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Martes 5 de mayo de 2015
deportivo
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Cultura deportiva
Sin ser la mejor de las películas que abordan el mundo del boxeo, Rocky es la más famosa de todos los tiempos. Arrebató, en su momento e inexplicablemente, el Óscar a la mejor película a la excelente y mítica Taxi Driver. Las secuelas que la siguieron (desde la segunda parte hasta la sexta y última entrega) fueron mucho más desiguales y van del aprobado al desastre cinematográfico absoluto. Y, paradójicamente, boxeo lo que se dice boxeo, poco se puede encontrar en toda la serie. Gabriel Ramírez Lozano
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icen que Sylvester Stallone escribió el guión de Rocky en tres días. Es posible. Incluso parece demasiado tiempo. Porque el libreto de esta película, y no les quiero contar el de las cinco siguientes que componen la serie, es bastante flojito. Los estereotipos son un ejemplo de la ramplonería a la hora de crear y desarrollar, por ejemplo, un personaje. Además, Stallone hace cosas con la trama que resultan inexplicables. ¿Recuerdan el aspecto de Adrian (la novia de Rocky)? ¿Recuerdan cómo es la muchacha? De ser una chica retraída, escurridiza y temerosa del mundo entero; de parecer el retrato robot de Betty la fea; pasa a ser, como por arte de magia, otra cosa. Eso en la primera película. Si echamos un vistazo al desarrollo en el resto de la serie, dan ganas de darle el premio Nobel de física. La historia que cuenta Stallone es muy sencilla y, a veces, muy poco creíble. Las interpretaciones son irregulares. Burgess Meredith (Mickey Goldmill, entrenador de Rocky) es lo mejor de la película en este aspecto; Talia Shire (Adrian) no está mal; Burt Young (Paulie, hermano de Adrian) no está mal; Carl Weathers (Apollo Creed, el rival de Rocky) da el pego vestido de boxeador y repartiendo castañazos; Sylvester Stallone está, como en el resto de sus películas, desastroso. Las carencias de este actor son enormes. Aunque, para ser justos, hay que decir que el papel de boxeador medio sonado, tontorrón y de escasa inteligencia, le va que ni pintado. Lo de la banda sonora es otra cosa. Bill Conti consiguió una de las partituras más conocidas y emocionantes de la historia del cine. No se le pueden restar méritos. Técnicamente la película es correcta aunque se nota la falta de presupuesto en muchas de las escenas. Por ejemplo, en el tramo final, cuando se desarrolla el combate entre Rocky y Creed, el número de extras que simulaban llenar las gradas era sensiblemente inferior al necesario. Pero el director, John G. Avildsen (que repetiría en Rocky V puesto que el propio Stallone dirigió el resto) se apaña bien con lo que tiene y mueve la cámara y sus recursos con ímpetu y acierto. Y, ahora, después de decir todo esto, les voy a confesar una cosa que creo que le sucede a un buen número de aficionados al cine: me gusta Rocky, me emociona Rocky,
Rocky Balboa: El sueño americano a puñetazos
me parece una película entrañable y me la he tragado quince o veinte veces. ¿Cómo puede pasar algo así sabiendo que, una vez analizado, el producto tiene carencias por los cuatro costados? Porque Stallone es astuto al plantear al cuestión. La inocencia contra la soberbia, el dinero contra la pobreza, la belleza vencida por la fealdad, el coraje contra el adocenamiento. Stallone nos coloca frente a esa posibilidad que debería tener todo el mundo, ante la versión humilde de un campeón (que ni sospecha que lo es) que solo quiere ser feliz y dejar de vivir entre ratas. Y nos enseña que no es necesario estar en un sitio maravilloso para poder hacer cosas maravillosas. Lo mismo da sacudir un saco que una res colgada de un gancho. Por supuesto, va elevando la tensión hasta un final en el que te dan ganas de subir al ring y ayudar a
Rocky en su empresa imposible. Es astuto, incluso, al finalizar la película. Ganador a los puntos el campeón del mundo. Ya se verán las caras en la segunda entrega, en esa película en la que todos necesitamos una revancha. Rocky II es esa revancha. Se repiten los clichés y el esquema de la primera entrega. La paliza que se meten en el ring los boxeadores protagonistas es imposible. El aficionado al boxeo nunca verá algo parecido salvo que este frente a la pantalla viendo como Rocky y Creed no paran de sacudirse. Y como la taquilla es la que manda, Stallone debió pensar que una tercera parte sería una fuente de ingresos estupenda. Así fue. En Rocky III, el boxeador está cegado por la fama y descuida su preparación. Ha defendido su título varias veces sin saber que su manager le ha protegido
y los rivales eran bastante flojos. Clubber Lang (Mr. T) es un boxeador brutal que quiere arrancar la cabeza a Rocky. Y casi lo consigue. Pero no pasa nada. Creed, antiguo rival de Rocky, le prepara y termina tumbando a Lang. El desmadre narrativo de Rocky IV es inolvidable. Rocky pelea con un boxeador ruso y en Rusia. Antes, Apollo Creed se ha quedado frito en el ring porque el ruso le arrea una paliza monumental. Rocky quiere vengar a su amigo, pero, de paso, conquista Moscú con su boxeo y confiesa haber peleado, uno contra uno, para que no se peleen millones contra millones. Bandera americana al viento, rusos malos malísimos, etc. Lo mejor de la película es escuchar a James Brown interpretando Living in América. Rocky V es un tostón. Le falta ritmo, el guión es flojísimo, las sub-
tramas patéticas. Rocky se ha retirado, pero termina haciendo de manager de Tommy Gunn (interpretado por Tommy Morrison, boxeador que murió tras desarrollar una carrera mediocre). Rocky descuida la familia y bla, bla, bla. Pero todo acaba bien. Previsible y horrorosa. Rocky Balboa es la última de la serie. Repite esquemas Stallone. Más de lo mismo sin alcanzar lo conseguido en la primera película de la serie. Poco boxeo y mucho numerito improbable sobre el cuadrilátero. Evolución ridícula de los personajes. Guiones sencillos en exceso y ventajistas al máximo. Poco de cine, pero emoción, recuerdos de niñez (mi generación creció con todo este lío) y unas horas frente a la pantalla que no hacen daño a nadie.
Martes 12 de mayo de 2015
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Cultura deportiva
El béisbol es un deporte que nunca ha terminado de cuajar en España. Ni en Europa o África. Esto es cosa de los centro y norteamericanos y de algunos países asiáticos. Por no saber, muchos no sabemos ni qué número de jugadores intervienen en un partido o cómo está dividido el encuentro Gabriel Ramírez Lozano
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os equipos. Nueve jugadores en cada uno de ellos. Nueve innings o entradas en las que se tienen que lograr el mayor número de carreras posibles. Un bate, el infield, el catcher… Un jugador lanza la bola y, si el bateador logra golpearla, en el campo comienzan a correr de acá para allá. El objetivo es que el bateador logre llegar al mismo lugar del que salió o que uno de los contrarios se lo impida. Más o menos es esto. Creo. En cualquier caso, si usted quiere saber algo más de este deporte y, además, desea realizar una actividad cultural al mismo tiempo, la mejor opción es ver alguna de estas las películas. Sucede todas las primaveras (It Happens Every Spring, 1949). Divertidísima comedia ligera firmada por Lloyd Bacon que, sin pretensiones que vayan más allá del entretenimiento del espectador, cuenta la historia de un profesor universitario que descubre un compuesto capaz de repeler la madera. A mediados de los años 50, no existían los bates de aluminio. Eran todos de madera y, claro, este compuesto logra que la bola haga unos movimientos extrañísimos y que el bateador no sea capaz de golpearla. El resultado es que Vernon, el protagonista encarnado por Ray Milland, se convierte en la estrella absoluta de la liga estadounidense. Pero el compuesto, del que no existe una fórmula y no se puede volver a fabricar, se va acabando. Tanto Ray Milland, como Jean Peters (Debby, novia de este) o Paul Douglas (compañero de equipo del protagonista) están muy bien en sus papeles. La película desarrolla un ritmo narrativo homogéneo y ágil. La trama es muy amable, los diálogos entretenidos y el conjunto hace que el espectador pase un buen rato. Algunos momentos resultan muy, muy, divertidos. Por ejemplo, cuando al compañero de Vermon le entablillan un dedo para seguir jugando y se ve incapaz de recibir la pelota o como atiende algunas llamadas telefónicas de su esposa este mismo personaje. La historia de Jackie Robinson (The Jackie Robinson Story, 1950). El béisbol fue considerado un deporte para blancos, y solo para ellos, hasta finales de los años 40. Jackie Robinson fue el primer jugador de color que pudo acceder a las grandes ligas norteamericanas. Fichó por los Dodgers de Brooklyn y tuvo que soportar una enorme presión por parte de todos aquellos que pensaban que los
Un bate, una bola y tres películas
De izquierda a derecha los jugadores de los Brooklyn Dodgers John Jorgensen, Pee Wee Reese, Ed Stanky y Jackie Robinson. / EDD
Ray Milland en Sucede todas las primaveras. / EDD
negros y los blancos no pintaban nada juntos. Terminó siendo un tipo muy popular al conseguir enormes éxitos deportivos y por mantener una lucha activa y contundente contra el racismo. La historia de Jackie Robinson la interpreta Jackie Robinson. Un excelente deportista. Tanto como mal
actor. Soso, inexpresivo, inseguro. Un marmolillo, vaya. Entonces ¿por qué el director, Alfred E. Green, optó por él para interpretar el papel protagonista? Pues porque, en realidad, la película en una especie de alegato contra el racismo y a favor de la igualdad de oportunidades y porque la fama de Robinson significaba una gran taquilla. La película; además de contar algunas cosas sobre la niñez del protagonista, algo sobre su paso por las aulas, o la relación con su esposa; trata de demostrar que en Estados Unidos al final ganan los buenos y que el pueblo americano es lo mejor de lo mejor. Que lo de la segregación, la esclavitud y esas cosas, son puros accidentes sin importancia. Lógicamente, no cuela. Porque los que no somos de allí nos preguntamos cómo pudo pasar una barbaridad de ese tamaño (los problemas continúan estando en el mismo lugar). Aunque el realizador intenta escapar del género documental, no lo logra. El protagonista es el propio Robinson, se mezclan una enorme cantidad de imágenes reales con las filmadas para la película… Todo huele a documental y a panfleto político. Río arriba (Up the river, 1930). Si a usted le gusta el cine, entonces, le tiene que gustar el trabajo de John
Ford. Esta es una de sus primeras películas sonoras. Por ello, técnicamente, es muy arcaica. Pero deja ver buena parte de lo que Ford era capaz de hacer. Su capacidad de observación o su actitud casi obsesiva por aquellas cosas pequeñas que otros ignoraron siempre, hacen de cada una de sus películas una joya. Incluso esta, que podríamos considerar como menor en la carrera de Ford, resulta deliciosa. Spencer Tracy y Humphrey Bogart se estrenaban. O casi porque en el caso de Bogart esta era su segunda aparición en las pantallas. Eran novatos y eran capaces de llenar la pantalla con su carisma y su extraordinario trabajo interpretativo. A Tracy le habían invitado a que se tomara un tinto de verano, poco antes, en un par de estudios. A partir de esta película le contrataron y él se hizo famoso. Les acompaña, entre otros, Warren Hymer, un actor que encarna al tonto de la película (Ford sentía grana tracción por este tipo de personaje). Hymer era un tipo muy problemático dada su afición a beber sin parar, a caerse redondo en el plató de rodaje o a orinar en los despachos de los directivos después de beberse una botella. Pero está magnífico en su papel. Su personaje y el de Tracy discuten sobre quien es el mejor ju-
gador de béisbol de la cárcel. Sí, la cosa va de cárceles, de fugas, de gángsters, de amor y de una inocencia que solo se puede encontrar en una comedia como esta. Ford se atrevió, incluso, a incluir una versión muy carcelaria del tema Sant Louis Blues. Cine de verdad.
Martes 19 de mayo de 2015
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Cultura deportiva
Ídolo. (Del lat. idōlum, y este del gr. εἴδωλον). 1. m. Imagen de una deidad objeto de culto. 2. m. Persona o cosa amada o admirada con exaltación. Los aficionados al fútbol nos quedamos con la segunda acepción si en el terreno de juego podemos ver a nuestro jugador favorito. Aunque imágenes y deidades a las que poder pedir milagros no faltan Gabriel Ramírez Lozano
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iego Armando Maradona es venerado, idolatrado y amado, en Argentina. Es posible que muchos aficionados de todo el mundo crean que el Diego ha sido el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, pero la inmensa mayoría de los argentinos, además, lo consideran una especie de dios. Curiosamente, Maradona es, al mismo tiempo que una de las estrellas indiscutibles del fútbol mundial, uno de los jugadores con la zona oscura de su vida más desarrollada. Escándalos, excesos y despropósitos no son ajenos a este jugador. Aunque eso da igual para muchos. Dios puede hacer lo que le dé la gana porque para eso es el que mejor ha sabido tratar un balón. Por si era poco, el mismo Maradona, cuando hacía trampas y parecía más un diablo que otra cosa, se sacaba de la mano a la deidad (a esa en la que creen millones de personas) y decía que era cosa suya. ¿Recuerdan la mano de Dios? Éric Cantona es otro futbolista que levantó pasiones entre los aficionados. Arrogante, engreído, distante. No dudó en saltar a las gradas para liarse a guantazos con un aficionado que le reprochaba algo. ¿Buen futbolista? Sí. ¿Sobrevalorado? Mucho. ¿Ídolo? Claro que sí. Pero, si echamos un vistazo a su historial, sorprende lo que encontramos. Por ejemplo, la selección francesa de fútbol que llegó a ser el mejor equipo del mundo (Platini, Genghini Tigana…), con Cantona no se clasificó para los mundiales de Italia (1990) y Estados Unidos (1994). Faltó en el campeonato de Europa de Alemania (1988) y en Suecia (1992) estuvo un rato puesto que fue eliminada en primera ronda. Cuando dejó de ser convocado durante la fase de clasificación para la Eurocopa de 1996, la selección francesa mejoró y llegó a clasificarse. Fue tercera en el campeonato. Y un par de años después, voilà, campeones del mundo. ¿Le quisieron mucho en el Manchester United? Sí. ¿Era tan grande como algunos dicen? Piensen, piensen. No podían faltar en el cine películas que atacasen este tema con buen nivel. Encontramos dos ejemplos estupendos en el cine argentino y en el británico. El camino de San Diego (2006). Maradona es un dios que vive en un lugar distante y distinto al de muchos de los que le adoran. El realizador Carlos Sorín elige la provincia argentina de Misiones para arran-
Ponga un ídolo en su vida, por favor
Imágenes del cartel de la película El Camino de San Diego, Buscando a Eric y una fotografía del director Ken Loach y el exjugador Eric Cantona.
car con la historia de Tati Benítez, un seguidor del astro argentino que no deja de pensar en él cada día y al hacer cada cosa. Y Sorín lo hace con fuerza, con una dosis de humor negruzco que resulta delicioso, utilizando el formato de falso documental para ir colocando cada pieza en su sitio. Los actores no son profesionales (cosa muy habitual en el cine del realizador; “Tati” Benitez es Ignacio Benítez, un trabajador de un vivero de El Dorado (Misiones); Paola, la mujer de “Tati” es Paola la mujer de Ignacio…) y esto, que en el arranque resulta delicioso, se vuelve algo en contra cuando la película se convierte en una road movie que nos muestra el viaje de Tati (cargado con una raíz de árbol que tiene algún parecido con Maradona) hasta el lugar en el
que se encuentra el astro argentino tras sufrir una crisis cardiaca que pudo en alerta a todo el país. La película resulta muy entretenida y se deja ver. Pero el problema es que Sorín dibuja el mundo que quisiera y no el que es. Contar la historia de los perdedores en un entorno amable no deja de rechinar en algún momento. Hubiera sido mejor mover a los personajes en ese mundo que nos hace removernos en la butaca al comenzar la película. Buscando a Eric (Looking for Eric, 2009). Ken Loach, gran especialista en dibujar de forma realista la sociedad británica, rebaja un poco el tono y nos arrastra a vivir una historia muy divertida y entrañable. Steve Evets encarna al personaje principal; un cartero de Manchester que vive con sus dos
hijastros, que cometió un error treinta años atrás al abandonar a su mujer y a su hija recién nacida y que se ve envuelto en un problema con mafiosos de tres al cuarto. Durante la primera hora, Loach construye la película para dibujar los perfiles de los personajes aunque, también, para dejar que Éric Cantona aparezca como si fuera el dios del fútbol, el mejor jugador de la historia o algo así. Los diálogos se llenan de frases hechas que se vacían por los cuatro costados. Cuando el jugador deja de estar en pantalla, asistimos al verdadero cine de Loach. Amor, acción, bajos fondos, la mugre de una sociedad
que se vende al resto del mundo como la exquisitez total. En cualquier caso, la película resulta muy agradable. Para un aficionado al fútbol puede ser lo más de lo más. Y para los que no lo sean puede resultar un rato divertidísimo. Eso sí, las escenas reales que se utilizan no son representativas de lo que Cantona representó para el fútbol mundial. Tal vez, así le vean en Manchester; tal vez, sea el ídolo de algunos; pero eso solo les pasa a los que no pueden comparar el juego del francés con el de Alfredo Di Stéfano o con el del propio Diego Armando Maradona.
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El Correo de Andalucía Domingo, 31 de mayo de 2015
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Aladar deportivo najes, ni pensaba que el mundo era otro. Pensé sobre ello durante días. ¿Por qué me conmocionó? Como de costumbre hice lo que todo occidental hace en estos casos. Intenté encontrar la solución en la película. Eché un vistazo a la novela buscando lo que se me había escapado. Pero nada. Hasta que no busqué donde tocaba –en mí mismo- no hubo solución. La conmoción venía de elegir desde mi moral. Y un espectador o un buen lector nunca debe hacer eso. Son los personajes los que eligen . Como mucho, estaremos de acuerdo o no con lo que hacen. No entren en ese juego.
El lector. Una novela excelente
David Kross y Kate Winslet en una escena de la película ‘El Lector’ (’The Reader’) de Stephen Daldry. / El Correo Gabriel Ramírez Lozano
El lector. Una película excelente ¿Hasta dónde estaría usted dispuesto a llevar su comprensión o su perdón? ¿Puede algo o alguien hacer que entendamos una barbaridad? ¿Un asesino lo es menos si de niño le maltrataron? ¿Podemos llegar a entender una matanza provocada por alguien si nos explican la situación crítica en la que se encontraba el individuo que la produjo? ¿Manejamos una doble moral repugnante en la sociedad actual? ¿Son las leyes mecanismo seguro para que esa doble moral no pueda estar presente en los momentos importantes? Bonitas preguntas, ¿verdad? La película El Lector está basada en la novela de Bernhard Schlink titulada del mismo modo. En ambas se plantea el problema de esa doble moral, de la angustia de la soledad, de la incomunicación. La adaptación de la novela está muy bien lograda. Rebaja lo justo para seguir contando lo que debe. Ya iba siendo hora que alguien no destrozara una novela de calidad para hacer una mala película. Una mujer conoce a un muchacho con el que mantiene un idilio (muy bien contando, con elegancia, ni zafio ni cursi). Él lee a la mujer durante sus visitas. Ella no sabe leer aunque ese es un secreto que sólo ella conoce. Cuando la mujer se ve
Remedios contra el calor que viene CINE Y LITERATURA
Se acerca el final de la liga de fútbol y algo tendremos que hacer. Un buen plan es esperar a que el calor que viene nos deje tranquilos las últimas horas del día, viendo cine. Y como ya tenemos un empacho fatal de fútbol, baloncesto y política, lo mejor es dedicar nuestro tiempo libre a ver excelentes películas o a leer cosas que merezcan la pena obligada a un cambio de puesto en su empresa y debe reconocer su analfabetismo, escapa dejando al muchacho y sin reconocer su problema. Se alista en las SS alemanas y termina siendo una de las guardianas implicadas en la muerte de un buen número de mujeres de raza judía. Unos años más tarde, cuando el muchacho estudia derecho, es juzgada. El chico (así le llama ella) entiende el problema y no sabe qué ha-
cer. Podría informar al tribunal puesto que la única prueba que manejan es el testimonio de dos supervivientes y un informe escrito a mano que ella no pudo realizar y de la que está acusada. Se trata de aplicar la ley (si no pudo escribir ese informe la pena será mucho menor) o dejar que alguien pague su culpa ocultando un dato vital ¿Qué hacer se pregunta el muchacho? ¿Qué hacer se pregunta el espectador? Ralph Fiennes interpreta al personaje en su edad adulta. Un hombre solitario y distante porque dejó que su verdadero amor se pudriera en la cárcel. Kate Winslet (extraordinaria por su credibilidad, por su interpretación casi perfecta) es la protagonista que, desde una ignorancia abrumadora, intenta justificar lo que ocurre en el campo de trabajo porque hacía un trabajo como otro cualquiera. Solos, ajenos al mundo, durante toda la película nos enseñan cómo la literatura se puede convertir en el mejor de los anclajes entre las personas. La fabulación, la creación de mundos imaginarios en los que poder sobrevivir, es fundamental en esta película.
Y, mientras, el espectador se ve obligado a plantearse esas preguntas con las que iniciaba este comentario. Pero no en un mundo ficticio. En el real, en el de todos los días. En ese. Cuando alguien sale del cine diciendo que le ha encantado la película, algo importante ha pasado. Es una expresión que reservamos para las ocasiones en las que algo nos emociona o nos conmociona. Algo provoca un cambio en nosotros. Lo mismo pasa con las novelas o los poemarios. Creemos que el mundo es otro, creemos ser mejores, más humanos. Casi siempre, creemos parecernos a ese personaje que tanto nos ha gustado. A mí esta película me encantó. De verdad que sí. Sin embargo, me inquietó durante algún tiempo sentir algo así. No me gustaba parecerme a los perso-
Bajo el aspecto de una novela breve, sencilla en sus recursos, Bernhard Schlink ha construido una de las reflexiones más profundas y más complejas que la literatura ha podido hacer sobre el papel del pueblo alemán en la guerra. Su protagonista es un muchacho convertido en lector para una mujer madura, en una relación que se mantendrá –imprevisiblemente- toda una vida. El lector es una historia de amor que simboliza la confianza en el ser humano, en sus valores positivos y su afán de superación. Es una revisión y un exorcismo de los demonios del pasado, una voluntad de pasar la página de la historia sin borrar las enseñanzas de las páginas anteriores. El relevo natural de las generaciones planteó un dilema moral sobre la participación de la gente común en los crímenes de la guerra nunca resuelto, que Schlink investiga gracias a una ficción sorprendentemente real, con un resquicio abierto a la inocencia en medio del horror. El lector habla de la reconciliación y el entendimiento, de la misión de los herederos de un mundo en ruinas, de la necesidad de perdón; es una novela hermosa, que nos atrapa en una primera persona sincera y reflexiva, escrita sin alardes ni artificios Novela de iniciación –de manera diferente- para el narrador, para su protagonista Hanna Schmitz, para el escritor y para los lectores. Nacido en Bielefeld en 1944, Bernhard Schlink ejerce como juez, y ésta novela tiene mucho que ver con el ideal filosófico de la justicia. ~