ANTOLOGÍA POÉTICA
Mª PILAR MARTÍNEZ BARCA 1
María Pilar Martínez Barca A mi madre
Epifanía Brillaba la mañana. Venia la marea, con sus copas teñidas en la espuma del viento. Y tú permanecías silenciosa. Tu mundo era pequeño: la casa, los paseos por el sol del verano y aquel rincón tan intimo donde tenían vida las sombras de los cuentos, donde la luz caía. Pero algo te impulsaba a aquella comunión con otros seres, y te quedabas triste cuando se habían ido. Tu madre, aquellos párpados de azucena y escarcha, siempre estaba contigo: compañera en la noche del desvelo y a la sombra apacible de los días felices. Y luego llegarían las figuras soñadas, instantes que se pierden por linderos de niebla. Y sentada a la orilla, esperabas los ecos de otros mares lejanos.
(Epifanía de la luz, Zaragoza, 1988)
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(EpifanĂa de la luz)
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Lisa surca las turbulentas aguas de la adolescencia
Levaba algunos meses viviendo las angustias de la edad turbulenta. No conciliaba el sueño por las noches. Yacían las muñecas en un rincón del cuarto. Pasaba en unas horas de un gozo exuberante a la melancolía. Los senos que apuntaban, las curvas aún nacientes hacían despertar su lado femenino, al tiempo que la hundían en profunda congoja. Sin duda, allí en su cuerpo moraban los demonios. Giuliano la huiría, y Tessa parecía capaz de traicionar sus más bellos secretos. La puerta de su alcoba en adelante se hallaría cerrada. El vello, y esas manchas en las sábanas: se iría desangrando hasta morir. Quería arrepentirse de las malas acciones y dejar en herencia sus bienes más preciados. La vieja bambinaia disipó sus temores. Un encaje en las mangas, un volante en el cuello o un lazo en el corpiño, le mostraba el espejo una hermosa figura. Se depiló las cejas y comenzó a ponerse color en los pezones. Los hombres la miraban con deleite; bajaba ella los párpados y esbozaba sonrisas maliciosas. De pronto, se sintió embriagada de vida: cumplía aquel septiembre sus doce primaveras. (Historia de amor en Florencia, Madrid, Col. Altazor, Asociación Prometeo de Poesía, 1989)
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Lisa habla con Leonardo al cabo de los años
Con este traje oscuro, despeinado el cabello, y una tenue sonrisa, posara para vos una mañana bajo este azul profundo de Florencia. Las rosas, el estanque, los árboles floridos. Me fuisteis desvelando vuestra infancia dichosa, vuestra melancolía, vuestro anhelo insaciable en todos los saberes. El sol iba cayendo mansamente en los setos, se posó la tristeza en vuestros ojos. Al fondo del jardín, entre esas dos columnas, os recordé a la madre que un día os comprendiera. Mientras cobraba vida mi retrato en la tabla, creciéronnos los lazos que todavía hoy nos mantienen unidos. (Historia de amor en Florencia)
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Sucedió en Galilea, un hermoso crepúsculo. Comenzaba la sombra a oscurecer las aguas y se fueron marchando quienes, momentos antes, te escuchaban absortos. La luna iba surgiendo lentamente en el lago. Me quedé yo a tu vera, como el niño que teme apartarse un instante del regazo materno. Asomaba el cansancio a tu semblante. Yo fuera para ti, desde una luz antigua, esa eterna mujer a quien siempre tendiste la mano y la esperanza: la niña entristecida, la enamorada esposa, o esa madre ya entrada en la estación del luto. Reposé mi cabeza en tu silencio. La luna iluminaba las adelfas. Sabías tú muy bien de ese anhelo frustrado de amar y ser amada, con mi centro en penumbra y mis deseos puros. Tendidos en la hierba, veíamos la luna penetrar en el lago, como una red de ensueño que envolviera el espíritu. De nuevo se me daba, ribera de la sombra, la entrañable certeza de sentirme querida. Ceñiste suavemente mi contorno y el alma se me abrió, como un fruto granado. La noche se impregnaba de aroma a nardos nuevos. (Flor de agua, Zaragoza,Institución «Fernando el Católico», Excma. Diputación Provincial de Zaragoza 1994)
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Ribera del amor II
Miro hacia Dios cuando el pecho te enlazo. Yo miro a Dios mientras te enlazo y tiento, o si busco en el pozo ahondado de tu agua, oh alegría de vaso bebido extensamente. (Manuel Pinillos)
Se me quedó grabada en lo más hondo la hora más hermosa de mi vida. Ardía hasta la piedra del brocal. Pediste de beber. Te vi cansado. Hablabas del amor como de un agua que manara entrañable de un centro a otro centro, de alguna fuente oculta a un misterioso mar. Apenas comprendía tus palabras. Me supiste muy sola, a pesar de las muchas caricias de mis manos. En silencio tus ojos me impregnaron de paz. Desde entonces debí desgastar mis sandalias llevando a cada puerta un ánfora de amor.
(Flor de agua)
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Ha sido una semana agotadora: exámenes, trabajo, lejanos los amigos. Hoy domingo he venido paseando a este parque de Roma. Se escuchan los gorriones, los besos silenciosos de los enamorados. Bajo este azul de mayo me he sentado a escribirte. Unas palomas comen de manos de una vieja. Estarás tú soñando paraísos de luz, plena de vida y gozo, o recordando unos bellos instantes compartidos. Tan sólo quise darte una amistad sencilla, unas horas de amor. Y fuimos transformando esa experiencia, para ti inolvidable, en un hondo venero de ternura. Se ha marchado la vieja y siguen las palomas desplegando armonía. No encierres en el sueño la esperanza. Entrégate a la vida, sin temor y en despojo de todo cuanto pueda recordar la tristeza, y ofrenda esa tu paz a quien yace en lo oscuro. Algún día el amor será más que silencio en ti, como lo ha sido en esa buena anciana que ha vuelto a echar pan a las palomas.
Se está muy bien aquí. Las copas de los pinos dan calma y sombra nueva. 8
Recibe un fuerte abrazo en esta luz te dejo. Es hora de comer.
(Se estĂĄ muy bien aquĂ. Diario de una amistad, Madrid, Huerga y Fierro editores, 2002)
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Piazza Navona
A Carlos Yagüe.
I
La tarde era celeste, allí en la línea esférica del sueño. Sentados en un banco, ante el mágico embrujo de la vida, remansada en agua, y piedra, y fuerza contenida. Ardía lento el sol sobre los cuerpos. Entre una y otra broma, rebosantes de ensueño y alegría, tomamos un helado en tres sabores. La esencia del presente se condensa en un instante mínimo. Enfrente, recostado al modo clásico, el Río de la Plata, y el Danubio, el Nilo o aquel otro de las Indias. Hieráticos a veces; o azorados por demorar el ya cierto derrumbe del tiempo y de las cúpulas. Salpicas un momento el agua tibia, y siguen impasibles, tan ajenos a esta nuestra pequeña plenitud. Vivir es amar siempre lo sencillo, aquello que los otros acaso no comprenden. Amar y, sin embargo, sintiendo estoy sus huellas, sus gestos, los acordes que un día modelaran en estos rostros múltiples. Al fondo una iglesia, algún palacio.
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Un niĂąo en su carrito, una seĂąora, un viejo pensativo, paseando en torno a sus recuerdos. Anuncia todo vida en torno nuestro. Tomamos el helado, y me trajiste un poco de agua clara entre tus manos para lavar las mĂas. Vivir, amar, dejarse embriagar de existencia, por la savia profunda de la piedra antiquĂsima, por el gozo sencillo de una tarde de junio.
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II
Llegamos a la piazza después de lentas horas de reposo, de haber deambulado por las calles angostas y hermosísimas, de haberse oscurecido el firmamento. Contemplo unos instantes las pinturas de jóvenes artistas en los puestos: hay rostros deformados, paisajes interiores, un aire de bohemia y poesía. Allá, al fondo, se escuchan las guitarras de algunos extranjeros. Se rasga la trasombra en cálidos acordes. Es tarde ya, y la gente perdura en esta calma de inicios de verano. Demoro algún minuto el corazón en ese arcano enigma de luz y oscuridades, de agua y armonías silenciosas. Sentado enfrente mío, perpetuado en el limbo preciso del instante, un solemne varón, un ser divino. Profundo, reflexivo, ensimismado, perdido en irreales horizontes. ¿Qué misterio de piedra le cautiva? Acaso una distancia en la memoria, o esa fina añoranza que lacera las carnes y el espíritu. Me adentro, lentamente, en su mirada, inmensa noche oscura, y adivino una fiebre lejana, y tan remota.
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Aquella misma magia adolescente, instante en plenitud, o de abandono, aquel sentirse, y no, junto a quien amas. Seguía como ausente, en un antiguo espacio de pureza, en tanto que en la piazza bullía un bello ambiente de luces y penumbras, guitarras, tenderetes, paseos detenidos. Al tiempo que en la noche, y en el alma, se anunciaba el estío, nos fuimos, paseando, hacia la casa por calles empedradas, semioscuras, hermosas antesalas del silencio.
(Se está muy bien aquí. Diario de una amistad)
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En 1993 visitaría Ávila junto a unos amigos. Uno de los locutorios de La Encarnación, donde la tradición cuenta que Teresa y Juan quedaron en éxtasis, me impresionó gratamente: un banco o escaño, de los de nuestros pueblos, una silla, un pequeño ventano enrejado, que daba a la clausura, y una luz especialmente cuidada, cálida y entrañable, que lo doraba todo. Un óleo representa la supuesta escena. Me vinieron los tres primeros versos de estas cartas. Nueve años después, en el mismo lugar, comencé la Obertura.
La Encarnación, Ávila, 6 de julio de 2002. Obertura Otrora en esta celda, en este sencillo corredor silencioso, te confesaste, Madre, aquella aurora al vadear la luz. Ni vuelo de palomas, ni visiones venidas de ultrasueño. Sólo unas rejas pobres, y una voz recia y al tiempo delicada. Te dolía de vida el corazón. E irías devanando, uno a uno, los silencios más fértiles, las pasiones ardientes del espíritu y la tierra. Revestida en sayales y ese débil resplandor indeciso de más allá del alma, te fuiste enterneciendo tan cálida y menuda, casi niña en las manos sin sombra del Amado. Que son muchos las puentes y posadas, y luengos los caminos, de Medina a Becedas, y la tierra cansina, y los huesos deshechos de tanto trasmontar palomas y altozanos. Que si aquesta licencia, o esotra dote, y aposenticos nuevos donde fundar los sueños piedra tras piedra, y vida, y esperanza. 14
Y el hálito tan tibio de un vencejo, cuidando no desvele el sosiego de alguna hermana enferma. Por eso, a la mañana, cuando nadie trajina por el secreto cuévano de tras de las murallas, el silencio se aquieta, y se te hace remanso tu dolor más oscuro. Las aguas y los pájaros en un instante mínimo. Y la mirada, en lluvia, se te va entredorando de tanta vida en torno, y tanto centro despojado, desnudo, y tan hermoso como el susurro calmo de esta luz que caldea mi aliento, aquí, a los pies del banco, enfrente de esas rejas donde un día habitaste. Confieso que he vivido y no he amado hasta agostar la fuente. A veces, el camino se hace angosto y se nos caen las alas, la flor entreverada de cerezo y pasión por la vida. Y es más arduo vadear cualquier puente, toda senda que lleva a un corazón desvencijado. Se encienden las hogueras más antiguas, esas que prefiguran visiones de la noche en el espejo roto de las almas. He ido alimentando el desaliento, el miedo, la ceguera, hasta verme varada en esta orilla oscura. Y he degustado el gozo hasta las lágrimas. Han tocado ya a paz. En este cuarto mínimo iluminado apenas por un soplo de luz, las dos, mano con mano, en remanso los ojos más allá del escaño o de la silla. Y en el centro traslúcido de la morada última la certeza indecible de sabernos amadas. 15
(El corazรณn en vilo, Madrid, adamaRamada ediciones, 2005)
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XV Ávila, San José, septiembre 1581 Al Padre fray Juan de la Cruz, Baeza Pidiome su merced que le escribiese, mas faltan las palabras a esta pobre anciana, ya rendida de cansancio. La tarde remansábase en silencio, callaban las campanas por instantes. Vinisteis a tratar de los asuntos que por aquella hora ensombrecían la paz de estas moradas: los frailes de Pastrana, alguna hermana enferma, o esotra alta visita que esperábamos. ¡Cuán suave regalaba vuestra escucha! ¡Qué delicada venda a nuestras almas confesarse con vos! Loado el Criador por tal ventura. Vinisteis, como digo, a conversar de lo que tanto urgía en esos días, y así, la voz suspensa y ya el crepúsculo dorando los enseres, quedose vuestro rostro ensimismado y el corazón en vilo. Algo dulce llagó, flecha y bálsamo a un tiempo, el centro de mi ser. Muchas nieves cayeran desde entonces sobre estas viejas tocas, tan gastadas por el uso y los rezos. Hubisteis de sufrir tristes pesares, prisiones de la carne, que nunca del espíritu, dolores y cadenas, fieras noches. Y ahora que el Señor —bendito sea Su Santa Majestad— levado ha sus castillos por villas y ciudades, aldeas y condados, 17
pedisme os acompañe hasta Granada. Comprended, buen fray Juan, mis huesos pecadores no están para más viajes. Ayer, mañana y noche, hubieron de sangrarme, y arrecian el dolor y la fatiga. Si así es vuestro deseo, pudierais llegaros de nuevo hacia estas tierras y puede acompañaros alguna monja santa. Y ya que me escribisteis, mi bondadoso padre, podremos despedirnos, que el alma de esta anciana, cansada y achacosa, respira ya la luz de la alta vida. En Ávila fechada, septiembre, a mil quinientos y ochenta y uno otoños. Teresa de Jesús.
(El corazón en vilo)
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A Jesús Alba, que me ha enseñado a amar.
Te deseo, amor mío, igual que se desea la luz en la mañana, el aire para el pájaro, o el descanso en la noche. Te deseo, indefensa, como desea el niño la piel cálida y tersa de la madre, la leche de su luna, una caricia. Te deseo, mi amor, cada vez que entresueño la seda de tus labios por mi vientre mi mano en tu cabello, tu cuerpo despertándome. Te deseo tan hondo, tan adentro que me estremezco toda en hojas frágiles, manantial de por sueño y de por vida. Te deseo en la noche sin ribera, y aquí, en la madrugada, para otro hermoso día donde amarnos. Te deseo, amor mío, en cada luz, más allá de la espera y la distancia, cuando huele ya a lluvia y cercanía. Te deseo hasta el éxtasis.
(La manzana o el vértigo, Zaragoza, Libros del Innombrable, 2009)
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Sólo si tú me miras la luna cobra sueño y se tiende, tranquila, en mi regazo. Sólo cuando sonríes es más hermoso el aire. Tus ojos se me posan tan adentro que parecen dos lagos, en el útero fértil de la tierra, entreabierta a tu pasión. ¿Quién inventó el amor? ¿La manzana o el vértigo sagrado de la vida hacia la vida? Repósame tu piel, lenta, en mis pechos, y que toda tu savia se me estremezca honda como un inmenso abrazo sin orillas. Sólo cuando tus labios me acarician se entreabre la flor, y te sé ya tan íntimo como la luz y el aire que nos nutren. Si te abrazo, poseo ya todo el horizonte, y los límites últimos, y la esencia. ¿Quién poseyó el edén, sino quien ama hasta el mítico centro de la tierra? Sólo cuando mis manos se reposan en tu rostro de almendro, o en tu vientre, se recrea la luna en mi interior. Sólo cuando te amo, y tú me amas, se desvela el secreto de las estrellas últimas, de los dioses lejanos, de la vida, tan nuestra. Soy tuya, tú eres mío, y no hay tierra, ni mares, ni montaña profunda que no nos pertenezca.
Sólo si nos amamos, tan sin fondo, desde la nuca al pie,
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del vientre hasta los labios, es nuestro el universo.
(La manzana o el vĂŠrtigo)
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Se recoge en reposo la cocina. La madre madrugó con el vislumbre de un primer resplandor tras la ventana. La estancia y los enseres fueron cobrando aliento, tintineo de tazas, desperezar de párpados, un trasluz de ternura en la mirada. Ya todos se marcharon, y ahí reposa la mesa en honda paz, algo de leche, o algunos cereales en el cuenco. Perdura en las vasijas el aroma de un encuentro inicial, aquella fiesta, o ese ritmo pausado de la vida libada gozo a gozo, sombra a sombra. Este tosco puchero conserva todavía la memoria sencilla de la abuela, perdida en sus quehaceres y sus rezos. Quedó la servilleta en un sosiego descuidado y hermoso. El jarroncito preserva silencioso la esperanza de un ramo de claveles. Penetra por el vano una luz íntima dorando la mesita, los volúmenes, el cardo reposado en su memoria. Avanza la mañana, y se aproxima el cálido retorno de los seres.
(Del verbo y la belleza, Madrid, Setelee, 2012. Con óleos de Isabel Guerra)
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Que nada turbe el aura incandescente. Los párpados cedieron al reposo y la muchacha duerme, ¿o acaso roza el límite entrañable de los sueños? Silencio, no se quiebre la serena quietud de los marrones. ¿Por qué vano secreto ha penetrado esta cálida luz como de cera libada en lo más puro del espíritu? Es bella la muchacha: tez oscura, la expresión aquietada, un suave velo ciñendo los contornos más ocultos. Sentada en la penumbra se ovilla en su regazo la esperanza, dispuesta ya a emprender un largo viaje. Entremos bien despacio en el recinto, que ya la mariposa está naciendo de sus manos menudas. La noche fue vencida y sus letargos. Ahora se respira, imperceptible, el aire transparente de la aurora. La luz como de cera nos envuelve, comienza un nuevo día. Las ánforas esperan, y el pupitre despojado y sencillo
Que nada turbe el aura que llevamos color de la mañana en torno nuestro. (Del verbo y la belleza) En plena luna 23
I Fuego Hacía niebla, y frío, y honda noche ribera del Moncayo. Allí, en la plaza, el viento iba rizando estrellas tibias del fondo de la fuente. Se prendiera el corazón hirsuto de unos leños y el aire, de repente, se hizo llama, silencio en las miradas, brisa lenta, reposo allá en el centro de los árboles. Algo como libélula, encendida en la más suave cera, nos condujo a un espacio interior, cálido, hermoso. Lucían los altares, revestidos de un aliento entrañable. Había apenas asiento en los escaños. Honda se hizo la luz, honda la sombra, por saber del calor de la esperanza en la noche cerrada del espíritu. Quedamos como absortos, silenciados, tan plenos ya de luna y de promesas de horizonte entreabierto a lo más íntimo, que rebrotó la vida en resplandores, bengalas, globos, cánticos, racimos. Era todo un ardor fluyente y puro.
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II Palabra Tomamos los asientos, las alfombras, el suelo, los rincones… Y templamos tersamente el silencio: proclamábase aquella hermosa historia del Dios de los orígenes, de abismos, mares, fuegos, tierra fértil y arcilla esperanzada, bestias, frutos. Separen las lumbreras noche y día, y vio que germinaba la belleza. Al fondo, unas guitarras que despiertan de lo hondo del prodigio y nos preparan las aguas interiores: Tendió su mano al mar y fueron ya vencidas las más amargas sombras, la luna iluminara por siempre el corazón. Y vuelven las guitarras, los cánticos, los ramos dispuestos ya al encuentro, al desposorio con quien nos rescatara del olvido al darnos vida y sueño y aliento y esperanza. Las flores que colgamos de los muros parecen renacer, en la alegría, profunda, de la noche. Y escuchamos como un anuncio ambiguo, extravagante, hermosamente cálido: Quien ama recibirá ternura a manos llenas, rebosará en la paz de los felices, será ungido en amor y vida plenos. Sentimos ya el instante venturoso del aura presentida, de la aurora
bendita por las lunas: Llegaron muy temprano 25
y ya nadie habitaba el lecho hondo del sueño; tan sólo algunas vendas, conmovido el silencio, y un halo ardiente y suave que horadaba la piedra amanecida. Desde entonces sabemos del destino celeste de los cuerpos, de esa hermosa materia que nutre el corazón. (En luna llena, XXIII Premio Nacional de Poesía “Acordes”, Ayuntamiento de Espiel –Córdoba–, Concejalía de Cultura, 2016)
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A mis tíos Fermín y Rosa, desde el otro lado de la luz.
En el aire de agosto los pájaros silbaban con un rumor de espigas, convocando a la luz del corazón. El huso de las nubes iba hilvanando el cielo y peinaba el ventalle rastrojos interiores. Violetas, rosas pálidos, arreboles, turquesas, como un óleo pautado por una mano ingrávida detrás de la cortina. Y de pronto, ¿de dónde?, una aureola de luna entronizando el campo, vuestra tierra justo antes del Lucero. No estabais dormidos en el crepúsculo.
(Pájaros de silencio, XXXV Premio Internacional de Poesía “Juan Alcaide”, Madrid, Verbum, 2016)
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Hay una zona oscura en mi epicentro, un agujero cóncavo que lleva al paraíso desterrado por siempre de mi infancia. Una herida cerrada en superficie, pero que sigue abierta en mi más íntimo cielo, donde callan los pájaros. No me quiero morir para la eternidad. Tengo sed de absoluto y de belleza. Sin embargo, hay siempre un sin embargo, una intuición precoz que me anuncia la sombra más hermosa del mundo, la estación en penumbra de los acantilados que parecen abrirse a un vacío de estrellas y formas y pronombres. Fugaz vacío solo. Porque detrás, al fondo, en la otra orilla se presiente el edén de los desposeídos, la luz inaugural de los primeros ángeles que dejaron de serlo para nacer de un vientre de mujer. No me quiero morir.
(Pájaros de silencio)
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Así, como respiro, lentamente, pronuncio la hermosura de tus ojos, recreo la sonrisa de tus labios. Viniste, aquel buen día, a mi existencia, y fuiste, mansamente, seduciéndome, colmándome de luz nueva, ignorada. Así, como respiro, lentamente, me voy dejando amar, me voy dejando llevar de tu misterio. Es hondo el horizonte que me muestras, profundos son los mares que presiento, al fondo, en tus caricias. Así, como respiro, me conduces muy dentro de mí misma, de nosotros, muy dentro, al mismo centro de la vida. Es duro el horizonte que me muestras en cada ser humano, en cada rostro, oscuro y hermosísimo es el hombre. Así, como respiro, me enamoras cada nueva mañana, cada nuevo ocaso presentido. Es mágico sentirte entre mis brazos, es mágica tu voz cuando acaricia, suavemente, mi centro.
(Septenario de amor, en Poesía y Relato, Primer Premio de Poesía en el III Certamen Literario «Universidad de Zaragoza», Universidad de Zaragoza, 1992)
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Ángel sin alas Querer y no poder. Sentirte vivo y saber de tu cuerpo como un lastre que te fuera envarando en esta orilla. Soñar mucho más alto que los cóndores, y presentirte arena, lodo, sombra tras de tu piel de ángel. Dolerte hasta la médula ese tiempo que se te va llevando a quienes amas, que se te va llevando hacia la noche. Pararte, respirar como se vive, y echar raíces sólidas. Y aceptarte, uno más, a medialuna. Comenzar a subir, muy lentamente. Querer volverte atrás, a contrasueño. Tomar de nuevo impulso… Casi. Espera. o corazón y ascenso, Llegar a ser montaña, en el centro más hondo de la vida.
(La luz escondida (Una poética de los ángeles), Zaragoza, Libros del Innombrable, col. Biblioteca Golpe de Dados, 2010)
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Desveladas La noche se ha encendido de luciérnagas. Y tras de la ventana se oye un piano, como un río suavísimo de otoño. Cuatro estampas sencillas a la luz de una lámpara tibia y entrañable. Madre e hija pasaron tras los muebles, tras la mesa, quizá, del saloncito, y conversan de cosas cotidianas: la actriz de la semana, la cena de esta noche, un día transcurrido como tantos. ¿Queda un hondo silencio en las miradas? El agua cristalina cruza el vado de la noche sin márgenes y adormece a la niña en su pupitre. Comenzó sexto curso y debe ya olvidar las muñecas bajo llave para emprender la marcha del estudio. Se duerme el dormilón sobre la colcha mientras la niña va por la merienda. Se apaga un breve instante la ventana. Y vuelve a encenderse el agua en luz del piano que alguien toca tras la noche. Lo ahoga la estridencia de la tele, el sexo a sangre fiera, las palabras soeces, inservibles de tan pobres. Y el buen hombre contempla sin pensar. Vino tan acabado del trabajo que apenas si le queda ya armonía 32
que poder compartir con los más suyos. Y se va relajando en el sofá, fluyendo en una música no oída sino al trasluz delgado de la lámpara que conforma los sueños, las esperas o esa añoranza frágil de un amor presentido. Divaga la muchacha, vuelve, torna, trascruza los senderos interiores con un halo de sombra en torno al corazón. ¿Qué historia le ha nublado la mirada, esos ojos celestes de inicios de existencia? Presagia una presencia y, sin embargo, se siente como ahogada en un mar sin orillas. Mañana es el examen, pero apenas si puede detenerse en esa página abierta en la penumbra. Solo un piano pone una nota cálida, de abrazo tendido más allá de la ventana. (Accésit II Certamen de Poesía “Ciudad de Tomelloso” contra la Violencia de Género, Tomelloso –Ciudad Real–, 29 noviembre 2013)
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Umbrales de esperanza Me está doliendo el tiempo, los instantes que se van deshojando en nuestras vidas, el viento al desflorarse, las caídas de lo bello en la sombra. No hay bastantes segundos, lunas llenas, penetrantes estaciones de lluvias tardecidas. Las aguas se suceden, resentidas, renace ya el almendro. Y qué distantes parecen hoy los cielos, curvos, hondos, el amor que no llega, la alegría que pasa, el verde de los montes que no vemos. Algo nuevo rebrota tras los fondos de légamo y ceniza me traspasa un asomo de aurora. Viviremos. (Poema seleccionado en el III Premio de Poesía “Gertrudis Gómez de Avellaneda, Sevilla, 23 de febrero de 2014)
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Carta de ceniza enamorada A Aurora
Pasé a tu casa, cálida, a llevarte un crisma y un abrazo de esperanza. Y apenas si me dejas retornar. Había en la salita libros, música, y la tele encendida a media voz. En la mesa, recuerdo, un libro abierto no leído aún, en el silencio de aquel tiempo tan lento en soledad. Y el retrato entrañable de los hijos coligando de los muros, de tu centro. Todo tan bellamente modelado como cuando esbozabas, línea a línea, un alma en luna nueva en cada alumno. Comenzamos a hablar de nuestras cosas, mientas ibas sacando turrón de chocolate y tu yo más genuino y luminoso. Me soñabas María, reclinada a los pies del Señor, o introspectiva eh un mundo de luz y sombra en esperanza; cuando tú te sabías azarosa, siempre envuelta en afanes y fatigas, entregada al desvelo por los otros. ¿Sentías cómo el tiempo se te iba deslizando de entre tus manos fértiles, abiertas, a tu imagen y ensueño, en tanto corazón? Estaba, de verdad, bueno el turrón, con ese sabor tierno a una paz degustada lentamente. Llamaron a la puerta. Era Miguel, que quiso compartir nuestros ensueños nacidos al calor de lo más íntimo. 35
Sencillo y silenciado por esa voz profunda que os fue sumergiendo en el deseo, seguíamos charlando en la salita, que tardecía ya tras los visillos, al tiempo que se iba caldeando espacio y corazón. Y tú temías se me fuera nublando la mirada al contemplar desnuda tu tristeza, aquel hondo desierto que te hacía olvidar por instantes la esperanza. ¿Acaso no sabías que la luz discurre lentamente, como el agua que fecunda el espíritu y los troncos, hacia aquellos que amamos? ¿No querías para mí lo mejor del universo? ¡Cómo iba a ser de noche al lado tuyo! Pasaron tres inviernos todavía, más lenta la existencia, y más profunda esa noche interior que te embargaba. La luna, silenciosa, fue empañándose en tu mirada gris, ternura y sacrificio. ¿Seguía en la salita aquella luz que se iba en ti apagando hacia el crepúsculo? ¿En qué página en sombra ibas leyendo? Te sé en largas vigilias sin frontera, asomada a un abismo de temores y opacas claridades. Te siento semioscura, luchando por abrirte a nuestra luz con un calmo deseo de esperanza. Silenciosa y ausente, perdida en tu penumbra, en tu desmayo. Iría yo alejándome 36
de tu interior en desarraigo y niebla. Apenas si se abrían las palabras, de tanto que guardaba el corazón. La mirada se te iba anocheciendo, cada vez más profunda y más hermosa, madura y despojada en el silencio. Y te ibas tú apagando hacia la luz. No sabía expresarte, ni dar forma concreta a aquella espera que sentíamos triste y tan cercana. Y me fui distanciando de tus ojos de lluvia y corazón. Pasarían las lunas, los meses y estaciones, y una noche sentí que te marchabas –algún ángel debió de susurrármelo entre sueños–. Y desde entonces siento tu presencia en cada instante mínimo. ¿Has estado inspirándome al oído? Ahora, que de nuevo florecen las raíces y las hojas, recuerdo con ternura de hija amada aquella Navidad tan entrañable que ha quedado por siempre, como estrella, aquí dentro, del lado de la luz. (Segundo premio II Certamen Bienal de Poesía de Carmona “Peña cultural Los tranquilotes”, Carmona (Sevilla), 21 de mayo de 2014)
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Corazón unisex Cuando seas mayor no existirán los príncipes azules, ni las princesas de faldita rosa. Y cuando te enamores, vida mía, lo harás de un ser humano, arcilla y luna, o un ángel, que el amor hace crecer las alas, como las mariposas que desnudan su cuerpo para sentir más cälido el contacto con la luz. Los niños y las niñas recortaréis entonces la distancia de la tierra a las estrellas más lejanas, como mamá y papá recortamos vestidos y camiones. No habrá más diferencias que las del arcoiris en vuestros ojitos chispeantes; serán las guerras de trocitos de pan y caramelo, para apagar el hambre de los tristes. Cuando tú te enamores, cuando ames… Cuando seas mayor, tesoro mío, habremos conquistado el corazón. (Segundo premio en el III Certamen de Poesía “Ciudad de Tomelloso” contra la Violencia de Género, Tomelloso –Ciudad Real–, 2 diciembre 2014)
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Canción de cuna
A Josefina Sánchez
Me he sentado a tomar la primavera apenas comenzada, aquí, en el cuarto que un día, ya muy pronto, será tuyo. Difícil resumirte, niña mía, qué siento en este instante. Han sido tantos meses, tanta espera transformándome en vida el corazón, que ahora, sin quererlo, te acaricio, aquí, bajo la piel que nos separa. Está ya preparada tu ropita: jerséis, pantaloncitos, dos pijamas, un faldón de paseo, los patucos. Ayer compré el osito de las orejas rosa. Llegarás a esta luna en la estación más bella, cuando las hojas brillan por el sol que traspasa el corazón del mundo, y el aire es un arrullo tibio y suave. Te has movido un poquito, entresoñando salir hacia esta brisa de crepúsculo que caldea la piel y la esperanza. Y me siento, hija mía, entre dos sendas, la que anduve sin ti y esta ribera que nace con tu vida, con tu voz, o esa forma tan tuya de modelar el mundo, ahora ya, en mi vientre. La sombra ha ido cubriendo, blandamente, la cuna, la canasta, los peluches, los cálidos rincones de tu cuarto. La espera ha sido larga. En el otoño aún no te sabía. Lentas noches, oscura incertidumbre, y la esperanza de dormirte, algún día, entre mis brazos, 39
tan bella, tan gordita, tan oliendo a cuerpecito frágil, tan graciosa. Hace ya primavera, y reconforta esta íntima brisa de crepúsculo caldeando mi piel, tu casa, el sueño. Han sido largos meses. No es posible recordar, uno a uno, los instantes en los que fui queriéndote, presintiendo este río interior que nos enlaza. Me he sentado a tomar este rescoldo de vida, de ternura, de presagios fecundos y hermosísimos. Compraba hoy un babero, y la camisa del pícaro gusano en la manzana. Está todo dispuesto. Bien llegada. Hace luna creciente, y se ilumina tu cuarto de un color suave, entrañable, y me voy reposando, dormeciendo, traspasando el umbral de tu venida a la estación ya plena de las lluvias. Bien nacida, hija mía, a esta esfera de tierra y luz, de aurora y horizonte. Tienes toda una vida, todo un sueño hecho carne, y estrellas, y esperanza.
(Habitando el Olvido. Cuentos y Poemas, Cuaderno Literario N.º 22, Iniesta –Cueca–, 2015. Segundo premio XXIV Certamen Literario Villa de Iniesta de Poesía)
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Otoño
Me siento bien dentro de mi corteza, con algunas hojas amarillas y el corazón en sepia, por ese polvo de oro que nos dejan la vida y sus crisoles. Me voy sintiendo a gusto en cada cicatriz que han grabado los hielos, las orugas, las ramas desprendidas tan prematuramente. Las ausencias. Agradezco a la luz, sutil metamorfosis de crepúsculos y brotes sublunares, para calmar mi sed de plenitud. Presiento la estación de los despojos, de los ocres penúltimos, antes de que la lluvia nos transfigure en tierra y humus cálido. Pero antes de reposar eterna en otro círculo, han de seguir creciendo mis raíces hacia un cielo más hondo, más auténtico.
(Ahora que calienta el corazón. Poemas a las estaciones del año, Madrid, Editorial Verbum, 2017)
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Mujer sin edén I La niebla me bloquea el horizonte en este frío invierno sin ventanas. No me atrevo a mirar tus ojos cálidos. Me da miedo la vida y sus contornos, me da miedo asomarme al hondón vacío de mi interior sin luz. Han sido muchos años de bajar mirada, embalsamada en telas no traslúcidas. O amar en el secreto de la noche sin derecho al placer. Y callar, y aguantar, y guardar tan dentro del silencio la sal de tantas lágrimas, que ahora se desbordan en esta niebla densa y amarguísima. Han sido muchos lustros de mendigar un poco de ternura a cambio de estupor, indiferencia, látigos; o heridas que perduran como un falo acerado. De arrastrarme sin pies hacia una boca como limones agrios; a una mano esquelética que olvidó las caricias. Han sido muchos siglos de ignorancia, de sepultura en vida, de luto prolongado por lunas infinitesimales. De interminables menstruaciones de volcanes y sangre coagulada en las estrellas. Úteros dilatados, pero estériles de tanto magma interno detenido en el umbral que lleva del dolor a la muerte. He sido lapidada por generaciones, mutiladas mis ansias de belleza: cometí el gran delito de haber nacido, de amar y de dejarme llevar por la marea 42
siendo mujer, sirena en carne y sueño, en un cosmos regido por el sol, cuyas ventanas no dan al interior de los deseos.
(Primer premio XXV Certamen "MujerArte" de Poesía, Delegación de Igualdad del Ayuntamiento de Lucena (Córdoba) 31 de octubre de 2017)
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Programa “leer juntos” Sesión de marzo de 2018
Encuentro con la escritora Mª Pilar Martínez Barca
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