ESPECIAL ESPIONAJE
HISTORIETAS NACIONALES I SUPLEMENTO SEMANAL DE AVENTURAS I REPORTE NACIONAL I TÉLAM
AÑO 5 I NÚMERO 222 I SÁBADO 12 DE MARZO DE 2016
TAPA: DOMINGO MANDRAFINA
SALE DE ZURDA
L
as casualidades son recuerdos que se emparejan, se hacen pareja, se tocan, se encaman, y si hay enamoramiento nace algo así como una idea. Te cuento: el novelista Juan Duizeide me conversa sobre sus proyectos en el Tigre y por izquierda de la charla sale Cendrars, está traduciéndolo; Juan Sasturain, entre mate y fútbol, me regala un libro por puro afecto, y por su izquierda sale Cendrars; en la Academia tomo un café con Sampayo por su último trabajo “Rosario”, y mientras se detiene en el jazz, por izquierda sale Cendrars. Las casualidades son instantes donde el tiempo parece que se tropezara siempre con la misma piedra, aunque no sabemos si porque el tiempo en realidad no avanza, o porque tiene la piedra metida en el fondo del zapato o simplemente porque la piedra está en el medio del camino como advirtió Drummond de Andrade que, cuando hablaba de la poesía brasileña, siempre por izquierda le salía Cendrars. Casualidades que se juntan, claro, en una misma obsesión: la ausencia de la derecha. Porque Blaise Cendrars dejó la suya para siempre en una trinchera de barro en la Primera Guerra, eso ya lo sabemos y lo escribimos en otras de estas brevísimas columnas. Dejó la derecha y se puso a querer la izquierda, sin saber, acaso, que ese cariño por la zurda es una de las prácticas más famosas de los grupos esotéricos del loco Gurdjíeff, como inicio para el conocimiento humano. Sin saber tampoco que la carencia de derecha hizo que el joven René Lavand, después que fuera atropellado, tuviera la oportunidad de encontrarse a solas con la magia y una razón de vida, sin saber (mucho menos) que al General José María Paz, en la batallas de Venta y Media, lo empezaron a llamar el manco después de los balazos recibidos, y que por eso y otras cuestiones, se puso a escribir su vida de memoria con la izquierda. No, Cendrars, no necesitaba saber nada de nadie porque supo arreglárselas para hacer lo que le daba ganas. Y como acá ya no hay ganas parece (les veo las caripelas de preocupación) les dejo un dato casual: este mes se cumplen 129 años del nacimiento de Paul Wittgenstein, no el filósofo, sino el pianista, el que una noche en Polonia, Primera Guerra, durante un asalto ruso fue herido en su mano derecha y amputada más tarde. Después de salir del hospital volvió a sentarse al piano y les pidió a sus amigos que compusieran obras para él porque todo estaba pensado para y con la diestra. Entonces llegó el cariñoso Ravel y compuso ese ensueño breve (un solo movimiento nomás) llamado, claro, Concierto de piano para la mano izquierda. No te cuento más, hay que escucharlo, es la única manera de entender por qué la derecha a veces no hace falta. Lautaro Ortíz