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La clave está en el deporte Gabriel Ramírez Lozano
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os de las películas de cine que tienen como pieza fundamental un deporte como herramienta explicativa de todo lo demás, son Match Point Y El secreto de sus ojos. Buenas ambas. Extraordinario el papel del deporte en la trama. Match Point o la insignificante frontera entre el azar y el determinismo. Woody Allen en Match Point hace que toda la realidad se enfrente (o llegue) a la tragedia. Además, indaga más que otras veces en ese territorio del deseo que el ser humano transita para convertir los caminos en difíciles o casi imposibles. Si el amor va por un lado, el deseo y la pasión van por otro distinto. Si la vida va por un lado, el deseo va por el suyo. Incluye buenas dosis de frivolidad, de dinero, aburrimiento burgués y vidas ajenas a la realidad por su duplicidad como ya hizo en Delitos y Faltas. El guión, aunque forzado en algunas zonas, es una muestra clara de cómo se debe utilizar un recurso narrativo en cine. Por ejemplo, las elipsis (son abundantes) están traducidas con una maestría espectacular al lenguaje cinematográfico. La focalización de la acción es la exacta. Un foco más restringido o más grueso desvirtuarían la intención de la voz. Por supuesto, la lección de elegancia en la puesta en escena y al elegir la música es descomunal (la ópera, piezas trágicas que expresan la
sensibilidad del ser humano ante situaciones difíciles como no se puede hacer de otra forma, son protagonistas del trabajo. Donizetti, Bizet, Verdi. Impresionante). Allen nos dice que, una vez eliminado el problema, el mundo puede seguir adelante. Con todas sus miserias a cuestas. Eso nos dice. Y nos lo dice bien. Con oficio y rigor cinematográfico. Y la red de una pista de tenis en la que toca una pelota o su símil utilizando una alianza de oro y una barandilla, son las que dan sentido a todo un relato portentoso. Pero (ahora llegan un par de malas noticias) todo se empaña ligeramente por unas interpretaciones algo justas (Jonathan Rhys Meyers forzado, Scarlett Johansson forzada como siempre), un casting que no se entiende muy bien y un error de partida en la idea principal. El azar. Se enfoca mal, se resuelve peor y se confunden cosas que nada tienen que ver. Allen cree que entre el azar y el libre albedrío no hay distancia; y que entre esas y el determinismo no hay distancia. Aquí es donde hace aguas la película. En cualquier caso, hablamos del cine de un genio. Y el aburrimiento es casi imposible. El secreto de sus ojos o cómo el hombre se mueve por la pasión. Desde que el cine tiene mucho que ver con la informática, encontrar una película con final feliz es extraño; guionistas, directores, montadores, actores y público tienden a encontrarse cómodos
CINE
Muchas películas se vertebran alrededor de un deporte en concreto. Trama y deporte avanzan al mismo tiempo a lo largo del metraje. El deporte es causa y efecto, hace que los personajes crezcan o que se solucione el nudo expositivo. Pero otras veces, el deporte aparece de pronto para hacer que todo estalle y el rumbo narrativo sea otro muy distinto
entre desgracias, muertes horribles, monstruos terroríficos y naves espaciales a punto de invadir la Tierra con gran facilidad. Supongo que, entre otras cosas, se trata de aprovechar una oportunidad (imposible hace unos años) que dona la técnica en bandeja de plata. Antes, el cine entregaba un mundo de ficción que poco o nada tenía que ver con la realidad. Ahora, el cine recrea una realidad dura y hostil, fragmentada igual que las consciencias de los personajes. Todo ha evolucionado a gran velocidad. Pero siempre quedan esperanzas si hablamos de esto o aquello. Siempre aparece algo o alguien que te hace pensar que lo fundamental queda intacto. El secreto de sus ojos es una de esas películas que te arriman al cine de nuevo o para siempre si el que mira es un jovencito que intenta descubrir el mundo. Espléndido el guión, espléndida la dirección, espléndidos los acto-
Lunes 2 de febrero de 2015
res, un maquillaje y un vestuario más que aceptables. Una película de cine, de las de verdad. Espléndido todo. Un buen número de elementos se unen para contar una historia apasionante. Amor, venganza, suspense, amistad y, sobre todo, el afán por contar. El secreto de sus ojos utiliza todo eso para explicar la importancia de la narración en la vida de cualquier persona. Y no me refiero a la literatura o al propio cine de forma exclusiva. Narrar, narrarse la vida puede, no solo explicarla, sino cambiar, por completo, su fisonomía. Una charla en una cafetería podría servir. El protagonista se cuenta las cosas tal y como fueron, tal y como quisiera que hubieran sucedido. Hace participar de su relato a otros e, incluso, a sus propios fantasmas. Sabe que un instante modifica la vida de cualquiera. Lo cuenta. Y el mundo estalla ordenando ficción y realidad a su gusto. Me viene a la cabeza un poema de Luis Rosales que dice: El recuerdo se teje/con doble hilo,/y, de cuando en cuando, se recuerdan cosas/que no han sucedido. Parece escrito para explicar esta película. Lo bueno de la literatura siempre está al lado de lo bueno del cine. Y todo esto se cuenta desde las cosas pequeñas, desde lo imposible que es a veces cualquier minucia, desde las personas. En definitiva, desde lo cotidiano. Cine del bueno. Además, sin ordenadores y con final feliz. Amargo aunque feliz. Una mezcla muy difícil de encontrar. El que se acerque por primera vez a la película que no pierda detalle sobre el personaje que encarna Guillermo Francella. Es, s e n c i l l a m e nt e , emocionante comprobar que un actor es lo que es y no un papanatas moviendo mucho las manos. Es su personaje el que dice algo así como que las personas se pueden ocultar, pero nunca sus pasiones. Y en este caso aparece el fútbol en todo su esplendor. Bello, intenso, poderoso. Para que la película cruce a otra dimensión.
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Cultura callejera Gabriel Ramírez Lozano
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iempre que nos referimos a la cultura tendemos a pensar en obras de arte, en manifestaciones de belleza aplastante, en películas de cine (a veces, aburridísimas que se convierten en imprescindibles sin saber la razón). Pronunciamos la palabra cultura y nos elevamos millones de metros saboreando armonía; escuchamos la palabra cultura y nos dejamos llevar sin poner resistencia alguna llamados por la belleza. Pero la cultura es más que un museo o una sala alternativa de arte contemporáneo. La cultura es, fundamentalmente, un arte en sí misma: el de las relaciones entre personas y el de las relaciones del ser humano con el entorno. Conocer a otros y saber qué hacer con ellos y para ellos; conocer el territorio y cuidarlo, saber ocuparlo. Eso es lo fundamental de la cultura porque si falta eso no puede existir ni la música, ni la pintura, ni el cine, ni la literatura. En la Plaza de Colón de Madrid, los fines de semana, se reúnen un grupo de chicos y chicas que montan bicicletas del tipo BMX para practicar la modalidad conocida como Flatland. Logran piruetas
imposibles, giros de todo tipo sobre la rueda trasera o delantera, equilibrios desafiantes con las leyes físicas mientras escuchan su música preferida en los reproductores que les permiten una concentración suficiente para lograr estampas imposibles sobre la bicicleta. Y lucen gorras colocadas con la visera en la nuca, pantalones vaqueros estrechísimos, camisetas que mezclan colores llamativos por sus formas y colores, calzado deportivo… Son uno de esos grupos que, a los más remilgados, podrían causar cierta inquietud por las pintas que gastan. En España solemos valorar a la gente por la marca de sus pantalones. Pues bien, estos chicos, un buen día, decidieron que querían vestir como sus amigos, escuchar un tipo de música concreto que sirviera de punto de encuentro, decidieron formar un grupo en el que se pudiera compartir un tipo de vida y, por tanto, una cultura. Madrid es una ciudad grande, con limitaciones importantes en sus calles; es de esos lugares que invitan a practicar un deporte urbano como es la BMX (una de las ciudades con mayor número de practicantes de este deporte es Tokio; a menor número de parques y luga-
No puede confundirse el aspecto de una persona con su nivel cultural. Eso sería un error tan grande como pensar que todos los miembros de la clase media son angelitos bondadosos. O que los ricos son monstruos horribles que devoran bocadillos rellenos de monedas de dos euros. Y no puede confundirse al deportista urbano con un macarra peligroso porque luzca un enorme tatuaje en el hombro. Es igual de injusto y estúpido
res de ocio corresponde un mayor número de practicantes de los deportes considerados urbanos). Estos deportistas son como son y visten como visten. Pero, por ello, ven la vida de una forma única y original. Practican deporte donde pueden y como pueden. Se relacionan con el universo como creen que mejor pueden hacerlo. Viven la cultura del tatuaje, la del peinado o la del piercing; todo lo que tiene que ver con el sabor urbano de las cosas, con la estética rebelde que marca el territorio de clases sociales procedentes –muchas veces- de condiciones muy desfavorables. En ese grupo que se ubica en la madrileña Plaza de Colón, encontramos universitarios, estudiantes de bachillerato, algunos ya son trabajadores y no faltan los que se dedican, de forma exclusiva, a la práctica de este deporte. Ya pueden vivir de la competición, de sus patrocinadores. Para el que no lo sepa, añadiré que uno de estos muchachos se convirtió en uno de los ryders más cotizados del mundo al proclamarse cuatro veces campeón del mundo. Todavía se deja ver por allí cuando está en España. Todos estos chicos y chicas, además de subirse a la bici-
Lunes 9 de febrero de 2015
cleta, no pierden ocasión de estudiar, de hacer fotografía; acuden a los museos o leen libros (algunos dificilísimos, se lo garantizo). Esto, no hace falta insistir, es cultura. Callejera o como quiera llamarse, pero cultura. Sin embargo, se percibe como algo distinto. Diversión, pérdida de tiempo, rareza… ¿No es tremendo, injusto y del todo vergonzoso que, todavía hoy, sigamos pensando de esta forma? Mientras sigamos pensando que la cultura es eso que está ubicado en un lugar cerrado y exclusivo, en las universidades o en las iglesias artísticas y sólo en esos lugares, estaremos condenados a no poder disfrutar de todo el abanico formado por las distintas opciones que nos ofrece una sociedad plural y libre, estaremos condenados a no disfrutar de nuestro mundo. Toda la información que recibimos, que interiorizamos, que convertimos en parte de nuestro yo; todo lo que nos afecta y con lo que tenemos que interactuar (aquí está el arte, naturalmente); todo es eso que llamamos cultura. Y la suma de todos los tipos posibles conforman las sociedades. Así que conviene no despreciar estéticas, ni tipos de música, ni deportes minoritarios. Porque sin considerar el todo estaríamos mutilando una parte imprescindible para entender la realidad del siglo XXI.
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Lunes 16 de febrero de 2015
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Historia de unas camisetas Se venden cada temporada por millones; los clubes recuperan las grandes sumas de sus fichajes estrella gracias a ellas; las marcas invierten en publicitarse sobre la pechera de los futbolistas. Los colores de un equipo son llevados con orgullo, año tras año, por la afición; representan mucho más que fútbol, una pasión. Pero poco sabemos del origen de estas camisetas Carlota Montemayor
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eal Madrid Club de Fútbol. El origen de la vestimenta totalmente blanca del Real se encuentra en la calle. En épocas donde el fútbol era un deporte meramente aficionado, los jugadores se despojaban de sus ropas civiles y jugaban en camiseta y boxers blancos, en ropa interior. Para distinguirse un equipo de otro, solían ponerse con alfileres una banda en el pecho, pero cuando avanzaba el partido las bandas se caían, lo que hacía difícil distinguir un equipo de otro. Así que los equipos fueron cambiando el color de sus equipaciones, menos el Real Madrid, que reivindicó para sí los orígenes del fútbol y seguiría vistiendo de blanco para siempre. River Plate. Fundado a primeros del siglo XX, el Club Atlético River Plate en un inicio jugaba con una camiseta completamente blanca. Por entonces no se estilaba tener una doble equitación. Un día que a River le tocó jugar con un equipo de Villa Devoto -que vestía de blanco impoluto- se produjo el conflicto. Para solucionar la coincidencia, el presidente Enrique Salvaerezza compró una tela roja, la cortaron en bandas y las unieron a las camisetas con alfileres. Así nació la legendaria banda roja del equipo porteño. Existen otras versiones. Unas malintencionadas cuentan que fueron los propios jugadores quienes compraron las bandas a una comparsa de carna-
val, otras oscuras que explican que la banda roja es un símbolo masónico y otras románticas que hacen referencia a la cruz de San Jorge, símbolo de la ciudad de origen de algunos fundadores del club, Génova. En 2012, fue elegida la camiseta de fútbol más bonita
del mundo. Rayo Vallecano. El equipo madrileño tiene una conexión especial con el bonaerense River Plate, ambos jugaban en un principio de blanco y ambos comparten hoy en día colores y diseño de camiseta. En 1948, el Rayo tenía serios pro-
blemas económicos que hacían muy difícil su supervivencia. Así que el club llegó a un acuerdo con el Atlético de Madrid, quien cedió a alguno de sus jugadores al Rayo a cambio de que abandonaran el blanco total para que su equipación pasara a tener algún detalle de color rojo. Y así lo hicieron imitando el diseño de River Plate, entonces el equipo más famoso del mundo. Poco después, en una visita del River a Madrid, los jugadores argentinos regalaron a los madrileños dos juegos completos de equipaciones de su equipo. El Rayo Vallecano sobrevivió. Athletic de Bilbao. Este club se creó en 1898 por unos jóvenes de un gimnasio de Bilbao que lo hicieron a imagen de un equipo inglés, el Blackburn Rovers, vistiendo una camiseta con franjas blancas y azules, pantalón azul y medias negras. Resultó que en un viaje a Inglaterra para comprar equipaciones, no encontraron las camisetas blanquiazules, así que, como en esa época aún no existían los servicios de mensajería y los viajes eran mucho más difíciles que en la actualidad, trajeron las del Southmpton, a rayas rojas y blancas y el pantalón negro. De esta forma cambió la historia del equipo bilbaíno. Atlético de Madrid. El club madrileño nació en 1903 cuando unos estudiantes vascos que residían en la capital fundaron una filial del Athletic Club a la que llamaron
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Athletic Club Sucursal de Madrid. Ambos equipos vestían el mismo uniforme y no podían enfrentarse en competiciones oficiales al ser considerados el mismo club. Cuando los jugadores vascos cambiaron a la camiseta rojiblanca, el equipo madrileño también lo hizo, si bien ellos siguieron vistiendo el pantalón azul y las medias negras. La independencia como equipo a los madrileños llegó para los madrileños en 1921 y se quedaron con la misma equipación. Liverpool Football Club. Los reds no siempre fueron rojos. En sus inicios el club vestía muy parecido a su gran rival, el Everton, esto es, de azul y blanco. En 1894 la ciudad de Liverpool adoptó el color rojo como propio y por tanto el equipo pasó a vestir de rojo, pero con pantalón y medias blancas. En 1959, Bill Shankly probó a que sus jugadores vistieran totalmente de rojo; según él, les daba una apariencia terrorífica, parecían más altos, parecían demonios que infundirían terror a sus rivales. Desde entonces son los diablos rojos y nunca caminarán solos. Inter de Milán. Esta historia es bastante sencilla y con un punto romántico. El Inter es uno de los pocos equipos que mantiene sus colores desde el año de su creación, en 1908. El negro fue elegido para representar la noche y el azul, el cielo. En un principio era una azul más celeste, que con el tiempo se fue tornando en oscuro. Sólo durante el paréntesis del régimen fascista en Italia cambiaron su diseño por una camiseta blanca con una cruz roja. Al finalizar la dictadura, volvieron a sus colores originales. Boca Juniors. La camiseta era en un principio de color rosa, pero los jugadores tenían que aguantar en cada partido las risas de sus contrincantes y de las aficiones. Así que se diseñó otra, blanca con tres bastones anchos cosidos a mano. La nueva equipación tampoco fue muy bien recibida, así que enseguida fue cambiada por una completamente azul celeste. Pero ocurrió que un año más tarde tuvieron que jugar contra el Nottinghan de Almagro, que vestía prácticamente igual. Boca perdió y se decidió buscar otro diseño, se volvió al blanco y negro pero esta vez con rayas horizontales y verticales. Tampoco tuvo éxito. Cuenta la leyenda que fue entonces cuando uno de los jugadores del club, Juan Brichetto, tuvo la idea de ir al puerto, esperar al primer barco que pasara y tomar los colores de su bandera. La fortuna hizo que el primer buque que pasó fue el Drottining Sophia, con bandera sueca. Desde entonces Boca Juniors viste con los colores azul y amarillo de los nórdicos.
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Apocalypse Now Redux: Surferos al ataque Gabriel Ramírez Lozano
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n 1979, Francis Ford Coppola entregó el espectáculo más abrumador, espeluznante y, si se quiere, extravagante, jamás filmado. Todo su trabajo, todo su talento y su prestigio se puso en juego durante un rodaje en Filipinas lleno de baches, falta de presupuesto y problemas diversos por doquier. Francis Ford Coppola y John Milius escribieron el guión adaptando (muy libremente) El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Otra época, otra trama, pero manteniendo buena parte de la esencia del relato: el regreso del hombre a su estado más primitivo puesto que todos somos lo mismo desde que el ser humano lo es, aunque disfracemos nuestra existencia de una forma u otra. Coppola traslada la historia de Conrad a la guerra de Vietnam, una guerra terrible en la que todo lo que sucede se confunde y termina siendo una misma cosa. Del mismo modo que ocurre en El corazón de las tinieblas, el entorno es un personaje más, con su propia vida, con su coherencia, con su propio latido. El guión es espléndido. Alterna momentos de acción con otros de cierta tranquilidad, pero sin perder la tensión en ningún instante. Porque el personaje del coronel Kurtz (Marlon Brando) se va desarrollando sin aparecer hasta el final. Porque la evolución del resto
de personajes va desarrollándose a la par. No se puede entender al coronel sin entender y atender a todos los que van apareciendo en pantalla. A todo lo que se enseña. Desde el principio, Coppola hace una declaración de intenciones. El capitán Willard está siempre en el mismo lugar. Bien porque lo desea, bien porque lo sueña, bien porque, efectivamente, se encuentra allí. Replegado sobre sí mismo, ardiendo en su propio infierno. En él. Un hombre que se asoma al abismo de lo que es -Willard lo ha hecho- jamás regresa. Un abismo en el que todos tenemos parte o la totalidad. Lo sepamos o no. Una fotografía impecable, una banda sonora convertida en símbolo y un despliegue de medios descomunal y bien gestionado son las señas de identidad de la película. La partitura de Carmine Coppola es inquietante, profunda; se salpica con temas de The Doors, Flash Cadillac, Richard Wagner y de The Rolling Stones, entre otros. La fotografía de Vittorio Storaro logra una conjunción perfecta entre luces, sombras y nieblas, que resaltan los estados de ánimo de los personajes a la perfección. En Apocalypse Now Redux encontramos escenas inolvidables que ya están colocadas entre las más importantes de la historia del cine. También otras que no parecen ser entendidas del todo y son criticadas por romper el ritmo del conjunto sin aportar nada. Un
Incluso en películas como Apocalypse Now Redux el deporte tiene un hueco. En este caso, asistimos a una batalla que se justifica para que algunos de los soldados norteamericanos puedan subirse a su tabla y surfear. Explosiones, disparos, muerte y tablas de surf. El horror, el verdadero horror. ejemplo de las primeras es el ataque del regimiento de caballería. Helicópteros, música de Wagner y, sobre todo, el coronel Kilgore al frente de sus hombres. Robert Duvall interpreta el papel aportando una credibilidad impresionante. Y su personaje es el que aclara a Willard (encarnado por un Martin Sheen extraordinario) y al espectador algo fundamental: Si Kilgore está al frente de un regimiento nadie puede acusar a otro de estar loco o de ser un asesino
(cosa que ocurre con Kurtz). Kilgore es capaz de arrasar una aldea para que sus hombres puedan practicar surf, no permite que un combatiente sea dejado a su suerte salvo que su propio interés aparezca y todo se reduzca a sí mismo. Es un ser cruel y terrible. Todos en Vietnam son así. El ejemplo de zona expositiva no entendida y criticada con dureza lo encontramos en la que va desde la llegada a la plantación francesa hasta que Willard y sus
Miércoles 31 de diciembre de 2014
hombres la dejan atrás. Son muchos los que han dicho que es prescindible y que funciona como una explicación política de la trama. Nada más lejos de la realidad. Tras el ataque que sufre la lancha (la muerte de un compañero; las cartas que habían recibido todos excepto Willard que tiene, a cambio, un informe secreto de sus mandos; la cinta de la madre que escuchamos por encima del resto de sonidos, la pérdida del cachorro de Lance), los soldados descubren un reducto de lo que fue y ya casi no tiene relevancia, poemas recitados por niños, una mesa ordenada y limpia, el discurso vacío del que quiere repetir la historia y está condenado a ello con los matices imponderables. Descubren una buena parte de la realidad olvidada entre tanta locura, pero que sirve a Willard para ver otra parte de su universo (la iluminación es perfecta cuando nos lo enseñan deslumbrado, atónito), otra parte de la verdad. Todo se repite, todo es lo mismo. Una mujer viuda interpretada por Aurore Clément (misteriosa y envuelta por un aura brillante entre lo sucio) representa esa zona del ser humano sensible, conocedor de lo que es, de lo que fue y de lo que será. Es la normalidad narrada. Preparar la pipa (seguramente de opio) a Williard, como siempre hizo con su marido difunto, es el colofón. Y se presenta como casi irreal, tras la mosquitera, como un fantasma del recuerdo. Destaca, también Christian Marquand interpretando a Hubert de Marais. Desde aquí, queda claro que el enemigo no es el ejército de enfrente. Es la propia esencia del ser humano y el entorno, la naturaleza. La selva se muestra silenciosa, amenazante. Los ataques llegan desde ella aunque no vemos al enemigo que esperamos. Se va cerrando sobre el barco, sobre sí misma. A partir de aquí, todo alcanza profundidad, desesperanza. Un sentido que se forma desde la falta de él. Por tanto, de escenas flojas o innecesarias no podemos hablar. Un espectáculo impresionante salpicado de momentos que deben contemplarse. El paso por el puente Do-Lung; el campamento en el que se encuentran las chicas Playboy, la ya mencionada carga de los helicópteros, el poblado de Kurtz. Todo en Apocalypse Now tiene importancia, todo es fantástico y hace mella en el espectador.