El dia de la Candelaria

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La fiesta de la Candelaria: “Un relato de finales del siglo XIX: la visión de Teodoro Picado Michalsky. “Solo el día de la Candelaria, patrona del pueblo, las fuerzas reprimidas tenían su salida. Ese día había una gran procesión. Ya la víspera había habido un solemne rosario con bombetas y con música… y la iglesia en medio de las tinieblas del lugar, iluminada con unas cuantas docenas de candelas, le parecía a los vecinos un alcázar maravilloso. Esa procesión era inolvidable; la música, los cohetes, el humo de la pólvora combinado con el humo litúrgico de incienso, el traje talar del señor cura, el tañer enloquecido de las campanas cuando la Santa Virgen, sus casas, que quedaban simbólicamente cerradas con frágiles trancas o con simples tiras retorcidas de burío, que hacían las veces de cuerda y ataban la hoja de la puerta a la argolla de la pared. Nadie quería perder el sublime espectáculo. Las mujeres con sus trajes almidonados con sus gargantillas de terciopelo y sus escasas joyas; don Rosa Avendaño y dos o tres personajes más, de levita y sombrero de pelo, pero lo más de los varones de algún aviso con sus chaquetas hiladilladas o se solapa de felpa, y otras de barbas, que eran de … Guatemala, en la cintura sus bandas moradas, tocadas con alones chambergos de vicuña o de pita, y el pueblo en camisa, desclaso, así como los chicos, sin distinción de clases, pero con los pies rosados de tanto jabón y de tanto frotarse con un tieso, … todos iban a disfrutar de aquel día espléndido, porque Dios, además contribuía al buen éxito general de la fiesta, y ese día era de sol, de suave y agradable brisa..” “…En la noche unos fuegos de artificio, lo más simple del mundo: unos cohetes luminosos, unos moletines y, al final, el toro guaco que, como reminiscencia del dragón mitológico, echaba fuego por los ojos y por las fauces y era la más fuerte atracción de la fiesta porque perseguía a los espectadores con furia casi extrahumana y los dos muchachos del pueblo que eran su deus ex machina, con los tragos ingeridos para darse ánimo, con el calor que entre es esqueleto de varillas del monstruo se desarrollaba, con el ánimo que les daban los gritos despavoridos de los espectadores, llegaban a creerse un solo toro feroz, osado, intrépido que había de dejar en la memoria de todos los presentes la más persistente impresión de pánico”. Tomado de Don José Albertazzi y la democracia costarricense. San José: UACA, 1987


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