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AÑO 3 I NÚMERO 142 I SÁBADO 23 DE AGOSTO DE 2014
FATALIDAD LECTORA
POLENTA CON PAJARITOS
EL TOMI
U
n mensaje interesante para los lectores –siempre ciegos ante el absurdo del mundo– que creen que nunca les van a pasar determinadas cosas, y que esas cosas solo les suceden a los giles, es decir a los que no leen. Por ejemplo: morir atropellado por descuido, que la laptop se estrelle contra el suelo por accidente, caerse del balcón intentando ponerse un suéter, ahogarse en una orilla o embarazarse… ¿Sabías que María se embarazó sola? A Roland Barthes lo atropelló el camión de la lavandería, y no era un gil precisamente. El otro día en la facultad, un reconocido personaje de la neurolingüística dejó caer su computadora desde una tarima en plena aula magna, frente a casi doscientos alumnos, en el momento que hablaba de Richard Bandler. A Julio Verne lo sorprendió un disparo de escopeta manejada por su sobrino tonto, dejándolo sin rodilla para el resto de la vida, y estarán de acuerdo que no se trataba de alguien desatento a su entorno, un hombre capaz de escribir Veinte mil leguas de viaje submarino. ¿Y Lennon? Más lector que Jesús, murió baleado por un subnormal, y el nombre del subnormal se volvió inolvidable para todos. A la poeta Rosario Castellanos se le dio por querer prender la luz –para leer a Cortázar– mientras se enjabonaba en la bañera, pobre. Sí, ya sé, todas estas cosas juntas parecen un sketch de Monty Python, pero no, también le suceden a los lectores, gente brillante e inteligente. Algunas de esas mentes, claro, se enfermaron, abusaron de drogas o simplemente fueron demasiado sensibles para soportar sus tristezas. ¿Qué te hace ser tan especial como para creer que las drogas van a tratarte mejor que a Billie Holiday? ¿Nadie te dijo que ya engordaste lo suficiente como para que tu féretro tenga que ser sacado por la ventana? Y déjame decirte que no sos precisamente Roberto Arlt, por lo tanto tu cuerpo suspendido sobre Buenos Aires no es una buena imagen para la literatura. Antes de intentar hacerte el langa en un bar una noche de febrero, deberías recordar que al trompetista Lee Morgan (un buen lector siempre tiene un buen oído) lo mató de un tiro su propia esposa porque creía que él se acostaba con otra. Y si por casualidad vivís en una ciudad balnearia y decidís ir a ver un eclipse, no deberías olvidarte que el chino Li Po se ahogó tratando de leer el reflejo de la luna. Nunca está de más detenerse a pensar en estas cosas, la fatalidad y la propia vida son tan absurdas que no dejan escapar a nadie, leas o no leas. Y ojo, no es que deberías entrar en pánico, tampoco sentirte un garbanzo podrido en medio de un majestuoso guiso, basta con tener cuidado al abrir algunos libros y, si es posible, evitar leer historietas en el baño ante la atenta y hambrienta mirada de tu rottweiler. Lautaro Ortiz y Clara Rodríguez