ESPECIAL ESPIONAJE
HISTORIETAS NACIONALES I SUPLEMENTO SEMANAL DE AVENTURAS I REPORTE NACIONAL I TÉLAM
AÑO 5 I NÚMERO 223 I SÁBADO 19 DE MARZO DE 2016
TAPA: EL TOMI
UN ESPÍA RUMANO
L
a republicación de esta historia titulada en su oportunidad como “Un rumano entre caniches y Perón”, viene a cuento de algunos datos nuevos aportados por los lectores. En 1949 el rumano Constantin Virgil Gheorghiu, saltó a la fama por su novela “La hora 25”, odisea moderna de Janitz Moritz, simple jornalero que pasó (sin entender nunca lo que pasaba) por todos los campos de concentración durante la Segunda Guerra: como judío, como nazi, como polaco, como húngaro. Una tragedia de enredos que dejó en el cine a un Anthony Quinn inmortal. En 1950, allá en París, Gheorghiu fue presentado, durante un almuerzo, ante Perón y Evita. El escritor le comentó a la pareja que le habían aconsejado no visitar la Argentina porque reinaba “el terror y la dictadura”. ¿Qué hizo el General? Lo instó a viajar y dar conferencias a la “oligarquía del Jokey Club”, hecho que certificará luego Victoria Ocampo. También Fermín Chávez rubrica el hecho: “Vino por primera vez en 1950 y fue recibido por Eva Perón quien le colocó en la solapa del saco un escudo peronista. Conferenció, y se fue. A los tres años volvió, pero esta vez el encuentro fue con Perón”. ¿Por qué? Algunos señalan que al General le habían entrado ganas de contar su épica política. Edgardo Cozarinsky dice: “Gheorghiu fue alojado en la residencia presidencial de Olivos por pedido de Perón, quien le confió la redacción de su biografía para un público europeo”. Y luego, en otro artículo, sostiene: “acaso porque el General esperaba que su propia vida tuviera el mismo éxito internacional de aquel clásico de la Guerra Fría”. El rumano aceptó el desafío a cambio de vivienda, un buen sueldo y un traductor (tal vez traductora) para ponerse a estudiar el “fenómeno” de los descamisados. Durante dos años solicitó entrevistarse con el General, quien –aseguran– jamás se acordó que tenía un huésped. Mientras esperaba ser atendido, el extraño biógrafo se pasó las tardes aprendiendo a cebar mate junto a los caniches presidenciales. Cuando sobrevino el golpe de 1955, esa misma mañana, buscó al traductor/a para increparlo porque no le habían servido el desayuno. En la quinta no había nadie. Los caniches viajaban con Perón hacia Paraguay. En piyamas recorrió el caserón hasta hallar la puerta baja de un modular donde estaban escondidos los whiskys. Durante una semana el rumano disfrutó de importados sueños etílicos. Dice Chávez: “Tras el derrocamiento, el rumano dio vuelta la taba y, en octubre, antes de volver a París, publicó en el diario Clarín cuatro artículos bajo un mismo título: ´La hora 25 de Perón´”. ¿Qué contó Gheorghiu? Algún desenterrador de viejos cuentos nos sorprenderá con el hallazgo algún día. En tanto, nosotros, ociosos lectores, nos alcanza con un dato para comprender el despecho encerrado en esta anécdota: cuando el París-Match compró los artículos, el rumano solicitó una pequeña modificación: ahora se se llamarían “La caída de un dictador”. Lautaro Ortíz