N掳 19
Salta, Abril 2015 - Distribuci贸n Gratuita
Benjamín Liendro EL AMOR Y EL PÁJARO DODO Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alas complementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo.
Algo ha desaparecido de esta Tierra y el mundo ha cambiado aunque nadie lo sepa, aunque nadie parezca notarlo, el mundo ha cambiado. Es romántico que las cosas desaparezcan, digo es romántico en el sentido siniestro de la palabra porque la belleza también puede ser terrible y horrorosa. ¿No es, en algún punto, romántico contemplar los huesos, juntar las cenizas, compartir las miserias? El mundo ha cambiado de una forma insospechada, de una forma imperceptible. Adiós a los pájaros que ya no veremos más, adiós a las rayas del tigre, adiós al amor de nuestra vida, y vivir… vivir enamorado… enamorado del pasado, de la probabilidad. Entre los años 1574 y 1674 el pájaro dodo o pájaro bobo dejo para siempre este planeta. De sus restos y algunos dibujos o testimonios, los biólogos dedujeron que su plumaje era medio gris azulado -aunque algunas versiones lo dan como verde grisáceo-. Tenía un pico largo y fuerte de aproximadamente 23 centímetros con el cual podía romper los cocos con los que se alimentaba, pesaba entre 10 y 17 kilogramos y media casi un metro de alto. Aunque su rasgo más notable era que no podía volar y que era torpe en el andar diario. Que un pájaro no pueda volar y que además sea pequeño -relativamente hablando- constituye un claro ejemplo de la crueldad de la vida o de la insensibilidad de la naturaleza. El pájaro estaba destinado a la extinción o tal vez estaba destinado a ser un símbolo. En cierto pasaje de Alicia en el país de las maravillas el pájaro dodo organiza una carrera y para no herir los sentimientos de nadie, declara que todos son ganadores. Tamaña “estupidez” no tiene cabida en este mundo competitivo. En cierto sentido, el pájaro bobo, -al menos el pájaro de Aliciaera un verdadero bohemio, un verdadero humanista, el típico artista hippie que elige la sencillez de la vida y que se desvive por la protección del ambiente. Y ya se sabe que tener ideales o un corazón demasiado noble a veces cuesta caro. El pájaro real también fue, a su pesar, un humanista, y aunque no llegó a disfrutar del siglo de las luces, ni de las libertades civiles o ver las agencias protectoras de animales, encarnó de una forma retorcida pero no por ello menos palpable, aquella práctica humana que puede sintetizarse bajo la frase “atrapen al bobo”, o dicho de otra forma “aprovecharse del tonto, marginar al inútil, al afeminado o a la fea o cualquier otro adjetivo que pueda asimilarse a lo monstruoso; (aquí me refiero a lo monstruoso en su sentido etimológico, es decir, en el sentido de prodigio o de advertencia, si se quiere hasta de recuerdo); el caso es que la idea era eliminar ese aspecto sensiblero de nuestras vidas, que paradójicamente nos impide vivir, a la vez que es lo único que hace nuestra existencia soportable en medio de tantas presiones sociales o económicas. Si el descubrimiento del pájaro dodo lo hubiesen realizado marineros italianos, tal vez se hubiese acuñado la expresión carpem dodo, no sólo por la forma en que los perros y ratas atrapaban fácilmente al pobre pájaro destrozando sus carnes o huevos, sino también para significar esa idea de la fugacidad inútil de la vida. La carne del dodo era (según decían los marineros y demás testimonios) horrible y detestable. De hecho el ave era considerada fea y tal vez la única utilidad económica viable era utilizar sus plumas como adorno decorativo de las mujeres o de las casas. Así pues no había ningún interés en esta pobre ave, ni artística ni financiera, ni siquiera gastronómica y no obstante, en escasos cien años desapareció para siempre. Se trataba de un ave prácticamente invisible, de andar torpe y libre de prejuicios (no conocía al hombre). Su único pecado fue que la evolución la hizo caer en una isla prácticamente desierta, en un punto de la historia en que los viajes en barco llevaban además de (supuesto) progreso, riquezas y civilización, una muerte lenta y dolorosa o en el mejor de los casos un desarraigo y un sin sentido de la vida.
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Benjamín Liendro
Atrapado entre tanta vorágine el pájaro dodo se extinguió sin remedio y su único consuelo fue devolvernos (desde el fondo de un grabado) una mirada doliente, sin rencor, pero guardando en esas pupilas pequeñas, negras y casi miopes una fría certeza. Un amigo acuño también el concepto de “bulling evolutivo”, recuerdo que entonces estábamos pensando en el “ave del terror” y su relación con el pájaro de esta historia. El ave del terror era un animal prehistórico que vivió por América del Sur y compitió de igual a igual con el tigre dientes de sable de Norteamérica y el lobo siberiano, las otras superpotencias terroríficas de entonces. Al final, el vencedor fue el lobo, pero de todos modos este pájaro diabólico se las ingenio para reinar en las llanuras por miles o tal vez millones de años. Media entre un metro y medio y dos metros y medio de alto, pesaba cerca de 45 kilogramos y había desarrollado poderosas patas con las que propinaba fuertes golpes, además de todo eso podía correr grandes distancias y por si fuera poco tenía un monstruoso pico con el que podía destrozar el cráneo de los caballos o de otros animales similares. Imaginar un ave así nos resulta un poco chocante y ciertamente resulta bastante aterrador. Sabemos que el águila o el halcón son animales peligrosos pero la campaña de marketing hace que pensemos en ellos, como portadores de la libertad o símbolo de la fuerza y los grandes ideales de la justicia, además están en los cielos y nosotros estamos en la tierra, así que podemos echarnos a tierra o escondernos y si no lo logramos moriremos rápidamente por los aires. Pero con el pájaro del terror la situación sería distinta, aquí no hay posibilidad de esconderse, ni de enfrentarlo, mucho menos lograríamos escapar. Luego de un picotazo, nuestro cerebro se esparciría por todo el pasto. Es posible que agonicemos unos minutos, los suficientes para ver el monstruoso pico destrozarnos el hígado o el cuello. Se podría decir, entonces que el ave del terror vivió y murió feliz, en cambio nuestro dodo no tuvo tanta suerte. No obstante, el ave del terror fue prácticamente olvidada de la vida ordinaria y salvo los biólogos o paleontólogos casi nadie la recuerda. Al final su existencia pasó tan o aún más desapercibida que la del dodo. Sin embargo, hay en el pájaro dodo un aura de animal imaginario, casi fantástico. Es curioso, por ejemplo que el escudo de armas del Reino Unido lleva en uno de sus lados un unicornio encadenado como símbolo de Escocia o de Irlanda, en tanto que el escudo de armas de Islas Mauricio delinea un dodo rampante (si un dodo, como si este hubiese sido un animal majestuoso o ágil) y sin embargo, el unicornio (casi un caballo) parece más real que el dodo. Ya lo ven, entonces, se puede morir y ser invisible o ser invisible y morir. Jamás sabremos que sintió o que pudo haber pensado el último dodo de la Tierra cuando caminaba solitario y errante por las islas tropicales. Supongo que su soledad fue total o que siendo fiel a su nombre, vivió como el peor de los bobos aferrado a la esperanza de no ser el último, de encontrar el amor, de seguir intentando, de seguir caminando. En el ocaso, tal vez contemplaba las hojas e imaginaba que sus islas volvían a ser paradisiacas, atraído por el canto de otra ave corría velozmente hacia la luz, sintiéndose salvado. O tal vez, comería con desidia aguardando la muerte o viviendo sin conciencia de la muerte como dicen que viven los animales, y quizás por eso no sintió terror, ni soledad. Jamás sabremos tampoco que pudo haber pensado el esclavo que lo avisto por última vez hacia finales del siglo XVII. Sólo él pudo haber respondido si su plumaje era azul o verde o si en verdad su mirada tenía esa extraña mezcla de inocencia y melancolía que parece ser característica de los perros. Sólo él habría podido testificar a ciencia cierta su existencia, y sólo él contemplo este último prodigio o monstruo. ¿Pues qué nos indica unos pobres huesos, qué indicio de una vida proporcionan algunos retratos y dichos? En verdad, los dibujos dicen más de la humanidad que del pájaro en sí. En rigor, el dodo es ahora una escritura. De todas las personas que han tenido alguna vinculación directa con el pájaro de esta historia, el nombre que más ha perdurado ha sido el de Carlos Linneo, un biólogo sueco que vivió entre 1.707
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Benjamín Liendro y 1.778 y que irónicamente jamás llegó a conocer un ejemplar vivo del ave. El se apropio de la cultura popular y de los motes portugueses y bautizo científicamente al ave con un nombre latino: didus ineptus. A pesar de que ahora había ingresado a la moderna taxonomía (una actitud casi científica) el dodo seguía siendo estúpido. A veces pienso que su estupidez es, o mejor dicho fue, mágica. Fue mágica como la lluvia o como un día soleado en una tarde de verano, en la que tus amigos o familiares te dicen ¿qué tiene de mágico la lluvia, o los ocasos? Incluso mágico y molesto como cuando alguien te hace una pregunta personal, incomoda pero necesaria. Y nadie, o casi nadie, salvo tú pueden sentir esa extraña sensación entre melancolía y felicidad, que rodea a las cosas simples como si un aura de muerte te dijera “aprovecha este momento”. Todos hemos perdido algo alguna vez. Puede tratarse de algo tonto como unas llaves o como unos apuntes, tal vez un número de teléfono o bien algo importante como un amigo o un familiar, tal vez una idea. La pérdida es un territorio ondulante, muchas veces nos sentimos miserables pero a veces también deseamos perder las cosas. A veces perder algo nos hace sentir aliviados, casi libres. Algo que ha desaparecido nos sumerge en el recuerdo, en el territorio de la posibilidad y si acaso no hubiese hecho o dicho eso, si acaso pude prever tal o cual cosa, si acaso… la pérdida también instaura (de una manera secreta) la duda y la posibilidad, una suerte de temporalidad en la que siempre estamos perdiendo algo y a la vez siempre la estamos recuperando. No espero que todo el mundo comprenda estas líneas, porque es una sensación muy particular, que solo pertenece a los espíritus terriblemente analíticos o cerebrales, o en su defecto a las personas que tienen tendencia a enamorarse demasiado de la vida, para el resto de las personas la pérdida es solo un hecho definitivo y jamás una historia que se abre desde el pasado, y estalla en el presente. La perdida a veces también detiene la vida en algún punto, mientras avanza o parece avanzar en otros. La pérdida es un punto de fuga. Un poema desconocido comenzaba así: “no, la vida no continúa pero continúa” es difícil pero no imposible de comprender. Lo que me pasó con Sara era, más o menos lo mismo, que le paso al pájaro dodo. Se trataba de una historia que estaba destinada al fracaso, o en el mejor de los casos podía aspirar a una relación tormentosa o poética. Esas relaciones, que perduran, un poco por amor y otro poco por lástima o porque no se sabe qué hacer después de tener un pequeño instante de felicidad con la única persona que te comprende algo, pero a la que por diversas razones no le dedicas el tiempo suficiente o la atención que se merece. Yo había visto por primera vez a Sara en la presentación de un libro. Y no hubo ninguna premonición o sensación de amor. Simplemente fue avistamiento, el primero de muchos. Entre Junio y Octubre de ese año nos cruzamos varias veces más en presentaciones de libros o en ferias de artesanos. Sara era artesana, yo era o intentaba ser escritor. Los dos éramos feos, no tanto para ser asexuales o desprovistos de toda fantasía pero creo que no inspirábamos demasiado. Ambos éramos como pájaros: libres y estúpidos, sin ataduras pero sin futuro… y no obstante había en nosotros una pulsión de felicidad tangencial con la demencia o la idiotez… qué se podía esperar de alguien que ganaba cerca de dos mil pesos mensuales o a veces menos, ¿cómo podía una persona así superar la vida? ¿Cómo podía mantener una familia? Estaba claro que ni Sara ni yo tendríamos descendencia o por lo menos no la tendríamos juntos. Los dos éramos absurdos y ambos nos extinguiríamos irremediablemente si no cambiamos nuestro modo de vida. Naturalmente no había lugar en la sociedad para alguien así: improductivo en el mejor de los casos, inútil en el peor. Siempre que pensaba en Sara (por las noches) se me venía un poema a la cabeza, un poema que sin embargo jamás terminaba de armar porque le faltaba algo. Hasta que finalmente me acosté con Sara y entonces supe que lo que me faltaba era tristeza y que tenía miedo de acostumbrarme a su compañía, hasta tenía miedo de perderla. Hasta entonces yo me había imaginado destinado a la soledad, a los símbolos y ahora tenía cierta ilusión francesa
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Benjamín Liendro perfumada con errancia. Pero eso no era la peor parte, porque yo había idealizado a Sara de muchas formas y ahora ella se había vuelto terriblemente real, en muchos aspectos. Hay un poema al que siempre vuelvo en el que un hombre cualquiera debe hacerse fuerte en la rutina, enfrentar el día el día con todo lo que tiene de terrible, soportar largas colas sin ser vencido por el desaliento. Así me sentía yo después de tener sexo con Sara. En este mundo no se puede ser poeta y convencional, tarde o temprano uno debe elegir y ponerse camisa para ir al trabajo, apagar el despertador antes de que suene la alarma, olvidarse de las cosas mágicas. Sara era una encrucijada y yo era un pájaro dodo. El más tonto de los pájaros pues no podía o no me animaba a volar y soltarlo todo, estaba pegado a la tierra. Así que cuando comenzó noviembre decidí que quería conservar mi relación con Sara y lograr que la misma fuera algo más que unos cuantos encuentros casuales a mitad de la noche. Había llegado la hora de pedir y conseguir un trabajo convencional. Había llegado la hora de competir en la carrera de ratas, ya sabes tratar de conseguir mejor trabajo, mejor posición, comprar el mejor auto, comprar una casa, ganar más dinero para vivir mejor, comprar una parcela –la mejor también- en el cementerio más caro. Por supuesto, había que fingir que en realidad estas cosas no nos importaban, y si alguien te preguntara o acaso te acusara de avaro y ambicioso tu respuesta debía ser igual de convencional que la pregunta. Uno paga un precio por vivir de ideales. El mío era que tenía miedo de vivir de un trabajo que casi seguro terminaría detestando, de hecho terminaría detestando mi vida, pero viviendo. Creo que eso nos pasa a muchos. Pero era más fuerte la idea de Sara. En otro poema dedicado a Holderling –un poeta alemán que decidió rendirse a su daimon literario y se volvió locose comenta que los pájaros picotearon su cabeza tan fuerte hasta que todos escaparon, desdibujando la idea de “ser” y volando hacia la libertad. Si nunca hubiese conocido a Sara las cosas hubiesen resultado distinta, tal vez yo seguiría siendo el mismo perdedor de siempre pero feliz, despreocupado. No me importarían las opiniones de los demás. Ni la fealdad de mi rostro o las formas imperfectas de mi cuerpo. En otras palabras seguiría siendo yo, pero ahora había conocido el amor y debía actuar en consecuencia, pues los pájaros ya estaban fuera de mi cabeza y revoloteaban en forma de angustia y de una terrible pulsión creadora que debía desoír. Era un momento terrible, porque el mismo amor que sentía por Sara me forzaba a hacer cosas que detestaba cuando en realidad lo que yo tenía ganas de hacer es escribirla y después perderla, vivir de la posibilidad de tenerla. Pensar en hacerme de una hipoteca, superar al menos en altura moral a los hijos de puta, disfrutar cada segundo antes de morir, cuidarme del tabaco. Sara decía que estas cosas no le importaban pero ella era mujer y seguramente estaba mintiendo, porque era imposible que con mi sueldo actual y con mis incursiones en la construcción yo pudiera mantener una familia. Yo no era un buen partido pero creo que ella veía en mi algo que en realidad no existía, una forma retorcida de magia. O tal vez me había cogido cariño porque sabía que en el fondo era un ser vulnerable y condenado al fracaso, lo cual también puede ser mágico en un mundo pos moderno. A pesar de todas estas cosas para finales del año siguiente me había acostumbrado a la camisa, a los horarios matutinos y lentamente me había olvidado de los poemas que a diario recitaba en mi cabeza. Ahora tenía un empleo de tiempo completo en una empresa comercial y realizaba labores administrativas. Por momentos mi mundo era kafkiano, pues debía superar largas filas sin perder la compostura pero lentamente me acostumbre a la idea de que tarde o temprano morirían los abuelos, yo envejecería y ya no haría un trío así que en adelante debía conformarme con la pantalla de la computadora. Y si acaso sentía el picotazo de algún pájaro temeroso, yo podía acallar ese temor con pastillas. Así que en unos escasos años creo que mi vida había cambiado. Si hasta me atraía –de verdad- la idea de trabajar más horas para ganar más dinero o de comprar ropa de marca o de viajar por el extranjero en primera clase y todo. Mis prejuicios de antes me
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Benjamín Liendro parecían insulsos y cuando llegaban las cuentas me sentía digno, en lugar de solo pensar que me había vendido. Al tiempo con un amigo decidimos poner un negocio de comida. Procuramos cumplir con todos los requisitos legales para no tener inconvenientes de ningún tipo. Pero por una u otra razón siempre nos faltaba algo y al final el negocio quebró. Había ingresado al mundo adulto y comprendí de una manera certera que en realidad éramos como pequeñas piezas de ajedrez en un tablero que tenia las formas de toda la tierra. Siempre sería pobre. Siempre miraría el barco, en el que otros hombres se iban con todas las riquezas. Esto significaba el bulling sociológico. Y no había forma de cambiar esto, sin importar cuántos de nosotros nos “rebelemos” al final todos nos vendíamos por unos pocos pesos, un viaje al extranjero o incluso nos vendíamos por amor, que es una forma bonita de venderse pero también la más peligrosa. Pues en algún sentido crea la sensación de esquizofrenia, sabemos que algo anda mal y lo acunamos y lo guardamos dentro porque es lo único que nos queda, que nos hace pensarnos como seres humanos y entonces somos dos personas viviendo dentro de un mismo cuerpo. Eso es lo verdaderamente monstruoso que albergan todas las personas, porque en el fondo, en medio de nuestra vida pobre y mediocre, también somos heroicos para no suicidarnos, o para pretender que las cosas están bien. En el fondo todos los seres humanos llevamos una vida secreta. Por ese tiempo comencé de nuevo a leer y llegue de nuevo a un libro viejo y encantador, sólo que ahora que era adulto lo leí de otra manera, el libro se llamaba “Alicia en el país de las maravillas” y en verdad más allá de toda la fantasía delirante de Lewis Carrol – un monje que no publicaba con su verdadero nombre- me pareció que la historia resumía buena parte del pasaje a la vida adulta y como aquellos que nos sentimos “artistas” (porque nunca somos artistas) podemos atravesar ese camino sin perder algo de nosotros. Por eso el pájaro dodo dejaba que todos ganasen la carrera. Mi relación con Sara estaba de mal en peor y tal como había previsto no teníamos hijos. Creo que eso en realidad fue una bendición pues facilitaba las cosas: el rompimiento, el suicidio, el recomienzo o lo que fuera. Había fracasado de una forma tal vez más estrepitosa y quizás más dolorosa que sólo dedicándome a la poesía. Ya lo ven entonces se puede escribir y fracasar o fracasar y escribir. Jamás comprenderé exactamente porque duro tanto la relación con Sara. Una relación que yo desde el principio juraría no duraría más de dos o tres meses y sin embargo, fue mucho más el tiempo que pasamos juntos. Algunas veces pensaba que podía ser feliz y dejar de ser un fantasma. Yo me sentía un fantasma porque salvo unas cuantas personas nadie se preocupaba en lo más mínimo por mi existencia, podía haber muerto en cualquier momento y la gente se enteraría varias semanas después. Al tiempo sería sólo un nombre y finalmente nada. No quedarían ni siquiera unos cuantos poemas que había conseguido publicar en una revista. Esto es inevitable, tal vez en el 2.432 nos olvidemos para siempre de Cervantes o de García Márquez o tal vez surjan otros Macondos o Comalas en algún lugar de la tierra. Tal vez esos pueblos sean más fantasiosos y estén poblados de robots que escriban poesía de forma mecánica y de música imposible de reproducir con palabras, pero lo cierto es que nombres tan famosos como Herman Melville o Franz Kafka volverán al mismo olvido del que surgieron cuando eran escritores fracasados. O quizás se construya una versión distinta de ellos, quizás nuestro “Quijote” el loco más querible de este mundo sea sólo un simple loco, como pasó con la ballena de Melville cuando publicó su novela por primera vez en el siglos pasados. Lo que no se perderá –si es lo que los humanos llegamos a vivir en este planeta por otros cuantos siglos más- es la sensación de estar enamorado porque quiero creer que aunque ingeniosos y racionales, nuestros actos más valientes están guiados por amor o por odio. Es posible que en ese mundo futurista también existan otros seres fracasados que sigan luchando día a día por un plato de comida. De hecho esto es casi una certeza, a pesar de que nos guste pensar en un mundo utópico sin desigualdades, seguimos viendo pasar los barcos. Las personas de ese tiempo futurista no recordarán mucho a todos los animales que se hayan
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Benjamín Liendro extinguido a todas las cosas que se hayan perdido para siempre. El tigre –igual que el pájaro de esta historia- también se convertirá en un símbolo y tal vez ocupe un lugar destacado en algún escudo de armas de una nación asiática pero jamás verán un tigre de verdad. Yo por mi parte, me pregunto ¿cuál será el último animal de este siglo en extinguirse? Y esa sola idea aunada a la idea de perder, de haber perdido a Sara me sumerge en el territorio de la escritura. Entonces pienso en una historia que esté vinculada con la pérdida de un gran amor. Una perdida marítima que sea mitad olvido, mitad recuerdo, que nunca llegue a ser definitiva y que me deposite en barco en Islas Mauricio donde murió –de amor y desamor al mismo tiempo- en 1.674 el último pájaro dodo.
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Rafael Caro El ángel de la moto Cambió su voz y cambió lo demás/ Cambió su gesto en el último flash/ Fabiana Cantilo No soy tan tonto como los demás creen. Lo que pasa es que me cuelgo pensando y siempre como que estoy en otra. Claro que no pienso en las cosas que me enseñan en el colegio. Esas cosas como matemáticas, química, física, la verdad… ¿a quién puede importarle? Ni al más chupamedias de la clase, ese gordito con lentes gruesos y pelo tieso como de carpincho, que se sienta delante de mí. Estudia, sabe todo lo que le preguntan los profesores y saca buenas notas. Pero hasta a él un día se le cayeron los libros y adentro tenía una revista de minas en tetas. ¡Hasta él! Bueno, entonces es normal que el resto de la clase, todos entre los 17 y 18 años, alguno un poco mayor porque está repitiendo el curso, estemos pensando en chicas en vez de la revolución de mayo o la tabla periódica de los elementos. Igual, chicas no hay en el colegio de curas. Las veo en el colectivo de vuelta a casa, siempre riéndose de quién vaya a saber qué, siempre misteriosas, con un código que parecen manejar todas ellas, no importa de qué colegio sean ni si van a primer o al último año listas para egresar. Como que se enseñan entre todas cómo deben comportarse para desconcertarnos a los varones. Se enseñan a caminar moviendo las caderas, a sentarse de determinada manera, a revolear el pelo y a hacer ciertos gestos que todas hacen igual desde chiquitas y se dedican a perfeccionarlos toda la vida. Nosotros no tenemos secretos, lo más complicado puede ser aprender a hacerse el nudo de la corbata o afeitarse, al principio. Pero siempre tenés a alguien que te enseñe, sino es tu papá, es algún hermano mayor y listo. Además con una afeitada al mes ya estamos, aunque cada vez crece más seguido, más espesa y más dura. Apenas salgo del colegio me desanudo la corbata, es algo que corta la respiración y asfixia aunque yo me la pongo sueltita nomás. Los curas revisan si uno tiene la corbata debajo del buzo polar hasta en los días de frío del invierno. ¿Con qué necesidad? Llego a casa, revoleo la mochila, y después de sacarme el uniforme, me tiro un rato en la cama a mirarla. Es perfecta, me mira con sus ojos claros sonriendo desde el póster donde la puedo mirar apenas me despierto y antes de dormirme. Tiene el pelo muy oscuro y ojos verdeazulados, está bronceadita y lleva puesto un bikini blanco y está medio de costado, prácticamente acostada encima de una Honda Shadow, negra como debe ser, de una cilindrada de 745 c.c. Ella Arquea un poco la espalda para mostrar la delantera (la de ella, no la de la moto). Parece estar muy cómoda a pesar de la postura un poco rara para manejar semejante máquina. Me sé de memoria su cara y cada contorno de su cuerpo. Lo que más me gusta es ese lunarcito que tiene sobre los labios de su boca entreabierta. Sus piernas son larguísimas y seguro que debe medir fácil un metro ochenta. En la parte de abajo del póster está su nombre: “Adriana Lima” y un garabato que, supongo, debe ser la firma de ella. Envidio al fotógrafo que le sacó esas fotos. Me imagino las luces de los flashes de su cámara y ella ahí, tan cerca. Siendo ella, siendo increíblemente mujer, increíblemente hermosa. Mi viejo había prometido comprarme una moto si tenía buenas notas, pero este año, si paso de curso ya es bastante. Igual estuve ahorrando, trabajando en el lavadero de mi tío y este verano, me pude comprar una motito usada. Justo para mi cumpleaños número 18. Fiesta con familiares y amigos. Tu viejo que te dice en un abrazo: “Ya sos un hombre, che.” Y eso es todo. Uno es un hombre.
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Rafael Caro Ese mismo verano, después de navidad, una chica de mi edad, calculo, se muda enfrente de mi casa. Es alta, flaca y tiene un lunar justo en el lugar de la chica del póster. Silvia me entero que se llama un día que me la crucé en el almacén de la esquina. Hablaba con doña Julia, la almacenera; Silvia apenas si me miró, sonrió y salió apurada con sus compras. Yo no recuerdo si llegué a decirle algo pero traté de mirarla medio con disimulo cuando la tenía al lado. Esa noche soñé con mi vecina Silvia en bikini blanca andando en mi moto a toda velocidad. Desperté al palo y confundido ante la mirada de Adriana Lima quien parecía observarme con cierto reproche por la infidelidad imaginada. “No pasa nada. Hay para las dos” le canchereo al póster. Veo a mi nueva vecinita salir en bicicleta con una pollerita corta. Me apuro a filmarla desde atrás con el celular mientras se aleja entre la arboleda de lapachos. “Padre, confieso que he pecado. Mi última confesión fue hace un mes…” le susurro al sacerdote antes de la misa del domingo. “¿Tienes pensamientos de pecado, hijo?” me pregunta el cura durante la confesión. Menos mal que me tocó el curita más joven, ése que vino de Polonia hace poco y no habla muy bien español. Si me tocaba el más veterano, seguro me hacía rezar padrenuestros desde la mañana hasta la noche. Pensé en la definición de “pecado” y me pareció muy amplia porque, según la biblia, todo lo que uno hace, no hace o imagina hacer ya es pecado. “Sí, padre. Tengo sueños pecaminosos cargados de lascivia y lujuria.” Respondo en tono bajo, rapidito y usando palabras difíciles cosa que no se me entienda muy bien. “Cuéntame, hijo. Te escucho” me anima el curita rubio. Le cuento mis sueños con el ángel de Victoria’ s Secret y mi vecina, Silvia. Al final, hay un silencio que me parece demasiado largo. Tengo ganas de agregar: “Le filmé el traste a mi vecina cuando no se daba cuenta y se iba en su bici”, pero prefiero callar. Me imagino qué diría el cura si le confesara eso. Por ahí saltaría con un: “¡Uuuuy pasáme el video! ¡Tengo Bluetooth, daleeee!”. Otra vez me colgué pensando pavadas. Pienso si debo agregarle este pensamiento impuro a la confesión pero creo que ya es mucho por hoy. El sacerdote me estudia con algo que parece tener algo de complicidad o comprensión, a lo mejor ambas cosas. Después de todo, los curas también son hombres. Con un tono sombrío, el padre me explica: “Cuidado, Satanás sabe disfrazarse como ángel de luz para tentar y llevar perdición a nosotros, los humanos. Él sabe que nuestra carne es débil.” Me da veinte padrenuestros y diez avemarías. Esta vez por lo menos la saqué barata. En casa de mi hermano mayor, mi cuñada hojea un libro en el sofá que se titula Visualización de los sueños con el subtítulo de Autoayuda. Se lo pido prestado cuando lo termine. Me mira medio raro porque sabe que yo no soy de leer libros pero me lo pasa después de un par de días. Resulta que el librito dice que si uno se imagina algo con muchas pero muchas ganas, entonces el sueño se hace realidad. Hay que imaginarse estando ahí en la situación en la que uno quiere estar hasta en el mínimo detalle y entonces el universo hace que lo que uno imaginó pase de verdad. Y debe ser, yo voy a probar. Capaz que si me imagino a la chica del póster…pero no. Hay que empezar con algo más cercano y posible. Si me imagino a mi vecina Silvia, en tanguita y andando en una moto bien polenta, capaz se realice. Igual, ya la vengo soñando, así que solamente tengo que imaginarla cuando estoy despierto. Y si eso no resulta…siempre está el recurso de la famosa “Autoayuda” que me suena a palabra elegante para decir “masturbación”.
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Rafael Caro Pasado un mes, me quedan un par de materias para terminar y la veo difícil porque ando más colgado que de costumbre visualizando con fuerza mi fantasía para ver si se cumple. Pero hasta ahora, nada. Cuando ya había perdido toda esperanza de que se materializara mi fantasía con Silvia, regreso una tarde por la ruta en mi moto cuando el calor de la tarde de verano comienza a aflojar y la veo. Es Silvia caminando al lado de la ruta en bikini blanca, sandalias, un pareo con florcitas y un bolso colgando de su hombro, el pelo al viento. Dudo en saludarla cuando paso a su lado, pero me sonríe y levanta el brazo para que me detenga mientras corre hacia mí. Me parece que su carrerita transcurre en cámara lenta como las de las guardavidas de Baywatch cuando corrían por la playa enfundadas en sus mallas rojas. Sonríe con unos hoyitos que se le forman en las mejillas y suelta: “Hola, si vas para el barrio, ¿me acercás a casa?” Creo que asiento con la cabeza tragando saliva. Ella sube de un salto y apenas siento una mínima diferencia en el peso de la moto en las curvas del camino. Durante el trayecto, siento sus pechos sobre mi espalda y sus brazos cálidos se enroscan sobre mi pecho. Adivino su boca cerca de mi nuca y de a ratos espío su carita bronceada por el espejo retrovisor de mi moto. “¿Fuiste al balneario o al río?” le digo girando un poco la cabeza pero sin sacar los ojos de la ruta. “Al balneario, pero había mucha gente. Demasiada.” Me responde medio gritando por el ruido de la moto. “¿Y tu bicicleta?” le pregunto yo como para no estar tan callado. “Se le pinchó una goma y me di cuenta justo cuando iba a salir de casa.” Llegamos, se baja y me estampa un beso en la mejilla. No recuerdo si le dije chau. Toda una semana me la paso juntando coraje para invitarla a salir al cine o a tomar un helado aunque sea. Pero el siguiente sábado, mientras arreglo los muchos desperfectos mecánicos de mi moto en el garaje, pasa Emiliano, el flaco que vive a dos cuadras a buscarla en el auto de su viejo. ¡El muy guacho me ganó de mano! Se cree muy piola porque el padre le presta el auto los fines de semana y gana minas nada más por eso el tarado. Recurro a la autoayuda a dos manos para sacarme la bronca y ese domingo está el cura viejo y malhumorado en el confesionario. Las cosas no pueden empeorar más. “Padre, confieso que he pecado. Mi última confesión fue la semana pasada.” El cura tose. Le invento cualquier cosa, pavadas. Qué mentí, que renegué cuando mis padres me mandaron a hacer algo, puras estupideces. No le digo nada de Silvia, ni del ángel de la moto. ¿Qué carajo puede saber este viejo más muerto que vivo si nunca debe haber llevado una chica medio desnuda en moto? Mucho menos debe haber fantaseado con una modelo de Victoria’ s Secret y de coger…ni hablar. Fue la última vez que fui a confesarme o a tomar la comunión en mi vida. Silvia salió con Emiliano durante casi todo ese año, luego terminaron y después ella se mudó a otro barrio. Por algunos amigos en común siempre sabía algo de ella pero no intenté verla otra vez. Ahora que ya soy un adulto recuerdo el verano aquél. Tuve algunas novias y otras relaciones no tan formales. Silvia se casó. No con el tarado de Emiliano, sino con un estudiante de medicina y cuando él se recibió de médico se fueron a vivir al sur, a la Patagonia. Yo también
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Rafael Caro estuve casado un tiempo pero me separé luego de cinco años. Mi ex esposa era una buena mujer pero la rutina, la falta de comunicación, las cosas de siempre. No tuvimos hijos. Tengo un auto. Muchas veces me acuerdo de Silvia, de mis delirios con ella y con el ángel que encarnaba Adriana Lima desde mi pared, uno no olvida la primera chica que le gustó ni la primera moto destartalada que tuvo. Ya no creo en las instituciones religiosas ni en sus estúpidos dogmas. Pero…si existe un dios, pienso que lo único que él querría sería que fuéramos buenas personas y llegáramos a ser felices en esta vida, nada más. No, no soy tan tonto como cuando era adolescente. Los años te vuelven más pillo. Por eso estoy convencido de que si cometí un pecado del cual me arrepiento hasta hoy, fue no invitar a salir a Silvia esa tarde sofocante.
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Fernando Escobar Páez Lo que venga primero Iré, qué importa. Caballo sea la noche. Roy Sigüenza Para aprender nociones sobre ilusión óptica basta con dedicarse a ver pornografía pura y dura. El porno actual se halla dominado por mujeres y hombres que se rasuran el pubis, lo cual podría considerarse una regresión hacia la pintura renacentista, pues si bien en la pornografía de hace tan solo unas décadas el tener una selva entre las piernas fue muy apreciado, el estereotipo latino — con su exceso de vello corporal— ya no vende. Observamos que en las Venus de Botticelli, Tintoretto, o en los Apolo de Perugino o Bernini, y en todos los grandes desnudos universales — casi siempre su temática fue la mitología grecoromana— del Renacimiento, la representación del cuerpo humano carece de vellosidades. Sin embargo, lo que para aquellos artistas fue una cuestión estética y de pudor, para la industria porno actual se reduce a provocar una ilusión óptica que altere la percepción sobre el tamaño real de los genitales, pues cuando estos son depilados el resultado se traduce en dos ecuaciones: Ecuación 1: hombre - vello púbico = ilusión óptica de verga más grande. Ecuación 2: mujer - vello púbico = ilusión óptica de vagina más pequeña. Como se observa, la constante —ausencia de vello púbico— es la misma para las dos ecuaciones. La asimetría se genera cuando se introduce la variable género. Traducido a lenguaje algebraico y utilizando IOT para referirse a la ilusión óptica de tamaño, tenemos que siendo x constante y v la variable: E1; H(v) – VP(x) = <IOT E2; M(v) – VP(x) = > IOT Antes de compartir mi sabiduría con la comunidad científica, era indispensable fundamentar mis ecuaciones mediante la aplicación del método empírico, para ello procedí a afeitarme los genitales. ¡Craso error! Aparte de un sinfín de cortaduras, mi pubis sufrió una irritación análoga a la que padecí cuando contraje ladillas. Este inconveniente retrasó mis experimentos. Pero la Historia está llena de científicos brillantes que dimos un paso en falso. Jamás nos rendimos. Sin el método de ensayo y error seguiríamos en los albores de la humanidad. Los destinados a ser motores del progreso científico aprendemos de nuestros fallos. Una semana después, con mis genitales bien podados y cicatrizados, se generó una ilusión óptica de un mayor tamaño. Entonces cité a tres chicas de dudosa calidad moral y con una anchura vaginal considerable como sujetos de prueba. No fue difícil convencer a mis conejillas de indias pues, en honor a la ciencia, fingí interés en sus miserables existencias y procedí a emborracharlas hasta que llegaron a un estado semicomatoso. Las llevé al laboratorio, un tugurio donde habita un colega científico que se ofreció a documentar la experiencia, siempre y cuando mencionara su nombre en mi discurso de aceptación del Premio Nobel.
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Fernando Escobar Páez Después de amarrar y encerrar a cada una de mis sujetos de prueba en una habitación distinta, proseguí con la siguiente fase del experimento que consistió en tomar éxtasis para adquirir mayor vigor sexual, ya que yo también me hallaba considerablemente ebrio. Cabe resaltar que, en vista de que el laboratorio sólo poseía dos ambientes, la chica más bonita fue amarrada a la taza del inodoro. La metanfetamina tuvo efecto inmediato y conseguí una respetable erección. Mientras me desvestía, mi colega procedió a rasurar el pubis de las chicas. Decidimos conservar su vello púbico y la afeitadora desechable con la intención de venderlos al Museo Smithsoniano cuando fueramos famosos. Se decidió empezar por la chica amarrada al retrete, por ser la más bonita y la que se hallaba más intoxicada, no queríamos que la Sociedad Protectora de Animales, o las feminazis de alguna ONG lésbica, nos demandaran bajo cargos de lesa humanidad y/o violación. Introduje, pues, mi miembro en el agujero afeitado y procedí con el clásico bombeo que se recomienda en estos casos. Mientras tanto, mi colega realizaba el registro fílmico. La experiencia fue totalmente satisfactoria, tanto que el experimento estuvo a punto de fracasar. ¡Ni todo mi amor a la ciencia pudo evitar que eyaculara! Después de amarrar nuevamente a la chica en el inodoro, requerí una dosis extra de pastillas y energizantes para recuperarme y pasar al siguiente cuarto. La segunda chica estaba cubierta de vómito, pero despierta. Sin embargo, no opuso resistencia puesto que mi vindicación sobre la necesidad histórica de ejercer la violencia contra todo aquel que con moralismos pretendiera obstruir el camino de la ciencia fue muy convincente. Mi colega recogió el vómito para donarlo a algún museo ecuatoriano. La fornicación me tomó el doble de tiempo que con la anterior sujeta de prueba, pero conseguí finalizar con el frío profesionalismo que ha caracterizado todas mis investigaciones. Si bien ya teníamos resultados que confirmaban plenamente la validez de las ecuaciones, era indispensable que el tercer estudio de caso nos diera su aval. Pero debido al exceso de alcohol, mi verga ya no era funcional para el experimento y, en vista de que se habían acabado la droga y los fondos económicos, busqué al traficante más cercano. Tras explicarle la naturaleza de nuestra investigación, accedió a subvencionarnos otra anfeta y una vez finalizada la transacción, nos embarcamos en un taxi en dirección al laboratorio. Cuando llegamos la puerta estaba abierta. Las tres conejillas habían escapado. Desde entonces estamos esperando el arribo de la comitiva de la Academia Sueca que me otorgará el Nobel de Física por mi aporte al campo de la óptica. O la Policía Nacional, que caerá a detenerme por secuestro y violación. Lo que venga primero.
del libro Miss O’ginia 2.0
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Pablo Vas Tiempo real Acababa de masturbarme. No me había siquiera metido entre las sabanas. Los primeros instantes de placer me encontraron observando fijamente por una ventana ubicada a tres metros de distancia, mientras mis orejas hervían y mi pecho se serenaba. Mi cuerpo, ubicado simétricamente sobre el rectángulo, no hacía otra cosa que subordinarse a los síntomas de un orgasmo estéril. Empecé a sentir esa imperiosa necesidad y en la oscuridad en donde se encontraban mis manos descubrí, entre ellas y mi pecho, una pistola de cálida culata que a causa de una presión ejercida manualmente, presionaba mi pecho con su desdeñosa y escandalosa boca. En la marca dejada por los dientes de acero imaginé la vanidosa y generosa manía de suicidarse en un escenario de penumbras, botellas plásticas con agua, trapos sucios y un espantoso olor a vinagre… Veo como se abren paso las grietas de una sangre extraña. Tono desconocido que se ramifica sobre el blanco de la cama de madera. Veo a las gotas reventarse contra los mosaicos y liberarse de un oscuro corazón. El tono, más fiel al negro que al rojo, mejora la pálida habitación. Los sonidos se minimizan, alguien pasa por detrás de la ventana, una mujer con cola de caballo. Mis parpados se cierran, se enciende una radio en otra pieza. No estoy seguro con respecto al título de la canción, desconfió que sea una radio, no estoy seguro de la mujer.
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Jorge Torres
JUGUETES
El tipo torturaba muñecos y ese era su máximo secreto por esos días. Pero como todos los secretos, aún los mejor guardados siempre son descubiertos. Este, por un niño de 7 años. Fue un domingo veinte de febrero en el que la familia se reunía para celebrar un aniversario más de la matriarca. Ellos, la familia, no se preguntaban por qué celebraban aquel día. En su mente todos los sabían, sabían que la matriarca había sido una de las mejores personas y de las que toda la vida hubiese puesto su hombro para que uno de sus descendientes se sienta bien después de que éste le haya confesado un secreto. El niño de 7 o sobrino del tipo encontró a su tío cortándole las manos a una Barbie Malibu. Él sorprendido ante tal acto, se dijo que por qué su tío, una persona que siempre se había portado bien con ellos, incluso lo había visto traer unas maletas llenas de juguetes y regalos para él y sus hermanas, ahora estaba mutilándole las manos a la muñequita de Alejandra. El sobrino no quiso creer y pensó que estaba tratando de colocarle los brazos a la Barbie, pero cuando el tío se dio cuenta de su presencia se turbó y las manos de la Barbie cayeron al piso y el sonido del jebe hundiéndose en las baldosas llenó la sala de la casa. Las miradas se cruzaron. El tío pronunció el nombre del niño. El niño dijo tío. Ambos lograron mirarse a los ojos. Y después de pronunciadas esas palabras el tío salió de la sala para irse al patio con el resto de la familia. El sobrino recogió las manos y las puso junto con el resto del cuerpo. No vio con qué había cortado las extremidades de la Barbie pero imaginó un cuchillo de la cocina con el que la abuela solía desmenuzar la carne. No pensó nada más y dejó el cuerpo encima del armario. A la hora del almuerzo las miradas de ambos se cruzaban sin casualidad. La abuela ya no estaba y en lugar de ella la tía mayor daba las gracias a los visitantes. Las risas y los ruidos de los cubiertos con la losa se mezclaban. El sobrinito pensó que de repente un niño de siete años no entiende a los mayores y se acercó al tío y le ofreció un vaso con gaseosa helada. El tío mostró su mejor sonrisa y aceptó el vaso y dijo gracias. Horas más tarde cuando la fiesta había tomado un reposo y el tío con sus grandes maletas se metía en una habitación, ocurrió el segundo asesinato. Ésta vez había sido un Dinosaurio verde. El sobrinito escuchaba todo a través de la puerta. Un no lo hagas y después un exhalo. Cuando el tío salió de la habitación el sobrinito se escondió pronto detrás de unos cestos de ropa sucia. Al ingresar a la pieza, en ella se vio la cola del Dinosaurio tirada a un lado de su cabeza. Se sintió triste. Pensó que el tío era una persona mala, que a pesar de sus siete años el sí entendía que significaba el concepto maldad. Pensó que eso era peor que ver pornografía con sus primos mayores, incluso pensó en decirle a su mamá o a su papá, pero no, era mejor guardarlo en secreto. Los secretos son, le había dicho la abuela, gallinazos muertos en una mesa de la cocina. Nunca los vas a sacar afuera, pero los sirves
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Jorge Torres
sin que nadie se de cuenta, y cuando ya están adentro lo único que queda es la digestión. El no entendía lo de los gallinazos, incluso pensó que su abuela mentía en todo, y no quiso pensar más en ella. Sintió que su tío entraba y lo veía a él con el Dinosaurio en las manos. La sombra de su tío ocupaba casi todo el dintel de la puerta y dejaba sus ojos descubiertos para que la luz del pasadizo le ceguera y no le viera el rostro. Qué pasa. Nada. Por qué haces esto tío. Hacer qué. Eso. No sé a qué te refieres. Primero la Barbie ahora el Dino. No entiendo lo que me dices hijo, qué pasa. No te gustó el regalo que te di. No te hagas el loco, tú matas a los juguetes y te haces el bueno con todos, pero no te preocupes que yo no le voy a decir a nadie que eres malo. Pero hijo, de qué me hablas, la verdad no te entiendo nada. Malo, matas juguetes. Todos tenemos secretos tío. Sí dijo, tú también los debes tener. El sobrinito algo turbado pensó en las veces que le metía la piernita de su He-man en el ano a su primo de cuatro años. Luego salió del cuarto del tío con una sonrisa y con cinco soles refugiados en sus dedos y nunca más volvió a pensar en los juguetes ni en su tío.
del libro StruÉNDAIII
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Alejandro Chiri Más falso que zurdito con smartphone El ron es un vil licor que saca el mal del más respetable caballero Elizabeth Swann Piratas del caribe Sueño con que un viernes a la noche se derrumbe el Balderrama, mientras adentro algunos turistas bailan chacarera flameando su pañuelito descartable. La gente tratará de huir del lugar pero una gran viga caerá del techo bloqueado la salida. Se romperán las viejas cañerías del gas y el incendio será inevitable. Morirán empleados, fotógrafos, malos poetas, incluso el intendente de La Caldera que ese viernes se encontrará cenando en el lugar con su amante. Los únicos sobrevivientes serán cinco ratones que se escaparán por un hueco en el techo. El alquitrán de la membrana que cubre los agujeros de las chapas hará que el incendio sea épico. Se escucharán horribles gritos en la cuadra y el olor a carne quemada se sentirá a más de trecientos metros. En las casas vecinas más de una vieja despertará y correrá a vomitar al baño, aunque hay que decirlo, algunas caerán desmayadas o se vomitarán encima. Subiéndose los pantalones del cine porno saldrán las primeras personas que querrán apagar el fuego, aunque su intento será en vano. La policía tratará inútilmente despejar el lugar, el fotógrafo de la musa saldrá con su nikon d3100 a inmortalizar el suceso, esas fotos serán primicia en las redes sociales. La noticia se divulgará rápidamente, tan rápidamente que esa misma madrugada se hará presente en el sitio el gobernador que con lágrimas en los ojos dará la noticia a las cámaras de canal 11. Al fin el caos reinará. Mientras tanto, oculto tras un árbol al costado canal un linyera se masturbará viendo crecer las llamas.
del libro La glorificación del pequeño héroe
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Arte de tapa, contratapa e interior tomado del Codex Seraphinianus de Luigi Serafini Contacto: Mail: sonambula@hotmail.com.ar Blog: saltasonambula.blogspot.com.ar Facebook: Salta Sonรกmbula