JUNIO 2009
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Nº 33
RO URO
REVISTA MARXISTA ELECTRÓNICA DEL PARTIDO OBRERO REVOLUCIONARIO
Fundador: Arturo van den Eynde (Aníbal Ramos) por@netpor.org www.netpor.org
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LAS ESTRECHECES DE VIVIR EN LA IZQUIERDA CARLOS GIRBAU p. 2-10
UN ANÁLISIS HISTÓRICO-ECONÓMICO CLÁSICO DE LA ACTUAL CRISIS ROBERT BRENNER p. 11-23
El despido sin causa del trabajador en situación de incapacidad temporal ALBERT TOLEDO OMS p. 24-29
Club Sportiu Júpiter. El equipo de los obreros que hicieron la revolución ANDREA SCERESINI Las fotografías de este número son de Dorothea Lange (1895-1965).
p. 30-32
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LAS ESTRECHECES DE VIVIR EN LA IZQUIERDA Carlos Girbau Las recientes elecciones europeas han dado la victoria a la derecha, tanto en Europa como en el Estado español. La izquierda socio-liberal (la socialdemocracia) ha sido una de las grandes derrotadas. Pero no le ha ido mucho mejor a la izquierda alternativa, transformadora o revolucionaria. De nuevo surge la pregunta ¿qué hacer? ante una situación de crisis económica capitalista y ante la dificultad de reorganizar el espacio político a la izquierda de los socialistas. Publicamos una aportación a ese debate.
A veces los obreros triunfan; pero su triunfo es efímero. El verdadero resultado de las luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de
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los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera. La condición de existencia del capital, es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponerse es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia de lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables. Manifiesto del Partido Comunista 1848
En España vivir políticamente a la izquierda del PSOE es una tarea llena de trabas. La corriente bipartidista que nos invade achica inexorablemente los espacios que orillan ese gran río central ocupado por PP y PSOE . Las elecciones del 7 de junio al Parlamento Europeo confirman, una vez más, esa tendencia. Ese mar de fondo bipartidista tiene su primera razón de ser en profundas bases objetivas. Obviamente, quienes viven en esa estrecha franja a la izquierda no se resignan a su suerte y procuran constantemente ampliarla, reinventarse. Buena prueba de esos intentos, más allá de las dificultades reales que encuentran para su desarrollo, de sus diferencias y de su peso específico en afiliados y votos, son, por ejemplo, la propuesta de refundación que IU surgida de su última asamblea, el nacimiento de Izquierda Anticapitalista y las 17 mil firmas recogidas para lograrlo, o la nueva perspectiva en la que trabaja la izquierda internacionalista. A pesar de todos esos intentos, la división parece perpetuarse ajena a ellos. ¿Estaremos condenados como Sísifo?
DEL 86 AL 2004, OTAN VERSUS GUERRA Antes de llegar a los proyectos antes citados, deberemos forzosamente echar una mirada al pasado, a años en los que se produjeron los cambios que nos han traído
con ellos la irresuelta división, más mal que bien, hasta hoy. En 1986 se celebró el referéndum sobre la entrada de España en la OTAN. El resultado fue la victoria del Sí. La derrota del No significó una importante modificación en la vida del estrecho espacio que nos ocupa. De un lado, sentenció la suerte de los grupos de extrema izquierda que habían crecido sobre la espuma de la potente ola de movilización social y política que acompañó el fin de la dictadura y los primeros pasos del actual régimen constitucional. El resultado del referéndum significó el fin tanto de esa espuma como de sus moradores. La posibilidad de provocar el descarrilamiento del plan de la transición expiró junto al sí a la OTAN. La vía parlamentaria, burguesa, lenta, pacífica y disolvente de la opción revolucionaria en la ciudadana había ganado por mucho tiempo. No es sólo que varios de tales grupos revolucionarios no siguieran existiendo, sino que su lugar quedó relegado cada vez más a la simple propaganda. A pesar de ello, aún hubo intentos de resistir. El más amplio, aunque no exento de muchas limitaciones, fue la fallida unificación del MCE con la LCR1. 1. Para más información: http://uruguay.indymedia.org/news/2003/ 06/15446.php.
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Por otra parte, el referéndum fue el fin del PCE tal y como la transición lo había puesto en escena. Nacía entonces Izquierda Unida, una izquierda nucleada alrededor del PCE, pero que ya no era sólo PCE2. La movilización contra el ingreso en la OTAN representó un medio para construir tejido social y para movilizar al que luchó contra el franquismo. La parte más conciente de lo que se forjó en la lucha contra la dictadura vio en el esfuerzo del 86 una oportunidad y la aprovechó. Se crearon comités anti-OTAN en cada rincón; nada quedó al margen de esa pelea, incluso el PSOE felipista llegó a dividirse. El triunfo del Sí a la OTAN no terminó con la deriva neoliberal y pro imperialista del gobierno de González, sino que la profundizó. Hubo importantes movilizaciones, incluidas varias huelgas generales, que permitieron llenar de aire (diputados) las velas de la recién nacida Izquierda Unida, pero que a la vez llevaron el propio germen de su división. Cegada la posibilidad de una vía revolucionaria, la presión a favor del parlamentarismo y las reformas como el único método de medir los avances ganó incluso entre los defensores del No a la OTAN. Fueron tales sectores, con IU como máximo exponente, quienes capitalizaron el ciclo de movilización que acompañó al felipismo.
2. Participaron en la fundación de IU: PCE (Partido Comunista de España), PASOC (Partido de Acción Socialista), IR (Izquierda Republicana), FP (Federación Progresista), PH (Partido Humanista), PCPE (Partido Comunista de los pueblos de España). Otros grupos como el PST o Unificación Comunista desistieron de formar parte de la misma. El POR intentó participar en varias asambleas de base, sobre todo el Madrid, encontrándose con innumerables obstáculos y vetos que, en aquel momento, le llevaron a desistir de formar parte de ese proyecto. Más información en: http://www.izquierda-unida.es/federal
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Tres lustros después el escenario fue distinto. El bienio 2002-2004, marcado por un continuado proceso de movilizaciones, comparable sólo al del final de la dictadura y determinante para desalojar al PP de la Moncloa, no llegó a insuflar fuerza militante a prácticamente ningún espacio. Era como, si de repente, la montaña hubiera parido un ratón. Hubo mucha movilización y muy masiva, pero su cristalización fue casi exclusivamente electoral. De ahí también la dificultad para llegar a transformar la derrota electoral del PP en una derrota inapelable para la derecha en su conjunto. En resumen, se logró desalojar del poder al PP a través del PSOE de Zapatero, pero no se consiguió reforzar ningún espacio a la izquierda más allá de ese hecho. Se revelaron así varios problemas: la falta de nuevo tejido social, el agotamiento del tejido “siempre”, así como el de las fuerzas crecidas al calor del esfuerzo por responder por la izquierda al felipismo y el manteniendo, en un marco de general caída, de la división de las fuerzas más pegadas a la idea de la revolución. En definitiva, reinventarse empezó a ser de nuevo la urgencia. Pero ¿cómo hacerlo y con quién cuando el tejido social se encoge y la división permanece? Tales cuestiones, determinantes e irresueltas hoy, se hallan en el fondo de la tela de araña bipartidista de la que hablábamos al principio.
NUEVO Y VIEJO La globalización y su política, el neoliberalismo, han representado una recuperación de la iniciativa por parte de la burguesía de la mano de un crecimiento económico asociado a una recuperación clara de la tasa de beneficio del capital. Lo primero que debemos señalar es que hoy ese modelo está en crisis. Tal hecho, que objetivamente debilita el dominio burgués, no puede llevarnos
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a la conclusión de que los años pasados no hayan dejado sus réditos en las conciencias o la organización de la clase. Es más, van a marcar y, de hecho marcan ya, los diversos intentos de respuesta a esta situación y los diferentes esfuerzos de la izquierda transformadora y revolucionaria por reinventarse. En estos momentos, “lo viejo” aún tiene mucho peso en la situación, mientras “lo nuevo” a penas deja verse. El parlamentarismo combinado con la movilización por ciertas reformas sigue siendo el eje de la política. Para ser más precisos: la correlación parlamentaria ocupa aún el primer puesto, mientras las movilizaciones, que apenas se inician, se centran más en no perder (empleo, sobre todo) y en pedir más dinero al Estado (planes especiales para salvar empresas y bancos, prolongación de subsidios) que en propuestas claras contra los causantes de la crisis: los grandes capitalistas. Así, medidas como subidas de impuestos a los ricos, mayor control del Estado, recuperación de lo público o el combate contra la economía sumergida no van todavía mucho más allá de los escritos y discursos. En segundo lugar, estos años de globalización han tenido un valor disolvente en las conciencias y en las organizaciones. Los instrumentos para la defensa de los trabajadores y oprimidos (partidos, sindicatos, asociaciones) han demostrado una capacidad bastante limitada para hacerle frente a la avalancha neocon. Para empezar, los socialistas no han dudado en defender criterios socialiberales que, lejos de frenar el ataque globalizador, se han limitado a adaptarlo. Por su parte, los sindicatos, a la par que han ido ganando espacios en la vida oficial, han visto como buena parte de los elementos que los hacían fuertes perdían peso. La política de pactos y regulaciones, sometida a la lógica del Estado menguante que nos ha traído el neoliberalismo y sus privatizaciones, ha perdido eficacia, de la misma manera que han
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perdido poder los gobiernos y lo han ganado las grandes empresas. En otras palabras: la separación creciente entre gobierno y poder ha ido vaciando tales caminos de resultados positivos. Un tercer elemento es que la fuerza de trabajo ha crecido en este período a gran velocidad, tanto que ha sido incluso necesaria la llegada de un número importante de inmigrantes. No fue suficiente, ni siquiera, el aumento habido en la tasa de ocupación femenina. El número de trabajadores hoy es superior al de hace 20 años, pero su fragmentación, su diferenciación en contratos y derechos, también lo es. En cuarto lugar, múltiples problemas se han agolpado en este tiempo y lo han hecho bajo el prisma de la descentralización propiciada por las autonomías. Así, los problemas de siempre (sanidad, educación, empleo, vivienda...) ya no se viven igual que hace 20 años. Además, los cambios poblacionales y los efectos del modelo de desarrollo han ido grabando la piel de toro con nuevas cuestiones como las ambientales, el agua, los cultivos, la nueva población y otras culturas y religiones. Ciertamente, tales problemas han generado a su vez un cierto tejido social nuevo que, a pesar de su combatividad, por lo general no supera el carácter de reducidos núcleos y casi siempre de naturaleza local o regional. Un quinto aspecto tiene que ver en lo ideológico. La presión globalizadora ha extendido la idea de que no hay más allá; de que el capitalismo es un horizonte no superable. Todo ello ha ido acompañado de un amplio descrédito del marxismo y de las teorías revolucionarias en general y, por tanto, de un cierto aislamiento de quienes se reclaman de ello. Sexto, ante las dificultades de avanzar alternativas a la globalización y sus efectos, ante el desprestigio de la política, ante la falta d entro de la izquierda transformadora y revolucionaria han buscado salidas
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más ideológicas que prácticas que, partiendo de una realidad concreta cada vez más deslavazada, les impide resolver la división que en estos años de falta de resultados se ha ido generando.
SÍSIFO ATACA La Mitología griega señala como en el infierno Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio. La historia que nos ocupa nos recuerda el mito. Hemos caminado 20 años atrás en este artículo para señalar, de un lado, lo impregnadas de pasado y de viejos métodos que aún están las propuestas de reinvención de la izquierda transformadora y revolucionaria y, del otro, la falta de savia nueva en la que viven. Sabedores de que esta crisis económica capitalista va a traer más y buenas movilizaciones, los actuales intentos de la izquierda por ampliar su lugar representan, en realidad, intentos que anuncian cambios. Si bien, no por ello dejan todavía de estar dominados por falsos espejos, más exactamente, por caminos que, bajo su forma actual, difícilmente darán mucho más de sí. 3 Con todos los respetos, empezando por el que nos merecemos nosotros mismos, que estamos metidos de hoz y coz en la lucha por la refundación de IU, lo que verdaderamente está en juego es la “refundición” del conjunto del espacio, más que la refundación de uno de sus polos. Ciertamente, la forma del debate parte de la exis3. Los resultados de las elecciones europeas 2009, abundan en lo indicado: IU mantiene sus dos diputados, si bien sigue en una lenta pérdida de voto. Por su parte, Izquierda Anticapitalista logra el 0,16%. Por último, Izquierda Internacionalista no logra, fuera del País Vasco, dejar de ser una fuerza muy marginal.
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tencia de varios polos y de varios proyectos, pero ello no cambia el fondo del problema, sino que condiciona la forma del debate. En este sentido, empujar por esa refundición a partir de IU tiene más ventajas que hacerlo desde cualquier otro marco, dado que en IU se suman varias potencias de fuego, desgastadas y castigadas pero reales y muy necesarias hoy: cargos electos, sindicalistas y relación reconocida con la vanguardia. Al comienzo del artículo señalábamos la existencia de distintos intentos de recomponer este estrecho espacio en el que vivimos aquellos que nos situamos a la izquierda del PSOE. Hacíamos referencia a su diversidad para resaltar, sobre todo, la división y las dificultades de las que se parten y no por considerar que todas esas iniciativas vayan a pesar lo mismo en esa reorganización necesaria. Al contrario, en Izquierda Unida más que en ningún otro sito está la clave, posibilidad y margen de ese estrecho espacio a la izquierda del PSOE. La suerte de IU marcará la de ese espacio por mucho tiempo. El peso político, numérico, institucional y, sobre todo, su naturaleza referencial para los trabajadores más concientes del Estado que se hallan mayoritariamente unidos a los sindicatos hacen de IU el campo en el que se va a jugar la parte del león del partido por la izquierda transformadora. En otras palabras, el futuro de quienes vivimos a la izquierda de la izquierda, estén o no en IU, no pasará al margen de la suerte de los afiliados, votos, concejales o diputados de esta formación. No es una profesión de fe, sino un hecho objetivo que viene precisamente del desarrollo los últimos 20 años, años en los que IU ha agru-
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pado y representado, con matices, al sector determinante de la vanguardia. O sea, el sector politizado y su relación viva y directa con la clase trabajadora. En resumen, si la fundación de IU o el intento de unificación del MCE y la LCR no pasaron al margen, sino que directamente atravesaron el movimiento anti-OTAN, es decir, cabalgaron y nacieron entre lo viejo y lo nuevo de esa lucha de sus tendencias y fuerzas políticas, ahora no será diferente. Aunque esa izquierda se halle hoy en su conjunto más débil, aunque aún la movilización sea escasa, el futuro de ese espacio pasará por lo viejo agrupado y por sus conexiones con lo nuevo. Es decir, pasará, sobre todo, por IU. En su IX asamblea federal Izquierda Unida lanzó su propuesta de refundación. Reconoció así el agotamiento de las bases que la vieron nacer (la OTAN) y postuló por buscar otras nuevas. En la resolución adoptada por su Presidencia Federal se señala que se persigue: “Un movimiento político- social que apuesta por la III república y el socialismo del siglo XXI como marco superador de las deficiencias e incumplimientos del actual modelo constitucional4”. Por su método, la refundación pretende unir lo que existe en los movimientos sociales y darles voz, eso sí, sobre la base de ayudar al cuerpo programático de IU representados por ese socialismo y esa república. Llama la atención que el lanzamiento a la “refundación” no haya detenido la crisis de IU. Poco antes de la propia asamblea, Espacio Alternativo, el vertebrador de la actual Izquierda Anticapitalista, abandonaba esta formación, desvinculándose de esa perspectiva. Meses después, Esker Batua Berdeak, se partía y para concluir, Rosa Aguilar 4. Más información en: http://www.izquierda-unida.es/federal
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entraba en el gobierno andaluz del PSOE. En consecuencia, lo primero que debemos señalar es que no ha sido suficiente con proclamar la necesidad de refundar para frenar la división y la crisis en IU. Lo segundo es el poco “entusiasmo” que ha generado en el castigado tejido social la propuesta. Ambos hechos, demuestran los límites de la iniciativa en su forma actual: discursiva, ideológica e interna. Si hablamos de otras iniciativas como la referida de Izquierda Anticapitalista, observamos que nacen aún más dominadas que IU por criterios ideológicos previos, asumidos sólo por algunos centenares de activistas en el Estado. Independientemente de la voluntad de quienes impulsan ese agrupamiento, su pequeño tamaño y su falta de incidencia no les ayudan a superar el mal común que también se halla en IU: el empeño por reunir en torno a un polo programático previamente definido aquello que ya existe. Hablando en plata: se pone el carro antes que los bueyes. No se trata de rehuir de las ideologías, o de disolverlas, sino de ponerlas en contacto vivo con la lucha tal y como aparece y ayudar así a que ésta gane, probándolas, reforzándolas con las conquistas y el aporte de una nueva generación. Primero se minusvalora la mala situación ideológica en la que estamos tras 30 años de neoliberalismo. Es decir, el descrédito del marxismo, la desconfianza en la propia política y en la posibilidad de un cambio profundo de la sociedad. En segundo lugar la llamada extrema izquierda parece no haber sacado balance alguno de por qué en etapas con mucha más movilización, activismo y conciencia, por ejemplo la lucha contra Franco o la propia lucha contra la OTAN, ese camino visto con la perspectiva de loa años, no dio más resultado que estallidos, reducción a la propaganda e incapacidad práctica para
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crear un polo estatal revolucionario que mereciera tal nombre. Tercero: en el caso de Izquierda Unida tampoco se lleva hasta el final el balance de la etapa anguitista y su “programa, programa, programa”. Esa fue otra variante de reunir bajo un programa previamente definido, el de IU, al poderoso movimiento sindical y de rechazo al PSOE felipista. Dicho intento, acabó en un sonoro fracaso. Ganó Aznar y se demostró que ese “programa” y su método, estricto recuento parlamentario, resultó incapaz de ofrecer expresión política a toda esa izquierda que salía a la calle rechazando la política de González, incluso de mantener la unidad en IU. Cuarto: se trabaja como si existiera un movimiento que nos está esperando con los brazos abiertos y buscando propuestas y polos que lo agrupen, cuando en realidad lo que existe es una profunda división que ninguna de esas iniciativas resuelve.
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La falta de victorias, la desconfianza en las propias fuerzas han debilitado a todos los movimientos, especialmente a los de la izquierda. Los ha ido reduciendo a un espacio de vanguardia. Un espacio que, a su vez, se halla dividido en múltiples lugares y frentes que defienden con uñas y dientes su matiz y soberanía. Unos espacios que no esperan programa alguno que les “salve”, sino que y como mucho, quieren ayudar a construir un programa. Quinto: no se tiene en cuenta la escasa movilización actual, tampoco su carácter mayoritariamente ciudadano, no organizado y escasamente conectado con ese tejido social plural, diverso y bastante ideológico existente hoy. Alguien puede entonces preguntar: ¿Y el programa? La respuesta es de nuevo otra pregunta: ¿podemos avanzar más en la claridad de ese programa y el fortalecimiento de
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marxismo revolucionario sin considerar como un problema central: a) el peso de una división existente en el seno de la izquierda de la izquierda que se alarga durante lustros y b) la falta de conexión del conjunto de la izquierda revolucionaria y transformadora con los trabajadores? Aprendimos que el programa es la compresión común de las tareas y la organización es el medio. A pesar de ello en el marco de la movilización que acompañó el fin de la dictadura y sirvió para que floreciera la política revolucionaria en parte de la juventud y la clase trabajadora, no llegamos los revolucionarios a construir un programa que respondiera a las tareas, ni siquiera la base común de muchos de ellos fue suficiente para transformar ese esfuerzo en una organización estatal, plural y centralizada. Así cada opción, empujada por la movilización, tendía a pensar que sus logros militantes explicaban la fuerza revolucionaria de su matiz ideológico, más que la fuerza ante la tarea del propio movimiento en su conjunto, incluidas sus partes más reformistas. Bastó que se esfumara la posibilidad de transformar el fin de la dictadura en una crisis revolucionaria, para que todos esos grupos revolucionarios y sus matices empezáramos, al igual que el marxismo, a pasarlo mal. 30 años después podemos decir que ese camino no ha sido útil para el avance del marxismo, ni tampoco para el de sus matices más revolucionarios; por el contrario, sí ha demostrado su eficacia a la hora de mantener una división que empobrece a todos y sigue dificultando acercarse al
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núcleo central de los trabajadores y su mentalidad.
REFUNDAR, UNA NECESIDAD Señalamos anteriormente los límites de la propuesta refundadora que IU y del resto de propuestas que empiezan a estar sobre la mesa. Ahora bien, más allá de su forma actual, todas y cada una de ellas intentan responder a un problema objetivo que no es otro que la necesidad real y profunda de refundar, de regenerar la izquierda de la izquierda. Cualquier cambio político que merezca el nombre de tal sólo puede darse con la participación de la clase trabajadora y, dentro de esa clase, sabemos que su corazón representa la parte determinante. Aquellos que bombean la sangre del movimiento obrero constituyen el núcleo principal para cualquier política transformadora. Su evolución es lo que definirá el ritmo real de esa refundación y regeneración de la izquierda de la izquierda. Hoy, ese sector, igual que el conjunto de los trabajadores y la mayoría de sectores progresistas, sienten que el parlamento es la base de la política. La acción reivindicativa, la movilización representa, sobre todo, un medio para mejorar esa realidad legal y parlamentaria, y no al revés. Es decir, la movilización se ve exclusivamente como presión sobre el parlamento. Por tal razón, todo aquel que no tenga un pie mirando a esos parlamentos y a ser posible, metido en ellos, y el otro pie pisando la calle no jugará papel alguno en el corazón de esa refundación, más allá de la formación en la que esté. La base sobre la que sostener el cambio de conciencia necesario para pasar a la ofensiva, para inclinar las cosas, no ya hacia el socialismo, sino simplemente hacia una izquierda con fundamento comienza por agrandar el actual sustrato social sobre el que nos
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movemos de la única manera en que ello es factible: a partir de victorias parciales. Tales victorias permitirán recuperar confianza e ir abriendo la puerta a un programa. Esa es la puerta a la refundación y esas “pequeñas cosas”, la llave necesaria que abre esa puerta. En este sentido, el documento de la Presidencia Federal de IU acierta, a pesar de su fatal y confuso redactado, con el fondo de la cuestión al afirmar que con la refundación se busca: “un marco superador de las actuales deficiencias e incumplimientos constitucionales”. Dicho de otra manera: la refundación dará sus primeros pasos de la mano de un movimiento por reformas, por mejoras y cambios en lo social y en lo político del actual orden constitucional. Ahora bien, el documento hierra en su proclamación a favor del socialismo del siglo XXI y la III república. No por la necesidad, evidente y deseable de ambas cosas, sino porque no es el papel el lugar donde se produce esa fusión, sino la movilización, la calle, el tejido social y éstos se encuentran muy lejos hoy de ambas cosas. Por tanto, proclamarlas no como objetivo, sino como tarea, supone cerrar el saco antes de que la pieza esté dentro. Por supuesto, refundar exige también regenerar ideológicamente a la izquierda y exige definir qué será ese socialismo del siglo en el que estamos. Sin embargo, esta tarea no puede hacerse al margen del actual descrédito del marxismo, de la dificultad por ir más allá del capitalismo, ni del montón de condicionantes que pesan como verdaderas losas en el movimiento y su pequeñez. A pesar del dinamismo que nos aporta el esfuerzo “refundador” del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia, no podemos por ello ignorar otra lección que en estos 30 años hemos visto en Brasil, Argentina o en el propio Estado español y que podemos
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resumir en la siguiente máxima: el contrario no desaparece, no muere. En otras palabras, todo éxito de una parte traerá forzosamente la reorganización del espacio y del resto, pero no logrará resolver el fondo de la división. Ésta revela una y otra vez la necesidad de la comprensión común de las tareas, no la de cada uno, ni siquiera la simple suma de varias, y marca de manera inexorable los límites actuales de todos y cada uno de los esfuerzos. Refundar es construir algo nuevo y para ello hay que permitir probar caminos más allá de la posición ideológica de cada uno. Hay que buscar la confluencia, aceptando una diversidad que obligatoriamente actuará durante un tiempo en paralelo.. Trabajar la refundación en esa senda (refundición/regeneración de todo el espacio) representa el mejor medio para lograr que el marxismo revolucionario tenga el lugar que le corresponde. Desterremos definitivamente a Sísifo y su pesada roca. Carlos Girbau
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UN ANÁLISIS HISTÓRICO-ECONÓMICO CLÁSICO DE LA ACTUAL CRISIS Necesitamos conocer las razones de la actual crisis capitalista, para comprenderla y sobre todo para poder convertir el fracaso del neoliberalismo en una palanca para la transformación de la sociedad. Esta entrevista a Robert Brenner nos ofrece la ocasión para entender y profundizar en ella.
La mayoría de analistas califican la presente crisis como crisis financiera. ¿Está usted de acuerdo con esta denominación? Es comprensible que los analistas de la crisis hayan situado el punto de partida en la banca y el mercado de valores. Pero el problema es que no han ido más allá. Empezando por el propio secretario del Tesoro, Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, han sostenido que la crisis puede explicarse en simples términos de problemas en el sector financiero. Al mismo
tiempo, aseveran que la economía real subyacente es fuerte, que los llamados fundamentos están en forma. La desorientación no podría ser mayor. El principal origen de la crisis actual está en el declive del dinamismo de las economías avanzadas desde 1973 y, especialmente, desde 2000. El crecimiento económico en los EEUU, Europa occidental y Japón se ha deteriorado seriamente en
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cada ciclo en términos de indicadores macroeconómicos muy estándar: PIB, inversión, salarios reales, etc. Aún más, el ciclo económico recién acabado, desde 2001 hasta
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2007, ha sido, con mucho, el más endeble desde el período de posguerra, y ello a pesar del mayor estímulo económico público de la historia de los EEUU en tiempo de paz.
¿Cómo explicaría el debilitamiento a largo plazo de la economía real desde 1973, lo que usted llama la larga caída? Lo que lo explica es sobre todo un declive profundo y duradero de la tasa de rendimiento en inversión de capital desde finales de los sesenta. La incapacidad de recuperar la tasa de beneficio es lo más destacable a la vista de la enorme caída de los salarios reales durante el período. La causa principal, aunque no la única, del declive de la tasa de beneficio ha sido una tendencia persistente a la sobrecapacidad en las industrias manufactureras mundiales. Lo que ha ocurrido es que nuevos poderes industriales fueron ingresando, uno tras otro, al mercado mundial: Alemania y Japón, los nuevos países industrializados del noreste asiático, los tigres del sureste asiático y, finalmente, el Leviatán chino. Esas economías de desarrollo tardío producían los mismos bienes que ya producían las economías más tempranamente desarrolladas, pero más baratos. El resultado ha sido un exceso de oferta en relación con la demanda en una industria tras otra, y eso ha implicado precios y, por
lo mismo, beneficios bajos. Las empresas que han sufrido reducción de beneficios, además, no han abandonado dócilmente sus industrias. Han intentado conservar su lugar recurriendo a la capacidad de innovación, aumentando la inversión en nuevas tecnologías. Huelga decir que eso no ha hecho más que empeorar la sobrecapacidad. A causa de la caída de su tasa de rendimiento, los capitalistas obtenían plusvalías cada vez menores de sus inversiones. De ahí que no tuvieran más opción que aminorar el crecimiento en maquinaria, equipo y empleo; y, al tiempo, a fin de restaurar la rentabilidad, contener las indemnizaciones por desempleo, mientras los gobiernos reducían el gasto social. Pero la consecuencia de todos estos recortes de gasto ha sido un problema de demanda agregada a largo plazo. La persistente endeblez de la demanda agregada ha sido el origen inmediato de la endeblez a largo plazo de la economía.
La crisis, en realidad, ha sido provocada por el estallido de la histórica burbuja inmobiliaria, que se ha estado inflando durante toda la década. ¿Cómo juzga su importancia? La burbuja inmobiliaria debe entenderse en relación con la sucesión de burbujas de precios de activos que ha sufrido la economía desde mediados de los noventa y, especialmente, con el papel de la Reserva Federal estadounidense en alimentar dichas burbujas. Desde el principio de la larga caída, las autoridades económicas públicas han intentado capear el problema de una demanda insuficiente incentivando el aumento del préstamo,
tanto público como privado. De entrada, recurrieron al déficit presupuestario, evitando así recesiones verdaderamente profundas. Pero, con el tiempo, los gobiernos conseguían inducir cada vez menos crecimiento económico de lo que tomaban a préstamo. En efecto, a fin de conjurar el tipo de profundas crisis que han acosado históricamente al sistema capitalista, han tenido que aceptar la tendencia hacia el estancamiento. Durante los primeros
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noventa, los gobiernos en los EEUU y Europa, encabezados por la administración Clinton, intentaron célebremente romper su adicción al endeudamiento, poniendo todos proa de consuno hacia el territorio de los presupuestos equilibrados. La idea era dejar que el mercado libre gobernara la economía. Pero, como aún no se había recuperado la rentabilidad, la reducción de los déficits asestó un duro golpe a la demanda y contribuyó a producir, entre 1991 y 1995, la peor de las recesiones y el más bajo crecimiento de la era de posguerra. Para lograr que la economía volviera a una senda de crecimiento, las autoridades estadounidenses acabaron adoptando un enfoque aplicado por primera vez en el Japón de fines de los ochenta. Mediante la imposición de tipos de interés bajos, la Reserva Federal facilitaba el préstamo al tiempo que incentivaba la inversión en activos financieros. Al dispararse los precios de los activos, las
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empresas y familias obtendrían enormes aumentos de riqueza, al menos sobre el papel. Estarían, por tanto, en condiciones de tomar préstamos a una escala titánica, de incrementar infinitamente la inversión y el consumo y, así, conducir la economía. El déficit privado, pues, vino a sustituir al déficit público. Lo que podría llamarse keynesianismo de precios de activos sustituyó al keynesianismo tradicional. Por tanto, durante la última docena de años hemos asistido a un extraordinario espectáculo en la economía mundial, y es que la continuación de la acumulación de capital ha dependido literalmente de unas oleadas de especulación de dimensiones históricas cuidadosamente alimentadas y racionalizadas por los diseñadores y reguladores de las políticas públicas: primero, la burbuja del mercado de v de finales de los noventa, y después, las burbujas de los mercados inmobiliario y crediticio de los primeros años 2000.
Usted fue profético al prever la actual crisis, así como la recesión de 2001. ¿Cuál es su perspectiva respecto a la economía mundial? ¿Empeorará o se recuperará antes del final de 2009? ¿Espera que la actual crisis sea tan severa como la gran depresión? La crisis actual es más seria que la peor de las recesiones previas del período de posguerra, la que se dio entre 1979 y 1982, y es concebible que rivalice con la Gran Depresión, a pesar de que no hay modo de saberlo realmente. Quienes se dedican a la realización de pronósticos económicos subestimaron su virulencia porque sobreestimaron la solidez de la economía real, sin comprender hasta qué punto dependía ésta de una acumulación de deuda fundada en las burbujas de los precios de los activos. En los EEUU, el crecimiento del PIB durante el reciente ciclo económico de 2001-07 ha sido, con mucho, el más bajo de la época de posguerra. No ha aumentado el empleo en el sector privado. El incremento de maquinaria y
equipo ha sido cerca de un tercio más bajo que el de la posguerra. Los salarios reales se han mantenido prácticamente estancados. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, no se han registrados aumentos en el ingreso medio familiar. El crecimiento económico ha ido a parar íntegramente al consumo personal y a la inversión en residencia, lo que ha sido posible por el crédito fácil y el aumento de los precios de la vivienda. El resultado económico ha sido esta endeblez, aun a pesar del enorme estímulo de la burbuja inmobiliaria y de los enormes déficits federales de la administración Bush. La vivienda por sí sola sumó casi un tercio del crecimiento del PIB y cerca de la mitad del aumento del empleo entre 2001
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y 2005. Era, por tanto, esperable que cuando reventara la burbuja inmobiliaria,
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cayeran el consumo y la inversión en residencia y se hundiera la economía.
Muchos sostienen que la actual es una típica "crisis Minsky", no una crisis marxiana, aduciendo que la explosión de la burbuja financiera especulativa ha jugado un papel central en ella. ¿Cómo les respondería? Es ocioso contraponer así los aspectos reales y financieros de la crisis. Como he resaltado, es una crisis marxiana: hunde sus raíces en una caída a largo plazo de la tasa de beneficio y en la incapacidad de recuperación de la misma, lo que está en el origen principal de la disminución de la acumulación de capital hasta ahora. En 2001, la tasa de beneficio de las empresas no financieras fue la menor del período de posguerra, con la excepción de 1980. Las empresas no han tenido, por tanto, otra opción que contener la inversión y el empleo, pero eso ha agravado el problema de la demanda agregada, nublándose así el clima económico. Esto es lo que explica el extremadamente bajo crecimiento observable en el ciclo económico que acaba de terminar. Sin embargo, para comprender el colapso actual hay que demostrar la conexión entre la endeblez de la economía real y el desplome financiero. El vínculo principal es la que se da entre la cada vez mayor dependencia del préstamo para que la economía siga funcionando y la predisposición pública, todavía mayor, a confiar en las subidas de los precios de los activos para lograr mantener vida la dinámica del préstamo. La condición básica de las burbujas en los mercados inmobiliario y crediticio era la perpetuación de un coste bajo del préstamo. La endeblez de la economía mundial, especialmente después de las crisis de 1997-98 y 2001, además de las enormes adquisiciones de dólares por parte de gobiernos asiáticos para mantener al mismo nivel sus divisas y el crecimiento del consumo estadounidense, provocó unos tipos de interés insólitamente bajos. Al mismo tiempo, la Reserva Federal mantuvo los tipos de interés a corto plazo más bajos
que nunca desde los años cincuenta. Como prestaban tan barato, los bancos estaban dispuestos a conceder préstamos a especuladores cuyas inversiones provocaban un precio cada vez más alto de activos de todo tipo y un rendimiento en el préstamo (tipos de interés de los bonos) cada vez menor. Sintomáticamente, los precios de la vivienda se dispararon y el rendimiento en términos reales de los bonos del tesoro estadounidense se hundió. Pero como los rendimientos cayeron cada vez más, a las instituciones del mundo que dependían de los rendimientos del préstamo les resultó cada vez más difícil obtener beneficios suficientes. Los fondos de pensiones y las compañías de seguros fueron golpeados de forma particularmente dura, pero también se vieron afectados los fondos hedge de cobertura y los bancos de inversión. Esas instituciones se mostraron más que dispuestas a realizar enormes inversiones en unas obligaciones respaldadas por hipotecas subprime más que dudosas a causa de los insólitamente elevados rendimientos ofrecidos y con desprecio de unos riesgos no menos insólitamente elevados. Lo cierto es que no lograron sacar tajada suficiente. Su masiva adquisición de obligaciones hipotecariamente respaldadas es lo que facilitó a los institutos bancarios generadores de hipotecas seguir realizando préstamos a prestatarios cada vez menos calificados. La burbuja inmobiliaria alcanzó proporciones históricas y permitió que prosiguiera la expansión económica. Ni que decir tiene, eso no podía durar mucho. Cuando cayeron los precios de la vivienda, la economía real entró en recesión y el sector financiero se desplomó, porque el dinamismo de una y de
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otro se fundaba en la burbuja inmobiliaria. Lo vemos ahora es que la recesión está empeorando el desplome, porque contribuye a exacerbar la crisis inmobiliaria. Y que el desplome está intensificando la recesión, porque está dificultando el acceso al crédito. Precisamente es esa interacción
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entre una crisis de la economía real y una crisis del sector financiero que se alimentan mutuamente lo que hace que el despeñadero hacia la depresión se resista a todas las políticas intentadas por las autoridades y que el potencial de catástrofe resulte tan evidente.
Aun concediendo que el capitalismo de posguerra hubiera entrado un período de larga caída en los años setenta, parece innegable que la ofensiva capitalista neoliberal ha impedido el empeoramiento de la caída de la producción desde los ochenta Si por neoliberalismo se entiende el giro hacia las finanzas y la desregulación, no veo cómo puede haber ayudado eso a la economía. Pero si por neoliberalismo se entiende el desmedido asalto de los empresarios y los gobiernos a los salarios obreros, a las condiciones laborales y al estado del bienestar, la cosa ofrece pocas dudas: se ha impedido que la caída de la tasa de beneficio haya sido todavía peor. Con todo, la ofensiva de la patronal no esperó hasta la denominada era neoliberal de los
ochenta. Comenzó con el despertar de la caída de la rentabilidad, iniciada a principios de los setenta, de la mano del keynesianismo. No condujo, empero, a la recuperación de la tasa de beneficio, y no hizo sino exacerbar el problema de la demanda agregada. El debilitamiento de la demanda agregada terminó por obligar a las autoridades económicas a adoptar formas de estímulo económico más potentes y temerarias: el "keynesianismo de precios de activos" que condujo al actual desastre.
Hay quien ha defendido que un nuevo paradigma de "financiarización" o "capitalismo financiero" ha provocado un llamado "resurgimiento del capital" (Gerard Dumeneil) desde los ochenta hasta el presente. ¿Qué piensa de las tesis de la "financiarización" o "capitalismo financiero"? La idea del capitalismo financiero es una contradicción en los términos, porque, genéricamente hablando hay excepciones significativas, como el préstamo al consumidor, el beneficio financiero sostenido depende de la obtención de beneficios sostenidos en la economía real. Para responder a la caída de la tasa de beneficio, algunos gobiernos, encabezados por el de los EEUU, incentivaron el giro hacia las finanzas mediante la desregulación del sector financiero. Pero, como la economía real seguía languideciendo, el principal resultado de la desregulación fue la intensificación de la competencia en el sector
financiero, lo que hizo más difícil la obtención de beneficios e incentivó una especulación aún mayor y la adopción de riesgos. Destacados ejecutivos de bancos de inversión y fondos hedge estaban en condiciones de obtener fabulosas fortunas, ya que sus remuneraciones dependían de los beneficios a corto plazo. Podían asegurarse temporalmente altos rendimientos mediante la expansión de sus préstamos basados en activos e incrementando el riesgo. Pero esa forma de hacer negocio, tardara más o menos en verse, era a expensas de la salud financiera a largo plazo de las propias empresas, y en el caso más
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espectacular, condujo a la caída de los bancos de inversión más importantes de Wall Street. Todas y cada una de las sedicentes expansiones financieras habidas desde los años setenta han terminado rápidamente en una desastrosa crisis financiera y han precisado de enormes rescates públicos. Lo que vale para el boom crediticio del tercer mundo en los años 70 y principios de los 80, no menos que para el auge del ahorro y
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el crédito, la manía de compra apalancada de empresas y la burbuja de los bienes raíces comerciales de los 80, o para la burbuja del mercado de valores de la segunda mitad de los 90 y, huelga decirlo, para las burbujas inmobiliaria y crediticia de los primeros años 2000. El sector financiero parecía dinámico sólo porque los gobiernos estaban dispuestos a hacer lo que hiciera falta para apoyarlo.
El keynesianismo o estatismo parece presto a volver como el nuevo Zeitgeist [espíritu de la época]. ¿Cuál es su valoración general del keynesianismo o estatismo renaciente? ¿Puede contribuir a resolver o, cuando menos, aliviar la actual crisis? Los gobiernos actualmente no tienen otra opción que la de volver al keynesianismo y al estado para intentar salvar la economía. Después de todo, el libre mercado se ha demostrado totalmente incapaz de impedir o hacer frente a la catástrofe económica, por no hablar de asegurar la estabilidad y el crecimiento económicos. De aquí que las elites del mundo político, que todavía ayer celebraban la desregulación de los mercados financieros, se hayan vuelto de un día para otro y sin excepción keynesianas. Pero hay razones para dudar de que el keynesianismo –en el sentido de enormes déficits públicos y crédito fácil para hinchar la demanda— pueda llegar a tener el impacto que muchos esperan. Lo cierto es que durante los últimos siete años, y merced a la burbuja inmobiliaria cebada por el préstamo y el gasto de la Reserva Federal y por los déficits presupuestarios de la administración Bush, hemos asistido a lo que probablemente sea el mayor estímulo económico keynesiano de la historia en tiempos de paz. Y sin embargo, no ha alcanzado sino para lograr el ciclo económico más endeble de la época de posguerra. Ahora el desafío es mucho mayor, todavía. A medida que colapsa la burbuja inmobiliaria y que la obtención de crédito se hace más y más difícil, los hogares reducen el
consumo y la inversión en residencia. Por consecuencia, caen los beneficios empresariales. Lo que trae consigo recortes salariales y un ritmo acelerado de despido de trabajadores, lo cual, a su vez, genera una espiral descendente de demanda y rentabilidad a la baja. Las familias han contado durante largo tiempo con el aumento de los precios de la vivienda para estar en condiciones de que les presten más y han ahorrado para ello. Pero ahora, forzadas por a acumulación de deudas, tienen que reducir el préstamo y aumentar el ahorro; y eso, en
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el preciso instante en que la economía más necesita que consuman. Lo presumible es que le grueso del dinero que el estado ponga en manos de las familias será destinado al ahorro, no al consumo. Si el keynesianismo a duras penas logró activar la vida económica en la fase de expansión, ¿qué puede esperarse que haga en medio de la peor recesión desde los años treinta? Para obtener un efecto significativo en la economía, la administración Obama tendrá probablemente que pensar en una enorme oleada de inversiones públicas directas o indirectas; en realidad, en una forma de capitalismo de estado. No obstante, acometer esa tarea en serio exige superar enormes obstáculos políticos y económicos. La cultura política
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estadounidense es tremendamente hostil a la empresa pública. Por otro lado, el nivel de gasto y endeudamiento que todo eso implicaría podría amenazar al dólar. Hasta ahora, los gobiernos del Este asiático han financiado alegremente los déficits externos y públicos estadounidenses, a fin de mantener, a un tiempo, el consumo estadounidense y sus propias exportaciones. Pero con una crisis que está llegando a afectar hasta a China, esos gobiernos podrían ver menguada su capacidad de financiación de los déficits estadounidenses, sobre todo porque estos últimos se han disparado a una magnitud sin precedentes. La perspectiva verdaderamente aterradora que asoma en el horizonte es el desplome del dólar.
¿Cuál es su valoración general de la victoria de Obama en las últimas elecciones a la presidencia? ¿Piensa que Obama es el "mal menor", comparado con la administración Bush? Muchos consideran a Obama el Franklin D. Roosevelt del siglo XXI. Obama promete un "nuevo New Deal". ¿Cree usted que los progresistas anticapitalistas pueden dar apoyo crítico a algunas medidas de este "nuevo New Deal"? El triunfo de Obama en las elecciones debe ser bienvenido. Una victoria de McCain habría sido una victoria para el Partido Republicano y habría dado un enorme impulso a las fuerzas más reaccionarias de la escena política estadounidense. Se habría visto como un aprobado al hipermilitarismo y al imperialismo de la administración Bush, así como a su programa explícito de eliminación de lo que queda de sindicalismo, estado de bienestar y protección ambiental. Dicho esto, Obama es, como Roosevelt, un demócrata de centro, de quien no puede esperarse que, por sí propio, haga gran cosa en defensa de los intereses de una inmensa mayoría que seguirá estando sometida a un desapoderado asalto empresarial empeñado en recuperar sus menguantes beneficios mediante la reducción del empleo, de las indemnizaciones, etc. Obama apoyó el titánico rescate
del sector financiero, que acaso represente el mayor expolio al contribuyente estadounidense de la historia norteamericana, sobre todo porque se concedió sin contrapartidas para poner brida a los bancos. También apoyó el rescate de la industria automovilística, aun a sabiendas de que estaba a enormes reducciones de las indemnizaciones para los trabajadores. El balance es de Obama, como de Roosevelt, sólo puede esperarse que tome acciones resueltas en defensa del pueblo trabajador si se le empuja por la vía de la acción directa desde abajo. La administración Roosevelt sólo aprobó el grueso de la legislación progresista del New Deal, incluyendo la Ley Wagner y la Seguridad Social, arrastrado por la presión de una gigantesca y masiva oleada de huelgas. Algo parecido puede acaso esperarse de Obama.
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Según Rosa Luxemburg y, más recientemente, David Harvey, el capitalismo supera su tendencia a la crisis mediante la expansión geográfica. Según Harvey, ello a menudo se incentiva mediante inversiones enormes en infraestructura para apoyar al capital privado, a menudo a la inversión extranjera directa. ¿Cree usted que el capitalismo puede encontrar una solución a la crisis actual, en la terminología de Harvey, mediante un "arreglo espacio-temporal-espacial"? Ésta es una cuestión compleja. Para empezar, creo que es verdadera –y de importancia decisiva— la afirmación, según la cual la expansión geográfica ha sido un elemento esencial en todas las oleadas de acumulación de capital que registra la historia Puede decirse que el crecimiento del volumen de la fuerza de trabajo y el crecimiento del espacio geográfico son condiciones sine qua non, esenciales, del crecimiento capitalista. El auge de la posguerra es un buen ejemplo, porque se dieron espectaculares expansiones del capital en el sur y el suroeste de los EEUU y en una Europa occidental y un Japón devastados por la guerra. Las inversiones de los EEUU jugaron un papel decisivo, no sólo en los propios EEUU, sino también en la Europa occidental de la época. Sin duda, la expansión de la fuerza de trabajo y del área geográfica capitalista era indispensable para las altas tasas de beneficio que hicieron tan dinámico el boom de posguerra. Desde un punto de vista marxista, éste fue un ciclo clásico de acumulación de capital, e implicó, necesariamente, tanto la integración de enormes masas de trabajadores fuera del sistema, especialmente del agro precapitalista en Alemania y en Japón, como la incorporación o reincorporación de espacios geográficos adicionales a una escala enorme. Sin embargo, yo creo que, vista en perspectiva, la pauta mostrada por el largo declive al que hemos venido asistiendo desde finales de los sesenta y principios de los setenta, ha sido diferente. Es cierto que el capital ha respondido a la rentabilidad menguante mediante la expansión exterior, intentando
combinar técnicas avanzadas con mano de obra barata. Se calla por sabido que el Este asiático constituye el caso principal: representa indudablemente un momento de alcance histórico-universal, una transformación esencial, del capitalismo. Pero a pesar de que la expansión al Este asiático puede interpretarse como respuesta a una rentabilidad menguante, no ha sido, en mi opinión, una solución satisfactoria. Porque, a fin de cuentas, la nueva producción industrial que tan espectacularmente ha surgido en el Este asiático, a despecho de que produzca más barato, se solapa demasiado con lo que se produce en el resto del mundo. El problema es que, a escala sistémica, eso exacerba más que resuelve el problema de sobrecapacidad. En otras palabras: la globalización ha sido una respuesta a la rentabilidad menguante; pero como las nuevas industrias, lejos de ser esencialmente complementarias en la división mundial del trabajo, son redundantes, el resultado ha sido la persistencia de los problemas de rentabilidad. El balance, creo yo, es que para resolver realmente el problema de rentabilidad que ha asolado durante tanto tiempo al sistema lenta acumulación de capital y generación de niveles de préstamo cada vez mayores para mantener la estabilidad, el sistema necesitaba una crisis que había sido durante tan largo tiempo aplazada. Y como el problema es la sobrecapacidad, enormemente agravada por la acumulación de deuda, lo que aún se necesita, según la visión clásica, es una depuración sistémica, esto es, la purga de las empresas de costes altos y beneficios bajos, con el consiguiente
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abaratamiento de los medios de producción y la reducción del precio de la mano de obra. Ésta de la crisis es la vía histórica por la que el capitalismo ha logrado restaurar la tasa de beneficio y sentar las bases necesarias para una acumulación de capital más
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dinámica. Durante el periodo de posguerra se logró evitar las crisis; el coste de evitarlas fue la incapacidad para reactivar la rentabilidad, lo que llevó a empeorar la situación de estancamiento. La crisis actual es la depuración que nunca sucedió.
Entonces, ¿cree usted que sólo la crisis puede resolver la crisis? Ésta es una respuesta marxiana clásica Creo que es lo más probable. La analogía sería como sigue. De entrada, a principios de los años treinta, el New Deal y el keynesianismo resultaron ineficaces. En realidad, a pesar de la amplitud temporal de toda una década, no lograron sentar las bases de un nuevo boom, como se vio con la caída en la profunda recesión de 1937-38. Pero, finalmente, como resultado de la larga crisis de los treinta, se llegó a la purga de los costes altos y de los medios de producción con beneficios bajos, lo que terminó por sentar las bases para unas tasas de beneficio altas. De manera que, a fines de los años treinta,
podía decirse que la tasa potencial de beneficio era alta y que todo lo que se necesitaba era un estímulo de la demanda. Esa demanda, huelga decirlo, vino a proporcionarlas el enorme gasto armamentístico de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, durante la guerra se obtuvieron tasas de beneficio altas, y esas tasas altas sentaron las bases necesarias para el ulterior boom postbélico. Pero yo creo que, aun si se hubieran ensayado, los déficits keynesianos no habrían podido funcionar en 1933, porque antes era necesario, por decirlo en términos marxistas, una crisis que saneara el sistema.
¿Cree que la actual crisis supondrá un desafío a la hegemonía de los EEUU? Teóricos del sistema-mundo como Immanuel Wallerstein, también entrevistados por Hankyoreh, sostienen que la hegemonía del imperialismo americano está en declive Ésta es una cuestión muy compleja. Tal vez ande yo muy errado, pero pienso que muchos de los que creen que ha habido un declive de la hegemonía estadounidense tienden a ver esa hegemonía en términos de poder geopolítico, y al final, como capacidad militar norteamericana. Desde este punto de vista, es principalmente el predominio estadounidense lo que produce el liderazgo americano, es el poder estadounidense sobre y contra otros países lo que mantiene a los EEUU en la cumbre. Yo no veo así la hegemonía estadounidense. Yo veo a las elites del mundo, especialmente a las del núcleo capitalista en el sentido lato de la palabra, muy satisfechas con esa hegemonía norteameri-
cana, porque eso significa que son los EEUU quienes asumen el papel y el coste de policías del mundo. Eso vale también, en mi opinión, incluso para las elites de los países más pobres. ¿Cuál es el objetivo de los policías del mundo norteamericanos? No es atacar a otros países. Es, sobre todo, mantener el orden social a escala mundial, crear condiciones estables para la acumulación de capital global. Su principal propósito es erradicar cualquier desafío popular al capitalismo, proteger las relaciones de clase existentes. Durante la mayor parte del periodo de posguerra, hubo desafíos nacionalistasestatistas, especialmente desde abajo, al libre albedrío del capital. Fueron, desde
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luego, sometidos por los EEUU con la fuerza más brutal, con las expresiones más descarnadas de la dominación estadounidense. Aunque dentro del núcleo lo que había hegemonía norteamericana, fuera de ese núcleo había dominación. Pero, con la caída de la Unión Soviética, la entrada de China y Vietnam en la vía capitalista y la derrota de los movimientos de liberación nacional en lugares como Sudáfrica y Centroamérica, la resistencia al capital en el mundo en vías de desarrollo fue, al menos temporalmente, debilitada. Así, actualmente, los gobiernos y elites no sólo de Europa occidental y oriental, Japón y Corea, sino también de Brasil, la India y China la mayoría de países que pueda usted nombrar prefieren el mantenimiento de la hegemonía estadounidense. La hegemonía norteamericana no caerá por el surgimiento de algún otro poder capaz de competir con ella por el dominio del mundo. China, más que nadie, prefiere la hegemonía americana. Los EEUU no planean atacar a China y, hasta la fecha, han mantenido su mercado completamente abierto a las exportaciones chinas. Con los EEUU en el papel de policías del mundo y asegurando un comercio y unos movimientos de capital cada vez más libres, China puede competir en términos de costes de producción en un campo en igualdad de condiciones, y eso es increíblemente beneficioso para China; mejor, imposible. ¿Puede seguir la hegemonía estadounidense con la actual crisis? Ésta es una pregunta harto más ardua. Pero creo que, en el primer caso, la respuesta es sí. Las elites del mundo quieren por encima de todo mantener el actual orden globalizado y los EEUU son la clave para ello. Nadie, entre las elites del mundo, intenta explotar la crisis y los enormes problemas económicos de los EEUU para desafiar a la hegemonía norteamericana. China sigue diciendo "no vamos a seguir pagando para que los EEUU sigan derrochando", en alusión a los actuales récords en déficits por cuenta corriente sufragados por China durante la pasada década y a los titánicos déficits presupuesta-
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rios que están generando actualmente los EEUU. Pero ¿cree usted que China cortará ahora con los EEUU? En absoluto. China todavía está vertiendo todo el dinero que puede en los EEUU para intentar que mantegan a flote su economía y poder ella mantener así su vía de desarrollo. Claro está que siempre es posible todo lo que se desea. La profundidad de la crisis china puede llegar a ser de tal calado, que ya no le permita financiar por más tiempo los déficits de los EEUU. O la política de la Reserva Federal de embarcarse en unos déficits cada vez mayores e ir imprimiendo moneda podría terminar llevando al hundimiento del dólar y provocando una verdadera catástrofe. Sea ello como fuere, los dados están echados. Si tales cosas llegaran a suceder, habría construir un nuevo orden. Pero en condiciones de crisis profunda sería extremadamente difícil, porque en circunstancias así, los EEUU, lo mismo que otros estados, podrían fácilmente deslizarse por la pendiente del proteccionismo, el nacionalismo o incluso de la guerra. Creo que en este momento las elites del mundo están todavía tratando de
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evitar esa deriva: no están preparadas para eso. Lo que quieren es mantener los mercados, el comercio, abiertos. Y ello porque han comprendido que la última vez que el estado recurrió al proteccionismo para resolver el problema fue durante la Gran Depresión, lo que no sirvió más que para empeorarla, porque cuando algunos estados iniciaron políticas proteccionistas todo el mundo hizo lo propio y el mercado mundial se cerró. Luego, por supuesto, vino el militarismo y la guerra. En la actualidad, el cierre de los mercados mundiales sería evidentemente desastroso; por eso elites y gobiernos se afanan de consuno en impedir salidas proteccionistas, estatistas o militaristas. Pero la política no es sólo la expresión de lo que las elites quieren, y además, las elites son tornadizas, y lo que quieren puede cambiar de un día para otro. Por lo demás, las elites suelen estar divididas, y la política tiene autonomía. De manera que, por poner un ejemplo, difícilmente puede descartarse que, si la crisis se
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pone muy fea lo que llegados a este punto no sería una gran sorpresa, asistamos al regreso de políticas derechistas de carácter proteccionista, militarista, xenófobo o nacionalista. Este tipo de políticas podría tener no sólo un amplio atractivo popular. Sectores crecientes del mundo empresarial podrían llegar a verla como la única salida, puesto que si ven a sus mercados hundirse y al sistema en depresión, pueden considerar necesaria la protección contra la competencia y subvenciones públicas a la demanda mediante el gasto militar. Ésta fue, huelga decirlo, la respuesta que prevaleció en gran parte de Europa y Japón durante la crisis del periodo de entreguerras. Tenemos ahora a una derecha apabullada por los fracasos de la administración Bush y por la crisis. Pero si la administración Obama no es capaz de impedir el hundimiento económico, podría volver fácilmente… sobre todo porque los demócratas no ofrecen la menor alternativa ideológica real.
Ha hablado de una crisis potencial en China. ¿Qué piensa del estado actual de la economía china? Creo que la crisis china irá a peor, mucho peor de lo que la gente espera. Por dos razones esenciales. La primera es que la crisis norteamericana, y la crisis global más en general, es mucho más grave de lo que la gente esperaba, y en última instancia, la suerte de la economía china depende inextricablemente de la suerte de la economía estadounidense y de la de la economía global. No sólo porque China depende en gran medida de sus exportaciones al mercado estadounidense; también porque la mayor parte del resto del mundo depende a su vez mucho de los EEUU, y eso incluye especialmente a Europa. Si no voy errado, Europa se ha convertido recientemente en el mayor mercado de las exportaciones chinas. Pero como la crisis originada en los EEUU ha llegado a Europa, el mercado europeo se contraerá también para los bienes chinos. De modo, pues, que la situa-
ción es para China mucho peor de lo que la gente esperaba, porque la crisis económica es mucho peor de lo que se esperaba. La segunda razón es ésta: el entusiasmo con el crecimiento realmente espectacular de la economía China ha llevado a mucha gente a ignorar el papel desempeñado por las burbujas en curso seguido por la economía china. China ha crecido básicamente con las exportaciones, y señaladamente, merced a un creciente excedente comercial con los EEUU. A causa de ese excedente, el gobierno chino ha tenido que tomar medidas políticas para mantener baja su moneda y competitiva su industria. Concretamente, ha comprado a gran escala activos denominados en dólares estadounidenses imprimiendo enormes cantidades de renminbi, la moneda china. Pero el resultado ha sido la inyección de enormes cantidades de dinero en la economía china,
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haciendo cada vez más fácil el crédito durante un largo periodo. Por un lado, las empresas y gobiernos locales han utilizado este crédito fácil para financiar inversiones en masa. Pero esto ha hecho cada vez mayor la sobrecapacidad. Por otro lado, han usado el crédito fácil para comprar tierras, casas, acciones y otros tipos de activos financieros. Pero eso ha contribuido a generar grandes burbujas de precios de activos, las cuales, lo mismo que en los
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EEUU, han contribuido a su vez a disparar préstamos y gastos. Cuando estallen las burbujas chinas, el calado de la sobrecapacidad se hará más evidente. El estallido de las burbujas chinas representará, también en gran parte del resto del mundo, un duro golpe para la demanda de consumo e inducirá una dañina crisis dañina. En suma: la crisis china puede llegar a ser una cosa muy seria, y podría hacer que la crisis global tomara un rumbo todavía más grave.
Así, usted cree que la lógica capitalista de superproducción se da también en China Sí, como en Corea y en gran parte del Asia oriental a finales de los noventa. No es tan distinto. Lo único que no ha ocurrido todavía es el tipo de revaluación de la
moneda que mató, que liquidó realmente a la expansión industrial coreana. El gobierno chino está haciendo todo por evitarlo.
Por lo tanto, no está usted de acuerdo con la definición de la sociedad china como "economía de mercado no capitalista" No, en absoluto.
¿Cree usted, pues, que China es actualmente capitalista? Creo que es totalmente capitalista. Acaso pudiera haberse dicho que China tenía un mercado no capitalista durante los ochenta, cuando experimentaba un impresionante crecimiento merced a las empresas urbanas y aldeanas. Eran de propiedad pública, de los gobiernos locales, pero operaban en el mercado. Esa forma económica puede decirse que iniciaba la transición al capita-
lismo. Así, tal vez hasta principios de los noventa, se mantuvo un tipo de sociedad de mercado no capitalista, especialmente porque había un gran sector industrial de propiedad y dirección del estado central. Pero a partir de entonces lo que ha habido es una transición al capitalismo que, a día de hoy, puede darse por completamente colmada.
¿Espera usted que los recientes fracasos del neoliberalismo abran puertas a los progresistas de todo el mundo? El fracaso del neoliberalismo ofrece, desde luego, importantes oportunidades que no teníamos antes. El neoliberalismo nunca resultó atractivo para buena parte de la población. El pueblo trabajador jamás se ha identificado con mercados libres, finanzas libres y todo eso. Pero creo que la mayor
parte de la población se había convencido de que era la única opción, de que no había alternativa. Pero ahora la crisis ha revelado la bancarrota total del modelo neoliberal de organización económica, y puede vislumbrarse el cambio. Se ha manifestado eso con vigor en la oposición del pueblo trabajador
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americano a los rescates de los bancos y del sector financiero. Dicen, sobre poco más o menos: "nos han contado que salvar las instituciones financieras, los mercados financieros, es la clave para restablecer la economía, la prosperidad. Pero no nos lo creemos. No queremos que ni un centavo más de nuestro dinero vaya a aquellos que no hacen más que robarnos". De modo que hay un gran vacío ideológico y se ha abierto un importante flanco para la penetración de ideas de izquierda. El problema es que hay muy poca organización del pueblo trabajador; está solo, carece de expresión política. Así que puede decirse que hay grandes oportunidades creadas por el contexto político o por el clima ideológico, pero que eso, por sí mismo, no proporcionará soluciones progresistas. De modo que, nuevamente, la máxima prioridad para los progresistas para cualquier activista de izquierda, allí donde deberían ser más activos, es en el intento de reavivar las organizaciones del pueblo trabajador. Sin resucitar el poder de la clase obrera, poco progreso podrá
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hacerse, y el único modo de revivir ese poder es la movilización para la acción directa. Sólo mediante la acción, colectiva y masiva, del pueblo trabajador se podrá crear la organización y acumular la energía necesaria para proporcionar la base social para una transformación, por así decirlo, de su propia conciencia, para la radicalización política. Robert Brenner, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO (www.sinpermiso.org) es director del Center for Social Theory and Comparative History en la Universidad de CaliforniaLos Ángeles. Es autor de The Boom and the Bubble (Verso, Londres, 2002), un libro imprescindible para entender la historia económica del último medio siglo, el origen de la llamada "globalización" y la situación presente. (Hay una excelente versión castellana de Juan Mari Madariaga: La expansión económica y la burbuja bursátil, Akal, Madrid, 2003).
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El despido sin causa del trabajador en situación de incapacidad temporal Tenemos la satisfacción y el orgullo de presentar este libro a los lectores. El autor, Albert Toledo, es un joven abogado colaborador práctico y teórico en nuestras publicaciones y que ha dedicado esta su primera incursión en el mundo editorial a las razones y repercusiones de lo que significa el despido del trabajador o trabajadora cuando se encuentra en situación de incapacidad temporal. Es una de las más graves razones por las que un empresario puede despedir a un empleado. Estás enfermo y te despido, y además la ley me ampara. Es una de esas leyes que demuestra el punto en el que se encuentran las relaciones laborales en nuestro país. Porque a esa disposición se le puede llamar de todo menos democrática. Y es que las leyes que en nuestro país regulan las relaciones laborales son bastante poco democráticas, en el sentido de que están determinadas por dar todo tipo de ventajas a los empresarios, en el terreno de la organización del trabajo, en el de la movilidad del trabajador y en el despido, tanto el tratado en este trabajo, como que en general cuando hay despido, incluso aunque sea improcedente, es el empresario quien tiene la última palabra, lo único que tiene que hacer es indemnizar. El trabajo de Albert abre un camino para la profundización del estudio, desde diferentes ámbitos, del derecho, legislativo, sindical, etc., para conocer mejor y lograr cambiar la legislación sobre las relaciones laborales en nuestro país.
Colección: Cuadernos de Aranzadi Social Editorial: Thomson Aranzadi Autor: Albert Toledo Oms Edición: (Julio de 2008) | Páginas: 592 Encuadernación: Rústica ISBN: 978-84-8355-709-9
En una época como la presente, de fuertes convulsiones económicas, se pone de relieve la endeble protección jurídica de la que gozan los trabajadores en situación de incapacidad temporal, es decir, la protección de aquellos trabajadores que a consecuencia de su precario estado de salud no están en condiciones de prestar servicios por un tiempo, que puede ser más o menos largo. Cuando la empresa, ante una situación económica realmente adversa (o, incluso, pretendidamente negativa) decide disminuir el tamaño de la plantilla, opta, obviamente, por seleccionar aquellos trabajadores que considera menos rentables, aunque sea a corto plazo. En dichas situaciones es frecuente que los trabajadores se pregunten hasta qué punto el ordenamiento jurídico laboral, ya sea la Constitución, ya sean las leyes ordinarias, protege la situación de unas personas que están condicio-
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nadas por dos elementos debilitadores, uno estructural y otro de naturaleza coyuntural. El elemento estructural es de sobra conocido. Téngase en cuenta que en toda relación laboral interviene necesariamente una parte que ocupa una posición fuerte por su estatus económico, el empresario; y otra que se encuentra subordinada a la contraparte ocupando una posición de dependencia, el trabajador por cuenta ajena. Una parte recibe los frutos de la prestación de servicios y otra vende su fuerza de trabajo a cambio de un precio (salario) del que depende él y su familia. A dicha debilidad estructural, pieza clave del sistema capitalista, se le debe añadir una coyuntural. Esta no es más que la incapacidad temporal de la persona para poder trabajar. De este modo, el trabajador a consecuencia de su precario estado de salud ve su contrato suspendido y, por lo tanto, en lugar de percibir su salario, percibirá una prestación, claro está, si cumple los requisitos regulados en la normativa de Seguridad Social. Los medios de comunicación alertaron de un supuesto particularmente grave. Una empresa dedicada a la comercialización de pescado despidió por repetidas faltas de asistencia al trabajo e impuntualidad a una empleada que estaba en coma como consecuencia de un accidente de circulación. Naturalmente, la empresa era conocedora de las circunstancias, pues la trabajadora llevaba en coma un mes hasta que fue despedida disciplinariamente y su familia había entregado tanto el parte de baja médico como los posteriores partes de confirmación. Además, según parece, la trabajadora había substituido en muchas ocasiones a compañeras de otras tiendas de la empresa cuando se encontraban asimismo de baja, sin importarle tener que desplazarse en beneficio de su empresa. A consecuencia del revuelo mediático que causó en los medios de comunicación la actitud empresarial, la compañía se avino a readmitir a la trabajadora. Pero siempre quedará la duda de qué
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respuesta hubiese ofrecido el ordenamiento laboral en caso contrario. A la hora de examinar la protección del trabajador temporalmente enfermo, no debe perderse de vista que el despido en España no es puramente causal; o lo que es lo mismo, en nuestro país la regulación del despido puede calificarse de libre indemnizada o, como mínimo, la causalidad es muy atemperada. Tradicionalmente, el empresario estaba obligado a alegar una causa legalmente prevista y, en su caso, acreditarla para poder proceder a la extinción unilateral del contrato de trabajo. En caso contrario, el trabajador no podía ser despedido. Así, un despido contrario al Derecho puede ser calificado como improcedente o nulo. En el primer caso el empresario puede optar, en la mayoría de ocasiones, entre reincorporar al trabajador o extinguir la relación laboral y, en ese caso, pagarle una indemnización. En el segundo caso, cuando hay nulidad del despido, mucho más grave y que concurre básicamente cuando se produce la vulneración de un derecho fundamental, el ordenamiento jurídico rechaza que el despido produzca ningún tipo de efecto. Asimismo, los despidos pueden dividirse en dos tipologías básicas, los basados en la conducta del trabajador (despido disciplinario) o los fundamentados en hechos ajenos a las partes (despido objetivo). Un despido disciplinario sería el que se justifica porque el trabajador, por ejemplo, ha robado material de la empresa o llega reiteradamente tarde al trabajo. Por otro lado, la extinción del contrato por causas objetivas encuentra su fundamento fuera de la órbita de las partes, como es, a modo de ejemplo, la extinción de un contrato porque el producto de la empresa deja de tener una acogida favorable en el mercado y, por consiguiente, dicha empresa sufre fuertes pérdidas. Por el momento, baste recordar estos sencillos conceptos cuyo conocimiento constituye una condición esencial para comprender el estado actual de la
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cuestión. Sin embargo, con anterioridad es del todo necesario realizar una breve incursión en la evolución histórica del Derecho laboral. Históricamente la necesidad de que la extinción de la prestación de servicios de un trabajador se base exclusivamente en causas tasadas en la ley, lo que llamamos causalidad del despido, va ligada a la misma génesis del Derecho del Trabajo, por lo que es necesario examinar la prehistoria de esta rama del Derecho, que encuentra su origen en los procesos de industrialización de los diferentes países europeos. Como afirma el insigne iuslaboralista Alfredo Montoya, “con anterioridad al advenimiento de la llamada sociedad industrial falta el supuesto histórico que habría de dar lugar al nacimiento del Derecho del trabajo, a saber, la generalización del trabajo voluntario, dependiente y por cuenta ajena, como factor fundamental de los procesos de producción”. Como se acaba de afirmar, la aparición del Derecho del Trabajo es relativamente moderna, pero, naturalmente, la prestación de servicios por una persona en favor de otra no lo es (por ejemplo, régimen de esclavitud en el mundo clásico o adscripción a la tierra en la época medieval). De esta forma, desde un punto de vista histórico, el milenario Derecho Civil fue el encargado de regular este tipo de relaciones jurídicas. Y, como es sabido, el Derecho Civil se caracteriza por la libertad de las partes, por lo que bajo dicha regulación el patrono podía extinguir la relación jurídica sin causa alguna, por su simple voluntad. No se pierda de vista que el Derecho Civil, que regula relaciones entre sujetos privados, parte de la base que las dos partes contratantes son iguales, aunque ello no deje ser un elemento puramente formal, es decir, frecuentemente alejado de la realidad. Así, la evolución de las sociedades, con la generalización del trabajo por cuenta ajena y la deficiente regulación civilista del llamado “arrendamiento de servicio” pro-
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vocó el nacimiento del Derecho del Trabajo y la progresiva causalización de una de sus principales instituciones: el despido. La causa del despido no tiene otro fundamento que el de intentar equilibrar en lo posible la original desigualdad de las partes. En los diferentes Estados, según la evolución de sus sistemas económicos y, por supuesto, de la madurez de su clase obrera, la causalización ha seguido diversas tendencias y ha evolucionado a diferentes velocidades. Los Estados Unidos de América, a modo de ejemplo, han sido tradicionalmente el paradigma del despido libre y, por lo tanto, de la extinción acausal del contrato de trabajo. Paradójicamente, por motivos varios, en al actualidad la regulación legal del despido está evolucionando lentamente a una progresiva causalización, aunque los trabajadores allí no gozan, ni de lejos, de la misma protección que los trabajadores europeos. En cambio, España parece haber seguido una tendencia contraria a la estadounidense. En nuestro país el despido fue causalizándose poco a poco hasta llegar a su punto culminante con una norma que los trabajadores más veteranos, sin duda, recordarán: la Ley de Relaciones Laborales de 1976. A partir de dicha ley, adoptada en plena transición política y en un contexto de fuerte crisis económica, la antedicha evolución se ha visto marcada por una fuerte desregulación de la relación laboral y un abuso del concepto de flexibilidad. No se pierda de vista que dicha ley, debido a su proteccionismo, fue duramente atacada por las asociaciones patronales, por lo que su vigencia fue efímera. A pesar de ello, el Estatuto de los Trabajadores de 1980, promulgado poco después de la Constitución, preveía una especial protección frente al despido de los trabajadores con el contrato suspendido, entre ellos, los trabajadores en situación de baja por su estado de salud. En el año 2002 el denominado popularmente “Decretazo” del Gobierno conservador presidido por José María Aznar supuso
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un punto de inflexión en la descausalización del despido. Dicha norma, después de una dura oposición sindical y de los partidos de izquierda, se materializó en una ley que, a grandes rasgos, ha configurado hasta hoy en día el despido en España como un despido libre indemnizado o, como mínimo, con una causalidad muy atenuada, principalmente limitada a los motivos de nulidad del despido. A partir de entonces se han generalizado los despidos en los que el empresario no alega causa alguna o alega una causa que no puede acreditar, pues en la inmensa mayoría de casos no existe. ¿Quién no ha sido despedido o conoce a alguien que ha sido despedido sin que se haya acreditado una causa legal, simplemente, a cambio de una indemnización más o menos cuantiosa según el salario y el tiempo de prestación de servicios? Dicha norma generalizó precisamente los despidos acausales, limitó su control judicial y, en definitiva, institucionalizó lo que cabe calificarse como un verdadero fraude de ley, pues se utiliza abusivamente el despido disciplinario cuando el trabajador no ha infringido sus deberes laborales. En el caso de los trabajadores enfermos su protección se debilitó en mayor medida. La entrada en vigor de la ley induce que los trabajadores en situación de incapacidad temporal con poca antigüedad y bajo salario, con mayor razón en épocas de crisis económica, sean el blanco habitual de despidos supuestamente basados en causas disciplinarias en los que nunca se acredita, porque no existe, un incumplimiento grave y culpable del trabajador (téngase en cuenta que en estos casos ni siquiera se devengan los llamados salarios de tramitación, porque el trabajador es preceptor de la prestación de la Seguridad Social). Ni los sindicatos, ni la Inspección de Trabajo, ni los Jueces de lo Social pueden hacer nada al respecto, porque la ley ha “normalizado” lo que no deja de ser una utilización desviada de la norma jurídica.
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Sería legítimo preguntarse si en el supuesto de hecho descrito, despido sin causa de un trabajador en situación de incapacidad temporal, podría concurrir la vulneración de algún derecho fundamental. Ello tendría importancia, pues el despido sería nulo y, como se ha dicho antes, no produciría ningún efecto (el empresario no podría optar por la extinción de la relación laboral a cambio de una indemnización). Por lo tanto, sería un factor a tener en cuenta por el trabajador afectado o los sindicatos como medida de defensa ante actuaciones arbitrarias de la empresa. En este punto cobra especial importancia la prohibición de toda discriminación en las empresas. La tutela antidiscriminatoria tiene que ser aplicada de manera lo suficientemente flexible como para castigar y eliminar todo conato de segregación en los centros de trabajo; debe adaptarse a la constante evolución social y no quedar relegada a proteger solamente a los trabajadores en aquellos supuestos de discriminación clásicos: raza, religión, género, afiliación sindical, etc., ya que las sociedades avanzadas presentan nuevas situaciones potencialmente discriminatorias (piénsese, por ejemplo, en una posible discriminación por razones genéticas). De hecho, son habituales las discusiones sobre supuestas discriminaciones en los centros de trabajo, pero debe quedar claro que no toda desigualdad es constitutiva de discriminación. No debe caerse en la banalización de los términos, porque en dicho caso la tutela antidiscriminatoria se convertiría en un instrumento inservible. Así, ante todo, es necesario saber qué es discriminatorio y qué no. Se puede entender por discriminación todo trato desfavorable que se produzca por la adscripción de los trabajadores en categorías sociales cuando existe una afectación de su dignidad. De la misma definición el lector podrá inferir fácilmente que no todo trato desigual es discriminatorio. De una somera lectura del artículo 14 de la Constitución se
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desprende que dicho precepto contiene realmente dos normas distintas. Por lo antedicho, nos podríamos preguntar legítimamente si el despido motivado por la situación de incapacidad temporal del trabajador podría ser calificado como atentatorio a la prohibición de discriminación. Al respecto, el Tribunal Supremo ha considerado que no es discriminatorio el despido de un trabajador motivado por la falta de rentabilidad que supone estar en situación de incapacidad temporal. En opinión de dicho Tribunal sólo será discriminatorio si concurre algún tipo de segregación. Naturalmente nadie discute que, asimismo, también sería discriminatorio el despido de un trabajador por su concreta dolencia, por ejemplo, despido de un trabajador por ser portador del VIH. Más problemático puede ser cuando el origen de la incapacidad temporal está directamente relacionado con una situación particularmente protegida, como puede ser los malos tratos sufridos por una mujer en manos de su pareja. Ejemplo de ello fue el supuesto que fue objeto de algunos titulares de prensa en el mes de octubre, cuando la empresa NISSAN tuvo que readmitir a una trabajadora que había sido despedida disciplinariamente cuando se encontraba en situación de incapacidad temporal por la ansiedad causada por los malos tratos de su pareja. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña declaró entonces, con buen criterio, la nulidad del despido. El problema reside en que el Tribunal Supremo (ni el Tribunal Constitucional en el único caso en el que se ha pronunciado) nunca ha apreciado la concurrencia del elemento de segregación cuando se ha despedido a un trabajador o diversos trabajadores en situación de incapacidad temporal, concepto que, por otro lado, no debe ser confundido con el de discapacidad. Por ejemplo, muchos lectores recordarán el despido de más de 40 trabajadores en la fábrica de la empresa SEAT en Martorell en el año 2005. Se trataba de trabajadores que
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estaban en situación de incapacidad temporal o que habían estado en situación de baja en varias ocasiones. Todos recibieron la misma carta de despido en los que se justificaba la extinción unilateral del contrato por su bajo rendimiento, aunque se citaban los artículos correspondientes al despido disciplinario. Dadas las características del supuesto de hecho, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña consideró que el despido era discriminatorio, conclusión a la que se llegó mediante una votación en la que participaron todos los Magistrados de la Sala Social, aunque muchos de los Magistrados votaron en contra (once de veinticuatro). Para el Tribunal “se identifica un factor de segregación con el que la empresa configura una auténtica categoría colectiva o clase de trabajadores caracterizada exclusivamente por dicha circunstancia, la enfermedad, clase a la que se reduce o niega importantes derechos, incluido el de ocupación, y a la que da, en consecuencia, un trato de inferioridad que, a nuestro juicio, debe encontrarse entre los vedados por la prohibición” de toda discriminación. El Tribunal Supremo no dudó en dar al traste con la interpretación revolucionaria de dicha sentencia, con unos argumentos muy discutibles desde un punto de vista jurídico. Para el máximo órgano jurisdiccional del país no hubo segregación en la actuación de la empresa, como tampoco la ha apreciado en los otros casos que le han sido planteados hasta la actualidad. Retomando el concepto de discriminación antedicho, no puede perderse de vista que para que pueda hablarse de verdadera discriminación debe examinarse si el trabajador despedido ha visto extinguido su contrato como consecuencia de su adscripción a una categoría social formada por los trabajadores que están impedidos temporalmente para trabajar por su estado de salud. Asimismo, tiene que existir una relación directa entre dicha adscripción al grupo social de los trabajadores enfermos y la
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diferencia de trato recibida. Es decir, se produce una verdadera segregación si la empresa diferencia entre “trabajadores sanos” y “trabajadores temporalmente enfermos”. Pero eso no es suficiente, en segundo lugar es necesario ver si el tratamiento recibido por el trabajador o trabajadores en situación de incapacidad temporal, los que constituyen la segunda categoría, ha sido desfavorable para él o su grupo colocándolos en tal situación que se lesione su dignidad. En muchos casos de despido concurrirán los anteriores elementos, por lo que el despido debería declararse nulo por discriminatorio, y no sería posible extinguir la relación laboral a cambio de una simple indemnización a elección del empresario. Es más, sería posible solicitar una indemnización adicional por la vulneración de un derecho fundamental. Téngase en cuenta que el trabajador en situación de incapacidad temporal no es despedido porque su perfil profesional no sea idóneo (formación, pericia, o experiencia insuficientes o inadecuadas) o por su conducta en el trabajo, sino que la diferenciación de trato se fundamenta en una característica personal, en una peculiaridad temporal, como puede ser el embarazo o la pertenencia a un sindicato. Es decir, por una razón ajena a su conducta o formación se le cierra una puerta a su promoción profesional y, por lo tanto, también a su desarrollo como persona. Se le coloca en una posición de inferioridad, de desigualdad de oportunidades respecto a los “trabajadores sanos” o aptos físicamente para el trabajo. Cuanto más sistemática sea la política de la empresa (despidos continuos o despidos en grupo como en el caso de la SEAT), mayor será el proceso de estigmatización de esta categoría de trabajadores. Desde un punto de vista marxista, se puede afirmar que el despido sistemático de trabajadores en situación de incapacidad temporal motivados por la falta de rentabi-
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lidad que suponen para la empresa configura al trabajador como un elemento más del proceso de producción, lo cosifica, lo convierte en mera mercancía. De allí que el empresario esté dispuesto a pagar un precio, una indemnización por el despido que no incluye los méritos profesionales (está prefijada por la ley según salario y antigüedad exclusivamente), a cambio de deshacerse de un trabajador que antaño era productivo, pero que presuntamente ha dejado de serlo a causa de su estado de salud. El trabajador ha sufrido un proceso de obsolescencia y tiene que ser sustituido por otro de iguales características, se convierte en un bien fungible, en un medio, en un elemento instrumental. En definitiva, se ataca la dignidad del trabajador y, de forma refleja, es una afrenta a la clase obrera, a la que, mediante una actuación tan reprobable como la descrita, se intenta fragmentar artificiosamente. La utilización del despido de trabajadores en situación de incapacidad temporal como medida disuasoria y sistemática profundiza el desequilibrio existente entre las partes en el contrato de trabajo, ya que se afecta decisivamente al poder de negociación del trabajador, que está en una situación más desprotegida. Pero además, y como efecto no menos desdeñable, se puede producir una afectación negativa en la integridad física de los trabajadores y en las políticas de prevención de riesgos laborales. Muchos trabajadores sin estar en condiciones físicas para trabajar procurarán no ir al médico por miedo a ser despedidos, lo que puede ser una fuente inusitada de riesgos laborales. Por último, cabe mencionar que este tipo de despidos afectarán principalmente a colectivos con humildes retribuciones y poca antigüedad, como pueden ser las mujeres, los jóvenes y los trabajadores inmigrante, lo que puede causar de forma estructural indeseables exclusiones y marginación en el mercado de trabajo. Albert Toledo Oms
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Club Sportiu Júpiter. El equipo de los obreros que hicieron la revolución Andrea Sceresini
Durante estas semanas el fútbol ha estado en primera línea de actualidad, cuando no son los éxitos del Barça son los millones de euros pagados para contratar a futbolistas, en lo que no deja de ser un negocio capitalista más. Pero hubo otra época en la que las cosas eran distintas Todavía existe en el campeonato regional de Catalunya el Club Esportiu Júpiter que en 1925 fue campeón de España que participó en palucha contra la dictadura, en la revolución de los años 30 y que en el que deporte formaba parte de la formación de la juventud para cambiar el mundo. El texto que reproducimos está publicado por la Fundación Nin (www.fundanin.org)
Primero la dictadura, después la guerra civil. Al final el advenimiento del fútbol millonario, la explosión de los grandes clubes, el consumismo de la movida y del lujo desenfrenado. Hoy, de ese viejo estadio no queda nada; sólo algunos recuerdos enmarcados en las fotos en blanco y negro. La estructura fue demolida, en 1948, por orden del Régimen. En su lugar están hoy los lugares de moda, las discotecas y las playas para los Vips. Una lenta invasión que ha borrado, en pocos decenios, gran parte de la antigua cara proletaria de Barcelona. El equipo, sin embargo, sigue jugando. No en el Poble Nou, sino en una manzana más al norte, donde las calles siguen siendo pobres y los chavales corren sudorosos, como en su momento, sobre el árido terreno a la sombra de los bloques de viviendas populares. El Cub Esportiu Júpiter se ha mudado de sitio, pero no ha dejado de vivir. En un tiempo era la Selec-
ción Obrera. Su nombre no significaba sólo deporte sino también rebelión, anarquismo y lucha de clases. «Era niño en los sesenta –cuenta Julio Nacarino, ex presidente y memoria histórica del grupo, mientras fuma arropado en su chaqueta de piel– el equipo ya estaba en decadencia y Franco nos había quitado tanto el escudo como los colores, pero el mito resistía y nos fascinaba. Aún hoy, que jugamos en el campeonato regional y hemos sido olvidados por todo el mundo. Sin embargo, en 1925 fuimos campeones de España. Hicimos la revolución, estuvimos en la cárcel. Este ha sido nuestro Júpiter». Historias lejanas; de un fútbol diferente que predicaba el compromiso y la justicia social y que hoy en día, quizás, haya dejado de existir en verdad. Es en
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1909 cuando dos chavales ingleses deciden fundar el club. Poble Nou, a la orilla del mar, es el barrio libertario; fábricas, establecimientos, calles obreras. La fe firmemente republicana y, no por casualidad, los primeros socios son casi todos anarquistas. Como escudo se adornan con la bandera del independentismo catalán: cinco rayas amarillas y cuatro rojas, coronadas por la estrella azul de cinco puntas. «Después, con el transcurrir de los años, las connotaciones políticas se hicieron cada vez más marcadas –continúa Nacarino– el club se afilió a la CNT, el sindicato revolucionario, y más tarde al Socorro Rojo Internacional. También el número de socios fue en aumento. En los años veinte eran ya más de 2000». Cada domingo, el pequeño estadio de la calle Lope de Vega se llenaba de mujeres y trabajadores. Las tribunas eran de madera y no siempre conseguían acoger a todo el mundo. En 1923 llega el Golpe de Miguel Primo de Rivera y también para el “Júpiter” empieza la temporada de las persecuciones: «Tuvimos que cambiar de nombre. El club pasó a llamarse “Hércules”. Fue impuesto también un nuevo símbolo, más sobrio, y coronado por una corona real. Muchos miembros del club fueron encarcelados, otros continuaron luchando». Dos años después, sorprendentemente, ganan el título de Campeones de España; suena la Marcha Real, pero a los aficionados les desagrada y empiezan a pitar. Estalla el escándalo; por respuesta, el gobernador militar de Cataluña instiga una nueva oleada de detenciones, castigando con seis meses de suspensión al club. Son tiempos duros para el fútbol y para los trabajadores. En toda Cataluña se desatan los pistoleros patronales; verdaderas bandas de sicarios organizadas, pagadas por los empresarios. También la CNT recurre a la lucha armada. Sus lideres son Durruti, Ascaso y Garcia Oliver: «los Solidarios», un nombre que muy pronto
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entrará en la leyenda. Huelgas, tiroteos y atentados acompañan cada concentración. El “Júpiter”, desde luego, no se queda mirando: «El club daba al movimiento gran parte de sus ganancias –explica el ex presidente, sin esconder una orgullosa sonrisa– en breve espacio de tiempo el estadio se transformó en un arsenal. Las pistolas eran desmontadas y escondidas dentro de los balones cuando jugaban fuera de su campo. De esta manera, obreros, futbolistas y anarquistas llevaron sus batallas uno al lado del otro». Sólo la huida del rey y el advenimiento de la República conseguirán, de algún modo, poner fin a la masacre. Es 1931, el 25 de septiembre, el estadio del Poble Nou recibe a Francesc Macià, líder de la izquierda catalana; viejo, con el pelo blanco, también acababa de salir de la cárcel. La muchedumbre se aglomera conmovida, mientras un fotógrafo improvisado inmortaliza el histórico momento. Le toca al viejo combatiente devolver al equipo su antiguo escudo: Cuatribarrado con la estrella azul. El mismo que la dictadura había obligado a quitar. De todos modos esto durará sólo algunos años. El 19 de julio de 1936 al amanecer, todo Poble Nou se despierta sobresaltado. Las fábricas hacen sonar las sirenas y los obreros salen de prisa, mientras por las calles se va difundiendo una impresionante noticia: Los militares de Franco acaban de abandonar sus cuarteles. También en Barcelona ha empezado la guerra civil. «Nuestros viejos se acuerdan muy bien de ese día. La muchedumbre se dirigió al campo; todo el mundo estaba presente, incluso algunos futbolistas. Hacía calor y el terreno hervía de hombres. Las armas escaseaban, pero de repente se empezó a cantar. Era una vieja melodía, el himno de la rebelión de Asturias: “¡A las barricadas!”. Al final, los trabajadores recogieron los fusiles y se alinearon ordenadamente, en el espacio entre las dos porterías. Fue desde allí,
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desde el campo del Júpiter, de donde salieron para hacer la revolución». No todos, sin embargo, consiguieron volver. Para muchos, después de pocos meses, se abrirían otra vez las puertas de la cárcel. Para otros las del exilio. La victoria del fascismo significará, también para el “Júpiter”, el principio del fin. Hoy en día el equipo se entrena en la zona de La Verneda. Llegar allí, desde el centro, resulta muy complicado; hay que coger el metro y después caminar hasta las gradas de color gris que dan a las vías del ferrocarril. El barrio se llama San Martí y cuando el club fue exiliado allí, en los años cuarenta, no era nada más que un campo abierto.
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En una salita, debajo de las tribunas, se apiñan decenas de trofeos. Está la foto con Macià y, en un rincón, también un polvoriento estandarte, cosido por las mujeres del barrio durante la época de las rebeliones. «Tenemos que arreglar esto un poco», confiesa un chico con un gorro blanco. Sus colegas, mientras, acaban de terminar de jugar el partido. Están satisfechos, porque este domingo la jornada ha transcurrido bien; han ganado 2-0 al Sitges, otro equipo de la Regional. Muchos, mientras pasan, echan un vistazo a las viejas medallas. Los más jóvenes sonríen; hay quien sueña con el Barça, quien con el Real Madrid. Ellos también, de alguna manera, quieren cambiar el mundo.