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AÑO 3 I NÚMERO 133 I SÁBADO 21 DE JUNIO DE 2014
BEATRICE, LA ANFITRIONA la periodista sudafricana Emily Alice Haigh la hallaron muerta en su cocina de azulejos blancos junto al cuerpo tieso de una rata negra. La nube de gas dictó la crónica policial de los diarios parisinos: suicidio. Sin embargo el inspector a cargo ordenó un estricto relevamiento del departamento. Sospechaba. No era para menos, ese 30 de diciembre de 1943 las cosas no andaban bien: Churchill, Roosevelt y Stalin se había juntado para definir estrategias durante la Segunda Guerra. El departamento estaba tan desordenado como el mundo. Se secuestraron libros, vestidos, cuadros y collares. Pero el prefecto levantó las cejas ante el aporte de un sagaz perito: en una de las patas de la cama se hallaron dos muescas, hechas por una navaja desafilada (una debajo de la otra). Cada una estaba acompañada por iniciales: A. M. y R. R. Era la evidencia de cómo ella contaba a sus amantes. El prefecto sufría de insomnio, y no se la pasa bien en ese estado sin whisky ni libros. Y esas cosas las encontró escondidas por su mujer en un baúl: libros eróticos, revistas de humor y de crítica literaria. Eligió al azar y leyó una nota sobre el caricaturista de humor negro Maurice Radiguet que siempre atacaba la doble moral de las mujeres burguesas. Acto seguido encontró una semblanza firmada por Jean Cocteau sobre la relación de Radiguet con el primero de sus siete hijos, Raymond, autor de la novela El diablo en el cuerpo. El joven escritor –a quien Cocteau llamó el “Rimbaud del siglo XX”– fue el encargado de hacer los fondos de las historietas de su padre. El prefecto tomó whisky, pensó en que encontraría también esa novela (la historia de un adolescente que se convierte en amante de una mujer casada con un militar que luchaba en la guerra), pero halló un libro de desnudos de Amadeo Modigliani. Al final del segundo vaso, se topó con un texto de Pierre Klossowski sobre las leyes de la hospitalidad y esa idea de que en la ecuación “anfitrión, anfitriona e invitado”, se abrazaba la esencia del ser. No entendió, pero sintió que entre la occisa, la noche y él, se formaba un triángulo amoroso. A la mañana siguiente ordenó no cerrar el caso y deambuló por París. Decidió entrar al museo. Se paró frente a “Retrato de Beatrice Hastings” de Modigliani y una chapita brillante informaba que esa mujer se llamaba en realidad Emily Alice Haigh. Decía además que había sido amante de Raymond Radiguet. Recordó las iniciales en la cama de la víctima. Coincidían. Volvió tarde a su casa y mientras cenaba interrogó a su esposa sobre el significado de los libros que escondía. Su mujer no le respondió, siguió limpiándose las uñas con una navaja que el prefecto no recordaba haber visto nunca. Lautaro Ortiz
POLENTA CON PAJARITOS
EL TOMI
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