LAS APARIENCIAS
ENGAÑAN DE HIPÓCRITAS Y MALVADOS
“¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados… por fuera parecen buenos ante la gente, pero por dentro están llenos de hipocresía y maldad!” Todos los textos de la Escritura son tomados, bien de la versión Dios Habla Hoy (DHH) o la Reina Valera (VRV). En cada caso se especifica.
(Mateo 23:27-28 DHH)
¿Qué tipo de personas son estas a quienes Cristo asemeja, tan categóricamente, con “sepulcros blanqueados”? Que triste sería que, una vez estando frente al Señor Todopoderoso, él nos recibiera con semejantes palabras. Por supuesto, ninguno que practique juiciosamente su religión pensará siquiera por un instante ser parte de esos a quienes estas palabras son dirigidas, pero, ¿acaso los fariseos no se sorprendieron de tal señalamiento también? Vamos más atrás y veamos más detalles que den luz acerca de quiénes son estas personas. En el verso 3 del mismo capítulo, Jesús le dijo a la gente y a sus discípulos: “Obedézcanlos, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa pero hacen otra muy distinta”. Jesús dice que, al enseñar la Biblia (los mandamientos de Dios), enseñan la verdad, pero es su “ejemplo”, su actuar, su modo de proceder,
1 HIPOCRESÍA Hipócritas
lo que contradice abruptamente su enseñanza.
Es decir, parece ser que enseñan lo correcto, que en sus labios hay palabras sabias y llenas de sentido, porque proceden de la Santa Palabra de Dios, pero tales no son más que verdades recitadas mecánicamente, memorizadas de manera previa, sin alma, no vividas, no interiorizadas (por la obra misericordiosa y poderosa del Espíritu Santo en sus corazones), quizá, incluso, no creídas siquiera. Y esto no precisamente por voluntad divina sino más bien por la dureza de corazón que nos es común. De ahí el proverbio que reza: “Las piernas del cojo penden inútiles; así es el proverbio en la boca del necio” (Prov. 26:7 VRV). La hipocresía esconde algo que se oculta porque de hacerse público, seguramente perjudicaría la imagen, la posición o credibilidad alcanzadas.
Se es hipócrita cuando se finge creer u opinar de determinada manera, pero realmente no se cree ni se piensa así. Se es hipócrita cuando se fingen virtudes, cualidades o estándares que realmente no se tienen o no se siguen.
Quien es hipócrita, lo es conscientemente, y puede incluso no agradarle. Alguna justificación encuentra. Quizá piense que es necesario tal desvarío de la verdad en procura de un bien mayor que beneficie a muchos; pero el engaño no deja de ser lo que es, y es contrario a la verdad. Pero hay también el hipócrita que construye metódicamente sobre sí, una imagen ante los demás a punta de apariencias, propagándose como ejemplo a seguir y hallando gran placer en ser acatado, admirado, atendido u obedecido.
Ahora, este actuar es completamente opuesto a la enseñanza de Cristo respecto a la humildad y al buen juicio con que debemos pensar de nosotros mismos. Cuán torpemente nos vanagloriamos al pensar que somos “la pieza clave”. Debemos, más bien decir, como lo enseña nuestro amoroso Maestro: “Somos – apenas – servidores inútiles, porque no hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación” (Lucas 17:10 DHH).
“No tengan más alto concepto de sí que el que deben tener; piensen de sí con cordura…” (Rom. 12:3 VRV)
2
CRUELDAD Crueles
“El justo cuida de la vida de su bestia; más el corazón de los impíos es cruel” (Proverbios 12:10 VRV)
Pero además, se trata de gente “cruel”. Gente que “ata cargas tan pesadas que es imposible soportarlas” (Mateo 23:4 DHH), sobre los hombros de las personas a las que tan desacertadamente pastorean. Traen aflicción al corazón de las ovejas al poner tropiezo para que no vean la bondad y la gracia divinas. En buena parte porque transmiten la vana ilusión de poder alcanzar por mérito propio las bendiciones de Dios; que su “éxito” se debe a la pericia, disciplina, y firmeza de carácter que, con años de esfuerzo y dedicación, han alcanzado. Y es por esta razón que son también vanagloriosos y se alaban a sí mismos, incluso al orar: “Gracias, Dios, porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces por semana y diezmo de todo lo que gano”. Dijo Jesús, que el autor de esta “oración” no obtuvo absolutamente nada de Dios salvo su censura, porque “el que a sí mismo se engrandece, será humillado; pero quien se humilla, será engrandecido” (Lucas 18:9-14).
Su crueldad es manifiesta en el trato a los más débiles, en el desprecio por todo aquel que no cumple los estándares, o que no aporta contundentemente a la consolidación de su “ministerio”; pero lo es también en el afán por sacar provecho de quienes pastorea, aún a costo de sus propias vidas. Los beneficios que pueden obtener de su rebaño están poéticamente descritos en boca de lo profetas y son de todo tipo: económico, político, social… estatus, liderazgo, reconocimiento, bienes, riqueza, poder.
“¡Ay de los pastores de Israel, que se cuidan a sí mismos! Lo que deben cuidar los pastores es el rebaño. Pero lo que hacen es beber la leche de sus ovejas, vestirse con su lana y matar a las más gordas…” (Ezequiel 34:2-3 DHH)
Finalmente, cuando el provecho no es obtenido, cuando no hay la docilidad que se estima, son severos para señalar las “faltas” de su grey.
Dice, Jesús, que “quieren tener los mejores lugares en las comidas y los asientos de honor en las sinagogas” (Mateo 23:6). Por un lado, les gusta el lujo, la pompa, los buenos lugares, la buena vida, sin el menor miramiento de
3 VANIDAD
Vanidosos
las necesidades latentes de quienes están a su lado, bien como consiervos o bien como discípulos, y por sobre muchas cosas que deberían ocupar mayor importancia. Por otro lado, obligan a los demás a rendirles algún tipo de pleitesía y ser considerados “mayores” o superiores a los demás, incluso tomando versos de la Escritura para justificarlo, porque aman los títulos para sí; aman ser llamados “maestros” y se blindan a sí mismos de la justa crítica: “¿Quién osa tocar mi manto (autoridad)”?
“En los últimos días vendrán días difíciles. Los hombres serán egoístas, amantes del dinero, orgullosos y vanidosos… traidores y atrevidos, llenos de vanidad, que buscarán sus propios placeres en lugar de buscar a Dios” (2 Timoteo 3:1-2, 4)
La vanidad del siglo XXI es muy particular, en buena medida, gracias a las tecnologías de las comunicaciones y la televisión que le han dado un lugar preponderante a la “imagen”. Buena parte de las personas públicas gastan fortunas en asesores de imagen y ropa de marca. Se ha hecho real aquel dicho popular: “la imagen cuenta más que mil palabras”, no porque sea cierto realmente, más bien porque la imagen (que realmente poco dice) es lo más importante en esta sociedad del consumo.
Vuelve a tener eco lo que el Dios de Israel dice al respecto: “No te fijes en su apariencia y su elevada estatura, pues Yo lo he rechazado. No se trata de lo que el hombre ve, pues el hombre se fija en las apariencias, pero Yo me fijo en el corazón” (1 Samuel 16:7 DHH). Hoy, en los círculos cristianos cuenta mucho cómo se viste, cuánto dinero se tiene, de cuánto éxito se puede alardear, pues estas cosas, según las doctrinas de la prosperidad, son evidencia del beneplácito divino. Pero esto es un engaño terrible , pues “…gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:6-8).
4 REBELDÍA Rebeldes
“… tú has seguido bien mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor y mi fortaleza para soportar, y has compartido mis persecuciones y mis sufrimientos… Pero el Señor me libró… Todos los que quieren llevar una vida piadosa en unión con Cristo Jesús sufrirán persecución; pero los malos y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:10-13)
“Cierran la puerta del reino de Dios para que otros no entren; ni entran, ni dejan entrar a quienes quieren hacerlo” (Mateo 23:13-14).
Son rebeldes a Dios y abiertamente le desafían al contradecir su Palabra. Es decir, afirman cosas contrarias a las Escrituras, creyendo y haciendo creer a los demás que de lo que se trata es de una “nueva revelación” que les ha sido dada exclusivamente a ellos, en razón a su consagración y gran devoción. “Resisten a la fe”, en palabras de Pablo: “…así como Janes y Jambrés se opusieron a Moisés, también esa gente se opone a la verdad. Son hombres de mente pervertida, fracasados en la fe” (2 Timoteo 3:8). Roban la buena semilla que pudo ser sembrada en el corazón de un recién creyente y ponen en su lugar cizaña.
Si observamos en detalle la parábola del buen sembrador y la explicación que Cristo mismo da de ella, encontramos que “la semilla que cayó entre las piedras representa a los que oyen el mensaje – del evangelio– y lo reciben con gusto, pero como no tienen suficiente raíz, no se mantienen firmes”, se rinden, renuncian, seden, se retractan, “pierden la fe”, dice más adelante, “cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución” (Mateo 13:20-21). Podríamos pensar que los “sepulcros blanqueados” que estamos estudiando son, además, rebeldes, entre otras cosas, porque aman el bienestar por sobre el evangelio de Dios, su mensaje y la cruz que – dice– debemos cargar. De este modo, quien sufre por causa de la justicia es despreciado e incluso señalado de no andar en la perfecta voluntad de Dios; de estar siendo “castigado” por Dios debido a sus pecados o a su ineptitud, tal como le sucedió a Job.
5 ORGULLO
Orgullosos “…habrá falsos maestros entre ustedes… enseñarán con disimulo sus dañinas ideas, negando de ese modo al propio Señor que los redimió… Muchos los seguirán en su vida viciosa, y por causa de ellos se hablará mal del camino de la verdad. En su ambición de dinero, los explotarán a ustedes con falsas enseñanzas; pero la condenación los espera a ellos sin remedio, pues desde hace mucho tiempo están sentenciados. (1 Pedro 2:1-9)
“Recorren tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo han logrado, hacen de él una persona dos veces más merecedora del infierno que ellos mismos” (Mateo 23:15). Institucionalizarse, en un sentido, es la manera de “tomar el control”, de legitimarse en el poder y la posición alcanzadas. Ya no se es un grupo de personas que caminan en la dirección que su “buen pastor” les muestra, sino una institución que define claramente sus propias metas y expectativas, y que tiene ya una reputación y una imagen que cuidar. Y es que el contar con una feligresía numerosa, útil en muchos sentidos, da prestigio, incluso a los ojos de este mundo; da poder.
Quienes lo han entendido ven en las masas, en las multitudes, la manera de hacerse un trono y un reino, sobre los cuales catapultarse a sí mismos; un trono desde el cual legitimarse y hacerse reconocer como los únicos poseedores de la verdad, cosa que finalmente ayuda mucho a otros propósitos.
El adepto alcanzado, correctamente adoctrinado, no ve oportunidad de salvación para sí fuera de esta institución, y se debe a ella en alma y cuerpo. No es Cristo su roca de refugio sino una institución portadora de la verdad, que se muestra inconmovible, infalible, poderosa, entre otras cosas, porque Dios es quien la ha establecido. Pero Dios no comparte su gloria con nadie. No hay nada (institución ni iglesia) ni nadie que se le compare; que pueda afirmar como Dios mismo lo hace: “Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11 VRV). Entre las certezas que David atesoró en su corazón y que debemos nosotros también guardar, está esta: “Oh, alma mía, dijiste a Jehová: Tu eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Salmos 16:2 VRV). “Al Señor adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10) es la afirmación de Cristo, no de un creyente resentido o maltratado por un sistema religioso corrupto.
“…teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2 VRV).
No es la religión ni una institución, sino Cristo quien debe ocupar el primer lugar en el corazón. La “religión” (institucionalizada, pensaría yo) fue catalogada por Marx como “el opio del pueblo”, y en los distintos sentidos en los que se puede entender tal afirmación, hay realmente razones para justificarla y reconocerla. En primer lugar, el opio es un analgésico, un sedante, que aplaca el dolor pero no cura realmente ninguna enfermedad; en este sentido, la religión parece aliviar pero no es la respuesta última y definitiva, como si lo es Cristo. En segundo lugar, el opio fue (como lo es hoy el
narcotráfico) un generador de conflicto, en razón a la lucha por el control de su producción y expendio; los estudios sociológicos de la religión hablan decididamente acerca de la existencia de un “mercado de la fe”, que ha prostituido su verdadero sentido, pues hecha mano de la publicidad, de los “descuentos”, de las “promociones”, finalmente de un mercadeo cuidadosamente estudiado y adaptado que sirve a la necesidad de posicionarse y mantenerse en esa oferta pública tan exigente de hoy. “… ¡guías ciegos!, que dicen: «Quien hace una promesa jurando por el templo, no se compromete a nada; pero si jura por el oro del templo, entonces sí queda comprometido»” (Mateo 23:16 DHH).
Han perdido la perspectiva de las cosas, en buena parte por no escuchar atentamente al Señor a través de la Escritura y por darle mayor importancia a los
6 CEGUERA Ciegos
ritos (a los sacrificios, antiguamente) que a la obediencia. Tal como le sucedió a Saúl. Él estaba verdaderamente convencido de estar cumpliendo, al pie de la letra, la voluntad de Dios, pero pasó por alto las instrucciones claramente transmitidas por medio del profeta. “Más agrada al Señor que se le obedezca, y no que se le ofrezcan sacrificios y holocaustos; vale más obedecerlo y prestarle atención que ofrecerle sacrificios y grasa de carneros” (1 Samuel 15:22 DHH). Se hacen a sí mismos “guías” de otros. Cuidan el proceder de los demás pero no se fijan en el propio o, más terrible aun, saben a ciencia cierta que el propio es realmente vergonzoso, pero creen que serán justificados por su labor ministerial, por su mucho “hacer”, quizá exitoso, quizá reconocido. “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1 VRV), o “seremos
juzgados con mayor severidad” (DHH). La escritura también recomienda que si hay entre nosotros alguno sabio y entendido, que lo demuestre con su buena conducta, con la humildad que su sabiduría le da (mansedumbre); con una vida pura, siendo pacíficos, bondadosos y dóciles, pero también compasivos, imparciales, sinceros y bienhechores (Santiago 3:13-18 apartes DHH).
… Hay, quizá, más elementos de juicio en este texto para darnos mayor idea de lo que Dios espera de nosotros y de las advertencias en cuanto a como comportarnos como fariseos hipócritas y malhechores, que pueden hacer la diferencia entre una vida religiosa vacía y una vida abundante en el conocimiento de Dios y de su palabra. Dios nos bendiga y forme el carácter que ha de identificar a los verdaderos creyentes, esos que no se avergonzarán en su venida.
“No tengan más alto concepto de sí que el que deben tener; piensen de sí con cordura…” (Rom. 12:3 VRV)
“No tengan más alto concepto de sí que el que deben tener; piensen de sí con cordura…” (Rom. 12:3 VRV)