Lecturas para Meditadores Jóvenes
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VII
Ananda y la Felicidad Verdadera
“Ananda” es un término sánscrito que podemos traducir como “felicidad”, pero para comprenderlo correctamente hay que distinguirlo de las ideas corrientes que se tienen de felicidad. Muchas personas la asocian con el placer, contraponiéndola al dolor, de modo que se es feliz cuando se vive en el placer y se es infeliz cuando se experimenta el dolor; otros individuos hablan más bien de las cosas que les producen felicidad, así, para algunos, la felicidad es inherente al dar, otros son felices cuando tienen oportunidad de reírse o relajarse, algunos más hacen depender la felicidad del dinero o los bienes materiales, o de obtener éxito profesional, o reconocimientos sociales, etc. Todas estas ideas acerca de la felicidad no son las que se significan con “ananda”. La felicidad de ananda es independiente de los estados pasajeros de placer y de dolor, tampoco está en función de la aparición o desaparición de ciertos estímulos o circunstancias ambientales. La felicidad de ananda se ubica al nivel del verdadero Yo, permanente e indivisible, es la felicidad del Ser. Ella no puede depender de situaciones o estímulos pasajeros, porque entonces sería relativa, necesariamente tendría que equilibrarse con el sufrimiento, por ejemplo, hoy soy feliz porque me siento amado y comprendido, pero mañana sufriré por las causas contrarias. Sin embargo el Yo que me da identidad y me define como ser humano, no está sujeto a contingencias, no es caprichoso ni juega a las escondidas. Es permanente e inmutable; sólo en ese Yo real puede radicar la felicidad verdadera. Tratemos de pensar cuál será la textura de esta felicidad propia del Yo. En primer lugar es serena, no irrumpe de pronto en 35
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explosiones emocionales; observémoslo en nosotros mismos: quien con facilidad se emociona pronto se arrepiente de tantas risotadas, mas quien sin dobles intenciones ha logrado transmutar a la carcajada en tranquila sonrisa, ya tiene puestos sus pies en la dulce paz del corazón… El sentido de tal transmutación se entiende de inmediato: Los raptos de densa felicidad agotan al organismo, porque consumen una gran cantidad de energía, no pueden sostenerse por mucho tiempo, en cambio la serena alegría no requiere de tanta energía, al contrario, la genera, por eso puede sostenerse durante horas y días enteros, incluso durante toda la vida sin que haya agotamiento. En segundo lugar, la felicidad auténtica se complace en la sencillez, no es rebuscada, no se atormenta con complejidades innecesarias, no se pierde en el laberinto de mil movimientos inútiles. Como señala Krishnamurti, no nos basta con observar la belleza de una nube al aterdecer, además queremos ver a un ángel sentado sobre la nube, y puesto que no lo vemos nos sentimos infelices. Observemos las mesas de los ricos, repletas de manjares deliciosos, no obstante ellos no alcanzan el disfrute del obrero o del albañil cuando saborean un sencillo taco de frijoles. La búsqueda insaciable de experiencias cada vez más sofisticadas o paranormales, lo que oculta es la insatisfacción del momento presente. Pero solamente en la vivencia íntegra de cada momento, sin remiendos ni expectativas, está la felicidad. En tercer lugar, la verdadera felicidad es profunda, ya que es la felicidad del Ser y del saberse Ser; el Ser es profundo por constituirse como principio y fin de todas las estructuras, de todas las capas y de todas las fluctuaciones; las capas de la epidermis se mueven de aquí para allá, cambian constantemente, pasan por ciclos de placer y dolor, nacen y mueren, mas el Ser es el existente imperecedero. Ese es el genuino Yo, lo más profundo que hay en cada uno de nosotros, es la felicidad del existir, el ananda. Una persona en estado de ananda puede en cierto momento de su vida 36
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sufrir un gran dolor físico o mental, y sin embargo permanecer en ananda, pues la felicidad verdadera está más allá del placer y del dolor. La meta sagrada de la meditación es conducirnos al estado de ananda. No perseguimos otra cosa, ni poderes extrasensoriales, ni capacidades intelectuales, ni dar solución a cualquier clase de problema; empero sí vamos directo y sin rodeos a contactar con el Yo profundo, cuidando no quedar atrapados en las capas mentales o emocionales intermedias. Por ello meditar es algo que nadie puede hacer por mí, es un esfuerzo que sólo a mí me compete y cualquiera que se acerque indiscreto será un ladrón sin éxito, dado que la felicidad del Yo es una experiencia absolutamente personal. A medida que nos ejercitamos en esta búsqueda esencial, el Yo se agranda, o en otras palabras, la conciencia del Yo adquiere prominencia y relevancia. Inicialmente los contactos son pocos y cortos, luego son más frecuentes y duran más tiempo, después trascienden allende las dos medias horas de meditación, en nuestras actividades cotidianas; así el Yo les va ganando terreno a los falsos yoes de las capas intermedias, hasta que se traspasa una importante línea, después de la cual el meditador jamás volverá a perderse ni a confundirse gravemente; no es todavía el estado pleno de felicidad, mas el meditador comprende, aun en los instantes más aciagos, que hay una manera de regresar y restablecer el contacto, ya conoce el camino, no lo olvida, y siempre que realice el esfuerzo de no identificarse con las capas intermedias, retornará efectivamente. Meditar es, entonces, un trabajo de pico y pala, ceñido a la sabiduría del poco a poco; ningún logro importante puede obtenerse en un solo día, o en una cuantas semanas, y ni siquiera en unos pocos meses. Ante todo es una labor paulatina de acercamiento a la conciencia; en la inconciencia y en la semiconciencia únicamente 37
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hay infelicidad. No olvidemos que detrás de toda gran iluminación hay muchas crisis, muchos vencimientos y muchos esfuerzos. La conciencia se impone al mecánico devenir de los falsos yoes, de manera paciente e inteligente. A veces las cosas van bien, y otras veces parece que lo perdemos todo; no nos engañemos ni desesperemos, las conquistas de la meditación nunca se pierden, cada centímetro ganado se revierte en felicidad, y al final, quienes perseveran alcanzan la felicidad total…
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VIII
El Espejismo de la Dignidad Espiritual
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Además de aclarar los obstáculos que enfrenta el meditador joven, debe hacerse luz sobre los impedimentos o pretextos más frecuentes que esgrime el candidato a la meditación. Cuando se invita a una persona a meditar, generalmente se excusa argumentando diversos motivos, por ejemplo, hay quienes dicen que ellos se sienten completos dentro de su religión, en consecuencia no requieren de ninguna otra ayuda externa, o bien piensan que le jugarían una especie de traición a la divinidad, a los jerarcas de su iglesia o a la firmeza de su propia fe. Algunos más no admiten la posibilidad cognitiva de la mente separándose de sus contenidos, o del observador separándose de lo observado. Otras personas señalan que no les interesan los métodos pasivos, dicen que ellas son hiperactivas y su mundo va muy rápido, de modo que no se imaginan a sí mismas en contemplación estática, semejantes a un Buda abstraído de “la realidad”, etc, etc. Por supuesto las anteriores excusas pueden ser refutadas con cierta facilidad, ya que de ninguna forma erigen una barrera infranqueable para la práctica de la meditación. Como esos argumentos hay otros muchos, que no representan impedimentos reales para poder meditar. Entre todos ellos, al que aparece con mayor frecuencia lo identificamos como “el espejismo de la dignidad espiritual”. De cada tres personas que rechazan la meditación, hay dos que se amparan detrás de este espejismo. Se refiere a la idea errónea que tiene bastante gente de que ella es indigna de recibir la meditación, porque padece graves vicios o defectos, porque es débil o pecadora, y otras muchas calamidades por el estilo. Algunas de estas personas agregan que tal vez más 39
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adelante tomen la meditación, pero primero deben eliminar sus vicios, limpiar sus conciencias o salir del estado de impureza en que actualmente viven. Así, el espejismo de la dignidad espiritual, es la imagen anticipada que tiene de sí mismo el individuo, cuando logre ser más sabio o más bueno. Hasta entonces -piensa equívocamente- podré abrazar la meditación. Se trata de un espejismo, porque la persona se representa a sí misma como alguien diferente a quien actualmente es, ella no está conforme con la imagen que tiene de sí, y entonces se inventa de otra manera o con otros valores, se fabrica una nueva máscara. Eso es un espejismo porque tal personaje sólo existe en su cabeza, como una futura posibilidad que, curiosamente, entre más la estructura en la fantasía, menos se materializa en el único y filoso instante de su mundo presente. Lo anterior no significa que la gente tenga que conformarse con las tristes imágenes que tiene de sí, sin intentar transformaciones conscientes y positivas, el punto clave es que se requiere un método, o de lo contrario las cosas siempre terminan en el terreno de las idealizaciones irrealizables. Pretender alcanzar la dignidad espiritual, sin el auxilio de un método rector, es como dar palos de ciego en medio de la obscuridad, dando vueltas en el mismo sitio porque se carece de estrategia y de dirección. La meditación es el método gracias al cual se alcanza la dignidad espiritual; se medita para ser digno, mas no se puede alcanzar ese elevado objetivo, solamente por desearlo tibiamente de vez en vez. El método precede al objetivo, ya que cuando el objetivo se alcanza, el método es innecesario. Al cabo, sólo es cuestión de comprender el orden de las cosas; recordando la conocida e ilustrativa figura: si se pone la carreta delante de los caballos, no hay movimiento, pero si los caballos van por delante, la carreta puede ser desplazada. La meditación es un método abierto para toda la gente, no sólo al margen de sus anclajes culturales, raciales e idiosincráticos, sino también de sus posiciones morales, de sus particulares patrones de comportamiento, de sus vicios y sus virtudes, de sus fortalezas 40
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y debilidades. Cierta persona, poseedora de una gran honestidad y cimientos éticos profundos, se defendía de la meditación con el siguiente argumento: “respeto mucho a la meditación, y precisamente porque la respeto no la puedo practicar ahora, antes debo bajarle al alcohol, porque llevo un buen tiempo atrapado en ese exceso”. Aquel buen amigo se pasó diciéndonos lo mismo durante largos años, sin poder lograr por él mismo la estabilidad deseada. Cuando al fin se decidió a tomar la meditación, en unos cuantos meses ya había alcanzado dicho control. Semejantes a ese ejemplo hay muchos otros, empero el espíritu de las presentes lecturas viajan más en el sentido de comprender los principios éticos y psicológicos de la meditación, que tratar de convencer a los escépticos a fuerza de la ejemplificación interminable. Cuando una persona continúa mostrando reticencia, a pesar de proporcionarle buenas razones para meditar, no se le debe insistir más, ante todo por el respeto que su decisión nos merece, y también porque esa misma insistencia terminaría por acentuarle una franca aversión al tema. La meditación es el método psicológico regio, capaz de mover a la carreta estancada en medio del lodazal; no importa cuán pantanosa sea la visión interior donde el individuo se halle postrado, los caballos de la meditación tienen el poder de mover al caído, debido a que representan la fuerza espiritual del Yo. La invitación a la meditación está abierta a todos, a los que se encuentran erguidos o en estado de yecto. Prácticamente no existen impedimentos para abrazar el método de la autoobservación genuina. En especial a los candidatos que se sienten indignos, hay que intentar explicarles los mecanismos defensivos que se esconden detrás de ese espejismo. El toque es uno de los tres elementos imprescindibles de la meditación. Es el más misterioso porque opera a nivel suprafísico y desde la cuarta dimensión, o sea que está suspendido sobre las coordenadas espacio-temporales donde nos sabemos inmersos. 41
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Nace en una fuente de poder, originada a su vez por una personalidad espiritual muy desarrollada, que generalmente es un iluminado yogui, aunque también puede ser otro Maestro formado en cualquier camino esotérico. En la fuente de poder los átomos ordinarios alcanzan una mayor frecuencia de vibraciones, debido al trabajo del Maestro, quien a partir de la sola concentración mental, es capaz de imantar un espacio físico elegido de antemano. Cuando ese espacio alcanza un punto preciso de magnetismo, queda listo para que de ahí se abastezcan de energía los instructores capacitados para transmitir meditación.
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