ESPECIAL ESPIONAJE
HISTORIETAS NACIONALES I SUPLEMENTO SEMANAL DE AVENTURAS I REPORTE NACIONAL I TÉLAM
AÑO 5 I NÚMERO 221 I SÁBADO 5 DE MARZO DE 2016
TAPA: LUCAS NINE
EL PACIENTE DE LOS MIÉRCOLES
E
ntre las perchas de un negocio de remeras estampadas hallé una médium con la siguiente frase: “La marca del hombre inmaduro es que quiere morir noblemente por una causa, la marca del hombre maduro es que quiere vivir humildemente por una”. Sí, la recordaba, es uno de los salmos de Holden Caulfield en El guardián en el centeno. Cómo olvidarla si fue, además, citada en la defensa del gordito Chapman cuando trató de explicar por qué repartió tiros contra Lennon. Me fui. Unas cuadras más adelante encontré a un pibe que vendía en la calle libros de todos los colores. Le puse el ojo al ejemplar azul, impecable, Ediciones Imán, Bs. As., 1954. “Me lo leí todo” dijo como si eso justificara el precio. Sadismo y masoquismo. Piscología del odio y la crueldad de Whilhem Stekel, un clásico de los años 30 donde el austríaco despotrica contra los “soñadores de la medicina” que pretenden explicar los desórdenes de la psiquis a través de las teorías de la libido. Lo suyo es la transcripción literal de casos reales: “El paciente del miércoles me dijo que…”, es su famosa muletilla. Tardé un pocillo de café en darme cuenta que Salinger había leído ese libro. Y demoré algo más para entender la cuestión de fondo de la sentencia… Stekel (1868) era un mediocre médico de Viena hasta que cayó en sus manos La interpretación de los sueños de Freud (1899). Entonces tuvo una revelación. Pidió cita con la eminencia, y alegando problemas de impotencia sexual, entró en tratamiento. A los meses publicó en una revista científica que estaba curado y se autoproclamó el apóstol “del conocedor de las almas enfermas”. A decir verdad Freud no hubiese tenido un éxito tan temprano sin la obsesión de Stekel, primer difusor de sus teorías. Se hicieron amigos. “Él era mi cristo y yo su apóstol”, decía el meloso Stekel, pero Sigmund empezaba a sentir el escozor típico de la sospecha: iba al bar y estaba Stekel, iba al mercado o al cine, y estaba Stekel. Se enteró luego que su alumno era invitado a dar charlas sobre las interpretaciones oníricas, y él no; que era llamado para disertar sobre patologías extrañas, y él no. En un arranque de furia tomó un texto del médico: el apóstol no usaba comillas. ¡Ladrón!, gimió Freud, “maldito mezquino del tamaño de un guisante”. A Stekel le llegaron los agravios públicos de su mentor, quiso defenderse, pero ya era tarde: lo echaron del prestigioso comité Zeitschriff. Pasó entonces del amor al odio. Escribió nuevos libros como disidente del psicoanálisis (uno es el de tapas azules). Entró en una profunda depresión y posterior delirio: “Freud me envía a los nazis para matarme”, y el 25 de junio de 1940 se pegó un tiro… A la semana siguiente volví al comercio, salí con la remera puesta y frente al pibe de los libros dije sin dudarlo:“esto está fallado”. Lautaro Ortíz