LOS TRABAJOS HISTORIETAS NACIONALES I SUPLEMENTO SEMANAL DE AVENTURAS I REPORTE NACIONAL I TÉLAM
AÑO 3 I NÚMERO 127 I SÁBADO 10 DE MAYO DE 2014
TENER DUENDE n 1912, William Marion Reedy –editor de la Reddy’s Mirros–, recibió una carpeta de poemas escritos a máquina sobre papel membrete, lo que delataba que el emisario ejercía como letrado en algún lugar de Chicago. No eran buenos. Como dirá Borges más tarde: “la culpa de un abogado en versitos”. El jurista esperó respuesta. Nada. Al tiempo insistió. Nada. En un arrebato, tomó prestados los ahorros que su mujer escondía en un corpiño y editó por su cuenta dos libros de poemas bajo seudónimo (para no ser descubierto). Mandó los libros a Reedy’s con una frase: “Usted carece de oído para escuchar a las musas y de ojos para ver el favor de los ángeles”. Antes de descubrir el robo, la mujer encontró los ejemplares bajo la cama de unos de sus hijos, creyó que el seudónimo era un acto de cortesía para no arruinar la ascendente prosperidad familiar. Ella también conocía a Reedy’s y le escribió sobre “el hobby” de su esposo. Le pidió una oportunidad. El editor y el abogado al fin se reunieron. El desconocido dijo lo suyo y el editor Williams le respondió: “Escuche Edgar, estamos tomando un café, esto no es un tribunal del Estado”, después le prestó la famosa Antología Palatina (reunión de poemas griegos para ser grabados en las tumbas). Al regresar, Edgar Lee Masters encontró la casa vacía y una única valija: esa noche conoció la cama fría de un hotel y puso el corpiño de la culpa junto a una botella para espantarla. No había nada que hacer, salvo leer a los griegos. Al séptimo epigrama, Masters creyó ver una sombra pequeña en la habitación. Borracho escribió: “Uno murió llevado por la fiebre, / uno quemado en una mina, / uno en medio de una pelea, uno en una cárcel, uno cayó de un puente, trabajando para su esposa y sus hijos. / Todos, todos están durmiendo en la colina”. Durante una semana faltó al trabajo, y en 1913 Reddy’s Mirros publicó “Spoon River”, 250 epitafios al modo griego pero inspirados en los casos reales que había atendido en Chicago. Desde la tumba los habitantes de ese pueblo irreal contaban su vida y su muerte, se acusaban y se amaban. A partir de aquella “lectura displicente” (Borges), la poesía norteamericana se quebró. Pavese y Pound lo aplaudieron, aunque el sagaz Ezra advirtió sobre la plaga de “leemasterismo”. Todos escribieron como él. Menos Edgar: mientras en 1933 su libro llevaba 35 ediciones vendidas, el poeta insistía en llamar a la musa y atrapar al ángel. Todo fue en vano. Hasta su muerte (1950) Masters se preguntó qué había pasado. Otro poeta dijo: “El ángel vuela sobre la cabeza, está por encima, derrama su gracia, y el hombre, sin esfuerzo realiza su obra. La musa dicta, y, en algunas ocasiones, sopla. La verdadera lucha es con el duende. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida”. Masters lo sufrió. “El duende no se repite –dijo Lorca–, como no se repiten las formas del mar en la borrasca”.
POLENTA CON PAJARITOS
EL TOMI
E
Lautaro Ortiz