país “realmente creo que vivir en Guatemala no es tan fácil porque está todo como dividido entre ricos y pobres… la gente sin recursos tiene muchas dificultades para sobrevivir en el país. No tienen acceso a la educación, tampoco hay formas de generar oportunidades y que Guatemala se supere en su totalidad.”

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En la vida de María, los términos maíz y frijol se intercalan una y otra vez. Son 33 los años que lleva trabajando en la agricultura, oficio en el que comenzó a los 12. Después, con su marido, se han dedicado siempre a ello juntos. Les encanta a pesar de ser un oficio duro en el que hay que aguantar la lluvia y el sol, la sed y el hambre. Duro porque hay mucha explotación hacia los trabajadores. Y duro, además, porque no se puede controlar, depende directamente de la climatología. Este año las cosechas se han visto afectadas por la escasez de lluvias. Esta actividad, heredada de sus padres, le ocupa desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, cuando marcha con su familia a la casa que tienen arrendada y comienza a realizar su segundo trabajo, el doméstico. Para sus cuatro hijos desea una vida con estudios y oficio, y para su futuro, poder conseguir un hogar propio. María se define como una persona abierta, confiada y habladora, siempre gustosa de conocer gente nueva y conversar con ellos.

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El olor del requesón que Lidia está cocinando casi atraviesa las fronteras del papel. Es sábado y se dedica a descansar. Hoy es el día en el que organiza toda la casa, le gusta mantenerla muy limpia, cuidada y ordenada. Tiene un sueño laboral, ser conserje para el gobierno. En su lucha para lograrlo ha tenido que realizar duros esfuerzos. Ejemplo de ello es el tiempo en que se dedicó al envasado de espárragos en una fábrica, a la que acudía por las noches. Y en la actualidad trabaja cuando la llaman para lavar o planchar. Con cuatro hijos, y 50 años vividos, Lidia es soltera y le gusta disfrutar de sus amistades. Persona muy detallista, aspira a llenar de flores una casa propia de la que todavía no disfruta. Su hermana le prestó su terreno actual, donde vive rodeada del resto de su familia.

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27 años, dos hijos y otro en camino. Estos son los números que conforman la vida de Magalí, donde la familia que inicialmente formaron ella y su esposo se amplía cada vez más. A pesar de estar muy feliz al ver cómo crece su panza, esta mujer llena de actividad recuerda con añoranza los momentos en los que jugaba a fútbol, baloncesto y competía en carreras. Ahora su pasión por el deporte se limita al papel de espectadora y a la memoria de sus logros en atletismo. El embarazo también le impide trabajar. Le ha gustado cuidar niños, la limpieza, hacer lo de la casa y cocinar, pero en estos momentos sus actividades se limitan a descansar y ayudar a su mamá con la comida. Ambas la preparan a diario para sus hermanos, cuñadas, sobrinos… que son al mismo tiempo sus vecinos, con los que lleva una vida en común. A pesar de vivir en un pueblo pequeño y tranquilo, a Magalí le preocupa la inseguridad y la violencia. “Nosotros los padres somos los que tenemos que influir a nuestros hijos para que en el futuro ellos sean buenos para que tal vez la violencia se vaya acabando.”

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Sheidi tiene 6 años. Todas las mañanas se levanta temprano para ir a la escuela donde está aprendiendo a leer. Todavía no sabe sumar o restar, pero ya se ha terminado su primer librito. Come siempre en el colegio, por la tarde regresa a casa y hace los deberes. Los deberes es lo que más le gusta del colegio. Su casa es una habitación grande, donde está todo lo necesario para vivir, la cama, los armarios, la televisión y el rincón para cocinar. Duermen todos juntos. Vive con sus papás y sus dos hermanos pequeños, Carlos Moisés y Jefferson José. Todavía es pequeña para ayudar a su mamá, pero ya sabe tortear. Aprendió a hacerlo sola, viendo a su abuela día tras día.

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El sol sale a las cinco de la mañana para Elvira, hora a la que se despierta a diario. Cuando sus dos hijas van a la escuela, se levanta todavía antes. Los gallos, junto con el resto de animales que corretean por el jardín, son su despertador día tras día desde hace 12 años, fecha en la que contrajo matrimonio. Actualmente, con 28 años en su mochila, continúa trabajando como asistenta doméstica, al igual que lo hizo su madre. Su sueño más cercano es poder arreglar su casa, que está un poco deteriorada, para poder vivir más tranquilos y evitar las goteras en épocas de lluvia. Elvira ha llevado una vida de esfuerzo y lucha siempre impregnada de optimismo porque, como ella afirma, todos los días son el día más feliz de su vida.

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