LAS COMIDAS HISTORIETAS NACIONALES I SUPLEMENTO SEMANAL DE AVENTURAS I REPORTE NACIONAL I TÉLAM
AÑO 3 I NÚMERO 125 I SÁBADO 26 DE ABRIL DE 2014
PROMESA DE HUMO
POLENTA CON PAJARITOS
EL TOMI
N
unca prendas un cigarrillo a las cuatro de la tarde, decía un buen fumador, uno de esos que suelen, cada tanto, sorprender con alguna regla arbitraria sobre el vicio. Según él, a ese instante del día se lo conoce como “tiempos de decisiones”, “la gran prueba”, o bien “La presencia”, porque cuando el reloj marca esa hora el fumador siente que una fuerza extraña lo abraza, lo tironea, lo sacude en dudas. Mi amigo resumía el axioma con una sonrisa: “A esa hora es Bebo el que amenaza”. No me animé a preguntar, hasta que una tarde la referencia se convirtió, como temía, en un chiste fácil. Puso sobre la mesa dos libros: Diario para la prometida y Cartas a una esposa. El autor: Italo Svevo. “Éste es bebo”, me dijo y comenzó a explicarme cómo el tano, fumador empedernido, construyó gran parte de su obra (léase el capítulo tres de La conciencia de Zeno) entre las teorías freudianas y la imposibilidad de abandonar el vicio; entre el miedo a la enfermedad, la culpa y las promesas incumplidas. Svevo explicó el acto de fumar a partir del propósito de dejarlo, y demostró que el fumador es un sísifo remontando la montaña de la salud. “Estamos convencidos de que el humo no nos beneficia y no tenemos necesidad de más convencimientos, continuamos fumando porque… mejor dicho, sin ningún por qué”. Y la prueba de ello es el Diario que escribió en 1896 para su entonces novia (y prima) Livia Fausta Veneziani. Por cada día, una promesa renovada: “Éste es el último”, pero al siguiente: “Estoy fumando como premio de haber estado sin fumar hasta ahora”. Incluso estableció un contrato con ella permitiéndole coquetear con otros hombres, si lo volvía hacer. Svevo siguió aspirando “como un turco” y Livia, aburrida, se convirtió en su mujer. En Carta a la esposa, la lucha siguió y el temor a morir por la nicotina era cada vez más fuerte. Sin embargo, en noches de insomnio, concluía: “más vale fumar sin preocupaciones, porque perjudica menos”. En 1904 le hizo firmar a su esposa un contrato por el cual se anulaba el matrimonio, si reincidía. Fracasó. Siguió casado. Entonces buscó otra manera: “Creo que toda mi fuerza voluntad depende en gran medida de la pésima calidad de los cigarrillos venecianos”. Ese cuaderno de notas (el amor desesperado por Livia, por su hija y por el tabaco), finaliza luego de un período de abstención que lo desmoronó físicamente. “Empiezo a creer que no fumar es muy poco sano. Cuando tenga en el bolsillo 80 coronas volveré a fumar y os acostumbraré a ti y a Tina a hacerlo también. No quiero ser el único de la familia que esté bien”. ¿Por qué a las cuatro?, pregunté y mi amigo me fue mostrando las fechas y horas que consignaba Svevo en sus cuadernos: cada promesa comenzaba en el mismo tiempo. “Toda su vida vivió atormentado por la posibilidad de morir a causa del cigarrillo –dijo–, pero el 13 de septiembre de 1928 lo atropelló un auto. En el hospital, moribundo, Livia le dio el último cigarrillo. El acta de defunción marcó la hora exacta”. Lautaro Ortiz