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deportivo
Lunes 6 de abril de 2015
Gabriel Ramírez Lozano
A
pesar de los promotores y de los managers sin escrúpulos, de la prensa sensacionalista o de los amaños de combates, la vida sigue adelante. Porque hay futuros. Enclenques, oscuros y tristes, pero futuros al fin y al cabo. Tres películas excelentes pueden servir de referencia para saber cómo han visto algunos autores esa relación de los deportistas con los bajos fondos del deporte y con sus propias miserias.
The Fighter (2010). La lucha por las raíces. Excelente película. Sostenida de principio a fin por un actor del que siempre he pensado que era un marmolillo. Christian Bale. Reconozco que en The Fighter interpreta su papel de forma primorosa. Se integra con su personaje al máximo, se transforma físicamente, vocaliza como lo haría el verdadero Dicky Eklund. Fantástico, de verdad. Le acompaña Melissa Leo. Contenida, elegante dentro de un personaje cutre y casi ridículo que se rodea de una especie de tribu arcaica (sus hijas). Excelente película que parece hablar de boxeo cuando, en realidad, lo que trata de explorar es esa relación tan íntima que se crea en las familias y que permite al individuo agarrarse a sus raíces llegado un momento difícil, esa ruptura que llega para dejar sellado por siempre jamás un pacto entre hermanos, padres e hijos que nunca se traiciona, pase lo que pase. El boxeo es un vehículo magnífico que se presenta lejos de los tópicos de siempre, con realismo y la profundidad necesaria, pero sin que arañe un gramo de importancia a lo fundamental. Excelente película que firma David O’Russell. Este director puede gustar más o menos, aunque tiene un indiscutible talento al contar historias y al dirigir actores. El montaje es de lo más acertado. No hay un minuto que sobre y nada se echa de menos gracias a la focalización perfecta de la acción y la utilización de recursos adecuada. Excelente película que narra
Más allá de las doce cuerdas Un cuadrilátero es la imagen del éxito pasajero, del dinero ennegrecido, del sufrimiento de un pobre diablo y la riqueza de unos pocos gracias a un boxeador o a un luchador que tiene dibujado el horizonte siempre dentro del propio ring. Porque más allá de las cuerdas no hay casi nada para ellos.
cómo Micky Ward “El Irlandés” (Mark Wahlberg defiende el papel con solvencia) logra luchar por el campeonato de mundo de boxeo. Pegado a su hermano Dicky, viejo boxeador y viejo drogadicto, pegado a su madre, a una familia incómoda. Y a su novia Charlene (Amy Adams; ésta defiende su papel, a secas). Narra los conflictos que se generan en la familia con las nuevas incorporaciones, cómo la sabiduría de la experiencia puede subir a un ring con clara ventaja sobre la ilusión o el miedo. Narra como una familia entera claudica ante sí misma si es necesario. Excelente película por su emotividad, por su música arrolladora, por su autenticidad.
El luchador (The wrestler, 2008). La vida en soledad. Randy “The Ram” Robinson (Mickey Rourke) es un luchador profesional de wrestling que se arrastra por circuitos mediocres y va saliendo adelante como puede. En los años 80 fue una figura cotizada; pero la edad, los excesos con las drogas y su falta de cuidado con el entorno familiar, le han convertido en un hombre solitario que busca un refugio imposible en una bailarina (Marisa Tomei) y en su hija (a la que abandonó muchos años antes). Intenta rehacer una vida que nunca existió hasta que comprende que su mundo está encerrado en un ring lleno de perdedores, luchadores sin futuro y una muerte acechante. La película es estupenda. Darren Aronofsky, el director, busca a los personajes con largos travellings realizados con el steadicam desde la espalda, encontrando matices en ellos que nos desvelan lo más íntimo de sus estados de ánimo.
DINOPÉTREA
Empieza a soñar …
Exposición de dinosaurios y la historia de la vida @dinopetrea
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Se podría hacer una lectura de la película bastante cercana al mesianismo. Presten atención al diálogo entre el luchador y la bailarina sobre Cristo. Vean cómo se ofrece la sangre del luchador después. Y, en la escena final, no dejen de fijarse en esos brazos en cruz del protagonista antes de…
Más dura será la caída (1956). El engaño de todos. Úl-
No es una película explícita en su desarrollo aunque deja pistas suficientes para que podamos entender la trama en todo su desarrollo. El personaje encarnado por Mickey Rourke crece desde el primer momento. Intenta vivir del pasado sabiendo que no hay posible futuro que le pueda hacer feliz. La elección de este actor fue todo un acierto. Podríamos decir que iba maquillado desde casa. Ya saben ustedes que los excesos de Rourke han sido grandes y su aspecto es muy similar al que tendría alguien en las mismas circunstancias que The Ram.
tima película de Humphrey Bogart. No llegó a ver su estreno puesto que murió poco antes. La película ataca un asunto turbio, sangrante: los engaños a los que son sometidos los boxeadores, las trampas que se hicieron siempre en el mundo del boxeo, la falta de escrúpulos de los managers con sus pupilos. Bogart interpreta el papel de un periodista, Eddie Willis, que no tiene trabajo y decide apuntarse a una estafa de tamaño gigantesco. Un boxeador argentino, el Toro Moreno, (interpretado por Mike Lane y que nos lleva a percibir esa mezcla entre lo pueril y lo estúpido que acompaña siempre a los púgiles) es un paquete y no podría ganar a un boxeador mediocre que le bailase treinta segundos sobre el ring. Llega a EEUU de la mano de Nick Benko (Rog Steiger) un promotor sin moral y sin el menor problema para exprimir a una persona y abandonarla de inmediato. Aunque en la película aparecen, por ejemplo, Max Baer o J.J. Walcott, no esperen encontrar una película sobre la técnica del boxeo. Se habla del entorno, de la falta de moral y, también, de la posible redención de las faltas (¿?). Una excelente última película de Bogart.
Del
15 Noviembre al 12 Abril
Abierto todos los días
Horarios :
De lunes a Viernes: 10 a 14:00 y 16:30 a 20:30 Sábados, Domingos y festivos : 11 a 20:30 Teléfono de información : 667363072
Pabellón de la Navegación (Isla de la Cartuja)
SEVILLA
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Cultura deportiva
Que el ser humano es una rareza resulta indiscutible. Tan pronto está inventando historias para explicarse el mundo como se lía a lanzar balones dentro de eso que llamamos canasta. Podemos subir montañas imposibles o bajarlas sobre unas tablas que se deslizan a velocidad de vértigo. Y, por si era poco, mezclamos esas cosas como si fuera algo normal
deportivo
Lunes 13 de abril de 2015
Mira que somos raros
Gabriel Ramírez Lozano
B
ien pensado, los deportes son bastante extraños. ¿Qué pintan 22 personas corriendo detrás de un balón? ¿Es normal que un par de hombres o mujeres se líen a puñetazos sobre un ring? ¿Quién puede ver como normal que dos señores enormes, con cara de japonés (porque, entre otras cosas, lo son) y con un taparrabos como única prenda de vestir, se pongan enfrente uno del otro para empujarse? ¿Qué me dicen de los que se empeñan un colar una bolita en un agujero minúsculo a base de dar golpes con un extraña palo? Sí, deberíamos reconocer que hacemos cosas bastante raritas. Y es que cualquier cosa que hace el ser humano no deja de ser sorprendente. Si algún día un extraterrestre pasa por aquí tendrá difícil explicar lo que vea. Pero, no crean, leer es un producto derivado de la mayor de las rarezas del hombre. Hablamos, pensamos y convertimos todo en eso que llamamos símbolo. Y si queremos ser más raros de lo normal tenemos opciones de lo más extravagantes. Crean si les digo que leer es tan extraño como saltar desde un trampolín dando vueltas para conseguir una nota lo más alta posible. Y si no me creen, lean lo que sigue y, después, busquen un ejemplar de cualquiera de las recomendaciones. Ya verán como tengo algo de razón. Nuestra Señora de los váteres inmaculados. J. P. Donleavy, novelista, dramaturgo y pintor estadounidense; es, posiblemente, uno de los autores más divertidos e ingeniosos que andan sueltos por el mundo literario. Es curioso que si alguien dice algo sobre él en, pon-
gamos por caso, una tertulia literaria sesuda y enterada, salvo el individuo que lo nombra nadie conoce su obra. Esas cosas que pasan entre conocedores de la literatura o, mejor dicho, de una literatura enana y reducida a un puñado de lecturas. Es una novela en la que se cuenta el desastre financiero y vital que vive una mujer rica. Es abandonada por los suyos y por lo suyo. Está dispuesta a cualquier cosa, a todo excepto a compartir puente con indigentes o utilizar baños públicos. Todo se desarrolla a velocidad de vértigo y Donleavy remata el relato con un giro inesperado y muy bien agarrado. En España se publicó el año 1998 traducida por Ana Herrera. Lo debimos leer tres o cuatro y nunca más se supo de ella. Lo que significa una pena, desde luego. ¿Se atreve alguien a buscar un ejemplar y echarle un vistazo?
Tú me has matado. En España tenemos un buen número de dibujantes que apuntan excelentes maneras. Uno de ellos es David Sánchez. Buen trazo y guiones que hacen al lector traspasar esa línea tan fina que separa el bien del mal, lo bello de lo horrible, lo sensual de lo sórdido; en definitiva, el lado amable del mundo y su opuesto. Tú me has matado es un tebeo que descoloca en un primer momento y que deja cada cosa en su sitio (incluido al lector) al finalizar. David Sánchez elige una narración circular para decir lo que quiere. Al menos, esa es la sensación, porque, aunque la figura del círculo aparece finalmente, lo que hace es abrir el compás y señalar la forma sin una continuidad narrativa clara. Esto aporta al tebeo un ritmo muy interesante que no se pierde en ningún momento. Los personajes se van construyendo desde la maldad, desde la violencia. Los
que no comienzan en ese punto acaban en él. Porque todos son culpables de que el mundo sea una pocilga, de que todos matemos a todos. Todo se mezcla para dar como resultado la misma cosa. Dios, la muerte, sexo, depravación, falta de comunicación, justicia, abusos. David Sánchez suma una zona surrealista, casi onírica, que aporta una buena dosis de credibilidad a la narración. Sin esa duda sembrada en los lectores (a través de sus personajes que, también, dudan sobre lo que es y no es) lo contado sería muy difícil de sostener. De este modo, la cosa aguanta bien. El autor se encarga del color. Otro de los aciertos del cómic. Las gamas van modificándose a medida que el relato lo va demandando y el lector tiene una agarradera narrativa para seguir el hilo sin problemas. Yoga para gatos. Pues sí. Hay libros para todo y para todos. Yoga para gatos es una pequeña obra
que firma Christiénne Wadsworth e ilustra Lynn Chang-Franklin. Tras una breve introducción y un test para valorar si el yoga está pensado para el lector y su gato; el libro repasa posturas, vocalizaciones y todo tipo de series que harán de su gato un experto en yoga. Dibujos muy divertidos y fotografías de mininos estirándose acompañan el texto de principio a fin. No sé si el libro es útil o si es un chiste enorme. Desconozco si se trata de un buen regalo para gatos o para dueños de estos. No sé si merece la pena comprarlo porque yo no tengo gato ni soy yogui. Pero, desde luego no deja de ser una curiosidad ver a los gatos retratados mientras hacen cosas extrañas. Las fotos de siempre mostrando señores o señoras con una pierna sobre el cuello y un brazo señalando al planeta Marte ya empiezan a ser aburridas. Lo edita Océano y lo hace con cuidado.
Martes 28 de abril de 2015
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deportivo
Cultura deportiva
El novelista norteamericano, David Foster Wallace, desaparecido en 2008 escribió como parte indisoluble de su proyecto literario En cuerpo y en lo otro, un enjundioso tomo de ensayos que aúna reflexiones no sólo sobre literatura, sino sobre lo que, al menos durante diez años, fue su deporte favorito: el tenis, tanto el de alta competición, como el que de una u otra manera trata de serlo Daniel González Irala
U
no de los novelistas norteamericanos más extravagantes de todos los tiempos; cuyo suicidio tras más de veinte años de depresión, se hizo eco en novelas de amigos como Libertad, de Jonathan Fronzen; tiene en su haber dos interesantísimos ensayos publicados por Mondadori (junto con otros de diverso jaez bajo el título En cuerpo y en lo otro) en los que queda patente su pasión por el tenis, pasión que también aparecía en su distópica novela La broma infinita, que consta de más de mil páginas donde el tono y ritmo endiabladamente faulknerianos, le hicieron cosechar tanto críticas atroces como fervientes pasiones. Amante del lenguaje que busca sentidos oscuros o, como poco, originales y diversos; Foster Wallace desarrolló durante su andadura literaria un estilo brillante, desaforado, excesivo y por ello, quizás para el común de los mortales, algo pedante. De hecho sus opiniones sobre la creatividad en escritura pretenden ser redentoras para unos y castigadoras para ese común de los mortales del que hablábamos. En el ensayo sobre Roger Federer intercala digresiones personales sobre matemáticas, poesía y cultura pop con la retransmisión de la final de Wimbledon en la que el suizo ganó aún a Rafael Nadal. La crónica está firmada en 2006 y en ella se hace patente la profunda admiración por la forma física y las cualidades técnicas e innatas del tenista en cuestión; y es que comparable con Ivan Lendl, para Wallace, Federer es de esas criaturas destinadas a cumplir a la perfec-
Roger Federer celebra una victoria en el Open de Australia del pasado año. / EDD
David Foster Wallace y el tenis ción con un destino, que independientemente cuál sea el resultado del partido, que puede serle adverso, saldrá siempre airoso. El escritor trata de no dejar nada al azar a la hora de describirle, pero bien parece saber que este factor juega con el hecho de que todavía Rafael Nadal (más experto en tierra batida, mientras que Roger lo fue en hierba) no había despegado hacia un estrellato tal vez mayor. En cualquier caso, estamos ante un ensayo técnico que más que tratar de seguir un marcador, acaricia el tenis con mucho amor al deporte en sí, ése que da en fijarse en los detalles desde su modo presencial más que televisado y donde no sólo cuentan los restos y los puntos, sino hasta la respiración del árbitro y como no, la proactividad de cada uno de los jugadores, lo que se concreta en voleas o reveses. Por un momento, podemos llegar a pensar que Foster Wallace siente algo más que admiración por su héroe en el olimpo (de hecho en el ini-
cio se nos dice cómo la manera en que gana un juego o set hace que se le caigan las palomitas del regazo de su sofá y que lleguen hasta el suelo), pero luego nos damos cuenta que es la pasión por el deporte lo que a fin de cuentas le mueve. En este ensayo, nos damos igualmente cuenta de cómo para el autor, la narrativa y la no-ficción parecen partes de la misma cosa; todo ello lo explica en otros escritos encontrados en el mismo libro donde se hace eco del desesperado fervor de la literatura en tiempos donde el audiovisual machaca toda idea de oficio tal y como lo entendían los amanuenses o incluso los que utilizaban la máquina de escribir. Y es que la distopía que concibe Foster Wallace no es sobre literatos, deportistas o filósofos clásicos, sino desde una atomización nada menos que de Wittgenstein; el filósofo, que ya en su Tractatus se muestra definidor o gurú de la era del vacío que se aproximaba.
Más ligero en sus pretensiones resulta el escrito que recrea un partido cualquiera del Open de Estados Unidos entre Pete Sampras y Mark Phillipoussis; a sabiendas de que está describiendo otro nivel en el juego, se opta por hacer una pseudo-parodia de los cáterings y demás frivolités que rodean al mundo del tenis; entre juiciosamente contenido (podría exagerarse aún más la idea principal) e intentando ser preciso en lo que para él seguramente fue uno de tantos y aburridos partidos de tenis; nos hace un retrato, esta vez fechado en 1996, del consumismo y por ende de cómo a él les llevan los Gobiernos sucesivos de Estados Unidos; una idea manida en su génesis, cosa que no preocupa pues no lo hace desde ningún tipo de belleza metafórica, sino desde la constatación de bailarinas de papel couché, tómbolas o rifas de coches y demás objetos inservibles dada su apariencia fastuosa. Si gracias al tenis conseguimos
acercarnos a esta figura estrafalaria y brillante de las letras americanas, el camino inverso parece sólo relegado a unos pocos expertos, debido a la leyenda negra de malditismo que quizás se vio obligado a seguir hasta que finalmente desapareció su autor en 2008. Esta controvertida desaparición nos hace cuestionar como en otros muchos casos si la fama hizo a David Foster Wallace o si simplemente ésta le hizo desgraciado hasta ese punto. Digámoslo de otra forma: en su obra, la vanidad no es que brille por su ausencia, sino que se muestra tan hermética y cerrada en sí misma como en la de los mejores escritores del siglo XX, aún a sabiendas de que a él le tocaría vivir parte del XXI. Sus escritos, además, necesitan de un mayor reposo y perspectiva como para ser considerados clásicos y el hecho de que el modo de morir haya sido determinante en el descubrimiento de su supuesta genialidad, contamos con testimonios como el de Roberto Bolaño, también desaparecido en circunstancias menos aclamadas, en que el autor chileno tachaba sus textos de premeditadamente vacuos. En cualquier caso merece la pena acercarse desde el punto de vista deportivo a estos textos y si se tiene tiempo para pensar, algo cada día más difícil debido a la inmediatez 2.0, también disfrutar en la medida de lo posible de su lectura.