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PREMIO NACIONAL DE PERIODISMO SIMÓN BOLÍVAR
40 años
MIGUEL CORTÉS KOTAL
Presidente Grupo Bolívar FERNANDO CORTÉS McALLISTER
Director Ejecutivo Fundación Bolívar Davivienda SILVIA MARTÍNEZ DE NARVÁEZ
Directora Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar
SUSANA CARRIÉ Diseño y concepto gráfico
Av. El Dorado N. 68 B – 31, piso 9 PBX: (571) 341 0077 ext. 98709 Teléfono: (571) 220 1546 Fax: (571) 220 1547 Bogotá, Colombia www.premiosimonbolivar.com _________ Bogotá, Colombia Octubre de 2015
Páginas de cortesía en blanco Pero creo que sería conveniente una foto de doble página (esto para lograr los múltiplos de cuatro al interior)
Contenido El Premio 12 1976-1979 14 1980-1989 24 1990-1999 50 2000-2009 76 2010-201 98 2013 en adelante
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El Premio En 1975, con el aval de José Alejandro Cortés y bajo la dirección de Yvonne Nicholls, Seguros Bolívar creó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar como un estímulo para los profesionales del oficio periodístico y un reconocimiento a esta disciplina, que constituye uno de los pilares de nuestra democracia. En 2012 Miguel Cortés asume la Presidencia del Grupo con la determinación de continuar el apoyo a esta iniciativa. Es así como durante 40 años el Grupo Bolívar ha ofrecido los mecanismos para la organización del Premio y los estímulos económicos para los mejores trabajos y periodistas. Año tras año se ha nombrado un Jurado conformado por destacadas personalidades para elegir a los ganadores, garantizando con ello la premisa fundamental de la organización del Premio de no intervenir en las decisiones del Jurado. En este libro ustedes podrán recorrer la historia del Premio a partir de los discursos de los ganadores del Gran Premio a la Vida y Obra, el reconocimiento más importante otorgado por el Jurado. Destacar cuatro décadas de vigencia del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar significa reconocer su trascendental legado, honrar el extenso camino recorrido y, a la vez, responder, desde el lugar que ocupa en tanto galardón, a los nuevos retos y posibilidades que hoy enfrenta el ejercicio del periodismo. Silvia Martínez de Narváez Directora
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1976 Roberto García-Peña Como si algo faltara a la alta distinción con que he sido favorecido al otorgárseme, por la generosidad de un eminente jurado, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar me corresponde hoy la buena fortuna de recibir tal trofeo, de manos de quien como usted, doctor López Michelsen, une, a la elevada condición de su magistratura, los privilegiados dones de una excepcional inteligencia de estadista y de letrado, dones que de manera brillante y ya imperecedera han enriquecido el acervo de nuestra literatura con el espléndido aporte de ensayos sociológicos de original valor conceptual y literario, de oraciones de carácter político de veras adoctrinantes por lo magistrales y de elocuentes documentos de Estado, clara exégesis de la obra renovadora y creadora que usted inspira y alienta como presidente de la República. Nación por cierto, deudora de otros eficientes e insignes servicios suyos, prestados no solo ahora cuando la enaltece con su jefatura constitucional, sino antes cuando hubo de representarla como su personero, bien en nuestro Congreso, en la rectoría de sus relaciones exteriores o como conductor aclamado y acatado por su partido e intérprete cabal de sus principios e ideales democráticos. Además, y valga aquí lo meramente personal, me resulta singularmente grato recordar, en esta oportunidad para mí imborrable, la amistad, ya de años, con que usted me ha honrado, en amable correspondencia al afecto y la admiración que me han unido, desde inolvidables horas lejanas, a su vida, tan
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1977 Álvaro Gómez Hurtado Sobrecogido por un galardón de esos que mi temperamento de combate no me ha permitido merecer, me encuentro ante una inesperada ocasión de dar testimonio sobre el ejercicio de la que actualmente es la más noble de las ocupaciones humanas. Ignoro, y no quisiera llegar a averiguarlo, si ese oficio hazañoso, que trabaja con material excelso —la opinión pública— y con la herramienta más acerada y punzante —la inteligencia—, puede llegar a ser un oficio menor en una sociedad jerarquizada por el pragmatismo. En ese momento terminaría una de las bellas aventuras del espíritu. Cuatro centurias y media ha estado la libertad de expresión impresa al alcance de quienes tuvieron algo que decir. Amenazada todo el tiempo por la represión y ahora por la exorbitante exigencia económica de una tecnología costosa. Nos estamos replegando al terreno defensivo, en donde la libertad de información es el objetivo mayor con el cual nos conformaríamos si por lo menos se nos garantizara. Porque ya el otro campo, aquel en que penetraban los oradores antes de la imprenta para desgañitarse, es decir, el foro, la esquina del mercado, la puerta de la iglesia, todos escenarios propios para convencer, ha sido absorbido por los grandes números de la comunicación de masas. Cuando la imprenta era asequible para la gente sin recursos se podía ejercer la divina pretensión de crear criterios colectivos. La inevitable concentración de los medios de comunicación... conduce a que la
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1978 Juan Zuleta Ferrer Agradezco profundamente el honor que se me ha hecho al otorgarme el Premio Simón Bolívar. Se ha querido enaltecer con este acto un nombre y una vida. Pero debo declarar que solo he sido, en estos largos años, parte de un equipo, que a mi lado ha luchado con el mismo tesón, periodistas extraordinarios que han influido notoriamente en la historia nacional. Y pienso en ellos con profunda emoción cuando se me hace el reconocimiento público de una labor que compartieron con abnegada voluntad. Yo he sido el favorecido en este homenaje. Pero ellos saben que lo estoy aceptando en su nombre con un claro sentido de amistad y de solidaridad profesional. Me ha tocado asistir en estos años a una sorprendente transformación de los medios de publicidad. La prensa romántica, descomplicada y, a veces, un poco bohemia ha evolucionado hasta formar empresas que conocen y cumplen sus compromisos con la sociedad. Las nuevas maquinarias, con notorios avances técnicos, utilizan todas las facilidades que ofrecen los sofisticados medios de comunicación. Las revistas y los periódicos han tenido que adaptarse a esas complejidades de la vida moderna. Los que no lo han hecho han desaparecido. Nunca como ahora ha sido cierta la frase de que “renovarse es vivir”. Los periodistas, que se ataron al pasado sin querer abrir los ojos a las realidades actuales, han pagado duramente su error.
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1979 Alejandro Galvis Galvis Acta del Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar” 1979 Vida y Obra de un Periodista* El premio especial a la vida y obra de un periodista está destinado a honrar la trayectoria profesional de un escritor que ha dedicado su vida a la comunicación diaria y a la orientación de la opinión pública en los grandes problemas nacionales. En el presente año se cumplen 50 años de la fundación del periódico Vanguardia Liberal, en la ciudad de Bucaramanga. Al frente de este diario ha estado el periodista Alejandro Galvis Galvis durante más de medio siglo. Su vida limpia y meritoria, su rectitud insobornable, las difíciles épocas de persecución política que soportó y su adhesión ininterrumpida a los nobles principios de la vida democrática, lo hacen acreedor al reconocimiento nacional que este Jurado interpreta al otorgarle el Gran Premio Nacional “Simón Bolívar” a la Vida y Obra de un Periodista, que en este caso reúne óptimamente las calidades exigidas.
* Texto simulado. Dada la imposibilidad de conseguir el discurso original, nos vimos en la obligación de remplazarlo por el acta oficial de dicho Premio.
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1980 / 1989
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Por reemplazar
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1980 Gabriel Cano Villegas Recibido por Guillermo Cano
Don Guillermo Cano, director de El Espectador, recibió, en nombre de don Gabriel Cano, su padre, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, dentro de la máxima categoría, es decir, la de toda una vida consagrada al periodismo. Durante el acto de premiación, que estuvo presidido por el expresidente Alberto Lleras Camargo, don Guillermo Cano leyó un largo discurso, en el que se refirió a las vicisitudes económicas de los periódicos colombianos, a la censura, a los grupos económicos de presión, a la libertad de prensa y al ideario periodístico de don Gabriel Cano. Don Gabriel Cano, el pensador, conocido cariñosamente entre sus amigos como don “Gabriel D´Annunzio”, ha estado durante 50 años al tanto de las finanzas del periódico El Espectador. “Pero si a don Gabriel le preocupa el desequilibrio de los balances, jamás su mano ha escrito una palabra con torcidos propósitos materiales de obtener mayores entradas por pautas publicitarias”, señaló don Guillermo Cano, para luego referirse a lo que llamó “métodos sofisticados de censura”. Entre esos sistemas sofisticados, aparece indiscutiblemente la censura económica o la presión publicitaria privada. Cada vez más se recurre al sistema de dosificar las pautas publicitarias según las
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1981 Alberto Lleras Camargo Sería inútil sí, por dar pábulo a mi gratitud, pretendiera acreditar la importancia que ha adquirido este Premio Nacional de Periodismo, que se me ha concedido o —tal vez mejor— que ha recaído sobre mis años, más que sobre mis merecimientos. Basta tomar nota de a quiénes, antes que a mí, les fue otorgado. A Roberto García-Peña, a Álvaro Gómez Hurtado, a Juan Zuleta Ferrer, a Alejandro Galvis Galvis, a Gabriel Cano. Directores de grandes diarios, dedicados todos ellos a la tarea de escribir, que se consagraron a la admiración de la opinión pública y al afecto de sus lectores habituales. Si se examinan sus vidas y sus méritos, se verá cómo los une un hilo común a todos, como aquel que dicen corre por los cables de cierta gloriosa armada: la limpieza de su labor, jamás manchada por un interés proclive, la magnanimidad y la fortaleza de espíritu ante los peligros. Tal parece que hubieran sido hechos de la misma dura y perdurable materia, no siempre presente en el común de nuestros compatriotas. Mi periodismo no alcanzó tales culminaciones. La única manera de establecer sus proporciones es comprimir en un párrafo las cosas ocurridas en este campo durante una existencia, muy larga y activa, en cuanto respecta a escribir. Me ocuparé, de paso, de las enormes diferencias de lo que era esta profesión en mi tiempo, en el de la mayor parte de ustedes, y lo que me parece que es ahora, cuando, inequívocamente, es más técnica, universitaria y brillante.
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1982 Juan B Fernández Ortega Señoras y señores: Debo en nombre de mi padre, quien no ha podido trasladarse a Bogotá para recibir este galardón, agradecerlo en la forma más sincera y complacida como un altísimo honor que él coloca, en el terreno de sus más íntimos afectos, al lado del Premio Cabot que recibió hace muchos años, en Nueva York, en la Universidad de Columbia. Cuando le comuniqué anoche la buena noticia, que me acababa de ser suministrada por Antonio Sánchez, gerente de Seguros Bolívar en Barranquilla, mi padre me pidió mencionar en este agradecimiento los nombres de los grandes periodistas colombianos que fueron sus modelos y sus guías desde cuando él se inició, a la edad de 16 años, en la que iba a ser la profesión de toda su vida. El doctor Eduardo Santos, don Enrique Santos (Calibán), don Luis y don Gabriel Cano, don Alejandro Galvis Galvis, don Domingo López Escauriaza fueron algunos de esos preclaros compatriotas. Y antes que todos, el doctor Enrique Olaya Herrera, que fue quien primero tendió la mano a mi padre cuando este se matriculaba en la universidad del general Benjamín Herrera y le permitió vincularse, junto con Guillermo Pérez Sarmiento, al Diario Nacional, templo periodístico en donde velaban armas los jóvenes de esa época al publicar sus primeros artículos, del mismo modo que después iban a hacerlo en El Tiempo de ese otro extraordinario
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1983 Elvira, Soledad, Consuelo y Plinio Apuleyo Mendoza Al recibir el Premio Simón Bolívar destinado a la vida y obra de un periodista, Elvira, Soledad, Consuelo Mendoza y yo experimentamos un sentimiento de gratitud, que es obvio, y a la vez otro que se parece al desconcierto. Son de talla tan alta los antecedentes de esta recompensa, que mis hermanas y yo llegamos a preguntarnos si ella no constituye un traje demasiado grande para vestir nuestros méritos profesionales. Como ustedes bien lo saben, compatriotas muy ilustres han recibido este premio. Colombianos como Alberto Lleras, por ejemplo, cuya limpia vida de periodista y hombre público, al servicio de su país en horas cruciales y al servicio de la democracia en América, le asegura ya, en el crepúsculo de una vejez solitaria y digna, un lugar incuestionable en nuestra historia. Colombianos como Gabriel Cano, Roberto García-Peña, Alejandro Galvis Galvis, Álvaro Gómez Hurtado o Juan B. Fernández, que supieron proseguir la tradición colombiana de un periodismo cotidiano, vertical y vigilante, sustentado en fervorosas convicciones políticas y destinado a fiscalizar, desde perspectivas opuestas, la gestión del poder. Solo hace menos abrumador para nosotros el peso de estas notables referencias, el hecho de que el Premio Simón Bolívar, por
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1984 Carlos Lleras Restrepo Con justicia se ha elogiado, en muchas ocasiones, la creación por la compañía de Seguros Bolívar de los premios a la labor periodística, expreso reconocimiento de lo que los periódicos han representado en la vida de la nación colombiana y de la función trascendental que deben seguir cumpliendo ahora cuando los avances técnicos han multiplicado de manera enorme la capacidad para ordenar conocimiento y almacenarlo y producir informaciones y difundirlas. La presencia del señor presidente de la Republica en el acto de hoy muestra, por su parte, la importancia que concede al libre y responsable ejercicio del periodismo y compromete nuestra gratitud, ya que, como lo ha expresado el doctor Cortés, son numerosos y complejos los problemas que ahora afronta el Gobierno y grande el esfuerzo que su consideración demanda del primer magistrado. Al exaltar con su presencia la importancia del periodismo libre, precisamente cuando están abiertos tantos campos para la polémica sobre las políticas gubernamentales, el doctor Betancur aparece, una vez más, como fidelísimo intérprete del sentimiento democrático. A propósito del Premio a la Vida y Obra de un Periodista, que hoy tengo el honor de recibir, debo recordar que aquellos a quienes se ha otorgado en años anteriores tuvieron o aún tienen una actividad profesional mucho más larga y constante de la que yo he tenido y que ha elogiado hoy con generosidad sin límites el
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1985 Fernando Gómez Martínez Acta del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 1985 Gran Premio a la Vida y a la Obra de un Periodista* El Gran Premio “Simón Bolívar” a la Vida y a la Obra de un Periodista se discierne este año a Fernando Gómez Martínez. Su principal tarea, desde hace cincuenta y cinco años, ha estado vinculada al diario El Colombiano, que recibió como una modesta publicación y convirtió en uno de los mayores y mejores diarios del país. Su primer libro recoge crónicas periodísticas de juventud, publicadas con el seudónimo de A.V. Struss. Otra obra suya, de inmenso merito testimonial, Mordaza, da cuenta minuciosa, día por día, de las opresiones a la libertad de prensa en época ominosa. Puede presentarse como un estandarte de esa garantía social sin las cuales es imposible el ejercicio de la democracia. Los historiadores del periodismo señalan a don Fidel Cano y a don Fernando Gómez Martínez como los más acabados exponentes del periodismo nacional nacidos en Antioquia. De acuerdo con la mejor tradición del gremio, Gómez Martínez ha ocupado altas posiciones en el Gobierno, en el Congreso y en la diplomacia para volver en breve a su cotidiano quehacer periodístico, a su cátedra universitaria y a la orientación cívica de su región, cu* Texto simulado. Dada la imposibilidad de conseguir el discurso original, nos vimos en la obligación de remplazarlo por el acta oficial de dicho Premio.
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1986 Hernando y Enrique Santos Castillo En nombre de todos los galardonados hoy con este premio, que enaltece el periodismo nacional, quiero agradecer a Seguros Bolívar este reconocimiento que hace al periodismo en Colombia y que aquí hoy se ve representado en sus mejores periodistas. Quiero aprovechar esta ocasión en que reunimos lo más destacado del periodismo hablado y escrito y hacer una invitación muy firme a que iniciemos todos una campaña nacional para luchar contra estos cuatro jinetes del Apocalipsis que hoy vuelan sobre los cielos de Colombia: el narcotráfico, la guerrilla, la inmoralidad y la inseguridad, y a que acompañemos al señor presidente de la República en su campaña por sacar el país adelante, cada uno con sus campos, con sus diferentes criterios políticos, haciendo un acto de unión y de fe por Colombia para que salgamos adelante. Quiero leer una carta que dejó mi hermano Hernando, en la cual resume nuestro pensamiento acerca de lo que es el periodismo y lo que representa en la vida nacional: “Señor doctor José Alejandro Cortés: El haber aceptado una invitación a Alemania me impide estar con ustedes en esta ocasión cuando se realiza la entrega de los premios Simón Bolívar. Este galardón nos llena de gratitud y reconocimiento. Seguros Bolívar ha sabido exaltar aquí la función periodística con este trofeo que se ha convertido en
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1986 uno de los más cotizados para la prensa colombiana escrita o hablada. Este premio lo consideramos, Enrique y yo, como la culminación de cerca de medio siglo entregados a una profesión que indudablemente es una de las más fascinantes pero también de mayor responsabilidad y que por cierto, en Colombia, se cumple con honestidad, nobleza y jerarquía intelectual por todos conocida”.
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1987 Yamid Amat Ante todo quiero darle las gracias a los miembros del Jurado del Premio de Periodismo Simón Bolívar, por haber hallado en mi vida y en mi trabajo méritos que yo ubico más en su actitud generosa y su visión benevolente, que en mis propias capacidades. Permítanme que destaque el fallo por lo que significó y no por la persona que recibe la distinción. Tal vez signifique lo que Arturo Uslar Pietri escribió para calificar el propósito de Simón Rodríguez, maestro y amigo, al encontrar al Libertador: “Quería cortar la historia para que se pueda crear un nuevo tiempo”. El nuevo tiempo comienza con este fallo para el periodismo colombiano. Hasta hoy el reconocimiento estaba limitado a los medios impresos, a la conducción política del medio y a la intencionalidad de lo que se escribe. Este nuevo tiempo, que con la decisión del jurado comienza, exalta a los transmisores de la realidad social, cultural y política del país, a los periodistas de los medios audiovisuales que son auténticos productores de realidades. Diría algo más para referirme a los periodistas de la prensa impresa y a quienes llamamos de prestigio, de élite o de poder: a ellos se les ha reconocido y se les seguirá justamente reconociendo su aporte a la República, a su cultura y a sus instituciones. Los colombianos asistimos regocijados a la exaltación que siempre se ha hecho a la labor de intelectuales prestigiosos, hombres que pertenecen en pleno grado a la cultura, que han desempeñado altos cargos
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1988
Enrique Santos Calderón Recibido por Juan Manuel Santos
Para quienes hemos llevado una curiosa vida de mellizos profesionales, que empezó exactamente el día 1° de mayo de 1964, y nos ha convertido en constantes compañeros de camino, no resulta insólito que llegue también al “alimón” este premio que cada uno de nosotros juzga injustificado en su caso, pero ampliamente merecido en el de su colega. La importancia y difusión, que tiene el Premio Simón Bolívar, nos garantiza una oportunidad de perdurar en el recuerdo nacional. Estamos seguros de que dentro de varios decenios a nuestros futuros compatriotas no sonarán extraños los nombres de Santos y Samper o Samper y Santos, y pensarán que se trataba de algún dueto de bambuqueros ilustres como Garzón y Collazos o Emeterio y Felipe. No importa. A la inmortalidad se puede llegar de diversas maneras. Si algo podemos saber los periodistas es que este es un oficio que ofrece esquinazos inesperados. Dos de esos esquinazos nos impiden estar aquí con ustedes recibiendo este premio, como quisiéramos. Pero de nuestra amplia gama de hermanos menores, hemos escogido a los dos que mayores garantías ofrecían para que lo reciban por nosotros. Nos ha correspondido ver a lo largo de estos 25 años una rápida evolución del país y del periodismo colombiano. Debutamos con las páginas de El Tiempo, que ha sido nuestra casa y nuestra escuela de siempre, al despuntar los años sesenta con toda su mezcla
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1988 Daniel Samper Pizano
Recibido por Juan Manuel Santos Lo primero que tengo que hacer aquí es explicarles por qué estamos Juan Francisco Samper y yo en lugar de Daniel Samper y Enrique Santos. En el caso de Juan Francisco, según he podido establecer, es que apenas se supo que uno de los premiados había sido Daniel Samper y que no podía estar presente aquí hoy, su hermano Ernesto se puso como “potro cerrero” pues él quería estar aquí en este momento, darse su pantallazo y comenzó a escribir su discurso. ¡Cuánta fue su desilusión cuando supo que Daniel y Enrique iban a enviar un mensaje por escrito y que él tenía que limitarse solo a leerlo! Entonces llamó a Juan inmediatamente y le dijo: “Juan, usted que no ha figurado mucho en la luz pública, creo que debe ser la persona que tiene que estar y subir al pódium”. Quienes no somos samperistas pero si samperólogos, nos podemos imaginar el discurso que hubiera pronunciado Ernesto y, con el ingenio que lo caracteriza, le hubiera puesto un título rimbombante, algo así como “El discurso de los siete llamados”. Lo hubiera repartido con un día de anterioridad a todos los cronistas políticos del país, hubiera tenido, por supuesto, a todos los noticieros a la salida de este evento, incluido, claro, al Noticiero Nacional y hubiera comenzado y dividido su discurso en un llamado a la desupaquización de la economía, en un llamado para
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1989 Darío Arizmendi Posada El ilustre estadista Carlos E. Restrepo decía que “Colombia es un país único”. Si analizamos lo que a diario sucede en esta increíble nación de América del Sur, de esta América metida en el laberinto de soledad del que hablara Octavio Paz, nos damos cuenta de que cualquier cosa que se diga sobre nuestra indescifrable realidad es minúscula. ¿A cuál escritor o cronista no lo hubieran tildado de loco si hace cinco años apenas se hubiera atrevido a pronosticar que, en el fugaz lapso de unas semanas, se iban a desencadenar dos tragedias de la magnitud del holocausto del Palacio de Justicia y la avalancha de Armero que le costó la vida a veinticinco mil personas? ¿En qué otro país del mundo se suceden dos acontecimientos de tanta envergadura? ¿O en cuál otro se pueden registrar insucesos tales como que una ciudad como Medellín tenga al año más muertos que Beirut o El Salvador, o que en Colombia más de 65 personas caigan abatidas diariamente por la violencia en sus múltiples manifestaciones? De acuerdo con las estadísticas, una persona es secuestrada en Colombia cada siete horas, y no estoy teniendo en cuenta la racha que se ha desatado en los últimos dos meses, pues haría más macabro aún el cuadro. En estos días, Arturo Vélez Sierra recordaba, en el diario El Tiempo, cifras tan espeluznantes como las siguientes: en Colombia hay 16 mil muertes violentas al año y existen más de 2 millones 500 mil procesos sin definirse, el 96% de los crímenes quedan impunes y la
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1989 Juan Gossaín Comparezco ante ustedes, a recibir el Premio Simón Bolívar y a pronunciar estas palabras de agradecimiento, presentándoles, a manera de credencial, como si fuera el santo y seña que se acostumbraba en las novelas infantiles de aventuras, el único título que reivindico para mí con un orgullo que no puedo disimular y que tampoco quiero disimular: soy reportero. A mucho honor. Soy un reportero entusiasta al que la vida tuvo la mala ocurrencia de convertir en director. Podría aprovechar esta ocasión afortunada para hacer algunas reflexiones sobre el periodismo que estamos ejerciendo en la acongojada Colombia de nuestros días. O sobre las relaciones, cada vez más difíciles, entre la prensa y los poderes del Estado. O sobre nosotros mismos, los periodistas, esos seres arrogantes a los que Honorato de Balzac les dijo, hace un siglo y medio, que si el periodismo no existiera, no habría ninguna necesidad de inventario. No voy a caer ahora, ante un auditorio tan ilustrado, en la simpleza de demostrar que la noticia se ha convertido, para la sociedad moderna, en un artículo de primera necesidad, como los huevos o la leche, hasta el punto de que el Dane debería incluir a los medios de comunicación en la canasta familiar. Pero en esta Colombia de hoy, en la que, para bien o para mal, nos ha correspondido vivir y trabajar, las noticias de nuestro tiempo son muchos más que eso: son, para nosotros, los periodistas de la radio, un dolor que recibimos de primera mano.
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1990 / 1999
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1990 José Salgar En nombre de quienes recibimos hoy los premios Simón Bolívar de Periodismo, expreso a los aquí presentes, así como a cuantos nos han enviado voces de felicitación o estímulo, nuestros más emocionados agradecimientos. Personalmente, mi mayor satisfacción hoy es darme cuenta de que si bien con el Premio Simón Bolívar se hace un generoso reconocimiento a una vida y a una obra, eso no significa que sea punto final para esa vida y esa obra. Por el contrario, el haber recibido este año los dos principales premios de periodismo, que se otorgan en Colombia, me ha colocado en la situación de espectador comprometido con el proceso de transformación que se opera en el mundo de las comunicaciones. Vengo de la edad de plomo del periodismo. Fui testigo de la consolidación de la prensa colombiana que en estos días celebrará dos siglos de presencia en el país como el más respetado e influyente medio de opinión pública. Esa respetabilidad y esa influencia se mantienen intactas y se han ampliado al ámbito internacional tras convertirse nuestro periodismo en símbolo y en mártir de la libertad de prensa y de los derechos humanos. Pero si en el fondo los ideales y la dignidad de nuestros diarios siguen iguales, en la forma todo está cambiando. El mundo es hoy distinto porque las costumbres humanas están adaptándose a la velocidad de la luz y el sonido, con los cuales la palabra impresa busca nuevas formas para cumplir su misión como vehículo de cultura y de información
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1991 Germán Vargas Cantillo Recibido de manera póstuma por Mauricio Vargas Linares
Quiero, en nombre de mi madre, de mis hermanos, de mi esposa, de Valeria y, claro está, en el de la memoria de mi padre, agradecer a Seguros Bolívar, a su presidente José Alejandro Cortés, a Ivonne y a los miembros del Jurado este homenaje a quien se pasó la vida enseñándonos, con su ejemplo, los valores de la cultura, del periodismo, del arte y, sobre todo, de la amistad. Alguna vez le pregunté a él si no creía que por momentos su pluma era excesivamente benévola con tanto escritor y artista joven al que se refería en sus artículos. Me respondió —con esa irreverencia que solía aplicarse a sí mismo—: “¿Quién soy yo para decidir quién es bueno y quién es malo? Eso que lo decida el público. Mi papel es brindarle a esos jóvenes la oportunidad de que los conozcan y al público, la oportunidad de conocerlos”. Un amigo me preguntó hace pocos días por qué razón mi padre no recibió en vida este premio. La respuesta, creo, es muy sencilla: la mayoría de las veces hizo parte del jurado. Muchas gracias.
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1991 Gabriel García Márquez Declaración pública Después del Premio Nobel de Literatura he recibido numerosos ofrecimientos de otros premios así como de condecoraciones oficiales y doctorados honoríficos. Desbordado por tantas distinciones y ante la imposibilidad material de decirles que sí a todos, tomé, desde entonces, la determinación desesperada de decirles a todos que no para estar seguro de no desairar a ninguno por preferir a otros. Esa decisión la hice pública en su momento y la he reiterado cada vez que ha sido oportuno. Hacer ahora una excepción aún con un reconocimiento tan apreciable y obligante como el premio Simón Bolívar sería un desaire mayor para todos. De todos modos el haber pensado en mi nombre es un homenaje irrenunciable que quiero agradecer al Jurado de todo corazón y de un modo especial por haberme deparado la dicha de compartirlo con quien no solo fue un amigo indispensable, sino también el más discreto de mis grandes maestros en el mejor oficio del mundo.
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1992 Germán Arciniegas La generosidad con que se premian hoy mis primeros 70 años de trabajo en El Tiempo en una anticipada celebración, se explica por ser el año en que el Nuevo Mundo cumple 500 de estar figurando como noticia. He sido testigo de este último acontecimiento diario desde que empecé a escribir en el periódico y siendo tal vez el único de los cronistas bogotanos que le lleva el apunte al mundo americano desde 1918, se explica esta ceremonia. Es un premio a la constancia. Mi parte noble estaría en haber puesto todo lo posible por hacer el registro dignamente, y el premio se da considerando la limpieza con que se haya hecho el trabajo. Debo reclamar para el mío cuando menos el juvenil empeño que he puesto, desde un principio, en penetrar las raíces del ser americano. Lo he hecho con la ingenua decisión de llegar al fondo de lo que fue la creación americana, trabajando entre la libertad y el miedo, por los riesgos del oficio. Quien va a celebrar los 500 años de la fundación hoy se pregunta: ¿Por qué se vinieron los primeros españoles que acompañaron a Colón en la aventura de 1493? ¿Qué pensaban al entrar en las carabelas del segundo viaje? ¿Lo hicieron resueltos a fundar su nuevo hogar en las Antillas para no regresar, ya nunca, a la patria española? ¿Venían a liberarse? ¿En busca de un Nuevo Mundo? ¿A crearlo para su propia libertad?
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1993 Antonio Panesso Robledo Para recibir el Premio Simón Bolívar Señor presidente Eso de informar y opinar para los otros es un oficio humano, como cualquier otro, con la diferencia de que no necesita sino las facultades naturales del hombre en una sociedad libre. En rigor, no es una profesión sino el ejercicio de un derecho natural, que nos garantizan las leyes. El gran maestro del periodismo escribió mucho antes de que hubiera periódicos. Se llamaba Miguel de Montaigne. Vivía en aquella época de transición que después se llamó “otoño de la Edad Media”. Como todos los otoños, producía hojas verdes que se volvían doradas cuando empezaban a secarse como anuncio de una nueva floración. Don Miguel no escribió novelas ni libros de audición ni poemas. Solamente trozos de pensamientos y reflexiones que le inspiraban sus lecturas infinitas y su observación aguda de la naturaleza humana. A ese género lo llamó “ensayo”, una definición vaga que no compromete al escritor, ni en su estilo ni en sus opiniones, porque es el producto de la actitud más sensata del hombre: el escepticismo. Este gran maestro del periodismo se parece mucho a esos grandes guías de la medicina antigua, anteriores a la existencia
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1994 Juan B Fernández Renowitzky Señor presidente de la República, doctor Ernesto Samper Pizano, señor presidente de Seguros Bolívar, doctor José Alejandro Cortés, señores miembros del Jurado del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, señoras y señores: Los premios tienen la virtud de hacer hablar a quienes los reciben, un poco como los autores clásicos de las fábulas naturales vuelven locuaces a las especies más incomunicables. Y tratándose de un premio en el campo de la comunicación, su efecto mágico tiene que ser aún más elocuente en conceptos y palabras para mantener viva la bondadosa atención de ustedes siquiera por algunos minutos. Así lo espero, confiado en ese poder sobrenatural de los galardones más que en mi discreta capacidad profesional, para no fatigar demasiado a una audiencia tan significativa como la que me acompaña generosamente este mediodía santafereño. Y para no aburrirlos con reminiscencias remotas ni con referencias librescas, les cuento lo que me pasó hace poco en la sala de redacción de El Heraldo. Nos visitaban algunos amigos del interior del país —que también los tenemos en la Costa con gran afecto y estima—. Alguien mencionó unos versitos simpáticos publicados ese día sobre un tema parroquial. Y yo, para seguir la suave corriente de la conversación, les referí algo de la cosecha de mi padre.
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1995 Álvaro Castaño Castillo Gloria y yo sabemos muy bien que nuestra imagen de comunicadores no corresponde estrictamente al perfil de quienes en años anteriores han recibido este premio de Seguros Bolívar. Fueron ellos figuras eminentes y creadores del gran periodismo escrito de nuestra patria en este siglo. Solo en dos ocasiones, en 1987 y 1989, el Premio fue otorgado a los medios audiovisuales en las personas de Yamid Amat y Juan Gossaín quienes comparten, con Darío Arizmendi, la más cabal representación del periodismo en la radio y la televisión. Es lógico que, descontadas estas excepciones, el Premio haya reconocido la importancia histórica del periodismo escrito que está íntimamente ligado a nuestra patria desde los tiempos del Virreinato de la Nueva Granada. Han pasado más de dos siglos. Desde entonces cuántas hazañas del patriotismo, de la libertad y de la inteligencia han protagonizado los periódicos. ¡Cuántos presidentes ha dado a Colombia la prensa escrita! Ese pasado ilustre y este presente que también la enaltece han sido reconocidos en la mayoría de las ocasiones, con toda justicia, por este Premio de Seguros Bolívar. Hoy, cuando se otorga por tercera vez a los medios electrónicos, debemos reconocer, al recibirlo, que la historia de la radio y la televisión es mucho más discreta. Poco más de 50 años para la primera y menos de 50 para la segunda. En el principio fue la técnica. El milagro de la transmisión del sonido fue operado, administrado y conducido por los técnicos. Ahí radica la diferencia de filiación entre la prensa escrita y los
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1995 Gloria Valencia de Castaño medios electrónicos. En el arcano mundo de Marconi, los técnicos antecedieron a los hombres de letras que, después de una larga etapa de reserva y de inapetencia, fueron llegando poco a poco a las emisoras de radio y años después a la televisión. Pero el tiempo ha pasado y nadie podría negar hoy que el micrófono y el televisor penetran cada vez más hondamente en la vida diaria del hombre contemporáneo. El mundo de la noticia es manejado, con insuperable destreza, en ambos medios. La radio informativa, que en el principio se ejercía en las ciudades grandes y pequeñas a través de un conjunto desigual de noticieros parroquiales, hoy se ha concentrado en poderosas empresas que salvan las distancias con la velocidad del sonido y que traen la noticia a cualquier hora desde los más esquivos sitios del mundo. La red, la urdimbre técnica, que han tejido las grandes cadenas de radio en Colombia es insuperable y ejemplar. La televisión, su hermana menor, ha seguido también una trayectoria triunfante. En ella los noticieros, entrelazados con los comentarios de los capitanes de la radio y con las salas de redacción de los grandes diarios escritos, comienzan su diálogo con el país desde las más tempranas horas del día. No podría pedirse un servicio más eficaz en cuanto al manejo de la noticia. Por una parte este manejo y por la otra la forma de desarrollar el aspecto de entretenimiento a través de las telenovelas, por ejemplo, constituyen avances indudables y estables de la radio y
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1996 Felipe López Caballero Acta del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 1996* […] Excepcionalmente se encuentra una persona que reúna en sí el sentido de la oportunidad, la destreza en la técnica de reportería, la perseverancia y tenacidad, la capacidad innovativa y de trabajo en equipo, junto con la visión empresarial y el empeño administrativo necesarios para sacar adelante una empresa periodística. Todas estas calidades convergen en Felipe López, quien logró ubicar a Semana como la revista noticiosa más leída del país.
* Texto simulado. Dada la imposibilidad de conseguir el discurso original, nos vimos en la obligación de remplazarlo por el acta oficial de dicho Premio.
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1997 Javier Darío Restrepo Premiado por la vida Ha sido una extraña sensación esta de sentirme en el centro de la atención y del afecto de tantas personas, desde las más cercanas hasta las que yo creía que se mantenían más distantes. Mis colegas se han encargado de que muy pocas cosas de mi vida quedaran en secreto en el curso de reportajes, entrevistas y crónicas atravesados por una generosidad y aprecio que nunca terminaré de agradecer. Ha sido el turbión de acontecimientos gratos que ustedes, señoras y señores del Jurado, desencadenaron desde el pasado 24 de julio y que me han confirmado en la certeza de que no solo ahora, sino desde siempre, he sido premiado por la vida. Es lo que encuentro en las entrelineas de tanta manifestación de afecto y de esos relatos sobre mi vida, que en estos días se han repetido. Reconozco, como un premio de la vida, el hogar que tengo. Una esposa y dos hijas que son mi orgullo, mi alegría y el sólido fundamento de todos mis quehaceres. Si el hombre es él y su circunstancia, yo he sido esa circunstancia de afecto, de fidelidad, de entrega al otro, que ellas han creado y mantienen a mi alrededor como el aire que respiro, la luz que me inunda y la fuerza que me anima. Ellas, Gloria, María José y Gloria Inés, son la gran explicación de lo que soy y de cómo soy. Ellas, a su manera, han tejido en silencio este momento.
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1998 Rodrigo Lloreda Caicedo I. La libertad de prensa Thomas Jefferson decía que puesto a escoger entre una sociedad con democracia y sin periódicos y otra con periódicos y sin democracia escogería esta última. Era su manera de recalcar el carácter esencial de la libertad de prensa como única garantía efectiva frente al despotismo y la arbitrariedad. No basta, sin embargo, que los medios sean libres, deben también ser independientes. O sea, capaces de enfrentar las amenazas, los halagos y las presiones de una sociedad influida por la violencia, la corrupción y los intereses económicos. La prensa libre está expuesta a la acción de terroristas y delincuentes comunes interesados en silenciarla o manipularla. Y también a las represalias del poder político y al chantaje financiero de los grupos económicos. Hay muchas maneras de maniatar a una prensa libre. Algunas como la censura son tan burdas que producen rechazo inmediato, pero hay métodos más sutiles de presión: la discriminación ejercida por los anunciantes, las persecuciones sutiles ordenadas por los gobiernos y las amenazas, cada vez más frecuentes, contra la integridad física de los periodistas. Lo cierto es que la libertad y la independencia de un medio de comunicación descansan sobre bases muy frágiles y cualquier acción dirigida a socavarlas puede provocar su eliminación. De
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1999 Hernando Corral Garzón Un amigo muy querido había prometido acompañarme hoy en la entrega de los premios. Pero la intolerancia no se lo permitió. Lógicamente hablo de Jaime Garzón. En su memoria, les pido que hagamos un minuto de silencio. Nunca imaginé, cuando Enrique Santos Calderón me introdujo al periodismo, que este misterioso y fantástico oficio me diera tantas satisfacciones. De eso hace más de veintitrés años, cuando ingrese a la revista Alternativa, donde trabajé al lado del propio Santos Calderón y de Gabriel García Márquez, Antonio Caballero y otro grupo de destacados periodistas que hoy siguen en esta brega. En el año 1980 ingresé a la televisión colombiana junto a Juan Guillermo Ríos, cubriendo la toma de la embajada de la República Dominicana, y a partir de esa fecha me he mantenido en este medio, concretamente en el Noticiero de las Siete, bajo la dirección de Cecilia Orozco y la gerencia de Augusto Ramírez, en donde durante varios años fui reportero de orden público, teniendo que cubrir muchos de los hechos más importantes en esta materia, incluidos la toma del Palacio de Justicia y los distintos intentos de proceso de paz que diversos gobiernos han adelantado con los grupos alzados en armas. He sido colaborador, durante distintas épocas, del periódico El Tiempo, y hoy puedo decir, con orgullo, que he sido escogido como uno de los columnistas permanentes de ese importante diario.
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2000 Julio Nieto Bernal Empiezo por decirle al admirado Álvaro Castaño Castillo con el título de la canción de los años treinta: Gracias por la memoria. Y a los miembros del Jurado quiero renovarles mi infinita gratitud por haber respaldado la que para mí es la máxima exaltación de mi vida y ocasión para apuntalar recuerdos de una profesión en la que somos los “enfermeros de la historia”. Evélpides y Pistetero, los dos personajes principales de Las aves de Aristófanes, esbozan la utopía de dos ciudadanos de una tribu y unas familias estimables que abandonan la ciudad, cansadas de la sociedad que las rodea y con el sueño de construir una ciudad en las nubes. A diferencia de estos soñadores, una entrañable señora, en la edición dominical de El Espectador, se mostró impertérrita y blindada en su apartamento de sobria elegancia, en medio de esa zona de destrucción urbana, llamada la Calle del Cartucho. Los colombianos como ella vivimos en peligro una realidad lacerante: la de padecer la mayor violencia mundial de estos tiempos, sin que exista un interés colectivo por superar el entorno agitado, renunciando incluso a lo que los sociólogos llaman la “ética indolora”, algo así como que a uno no le importa nada, mientras no sea uno mismo el afectado. Al principio de una exposición retrospectiva, el famoso artista plástico Eduardo Ramírez Villamizar escribió algo que puede servir de punto de partida para entender la más grave enfermedad
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2001 Antonio Caballero Holguín Señoras y señores, amigos y enemigos: Me cae este Premio Simón Bolívar como hubiera podido caerme un tiro. No lo digo porque me disguste, ni mucho menos, sino porque esto es Colombia, donde se pegan tiros con la misma naturalidad con que se dan premios. Borges dijo: “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad”. En ese país vertiginoso vivimos todos los colombianos: los que estamos aquí y los millones que hay en torno: ricos y pobres, asesinados y asesinos; y conocemos, para seguir con el texto de Borges, “lo que ignoran los griegos: la incertidumbre”. Pasamos, de la miseria a la riqueza, de la riqueza al secuestro criminal, de la honra a la deshonra y, a veces, un juez sin rostro nos manda matar o nos manda premiar. A mí esta vez me tocó en suerte el premio. Y el premio añadido al premio a que haya venido a entregármelo en mano la escritora Carmen Posadas. Se llama Premio a la Vida y Obra de un Periodista... lo de la “obra” me parece un exceso, en cambio encuentro adecuado lo de la “vida”, de periodista. Eso he sido desde la adolescencia y casi en todos los campos en que se ejerce el periodismo: locutor de radio, redactor de agencia, columnista de revista y caricaturista de periódico. Caricaturista: ya una vez, hace bastantes años, recibí este mismo Premio Simón Bolívar en la modalidad de caricatura de prensa, y este de ahora me parece una reiteración de aquel, como un premio repetido. Porque, aunque a menudo se ha pretendido
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2002 Alberto Zalamea Costa Cumple este certamen periodístico nada menos que veintisiete años de existencia y por cuanto alcanzo a recordar rodeado siempre del interés y la estima de sus principales protagonistas, los periodistas de Colombia, auspiciados, a su vez, por altísimas personalidades extranjeras. En esta oportunidad por ejemplo, respaldando la labor de redactores, radioperiodistas, locutores y comunicadores estuvo entre nosotros el profesor Malcolm Deas, uno de los mayores conocedores y amantes de nuestra idiosincrasia. Va para él nuestro reconocimiento y nuestra gratitud. Por el momento permítanme dedicarle, como en los corridos y los cancioneros, esta remembranza de los hechos que, entre todos, tal vez consigan recrear un pedazo de historia. Publiqué mi primer artículo, el que hoy me retrotrae medio siglo, en diciembre de un año que no quiero recordar pero que es el que me presenta ante ustedes; digámoslo de una vez, lo escribí en la Navidad de 1947, hace medio siglo. Acababa de entrar a la redacción de un diario sui generis aunque muy colombiano, La Razón, donde el director y capitán Juan Lozano y Lozano, sacrificaba todo, cualquier cosa, por su amor a la libertad y en consecuencia a las ideas liberales. Ingresé, pues, a una especie de gabinete carbonato, donde se aplicaba la vieja máxima de los embajadores: “viajó sin viáticos y sin instrucciones”, lema cuya exactitud pude comprobar durante muchos años en mis futuras misiones diplomáticas.
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2003 Margarita Vidal Garcés La costumbre del discurso y del prólogo. Este último causa de la intimidante sensación de vacío, ya legendaria entre los columnistas y su página en blanco. Aquel, del terror de un auditorio, como éste, que recuerda, tal vez, que inicié mi peregrinaje periodístico hace 36 años. Estrenándome, a la vez, ¡como cargaladrillos y columnista! No tengo la menor intención, sin embargo y para tranquilidad de ustedes, de hacer cronología. Solo unas pocas palabras para agradecer este reconocimiento a un largo ejercicio profesional que me ha llevado del periódico a la televisión, de la radio a las revistas, del foro a las columnas de opinión y a la tertulia, quizás porque — en definitiva— la realidad es inabarcable y en ella muchos temas nos atraen, punzan o deslumbran. Queremos entender, al menos es mi caso, lo mucho que no comprendemos y lo infinito que ignoramos. Para sentirnos vivos nada otorga ese don inapreciable con mayor intensidad que ese viejo oficio que hoy se premia en este recinto acogedor. Una labor incesante —desde que José Alejandro Cortes apoyara, sin restricciones, la idea luminosa de Ivonne Nicholls de reunir extraordinarios trabajos de distinto género—, que nos congrega con regocijo año tras año y hoy avanza hacia el final de su tercera década. ¿Qué ha cambiado en el periodismo, en Bogotá, en Colombia, en el mundo, en mi propia vida, desde que, recién salida del cascaron javeriano, pergeñé trabajosamente mi primer reportaje para El Espectador sobre el San Victorino de entonces, en tránsito brutal
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2004 Hernán Peláez Cuando me comunicaron esta distinción, sentí un gran impacto emocional. No solamente por lo inesperado, sino porque, con el tiempo, uno se va encerrando cada vez más en sus cabinas de trabajo, en sus propios pensamientos y procedimientos y poco a poco va llegando a una especie de aislamiento, dejando de lado los halagos, aunque mantenga siempre una pizca de vanidad hacia su propia labor... Vida y Obra de un Periodista. Vida, que resultará relativamente fácil de relatar, pues es elaborar una especie de hoja de vida, donde se consignen los pasos dados y los peldaños ascendidos. En cambio, explicar la obra es difícil, no solamente por ser un intangible, sino porque su proyección será producto de una autoevaluación y como todas estas puede resultar generosa y exagerada. Fui bachiller de formación jesuítica, de los que estudiaron latín, para ubicarlos en el tiempo. Después en la Universidad de América en Bogotá, tras conseguir unos préstamos de la Caja Agraria para estudio, pude terminar ingeniería química, y tuve el gusto y la satisfacción de trabajar durante diez años en esa profesión con tres compañías multinacionales, curiosamente empapadas en petróleo. Como siempre pasa en la vida de los seres humanos, uno busca quedarse en un trabajo que le guste. Y tomé la decisión, porque difícilmente se puede atender a dos oficios al mismo tiempo. Conté con la fortuna de trabajar los últimos cuarenta años en este oficio,
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2005 Roberto Posada García-Peña Hace justamente 30 años mi abuelo, Roberto García-Peña, fue galardonado con el primer Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, otorgado por Seguros Bolívar. Semejante honor, que de veras emociona y enaltece, me ha correspondido hoy a mí, en circunstancias en las cuales debo necesariamente evocar el nombre de quien me vinculó a este oficio —“el más hermoso del mundo”, según Albert Camus— desde muy tempranas calendas. Hacer el recuento de lo que podría ser mi biografía en el ámbito periodístico resultaría inoficioso y petulante. Baste señalar que comencé escribiendo de fútbol bajo el seudónimo de “Un hincha azul”, pues además lo jugaba en el parque de Teusaquillo, y eso demuestra cómo se han transformado las situaciones con el correr de la vida, al menos desde el punto de vista corporal. Por ventura mis hijos Roberto, Gabriel y Felipe son hinchas apasionados del balompié y la sala de mi casa no es una cosa distinta que una cancha de fútbol con sillas cojas, mesas rotas y cuadros vulnerados por los inclementes golpes diarios de la pelota. Pero si bien la afición deportiva fue apagándose, en mi caso, como una vela, mientras crecía el apetito y aumentaba de peso, han surgido, en cambio, otras preocupaciones y desafíos. Por ejemplo, la dirección de Lecturas Fin de Semana —antes Lecturas Dominicales, de cuya responsabilidad hace años me encargaron Hernando y Enrique Santos Castillo (¡cuánta falta nos hacen!)—; o el oasis que constituye haber participado en la fundación, y aún estar al
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2006 Alfonso López Michellsen Difícil me es transmitir los sentimientos que me embargan con motivo de recibir, al final de mis días, este Premio, que fue sometido a la consideración de jurados durante 20 o más años, sin que faltaran los que objetaran la escogencia de una persona tan estrechamente vinculada a la polémica política. Pero, al lado del agradecimiento como sentimiento profundo, experimento, igualmente, una emoción muy personal que someto a la consideración de ustedes. Hace exactamente 30 años se celebró la ceremonia del otorgamiento de los Premios Simón Bolívar, auspiciados, como siguen siéndolo, por Seguros Bolívar. En esas circunstancias me desempeñaba yo como Presidente de la República, y me entregó los premios, para ser traspasados a los beneficiarios, el mismo José Alejandro Cortés Osorio, que hoy nos acompaña presidiendo esta ceremonia. No deja de ser curioso que estemos, otra vez, reunidos exactamente como estábamos en 1976 y cuando ya son numerosas las bajas que registramos en nuestras filas. En primer término, viene a mi memoria el agraciado, en aquella fecha, Roberto García-Peña, el único que nos falta de ese escenario, y nos falta, no solamente para esta ceremonia sino para el rumbo de la opinión pública en Colombia al tratarse de una persona tan distinguida por la nobleza de sus sentimientos.
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2007 Julio Sánchez Cristo Quiero saludar al expresidente Betancur, al doctor José Alejo Cortés, a las autoridades, al señor Procurador, a las ministras, al generoso jurado, al señor Jaime de Polanco, Consejero Delegado del Grupo Prisa para esta ocasión, por supuesto a mi familia, a mis padres, a Leticia y a tantas personas que con generosas palabras me han acompañado en estos días. Yo había intentado estudiar en esta universidad, pero no tuve mucha suerte. Por eso me parece de especial significado que reciba aquí el Premio Simón Bolívar. Porque creo que, de alguna manera, ese andar empírico en el oficio del periodismo debe ser compensado con la academia. Por eso hay grandes periodistas abogados e historiadores, gente que ha querido mirar un poco más allá de lo que puede transmitir el poder de la palabra. Ese poder de la palabra que, como muy bien me lo indicaba mi maestro Yamid Amat, tiene tanto valor como el poder del silencio. “Julio, siempre es tan importante hablar como escuchar, pero sobre todo aprender a quedarse callado”, me decía Yamid. Y sería bueno reflexionar sobre los momentos en que los silencios son importantes en nuestros distintos oficios. Yo no tengo en la vida recuerdo distinto que el de la radio. El primer programa de radio creo que lo hice por allá en la Semana Santa de 1973. Y no lo hice antes porque creo que no había cambiado de voz y me daba pena que no me identificaran como un locutor varón. Luego comencé a recorrer emisoras.
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2008 Bernardo Hoyos Pérez El maestro y “cuentero” del periodismo cultural llega a la plaza mayor Señor expresidente Betancur, señor presidente de Sociedades Bolívar, señor presidente del Jurado, miembros del Jurado, señora ministra, señor procurador y queridísima Ivonne Nicholls, el alma diligente de este premio desde hace 33 años. Quiero saludar también al doctor José Fernando Isaza, rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, a sus antecesores, Evaristo Obregón y Jaime Pinzón, y también a Alberto Lozano, quienes creyeron en la universidad y en la emisora, y la apoyaron tanto. Si acaso olvidé a alguien, tengan la seguridad de que le doy un saludo con tanta emoción, como el de Ricardo III antes de la fatal batalla de Bosworth: “Mil corazones palpitan en mi pecho”. Muy queridos amigos, Constanza y Sebastián. El expresidente Belisario Betancur, en una forma como siempre amable y llena de humor, me presentó, en alguna oportunidad, en una ceremonia académica así: “Bernardo Hoyos ha vivido del cuento y seguirá viviendo del cuento”. Solo que mi cuento llega ahora a la plaza mayor. Llega a la plaza mayor el cuentero y es exaltado, señor presidente y señores miembros del Jurado, con este premio, en el cual siempre pensamos, por qué ocultarlo, quienes hacemos periodismo e invertimos nuestro tiempo en él, como en la vieja propaganda de la Ford de los años cuarenta: “Hay un Ford en su futuro”. Entonces por qué no, lo recibo con inmensa gratitud
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2009 Darío Restrepo Vélez Comienzo con una confesión: estoy aquí, frente a ustedes, tremendamente asustado y sorprendido, tanto por la trascendencia del reconocimiento que se me hace como por las reflexiones que me suscitó el anuncio del premio. Por este mismo escenario han pasado los maestros del periodismo colombiano, de quienes me nutrí y en quienes abrevé las primeras letras del alfabeto periodístico. Me agobia sobremanera pensar que esos maestros que me formaron —unos vivos y otros fallecidos— puedan tomar como un desaguisado este atrevimiento del alumno. Me siento, en todo caso, abrumado y muy honrado. Y sé que va a acompañarme, por el resto de mis días, una inmensa gratitud con la vida que me proporciona esta bella recompensa; con la Fundación Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar; con su presidente, el doctor José Alejandro Cortes; con la secretaria ejecutiva y alma del premio, Ivonne Nicholls, y con el jurado calificador. Sé también que este premio no es solo mío, sino que le pertenece a una legión de mujeres que me ilumina y acompaña desde los albores de la vida: doña Ligia, mi madre; mi Marita, mi mujer; Sofía, Paula y Daniela, mis hijas; y Cecilia, la consejera de siempre y madre de mis hijas. Ellas son mi vida y mi obra. Y a ellas dedico este galardón.
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2010 María Elvira Samper Nieto Antes que yo, por aquí debería haber pasado mi mamá, Lucy Nieto de Samper, con más de 50 años en el oficio y quien, a punta de teclear en una máquina de escribir Olivetti, nos educó a sus cinco hijos, huérfanos de padre muy temprano en la vida. A ella, heredera de una tradición que lleva el periodismo en la sangre, y a mi hijo Andrés, a quien mi necesidad de trabajar lo privó muchas veces de mi presencia, les dedico este reconocimiento. Llegué al periodismo sin proponérmelo. Rebelde sin causa, no quería ser ni la hija de Lucy, ni la nieta de LENC, Luis Eduardo Nieto Caballero, un nombre que nada dice a las nuevas generaciones pero que hace parte de la historia del periodismo colombiano, un hombre que en la defensa de la democracia, de la libertad de pensamiento y de la libertad de prensa, sufrió la cárcel y la censura. Fue codirector de El Espectador, al lado de don Luis Cano, y fue también columnista y colaborador de El Tiempo durante 40 años y hasta su muerte un mes antes de la caída de la dictadura del general Rojas Pinilla. Cuando en 1955 el régimen militar ordenó cerrar El Tiempo porque su director, don Roberto García-Peña, abuelo de mi colega Rodrigo Pardo, rehusó hacer una rectificación que no consideró pertinente, el mío se negó a callar y acudió a las cartas para denunciar la corrupción y los abusos de la dictadura, exigir justicia y protestar por la censura. Dirigidas al general, las entregaba
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2011 Cicerón Flórez Moya “La vida te da sorpresas, / sorpresas te da la vida” se canta en un tema salsero, pero en el caso al que hago referencia, no se trata de un desenlace desastroso, sino, por el contrario, de una anunciación grata y feliz, como la de recibir el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista. Galardón que recibo con emoción, pero también con la comprensión de la generosidad que encierra y la responsabilidad que implica. Por todo ello, gracias. No puedo dejar de reconocer que mi vida y lo hecho en los años de ejercicio periodístico es la suma de los factores de estímulo de esa carrera y en lo cual cuenta el respeto del medio, donde he laborado durante medio siglo, por los principios esenciales del oficio. Eustorgio Colmenares Baptista, Virgilio Barco Vargas, Alirio Sánchez Mendoza y Eduardo Silva Carradine, los promotores del proyecto de La Opinión en Cúcuta, lo cultivaron con dedicación y al semanario inicial, que duró dos años, lo transformaron en diario, siempre con sujeción a reglas que hicieron posible su fortalecimiento y sobreponiéndose a las estrecheces. En esta nueva etapa, el trabajo de Eustorgio Colmenares Baptista fue decisivo para su consolidación. Y allí esta, a pesar de todas las tormentas, bajo la dinámica dirección de José Eustorgio Colmenares Ossa. La Opinión esta entre las víctimas del desgarrador conflicto armado colombiano. El asesinato de Eustorgio Colmenares Baptista fue un acto de beligerancia torpe y absurdo.
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2012 / En adelante
En octubre de 2012 y después de 37 años a la cabeza Premio, y de dejar un importante legado, Yvonne Nicholls entrega la dirección del Premio; Silvia Martínez de Narváez asume esta labor. 113
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2012 Ernesto McClausand La urgencia de la crónica Me las he arreglado para hacerles creer a todos que soy cronista y —de semejante falacia— he logrado salirme con la mía. Aunque la crónica ha sido mi compañera inseparable a través de los caminos del periodismo, lo digo con absoluta franqueza: todavía es la hora en que abuso del gerundio, sigo siendo malísimo para los remates y en ocasiones incurro en el pecado mortal del melodrama. No sé si esta magna instancia, ante los colegas del jurado que ha tenido la deferencia de otorgarme este galardón, un maestro del pensamiento universal como don Fernando Savater, y todo el estamento de la profesión que venero, sea la apropiada para salir a estas horas de la vida con una confesión de esa envergadura, pero bueno… algún día tenía que decirlo. La verdad es que me volví impostor de la crónica porque los caudales de la vida no me dieron otra opción: Mientras mis jóvenes colegas de hoy día leen en la primera página de los periódicos rígidas noticias sobre política, economía, orden público, gobierno y corrupción, yo bebí de una fuente muy distinta: la primera página de un periódico de mi infancia, bien podía incluir, a cuatro columnas, una crónica de Juan Gossaín sobre Pambelé, con la particularidad de que por ninguna parte aparecía la palabra boxeo; u otra de José Cervantes Angulo,
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2013 Ricardo Calderón Nunca me había costado tanto escribir algo. Me gano la vida escribiendo. Pero siempre sobre los demás. Y por lo general los demás no se emocionan mucho con lo que escribo de ellos. Soy reportero, y la reportería brinda satisfacciones personales, pero pocos reconocimientos notorios. Sobre todo en mi caso. Buena parte de mi carrera la he hecho en la revista Semana, en donde entendemos el valor del trabajo en equipo y por eso nuestras investigaciones, reportajes y crónicas no suelen ir acompañadas de ninguna firma. La firma nunca puede mover al reportero. El verdadero combustible del reportero son los resultados. La última vez que leí algo frente a un auditorio fue hace más de treinta años. Era alumno de primero de bachillerato y la profesora de español me pidió que leyera, con otros compañeros, una cosa absolutamente cliché: “Desiderata”. Llegado mi momento me congelé de la punta de la lengua a los pies. El compañero que me seguía en el turno de lectura tuvo que quitarme el papel de las manos y terminar mi parte. Ese día entendí que hablar en público no era mi fuerte. Hoy, después de tantos años, lo estoy reconfirmando. Estar aquí hablando frente ustedes y recibiendo este premio tiene mucho de ironía. Lo primero que pensé, como muchos de ustedes, es que había que tener más de cincuenta años para recibir un Vida y Obra. Y que el paso del tiempo debía notarse no sólo en la carrera profesional sino en el cuerpo. Ustedes pueden
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2014 Héctor Osuna No imaginé hacer parte, así no sea de manera presencial, de esta gran ceremonia del Premio de Periodismo Simón Bolívar. Ahora, cuando tengo el honor de recibirlo en la categoría de Vida y Obra, de las manos de un jurado implacable, sin deliberación posible de mi parte, no puedo menos que estar agradecido. Muy agradecido. Son muchos los colegas, ellos sí de gran mérito, que lo han recibido, entre otros, don Gabriel Cano Villegas, para quien yo mismo reclamé su postulación, hace ya más de treinta años. Se ha constituido este premio —una iniciativa noble del Grupo Bolívar— en la Cruz de Boyacá del periodismo. No todos los premiados, sin embargo, son personas mayores ni es condición hallarse in articulo mortis. Yo mismo, al recibirlo, sin otra alternativa, pienso continuar el tiempo que Dios me permita en el oficio, que en mi caso se trata de un divertimento, por medio del cual he tenido algunas veces la intención de fustigar al régimen. Solo que este colecciona los dibujos y los enmarca, lo que representa una curiosa frustración. Para estar presente en este recinto, que en cierta forma es también de la Casa de El Espectador, he escogido a un niño de mis afectos, a quien apadriné en su bautizo, Juan Daniel Cruz Rincón. Él, junto con sus padres, me reemplaza en esta ocasión y lugar, donde mis antecedentes, no dudo, me cobrarían alguna contradicción.
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Foto Nuevo Ganador
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2015 Nuevo Ganador Texto del discurso Nuevo Ganador
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