EL VIAJERO CAUTIVO
JUAN SUKILBIDE
El Viajero Cautivo.
Q
uiere interpretar las imágenes como un cuaderno de viajes. Unas parecen mapas. Ambiguos jeroglíficos abigarrados, rebosan color, escenarios de guerras o mapas meteorológicos. Países y continentes, las líneas de costa, montañas simples. Piensa que la intención de los dibujos es contagiarle alegría. Emplea muchos colores en cada imagen, si faltara alguno dejaría una parte de contar. La caligrafía en todas direcciones la recorre en una danza hipnótica. La viajera incauta, la viajera cautiva. Ve elementos sin definir, sinuosos, pujantes, queriendo ser sin terminar de ser. Al principio le molestaba recibir las ilustraciones porque las consideraba excentricidades, meras ocurrencias. Las preferidas las sujeta con una chincheta sobre el cabezal de su cama. No siempre son las mismas. Las que le molestan, le inquietan por indescifrables, barrocas y facilonas, las que le parecen autocomplacientes las guarda en una caja. Se le colaron en un sueño y allí las vio distintas. Ese barullo gratuito, el lío surreal... Ahora los entiende como paisajes. Masas arbóreas junto con enjambres de pinchos, arbustos, moras, lavanda, tomillo, romero, ortigas. Espacios blancos, huecos de cielo. Las líneas violetas, las negras también se entrecruzaban reptando
como la hiedra, formando volúmenes enredados que le recordaban a un árbol vestido de lianas y flores, de espino y de brezo. Siempre le habían atraído los zarzales enmarañados, los que de tan espesos por fuerza te hacían percibir la vida desbordante, esa sobresaliendo y aquella escondida más atrás, aún después, mucho más allá. Donde hay múltiple fertilidad unas flores mueren, otros frutos se marchitan pero no son una planta sola a la que puedes ver pasar del esplendor al agarrotamiento, aquí hay vida siempre, por eso no ha de faltar la variedad, tampoco de colores. El ojo humano distingue más matices de verde que de ningún otro color. Dicen que se debe a los muchos siglos que como nómadas, en alerta ante las fieras o buscando qué cazar, desarrollamos nuestro ojo de esta manera. Las pinturas -ahora lo ve- estaban construidas en vertical zigzag, orgánicas, deshilachadas, abundantes como crecen, como se mueven tantas plantas silvestres. La impresión primera y más fácil de un pincel que, mojado en pintura, se pone sobre la tela se parece mucho a la forma de una hoja. Un cuerpo central más grueso que se agudiza en los extremos, esa es la huella de los pelos apenas posados y en suave retirada. El impulso que provocó el surgimiento de esta vida pudo ser el desequilibrio, la inquietud de la materia, su incomodidad. Y si hubo un instrumento que definiera las formas según se iban haciendo no fue un lápiz ni nada parecido. Tienta imaginar cuál sería el aspecto de un mundo, de la pluralidad de sus cuerpos, que se configura y evoluciona de acuerdo al trazo de un pincel. La viajera ansiosa. Por salir de un sitio o por llegar al siguiente, por descubrir y comunicar cuanto más mejor.
Pintar sabiendo qué saldrá. O no saber. Un trazo minucioso se delata a sí mismo, anuncia su término, puedes visualizarlo antes de completarlo y suele desembocar en lo conocido. Una línea rápida y suelta no tanto. Para acariciar bien la mano debería deslizarse entre 4 y 5 centímetros por segundo. Es pretencioso creer que conocemos el valor o las funciones de los colores. Que si el verde esto, el rojo aquello. Calor, frio, serenidad o inquietud. Lo mismo con las formas simples, las geométricas o los símbolos a los que atribuimos una representación. El significado y el poder de estos agentes son muy superiores y mucho más sugestivos de lo que nos hemos acostumbrado a reconocerles. Si no nos damos cuenta de su flamante vigor será por la pereza con la que miramos. Alentarlos, rescatarlos de nuestro tedio tiene mucho que ver con el afán por pintar. Algunos artistas recogen espíritus cansados y les acomodan en su trabajo creativo -sobre el papel, la madera, el soporte digital...- un lugar en el que reponerse. No es un proceso de yo contigo o de házmelo a mí, es impersonal y universal, sin barreras de tiempo, de clase, de cultura, sin ninguna barrera. Se rige por la necesidad que tienen tanto el artista como quien contempla su trabajo de vivir en los muy diversos entornos de lo bello. Las acciones creativas dedicadas a los demás tienen un efecto rehabilitador. Cada uno de nosotros vivimos -más o menos cómodos- en un grado mayor o menor de incertidumbre con respecto a lo que somos y a lo que nos rodea.
Hay músicas, películas, pinturas que nos atraen precisamente porque creemos reconocer en ellas esa concreta medida de misterio o de certeza en la que cada uno se mueve. Mientras sigamos fascinados por conceptos, entes, ideas, ideales que no tienen una presencia concreta y nítida, la pintura –y las artes en general- gozarán de excelente salud. Porque, por ejemplo, está en nuestra mano elaborar plásticamente una imagen de la divinidad (en términos de adecuación a la realidad de lo representado) tan válida como cualquier otra de las miles que se han podido producir hasta la fecha. El hecho de que ya se hayan hecho muchas no concluye un camino que no puede tener fin a menos que se demuestre sin lugar a dudas en este caso la inexistencia de Dios o él se haga presente de manera incuestionable. Lo mismo si se trata de retratar animales míticos o metafísicos, hadas, demonios, dragones… Incluso en los dibujos que ella le hace llegar y en los que hay representados campos, pilas de heno, ramas, raíces... él ve, en esa boscosa, tersa algarabía de redondeados brotes que se abren, se contornean y penetran en la brillante carnosidad vegetal un escenario íntimo. No echa de menos postales de Nápoles o de Praga porque no anhela estar allí. Pero sí en los caminos, junto a las lindes de las piezas del cereal o los encinares. En los dibujos, donde antes creía ver el foso de un imposible castillo reteniendo con cintas y ganchos nubes angulosas inquieto descubre ahora el deseo de aprender a mirar.
Todas las obras son TĂŠcnica mixta sobre tela.
162 x 260
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89 x 116
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114 x 145
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130 x 162
73 x 100
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