Postergaciones Tácitas

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Tekutli Tlaltikpak

CUENTOS Tekutli Tlaltikpak

Postergaciones Tรกcitas

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Autor

Tekutli Tlaltikpak

Dise帽o Editorial TallerARTEFACTO

Fotograf铆a

Arturo Valentino

No se autoriza ningun tipo de reproducci贸n, parcial o total de este ejemplar, hasta tener una autorizaci贸n por escrito de los autores.


Tekutli Tlaltikpak

CUENTOS

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Índice Primera parte Calzones en el circo Patines de la Barbie Atrapados en el Supermercado Un momento de tu encanto Western por la tarde Fotografías con ella y sin ella

Segunda parte Postergaciones Tácitas I Nuevas sensaciones II Sensaciones pasadas III Oteando Palestras IV Consignas pasadas de moda V Robot de ultima generación VI Coracones tulipanes VII Borrando consignas

Tercera parte Cero y levantaste la mirada Ella nadaba en el club Ella y su diadema roja Un solitario en la comutadora



Aerobicos en la alberca

Calzones en el circo

Vibra tu teléfono celular, preguntan si deseas una tarjeta de crédito, niegas adusta, cuelgas. Enciendes la computadora, lees tus correos electrónicos, cierras tu bandeja de entrada. Sales, respiras con el abdomen, miras de reojo hacia atrás. Tus células cerebrales ya no transmiten emociones desmedidas, el efecto de la droga sintética se ha disipado. Sintonizas con tu teléfono celular una estación de radio a través de la red mundial. Suena una melodía cálida y serena. Un trombón imita el movimiento de tus cardias. Una llamada entrante, te preguntan si deseas un seguro para tu automóvil. Ni siquiera tengo uno, contestas. ¿Entonces no le interesa? No. En los auriculares ahora cantan algo acerca de revoluciones perdidas, idealismo estéril, sueño ingenuo bien intencionado. La obra que terminas alude a nuestra proclividad hacia la imitación. Decides regresar a casa, dejas de sintonizar la estación de radio. Recuerdas por un momento las expectativas basadas en lugares comunes, la ilusión de regresar el tiempo, la vida vulgar de todas nuestras clases sociales.


Te bañas con la luz apagada, tu cuerpo no tiene excedente de grasa, tu piel es del color de la crema de chabacano. Cada día quemas un libro en un bote de metal buscando la experiencia estética. Vibra tu celular, es él preguntando si puede visitarte; desde luego, contestas. Toca a la puerta, abres. Pone enfrente de tus ojos un collar con una piedra ambarina. Regalo casi perfecto. Sonríe, te toma de la cintura. Piensas por un momento en campos de arándanos siendo devastados por el calentamiento global. ¿Qué hiciste hoy? Preguntas. Escribí y taché veinte paradigmas rancios, contesta él. Pensé en ballenas grises encalladas en bahías turísticas, en polos descongelándose, en ferias de pueblo, en la tonalidad chabacano de tu piel. Empieza el cosquilleo en la entrepierna. Intenciones tácitas. Fricción de genitales. Cúpulas afables. Resignación ante las crisis mundiales y locales. Par de muertes minúsculas. Él se define ante ti como destructor de consignas y amigo de paradojas publicitarias, luego te pide le cuentes un recuerdo de la infancia. Estaba con mi padre en el centro comercial, dices; le pedí que me comprara un helado de menta, me lo negó aduciendo que la máquina de nieves había sido fabricada por una organización imperialista. Encontré una de tus instalaciones, me hizo olvidar consignas, sentir cosquilleo en el cráneo, dice él antes de despedirse. Agradeces, lo dejas marchar. Te metes entre las sábanas de quinientos hilos, cierras los ojos, respiras con el abdomen. Eres bienvenida en un mundo de sueños. Suena el despertador que programaste en tu teléfono celular. Te aseas con parsimonia, combinas tu ropa con mesura. Caminas hasta el trabajo, un joven fotografía una de tus creaciones; tratas de no pensar en ello. Cumples cabal con los menesteres hasta la hora de salida.


Una voz masculina pregunta al teléfono cuándo puedes disfrutar de dos noches que has ganado en alguno de sus hoteles de cuatro estrellas, cuelgas sin decir una palabra. En la televisión hablan de tus instalaciones. Es un acto de vandalismo, un baldón a las instituciones, una falta de respeto a los transeúntes; dice la reportera con el micrófono en la mano. Contaminan, destruyen nuestro entorno, arguye. En el periódico alaban los signos, la técnica, el posible nacimiento de un ismo. Se pueden construir mundos con base en ellas, lees; benditas nuevas ideas, salvación para nuestras almas, redención junto al yeso y al block, sigues leyendo. En la calle un grupo de jóvenes se retrata junto a una de tus instalaciones. Él te dice que se las han llevado todas. Levantas los hombros. La verdad es que ya lo veía venir, lo importante fue el momento creativo, dices. Él encuentra perdida tu mirada por un momento, luego te pide le cuentes un recuerdo de la infancia. Sonríes. Estoy en el circo con mis hermanos, subimos a las gradas, miro hacia abajo a través de tablas y tubos, tres niños me están viendo los calzones, mis hermanos corren tras ellos hasta que se refugian con sus padres, regresan conmigo jurando revancha. Esperamos a que empiece la función.



Sensaciones Pasadas

Patines de la Barbie

Resulta ser que antier fui secuestrado por un par de punks sin oficio que me subieron en un chevy nova 69 color verde. Me aventaron en el asiento de atrás, me compraron dos caguamas y ellos también se compraron dos. Me dijeron que guardara silencio o me daban cran, yo pensé que habían dicho crack y empecé a hacer un desmadre. Yo sólo vi cómo el copiloto que era grande, gordo, de cabellos rojos, gorra azul, sudadera con parches, pantalón negro y roto, cinto piteado y mala cara, muy mala cara, me golpeó, jaló, y desmayó. Si me preguntas, te diré que fue terrible, pero no sé. Eso fue apenas lo más ligth, después de eso, ya no temía yo por mi vida, de hecho, ellos eran mis amigos y no me iban a hacer daño alguno, lo sé. Lo sé porque me obligaron a consumir grandes cantidades de una hierba extraña, de gran aroma y de humo muy espeso; formaba nubes increíbles con formas aún más increíbles. Casi casi era como el cielo de alguna pintura de Miguel Ángel.


Después de hacerme consumir tanta cosa extraña, me dio una sed terrible, así que procedí a tomar de esas botellas color entre café y ámbar. Bebí y bebí hasta no poder más, la sed era extrema y ahora empezaba algo peor: la jambre con J de Jodidos. Anuncié que tenía hambre y los dos tipos malencarados me miraron con fijeza. De primera instancia parecían gays; cosa que me dio un poco de miedo, ya sabes, por ese chiste mamón de ¿A dónde me llevan? De donde te traemos. Enfrenté el peligro como los verdaderos hombres: de frente y con la cara muy en alto. Pude ver en el rostro de aquellos dos secuestradores, un poco de miedo, sí, claro, yo infundo mucho miedo, sobretodo porque soy hombre de pocas palabras, muy reservado. Soy como un Clint Eastwood mexicano. Así que mis ojos tomaron de sorpresa a esos victimarios que ahora se convertían en víctimas de mi mente enferma y enfurecida. Y así pasó todo. El miedo empezó a penetrar en ellos como sudor de albañil, como taco sudado, podía oler su sucio miedo, su asqueroso miedo. Pasaron varias horas, y para serte sincero, fueron unas horas muy tensas: entre el desvarío por aquellas cosas consumidas y el temor de ellos hacia mí, el Clint Eastwood mexicano. Las cosas finalmente salieron bien, bueno, se podría decir que bien. Después de aquellos momentos intensos en los cuales hasta respirar era difícil, nos tomó por sorpresa el sueño y uno a uno fuimos cayendo. Por un momento pensé en escapar, en salir por la puerta sin hacer ni un solo ruido y luego tomar el auto pues conozco la vieja técnica de cruzar los cables. Pude haberlo robado fácil, como un buen regalo, no sé, un premio por ser secuestrado. Pero no fue así, estaba yo amarrado de pies y manos, estaba imposibilitado también de la mente para cometer algún acto heroico, incluso, cualquier tipo de acto.


Pasó el tiempo y procuré no dormir, decidí permanecer en vela para cuidar de mis pobres secuestradores. Toda la noche fueron infomerciales tras infomerciales, algo terrible que, de hecho, me condujo a escribir una carta a dicha cadena de televisión, en donde les reclamé su uso excesivo de imágenes, y les pregunté: ¿Que acaso no piensan en nosotros, los secuestrados? Espero y hagan caso y los borren de una vez por todas pues, ese hombre con sus herramientas mágicas, esa mujer que quema calorías con solo sentarse, el tipo que deja de ser feo solo porque usa unas gafas nuevas, me dan asco. Hey! es TV, I know, pero, ¿por qué engañar a la gente que no duerme y a los secuestrados? ¿Por qué?¿Por qué? Por fortuna dieron las horas de la mañana, no sé con exactitud qué hora puesto que no uso reloj, pero ya era tarde. Las noticias empezaron a sonar, mis ojos apenas si podían apreciar al conductor, incluso llegué a confundirlo con un secuestrador más. Un secuestrador estrafalario que rápido pude analizar. No era muy alto, era regordete, igual al otro par de punks sin oficio. Tenía la cara pintada de blanco, usaba una peluca verde, un saco y una camisa rota. Sí, lo primero que vino a mi mente fue: este wey es payaso. Cosa que con el tiempo y escuchándolo un poco más hablar, me di cuenta de que era el señor de las noticias, el tal Brozo y su mañanero. Desperté del todo y les pedí una caguama, apenas si me miraron, me tenían amarrado y sin comer, sin beber, sin poder tomar un poco de aire fresco. Fue horrible mas nunca desistí, siempre mantuve esas ganas de vivir. Mi jovialidad, mi juventud en un cuartito de lámina, en una botella de cerveza, en una taza de chocolate caliente y humeante como la pipa de nuestras paces. Sobreviví. Pasaron varias horas antes de que un magnífico equipo de la AFI llegara y salvara mi vida, aunque primero me magullaron bastante, pues, al parecer, no sabían quién era el


secuestrado. Y eso que yo era el único que estaba amagado. Decían que faltaban pruebas y que quizá se cerrara el caso ahí mismo y que no nos iríamos tan tranquilos pues, tendríamos que enfrentar una demanda por consumo, almacenaje, distribución y venta de estoperoles sin autorización. Cosas de punks. El jefe a cargo de mi rescate, me mostró una foto en la que aparecía yo abrazando a mi dulce osito de nombre Harry como el de la película y con mi pijama de ositos que también llame Harry’s. Confirmé que era yo con un leve movimiento de cabeza pero con estilo, un poco avergonzado por mi estado y por los policías que no paraban de tomar fotos. No traía zapatos, uno de los secuestradores me los quitó para usarlos de cenicero y el otro de bacinica. El generoso policía me obsequió un par de patines, majestuosos, en línea, de un color rosa tornasol. Así que, salí en las noticias de las seis, muy mal peinado, porque ni siquiera me maquillaron ni mucho menos. Con las mismas garras del día anterior. Ay no, qué horror. Pero triunfante y con la frente muy en alto. Hasta arriba, porque ya no era el Mauro de siempre, ahora era el Mauro que había sobrevivido a un secuestro y había salido victorioso con un par de patines de la Barbie.


Atrapados en el supermercado

Escucho el automóvil en el que llegas. También el sonido de tus pasos uno detrás de otro. Tocas a la puerta, pienso en el tiempo que estarás conmigo. Dejas tu bolsa en la mesa a un lado del sillón. ¿Qué hacías? Preguntas. Te esperaba, contesto. ¿Puedes poner un disco? Claro, contesto. Suena esa música hecha con sintetizadores y esos nuevos sonidos galácticos y estremecedores que bien podrían ponernos a bailar en este momento. La chica que canta en el disco que puse dice con una voz futurista que los fines de semana ya no son lo que eran antes. Veo tus pulseras de plástico con colores vivos y veo también con emoción cómo te quitas la ropa. Te subes encima de mí con un salto ágil. Veo tu cara sonrosarse, luego el políptico en la pared, los colores me parecen mejor combinados que antes. Escuchamos esa síntesis de sonidos galácticos atravesando diferentes frecuencias. Navegamos en este vaivén de oscilaciones sexuales entre dos amigos que no son novios y se ven de vez en cuando para jugar a este vaivén de oscilaciones sexuales.


Luego pasillos sin gente. Ahora estamos desnudos en un supermercado. Vayamos a vestirnos, dices como si estuvieras acostumbrada a este tipo de situaciones oníricas. Escoges con parsimonia ropa deportiva en el departamento para damas. Yo escojo pantalones de mezclilla y una camiseta blanca de algodón. Seguimos caminando. Andamos entre pasillos solitarios buscando la salida. Mermelada de frambuesa, se lee en las etiquetas de los frascos ¿Pusiste algo en mi bebida? preguntas desconcertada. No, contesto. Estamos sentados en la gran sección de muebles para el hogar. Calculas que han pasado dos horas desde que llegaste a mi casa. Caminamos buscando la salida, muebles y muebles de diferentes estilos y materiales; no la encontramos, decidimos descansar. Nos pellizcamos para cerciorarnos de que no estamos soñando. Algo hiciste, me dices ¿a dónde me trajiste? Niego con la cabeza mientras seguimos caminando, buscamos pistas en los productos y en nuestras mentes. Estaba a punto de terminar, quizá el problema fue que no terminamos el acto sexual, dices. Quizá debamos terminarlo, cualquier cosa por salir de aquí, dices. Y así, entre productos de limpieza de todas partes del mundo nos quitamos la ropa. No quiero que me beses en la boca, dices. No lo haré contesto. Estamos sobre el piso tibio blanco y recién pulido. Los dos tratamos de pensar en lo que pensábamos antes de quedar atrapados para ver si podemos regresar a través de la repetición de estados mentales. Nos concentramos. Yo pensaba en que tenía mucha suerte de tener una amiga que cogiera conmigo de vez en cuando sin ser mi novia. No sé lo que estabas pensando tú perola verdad es que me importa poco. Abrimos los ojos, otra vez productos de limpieza entre pasillos iluminados con luz muy blanca. No puedo evitar sentir una especie de indiferencia por lo que ocurre pero tengo qué fingir que me encuentro intrigado.


La verdad es que podría pasarme una vida en este lugar sin ningún problema a tu lado, pero parece que tú no deseas nada más que volver allá afuera. Quizá sea muy pronto para empezar a pensar en eso. Me pregunta por las otras cosas que hacíamos antes de llegar aquí y le contesto que escuchábamos música con sintetizadores galácticos, así que nos dirigimos al departamento de música. Hace muchos años que la música que se encuentra en la red mundial es casi imposible que también se encuentre en el departamento musical de los súper mercados pero vamos, los dos sabemos que después de haber quedado encerrados aquí, casi todo puede suceder. Así que buscamos ese disco de música sintética para estados alterados de conciencia y antes de que ella se preocupe más de lo que debe lo encontramos. Busco un reproductor de discos compactos y encuentro uno de esos equipos para mezclar música electrónica que se utilizan en fiestas que duran toda la noche y parte del día siguiente. Pongo el disco y oprimo play. Antes de que empiece a sonar cualquier ruido quedamos en total oscuridad. Lo que empieza a salir de las bocinas son sonidos de altas frecuencias, luego un bombo potente en melodía de cuatro por cuatro seguido de un bajo gruñón. La oscuridad desaparece y ya no estamos en el súper mercado. Estamos en un bosque lleno de jóvenes como nosotros que bailan con entusiasmo ese potente latido de la música del disco que acabo de poner. Volteo a ver a todos los que están bailando y mentiría si dijera que sigo sintiendo indiferencia. Mi corazón empieza a latir con más potencia y me pregunto qué estamos haciendo en este bosque con jóvenes iguales a nosotros. Cuando la melodía está por terminar un muchacho sube al escenario a mi lado y pone otro disco. Pone play y sus sonidos empiezan a surcar el aire, los muchachos aplauden y chiflan y su emoción


no es para nada disimulada. Yo bajo del escenario y ella me estรก esperando para decirme que la lleve a su casa y que la prรณxima vez se lo pensarรก dos veces antes de hacerme cualquier visita sexual.

Oteando Palestras


Un momento de tu encanto

Ella se encuentra convencida de que las cosas buenas llegan solas. Quizá si esté leyendo esto piense que es una más de esas cosas sin importancia a las que puede renunciar sin prestarles un momento de su encanto. Aunque no estoy seguro de saber lo que piensa porque lo que pasa por su mente no hay manera de saberlo. Lo más probable es que esté pensando que yo no tendría por qué pensar en lo que pasa por su mente. O quizá esté pensando en una de esas tendencias nuevas de la moda o en los polos de nuestra tierra que pierden centímetros cada mes. La verdad es que está pensando en dejar de leer estas líneas que le roban el tiempo. Yo en esta posición poco ergonómica creo saber que las cosas buenas no llegan por sí solas. Si sigue leyendo quizá piense, que ella también sabe que las buenas no llegan solas. En realidad lo que ella crea o no, puede que en este momento no importe, pues sólo buscaba la manera de captar su atención, en caso claro está, de que se encuentre leyendo estas líneas. Si no está leyendo, no tiene ningún caso.


Primera llamada. Si me encerrara en una cápsula que me hiciera dormir y despertar tres siglos en el futuro elegiría mejor no hacerlo, no porque tenga algo en contra del futuro ni porque me guste este tiempo, es porque no sabría qué decirle a los nietos de mis nietos. Segunda llamada. Sigues leyendo estas palabras y no has podido conectarte, quizá debas volver a empezar. Dedicarle una milésima de tu encanto, recordar que aún hay cosas por descubrir, que esto es lo único que tengo, que ninguna de las tres cosas que quiero dejar de hacer se compara con algo que quiero volver a hacer. Quiero dejar de trabajar, dejar de pensar tanto las cosas, dejar de ser payaso y volver a nacer. Juegos sintácticos o semánticos, verborrea llena de cultura, momentos de inspiración, lugares comunes, el borde de la última morada, la muerte de mis últimos cuatro años, la resurrección del espíritu del perro. Tercera llamada. Quizá sea una de esas cosas que parece que se tratan de algo pero cuando crees haber entendido ya cambió o quizá no sea una de esas cosas. ¿Si te asomas por la ventana del lugar donde te encuentras ahora? ¿Qué ves? ¿Ves una lluvia ligera en una ciudad con un millón de habitantes? ¿Ves una gran montaña verde y vacas pastando en sus faldas? Si sigues leyendo quizá pienses que en estas líneas no hay historia. La verdad es que sí la hay. Había una vez una niña triste que tenía un robot mascota de última generación. El robot detectaba cualquier peligro diez kilómetros a la redonda. De manera que nadie podía dañarla. Ni siquiera los hijos de puta que de vez en cuando querían romperle el corazón. El robot había sido lo único que le había dejado su padre después de morir en manos de los asesinos más despiadados. Ves cómo sí hay historia. Te aconsejo que no dejes de leer. Todo empezará a tomar su forma.


La niña descubrirá que el robot alberga en el disco duro la mente de su padre y ella le pedirá por favor que deje de cuidarla. Luego descubrirá que en realidad nunca estuvo en peligro y tú decidirás que después de todo, estas líneas tienen su encanto y merecen un polco del tuyo.



Western por la tarde

En la televisión un par de vaqueros se declaran su odio por medio de pistolas y afuera hace tanto calor que dos niños han decidido bañarse en la fuente de la glorieta. Uno de ellos colecciona partes de autos que recoge de los accidentes. Le gustan los autos alemanes, los franceses y los japoneses, los estadounidenses no. El otro es un poco afeminado porque siempre ha vivido con su madre y tres hermanas y después de todo vivir con puras mujeres siempre termina por afectar. Su padre salió un día de la ciudad para comprar un auto nuevo y nunca regresó. Su madre le dijo que nadie esperaba que volviera. Una de sus hermanas tiene los senos muy grandes y por eso le llueven los novios. Que le lluevan los novios está bien pero encontrar sostenes y mantener las manos de los muchachos alejadas siempre ha sido difícil. Tener los senos grandes no es fácil.


Los vaqueros del western que pasan en la tele se odian porque uno mató al hermano del otro. Entre ellos hay una bailarina y juega con los dos. La bailarina tiene los senos de un tamaño razonable. El niño afeminado está harto de que le llamen marica, joto, puñal, maricón, puto o niña. Cuando hace calor no bastan ni todos los ventiladores ni todas las bebidas refrescantes de un centro comercial del tamaño del mundo. Cuando hace frío sólo hay que abrigarse bien y ya está. El duelo entre los vaqueros podría estarse llevando a cabo en Dallas, Nuevo México o California, en Italia los más seguro es que no aunque puede ser que sí. La tierra es amarilla y seca. Los vaqueros podrán ser sucios, maleducados, analfabetas y groseros. Todo menos maricas. Tienen pistolas y escupen tabaco. Al niño que colecciona cristales no le gustan las películas, ni los dibujos animados ni mucho menos las telenovelas. Le gusta ir a la casa de su amigo el marica porque a veces su hermana anda con una playera delgadita y sin sostén debajo. El caballo de uno de los vaqueros se llama El Plateado y hace todo lo que su dueño le ordena. La muchacha de los senos grandes a veces se toca para tratar de entender porque a los muchachos les gusta tanto y no logra entenderlo. El calor estimula la transpiración y los camiones urbanos huelen a jugo de piña fermentado y a zorrillo muerto. Los niños se estaban refrescando pero llegó la policía y les dijo que debían salirse. En las películas de vaqueros siempre hay una pelea en una cantina. Cuando hace mucho calor es mejor no salir de casa. Y es que con el calor a los mamíferos les dan ganas de aparearse y luego todos huelen mal y luego a todas las mujeres les da por poner demandas de acoso sexual.


El niño tiene una tapa de radiador en una cajita de lámina. Siempre defiende a su amigo el marica y por eso siempre le parten la cara. En la televisión los dos vaqueros han muerto en el duelo con pistolas, los niños han llegado a casa con la ropa mojada y los calcetines en las manos. El afeminado se masculinizará con el tiempo y su hermana de senos grandes tendrá problemas en la columna y tendrán que quitarle unos gramos con un bisturí. Sus pechos quedarán del tamaño apenas de dos peras. Un buen tamaño de cualquier forma. Los novios le seguirán lloviendo. Su padre regresará pero nadie le abrirá la puerta. El otro niño tirará su colección de piezas recogidas en accidentes y le escribirá una carta a la hermana del marica. No conseguirá nada. El termómetro jamás volverá a registrar una temperatura tan alta y por la televisión volverán a dar el western hasta que ya nadie quiera verlo. Siempre a la misma hora. Los autos seguirán chocando en la misma glorieta pero ya nadie coleccionará las partes. Lo único que no cambiará será lo que ocurre en ese western con peleas en cantinas y tierra amarilla y seca.



Fotografías con ella y sin ella

Es 1997 y la alegría está en nuestros cuerpos y en nuestros corazones y somos más felices que nunca y que siempre. Ella lleva esa blusa delgada de algodón y no lleva nada debajo por lo que puedo admirar la anatomía casi perfecta de sus senos. En las pantallas gigantes las imágenes nos reproducen gritando entre luces y colores. ¿Porqué estamos felices? No lo recuerdo. Pero recuerdo que está en las pantallas. Llevamos tiempo juntos y el dinero no nos sobra ni nos falta. Recuerdo que tenía algo importante qué decirme. Íbamos borrachos y después de celebrar llegamos al hotel e hicimos el amor hasta que nos quedamos dormidos. Es 1994 y nos acabamos de conocer. Ella lleva esa camisa azul y definitivamente sí lleva sostén debajo. En la foto estamos en el bar pero nos conocimos antes. En la plaza viendo a los payasos. Se quedó mirándome, iba con su amiga y la amiga tenía mejor figura.


Una buena figura con una mirada nada especial. En cambio ella tenía esa mirada de lobo sin frío y yo no pude dejar de mirarla. Después la seguí al bar y estuve bebiendo. Ya con el aturdimiento me acerqué y le dije que mi perro se llamaba Tomás y me pidió que la invitara a bailar. Nunca he sido buen bailarín ni lo seré nunca pero el alcohol es buen maestro y bailé como los mismísimos ángeles si es que los ángeles saben bailar. Después nos besamos y moldeé con mis manos la forma exacta de sus senos. Desde esa noche estuvimos juntos. ¿Sabes dónde está ahora?- me preguntan. No lo sé, contesto. Otra vez es 1997 y ya no quiero hablar pero al final termino por relatar lo que recuerdo. Otra vez es 1997 y la fotografía es anterior a la primera. Ya no somos tan felices y yo no podría culpar a nadie. Hemos salido del cine y estamos parados cerca de una fuente. Ella arroja una moneda y pide un deseo. Seguramente ha pedido que estemos juntos para siempre aunque la verdad no hay manera de saberlo. Es 1995 y yo me sentía mal, primero porque deseaba volver a tener quince años y luego porque me habían echado del trabajo. La foto está tomada en el departamento que hemos alquilado para vivir juntos. Los días con ella han sido lo mejor que me ha ocurrido y sólo con verla me olvido de que me han echado. Estamos en la ventana y la foto fue tomada en automático. Yo quería que saliera el atardecer y ella dijo que a contra luz no saldríamos nosotros. Por eso casi no se nos ven las caras. Por eso la quería mucho porque siempre mantenía ese sutil control sobre las cosas. Es todo lo que recuerdo. ¿Entonces no sabes dónde está ahora? Me preguntan. No lo sé, vuelvo a decir y me pasas de nuevo la primer fotografía.


Es 1997 y la euforia está en la calle. La selección nacional le ganó a Brasil y la copa confederaciones se ha quedado en casa. Ella me dice que tiene algo que decirme y yo no puedo concentrarme. Me dejo arrastrar por la multitud. Con cantos de victoria y pasos de baile celebramos. No lleva nada bajo la blusa y eso me pone muy caliente. Me dice que quiere ir a casa y yo le pido que nos quedemos un rato más. Tiene algo importante que decirme y le digo que está bien. Cuando llegamos me dice que está enamorada de alguien más. Le pregunto que desde cuándo. Me dice que no importa y creo entenderlo todo. Salgo casa y la celebración todavía está en la calle. También están la euforia, la adrenalina, la felicidad y la amistad entre desconocidos. La luz, los cantos, la victoria. Todo es una imagen que se extiende, que se contrae y se expande. Veo todo desde arriba, la gente me parece pequeña, insignificante. La escucho pedirme que regrese a casa. Cuando llego ella ni sus cosas están y yo estoy borracho y todavía estoy contento porque la selección nacional le ganó a Brasil. Me tomo una última fotografía antes de dormir y pienso que eligió un mal momento para irse. Me enseñan una última fotografía y yo no sabría decir en qué año fue tomada. Ella está abrazada de un tipo que bien podría ser brasileño. Tiene la piel roja como si hubiera pasado muchos días en la playa. Su mirada en vez de parecer de lobo sin frío es igual a la de un camarón recién atrapado. Me preguntan si no he vuelto a saber nada de ella, les digo que no y después me alegro con ganas de haberle ganado ese campeonato a eso malditos brasileños.











Postergaciones Tácitas Nuevas sensaciones

En el escenario hay formas geométricas y orgánicas, centrífugas y centrípetas en movimiento. Estás transmitiendo el video de lo que ocurre con tu teléfono celular. La música está hecha con el habitual copiar y pegar de todos los programas de computadora. Incluye sonidos de películas, dibujos animados y máquinas con propósitos bien definidos, como troquelar partes de automóviles compactos o ponerle la tapadera a frascos con bebidas vitaminadas. Todos están gritando pero se necesita ser muy valiente para bailar en el lodo que se produjo con la pequeña llovizna que cayó esta tarde. Los sonidos por momentos nos conectan con el idioma secreto de las máquinas, luego interferencias de otras galaxias o fragmentos de culturas que muchos de nosotros no conocemos. El bajeo es potente y retumba en nuestras cajas torácicas. Irrumpen bandas sonoras de videojuegos o cantos de sirenas embrujadas.


Así subimos y bajamos, experimentamos diferentes emociones hasta que la fiesta termina y llega el momento de regresar a nuestras casas. Respiramos la humedad producida por la llovizna que cayó ayer por la tarde. Hace frío. En las bocinas del auto va sonando música con latido potente. No me molesta pero sería mejor escuchar otra cosa. Nos dejan cerca de tu casa, te despido con un abrazo y regreso caminado a mi casa. En la televisión recién anunciaron la entrada del frente frío número treinta y dos y yo me encuentro tan tranquilo en casa que afuera podrían volver las glaciaciones y a mí no me importaría un carajo. Debo estar seguro y abro la cortina. Un día gris igual que todos los días en esta ciudad con un cuarto de millón de habitantes. Las posibilidades de que te enamores o te asalten se multiplican por doce en una ciudad con tres millones de habitantes. Si te asomas por la ventana del lugar donde te encuentras ahora. ¿Qué ves? ¿Ves un día radiante en una casa de interés social? ¿Ves la oscuridad de la noche desde tu nave espacial? ¿Ves carros estacionados? ¿Ves a tus hijos nadando en la alberca con aguas clorificadas? Me dirijo a la barra para comprar bebidas energéticas, cuando regreso estás bailando mientras mueves la cabeza de manera afirmativa. Por momentos me levanto a bailar. Así dejamos que se consuma la noche hasta que aparezca el sol y la música nos llene de ese entusiasmo que perdimos entre semana. Me dices que un iniciado compró de nuestra mercancía. Lo vemos bailar con entusiasmo. Insistes en que la música no está bien ecualizada, a mi me parece irrelevante pero vamos, los dos sabemos que lo importante es la inducción a estados hipnóticos, conectarse con viejas emociones o algún tipo de misticismo.


En el coche va sonando música para los tristes. Vas cantando sin equivocarte una sola vez. Los dos sabemos que no estás triste pero es una canción que se puede cantar de principio a fin. Antes de llegar a casa te quedas dormida en el auto, la canción ha terminado. Cuando llegamos debo cargarte, quitarte la ropa, meterte entre las sábanas. Esta mañana pondré discos en una alberca. Empiezo con un set de acuaeróbicos antes del mediodía. Decido poner esa música de latido potente. Sé con certeza que no es momento para ello pero nadie parece notarlo así que no importa que no sea un buen momento. En ocasiones la música tiene guitarras, pero la mayoría de las veces sólo líneas de bajo con pocos sonidos de altas frecuencias. La primera vez que escuché este tipo de música me pareció fría, aburrida y monótona. Ahora quizá me vuelve a parecer todo eso pero no puedo evitar evocar sensaciones pasadas. II Sensaciones Pasadas En el coche vamos Mauro, Jared y yo; lo que va sonando no es metal ni mucho menos punk. Mauro insiste en hacer una parada en la farmacia para comprar botellas de ese jarabe para la tos que produce efectos psicodélicos. Jared arguye que no es momento para hacer una parada ni tampoco de beber jarabe para la tos. Pienso que quizá Mauro deje de formar parte de nosotros pronto. Espeta que si no pararemos entonces le hagamos el favor de poner uno de sus discos. Jared extiende la mano hacia atrás, Mauro le pasa el disco. Lo que va sonando sigue sin ser metal ni mucho menos punk pero tampoco es música para gente triste.


Es una combinación entre los peores sonidos de la década pasada y los peores de ésta. En realidad la música ya no nos importa tanto como antes desde que admitimos a regañadientes que era un producto más del sistema operante. La contracorriente es parte de la corriente dice Jared mientras pone direccionales. La contracorriente hace olas, digo yo evitando sonreír porque sonreír no es nunca lo apropiado. En las olas se puede surfear, dice Mauro mientras se pone en la lengua un ácido que lo pondrá tarde o temprano a ver cosas que en realidad no están ahí. Miro a través de la ventanilla, me doy cuenta de que hemos llegado, veo que tendremos que integrarnos en una gran fila. Asistimos a este concierto porque sabemos que el guitarrista principal ha decidido cambiar su guitarra por un sintetizador. Cuando llegamos aún están los teloneros: voy a ponerme mis pants, voy a invadir la ciudad… canta la voz principal con su peinado de cresta caída. Después de otras tres melodías de experiencias urbanas y desencanto por la vida se termina el recital de apertura. Sale el técnico del grupo que hemos visto muchas veces en directo para hacer las últimas pruebas con los instrumentos. Todos esperamos corear los que antes fueron nuestros himnos, encarando de pie al escenario nos ataca ese vértigo que aparece cuando está por salir la agrupación que más nos ha entendido. La ansiedad es evidente en Mauro, lleva puestos sus lentes negros de rockstar o gruppie para ocultar o demostrar algo. Parece que todo ha terminado, digo. Es muy rápido para decir que haya terminado, dice Jared mientras coloca una goma de mascar que blanquea los dientes en la punta de su lengua.


Antes de lo esperado escuchamos un sonido atmosférico que pretende envolverlo todo y lo consigue por un momento. Un grupo de muchachos que creen vivir uno de los momentos más importantes de su vida está aplaudiendo mientras seguramente en Mauro ha explotado el efecto del ácido. Escuchamos esos sonidos creados con sintetizador atravesando diferentes frecuencias. Jared y yo somos los únicos que no lo estamos disfrutando. Mauro se retuerce un poco y en su cara aparece esa gran sonrisa que llegaría tarde o temprano. Los tambores empiezan a marcar la base del ritmo, entra el bajo y la melodía empieza a tener esa forma de paseo vespertino. La primer pieza es instrumental, cuando termina todos están tan emocionados que pienso que esto puede ser el inicio de algo. Aparece el segunda guitarra y segunda voz, toma el micrófono, se para al frente del escenario: estamos flotando en el límite, temblando en la multitud... El sonido de las palabras es distorsionado por el sintetizador hasta volverse atmosférico. Gritos, chiflidos y emoción a tope. Suenan los tambores, siguen los sonidos electroquímicos: guitarra, bajo y voz distorsionada. Es momento de irnos, dice Jared. Pienso por un momento que nunca debieron cambiar la guitarra; la agrupación que más nos había entendido nos ha dejado a un lado, lo que suena ya no nos dice nada, lo más seguro es que no pretenda decirnos nada, nos enfrentamos ante la posibilidad inexorable del cambio. Váyanse ustedes, espeta Mauro atravesando una barrera entre mundos. Está bailando o está participando en un juego de realidad virtual conduciendo una motocicleta láser que deja trazada una estela azul o verde por donde va, como película de ciencia ficción de 1982.


Lo que sale de las bocinas al marcharnos son melodías que no se pueden cantar, no es que nos estemos muriendo de ganas de cantar pero vamos, nos gustan las melodías que hablan de cosas de este mundo. Se han vendido, dice Jared mientras se apresura a la salida. Vendidos estaban, pienso mientras camino tras él sin poder evitar interesarme en lo que está sonando. Ya afuera aún podemos escuchar un poco de lo que sucede, nos alejamos sin mucha prisa. El mundo está cambiando, dice Jared. Vaya mierda de lugar común, pienso yo pero no lo digo. En el coche no decimos una sola palabra. En el estéreo no va sonando nada. III Oteando palestras La música está jugando con nuestras mentes. Los sonidos son mezclados para generar un estímulo único, irrepetible, perturbador de muchas diferentes maneras. Bailamos ocultando nuestro ímpetu. No queremos pasar por lerdos o iniciados. Los sampleos fueron sacados de películas de terror que vimos cuando éramos niños. Chuky, Carrie. Eso o cualquier otra película que nos hizo gritar cuando las veíamos por la televisión. Escuchamos esos ruidos ordenados acelerándose y colisionando mientras nuestras atenciones están disipadas. Entre sorpresas deliberadas y accidentes premeditados termina la experiencia extática. Finaliza otra larga jornada de música sintética y pura emoción disimulada. Es momento de regresar a casa. El mundo vuelve a ser como lo dejamos ayer por la tarde. Mientras manejo imagino los sonidos de la música que vamos escuchando mezclados con percusiones galácticas y sintetizadores que perturban las ondas sonoras.


Vamos cansados, volteo a mirarte y no puedo ver el brillo de tus ojos a través de los lentes oscuros. Hace frío. Te llevo a tu casa. Deseo quedarme para meternos debajo de las cobijas y despertar buscando una nueva oportunidad de negar el mundo. Mañana volveré a verte por la tarde, subiremos al cerro, nos sentaremos sobre una gran piedra y observaremos el descampado. El fin de semana acudiremos una vez más a una de esas fiestas donde se reinventa el mundo por la noche y se sigue bailando por la mañana. Volveremos a escuchar música sintética entre árboles y jóvenes como nosotros. La música de la radio nos dice poco y los bailes con pareja nos atraen muchísimo menos. Ya en mi casa recuerdo los sonidos de la noche y la madrugada que le devolvieron sentido a mi vida. Pienso en ti bailando de espaldas frente a mí. Volteando en ocasiones para sonreírme mientras mueves la cabeza diciendo que sí. Luego me quedo dormido. Sueño que pasas por mí y me dices que todos nuestros ex compañeros de la secundaria han muerto. Despierto antes de saber la causa, lo más seguro es que haya sido por un mal endémico o la locura de algún asesino, aunque la verdad es que no hay manera de saberlo. Subimos al cerro para ver la ciudad desde estas alturas donde instalaron las antenas que transmiten la señal televisiva. Vemos nuestras casas a lo lejos. Este cerro y estas antenas nos recuerdan cuando estábamos en la escuela primaria. Descendemos entre espinas y gobernadoras. Las plantas son nuestras amigas, dices. Los pinchazos de las espinas son una forma de acupuntura, sigues diciendo. Veo tu cuello rosado y parte de tu espalda. Imagino que tenemos relaciones sexuales sobre las piedras y las espinas. Por un momento creo que sabes lo que estoy pensando así que trato de pensar en otra cosa.


Pienso por ejemplo en el payaso diabólico de Stephen King o en las alusiones al peyote en el arte huichol. Luego te dejo en casa. Acudirías a tu cita diaria en la red mundial. Volveré a verte hasta el fin de semana, asistiremos una vez más a una de esas fiestas que duran toda la noche y parte del día siguiente. Bailaremos mientras esperamos a que salga el sol. Ya en casa antes de dormir pienso en el color de tu piel y en el matiz rosado de tus senos. Pienso en los polos descongelándose y en las especies de animales que nos faltan por descubrir, como esa rana venenosa de colores fosforescentes que encontraron en Brasil. La semana transcurre entre trabajos ocasionales de edición para comerciales de radio. Después el ineludible fin de semana. Me pregunto si sigues asistiendo a esas fiestas. Cuando llego me estás esperando, subes al auto compacto y me preguntas a dónde iremos. Te digo que descubrí un lugar en el descampado y sonríes con entusiasmo. Me estaciono y caminamos sobre las faldas del cerro. Encontramos el arroyo que empieza en la presa y caminamos un poco por la orilla. Nos sentamos en dos piedras. En el pronóstico del tiempo se equivocaron y el frente frío no ha llegado aún. Cada frente frío mata al menos a los más ancianos o a los más enfermos. Hablas de ingenieros y programas de computadora mientras yo estoy pensando que estoy viejo para estar aquí. ¿A los cuántos años uno se hace viejo? Treinta años. Cuando creía que las empresas podrían salvar al mundo creí que a los treinta tendría mi propia empresa vendiendo basura alrededor del mundo. Pero el mundo se desmoronó en los jóvenes que no soñamos cambiarlo. Los que fueron jóvenes en los años sesenta no han admitido que estaban equivocados. El mundo es cada vez menos críptico.


Vimos la caída del muro de Berlín por televisión, dices mientras escuchamos el sereno fluir del arroyo. Estudiamos las posibilidades eternas de la resurrección de Jesús, digo yo y como siempre no puedo evitar pensar en tus senos. Ves tu reloj y me dices que es hora de tu cita diaria en la red mundial. Caminamos hasta el auto compacto y manejo hasta tu casa. Me despides con un abrazo. Son días que todos los fines de semana suena música sintética en cualquier horizonte. Anoche por ejemplo vi con mis binoculares cuatros carpas con luces láser, no alcanzaba a escuchar la música. Te conocí uno de esos días de melancolía disipada. Yo estaba en el patio de la universidad tratando de confundirme entre los estudiantes, caminando en los jardines, sentándome en las bancas de metal, mirando de soslayo a las muchachas. Te dutuviste frente a mí, me preguntaste si podrías mandar un mensaje desde mi teléfono celular. Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y extraje de él el aparato. No dije una palabra. Escribiste algo rápido, oprimiste la tecla de enviar y me lo regresaste después de darme las gracias. Con agilidad te diste la vuelta. Traías puesta una playera con un casete impreso en el frente y unos pantalones ajustados de mezclilla. Un trasero delicado y grácil. Cuando desapareciste pensé en todas las posibilidades encerradas en las universidades. En la juventud, las cafeterías y los bares. Luego recordé que en mi época universitaria siempre quería estar en algún otro lugar. Frente a mí pasaron esos jóvenes con los nuevos peinados. Luego sonó mi teléfono celular. Recibiste respuesta. No puedo, decía el mensaje. Imaginé desde luego que se trataba de un amante que se negaba a verte. ¿Quién podría decirte que no? Dejé de pensar en eso y emprendí el camino de regreso a casa.


IV Consignas pasadas de moda

Nos detenemos en un McDonald’s. Como ha pasado la medianoche no hay cerca una sola alma. Afuera hay un payaso de yeso sentado en una banca. Jared busca algo debajo del asiento, saca una pintura en aerosol, camina hacia el cristal, escribe algo en contra del imperialismo, la explotación y la degradación del género humano. Cuando regresa le digo que lo que ha hecho está bastante pasado de moda y luego le paso uno de mis discos para que lo ponga. Lo que va sonando no es música para los tristes pero en definitiva tampoco es música para revolucionarios porque vamos, todos sabemos que la revolución no se hizo. Jared detiene el auto justo enfrente de mi casa, me dice que no debería dejarme vencer. Yo le digo que me vence la gente pasada de moda. Él dice que la palabra moda nunca ha podido sostenerse a sí misma. Me quedo pensando en lo de la pinta y luego en lo que ha dicho mientras me bajo de su auto. Cuando camino a casa, resuelvo que la palabra moda quizá no pueda sostenerse porque a casi todos nos gusta que en las pasarelas las modelos no lleven sostén. Al llegar a casa pongo el primer disco de la agrupación que tanto nos entendió, siento un poco de nostalgia por esas canciones compuestas por muchachos que soñaban con la multitud coreando sus estribillos. Me quedo dormido con el reproductor prendido, sueño con ese personaje del cereal andando sobre un camino de oro mientras canta. Lleva puesto su overol de mezclilla, un sombrero de paja y una camisa a cuadros.


Despierto, el disco se ha estado repitiendo, preparo con leche cereal del señor Maizoro, sigo escuchando el disco y sigo triste porque no creí que la última agrupación que me seguía gustando hubiera cambiado los sonidos crudos y eléctricos por la falsedad robótica del sintetizador. Signo inequívoco de que las cosas están cambiando. Vaya mierda de lugar común. Habrá que adaptarse, pienso con los ojos cerrado. Por mientras una parte de mí se desprende y se va por la coladera con la espuma del champú. Mugre y lugares comunes. Con el vapor que hay en el espejo escribo con el dedo índice: dejarse vencer. Luego pienso que luchar está bastante pasado de moda, decido que a partir de este momento no me engominaré más el pelo porque vamos, los ochenta hace mucho que terminaron. Mauro ha decidido que no le gustan más las melodías escupidas por rebeldes, ni las guitarras sincronizadas ni mucho menos los solos de batería. Que la mejor música es esa compuesta a partir de líneas de bajo y compás de cuatro por cuatro. Jared en definitiva cree que Mauro tiene el cerebro frito por tantos ácidos. Yo sólo pienso que puede ser el principio de algo, pero todos sabemos que siempre puede ser el principio de algo. Voy de regreso a casa después de pelearme con la interfaz de ese programa de edición de sonido que utilizo para trabajar. Llevo puesta una camiseta que dice: Rock Is Dead. Es fin de semana, en cuanto llego a casa encuentro a Mauro sentado en la banqueta esperando para decirme que esta noche habrá una de esas fiestas que duran toda la noche y parte del día siguiente. Le digo que me parece bastante bien, me pregunta si me gustaría acompañarlo y le contesto que sí. No tengo nada mejor qué hacer. Se marcha después de sonreír y decirme que llegará por mí pasadas las once.


V Un robot de última generación

El domingo pasado acompañé a Mauro a recoger sus pertenencias de su viejo departamento. Subimos a la camioneta una pantalla LCD, un estéreo, un mixer Pioneer, una cama y un par de sillones. Cargamos, subimos y bajamos a través de tres pisos en un multifamiliar. Al terminar compramos unas cervezas, charlamos un poco sobre la escena electrónica, sobre los ojos azules de su nueva novia y de lo frío que había comenzado el día de hoy. Me preguntó si teníamos drogas sintéticas. La verdad es que sí teníamos pero terminé por decirle que no y estoy seguro de que supo que le estaba mintiendo. Vi el reloj de mi teléfono celular, era buena hora para caminar a casa. Mauro se ofreció a llevarme, le dije que tenía ganas de atravesar los dos kilómetros del parque. Llegué, me bañé con agua caliente y antes de dormir decidí navegar un poco por la red mundial. Revisé mi correo electrónico, nada importante. Borré los cien mensajes basura, le escribí un pequeño mensaje a mi padre. Le conté lo bien que iba todo y que la temperatura seguía descendiendo y que pronto iría a visitarlo. Luego me descargué el primer disco de David Bowie porque estaba un poco harto de bajeos sintetizados. Apagué la computadora y me fui a dormir. Desperté, me preparé un plato de cereal del señor Maizoro. Prendí la computadora, borré los correos basura y leí la respuesta de mi padre. Decía que todo iba bien y que esperaba con ganas mi visita. Me depositó un poco de dinero que en realidad no me hacía falta. Saludé a mis amigos de diferentes partes del mundo.


Con el dinero que me depositó mi padre compré en línea una pequeña réplica del Cubil Felino donde vivían los Felinos Cósmicos. Me llegaría en dos semanas. Con los billetes que me sobraron compré un libro con razas de perros. Vi un golden retriever y me imaginé con uno igual cazando conejos en el campo. Después llamó Mauro preguntándome si lo acompañaba a fumar con su novia. Llegué, me abrió ella. Llevaba puestos unos pantalones de mezclilla y una camiseta blanca con detalles que aludían a la cultura de la música electrónica. Ya casi termino de acomodar, dijo Mauro. Sólo falta acomodar los libros, las películas y los discos. Abrió una botella de vino tinto y llenó tres copas. Sonaba el Songs of Leonard Cohen y justo decía niño tú eres un hueso. Yo nunca aprendí a hacer porros y Mauro era experto en eso. Su novia se ofreció a hacerlo y le pasé la bolsa con la hierba. Forjó un porro bien gordo y los tres fumamos mientras hablamos de la escena electrónica, de melancolía disipada y las nuevas maneras de bailar que inventaron los brasileños. Luego quise regresar a casa y sentí miedo. Mauro se ofreció a llevarme y esta vez acepté pues ya era noche y aún estaba algo drogado. Subimos en su camioneta, Mauro prendió el sonido y los tres escuchamos el pop robótico de Kraftwerk. No es que en realidad importe pero creo que era el Man Machine. Lo sé porque me recuerda a esa realidad que imaginó Pascal en la que todos terminamos por querer vivir. Ellos dos iban contentos, riendo y hablando. Vi las luces ámbar de los faroles y sentí la música en vez de escucharla. Recordé ese cuento que siempre he querido escribir donde hay dos robots y una niña con un par de huesos rotos. Los huesos se le rompieron porque el padre chocó y los robots no pudieron hacer nada. Robo6 era un robot de última generación. RoboZ era una mascota robótica de segunda generación.


Robo6 era un niñero equipado con primeros auxilios y RoboZ era un verdadero guardián del hogar. Robo6 tenía en su memoria obras clásicas de la literatura y se las relataba con parsimonia a la niña mientras estaba en la cama del hospital. RoboZ albergaba visitas virtuales a los museos más importantes del mundo. Así llegamos a mi casa y dejó de sonar Kraftwerk. Mauro y su novia de ojos azules me despidieron y quedamos en ir a una de esas fiestas que duran toda la noche y parte del día siguiente. Al llegar a mi casa prendí la computadora y quise escribir ese cuento sobre la niña de huesos rotos pero no pude y mejor escribí lo que sigue.

VI Corazones y tulipanes

En el coche vamos Mauro y yo, lo que sale de las bocinas del autoestéreo son los sonidos de esa música creada a partir de líneas de bajo y compás de cuatro por cuatro. Sonidos sintetizados con un programa de computadora. Mauro mueve la cabeza al ritmo de la música unas ciento cuarenta veces en un minuto. En ocasiones suelta el volante para seguir el ritmo con la mano. Apunta al techo de su auto compacto que fue diseñado en cualquier país pero fabricado en el nuestro. Cuando le emociona alguna parte de lo que sale de las bocinas voltea para mirarme sonriendo. Yo sonrío también por camaradería, por displicencia o por lo que sea pero no porque realmente sienta dentro de mí algún tipo de emoción.


Pienso que debí haber traído más dinero. Ya no sonrío pero mantengo una cara amigable, voltea hacia afuera para ver a través de la ventanilla otro auto con jóvenes como nosotros que se dirigen a esa fiesta que durará todo la noche y parte del día siguiente. Hacemos una parada en la gasolinera, llenamos la mitad del tanque, seguimos avante. De las bocinas siguen saliendo los mismos sonidos sintetizados. Por momentos me siento como si estuviera en un videojuego o en una película de ciencia ficción de 1982. En los postes empezamos a ver flechas de colores verdes y anaranjadas que señalan el lugar de la fiesta, las seguimos. Mauro me pregunta si no me emociona ir a una fiesta de este tipo por primera vez, le contesto que me emociona exactamente lo mismo que ver dos perros apareándose. Dice que no fue una buena comparación pero sonríe de cualquier forma, dice que no hay nada mejor que esto. Jóvenes como nosotros conectados a un solo pulso. Emociones que consiguen nos olvidemos del sistema imperante. Miro a través de la ventanilla del auto compacto, me dice que baje el vidrio, lo hago. Escucha el latido, me dice, es el futuro. Sí claro, pienso, el futuro suena como una lavadora descompuesta. Vemos los primeros automóviles estacionados, nos detenemos al lado de un sub-compacto japonés. Un auto sin gracia pero seguro le da dos vueltas al país con medio litro de gasolina. No estoy seguro, aunque siempre he sabido que no hace mal probar algo nuevo de vez en cuando así que le contesto. Claro, he venido a vivir la experiencia completa. Llega el vendedor. Lleva puestos sus lentes negros de rockstar o gruppie, nos pone enfrente de los ojos dos bolsitas transparentes, las alumbra con una linterna de mano. Corazones y tulipanes, nos dice con una sonrisa. Escoge, dice Mauro, yo invito.


Escojo definitivamente tulipanes pues esa representación del corazón siempre me ha generado desconfianza. Le entrega a Mauro esas drogas de diseño que fueron muy populares en los años noventa y ahora empiezan a ganar a consumirse más que cualquier otro tipo de droga. Nos palmea la espalda, nos sonríe, nos pone enfrente de la cara el pulgar hacia arriba, nos dice que lo disfrutemos, se aleja meneando la cabeza a la velocidad del latido potente. Cuando era niño no me resultaba difícil tomar medicina, ni jarabes ni cápsulas ni comprimidos. Mauro dice que necesita algo de beber para tragarse ese bonito tulipán, le digo que yo invito las cervezas. Pienso por un momento en que Jared no aprobaría esto pero yo tampoco apruebo que alguien escriba cualquier cosa en ninguna pared de ningún restaurante así que estamos de alguna forma empatados. Me dirijo a la barra, hay una muchacha que lleva trenzas de las que se usan en la costa y que están muy relacionadas con música para liberar el espíritu y la marihuana. El espíritu es un cuento inventado hace algunos siglos pero a todos nos gusta nombrar los procesos eléctricos y químicos de nuestro cuerpo con esa palabra. La muchacha de las trenzas pregunta si le invito una cerveza y yo no encuentro ningún motivo para no invitársela así que le pido a la chica de la barra tres cervezas nacionales. La muchacha de las trenzas dice que preferiría una cerveza extranjera, a mi me parece bien así que pido dos cervezas nacionales y una extranjera, pago y le doy a la muchacha su cerveza. Busco a Mauro que ya se ha puesto sus lentes, tiene las manos en los bolsillos de la chamarra, está bailando flexionando las rodillas, levanta los pies. Podría ser que esté marchando para recordar su servicio militar o que le hayan dado calambres.


Le pongo la cerveza en la mano, volteó a ver al Dj, ha puesto un ritmo con el que los asistentes se han emocionado. Gritan, chiflan, levantan los brazos. Mauro pone una mano en mi hombro, extiende su pulgar enfrente de mi cara. Aún no entiendo qué es lo que estoy haciendo parado en este sitio. ¿Sería ya un cliché decir algo acerca de Pac-man? Mauro pone el tulipán en la punta de su lengua, le da un trago a su cerveza, sigue bailando. Yo hago exactamente lo mismo pues en la evolución del ser humano lo que nos mantuvo vivos fue nuestra capacidad de imitación, así que no puedo dejar de hacer lo mismo. Vuelvo a preguntarme qué estoy haciendo en este lugar tan oscuro y me vuelvo a preguntar si sería un cliché recordar esa película de 1982. Mauro no se da cuenta de que estoy atravesando sensaciones entre aburrimiento y ganas de regresar a casa, prender la televisión, beber chocolate caliente, ver pornografía en la red mundial. Cualquier otra cosa menos estar parado escuchando esta música que tiene apenas una ligera variación cada cinco minutos. Estoy pensando en eso cuando de las bocinas empieza a salir un ruido extraño, como un bebé llorando, luego parece que lo está regañando un robot que grita muy exaltado, quizá una mascota robótica de segunda generación. Al fin suena algo interesante, volteo a ver al que pone los discos y ya no es el que estaba hace algunos momentos, mueve algunas perillas y oprime botones. El latido salta a las bocinas de la derecha, luego a las de la izquierda. Debo admitir que es interesante. Siento en mi pecho una alegría sintetizada. Sé que es el efecto del tulipán pero hago como si no lo supiera. Es una nueva sensación. El que pone los discos nos sonríe a todos, levanta los dedos pulgares.


Todos gritan y rechiflan. Mauro toca otra vez mi espalda, extiende su dedo pulgar enfrente de mi cara, me sonríe. Por un momento entiendo qué vine a hacer a este lugar, tengo las manos guardadas en las bolsas de la chamarra, se podría decir que estoy bailando pero bailar nunca ha sido lo apropiado. Emoción es lo que estoy sintiendo, alegría también con algunos matices de excitación sexual. Me gusta lo que estoy sintiendo, cierro los ojos, cuando los abro una chica está bailando enfrente muy pegada a mí. En definitiva es un buena experiencia. Me olvidado de Mauro, volteo a mi alrededor y no lo veo. Ya aparecerá, pienso. No puedo verle la cara a la chica pero cada vez la siento más cerca, huele bien como la mayoría de las chicas de su edad que uno puede encontrar casi en cualquier lugar. Podría jurar que está experimentando lo mismo que yo gracias a un laboratorio clandestino en Holanda o en alguna granja cercana. Bendita química. El ritmo ha cambiado casi sin darnos cuenta, volteo a ver al Dj que ya no es el mismo. Suena algo ambiental, sin latido. Dejamos de bailar, ella voltea para ver mi cara y debo admitir que es bonita, podría ser la hermana pequeña de cualquier cantante de pop. Aparece el latido como una sorpresa deliberada. Seguimos bailando. Quisiera que esta felicidad de plástico nunca terminara. Por un momento no puedo creer que empiece a amanecer. Siento que alguien me toca la espalda, es Mauro con un par de cervezas; me voy sin despedirme de la chica. Mauro dice que quizás sea buen momento de irnos a casa. Yo también lo creo. Debo admitir que la pasé bastante bien. En el coche vamos bebiendo la última cerveza de lata, la emoción comienza a disiparse. En las bocinas no suena nada con latido. Mauro me deja en mi casa, levanta su pulgar, me sonríe, nos despedimos, cierro la puerta de su auto.


Ya en casa me voy directo a la cama, trato de hacer un pequeño recuento de la fiesta pero antes me quedo dormido. Otra vez sueño con ese personaje del cereal caminando por un empedrado de oro. Suena el despertador.

VII Borrando consignas El satélite capta la cabalidad de tu calle. La camioneta estacionada y la bolsa negra de basura. Anoche cayó una lluvia ligera. La luz del farol se refleja en los charcos. Por la avenida empieza a aumentar el tránsito de los automóviles. Aún faltan dos horas para ver completo el sol. Te despierta la radio programada, suena un pop amable y ligero. Te aseas con parsimonia. Tu cabello después del baño le recuerda a Jared el final de julio. Combinas tu ropa con mesura, te emparejas el peinado con tenazas cálidas. Estás lista para un día más entre maestros y computadoras portátiles. Cruzas por encima de los puentes, Jared encuentra una ligera diferencia en el olor de tu cabello. La fórmula de tu champú ha variado un poco a razón de un estudio de mercadotecnia. Jared mira por la ventana del salón donde te encuentras, espera la hora de salida. El maestro se empeña en que pongan atención. Algunos escuchan música en su teléfono celular, otros mantienen conversaciones instantáneas con personas de cualquier otra parte del mundo. Nadie apunta el peso atómico del Berilio, se preguntan para qué podrá servirles en el futuro. Más de uno se lo volverá a encontrar cuando estudie los rayos x.


Suena el timbre de salida. Te levantas del pupitre, dejas el aula. Jared camina tranquilo a tu lado, cariparejo siempre alerta. Con ese aire melancólico que lo envuelve desde la primera vez que te siguió hasta casa. Tu madre te pregunta por qué deben andar siempre juntos. Me cuida, le contestas. Cuelgas tu ropa, aspiras la alfombra, le quitas el polvo a la televisión. Buscas la tarea en la red mundial, copias, pegas. Sales a dar un paseo antes de que se haga noche. Regresas a casa. Jared se recuesta al lado de tu cama, sobre la alfombra recién aspirada. En la telenovela un secreto está a punto de ser revelado y no estás segura de saber si será algo bueno o malo. Lo sabrás hasta el próximo capítulo. Apagas la televisión. Te tranquiliza saber que Jared está a tu lado. Desde el satélite puedo observar que todas las luces de tu casa han sido apagadas. Veo tu ventana, tu calle, la avenida. La ciudad termina por tranquilizarse. En tus sueños Jared conduce una camioneta militar. Dispara armas largas, evita las balas de sus persecutores. Ninguna bala consigue rozarle. Lo persiguen sicarios de la costa, o de cualquier otra parte del país. Acordes frívolos en la radio, baño con agua tibia, champú con olor al principio del verano. En las cortinas de tu habitación hay una pequeña abertura por la que puedo ver cuando te vistes. Veo cómo te pruebas una y otra prenda hasta quedar conforme. Jared camina a tu lado a las siete de la mañana. Otro día aprendiendo ciencias viejas, discutiendo con tu madre sobre cualquier cosa con o sin importancia. Se hace de noche, descansas tranquila, Jared duerme al lado de tu cama. Otra lluvia serena se esparce en la ciudad mientras sueñas disparos de alto calibre. Ráfagas surcan el aire. Las balas aciertan en sus objetivos como si llevaran nombres grabados.


Jared Logra escapar en una de esas camionetas blindadas. Abre el portón eléctrico. Él está poniendo música que podría ser de Brasil o de cualquier otro país con playas cálidas. Prepara bebidas, imaginas sus labios pegados a los tuyos. Lo ves de pie oprimiendo botones del reproductor de audio, buscando la melodía adecuada. Se acerca a ti, la melodía que ha decidido poner se conecta con el latido de sus corazones. Pone una bebida en tu mano. Ambos dan un pequeño trago, te besa. Empieza el cosquilleo en los pezones. Te recuestas en el sillón, pone una pierna entre las tuyas, desabrocha tu pantalón. Una melodía está por terminar y una voz femenina dice que falta un cuarto para las seis de la mañana. Es tu alarma. Hora de despertarse para ir a la escuela. Te acompaña. Los minutos transcurren como eternidades en pequeños mundos. El maestro explica la diferencia entre el magnesio y la gimnasia. Suena el timbre de salida. Nadie te espera afuera sentado en la banqueta, tienes miedo de que llegue la noche. Tareas en la red mundial, copiar y pegar. En la telenovela, la protagonista descubre que el hombre de quien está enamorada, en realidad es un robot. Dejas prendida la televisión. Un desgajamiento de tierra, un arsenal de calibres prohibidos, un avión en medio del río. Duermes. Despiertas sin menoscabo. No puedes faltar a la escuela, tendrás exámenes de materias podridas. Ninguna llamada perdida, ningún mensaje de texto, no hay correos en tu bandeja de entrada, ni flores de ningún color. Ninguna esquela en el periódico ni llamadas prohibidas en mitad de la noche. No hay batallas nocturnas ni despertar con rasguños. Regresas sola a casa. Jared aparece en tus sueños, anda en una camioneta nueva de esas que no traspasa ninguna bala de cualquier calibre.


Destruye pequeñas fortunas. Despiertas incólume, maduras en un bosque de maestros y antenas; dominas el arte del regateo disimulado, de la sombra de los días. Estornudas, contestas exámenes crípticos, pruebas las nuevas drogas. Empiezas a cambiar tus gustos musicales, dejas de creer en lo que creías, borras un par de consignas.


Cero y levantaste la mirada

Aunque sé que está bastante pasado de moda el terrorismo contra las grandes empresas hay algo que me impele a cometer este acto. La sonrisa de Ronald debe, creo yo, perecer. Los aros dorados deben escurrir derretidos. Quemar las pelotas multicolor y los puentes colgantes. Las resbaladillas fabricadas por rotomoldeo deben desaparecer, esa es mi consigna. Fui educado para ser un payaso. No más cajitas felices para niños con problemas de obesidad. Imagino a los despachadores encontrándose con las cenizas de su colorida prisión cuando lleguen a trabajar. No todo está perdido, aún podemos hacer algo por este mundo. Hemos vivido dominados por el miedo y la publicidad. Hemos descubierto, como Dumbo, que nuestra pluma no tenía poderes mágicos. No sólo nos queda abrir los ojos durante nuestra vertiginosa caída para esperar el impacto, aún podemos volar incluso sin los poderes de nuestra pluma mágica.


No más papas fritas con grasas hidrogenadas de manera artificial. Imagino a la gente observando con asombro el McDonald’s que recién está ardiendo. El fuego bailando sobre el edificio. Así debe ser el inicio del nuevo mundo. Bomberos tratando de apagar el fuego y después la nostalgia anticipada. No más falsa felicidad consumiendo basura ni gigantescas emes contaminando nuestra vista al cielo. En el proceso de combustión intervienen tres elementos: combustible, oxígeno y calor. Los bomberos eliminarán el calor. Olerá a hoguera de derivados del petróleo cuando consigan consumir las llamas. Hemos sido educados para volvernos obesos. Los que nos venden grasas saturadas están planeando el destino del mundo mientras se lo hacen con Miss Universo. Ellos los dueños del mundo. Ellos los enemigos que dicen lo que es bello y lo que debemos consumir. Yo sé que esto es una crítica al sistema operante pasada de moda, pero hay algo que me imbuye a hacerlo. Para incendiar un McDonald’s se necesita un reloj de alarma y un foco pequeño de 1.5 voltios. Mejor que todo sea General Electric para que los gigantes corporativos contribuyan a su destrucción. Al foco se le hace una pequeña perforación con un golpe delicado y seco. Hay que hacerlo sin dañar el mecanismo, los alambres internos deben permanecer intactos. Luego se detectan los cables conectados al zumbador del reloj y en su lugar se coloca el foco que servirá como detonador. Imaginen una navidad con esos pequeños focos que adornan la festividad reaccionaria sirviendo como detonador. Qué mejor manera de celebrar el cumpleaños de Jesucristo que con la destrucción de todos los McDonald’s del mundo que nos vuelven obesos y propensos a muertes tempranas.


Mi lucha no es contra molinos de viento, es contra gigantes corporativos. Vaya mierda de cliché pero vamos, hay una voz que no sé de dónde viene, me dice que tengo qué hacerlo. Una vez que se tiene el detonador se elige la sustancia explosiva. Siempre es mejor utilizar gasolina y jabón en cantidades exactas por mitad. La alarma se activa y en vez del zumbido despertador sonará una explosión redentora. El sonido de la esperanza. Los detergentes no sirven. Se pica una barra y después se sumerge en baño maría. Luego se hierve y se añade gasolina. Se agrega el jabón en la parte superior y se revuelve hasta conseguir una consistencia espesa. Nuestro detonador General Electric debe hacer contacto con un trapo mojado de gasolina y luego con nuestro gel explosivo. Para una reacción potente y altamente incendiaria es necesario crear dos bombas con cuatro kilos de gel. Los últimos empleados salían a las doce de la noche. Los empleados de los corporativos han sido víctimas de un lavado de cerebro tipo GRH. Gestión de recursos humanos. Consiste en darles un motivo para vivir, en hacerles creer que son parte de algo importante, en convencerlos para que formen parte de las metas a largo plazo. McDonald’s es su hogar y sus compañeros de trabajo sus hermanos. Nuestras vidas vacías son el arma que los gigantes utilizan en nuestra contra. Nuestros miedos los hacen millonarios. La cuenta regresiva había empezado. Eran las nueve y ya iba camino a dejar las bombas. Emoción era lo que sentía pero combinada con otras sensaciones que no sabría describir. Una vez que salí del edificio la sensación de estar haciendo algo bastante pasado de moda. Debía seguir adelante. La resistencia y la lucha estaban tan añejas pero algo me impelía a hacerlo. Ahora es el momento y el frió de la medianoche me estremeció un poco.


A las doce con quince cambiaría mi vida y aún no estaba seguro de la magnitud del acontecimiento. Del cambio en el curso de las cosas. ¿Cuáles cosas? Mis cosas, sólo mis cosas. Faltaban veiticinco minutos. Creía que era algo grande, hasta años después admitirías que había sido tan inútil como todo. Recogí la mochila y dejé todo lo demás. Sólo necesitaba no tener frío. El invierno es duro en esta ciudad con un cuarto de millón de habitantes. El siguiente golpe lo daría en donde pudiera llevar manga corta. ¿Cómo se sentirá la arena entre los pies? Me pregunté mientras dejaba las bombas de tiempo escondidas entre los contenedores de basura. ¿Cómo será dormir en la playa? Las alarmas estaban programadas y las bombas habían sido colocadas. Caminé un poco mientras observé la cuenta regresiva en mi reloj de pulsera. Faltaban veintidós minutos y doce segundos. Veintiuno. Cuatro minutos. Me acerqué al edificio. Llevaba la mochila al hombro y hacía frío. Era un golpe de inconformidad, un acto trascendente, una demostración de principio, un principio de algo. Ni siquiera sabía cómo definirlo pero sabía que le hacías un bien al género humano. Un minuto. Cuarenta segundos. Hay gente que todavía hace cosas pasadas de moda, pensé mientras observé el interior del edificio tan iluminado y colorido. Veintisiete segundos. Este era el comienzo. Once segundos. Volvió la imbécil certeza de estar jugando un juego caduco. Pobre empleado del mes. Tres segundos. Al fin voy a nacer, dejaré de ser el payaso que me enseñaron a ser, pensé. Cero segundos se marcó en tu reloj de pulsera y levantaste la mirada hacia el edificio.


Ella nadaba en el club

Los miércoles se juntaba a leer la Biblia con un grupito de niñas adineradas. En ocasiones asistía a clases de violín. Lo que más le gustaba era nadar. También tenía una tienda de muebles de bejuco que estuvieron de moda en algún tiempo. Era un ejemplo para sus hermanas. Una noche terminaba de ver la tele cuando su mamá entró en la habitación. Estas son las mañanitas que cantaba... Nunca ganó una competencia. Entrena muy duro pero no tiene la complexión, le escuchó decir al entrenador. En la escuela tampoco destacaba y menos en el violín. Delgada y de ojos grandes, morena como su madre. Abandonó el ballet a los once años, nunca dijo por qué. Podía estar bien en cualquier lugar, incluso en los velorios. Lamento no haberte felicitado antes mija, lo que pasa es que con tanto trabajo...


Lunes 8 Ayer fue mi cumpleaños y la pasé muy bien. Primero en la escuela me felicitaron todos y después fuimos a festejar mis amigas y yo al centro comercial. La pasé increíble. Mi papá y mis hermanas me felicitaron desde en la mañana y mi mamá fue la última en hacerlo pues siempre trae la cabeza en quién sabe dónde. Me estoy preparando como loca para las competencias de junio, si obtengo un buen lugar ya me dijeron que me voy con el equipo a las eliminatorias. Espero que así sea porque le voy a echar todas las ganas del mundo. Bueno, ya me voy a dormir porque mañana tengo un examen muy difícil. Miércoles 12 Hoy fui al cine con mis amigas y nos sacaron porque estábamos haciendo mucho ruido y después fuimos al centro comercial. Compramos discos y ropa pero yo no me sentía bien por culpa de los cólicos. Compré la blusa azul que había visto desde el otro día y se rompió mi pantalón gris porque me atoré en un alambre. Estuve en la tienda un rato antes de que cerráramos. Mañana expongo lo de las mitocondrias y creo que debajo de mi cama hay una cucaracha. Bueno, ya tengo sueño. Ah, hoy no fui a entrenar porque me sentía muy mal. Miércoles 12 de Mayo 23:44 P.M. Mujer. Abrigo. Navaja. Cinco de la tarde. Escaparate. Oxímoron. Increado. Virtud. Retorno. Metáfora. Caos. Vacío. Esta tarde he ido al cine por lo de la muestra y he visto tres cuartas partes de una película francesa que me hizo abandonar la sala. Por la mañana me entregué a la necesidad de un sustento económico e intenté enseñarle algo a estos animales que no tienen principios ni conocimientos que no provengan del inmediatismo que los encadena.


Mujer. Espectáculo. Cantinero. Subvalorar. Cine de realidad, cine de autor, cine-estética-defectuosa. Humedad. Noche profunda. Cable coaxial. Piel de fruta recién puesta en los estantes de los supermercados. Cabello negro ondulado como en un comercial de champú. Su mamá era ortodoncista, por ello dientes perfectos. Amante de su tiempo, adoradora también de ídolos con pies de barro como todos esos que no resisten la primer turbulencia. Su padre le había rogado para tomar clases de violín. Al principio entrenaba natación para mantenerse en forma y después empezó a gustarle. Había personas que le molestaban y las evitaba siempre. Evitaba también tomar en las fiestas, en ocasiones lo hacía y no sentía la menor culpa por ello. Una vez se murió su hermano. Dice que es el dolor más grande que ha sentido. Es muy probable que así haya sido. De niña se quedaba horas mirando el espejo. Ahora persiste el ritual pero por motivos diferentes. El joven profesor de Valor Semiótico I es muy popular entre los alumnos. Primero porque no cree saberlo todo y después por su indefinible sentido del humor. El primer día de clases les explicó la relación entre verdad, bondad y belleza. Nadie entendió un carajo. En la primaria lo adelantaron un año y la preparatoria la cursó en dos. Tiene casi la misma edad que sus alumnos, eso también lo hace popular entre los alumnos. Antes se equivocó de camino pero ahora estaba abocado de manera cabal. ¿Cuándo es el examen profe? Preguntó el joven que había destacado por ser el más tonto de la clase. Para cuando estén listos, contestó el maestro y comenzó la clase. Ayer comparábamos a Epicúreo con un cibernauta ...


Lloró tanto cuando su hermano murió que hasta creyó se le habían secado las lágrimas. Le gustaba cumplir años. Entre otras cosas recibió como regalo dos discos compactos, un tulipán amarillo, un perfume, cuatro cartas, y una tarjeta barata. A pesar de que había subido mucho de nivel, no tenía posibilidades de llegar a las eliminatorias. Ella quería creer que sí. Le gustaba escuchar su música con la luz apagada. Le gustaba creer que las cosas se arreglaban solas al final de todo como si hubiera sido algún capítulo de una de esas series que pasan en la televisión. Se tragó todos los comerciales y también las promesas de los infomerciales. Ojos oscuros, sí. Piel morena también; como su madre. Estaba pensando en abandonar el violín. Un arte, una ciencia y un deporte; eso le había enseñado su padre. La vio por primera vez en la cafetería de la universidad. Guardó la secuencia en ridícula cámara lenta. Bendito lugar común. Figura esbelta y contoneo de modelo bien entrenada. Gracia casi sin fin y sonrisa perfecta. La adivinó vacía como todos sus coetáneos. El vacío también tiene su encanto, depende de cómo se mire, pensó el joven profesor mientras se olvidaba de la idea de enamorarse de ella en el centro comercial. Viernes 14 de Mayo 23:58 P.M. Perder las dimensiones. Anoche. Vivencia estética. Hoy. Realidad en lo particular. Interpretaciones. Personas de a pie. Velázquez. No hubieran matado a Sócrates. Lluvia. Whisky. Leonard Cohen. Generación. Degeneración. Beatnik. He dejado abierta mi ventana imaginaria con vista al mar. Puede ser que me sienta viejo. No he podido sacarme la imagen de la niña muchacha del centro comercial. Por alguna razón no puedo dormir, siento que algo grande está pasando en algún lugar y no soy parte de ello.


Ayer compré un boleto para el concierto de uno de esos pocos grupos que mantienen vivo el rock. Al final decidí no ir porque recibí una visita y me entregué plenamente al deseo de los cuerpos. Una mujer que acaricia y araña, maldición de hematoma marcado en mi cuello con la ventana abierta al mar. Después la imagen de la muchacha en el centro comercial. Uno. Mantenerse en pie. Arquetipos. Aristóteles. Decibeles. Enamorarse del vacío. Su arte tocar el violín, su deporte la natación y la ciencia siempre puede esperar. Dormía con la ventana abierta y a veces con la televisión prendida. Siempre conseguía una involuntaria empatía con la protagonista de la telenovela de las seis. En ocasiones le gustaba su entrenador de natación. En ocasiones un joven que tenía mucha gracia pero no sabía bailar. No podía dormir porque sentía que algo importante estaba por ocurrir. De vez en cuando extrañaba a su hermano. La idea es que deconstruyan el objeto en sus mensajes básicos, explicaba el joven maestro mientras sus alumnos tenían el pensamiento disipado. Para mañana deben traer un ensayo sobre los cigarros y el vaquero solitario, encargaba el docente a sus alumnos que empezaban a odiar la complejidad del curso. ¿Es para entregar? Preguntó la bella ingenua y nadie contestó. ¿A quién le importa que estos asnos aprendan algo? Pensaba el profesor mientras recordaba a la muchacha en el centro comercial. ¿Pero qué clase de personaje soy? se preguntó en voz baja mientras salían los jóvenes con el futuro entre sus manos. Domingo 14 Ayer fuimos al concierto de Los Popotes y estuvo increíble. Yo me puse mi pantalón morado y mis amigas iban todas de falda. Llovió poquito y se llenó el auditorio.


El próximo sábado son las competencias y hoy nadé como loca. Quiero ir mucho a las eliminatorias. Creo que mañana le voy a decir a mi papá que ya no quiero ir a violín pues prefiero dedicarle más tiempo a la natación. En el concierto de Los Popotísimos todos estábamos maravillados. Y me quiero poner un piercing en el ombligo. También quiero enamorarme de alguien pero se vuelve más difícil cada vez. Está lloviendo mucho afuera y me quiero pintar el pelo también. ¿Porqué le parecía cada vez más difícil enamorarse?. Ella sabía muy poco del amor. Sabía entre otras cosas que siempre alguien sale perdiendo. Nunca le había tocado perder. Mirada que se disipa, sonrisa exacta y una gracia que desarmaría a quien fuese. Un vacío que solía llenar con objetos, le gustaba vestir a la moda y asistir a fiestas repletas de personas iguales a ella. Voz chillante. No sabía mentir y mucho menos fingir sentimientos. Lloraba cuando le daban ganas. Empática, melancólica, callada. Le gustaba su entrenador y un joven con gracia que no sabía nadar ni bailar. Altiva y sincera. Piel morena sí, como su madre. ¿Porqué tan bajas calificaciones en los exámenes? Preguntó muy serio el joven disléxico. ¿Sí profe, la neta ahora sí se pasó? Expresó desde su lugar el joven semi-punk. Todos habían reprobado el segundo parcial como el primero, pero ahora las calificaciones habían sido catastróficas. Ayer estudié como idiota, no es justo que me haya sacado esto, reclamó la bella ingenua y nadie dijo nada. Las calificaciones demuestran lo que saben, dijo el joven docente y salió del salón. Martes 16 Hoy le dije a mi papá que ya no quería estudiar violín y no se enojó conmigo, me dijo que desde hace mucho estaba esperando que se lo dijera y a mí me dio mucho gusto.


Hoy me dijo el entrenador que necesitaba echarle más ganas si quería ir a las eliminatorias. Se me hizo muy payaso de su parte pues él ha visto que sí le estoy echando ganas. Vi una chamarra increíble pero ahorita no puedo gastar porque ya casi es el cumpleaños de mi hermana y tengo que regalarle algo. Vi el nuevo video de Los Popotes y me gustó mucho, está increíble. Bueno, hoy estoy muy cansada porque entrené muy duro y ya tengo sueño. Ah, se me olvidaba, ayer soñé que se me atoraba el traje de baño y nadaba desnuda sin darme cuenta y eso hacía que ganara una competencia importante porque las otras competidoras se detenían a verme. Bueno, me voy a dormir. Martes 16 de Mayo 12:18 A.M. Siento algo atorado en el pecho. Miércoles 17 de Mayo 12: 07 A.M. Asceta. Principio. Metafasia. Jaula. Estreptococo. Punto. Sublimar. Minimo. Polis. Vestido rojo. Hora exacta. Deducción, general, particular. Puede que todo eso no importe. Importa ahora el silencio infinito del desasosiego. He deseado por algún momento que estuviera lloviendo. Dejar abierta mi ventana imaginaria al mar. Diversión. Deja vú. Piedad para los muertos. Para mañana quiero un ensayo de cinco cuartillas en dónde decodifiquen el espectacular de la avenida principal. Odioso por haber corrido cuando los demás caminaban. Deslumbrado por la luz del conocimiento pero ciego al placer de lo cotidiano. Amante del jazz y de los mensajes ocultos. Son muchas cinco cuartillas profe, dijo el joven de bizco. Además ese espectacular está para decodificarse en cinco renglones, añadió el alumno fresa y yuppie.


Viernes 19 de Mayo 12:43 A.M. Hoy fui de nuevo a la biblioteca del centro comercial con la intención de volver a verla y así fue. Compré un libro de filosofía latinoamericana y El Principito para ella. Caminé un poco por las tiendas de ropa esperando encontrarle. La vi salir de una de las tiendas con sus amigas, la alcancé, le toqué el hombro y le dije: disculpa, sólo te quería regalar este libro. Ella miró la portada, leyó el título y me dijo que lo había leído en la primaria y que no le gustaban las historias tristes. Pero que de cualquier forma lo aceptaba. Le dije también que me gustaría ser su amigo y me dijo que la amistad no era un acuerdo ni algo que se le pudiera pedir a nadie, me dijo que era algo espontáneo y que uno no podía andarla pidiendo. Le dije pues que me gustaría platicar con ella y me dijo que no le gustaba hablar con gente que leía libros sobre filosofía. Me dio las gracias y la vi marcharse. Luego me di cuenta de que era de la misma generación que mis alumnos y que yo sólo era un dizque intelectual pasado de moda. Cuando llegue a mi casa me puse a escribir y a reflexionar sobre todos mis paradigmas rancios.


Ella y su diadema rojo

¿Te gusta verdad? No me gusta. Sí te gusta. Ya no hay que hablar de eso. Mejor dime qué ves a través de la ventana. En la esquina hay un hombre elegante, te digo. ¿De dónde viene? No lo sé, quizá de enterrar a su madre o de perder dinero en apuestas arregladas o de una fiesta de quince años donde se presenta a las adolescentes ante la sociedad. La verdad es que no hay manera de saberlo. También hay un par de puestos de comida y una mujer que lleva prisa. ¿Por qué dices que viene de enterrar a su madre? Sólo trato de imaginar situaciones en las que se necesita llevar traje, aunque claro me faltan muchas más. Dime si te gusta o no. No sé. ¿Cómo lo puedo saber? Tratas de no pensar nada y su imagen persiste. Entonces no me gusta. Cierro los ojos y veo la misma negrura. No te creo, pero está bien.


¿Recuerdas su cara? Sí, dices. Eras muy pequeño, te digo. Un día te quedaste dormido en la cocina y mi mamá te llevó a una cuna. Despertaste llorando, creo que no sabías en dónde estabas. Luego llegó ella que hacía tiempo había abandonado esa cuna y te cargó. Fue la primera vez que te vi sonreír. Dime la verdad. ¿Te gusta verdad? No, respondes. ¿Y a ti? Tampoco, contesto. Se ha puesto muy guapa. Los novios no le faltan y ha roto un par de corazones. ¿A ti te gusta verdad? Me preguntas. No, te contesto. Luego siento un poco de culpa por mentir. ¿Qué es lo que más recuerdas de cuando podías ver? Te pregunto. Una fiesta en el jardín, la piñata de payaso, el pastel de payaso, mi disfraz de payaso. Los globos de todos colores. A ella y su diadema roja con bolitas blancas. Recuerdo que mi mamá estaba muy contenta. También recuerdo cuando fuimos a la feria y te subiste conmigo a los dragones voladores. Cuando estábamos arriba se veía el amontonadero de gente. ¿Cómo supiste que ayer no pasaría el señor de las nieves? Te pregunto. Cuando pasa, los perros de la calle de abajo ladran como locos. ¿Apoco los escuchas? Sí, también a veces escucho cuando el vecino discute con su esposa. Le dice que es una golfa. ¿Sabes qué es una golfa? Te pregunto. Una especie de furcia. Ya voy a cerrar la ventana. No, no la cierres. ¿Porqué te gusta ella? Me preguntas. Sólo me parece muy guapa. Además a ti también te gusta. ¿Por qué dices que a mí también me gusta? Porque cuando podías te le quedabas viendo, porque siempre que viene te emocionas, porque es obvio, porque sí. Pero es raro porque tú ya no sabes cómo es ahora. ¿Cómo es ahora? Más alta, más delgada, sigue teniendo colorados los cachetes y ya no usa diadema. Se viste muy bien, cuando la veo en la escuela me pregunta por ti.


¿Y qué le dices? Que has aprendido a leer el braille y se pone contenta. Tiene un novio en su salón pero es un gordo pendejo cara de hamburguesa de pollo. A ella le queda muy bien el uniforme y la falda le llega arriba de las rodillas y todos siempre se le quedan viendo. Es muy cariñosa y siempre me saluda de beso y abrazo. Así como me platicas debo admitir también me gusta, dices. A mí también ya no veo a la mujer apresurándose ni ninguna apuesta y cerramos los ojos y dar dormidos.

que tienes razón, a mí te digo, y en la ventana al hombre que no ganó nos empezamos a que-



Un solitario en la computadora

Hace poco me enteré de que regresaste. Yo no quería que te fueras a esa ciudad con más de dos millones de habitantes. Supe que te ibas cuando ya habías comprado tu boleto de autobús. Yo quería que te quedaras y que siguiéramos siendo esos buenos amigos que éramos y que me siguieras besando esas tardes serenas de mayo y de junio también. Pero a ti te atraía esa ciudad con poco más de dos millones de habitantes y esta ciudad con un cuarto de millón y yo, te parecíamos poca cosa. Ni siquiera me dejaste que te acompañara a la ciudad a despedirte. Ni siquiera me dijiste nos vemos en el chat o te escribiré mails pronto. Yo de vez en cuando marcaba tu número celular para que me contestara esa amable grabación que explica que el número no existía más. De vez en cuando te buscaba en las redes sociales para encontrarme con que habías eliminado todas tus cuentas. Así que poco a poco me fui olvidando de ti.


Un miércoles me mandaste un mensaje para decirme que necesitabas verme. Yo estaba jugando un solitario en la computadora y no conseguía hacer más de trescientos puntos. Malditos tréboles. Después leí el mensaje. Necesito verte, decía. Te espero en tal café a tal hora. Las nubes cargadas de lluvia terminaron por marcharse, la tarde dejó de ser sombría. No pude evitar sentirme nervioso por el mensaje. Traté de adivinar la razón por la que me buscabas después estos años y sobre todo después de jurarme que no querías volver a saber nada de mí. Quizá habías olvidado mi cara y querías volver a guardarla en tu memoria o ver cómo me sentaban estos kilos de más. El encuentro sería a las seis de la tarde, conforme avanzaban los minutos en mi reloj de pulsera obtenía cada vez menos puntos en el solitario; malditos corazones. Cuando te fuiste dijiste que no había nada que te obligara a darme explicaciones. Yo había aprendido ya que a las mujeres hay que dejarlas ir de manera afable; malditos diamantes. Te dije que te iba a extrañar, te pedí un último encuentro sexual, te negaste inexorable. Encogí los hombros, te vi marchar sin aspavientos. Malditas espadas. Adiós a mi amiga perfecta, adiós tardes serenas de julio. Adiós encuentros sin pudor en un subcompacto no descapotable. Adiós a nuestros hijos perfectos nadando en un balneario de agua tibia. Dejé el solitario, apagué la computadora, bajé las escaleras, conecté la manguera, me dispuse a regar el pasto. Todavía faltaba un poco para nuestro encuentro. Nunca contestaste mis llamadas ni mis correos electrónicos. Por qué me buscabas ahora cuando casi habías dejado de importarme, por qué necesitabas verme de manera tan perentoria.


Miré el reloj, faltaba poco más de una hora. Caminé hasta la parada de autobús. Miré a través de la ventanilla, la zozobra seguía aleteando en mis pensamientos. Yo quise ser tu paladín, tu acompañante en este largo viaje que es la vida. Encontraste que debías marcharte y yo acepté tu ineluctable despedida. Bajé del camión en la agencia de autos japoneses, caminé media cuadra, atravesé un par de calles tranquilas. Llegué al café que escogiste. Estabas ahí, sentada, bebiendo un líquido rojo con un popote transparente, me sonreíste, me hiciste una señal con la mano, te levantaste a saludarme con un beso y un abrazo. Cómo has estado. Bien y tú. También, qué has hecho. Pues nada, lo mismo de siempre, dije y después pedí una cerveza. Te preguntarás por qué necesitaba verte, dijiste. Quizá te parezca extraño. No, no. Bueno, pues resulta que hay una señora que lee las cartas y me ha dicho que no consigo entablar relaciones serias porque alguien me ha hecho un embrujo, me describió a la persona que lo hizo y todas las cualidades coinciden contigo. Altura, complexión, tono de piel, edad, color del pelo, color de ojos, incluso pequeñas vivencias que tuvimos. No yo no… Sí, sí me dijo que lo negarías. Sólo quiero que me acompañes con ella para sacarnos de dudas. Yo no vi ningún problema en acompañarte para resolver la confusión, así que le di largos tragos a mi cerveza mientras te preguntaba algunos detalles como el tipo de hechizo y el lugar a dónde iríamos. Es una especie de conjuro que consigue que no concrete nada con nadie hasta que sea deshecho. El lugar está a dos cuadras de aquí. Caminamos y me empezaron a llegar los recuerdos pero la verdad es que ya no sentía nada por ti. Cuando llegamos estuvimos casi media hora en el sillón de una sala de espera. Casi no quería mirarte porque sentía algo extraño de estar ahí contigo en la sala de espera de una bruja.


¿Y cuéntame qué has hecho? Me preguntaste. No mucho. Trabajar, ir al cine los miércoles, salir los fines de semana. Tú sabes, te dije. Llevo el tipo de vida que se lleva en esta ciudad que bien conoces. Qué bien, dijiste. A mí la verdad es que me importaba poco lo que hubieras hecho y más porque estás cosas de señoras que leen las cartas siempre me han parecido ridículas y para ser honestos me dan desconfianza. De una cortina de tiras con bolitas de colores salió una muchacha que nos dijo que podíamos pasar. Pasamos y la señora no parecía ni gitana ni bruja, se parecía más a la señora que vende unas gorditas muy buenas de papas con queso cerca de mi casa. Nos sentamos los dos juntos enfrente de ella y enseguida te reconoció. Le dijiste éste es el muchacho y yo vi a los ojos a la bruja. Empezó a echar la baraja francesa y salieron los tréboles, los corazones, las espadas y los diamantes. Me dijo que yo también era víctima de un hechizo pero que ya lo había deshecho junto con el tuyo. Después se sorprendió del gran futuro que me esperaba en el mundo de las letras y de lo bien que me iría en todo cuanto emprendiera. Al final nos dijo que le pagáramos lo que quisiéramos y me viste con cara de que yo tenía que pagar y le puse en una canasta un billete de cincuenta. Cuando salimos me diste las gracias, un abrazo y un beso de despedida. Al llegar a mi casa por fin pude ganar en el solitario, apagué la computadora contento y no batallé para quedarme dormido.





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