SLT314

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Por LEONARDO HUEBE

Por SEBASTIÁN BASUALDO

Por DAMIÁN TABAROVSKY

Elizabeth Short, “La Dalia Negra”

Los Acostados de Martín Kasañetz

La piel del caballo, de Ricardo Zelarayán

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SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM I REPORTE NACIONAL

AÑO 7 I NÚMERO 314 I JUEVES 7 DE DICIEMBRE DE 2017

Instrucciones para robar supermercados Haidu Kowski, Tusquets.

ranco trabaja en un supermercado. Franco no sabe un carajo de casi nada. Cree en el sistema, o al menos hasta el día en el que se transforma, por expropiación, en el personaje de una novela. En esa novela, durante su recorte –el principio, para mí– llega a su trabajo, lo llaman a gerencia y ahí se encuentra con sus jefes. Lo acusan de robo –tomarse un yogur, un queso, cosas así– y, de no firmar su renuncia, lo denuncian. Franco renuncia. Renuncia y, bien desde las tripas, reflexiona. Bien desde las tripas, de nuevo, en la pensión recibe una especie de ultimátum. No, no: Franco no tiene ahorros. Franco no puede pagar cualquier deuda de la noche a la mañana. Franco, siempre desde las tripas, sale a la calle, va al supermercado más cercano y procede a cambiar etiquetas. Paga alguna cosa y se lleva las otras a menor precio. Invierte algo así como cien pesos en cosas que, en total, cuestan como quinientos. Franco, entonces, juega al capitalismo. Franco, entonces, juega a la empresa. Le paga con ello algo de la deuda a Salcedo. Salcedo es el administrador de la pensión de su tío. Franco le paga con carne. Salcedo, feliz de la vida. Con su último capital, Franco sale al otro día a repetir la idea en otros supermercados. Luego, Franco revende. El tío de Salcedo, el paraguayo capo mafia de restaurantes y otras yerbas, contrata a Franco para multiplicar lo que Franco llama “El método”. Hasta ahí –tal vez ochenta páginas de la novela–, el texto sorprende por una omisión: la palabra robo. Porque Franco de ningún modo considera que está robando. Franco tiene la capacidad del mejor sofista para negar la palabra. Y lo perseguimos durante todo el texto esperando que lo diga. Y no. Está convencido –y nos convence– de que lo suyo es una empresa. La maravilla de la perspectiva nos pone en jaque como el mismo Nabokov con su perspectiva de narrador en Lolita. Franco, en su empresa y alrededor de ella, intentará múltiples giros a lo predeterminado. Entre otras cosas, el amor entre hermanos. Solo –o no– como parte de su departamento de investigación y desarrollo que, lo sabemos –o lo sentimos, o lo esperamos–, partió de la gran educadora de crímenes cotidianos: la injusticia de los poderosos. Franco y Salcedo desarrollarán la pensión. Franco y Salcedo darán más trabajo en Ciudadela de lo que la otra ficción –el periodismo– llegó a contar jamás. Franco, Salcedo, su tío y todos los cómplices o socios se tomarán todo el tiempo del mundo para convencernos –en delirantes y fabulosas doscientas y pico de páginas, si acaso eso es todo el tiempo del mundo– que la idea de robo es un concepto de estado de policía, de perspectiva clasista. Y lo disfrutaremos.

F

No robarás

El héroe anti propiedad privada aparece en la literatura con cierta naturalidad. En Instrucciones para robar supermercados de Haidu Kowski, Plata quemada de Ricardo Piglia y los Peaky Blinders, dos novelas y una serie, el robo encuentra su justificación. Hay una gran empresa en la que apropiarse de lo ajeno y hacer justicia contra la crueldad de los poderosos no es otra cosa que una buena acción que justifica nuestras existencias.

Plata quemada Ricardo Piglia, Anagrama.

ay un rastro de Roberto Arlt en la literatura de Piglia –sí, sí, no estoy descubriendo la pólvora, claro–, y es la concepción científica de las atrocidades cotidianas, cierta gracia en el uso del espíritu científico para mandarse cagadas: en este caso, un robo, que no es robo, diría el Nene Brignone en Plata quemada, sino simple control al aludir él mismo y ante Dorda la “cosa tan científica”, como si se tratara del trabajo de quien recibe algo del cielo que nunca antes fue visto por el hombre y que, por el momento al menos, llevará el nombre de cosa.

H

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