Martín, las alas de la luna

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rase una vez un niño llamado Martín Newen, había nacido en Barcelona en el mes uno del año 2020; sus padres emigrantes de países latinoamericanos se habían instalado en esa ciudad porque tiene mar y cielos azules e intuían que ese era el lugar donde podían coincidir él y ella. Lo llamaron Martín Newen porque el nombre Martín tiene un significado de fuerza: —“como Popeye”- dice Martín— y Newen, porque en lengua Mapuche (léase etnia chilena de donde es originaria su madre) significa: “fuerza que posee espiritu y alma”.


El padre de Martín, Nicolás, es músico, toca la batería y es productor músical; le gusta la mamá de Martín y otros cuantos ritmos; es un gran bailarín y tiene la sonrisa más bonita que nunca nadie haya visto.


La madre de Martín, Jenni fer, estudió literatura, le gusta escribir libros, bailar Reggaetón, viajar, leer, le apasionan los macarrones & chesse, los cocktails que prepara Nico, la verdadera michelada, el sol, las nubes, los cielos despejados y el papá de Martín. Tiene los ojos más bonitos que nunca nadie haya visto.


La Nona es la abuela materna de Martín, nació en Chile, su nombre original es: Orieta; sabe pintar, hacer cerámica, tejer, y baila como un trompo, le gustan los vinos espumosos, mejor si es

Champán o Prosecco le gustan los nietos y sabe jugar tan bonito que le da a uno ganas de ser niña para jugar con ella. Su ausencia se siente como cuando calla el viento.


El abuelo materno de Martín se llama Albert, nació en Chile, construyó una hermosa casa en el barrio Las Condes con piscina, saltarín, rodaderos y columpios para escuchar el eco de las risas y las voces.


Tuto, el abuelo paterno de Martín, se llama en realidad Arturo, pero todos le dicen Tuto. Es psicoanalista y pasa todo el día conectado a unos audífonos escuchando y resolviendo los problemas de todo el mundo y cuando no, está resolviendo los de la tierra: canalizando aguas, haciéndole barricadas a la lluvia que insiste en llevarse la tierra en la que vivimos todos. Le gusta tomar Ginebra con agua tónica, bañarse en la ducha salvaje y bailar; le gustan los nietos, los hijos y las nueras, le gusta el calor si no es mucho y el frío si es poco.


Tata, la abuela materna de Martín se llama Piedad, es ella misma la que se hizo llamar Tata. Tiene un taller donde convierte las plantas en tintes de colores, también le gusta la cerámica, escribir, leer y tomar Whisky; siempre tiene colores y papeles para que los niños pinten y rompan. Colecciona muchos libros con imágenes; le gusta atender a todos y hacerles comidas inolvidables. También es la que te escribe estas palabras.


Lele es la niña que hizo soñar a Martín desde que llegó a estas tierras colombianas. Leticia, a quien todos llamamos Lele, es hija de Ricardo el hermano de Nicolás y es una hermosa niña de cuatro años, que compartió con Martín desde su llegada, Martín no veía la hora de crecer para correr detrás de ella.


P10: Ricardo, a quien todos llamamos Tato, desde tiempos inmemoriales es un amante de la vida y pasa sus días buscando reproducir semillas, por ejemplo ahora cuida la semilla que Ardita lleva en su vientre.


Adriana, a quien llamamos Ardita desde que Lele, no pudiendo pronunciar su nombre, la llamó Ardiana. Ardita y Tato junto con Lele han construído un hogar


en el que esperan uno más que se antojó de compartir con ellos. Ardita es periodista y lucha por la justicia como todas las heroínas.


Janice es la hermana de Fer, la llaman La Yayis, es una gran repostera en Santiago de Chile, hace la mejor torta de chocolate que nadie haya probado, le gustan los pájaros y escalar montañas, es la madre de la dulce Alicia.


Alice, a quien Martín llama Álice y nosotros llamamos Alicia, tiene 12 años y es una hermosa niña con una sonrisa ¡tan dulce! que la persiguen las mariposas, es cómplice de Martín en todas sus pilatunas y la mejor catadora de los postres de su madre.



uando Martín llegó a Colombia, tenía nueve meses, venía de vivir encerrado con sus padres en un pequeño apartamento en Barcelona.



Luego atravesaron una cantidad de montañas para llegar a la cabaña en la que viven Tata y Tuto.


Lo primero que los sorprendió fue ver los árboles cargados de aguacates.




La cocina, ese lugar donde a mi papá y a mi nos gustaba sentarnos a ver como cocinaba La Tata.


En las tardes, Martín y su papá se metían en la hamaca a mirar el paisaje y escuchar los pájaros mientras la mamá descansaba.




La cabaña de Martín y sus papás era de dos pisos, y en el segundo, Tuto había construido una cama de bambú para Martín y la abuela le había cosido unos cojines de ranas.


Era verano, hacía calor y en algunas tardes Martín, su papá y Tuto bajaban hasta el río y se sentaban a mirar la corriente pasar.




La primera mascota que conoció fue a Blanquita, una gallina Kika que anunciaba su llegada con un “cococooo”.


A Martín le encantaba salir al jardín atestado de flores de colores en los brazos de su abuela e ir al estanque donde se quedaban dormidos al ritmo del agua.




Pasaron muy pocos días y llegó el tío Tato con Lele que era una veterana del campo y de las flores.


Había mucha gente todo el tiempo: Maarita, como la llamaría Martín, venía a arreglar la cabaña. Ligia trabajaba con la abuela y ordenaba los juguetes. Eneto, machete en mano, se convirtió en el héroe de Martín sobre todo por la manera como trepaba los árboles.




Luego llegó Luciana, una de las nietas de Tuto.


En las tardes, Fer llevava a Martín en el cargador y hacían largas caminatas a la orilla del río. Cogían flores, veían pájaros y siempre los acompañaba un enjambre de mariposas.




Un día llegó la Nona con la tía Janice y la encantadora Alicia. Venían de Chile.


Hicimos muchos paseos. Un día Martín conoció el Páramo La Cruz Verde que tiene unas cascadas subterráneas y vio las flores más lindas y las mariposas más sorprendentes, fue un día inolvidable. Todos comimos sándwiches de la Tata mientras Martín se pegaba a la teta.




Un día fuimos a casa de María una amiga de La Tata, y allí fue cuando a papá se le ocurrió la idea de construir una casa.


Tato, el papá de Lele, entretanto ya había terminado el bohío para Lele y Ardita.



La Tata le mostraba a Martín la luna asomándose entre los árboles.


Martín relacionó la luna con la Tata.



Entonces llegó Navidad, -la primera Navidad de Martín- y la Tata hizo un pesebre y un árbol de luces.


Para año nuevo, Martín y sus padres viajaron a Chile. Nico regresó primero y Martín y su mamá un tiempo después. Martín ya caminaba




y comenzó a usar unas botas de dragones. El papá había comenzado a construir la casa. Allí conoció a Platico (Héctor) el maestro de obra que se convirtió en su nuevo héroe.


La casa se terminó. Martín, la mamá y el papá llegaron con sus maletas, los juguetes, unos cuantos muebles y la felicidad de ver realizada esa obra que significaba “un hogar”. Ahí vivieron los días más felices, también algunos tristes, pero eso era lo que les permitía distinguir la felicidad.



Debajo de la casa, cerca al río, Nico construyó un lugar para hacer fuego y Martín lo amó tanto como el agua.


Fueron inolvidables los días de fogata y Lele era feliz danzando frente al fuego.


Fue tanta la lluvia que una noche se entró el agua a la casita de Martín y sus padres...


...fue un momento muy difícil porque Martín vio como flotaban indefensos Batman y el Hombre araña.



La tormenta hizo parte del “mieo” cuando desde Chingaza, en medio de relámpagos y retumbar de truenos, Martín debía volver a su casa en medio de la lluvia.


El padrino de Martín, Nicolás Gómez, es un artista plástico e hizo esta caricatura de Martín.



Por esa época cumplió años el tío Tato y el papá de Martín. La abuela aprovechó para hacer delicias y enseñarle a Martín a subir árboles.




En ese tiempo Martín pasó por toda suerte de instrumentos. ¡Hacía una maravillosa interpretación de

Could you be loved de ¡Bob Marley! Si quiere ver el increíble performance de Martín descargue este código

QR


También descubrió la pintura y en los últimos tiempos de su estadía en la montaña solo decía: “apintá, apintá, apintá”.




Desayunaba al exterior mirando el río, como si quisiera grabar ese momento.


En Villa de Leyva, Martín tuvo una experiencia muy fuerte con un Tiranosaurio Rex.



Una tarde volvimos donde María a elevar cometas. La Nona le compró a Martín una cometa de mariposa que apenas sintió el viento se lanzó por los aires tan mansamente que Martín pudo sostener


la pita y sentir la tensión del vuelo que invita a soltar y volar; era el preámbulo de la ya anunciada partida; Martín y sus padres debían regresar a Barcelona a continuar la vida que se había quedado suspendida en la pandemia. La cometa alzó el vuelo y en un instante la luna dibujó su sonrisa en el azul infinito y Martín sintió la conexión al tiempo que gritaba “TATAAA, la lunaaa”.



. Los tiquetes están listos, Martín y sus padres van regresan a Barcelona. Estas montañas con los abuelos, Lele, Tato, Ardita y el bebé que esperan, estarán aquí por siempre hasta que Martín vuelva a verificar si aún está allí la luna con alas de mariposa y vuelo de cometa, cuando regrese a inventar nuevos mundos guiado por la mano de Lele.


Este libro se terminó de imprimir en Bogotá en el mes de octubre de 2021

Texto: Piedad Arango (La Tata) Diseño, imágenes y diagramación: Susana Carrié






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