JÓVENES TALENTOS
RELATO CORTO
2016-2017
Cuando llegas a ese punto Daniela A. (2º ESO)
Seguro que alguna vez te han dicho la frase: “ No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes “, pues es mentira, sabes perfectamente lo que tienes, pero no esperas perderlo.
Despertó y no sentía su fuerte brazo agarrándole como si se fuera a escapar, no sentía su dulce aliento de menta en la nuca y sentía que las sábanas estaban frías. Solo recordaba que anoche habían ido de fiesta, que ella había querido volver y él le había prometido volver a hacerle el desayuno. Esta situación ya se había dado antes y resultó que estaba en casa de un amigo.
Llamó a todos sus amigos y nadie sabía nada. Fue al salón con una remota esperanza que le decepcionaría, con la remota esperanza de que
estaría en el salón, sentado en el sofá con el ordenador y un café. Pero no estaba. Y entró en el salón cinco veces más, como si eso fuera una especie de truco de magia y fuera a aparecer. Bajó a por un café, pero se le hacía raro no tener a nadie delante, y volvió a subir a casa. Cuando volvió se percató de que en la almohada donde habría dormido él había una carta, la abrió despacito, con precaución. Y leyó: Cariño, eres la persona más dulce del mundo, tu sonrisa podría inundar de alegría cualquier ciudad del mundo. Tu mirada es como una puesta de sol, te llena de un sentimiento indescriptible. Te amo más que a nada o nadie de este mundo. Sé que tu a mi también me amas, y eso es lo que me llevo, haber estado con la mejor persona de este mundo. Yo ya sabía
que no me quedaba mucho, y quería disfrutar de lo poco que me quedaba, no quería que pasáramos mis últimas horas llorando porque llegaba mi fin; quería tener las dos mejores horas de mi vida y, gracias a ti, las tuve.
A Laura le resbalaban las lágrimas por el rostro. En ese momento, sintió que él venía por detrás y le abrazaba, sintió que le daba un beso en la mejilla, un dulce, suave y delicado beso, pero de repente, se esfumó. Se esfumó como un copito de nieve al tocar el suelo mojado. Se sentía vacía, incompleta. Estaba sumida en la oscuridad, aunque afuera,
el sol brillase. Su propia tristeza le inundaba y sentía que la ahogaba. Sabía que su fin también llegaría algún día, pero quería que fuera junto a él. Su cuerpo sacó una rabia provocada por la impotencia que ella no conocía y, aún sumergida en lágrimas, golpeó la almohada con todas sus fuerzas, se tumbó y llorando se durmió deseando no volver a despertar. Se pasó días llorando y llegó un punto en el que no sentía nada, se sentía vacía y sola, sentía que ya no le quedaba nada, que había caído en un pozo sin fondo.
Ya solo le quedaba morir. Había llegado a ese punto.
Invierno
Jorge A. S. (2º ESO) Estaba muy nervioso y el hecho de que no llegase mi turno no ayudaba. Aun así miré al frente y vi en el cartel azul y brillante el nombre de nuestro destino, Islandia. A su vez en letras pequeñitas ponía al lado “EMBARCANDO”. Era la primera vez que volaba solo, bueno, iba con mi hermana, pero eso hacía las cosas más insufribles. Cuando al final nos tocó embarcar, ya conseguí serenarme. Me senté y miré por la ventanilla un paisaje que no iba a ver en mucho tiempo. Al ver embarcar a otros pasajeros en otro avión recordé a mi madre y lo que dijo antes de dejarme en la terminal “recuerda que ahora papá tiene un trabajo importante y que ahora viviremos como reyes”. A pesar del estrés que había acumulado, logré echar una cabezadita.
Me despertó un aullido parecido al de mi despertador. Confundido, miré a la pantalla fragmentada que tenía enfrente de mí, donde se podían leer dos palabras “control radical”. Cuándo mis oídos despertaron noté el caos que reinaba en el avión, algo me golpeó la cabeza y el mundo se volvió negro.
Solo con abrir una rendijilla los ojos, la realidad chocó conmigo como si de un camión se tratara. Un dolor palpitante en mi cabeza hacía las cosas aún peores y al ver el dedo meñique de mi mano colgar en un ángulo extraño me asusté mucho. Conseguí controlar mi pánico y observar a mi alrededor: el avión se había estrellado, la puerta del avión se había abierto forzadamente y con un escalofrío que me recorrió la columna vi bajar un
reguerillo de sangre por el suelo del avión. Salí del avión y un frío horroroso me dejó en el sitio, vi un entorno invernal lleno de pinos nevados y un suelo blanco que parecía haber salido de una película navideña, con ello me fijé en un detalle menos navideño, pisadas humana; no sé por qué ese detalle me asustó más que cualquier otro. Me volví a meter en el avión cuando una sombra pasó fugazmente delante de mí, y en menos de un segundo me encontraba con una rama de borde afilado rozando mi garganta. Ahogué un gritito muy poco masculino al descubrir quién había estado a punto de matarme: ¡mi hermana!
-¡Ten más cuidado, he estado a punto de m tarte! - exclamó mi hermana. - Yo tambien te quiero - ironicé.
Nos dimos un abrazo y le pedí que me contase todo.
Parecía ser que un grupo radical se había apoderado del país, y que habían derribado nuestro avión. Mi hermana no tuvo otro remedio que dejarme ahí inconsciente, con la esperanza de que no me encontrase en el grupo armado que inspeccionaba el avión. También me informó que había visto huellas de oso por la zona.
Después de toda aquella información, un silencio voraz ahogó la charla que estábamos teniendo, al haber capturado un cervatillo. Con el estómago lleno y el calor del fuego, poco a poco fui cayendo en las manos de
Morfeo.
armados cortaba el camino.
Me desperté oyendo un leve crac, miré en aquella dirección y vi un gran oso que parecía hambriento y, aunque todavía no lo había hecho, tardaría muy poco en encontrarnos.
Los soldados vieron que el oso se les echaba encima y lo abatieron como si de un conejillo se tratara, pero ahora había otro problema y era que sus mirillas apuntaban a nuestras cabezas. Me coloqué delante de mi hermana para protegerla de aquel nuevo peligro. Los soldados dejaron paso,haciendo una reverencia, a su líder. Me quedé helado al ver al líder de los terroristas, me quedé helado al ver a mi padre.
Llegué en silencio hasta mi hermana. La desperté suavemente y sus ojos somnolientos se abrieron de par en par al ver al osos que teníamos ya apenas a unos metros de distancia. Al dar un paso atrás, una ramita crujió y segundos más tarde, su rugido rompió la calma del bosque.
Corre, salta, respira, acelera, esquiva… eran las únicas cosas en que podía pensar en aquel momento. Corría bajo el poder más ancestral del mundo, el miedo. Ya no es que oyese al oso resoplar detrás de mí, sino que notaba su cálido aliento en mi nuca. Me di cuenta de que el osos estaba jugando con ellos y que pronto se le acabaría la paciencia. Agarré a mi hermana y con la última insuficiente bocanada de aire, aceleré dejando atrás los árboles y llegué a una explanada donde había algo que llamaba la atención: un gran muro con soldados
Ya era la sexta vez en veinticuatro horas en que no podía asimilar lo que ocurría, porque proveniente del bosque, un grito de guerra rompió la tensa calma y un batallón de soldados salió corriendo del bosque. Mi hermana tiró de mí para ponerme a salvo y los dos caímos noqueados sobre la nieve.
Me desperté oliendo el mar y un estruendo que reconocí como unas aspas de helicóptero, percibí que estábamos “con los buenos” y que no había peligro. Al ver a mi hermana dormida aún a mi lado, hice una promesa: nunca le contaría a quién vi en lo alto de aquel muro. Algo se rompió dentro de mí y eché a llorar por todo lo que había ocurrido y por todos a los que seguramente no volvería a ver.
Los niños cambiados al nacer María C. (2º ESO)
El nacimiento de un hijo da paso a una nueva etapa de vida, de lloros, de no dormir nada, pero, sobre todo, de felicidad. En el caso de Ana y Luis, los Ochoa, esto no era así. Eran un matrimonio infeliz, tenían muchos problemas con el alcohol y no querían tener hijos bajo ningún concepto. Vivían en Barcelona en un pequeño, viejo y destrozado piso. No tenían familia porque decidieron escaparse cuando eran jóvenes. Pero todo cambió cuando Ana se quedó embarazada. Pasaron los nueve meses de embarazo con muchas peleas y finalmente el bebé nació.
El parto no fue fácil y el bebé sufrió mucho, tanto que adquirió una deformidad en la pierna derecha. Los Ochoa tramaron un plan porque no querían quedarse con su hijo ya que les daría problemas por aquella deformidad en la pierna. Su plan consistía en escapar sin el hijo, pero pensaron que les pillarían y entonces decidieron cambiar a su hijo por otro que estaba perfectamente y que tenía los ojos azules como el mar. Así que lo hicieron, cuando nadie miraba, les cambiaron las identificaciones y se lo llevaron corriendo, poniendo como excusa que tenían una urgencia familiar. El nombre del niño que se llevaron era Pablo Sanz, pero se lo cambiaron a Pablo Ochoa.
Los padres verdaderos de Pablo estaban felices con su nuevo hijo y en cuanto les dieron el alta se fueron a casa con su
bebé. Al llegar se fijaron bien en que ese no era su hijo porque tenía la pierna rar y los ojos marrones. Entonces, volvieron al hospital a por su hijo, pero en cuanto llegaron ya estaba la policía allí para darles la mala noticia de que los Ochoa se habían llevado a su hijo. La familia Sanz se puso muy triste, pero tomaron la decisión de quedarse con el niño al que llamaron como habían decidido sus padres biológicos, Martín Sanz.
Ambos niños crecieron en distintas ciudades debido a que los Ochoa se habían mudado. Las dos familias eran raras porque los padres y los hijos no se parecían en nada. Martín Sanz creció muy feliz, iba a un colegio muy bueno y era un gran estudiante. Sufrió varias operaciones en la pierna, pero ya estaba estupendamente. Por otra parte, Pablo Ochoa también fue feliz porque hacía lo que quería, aunque se portaba fatal y siempre se metía en problemas. Sus padres no verdaderos la habían dejado hacer todo desde pequeño y nunca le prestaron la atención que necesitaba. A menudo lo dejaban en casa del vecino o incluso solo en casa cuando se iban de juerga y por ello y más cosas Pablo se sentía muy solo. Tanto Martín como Pablo acabaron primaria aprobando todo y empezaron secundaria. Martín seguía en el colegio pero Pablo cambió al instituto.
Sus vidas jamás se habían cruzado hasta que un día el padre de Martín, el señor Sanz anunció:
-Mamá, Martín, escuchad. Me han ofrecido un puesto como jefe de empresa en Madrid. Trabajaría menos horas y ganaría más dinero. Ninguno de ellos podía salir de su asombro. Al año siguiente se mudaron todos a Madrid. Martín tuvo que cambiar de colegio y se le hizo duro, pero al saber que le iban a apuntar a un equipo de fútbol se puso muy contento. En el equipo estaba muy bien porque al ser muy bueno jugaba bastante tiempo e hizo muchos amigos. Un día tenía partido y sus padres fueron a verle. Al acabar el partido los padres fueron a hablar con otros padres. De repente, Martín presentó a un amigo suyo, Pablo Ochoa, y a sus padres. Los Sanz se quedaron de piedra porque vieron a su hijo por primera vez. Sabían que era él porque era igual que el señor Sanz de joven y porque Ochoa era el apellido de los ladrones de su hijo.
Los Ochoa también se dieron cuenta y se despidieron rápidamente. Aquella noche empezaron a hablar y decidieron que lo mejor era recuperar a su hijo y devolver al rubio que tantos problemas les había causado. Al día siguiente fueron a buscar a Pablo al entrenamiento y al ver que Martín iba solo, se ofrecieron a llevarle. Este aceptó, pero en vez de
llevarle a su casa, lo llevaron a la suya y metieron a los dos niños bajo llave en una habitación. Ninguno de los dos entendía nada hasta que los oyeron decir:
-Lo mejor es que nos quedemos con Martín y que Pablo vuelva con sus padres de verdad.
Al principio pensaban que les saldría bien, pero luego se dieron cuenta de que les pillarían, así que decidieron quedarse con los niños y mudarse a Brasil. Prepararon todo para irse, hicieron carnés y pasaportes falsos y emprendieron la marcha hacia el aeropuerto. Los niños estaban aterrorizados y no se atrevían a decir nada. Cuando llegaron y estaban embarcando, Martín vio una cabina telefónica y llamó a sus padres. Los Ochoa no se dieron cuenta y justo cuando el avión iba a despegar, entraron varios policías y los Sanz.
Ana y Luis Ochoa fueron condenados por robar un bebé, por hacer carnés y pasaportes falsos y por raptar a dos niños. Fueron a la cárcel y Pablo y Martín vivieron felices con los Sanz el resto de su vida.
No sé qué pensar ya Patrik A. (2º ESO)
Hace un par de semanas coincidí con una chica bastante peculiar en el tren de vuelta a Bilbao. Ella parecía ser una chica noble, sensata y culta. Ella decía que se llamaba María, que me amaba y que nunca, bajo ningún concepto decía la verdad tres veces seguidas.
bien este tipo de adivinanzas. -A ver, -empecé yo- si las dos primeras son ciertas, la tercera, la tercera tendría que ser falsa. Y si una de las dos primeras o las dos son falsas, la tercera podría ser cierta - terminé yo. -Así es - comentó ella. -Vale, sigamos - propuse yo.
Lógicamente, al principio estaba más desconcertado que un niño pequeño en un parque de atracciones. No entendía absolutamente nada. ¿De qué iba aquella chica?
-Está bien-le dije. A mí también me apetece jugar. Así haremos más corto el viaje. -Vale, perfecto - respondió ella, sonriente.
Yo no sabía muy bien cómo empezar, no se me daban
Entonces empecé a buscar si tenía algún collar en el que pusiera María, pero no encontré nada. Iba a rendirme, pero de repente vi cómo tenía una eme tatuada en la mano.
-Cierto, te llamas María proseguí yo - Por lo tanto, la tercera es cierta. -No te voy a responder hasta que me contestes todo - dijo ella. -De acuerdo -seguí yo- Pareces una chica inteligente. Aunque yo
sea simpático, no te puedes enamorar tan rápido. -No me conoces lo suficiente - soltó ella alterada - Yo me enamoro muy rápido. -Te puedo caer bien, pero enamorarse es demasiado. -le dije con calma.
beso eterno y agradable.
Al salir de la película se resbaló y se dio un buen golpe en la cabeza. La sangre chorreaba como un río que fluye veloz en las montañas. Al anochecer me comunicaron que había fallecido a causa de la cantidad de sangre perdida.
Ella sonrió… Y de repente…¡volví a la realidad! Llegamos a su estación; ella cogió su equipaje y me dio un beso en la mejilla. ¿Y si de verdad se había enamorado?
Al día siguiente nos volvimos a encontrar en el cine. Durante la película nos dimos muchos abrazos y entramos en un
No había fallecido, seguíamos abrazándonos el uno al lado del otro, mientras iban saliendo los créditos de la película a la que no había prestado excesiva atención. ¡Yo era la persona más feliz del mundo!
El océano entero se derrumbó en mi interior Cristina C. (2º ESO B)
Me hicieron falta muchos años juntos, muchas miradas, muchas aventuras, muchas peleas, muchos juegos y muchos paseos para darme cuenta de que él sería el pez de mi vida, ese que siempre sueñas encontrar entre los millones de peces que hay en el mar y yo había estado nadando junto él desde que tengo uso de razón. Dicen que los peces no tienen memoria, será por eso por lo que no recuerdo cuándo nos conocimos. Solo sé que llevaba con él mucho tiempo y no quería que eso cambiara. Nos pasábamos las horas muertas nadando por el infinito océano dedicándonos miradas indescriptibles, agarrados de las aletas revoloteando y dando giros y piruetas como los jóvenes pajaritos enamorados volando por el cielo azul, sin ningún tipo de preocupación, volando en libertad sin rumbo alguno. Navegando por la serenidad, navegando por el amor, sin necesidad de posarse en ninguna rama, sin
necesidad de comer, porque el amor es suficiente. Qué hermosa primavera fue aquella: nuevo coral floreciendo, aves migratorias trayendo noticias del norte, bancos de diminutos pececitos nadando en los alrededores y delfines desplazándose con saltos y brincos por todo el océano. Aquel día decidimos acompañar a los delfines a la superficie para ver su maravilloso espectáculo de saltos. Estaban acabando el baile cuando de repente todos salieron nadando precipitadamente a cualquier lugar lejos de allí haciendo señales incomprensibles y nadando sin rumbo. Me giré para ver a mi pez y encontré su mirada preocupada puesta en mí. Nos juntamos más aún y unimos nuestras aletas; nuestros labios estaban a punto de juntarse, pero tras unos ruidos desconocidos, vimos que unas sombras se iban adentrando en el agua hasta que una especie de tejido de cuerdas que los humanos llaman red, algo muy temido entre nuestra especie,
se abalanzaron sobre mi pez.
una roca y caí, débil, a lo más profundo del mar, a lo más profundo de mi roto corazón.
En cuestión de segundos la red le había apresado y se dirigía hacia la superficie. Nadé, nadé con todas mis fuerzas hasta llegar a mi pez, y mirándonos con amor y preocupación unimos nuestras aletas por última vez, hasta que la red salió a la superficie.
Cuando desperté nada tenía sentido para mí. Me desplacé pesadamente por el agua, pero todo me recordaba a él. Podía visualizarnos jugando en el coral cuando éramos tan solo inocentes pececitos. Podía visualizarnos haciendo piruetas, mirándonos enamorados. Todos aquellos sentimientos se apoderaron de mí y sin saber adónde ir me escondí entre las rocas donde solíamos sentarnos. Y aquí sigo escondida, sin saber qué habrá sido de él y qué será de mí ahora, con miedo de salir y volver a recordar ese último momento juntos. Aquí seguiré hasta que mis lágrimas inunden tres océanos, hasta que inunden mis pocas esperanza. Hasta que el pajarito, ahora solitario, que ya no revolotea ni danza ni canta, se pose en la rama del infinito silencio, de la infinita serenidad.
Allí me había quedado yo en la soledad del océano. Él se había ido sabiendo que nuestras burbujas no se encontrarían de nuevo. El océano entero se derrumbó en mí. El color gris se apoderó del paisaje y solo pude recordar esa última mirada hasta que no pude más y empecé a nadar sin rumbo, hacia ningún sitio. No podía parar de nadar, tenía miedo de volver a recordarle. Finalmente choqué contra