Thirty-five years without Franco
Treinta y cinco años sin Franco
by JULIÁN CASANOVA
por JULIÁN CASANOVA
EL PAÍS - Tribuna - 19-11-2010
EL PAÍS - Tribuna - 19-11-2010
At 10.00 a.m. on 20 November 1975, only hours after his demise had been formally announced, Carlos Arias Navarro gave a public reading to the political testament of Francisco Franco, a “faithful son of the Church” who had had no enemies other than “those who were the enemies of Spain”.
A las diez de la mañana del 20 de noviembre de 1975, unas horas después de que se anunciara oficialmente su muerte, Carlos Arias Navarro leyó en público el testamento político de Francisco Franco, un “hijo fiel de la Iglesia” que solo había tenido por enemigos a “aquellos que lo fueron de España”.
At the state funeral on 23 November, Marcelo González Martín, the cardinal primate of Spain and archbishop of Toledo, recalled the obligation to preserve “Christian civilisation, [a duty] which Franco sought to carry out, freedom being a mirage in its absence”. That very evening, a 1,500 kilo granite block covered up the grave opened for the Caudillo in the basilica of Santa Cruz del Valle de los Caídos, alongside the grave of José Antonio Primo de Rivera. Blessed by the Catholic church, sanctified and surrounded by a heroicmessianic aura that placed on a par with the greatest saints in history. Such was Franco’s death. His legacy and the lengthy dictatorship that he presided over cannot easily be encapsulated and are a matter for debate between historians and differing opinions among the citizenry. Franco set out and managed to annihilate his enemies and, though they may have been only the enemies of Spain, they really were legion. He governed through terror and repression but also enjoyed significant social support which was very
El domingo 23, en el funeral de Estado, Marcelo González Martín, cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, recordó el deber de conservar “la civilización cristiana, a la que quiso servir Franco, y sin la cual la libertad es una quimera”. Esa misma tarde, una losa de granito de 1.500 kilos cubrió la fosa abierta para el caudillo en la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, junto a la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Bendecido por la Iglesia católica, sacralizado, rodeado de una aureola heroico-mesiánica que le equiparaba a los santos más grandes de la historia. Así murió Franco. Su legado y el de la larga dictadura que presidió no es fácil resumirlo y es objeto de debate entre historiadores y de encontradas opiniones entre la ciudadanía. Franco buscó y consiguió la aniquilación de sus enemigos que, si eran solo los de España, fueron en verdad muchos. Gobernó con el terror y la represión, pero también tuvo un importante apoyo social, muy activo por parte de las
active on the part of the many who blessed his victory in the Civil War and rather more passive on the part of those consigned to apathy through fear or who were thankful to him for improvements in the standard of living over his final 15 years in power. When he died, his dictatorship fell apart. There was a general rout of the so-called reformists or “aperturistas” out to carve themselves a new political identity. Lots of life-long Francoists, in or out of power, turned overnight into life-long democrats. Most of the polls carried out over the declining years of the dictatorship indicated a growing support for democracy, although it was not going to be easy, given the dose of authoritarianism that had seeped into Spanish society over such a long time. In the wake of a complicated Transition, strewn with frictions and hurdles, democracy changed Spain's standing in Europe as she fully integrated into Europe, a dream cherished by Spanish intellectual elites since the late 19th century. The challenge to 21st century Spaniards now is not the creation of a full democracy with equal rights and freedoms (the sometimes bloodied warhorse of some of the generations who have gone before us) but to pursue the change so as to improve upon it and bolster civil society and civic participation. Thirty five years on from the death of the last dictator Spanish history has to show, Spanish society has managed to leave behind some of the fundamental problems that most troubled it in the past. But from the grave, Franco appears still to be pointing the way to go with regard to other, no less important, issues. The Valle de los Caídos was his in life and
numerosas personas que se beneficiaron de su victoria en la Guerra Civil y más pasivo de quienes cayeron en la apatía por el miedo o de quienes le agradecieron la mejora del nivel de vida durante sus últimos 15 años en el poder. Cuando murió, su dictadura se desmoronaba. La desbandada de los llamados reformistas o "aperturistas" en busca de una nueva identidad política era ya general. Muchos franquistas de siempre, poderosos o no, se convirtieron de la noche a la mañana en demócratas de toda la vida. La mayoría de las encuestas realizadas en los últimos años de la dictadura mostraban un creciente apoyo a la democracia, aunque nada iba a ser fácil después de la dosis de autoritarismo que había impregnado la sociedad española durante tanto tiempo. Tras una compleja Transición, sembrada de conflictos y de obstáculos, la democracia cambió el lugar de España en Europa, con su total integración en ella, uno de los sueños de las élites intelectuales españolas desde finales del siglo XIX. El reto de los españoles del siglo XXI ya no consiste en crear una democracia plena con igualdad de derechos y libertades, caballo de batalla, a veces sangriento, de algunas de las generaciones que nos precedieron, sino en seguir cambiando para mejorarla y reforzar la sociedad civil y la participación ciudadana. Treinta y cinco años después de la muerte del último dictador de nuestra historia, la sociedad española ha podido dejar atrás algunos de los problemas fundamentales que más le habían preocupado en el pasado. Pero desde su tumba, Franco parece mostrar todavía el camino a seguir en otros no menos importantes. El Valle de los Caídos fue suyo en vida y
remains his after his death, as our democratic governments have shown themselves incapable of working out a coherent policy for the public management of our history. Unfettered probes of this traumatic past and political, legal and moral rehabilitation for the victims of Francoist violence have been shunned and stymied by powerful cliques firmly ensconced in the judiciary, in politics and in the media. And the hierarchy of the Catholic Church which has managed, under democracy, to preserve (and expand upon) the privileged position awarded to it by Francoism, fights tooth and nail to protect its finances and the rights it has acquired in education and, with vigorous backing from the Vatican, disputes every inch of territory that the state aims to capture in moral terms. Thirty five Franco-less years and we still have no law of religious freedom suited to our present, pluralist and culturally diverse democratic society. With democracy now firmly embedded, we should remember the past if we want to learn. Thousands of families wait for the state to mobilise the resources to retrieve their murdered loves ones, who were buried underground, without benefit of trial or evidence, so that no trace would ever be left of them. We need to publicise the roll-call of the victims of Francoist violence during and after the war and release information about where they were executed and the graves into which they were dumped. And, faced with these as yet untold stories, we cannot allow the memory of the victors to go by the by, or be neglected or destroyed. Their places of remembrance are the best proof of the real weight carried under the dictatorship by that union between religion and patriotism. We simply cannot walk away from the duty of knowing that different memories and different traditions exist alongside one another. But for that to happen, we must first bulldoze aside the obstacles stopping us from rescuing all those victims of torture and execution from the isolated culverts and ditches in which they lie. Thirty five years on from the death of the main culprit. Translated by Paul Sharkey
continúa siéndolo tras su muerte, incapaces los Gobiernos democráticos de establecer una política coherente de gestión pública de esa historia. Las miradas libres a ese pasado traumático y la reparación política, jurídica y moral de las víctimas de la violencia franquista generan el rechazo y el bloqueo de poderosos grupos bien afincados en la judicatura, en la política y en los medios de comunicación. Y la jerarquía de la Iglesia católica, que ha logrado preservar con creces en la democracia la privilegiada situación que el franquismo le donó, protege con uñas y dientes sus finanzas y sus derechos adquiridos en la educación y discute, con el apoyo enérgico del Vaticano, cada palmo de territorio que el Estado quiere conquistar en el orden moral. Treinta y cinco años sin Franco y no tenemos una ley de libertad religiosa adaptada a la actual sociedad democrática plural y culturalmente diversa. Asentada la democracia, debemos recordar el pasado para aprender. Miles de familias están esperando que el Estado ponga los medios para recuperar a sus seres queridos, asesinados, escondidos debajo de la tierra, sin juicios ni pruebas, para que no quedara ni rastro de ellos. Es necesario dar a conocer la relación de víctimas de la violencia franquista durante la guerra y la posguerra, ofrecer la información sobre el lugar en el que fueron ejecutadas y las fosas en las que fueron enterradas. Y frente a esas historias todavía por descubrir, no puede dejarse de lado, abandonar o destruir, la memoria de los vencedores. Sus lugares de memoria son la mejor prueba del peso real que la unión entre la religión y el patriotismo tuvo en la dictadura. No es posible renunciar al objetivo de saber, a que coexistan memorias y tradiciones diferentes. Pero para eso, antes, hay que remover los obstáculos que impiden rescatar de las cunetas y de las fosas perdidas a las víctimas de tanta tortura y asesinato. Treinta y cinco años después de la muerte de su principal responsable.