Miércoles 31 de diciembre de 2014
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Cultura deportiva
Escena de la película ‘Carros de Fuego’.
Coge tu vida y corre Gabriel Ramírez Lozano
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l hombre que corre practica un deporte en el que nada ni nadie puede ayudar, en el que no se depende de máquina alguna. Resistir o ser veloz; ser capaz de sobrepasar obstáculos hasta llegar en el menor tiempo posible al final de la carrera. Quizá, por ello, es el deporte rey en los juegos olímpicos. El hombre en su medio natural y frente a sí mismo. Son muchas las páginas dedicadas a este deporte, muchas las horas de rodaje en el que el atletismo (concretamente las carreras de velocidad, resistencia u obstáculos) ha sido protagonista. Aunque algunas de estas obras resultan más relevantes que otras. Si centramos la atención en la literatura, nos encontramos, por ejemplo, con un excelente relato de Alan Sillitone titulado La soledad del corredor de fondo (The lonelines of the long distance runner). Nos cuentan cómo un muchacho recluido en un correccional tiene que entrenar para ganar una prueba entre centros. La fortaleza del texto no se encuentra en la trama (divertidísima, amena, gamberra y transgresora), lo importante es entender la gran metáfora construida por Sillitone en la que la vida se puede ver como una larga y dolorosa carrera de fondo en la que cada uno de nosotros debe elegir dónde está la línea de llegada, qué recorrido hay que cubrir o si se termina antes de tiempo. Pero, también, una carrera
en la que nos encontramos con grandes peligros y grandes retos que debemos superar. La voz narrativa corresponde al personaje principal y eso permite al lector experimentar sin filtros lo mismo que él: pensamiento durante la carrera, la distorsión del tiempo, el sentimiento de soledad, el individualismo, la guerra declarada desde antes de los tiempos entre unos y otros (aquí Sillitone se centra en la lucha de clases que resulta fundamental para interpretar esta carrera que se nos cuenta; es por ello por lo que este texto se convierte en una narración de plena actualidad que removería conciencias entre los lectores). En 1962, se rodó una espléndida película que dirigió Tony Richardson. Tan recomendable como el relato original. Otra película en la que el protagonista es corredor de fondo, en concreto de maratón, y en la que podemos observar esa idea de vida como carrera extenuante, es Marathon Man. En este caso nos enfrentamos a un thriller en el que el nazismo toma todo el protagonismo. Con un arranque espectacular, el realizador John Schlesinger nos arrastra al mundo del crimen, de la mentira, de la maldad más absoluta. La película logra momentos extraordinarios y la tensión narrativa se eleva hasta llegar a un climax total. Eso sí, quedan algunos cabos argumentales sueltos. Posiblemente, en la mesa de montaje se tuvieron que descartar secuencias que explicarían al-
El deporte es una enorme fuente de valores para el hombre. Si algo refuerza el sentido solidario, la amistad o la lealtad, es la práctica deportiva. El atletismo, en el que el ser humano no abandona su medio natural ni puede depender de nada que no sea él mismo, se presenta como las más grande de las manifestaciones deportivas
gunas cosas. Por otra parte, los amantes de la ópera disfrutarán de un aria de la ópera de Massenet Herodiade (Oors, O cité perverse) que matiza a la perfección la acción y de parte de la pieza de Franz Schubert Der Neugierige que tanto gustaba a los nazis. Los amantes del maratón encontrarán otra metáfora de lo más atractiva en este trabajo (no pierdan de vista las imágenes intercaladas del corredor Abebe Bikila en el que piensa el protagonista mientras corre entrenando o escapando de los villanos) y, desde luego, una entretenida película en la que Dustin Hoffman y Laurence Olivier están enormes. Es casi obligado mencionar la película del director británico Hugh Hudson Carros de fuego (Chariots of fire). Una serie de atletas británicos preparan su participación en los juegos olímpicos de 1924 que se disputaron en París y terminan obteniendo diversos triunfos. La película obtuvo cuatro premios Óscar en 1981. Lo que se narra no se ajusta a la realidad histórica y se cometen errores de bulto en el argumento. Y esto no es algo que perjudique a la película (suele ocurrir con frecuencia), pero la intención con la que se cometen esas faltas de rigor sí supone un problema. Carros de
fuego se convierte en un panfleto propagandístico en el que se ensalza lo británico cuando, por ejemplo, esas olimpiadas fueron bastante desastrosas para ellos; se arremete contra los franceses para quedar por encima de ellos. Cosas de este estilo. Eso sí, la puesta en escena es primorosa, el vestuario está cuidadísimo, la música de Vangelis resulta inolvidable y el atletismo es el gran protagonista. El atletismo y los valores que el deporte, en general, aportan al ser humano: afán de superación, amistad, solidaridad. Queda para la historia cinematográfica esa primera secuencia que el fotógrafo David Watkin convirtió en una obra de arte (los corredores entrenan a la orilla del mar y suena la música de Vangelis). Si son tan amables, acepten una sugerencia de el que escribe: cuando corran; bien por placer, bien entrenando para participar en alguna prueba; no olviden su reproductor de música portátil. Está demostrado que escuchar música (en concreto, clásica) hace que la actividad cerebral permita una capacidad de reflexión mucho mayor. Y esos momentos en los que el ser humano se encuentra en soledad son, cada vez, más escasos. Comenzar con la novena de Ludwig van Beethoven o con algo de Mozart es una buena elección.
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Domingo 4 de enero de 2015
Evasión o Victoria es una de las películas célebres en las que el fútbol tiene protagonismo. Actuó hasta Pelé. Daniel González Irala
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a profunda relación entre cultura y deporte –algo que a muchos les parece imposible- siempre estuvo presente en las obras firmadas por algunos de los grandes autores del siglo XX. A veces, este vínculo formó parte de la trama de las novelas o películas, bien con el fin de perfilar personajes, bien intentando dibujar escenarios; e incluso fue la excusa del artista con la que crear una gran obra. Por ejemplo, John Ronald Reuel Tolkien, tras lesionarse practicando tenis y durante un largo periodo de recuperación, decidió escribir El señor de los anillos. Nada más y nada menos. Un incidente de lo más afortunado para la humanidad. Practicar o ser aficionado a un deporte no está reñido con la cultura. Ni mucho menos. Otro autor que mostraba gran interés por el deporte, por el boxeo en concreto, fue Julio Cortázar. Alguna vez dijo que acudía a los combates con un libro debajo del brazo y que miraba aquello como si de una gran manifestación estética se tratase. Cortázar se vio influenciado, desde niño, por las grandes peleas de la época que eran consideradas casi batallas entre países. Algunos de sus relatos tuvieron como protagonista a un boxeador. Uno de ellos es Torito, relato dedicado a Justo Suárez e incluido en su libro Final del juego (1956), relato que merece la pena leer por su intensidad narrativa: “De pibe yo peleaba de zurda, no sabés lo que me gustaba fajar de zurda. Mi vieja se descompuso la primera vez que me vio pelearme con uno que tenía como treinta años. Se creía que me iba a matar, pobre vieja. Cuando el tipo se vino al suelo no lo podía
El deporte como excusa para construir una obra de arte ARTE
El deporte puede aparecer de distintas formas en las obras de arte. A veces, de un modo muy evidente o como tema principal. Muchas otras, como un vehículo más con el que poder mostrar aspectos de la trama desde una perspectiva que refuerza la intención de los autores. En cualquier caso, la potencia que genera la unión de cultura y deporte es apabullante
creer. Te voy a decir que yo tampoco, creéme que las primeras veces me parecía cosa de suerte”. El deporte puede aparecer para delimitar aspectos dramáticos ¿Recuerdan la extraordinaria película de John Huston El hombre que pudo reinar? Asistimos a un momento inolvidable en el que los habitantes de unos de los pueblos al que llegan los protagonistas juegan al polo (en realidad, algo parecido a lo que se practica en occidente), pero lo hacen golpeando, en lugar de una bola de madera, la cabeza de un prisionero ejecutado. Eso sí, envuelta en una bolsa de tela. Supongo que con el fin de alargar un poco el partido o para no poner todo perdido. Huston, incluyendo algo tan brutal como esto, lo que hace es dibujar el escenario en el que se encuentran sus personajes (excelentes Sean Connery y Michael Caine); un lugar extraño, hostil, y en el que todo es posible. Esta película, que nada tiene que ver con el deporte, se construye con perfección gracias a él; a la definición de un pueblo atendiendo a sus prácticas deportivas. ¿No es el deporte una maravillosa exposición de lo que somos y de nuestro carácter? Por cierto, la película de Huston es un canto a
los perdedores; eso sí, a los que pierden compitiendo y han descubierto que es eso lo que merece la pena. El polo sirve (esta vez jugado con una bola de madera) al escritor F. Scott Fitzgerald como herramienta útil con la que perfilar a uno de sus personajes y, así, ubi-
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carle en un estrato social muy concreto. El marido de Daisy, Tom Buchanan, es jugador de polo y eso, en occidente, significa dinero, una clase social alta y cierta exclusividad; el polo se percibe como un deporte elitista. Al menos es lo que se maneja en el ideario común (se practica en clubes privados y es necesario tener un caballo para practicarlo). El autor necesita colocar a la familia Buchanan en un lugar determinado sin que el lector pueda tener duda alguna. Hay diferentes clases de ricos (en El gran Gatsby tenemos a este rico de verdad, de los que tuvieron una fortuna antes de nacer, y al nuevo rico que representa el propio Gatsby). Otro detalle interesante de esta novela es que el personaje se llena de virilidad con su actividad deportiva, cosa que casa perfectamente con su carácter a lo largo de la trama. Fitzgerald era un genio y aquí lo demuestra, ya que incluso nos presenta un personaje femenino que practica tenis y que no deja clara su condición sexual en ningún caso, pues en el momento histórico en el que se desarrolla el relato, no se aceptaba con normalidad la actividad deportiva entre las mujeres salvo en contadas ocasiones y, siempre, recaía sobre ellas la sospecha de falta de feminidad y exceso de testosterona. Podríamos decir que el autor juega con el lenguaje para rebajar o aumentar una condición que no aborda directamente, pero que coloca al lector en un lugar en el que la lectura se convierte en algo inquietante. Otra película que aborda su tema central a través del deporte es la famosísima Evasión o victoria; trabajo dirigido, también, por John Huston, que utiliza el fútbol como vehículo para hablar de lo necesaria que es la unidad y los valores más sanos y arraigados, si se quiere alcanzar un objetivo. Elige el fútbol como deporte en el que los participantes deben asociarse para ganar. Huston enfrenta dos formas de entender el mundo: libertad frente a la brutalidad, la igualdad de los hombres frente al racismo y el crimen. Los espectadores, por ello, desean que ese partido lo ganen los prisioneros de guerra americanos, franceses, ingleses… que están recluidos en un campo de prisioneros alemán. Esa victoria significa la supervivencia de una ideología implantada en gran parte del mundo. Esta vez, el canto es dedicado a los que teniendo todo perdido encuentran una oportunidad en la competición para poder salir adelante. ¿Hay algo que aglutine más y mejor a un grupo de personas que un deporte? Seguramente no, pero sí existen cosas que tengan el mismo poder. Por ejemplo, la cultura. Aunque a algunos les parezca mentira.
Domingo 11 de enero de 2015
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Los que patalean al viento Gabriel Ramírez Lozano
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o faltan referencias literarias, cinematográficas, pictóricas o de cualquier manifestación artística, sea cual sea, a la bicicleta y al ciclista; bien sean en forma de épica, de ocio, de esfuerzo o de amor por el mundo. Poetas como Fernando Villalón (“el que patalea al viento, / como una bruja hechizada, / y sin pisar los caminos / por los aminos se lanza”); novelistas como José Mª Merino o Alejandro Gándara o el escultor Lillo Galiani, entre otros muchos, han tenido como fuente de inspiración la bicicleta y al ciclista. Dos películas y una novela pueden servir para introducirnos en el mundo del ciclismo en carretera y en su periferia (en próximas entregas hablaremos de distintas modalidades de este deporte). El Alpe d’Huez (Javier García Sánchez, 1994). En esta novela se narra una etapa del Tour de Francia. Tres capítulos, tres ascensos a terribles puertos de montaña en los Alpes. Croix de Fer, Galibier y Alpe d’Huez. Un médico-sicólogo que viaja en el automóvil del director deportivo del equipo al que pertenece el protagonista, Jabato, es el que va contando cómo el ciclista se lanza, en solitario, hacia la victoria de etapa. Jabato es un ciclista que escala puertos a la vieja usanza. Aunque esta no es una novela mayor, García Sánchez logra que suframos con el personaje de principio a fin. Además de la trama, el autor introduce zonas expositivas que hablan del ciclismo, de lo que supone, de lo que es un pelotón, de la historia de este deporte y de su anecdotario. A lo largo del relato,
aparecen nombres de ciclistas de todos los tiempos (Bahamontes, Coppi o Merckx, por poner un ejemplo). Y aparecen, aunque en esencia, los mitos de Sísifo e Ícaro. Técnicamente, el relato está muy bien resuelto puesto que la elección de la voz narrativa es acertada. Ese médico hace que todo sea verosímil para el lector. Eso sí, nos encontramos con algunas zonas en las que se habla a fondo del ciclismo y puede resultar algo ajeno para los lectores que sólo buscan una trama entretenida. En cualquier caso, es un libro muy recomendable si se quiere entender este deporte en su ámbito más profesional. Como anécdota, hay que decir que encontramos claras alusiones a Pedro Delgado y a Miguel Indurain. El primero (el año de la publicación de la novela) en pleno declive como corredor e Indurain convertido en grandísima promesa del deporte español. Los seguidores de este deporte disfrutarán de guiños, más o menos evidentes, en muchas páginas. Y momentos en los que duelen las piernas por el ascenso. El Amateur (Juan Bautista Stagnaro, 1999). “Sólo Dios sabe de lo que es capaz un hijo de puta”. Frases lapidarias como ésta, diálogos ágiles, imágenes crudas llenas de realismo y un buen ritmo narrativo, es lo que define esta película argentina que relata (esto es una excusa y sólo eso) cómo un tipo intenta batir un récord para aparecer en el libro Guinness. La cosa es pedalear sobre la bicicleta en una pista desastrosa durante 130 horas, parando cada 4 durante 20 minutos. La película habla de la bicicleta
Desde finales del siglo XIX, el ser humano ha sentido gran atracción por subirse en esas máquinas que terminaron llamándose bicicletas. Fueron bautizadas como “velocípedos” y no incluían cadena ni, lógicamente, el sistema actual de transmisión. La primera bici registrada apareció en 1885. Y, desde ese mismo momento, el mundo de la cultura se sintió lleno de curiosidad por máquinas y deportistas
como vehículo para alcanzar un sueño, pero también de ese récord que tenemos que batir todos en la vida. Vivir es una prueba tan dura como otra cualquiera en la que te cortan la luz, te cronometran el tiempo de agua caliente en la ducha y en la que se tienen que buscar soluciones sobre la marcha para poder seguir adelante. El Pájaro y Lopecito (Mauricio Dayub y Vando Villamil) son los personajes principales. Dos desocupados que tratan de encontrar la luz al final del túnel, sin medios, sin planificación, sin un lugar en el que caerse muertos. Pero el esfuerzo, el trabajo en equipo y la fe en uno mismo, serán las herramientas con las que trabajar para conseguir los objetivos. La última escena es extraordinaria (Ícaro también aparece en esta película) y la que nos enseña el paseo del Pájaro junto a la trapecista en bicicleta (un vertedero puede ser un lugar maravilloso hasta que te ponen los pies en el suelo), auténtica e inolvidable. Merece la pena echar un vistazo a la pantalla y comprobar cómo sin grandes presupuestos; con un guión atrevido y, por momentos, profundo; y sin
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grandes pretensiones, se puede hacer cine del bueno. El Relevo (Breaking Away; Peter Yates, 1979). Dennis Christopher, Dennis Quaid, Daniel Stern y Jackie Earle Haley, son los protagonistas de esta película. Jovencísimos, claro. La película habla de la pasión por el ciclismo, del valor de la amistad, del afán de superación, de los sueños cumplidos y por cumplir. Paul Dooley (hace el personaje de padre del protagonista) está fantástico en su papel. El guión es muy ágil y el conjunto resulta más que atractivo. Es verdad que los años pasan y las cosas envejecen. Pero en el caso de esta película la cosa no es grave. El ciclismo como pasión, como vía para alcanzar la amistad más pura o como, sencillamente, ayuda para poder ligar, nutre un trabajo que tuvo una excelente acogida en su momento. Las historias de adolescentes alocados tuvieron un contrapunto con Breaking Away, ya que el deporte pasaba a formar parte de la trama como algo fundamental. El ciclismo es uno de los deportes con más seguidores en el mundo; es un deporte en el que los límites de la persona siempre están cuestionados; es una forma exquisita de mostrar las uñas a la naturaleza. Y un gran pulmón para la cultura de todos los países. Toca saber sobre él a través de las novelas, las películas, los cuadros o las esculturas.
Obra del escultor Lillo Galiani homenaje al ciclismo.
Lunes 26 de enero de 2015
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Cine sobre el asfalto Gabriel Ramírez Lozano
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a aparición de Fernando Alonso en los circuitos provocó un considerable aumento del interés por el automovilismo en España. Pero la pasión por el motor no es nueva. Como dice uno de los personajes de la película Rush “los hombres aman a las mujeres, pero, por encima de todas las cosas, aman el automóvil”. También hay mujeres que sienten esa misma pasión; se lo garantizo. El cine siempre se ocupó de encajar los motores rugiendo en las películas importantes y de usarlos como excusa para maquillar la mediocridad. Algunas dedicaron todo el metraje a este deporte; infinidad de ellas tuvieron en el automóvil una herramienta fundamental con la que narrar. Rush (2013). El realizador Ron Howard logra un encaje perfecto entre pasión por el automovilismo y carga dramática. Rush trata de ser un biopic sobre James Hunt y Niki Lauda (interpretados por Chris Hemsworth y Daniel Brühl respectivamente) y, al mismo tiempo, se centra en uno de los campeonatos más emocionantes y disputados de la historia de la F1. Los personajes se trazan con detalle y asistimos a un choque de personalidades brutal, a una historia lleno de respeto, pero, al mismo tiempo, de odio. El guionista es hábil y va alternando las voces narrativas (de los pilotos) por lo que el contraste resulta más contundente.
La dirección de Howard es impetuosa y logra que las escenas centradas en la competición resulten emocionantes y espectaculares. Algo más pausado es el ritmo narrativo cuando la cámara mira a los personajes desenvolviéndose en su vida privada. Howard consigue que, tanto Hemsworth como Brühl, dejen lo mejor de ellos mismos en cada escena. La arrogancia, la frialdad, lo milimétrico del carácter de Lauda o la pasión por disfrutar de la vida y por jugársela en las carreras de Hunt, quedan dibujados con exactitud gracias a las interpretaciones de los actores. Por su parte, Anthony Dod Mantle realiza un trabajo fotográfico espléndido (el tramo final es extraordinario) y logra que los efectos sonoros y la partitura conviertan la película en un producto de gran calidad. Rush es un trabajo respetuoso con el carácter técnico de este deporte. Tiende a un realismo poco invasivo y a no meterse en charcos innecesariamente. Driven (2001). Esta película es todo lo contrario a Rush. El guión de Sylvester Stallone es un desastre y el resultado es un reclamo para los locos del motor. Como si alguien aficionado al automovilismo se sentará ante un bodrio como si nada por el hecho de ver coches veloces en la pantalla. El reclamo es un insulto al espectador. Ruido de motor, música estridente, una historia de amor completamente estúpida y una heroicidad increíble entre los persona-
Si algo ejerce fascinación es el rugido de un motor que anuncia la posibilidad de morir. Si algo ejerce fascinación es la posibilidad de dibujar mundos ajenos en los que tenemos un hueco y en los que nos introducimos buscando explicaciones. Si algo ejerce fascinación, entonces, es la suma de lo anterior que ofrece como resultado películas y automovilismo en un solo paquete
jes. Por si era poco, el director Renny Harlin convierte los coches en una especie de cohete que si choca puede llegar volando a cualquier lugar improbable; los pilotos se bajan de sus máquinas en medio de la carrera para ayudar a un compañero en apuros; la conducción que nos ofrecen es más propia de niños en una pista de karts que de pilotos profesionales. Y, claro, las carreras terminan pareciendo un capítulo de los autos locos. Stallone, Burt Reynolds y Kip Pardue defienden sus papeles con poco éxito. Haciendo gestos no se puede ir a ninguna parte. Bullitt (1968). Si nos centramos en las películas que tienen en nómina a los coches como si fuesen un personaje más, podemos pensar en varias; pero nunca faltaría en una lista Bullitt. Dirigida por Peter Yates, con partitura de Lalo Schifrin (magnífica) y la actuación de Steve McQueen (Jaqueline Biset le acompaña, pero solo eso). En Bullitt se encuentra la que es (mientras no se demuestre lo contrario) la mejor y más apasionante persecución en coche de la historia del cine. En las calles de San Francisco, subiendo y bajando cuestas, esquivando peligros, acelerando hasta límites insospechados. Un Ford Mustang G. T. 390 Fastback persigue a Dodge Charger R/T 440 Magnum. Ambos son del año 1968. Los diez minutos
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que ocupa esta persecución son fascinantes. Si, además, sumamos que Bullitt es una excelente película policiaca que escapa de todo cliché y que Steve McQueen hace un papel imponente, hablamos de un clásico imprescindible para amantes del motor y aficionados al cine. Dos en la carretera (Two for the road, 1967). El matrimonio visto desde la metáfora de un viaje por carretera. Crisis, pasión, infidelidad, complicidad, rutina… Todo lo que un matrimonio encierra subido en un coche y preparado para viajar. Gran parte de la acción sucede con el motor encendido y rodando por el asfalto. Stanley Donen presentó un producto muy amable jugando una baza segura: Audrey Hepburn. Albert Finney que está espléndido es el marido. La estética sesentera predomina aunque la película, en general, envejece bien. La pareja, al son de la partitura de Henry Mancini (exquisita e inolvidable) recorre el mundo, su vida entera. Y Donen monta la película rompiendo la linealidad de la trama, llevando a sus personajes de un lugar a otro y de un tiempo a otro (por supuesto los espectadores vamos detrás). De este modo, estamos obligados a componer un puzzle que termina siendo la historia de cualquier matrimonio. Maravillosa película.