Plan h nro 27 (Uruguay)

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YA PUBLICACIÓN URUGUA TAS DE HUMOR E HISTORIE

EL EXTRANO Federici

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Número 27 Julio 2021

O R E M UN NU UOSO R T S N O M

¡¡Auuuuh!! e ¡Otra vez m olvidé del tapabocas!

Alcides Ardito Artola Calera Checho Figueroa Joe Lemos MaGnUs Praino Ramos Soto López s ...y otrroos most

LIBRETA DE FIADO Puch

EL OJO

Acevedo/ Trías


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II

YA PUBLICACIÓN URUGUA TAS DE HUMOR E HISTORIE

EL EXTRANO Federici

Número 27 Julio 2021

O R E M UN NU UOSO R T S N O M Alcides Ardito Artola Calera Colla Figueroa Joe Lemos MaGnUs Praino Ramos Soto López s ...y otrroos most

Vengo a i ofrecer m corazón......O un riñón

EL OJO

LIBRETA DE FIADO Puch

Acevedo/ Trías


EDITORIAL Según el Diccionario con el cual apoyo una de las patas del escritorio (para que no me tiemble mientras escribo esta editorial), el monstruo es un ser que presenta anomalías o desviaciones notables con respecto a los de su especie. Un colaborador de esta revista, por ejemplo. También se denomina así a un ser fantástico que causa espanto, definición que no abarca completamente a nuestro staff, que si bien causa miedo, no tiene nada de fantástico. El término se utiliza además para aquellos seres de características negativas, cuyos actos van en contra de los valores morales: un asesino, una persona violenta o un periodista deportivo (en particular, éste último). En la mitología, el monstruo es un ser híbrido, que puede combinar elementos humanos y animales: un centauro (mitad caballo, mitad humano), una sirena (mitad humano, mitad pez) o un oso hormiguero (el nombre lo dice todo). Pueden tener un tamaño anormal, como los ogros, gigantes o cíclopes, o también ser repugnantes y muy feos, como las brujas, los chupacabras o las suegras (menos la mía, aclaro). También pueden contener algún elemento anormal, como por ejemplo el cuerno del unicornio, las serpientes de la Medusa, o el plantel de la selección uruguaya de fútbol. La mitología griega es muy rica y variada en ejemplos, mientras que la romana es más perezosa y se dedicó a copiar y pegar lo que inventaron los griegos, y ponerles otro nombre. Digamos que la romana es el Nik de las mitologías. En suma, disfrute de este número monstruoso, hecho por seres con características similares a los homenajeados, o incluso mucho más feos. Que lo aproveche. En Facebook: revistaplanhache En Instagram: planhache

STAFF

Año VII - Número 27

Mostros del ropero: Carlos Acevedo Alcides Enrique Ardito Walter Artola Juan Carlos Colla Walter Cortiñas (Checho) José Esteves (Joe) Carlos Federici Alejandro Figueroa César Leal (Calera) Carlos Lemos MaGnUs Pablo Praino Daniel Puch Julio Ramos Matías Soto López Andrés Trías Andrés Vignolo Prohibida la reproducción parcial o total del material publicado sin consentimiento de los autores. Quienes lo hagan, serán sometidos a las torturas más terribles, como ver 24 horas diarias de TV abierta.


GALERIA MONSTRUOSA

CHECHO

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GALERIA MONSTRUOSA

SOTO LÓPEZ

EL HOMBRE DE LA BOLSA H


GALERIA MONSTRUOSA

ARTOLA

“EL LUPA”

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GALERIA MONSTRUOSA

ARTOLA

“EL FOGATA”

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

El Hombre Elefante

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

John Carradine, Vincent Price “The Monster Club” (1980)

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

Jacqueline Pearce “The Reptile” (1966) Dir.: John Gilling

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GALERIA MONSTRUOSA

Schiltzie Surtees (1901-1971)

TRÍAS Schiltzie (posiblemente nacido Simon Metz)fue un artista circense y actor, conocido por su carrera en circos de entretenimientos al aire libre. Nació con microcefalia, discapacidad que lo dejó con un pequeño cráneo y una estatura de 1,22 metros. Tenía un retraso mental grave, incapaz de cuidarse por sí mismo, solo emitía monosílabos y frases simples, pero podía hacer tareas fáciles. Fue dado de niño a algún circo por sus padres biológicos desconocidos, estaba a cargo de a cargo de sus empleadores o tutores. Los microcéfalos eran presentados como“cabezas de alfiler” o “eslabones perdidos”. Schiltzie llevaba la cabeza rapada a cero, dejándose una colita. Era presentado como una mujer o un andrógino, alternándose los pronombres masculino y femenino. En sus últimos años, el reestreno exitoso de “Freaks” lo convirtió en una atracción en las calles de Hollywood. Participó en varias películas: “The sideshow” (1928) “Island of lost souls” (1932), “Tomorrow`s children” (1934) o “Meet Boston Blackie” (1941).

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GALERIA MONSTRUOSA

Johnny Eckhardt Jr. (1911-1991)

TRÍAS Johnny Eck fue un artista circense, músico, fotógrafo, ilusionista, pintor y titiritero. Padecía de “agenesia sacra”,tenía piernas atrofiadas y pequeñas, que ocultaba en su ropa. Desde el año,caminaba sobre sus manos. Su hermano mellizo Robert (quien no tenía esta discapacidad) lo acompañó en varios números musicales y circenses. Johnny actuó en “Freaks” (1932) y en varias películas de “Tarzán”. Todd Browning lo quería para otra película como protagonista principal, sobre científico loco mutilado, pero el mal recibimiento de “Freaks” interrumpió el proyecto.

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

EL MONSTRUO DEL SALVO

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GALERIA MONSTRUOSA

TRÍAS

EL PENNYWISE URUGUAYO

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GALERIA MONSTRUOSA

VIGNOLO

ULTRATON H


GALERIA MONSTRUOSA

VIGNOLO

NOSFERATU H


GALERIA MONSTRUOSA

CALERA

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GALERIA MONSTRUOSA

CALERA

Michael Jackson

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“Thriller”


GALERIA MONSTRUOSA

CALERA

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GALERIA MONSTRUOSA

CALERA

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CUENTO

RAMOS

ENTRE NOBLIA Y ACEGUA Todo el que visita el pueblo por primera vez pregunta por ella. Y, aunque la respuesta que encuentran es silencio, es comprensible que les llame la atención. Una tumba, pintada de un inmaculado blanco de cal, pegada al alambrado del cementerio. No en, sino junto al cementerio.

Por JULIO RAMOS

Y si uno insiste y pregunta en el boliche, las voces bajan y el ruido del reloj se hace patente. Hay cosas de las que no se habla. Algunas son complicadas de hablar de noche, pero hay otras, historias que marcaron a todo un pueblo, de esas no se habla ni de día. Por aquella zona y hace un siglo los levantamientos eran cosa frecuente. Familias veían a sus hijos partir detrás de los caudillos, los padres los miraban con orgullo, serios, las madres escondían la angustia tras el pañuelo con que se cubrían la boca. Muchos de ellos no volvían, muchos no lo hacían pero los caudillos sí. Y de viejos se pavoneaban por el pueblo, como si sus manos no estuvieran manchadas de sangre.

Fotoshop: Checho

Luego de las veleidades guerreras de sus padres, los hijos debían mantener el buen nombre de la familia. Porque cada familia que se precie debe asentarse en cuatro patas; entonces, además de milicos, surgieron los abogados, médicos y, cómo no, los sacerdotes. Los caudillos seguían siendo influyentes, dictando ley

leguas a la redonda, pero su peso ya no se afirmaba, no siempre, en el cañón de un arma. Pero el olor de la pólvora es embriagador y, aunque ahora no se podía ya cazar a los de otras divisas, sí que se podía tirar a los jabalíes, a los ciervos y, si la suerte sonreía, a algún yaguareté que acechaba en la espesura. Y los herederos, cargando algunas de las armas que en manos de los viejos comocieran batallas, se internaron en el monte. El primogénito y sus hermanos, incluso el menor, que había ido al seminario y aunque aún faltaba tiempo para

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CUENTO

RAMOS

que fuese ordenado, ya todos le llamaban padre. El Benjamin de la familia, el único a quien su padre no había tenido que escoger la vocación. Había, decía, escuchado el llamado siendo todavía muy joven y sabía que El Señor tenía una larga vida de servicio reservada para él.

El ruido metálico de los rifles al acerrojarse sonó muy alto en una noche que contenía el aliento. Reunidos en una ronda involuntaria, hombro con hombro, las manos crispadas sobre las empuñaduras, buscando la protección del número, del grupo, del otro que estaba tan asustado como ellos.

Alrededor del fuego, una noche, las miradas no brillaban. Ni siquiera la caña ponía luz en los ojos de los hombres, no se escuchaban risas, tampoco mentiras. Porque la noche anterior habían escuchado un aullido y, ya anocheciendo, habían encontrado un jabalí destrozado. El chancho era un animal enorme, con colmillos del tamaño de facones y cuello musculoso; una combinación letal que, sin embargo, no había servido de nada. Yacía con el pescuezo desgarrado y el abdomen desolado, comido.

Sólo el sacerdote estaba delante, se había adelantado con la cruz en alto, conjurando con su fe la fuerza para vencer al miedo.

Algunos hombres se santiguaron frente a aquella escena y el rugido gutural del que lanza sus entrañas por la boca se escuchó algunos pasos más allá. - Esto no es cosa de Dios. - dijo el sacerdote. Los hombres a su alrededor se miraron y tragaron saliva. Vamosnó, dijo alguien, y todos se pusieron en movimiento, pálidos, callados, mirando sobre sus hombros cada pocos pasos. Se acostaron todos alrededor de la fogata, más grande que nunca esa noche, con los pies hacia el fuego y los rifles al alcance de la mano. Todos ellos. Todos menos el sacerdote, que había prometido no dañar a las criaturas de Dios. Los ojos les brillaban a la luz de la luna, las llamas danzaban en sus pupilas mientras, aprehensivos, se miraban en silencio. El cansancio les fue ganando y poco a poco se quedaron dormidos y cayeron todos en un sueño nervioso, intranquilo.

Pero el monstruo no creía. Y se abalanzó sobre él surgido desde la nada, sus garras como puñales abrieron la garganta del desgraciado, y a dentelladas le desgarró el cuerpo. Los hombres huyeron despavoridos y fue la vergüenza lo que, cuando el sol estaba alto, les obligó a reunirse e ir en busca del caído. No lo encontraron donde habían acampado ni por casi una legua a la redonda. Cuando el sol comenzó a descender en el cielo sabían que la búsqueda era inútil, que nada podrían recuperar más que restos deshechos de un cadáver. Mas no encontraron tal, sino al joven sacerdote, pálido como huesos en luna creciente, sentado desnudo con los brazos sobre las rodillas y la mirada perdida. Levantó apenas la cabeza cuando sintió los pasos que se acercaban, pero no los miró, sin embargo. Su hermano, el mayor de ellos, se acercó y lo abrazó incrédulo; agradeciendo a la providencia el haberlo encontrado con vida. Pero los demás vieron cómo su cuerpo se ponía tenso y que al ponerse de pie las lágrimas corrían silenciosas por sus mejillas. Tomó el puñal que llevaba en el cinto, besó la frente de su hermano pequeño y ante el espanto de todos clavó el acero en su garganta y no se detuvo hasta que la cabeza del sacerdote se separó del cuerpo. Allí, ante el silencio de todos y con la mirada baja, dijo:

El aullido sonó tan cerca que despertaron con los brazos erizados, piel de gallina en brazos de mangas cortas.

- Su cuerpo estaba frío...

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GOCHILA VS KONGO

TRÍAS

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HUMOR MONSTRUOSO

LEMOS

EL CUCO

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HUMOR MONSTRUOSO

LEMOS

EL HOMBRE LOBO

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HISTORIETA

MAGNUS/PRAINO

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CUENTO

JOE

INFRAMUNDO Por Joe Esteves Abrió la puerta y vio que todo era luz. Algo lo impulsó a correr, y se lanzó velozmente en una extensión que parecía campo sin límites. Jadeando, atravesaba las paredes de las pocas casas sembradas en ese campo. Atravesaba todo cuánto se le cruzaba, era etéreo, nadie lo veía ni sentía el impacto de ser atravesado por algo o alguien. Comprendió que viajaba hacia el pasado cuando se atravesó a si mismo, un "si mísmo" que caminaba distraído en sentido contrario. Veía pasar distintas épocas, casas antiguas, automóviles muy primitivos, carros tirados por caballos. Hasta que súbitamente se detuvo. Miró alrededor. A un lado, el mar, hacia otro lado, campo y árboles desconocidos. Sintió frío. Debería pasar la noche a la intemperie en esa especie de páramo, temeroso de que ocurriera algo catastrófico. De pronto la tierra tembló. Comenzó a rajarse en forma zizagueante, como si un ente colosal buscara salir a la superficie. Algo apretaba su corazón, le aterrorizaba encontrarse con un monstruo, había soñado muchas veces con el inframundo y las bestias indescriptibles que devoraban a todo ser vivo que se atreviera en las profundidades insondables dónde reinaban los innombrables. Antes de lograr huir, sintió que.unas garras lo atrapaban, el aliento asqueroso de la bestia lo envolvió. Sintió que era devorado por dentro, cualquier cosa que fuera esa monstruosidad, estaba comiéndole sus huesos. Sentía el crujir de su esqueleto bajo potentes fauces que trituraban y roian. No podía huir, había perdido la capacidad de atravesar

SOTO LÓPEZ objetos. Pero su conciencia sobrevivía, y su mente grabó la orden que guiaría sus pasos en el regreso. Despertó o creyó despertar en ese páramo dónde el frío del mar atravesaba la niebla pegajosa que lo rodeaba. Comenzó a correr en sentido contrario a la última vez. Debía cumplir el mandato que dominaba su cerebro. Fué cruzando casas y personas, otra vez etéreo y veloz, de una época a otra. Extrañamente no volvió a cruzarse a si mismo. Pronto descubrió los lugares conocidos, su época, su barrio, su casa. En su cuarto, se vió sentado frente a la computadora. Entonces salto desde la pantalla, entró al cerebro del "si mismo" y lo devoró lentamente, saboreando y sufriendo a la vez. La orden había sido cumplida. Ahora sí sería un supermonstruo de verdad, con acceso al Inframundo, y no ese monstruito a la uruguaya, que solo asustaba a los pasajeros cuando subía al ómnibus a inspeccionar los boletos.

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YEISON

TRÍAS

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YEISON

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YEISON

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HISTORIETA

MAGNUS/WISINGER/CATAN

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HISTORIETA

MAGNUS/WISINGER/CATAN

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CINE

FEDERICI

Cuando los maquilladores ociaban...

Por Carlos M. Federici

Rondo Hatton, el Monstruo "Natural" de Hollywood Aparte del director, el cinematografista, el iluminador, el vestuarista y el creador de los "efectos especiales", otro técnico/artista tiene una función relevante en la elaboración de las películas: el maquillador, cuyas destrezas le permiten desde quitar unos cuantos años de encima a la estrella de turno, hasta crear, sobre un rostro común, verdaderos rasgos de pesadilla, capaces de estremecer de horror a las plateas. Uno de estos, el insigne Jack Pierce (1889-1968), de la empresa "Universal", dejó indeleble impronta en la historia del Séptimo Arte con sus notables caracterizaciones del Monstruo de Frankenstein y la Momia, dos personajes de filmes terroríficos protagonizados por

otra celebridad del melodrama de escalofríos, Boris Karloff. Pero existen ocasiones en que estos profesionales pueden quedarse temporalmente con los brazos cruzados. Por ejemplo, si el actor protagonista es, a la vez, un hábil manipulador de cosméticos y se caracteriza a sí mismo, como fue el caso emblemático de Lon Chaney padre (1883-1930), llamado "El Hombre de las Mil Caras", quien dejó tan sobrecogedoras imágenes en la pantalla muda mediante la magia de sus aptitudes, que era imposible reconocer sus propias facciones bajo las máscaras que elaboraba. Y otro caso, menos frecuente, es el del "Monstruo Natural". A Rondo Hatton le tocó ser uno de estos últimos.

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CINE Nacido en Hagerstown, Maryland, el 22 de abril de 1894, Rondo Hatton fue, en su juventud, un chico bien parecido, a tal punto que sus condiscípulas del liceo Hillsborough le consagraron, por votación mayoritaria, como el más apetecible de su promoción. Era además un estudiante sumamente aplicado, sobre todo en letras, y entusiasta aficionado de los deportes, cualidades estas que muy tempranamente le abrieron las puertas al periodismo deportivo, función que supo desempeñar en el periódico de Tampa, Florida, donde él y sus familiares se habían trasladado tras el fallecimiento de su padre. Pero la tragedia le aguardaba. Tras haber sobrevivido a los avatares de la Primera Guerra Mundial y continuar durante algún tiempo su labor periodística, el flagelo de la acromegalia se abatió sobre él. Esta rara dolencia, un grave desorden de la glándula pituitaria, suele manifestarse en la edad adulta, de modo súbito pero gradual, distorsionando los rasgos faciales y la forma y dimensiones del cráneo, además de agrandar manos y pies y deformar el torso, con el resultado de convertir en un verdadero monstruo al afectado por la cruel enfermedad, para la que no existe antídoto. Hatton continuó, de todos modos, ejerciendo como periodista, y cuando estaba cubriendo el rodaje de la película Hell Harbor (1930) para la Tribuna de Tampa, llamó la atención del director Henry King, quien le ofreció un contrato para una breve aparición ante cámaras en dicho filme. Tras superar las lógicas dudas que le despertaba ese radical cambio de vida, se trasladó a Hollywood y comenzó a desempeñar pequeños roles, sin mención en el reparto, en distintas producciones. Uno de los más destacables fue el de participante en el "Concurso de Feos" de El jorobado de Nôtre Dame (1939, William Dieterle), certamen que terminó por perder, en el

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filme, ante la caracterización, por supuesto debida a las artes del maquillaje, del gran actor Charles Laughton, en el rol protagónico de Quasimodo. Los estudios "Universal" consideraron comercialmente explotable la fealdad de Hatton, y lanzaron una promoción que pretendía que había adquirido su peculiar aspecto de resultas de haberse expuesto a "gases venenosos" durante la Gran Guerra. Luego de su aparición en uno de los filmes de la serie de Sherlock Holmes, La perla de la muerte (1944), se intentó convertirlo en una suerte de "Estrella del Horror", y se le impusieron labores protagónicas en dos películas: La Casa de los Horrores y El Bruto, ambas estrenadas en 1946, en las que interpretó al personaje de "The Creeper" (algo así como "el espeluznante"), traducido en algunas versiones como "El Aniquilador". Se explotaba al máximo la alteración de facciones y cuerpo, mediante iluminación y enfoques, y asimismo por contraste con las bellas damitas a las que amedrentaba. El hecho de que fuera ese su aspecto real producía una rara sensación, solo comparable a la del filme de la MGM de 1932, Freaks ("Fenómenos"), de Tod Browning, en que el afamado director utilizó verdaderos fenómenos de circo para que alternasen con los actores "normales". En aquel momento la película provocó la repulsa de los ejecutivos de la Metro, como

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CINE asimismo del público y de la prensa. En 1946, con solo la presencia de Hatton en vez de toda una "troupe" de monstruosidades, la reacción no fue tan adversa; por el contrario, se esperaba poder seguir sacando partido de la singular condición de aquel improvisado actor, dentro de un género que demostraba atraer a un importante sector de la audiencia. Pero la fatalidad se interpuso. En el mismo año en que se lanzaron sus películas, un ataque cardíaco, corolario de su enfermedad, acabó con la vida de Hatton. Sin embargo, breve y todo como fue su pasaje por el cine, Rondo Hatton logró permanecer en la memoria colectiva y convertirse incluso en un ícono sui generis, tal vez no a la altura de las grandes luminarias como Clark Gable, Joan Crawford, Robert Taylor, Rita Hayworth, o en su género Bela Lugosi o Boris Karloff, pero sí en una respetable categoría "B". De hecho, referencias a su nombre, o alusiones a su personalidad, no han dejado de registrarse en diversas producciones del cine y de la historieta, a lo largo de las décadas subsiguientes a su deceso. Y finalmente la posteridad, en cierto modo, lo ha reivindicado, ya que en 2002 se instituyó el "Premio Rondo Hatton" para blogs o páginas web dedicadas al género de terror. El trofeo es una réplica del busto de Hatton que aparece en la mencionada película La Casa de los Horrores, en la que tenía el papel de un psicópata que asesinaba a cuantos le sugería un resentido escultor bajo cuya protección se colocara. Dicho artista modeló en el filme un busto de su siniestro compañero, fascinado, en su morbosa y retorcida sensibilidad, por la anormalidad de aquellas facciones.

Jack Pierce, el eximio maquillador del sello “Universal”, afanándose en convertir al actor Boris Karloff en el horrible monstruo creado por el doctor Frankenstein.

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Lon Chaney padre en su escalofriante interpretación de Quasimodo, el jorobado, para la versión muda de “El Jorobado de Nôtre Dame” (1923).

Es un detalle a tener en cuenta que, pese a su descalificación estética, Rondo Hatton contrajo matrimonio por dos veces. El primero, en 1926, con Elizabeth Immell James, terminó en divorcio; es de suponer que la mujer no soportó convivir con los progresos de su enfermedad. El segundo, de 1934, con Mabel Housh, perduró, en cambio, hasta la muerte de él. Al presenciar su actuación, especialmente en el filme El Bruto, en que el personaje "El Ani quilador", perseguido por la ley, se refugia en el domicilio de una bella joven, extrañándose al comprobar que esta no le teme, hasta que descubre que ella padece de ceguera, uno no puede menos que especular en torno a los sentimientos de Hatton en los intervalos del rodaje. ¿Qué sensaciones lo asaltarían con respecto a su agraciada compañera de reparto, Jane Adams, fuera del ambiente del plató? ¿Pensaría que podría existir la más leve esperanza de que una joven normal, de una belleza por encima de lo común, llegaría en algún momento a mirarlo sin parar mientes en su fealdad? ¿No le causarían sus facciones una invencible repulsión, que tan solo su conciencia profesional le haría superar, en tanto rodasen las cámaras? Su drama personal no resulta fácil de abarcar. Cuando Boris Karloff, en su papel del horrendo Monstruo de Frankenstein, daba por terminada su jornada de trabajo, solo tenía que acudir a Jack Pierce para que lo volviese a la normalidad. Lon Chaney, por su parte, se las arreglaba solo, como hemos visto. Pero para Rondo Hatton no existía esa posibilidad. Y Jack Pierce estaba de asueto.

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HUMOR CIENTIFICO

CHECHO

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YAKUSTO

TRÍAS

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YAKUSTO

TRÍAS

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El EXTRANO

FEDERICI

LOS MONSTRUOS VIEJOS NUNCA MUEREN, SOLO HIBERNAN A cargo de CARLOS M. FEDERICI

¡Hola!...

Har!

Har!...

¡Hola,

Historietófagos!... ¡no, no están soñando!... ¡soy yo, en verdad, yo mismo…

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El EXTRANO de nuevo aquí, para traerles el nutriente que piden sus desquiciados cerebros!... Sé que estuve mucho tiempo ausente… Incluso, gran parte de ustedes ni siquiera había visto la luz cuando desaparecí… ¡Pero los monstruos viejos nunca mueren! Har! Har!... nos limitamos a hibernar…, hasta que, en el momento propicio…

¡VOLVEMOS! Aquí estoy, de regreso, y vengo cargado con un cúmulo de esas viejas, polvorientas, apolilladas, pero exquisitas historietas antiguas…, de las que ya no se hacen… Y las he seleccionado exclusivamente para ustedes, a quienes sé adictos a tan deleznable material… Una por número…; a veces, si estoy de buenas…, dos. ¡Y de la más nefanda calidad! Har! Har!... ¡A disfrutarlo, entonces, que es gratis…, a partir de este momento! ¡mi más solemne promesa de que no se arrepentirán!

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El EXTRANO

FEDERICI

Los cuatro de “Frankenstein”: Lord Byron, Mary Wollstonecraft, Percy Shelley y John William Polidori, que en la “Villa Diodati”, de Ginebra, pasaron juntos un “lluvioso verano”.

¡Jeh-jeh-jeh-jeh-jeh! ¡Hola, mis estimadísimos adictos! ¡Sí, aquí estoy de nuevo...; yo siempre cumplo mis promesas..., especialmente si he prometido delicias INFERNALES!... ¿No les había dicho, mis fieles seguidores, que volvería... y con algo que les haría helar la médula de los huesos con PAVOR SIN LÍMITES?... ¡Jeh-jeh-jeh-jeh-jeh! ¡YO SIEMPRE CUMPLO..., Y TAL VEZ ALGUNO DE USTEDES DESEARÁ LUEGO QUE NO HAYA SIDO TAN... CUMPLIDOR! Porque lo que les traigo esta vez es algo tan horrendo y estremecedor como jamás lo imaginarían... ¡De Monstruos, sí, tal como me lo encargaran..., pero de una índole tan demoníaca y sobrenatural como no se han visto aún en estas páginas de aire! Mi primera historia, y no podría ser de otra manera, se refiere al primero y fundamental, el más antiguo y aterrador de ellos... ¡el espeluznante Monstruo de Frankenstein!... Un relato tomado de las mismas profundidades del AVERNO, escrito por la mano

de algún condenado a las llamas eternas, y dibujado por la mano poseída de Dick Briefer, quien superó a la creadora original de la criatura, Mary Wollstonecraft..., aquella dulce jovencita inglesa que, en su retiro de los Alpes Suizos... ¡Jeh-jeh-jeh!, compartía con su querida hermanastra al amante, el poeta Shelley, y alternaba con amigos tan especiales como George Gordon, Lord Byron..., que fue vendido a Satanás por su nodriza, cuando aún era... ¡Jehjeh-jeh!..., un tierno bebé... y el siniestro Doctor Polidori, un médico italiano, expulsado de su Universidad por dedicarse a... ciertos experimentos prohibidos..., como crear HOMUNCULI, por ejemplo... ¡Jeh-jeh-jeh!... Y ese trío, en una de esas noches oscuras y tormentosas, las más aptas para tales nefandos menesteres, se desafió entre sí para escribir las historias más espantosas que se hubiesen concebido jamás... Y ella, la Shelley, inspirada por

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El EXTRANO

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los espíritus del báratro infernal, creyó crear a la temible criatura..., la misma que ahora les podrá los cabellos de punta con la historia de su... ¡Jehjeh!... Extraño amor... Y si se imaginan que nada en la faz de esta Tierra ni en lo más hondo del Erebo podrá ser todavía más terrorífico... ¡se equivocan de medio a medio! Pues a continuación, y de la mano de otro grande del HORROR DIBUJADO, el inefable BOB POWELL, les traigo un relato protagonizado por una suerte de ENGENDROS como nunca han contemplado antes ojos humanos: “¡Los monstruos de las cloacas!”... ¡Jeh-jeh-jeh!... Aquellos de ustedes que no se sientan con un corazón lo suficientemente fuerte para resistir el impacto..., ¡levántese ahora y huyan a todo lo que den sus piernas!... ¡Ahh! ¿Nadie se retira? ¡Qué público más valiente!

¡Adelante, entonces! ¡Abran bien los ojos..., que pronto se les saldrán de las órbitas..., y deléitense con mis... manjares..., jeh-jeh..., bajo su entera responsabilidad!

Dick Briefer, creador de la historieta “El Monstruo de Frankenstein”, que dibujaría y argumentaría entre 1948 y 1954, primero en versión paródica, luego como historieta de terror.

Bob Powell, lejos del tablero y de sus monstruos, en el calor del hogar, en Navidad.

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CUENTO

ACEVEDO

EL ORGANO

Están ahí. No puede verlos, mucho menos

nubes de polvo que levanta alguna brisa, venida

tocarlos, pero ella sabe que están ahí.

de no se sabe dónde, que se mete por invisibles

Son incontables. Cada vez que cierra los ojos, le

grietas de la añosa construcción.

parece que se reproducen a velocidades

El viejo órgano de tubos es su morada. No

absurdas, que surgen por miles de la retorcida

pueden escapar, pero eso no limita sus poderes.

materia de uno solo.

Su capacidad va más allá de la materia, de las

Siempre están. Agazapados, pegados unos

paredes del enorme instrumento que es como

contra otros, sacudiendo epilépticamente sus

una espectral cripta, sólo revivida de tanto en

viscosos palpos, brotando sin cesar como un

tanto cuando los dedos de su padre le arrancan

cáncer atroz que se expande sin control.

sonidos graves y voluminosos, que invaden las

Aparecen confundidos en el resplandor de las

paredes agrietadas de la casa, que chocan contra

viejas lámparas de aceite, o de la luz del Sol

los muebles, que dejan caer un manto de

penetrando mortecina por los sucios vitrales, o en

angustia y desconsuelo con sus agónicos

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CUENTO

ACEVEDO

lamentos. Los infelices seres se retuercen de

descoloridas, a los muebles con ecos de otras

oscuridad y encierro, arañan la madera tratando

épocas, a los polvorientos y trémulos caireles que

de huir. Gritan, gimen, sollozan.

cuelgan como sucias gotas de lluvia.

Cada día, ella procura aniquilarlos. Intenta

Cuando los dedos de su padre presionan las

cerrarse para adentro, como si quisiera asfixiarlos

teclas, el órgano, como una monstruosa arca, se

entre el marasmo de sus vísceras, hacerse un

estremece con todos sus habitantes.

calabozo, más oscuro e impenetrable que el

esconde en un rincón, con los brazos apretados

propio órgano, donde ni siquiera ellos logren

contra el pecho, intentando vanamente que las

sobrevivir.

voces no le penetren por los poros, que no le

Nunca lo consigue, aunque por momentos le

irrumpan en la mente y el cuerpo como una

parezca que sí, que los ha derrotado, que se han

bandada de pájaros furiosos.

disuelto en el aire sin dejar rastro. En las

El órgano vomita las voces de dolor de las

pequeñas cosas cotidianas, ellos hacen sentir su

infelices criaturas, que se hieren, patéticas y

inexorable influencia. La hacen mover cosas de

amorfas, al intentar escapar por los estrechos

lugar, o caminar en direcciones que no pretende.

biseles de cada tubo. El aliento de todos ellos, y

Ella sospecha que en realidad son capaces de

no el fuelle del órgano, es el que impulsa los

mucho más, de controlar su voluntad sin

sonidos hacia el exterior.

restricción ninguna, que aquellas insignificantes

Una mañana, al levantarse, sintió que por fin

manifestaciones son sólo el comienzo, que a cada

habían desaparecido. No distinguió huella alguna

instante se le meten más adentro, invadiendo

en las paredes, ni en los caireles, ni en las repisas

cada sombrío vericueto de la fría y solitaria casa,

repujadas, ni en las largas y tortuosas escaleras

durmiendo en cada mota de polvo, en cada

que crujen bajo sus livianos pasos.

repisa, cada lámpara.

Se sintió más liviana, menos material, como si

Ella se

No siempre la vencen. Hay instantes en que

pudiera despojarse de su mortal carne y echarla a

logra imponerse sobre ellos, que logra

un costado como un montón de ropa vieja. Sin

dominarlos y encerrarlos entre las paredes de su

temor alguno, se acercó al órgano. Se sentó y

antiguo sarcófago de tubos.

posó las yemas de sus pálidos y largos dedos

Pero al día siguiente, por más que trate de no

sobre las teclas.

escucharlos, de cerrar los ojos con fuerza para no

La sensación de incorporeidad se incrementó, y

verlos, de cubrirse con una manta para no

ya no consiguió ver sus manos, sino tan sólo

percibir su inmaterial pero pegajoso contacto,

percibirlas como entes sin sustancia. Pudo

resurgen de sus pútridas cenizas.

percibir el órgano como un gran vientre, con miles

Y puede verlos nítidamente, zigzagueando como

de seres convulsos y frágiles. No logró darse

cadavéricos gusanos embadurnados de tierra,

cuenta que la habían derrotado. El órgano se

brotando eternamente de todos los tubos del

abrió como una boca monstruosa, y ella se filtró

órgano, en lastimeros quejidos, en graves

lentamente, muy lentamente, hacia adentro.

vozarrones que se adhieren a las paredes grises y

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ARDITO

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CUENTO

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CUENTO

ACEVEDO/TRÍAS

El Ojo Nagurpur, 1880 El rumor del agua haciendo girar la rueda de madera, el balido de las cabras, el pan difundiendo su espíritu fragante por las chimeneas de los hornos, los hombres retornando cansados pero felices con los perros trotando mansamente a su lado, y la tarde cayendo lánguidamente sobre el pueblo, pincelando la pradera de rojo y ocre. Pero la brisa trae algo que enardece el aire, un martilleo rítmicamente furioso que va quebrando la calma, que va creciendo como una tormenta, acercándose, imparable. Los primeros en percibirlo son los pájaros, que en desbandada salen disparados como flechas, luego los perros, desesperados, alertando con sus furiosos ladridos. Sentado en su mecedora, recibiendo el último fulgor de la tarde en su vieja carne, el más anciano del pueblo mira fijamente el horizonte. Es ciego, pero no necesita ver las fantasmales siluetas que cabalgan haciendo restallar la tierra de polvo y gritos para sentir la presencia del Mal en cada uno de sus fatigados huesos, una presencia que no sintió nunca con tal intensidad. Los campesinos se aferran a sus instrumentos de labranza, los animales se disponen a defenderse, las mujeres intentan proteger a los niños y los ancianos, pero la tierra comienza a empaparse de rojo, rojo como la tarde, rojo como la vida que escapa de los cuerpos castigados. Los soldados del emir inundan el aire de gritos y acero, los cascos de los caballos destrozan huesos y carne, las espadas hienden el aire metiendo la muerte en los cuerpos y destrozándolo todo, el fuego, como un demonio, se agiganta devorando cultivos y chozas, el agua del molino se agita, se tiñe de escarlata. Dornari corre entre los trozos de cuerpos, entre los gritos y la carne abierta, entre las chozas que elevaban sus lenguas de fuego hacia el cielo,

escupiendo un humo negro que amortaja el pueblo. Corre con su niño en brazos, apretado contra los pechos, un bultito que berrea y patalea. El galope furioso, los gritos enardecidos de los salvajes, el fuego que avanza como un tropel, el olor de la carne quemada, de la sangre hirviendo sobre la tierra calcinada, todo persigue a Dornari y su pequeño. Entre Dornari y su hijo, brilla El Ojo de la Cobra, piedra mágica que había protegido al pueblo desde siempre pero que hoy estaba siendo bloqueada por una magia tan poderosa como la suya. Entre la confusión, ella había logrado entrar al templo antes que fuera arrasado y rescatarla. Con los pies destrozados, al borde de la extenuación, ella llega ante el río. Mira hacia atrás, hacia el pueblo que es ya una enorme pira funeraria, y comprende que no podrá volver ni tampoco cruzar. Sin saber qué más hacer, esconde al niño en el hueco de un árbol con la piedra entre sus ropas y enfrenta su destino.

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CUENTO El niño no ve morir a su madre, pero oye sus gritos mientras los soldados se sacian de ella. Y puede ver al cruel Mago Kharnot, mano derecha del visir, avanzando entre las tropas, altivo, triunfal, cubierto de sangre y vísceras, como un espectro de muerte y destrucción. Aquella noche, el niño muere. Aferra El Ojo de la Cobra hasta que este resbala de sus manos y se pierde dentro del hueco del árbol, llora hasta que sus pulmones parecen estallar, y el frío lo va apretando entre sus garras hasta que deja de respirar. Una cobra ve su último movimiento y comienza a acercarse. El Mago Kharnar detecta el avance de la cobra y comprende que dentro de ese árbol hay un animal o un niño pequeño. Y murmurando una sola palabra, la cobra se seca como una rama. Pero gracias a ella Kharnar encuentra al niño, sin respirar, un pequeño bulto azul de frío. Emplea un conjuro que le consume casi toda su energía, es un mago poderoso pero está viejo, y los pulmones del niño se abren en un furioso llanto, y los grandes ojos negros del pequeño se clavan en el anciano. Lo bautiza Dorthar, que quiere decir “el que todo lo ve”, y resuelve criarlo y enseñarle todo lo que sabe.

ACEVEDO/TRÍAS La cueva es otro mundo. Una vez que entra, los sonidos del exterior permanecen afuera, ni siquiera el frío ni el viento parecen penetrar. Una extraña luminiscencia lo va guiando. Tiene miedo, pero está decidido a triunfar o perecer. Espera ser atacado por el enorme Grondor que, según la leyenda, habita la cueva y custodia el Ojo de la Cobra. Pero lo que lo ataca es un rayo color escarlata que, hendiendo el aire, emerge disparado de las sombras en su dirección. Dorthar logra esquivarlo por instinto, y levanta un conjuro escudo que sale automáticamente de sus manos y es asegurado por la palabra correcta. Todo lo hace sin pensar, como si fuera parte de su naturaleza, tan automático como respirar. El segundo rayo lo encuentra protegido y logra contraatacar. Los rayos cesan y un silencio pesado invade la cueva. Pero él, sospechando una trampa, no baja la guardia. A los pocos pasos, se reanuda el ataque. Si uno solo de esos rayos lo tocan será su fin, pero mantener el escudo es cada vez más difícil, le insume toda su concentración.

Kuaramphur, 1891 Sólo, avanzando lento pero decidido entre la niebla helada de la noche, las piernas temblorosas, la oscuridad amenazante de ruido y ojos. Dorthar espera despertar de un momento a otro, hasta que comprende que aquella pesadilla es real. Conoce el sendero de memoria, avanza entre los árboles deformes que sacuden sus tétricos brazos al influjo del viento helado mientras recuerda todo lo que le enseñó el Mago Kharnar. Sabe que más allá de aquellos árboles está la cueva, la cueva dónde terminará su vida o hallará su destino. El niño observa todo, olisquea el aire detectando las bestias que lo rodean, escucha resoplidos, fauces babeando, ansiando su frágil carne. Un par de lobos encienden sus ojos rojos como ascuas en medio de la oscuridad. El niño reacciona por reflejo y un conjuro sencillo los hace huir gimiendo como cachorros asustados.

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CUENTO Dorthar intentaba avanzar, pero las piernas le pesan, su cabeza parece estallar de dolor y los ataques no cesan. El niño cierra los ojos hasta que le duelen los párpados, y en su mente se forma un extraño fulgor color esmeralda. Sus piernas avanzan como movidas por una fuerza desconocida pero imparable. Los rayos son como abejas estrellándose contra una pared, atacan con furia pero no pueden penetrar su escudo. Dorthar abre los ojos y siente que el resplandor esmeralda lo llama desde el fondo de la cueva. Por un segundo pierde la concentración, y ese segundo es fatal. Un rayo afilado como una espada surca el aire rancio de la cueva y le arranca un brazo. El grito del niño hace temblar toda la cueva. Cierra los ojos nuevamente, intentado recuperar su concentración a pesar del terrible dolor, y una paz repentina lo colma, se siente rodeado por el fulgor esmeralda, cobijado. Cuando abre los ojos, la piedra, El Ojo de la Cobra, está colgada de su pecho, y la herida ha cerrado. Comprende que tenerla es su destino, que el Ojo lo ha estado esperando todo este tiempo. En ese momento, el Mago Kharnar abandona su ya viejo y frágil cuerpo y su espíritu entra en Dorthar. El brazo crece nuevamente y el niño, canalizando solamente una fracción del poder de la gema, grita y un potente rayo emerge de la piedra como la lava de un volcán. El rayo ilumina la cueva como si fuera un amanecer y un grito de rabia o impotencia estremece las viejas paredes. - Ya nunca estarás solo, dice la voz del Mago Kharnar dentro de su cabeza, yo siempre iré contigo y El Ojo de la Cobra te protegerá. Pero deberás usarlo no para la venganza, sino para ayudar a otros. Ese es tu destino. Departamento de Flores, Uruguay, 1937 El Mago Dorthar, mejor conocido como El Ojo, medita en lo profundo de una desconocida y milenaria caverna situada en el departamento de Flores. A su lado, su compañera, la cobra Mormhar, parece también meditar en calma. Afuera, el armónico rumor del viento entre las ramas de los árboles, el canto de los grillos, algún lobo lejano aullando su soledad y

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reclamando para sí el monte. Las primeras luces van creciendo, paseando su tímido fulgor por el suelo de la cueva. Las visiones de El Ojo de la Cobra han sido confusas últimamente, como si algún poder las estuviera nublando. El sabe que algo va a pasar, que un poder maligno se oculta en las sombras, agazapado, planeando, esperando. En los últimos días han desaparecido algunas personas, sin dejar rastro, más de las que desaparecen habitualmente. Las supersticiones locales le dan diversas explicaciones, todas erróneas, pero ninguna, probablemente, del todo equivocada, piensa.

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CUENTO De pronto, algo quiebra la calma. El Ojo despierta, vibra, brilla como un ascua verde en la oscuridad de la cueva, la cobra Mormhar se enrosca sobre sí misma, poniéndose en guardia. El Ojo sale de su meditación, se pone su túnica mágica, su turbante, ajusta El Ojo de la Cobra en su lugar, se pone sus anillos de poder, abre el bolsillo oculto donde se mete siempre la cobra Mormhar y abandona la cueva, envuelto en un hechizo camuflaje que lo confunde con su entorno. Siguiendo la vibración del Ojo, se va acercando, hasta que el silencio lo rodea. Ya no percibe nada, y eso lo hace ponerse más en guardia. El suelo vibra, una especie de maquinaria muy cerca de él. Pero nada ve, solamente el monte, los animales, el amanecer, los pájaros saludando al día. El Ojo comprende que alguna clase de hechizo le oculta la realidad. Invoca el poder de la piedra y obtiene una visión nebulosa, pero le es suficiente. Cierra los ojos y grita: ¡Que lo oculto se revele! A sus pies, percibe una entrada, donde solamente se ve pasto y tierra. Entra a ciegas, siguiendo su intuición, baja por una estrecha escalera tallada en piedra, pero la vibración crece, y de pronto un nauseabundo olor a sangre invade su olfato. Avanza casi sin ver, llevado por el poder de El Ojo de la Cobra, con sus hechizos de escudo levantados, alerta. Una red de túneles lo conduce cada vez más abajo, hacia las entrañas mismas de la tierra. Un resplandor rojo invade las paredes del túnel, y El Ojo se prepara para lo que lo espera al final del túnel, en una cueva que ya se abre ante él.

ACEVEDO/TRÍAS Pero nada lo ha preparado para lo que verán sus atónitos ojos. En medio de la cueva, una enorme maquinaria que emite un resplandor rojo, una gran maquinaria llena de engranajes y palancas y chimeneas. Bruma roja, gritos, una cinta transportadora que transporta seres humanos que gritan y patalean previendo su horroroso destino final: alimentar los dientes metálicos de la infernal máquina. Un grupo de hombres vestidos con túnicas y turbantes custodian y hacen funcionar la bestia mecánica. Van armados, y podría intentar hipnotizarlos con el EspiralMente que lleva en el pecho, o podría usar alguno de los poderes de los anillos pero son demasiados. – Que el tiempo se detenga, grita El Ojo, lanzando un conjuro de detención temporal que solamente durará algunos minutos. Todos quedan paralizados y él avanza hasta acercarse a la máquina, cuando finalmente comprende: la temible y legendaria Piedra de Sangre refulge malignamente en el corazón de la máquina, la piedra que necesita cargar su energía con sangre humana cada un siglo. Logra detenerla, pero el tiempo se acaba. Por instinto se echa a un costado, y siente el calor de un rayo de fuego que le roza la espalda. El lugar entero comienza a temblar y agrietarse. El Ojo voltea y ve, entre brumas, a su enemigo mortal: el Mago Kharnot, el que le arrebató a su madre y a toda su gente. Procurando contener su rabia para que no nuble su concentración, El Ojo detiene el ataque reforzando su conjuro escudo, pero en un par de minutos los sirvientes del temible mago recuperarán su movimiento, y El Ojo estará demasiado agotado para lidiar contra Kharnot y ellos. Debería quitarle la poderosa Piedra de Sangre, pero es imposible. La cueva se desmorona y la máquina comienza a deshacerse con un chirrido, grandes engranajes empapados en sangre salen disparados y El Ojo resuelve huir. Con sus últimas fuerzas grita: ¡Que todo se nuble! y un conjuro bruma oscurece a su alrededor aquella confusión de gritos, fuego y destrucción. Sintiendo el calor de los rayos de su enemigo resquebrajando su conjuro escudo, comienza a correr por los túneles mientras todo se desmorona tras él.

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CUENTO La luz del día y el canto de los pájaros lo reciben. Cae sobre el pasto, sintiendo la quemadura en su espalda, el dolor de los músculos, y la mente agotada por el esfuerzo de los conjuros. Espera un nuevo ataque, que lo encontraría indefenso, pero nunca llega. Sin embargo el Ojo de la Cobra le advierte que alguien se acerca: puede visualizar claramente a un hombre de extraños ropajes, a caballo, avanzando al galope en su dirección. En un minuto lo reconoce. El Ojo se levanta con dificultad, la cobra Mormhar enroscada sobre su hombro derecho lista para atacar, y, apoyado en un árbol, lo espera. -Doctor Montevideo, dice, luchador contra el crimen y aventurero. Científico, filántropo, criminólogo, maestro

ACEVEDO/TRÍAS en varias disciplinas marciales. Su verdadero nombre es Carlos Nider. Viene hasta aquí para decirme que una gran amenaza se cierne sobre nuestro país y que pretende formar un grupo de seres extraordinarios, con grandes habilidades, para combatirla. Puedo decirle que el destino halla a quienes van en busca de él. Y puedo decirle que me uniré a su grupo. El Doctor Montevideo se apea, ata su caballo pacientemente, baja su capucha, y se acerca, intentando ocultar su sorpresa. – Se está preguntando cómo sé todo eso. Sé eso y mucho más, porque el Ojo todo lo ve. Y también sé que la amenaza es mucho más grande de lo que usted pueda imaginar.

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El Ojo y Capitán Montevideo volverán pronto en...

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