El afamado marquesote de Tlacotalpan, esponjadito y tostado, ideal para acompañar el chocolate, se corta y expende en bolsas de una rebanada. Famosos son también los bizcochuelos, los borrachos, las empanadillas, las novias y, en fin, el pan de repostería cuya masa se deja agriar de un día para otro, como la galleta de mantequilla, la marielena y el alargadito torpedero que lleva sabor de limón rayado. El pan de Tkacotalpan es tan apreciado fuera, que diariamente arriban comerciantes foráneos a las panaderías para llevarlo a Tuxtepec, Coatzacoalcos, Orizaba, Córdoba, Xalapa y el puerto de Veracruz. Para abonar tal demanda, se han fijado dos expendios junto al paradero de los autobuses ADO y las camionetas de pasaje en donde el pan se vende, ya por pieza, ya en costales. Luego de que ha salido la horneada para la merienda, en la tarde vuelve la calma a la panadería. Sobre la pared cuelga la gran canasta redonda que alguna vez se usó para transportar pan en la cabeza; de otro clavo pende un mosqueador. En la esquina se acumulan los cartones de huevo, y arrimados al muro los costales de harina se apilan junto a los carros de charolas. La coradora, la revolvedora, la báscula y los moldes de lámina están en suspenso. Pero no por mucho tiempo. Para que la humildad se concilie con la abundancia, en la panadería el trabajo siempre será extenuente. El panadero atiende, la tarde entera, su expendio hasta la hora de cerrar, y tiene un saludo y una despedida para todo el que entre y salga. "Aquí en Tlacotalpan no se sufre - dice el panadero Julián Márquez-, es muy pobre el pueblo, pobre como no se imagina, pero gracias a Dios tenemos siempre pan."
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