Las Jitanjáforas, juegos poéticos infantiles por Seve Calleja
El mejicano Alfonso Reyes acuñó el término Jitanjáfora —palabra que aún no registra nuestro diccionario— para designar toda suerte de estrofitas y juegos de palabras carentes de significado. La propia evocación del vocablo inventado nos lleva a utilizarlo para referirnos a todos esos juegos verbales y retahílas que el niño utiliza tradicionalmente para acompañar sus juegos o, simplemente, como divertimento imaginativo. Las fórmulas o retahílas de sorteo, las más abundantes, son composiciones a menudo incongruentes que tienen un único fin: el reparto de sílabas o grupos fónicos de una manera reiterada y caprichosa entre los miembros de un grupo, con objeto de ir apartando uno a uno a cuantos lo componen. Por tanto, el significado de las palabras es secundario, cuando no nulo, y lo que importa es el juego fonético, la fragmentación en sílabas de un enunciado cualquiera que ha de repetirse una y otra vez y que termina memorizándose y extendiéndose. A menudo se escuchan recitados con significado narrativo, pero generalmente suele tratarse de fórmulas cargadas de palabras y sonidos incongruentes, exóticas al propio hablante, en las que las palabras de su vocabulario habitual, si existen, funcionarían como palabras-comodín, es decir, huecas de significado. Los dos ingredientes básicos de estas fórmulas son el metro y la rima, mediante los cuales quedan estructuradas. El hablante, para ello, amplía, simplifica o inventa las palabras, las transforma, no ya en sentido poético, es decir, al nivel de significado evocador o metafórico, sino de mero significante. Hay por lo tanto una recreación del lenguaje. Y esto ha llevado a más de un estudioso del folklore infantil a ver en estos juegos la primigenia poesía infantil. Ana Pelegrín afirma, en la presentación de una de sus antologías poéticas para niños, que la primera relación con la poesía se adquiere en la infancia a partir de la búsqueda de ritmos y de rimas caprichosas, de fórmulas puestas al servicio del juego o que constituyen por sí mismas un juego verbal. Más recientemente, Jacqueline Held en su libro Los niños y la literatura fantástica (Paidós, 1981) dedica un capítulo al estudio de la fantasía en relación con el lenguaje acudiendo a términos tan sugerentes como “palabras salvajes”, “selva de palabras” o “baño del lenguaje” para insistir, una vez más, en el goce sensual que el niño experimenta con la sonoridad y el ritmo, próximos al “nonsense”, de palabras carentes de otra intención o, como ella lo llama, “lenguaje desinteresado”. “Porque al niño —añade—, de por sí y con espontaneidad, le gusta crear palabras, tanto como crear seres a partir de las palabras, y aquí entramos de lleno en el problema de lo fantástico”. Que aquí queramos analizar algunas de las muestras del folklores infantil no es sino pretender llegar al carácter universal y atemporal de esa capacidad fantástica del niño —buscada tantas veces con esfuerzo por el adulto— y sedimentada en la tradición oral.
El metro y la rima Simplificado al máximo, puede decirse que la estructura fundamental de este tipo de recitados es la composición de versos bisílabos dispuesto en pareado. La sílaba métrica en las retahílas de sorteo deja de ajustarse a las preceptivas tradicionales para quedar delimitada por cada movimiento del dedo al que acompaña a medida que se va posando en cada miembro del grupo. De esta forma, cada grupo fónico —cada movimiento del dedo— puede llevar consigo una, dos, tres o más sílabas reales. Piénsese, por ejemplo, en los numerales un-o, seis-, die-ci-nue-ve,… tan íntimamente relacionados con este tipo de retahílas. Por otra parte, la rima queda establecida entre grupos fónicos alternos, pudiendo dejar algunos versos sueltos.
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