PAMELA CLARE
PRIMER CONTACTO 5.9 I-Team
Pamela Clare Primer Contacto 5.9 I-Team
Este libro está dedicado al orgasmo femenino.
El mundo sería un lugar más justo y hermoso si las mujeres en todas partes fueran libres de disfrutar su propia sensualidad y escoger sus destinos sexuales, protegidas de la lacra del matrimonio infantil, la violencia sexual y la mutilación genital.
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NOTA DE LA AUTORA
Os advierto que Primer Encuentro termina con un momento de tensión. Es una precuela erótica de Corta Distancia (6º libro de la saga I-Team) que se podrá adquirir el cinco de noviembre de este año, afortunadamente no queda mucho. Corta Distancia ha sido uno de los libros más desafiantes que nunca he escrito. Cuando estuvo terminado, tenía perfectamente dos páginas de texto descartado por cada página que presenté a mi editor. A veces eso es lo que pasa. Entre esas páginas descartadas estaba el primer prólogo que escribí. Éste presentaba a los lectores a Laura Nilsson, una periodista televisiva, y a Javier Corbray, un SEAL en activo, y explicaba cómo se conocieron. Cuando tenía muchas páginas de ese prólogo, me di cuenta de que tenía un gran problema. Para empezar, era demasiado largo. También, tendría que tener dos prólogos para que la historia comenzara donde yo quería que lo hiciera. Juntos, los dos prólogos abarcarían un período de cuatro años. Ninguna novela debe comenzar con veinte páginas de prólogo. Por lo que, de mala gana corté el prólogo inicial, solo refiriéndome a los hechos como trasfondo de Corta Distancia. A veces los escritores tienen que tomar decisiones difíciles. Después de terminar Corta Distancia en junio de 2013, retomé el material que había cortado de la historia en busca de “extras” divertidos para colgarlos en mi blog, y redescubrí lo mucho que me había gustado el primer prólogo de la historia. Decidí coger esas páginas y transformarlas en una precuela, explicando no solo el momento culminante del fin de semana en que Laura y Javier se conocieron, sino toda la historia. Sabía que los lectores recalcitrantes del I-Team querrían saber sobre el mágico fin de semana que unió a Laura y a Javier, y pensé que eso me daría la oportunidad de hacer algo que antes no había hecho, aumentar la sensualidad y escribir una historia corta erótica. Y eso es lo que vais a leer, una novela erótica sobre el fin de semana en que Laura y Javier se encontraron. Cogí el prólogo original y lo amplié, aumentando la temperatura y permitiéndome jugar con un lenguaje que generalmente no empleo en mis libros. Espero que disfrutéis con el resultado. Como dije, querido lector, esta historia termina con un momento de tensión. No encontrareis un “felices para siempre”. Sé que la gente a veces encuentra irritantes los momentos de tensión. Sí, he visto los comentarios de Facebook “odio los momentos de tensión”. Pero dado que esto es una precuela, en realidad no había ninguna forma de evitarlo.
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Afortunadamente Primer Contacto se publica un par de semanas antes que Corta Distancia, por lo que la espera no será muy larga. También, dado que el prólogo final de Corta Distancia se puede conseguir en mi página web en este mismo momento, seréis capaces de mitigar el estrés del momento de tensión simplemente entrando en mi página web y leyendo lo que sucede a continuación. También podéis escoger leerlo después de Corta Distancia, en cuyo caso es probable que sea especialmente conmovedor para vosotros. Sí, lo sé, es como decirle a una mujer que guarde ese trozo de chocolate para después cuando quiere comérselo ahora. Bueno, vale. Olvidad que dije eso. Independientemente de cuándo leáis Primer Contacto, antes o después de Corta Distancia, espero que lo paséis bien con la historia de estas dos personas que se encuentran y disfrutan de un salvaje fin de semana de sexo “sin compromiso” que se convierte en el fundamento de la redención y el amor verdadero. ¡Feliz lectura!
Pamela Clare 17 de septiembre de 2013
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Capítulo 1
Dubai Emiratos Árabes Unidos 14 de julio de 2009
Javier Corbray entró en el ICON Bar del hotel Blu Radisson, su mirada se paseó por el oscuro interior, asimilándolo todo inmediatamente, la decoración de lujo, el personal ocupado, la multitud de expatriados que casi lo llenaba disfrutando de la Hora Feliz. Este no era su lugar. Ni siquiera estaba seguro de lo que estaba haciendo en Dubai. Estaría de regreso en los Estados Unidos si no hubiera dejado que JG le convenciera para hacer turismo. ―Tienes que ver Dubai ―había dicho JG―. Los edificios, la vida nocturna de los expatriados, los coches lujosos, ese lugar te asombrará. ¿Te he mencionado la pista de esquí cubierta? Solo cuatro o cinco veces. La ciudad era increíble. El Burj Al Arab. El hotel Jumeirah Emirates Towers. Las torres Al Kazim. La isla artificial de Palm Jumeirah con su larga avenida central. El Burj Khalifa, pronto el edificio más alto del mundo. La ciudad destilaba riqueza, petrodólares e inversiones extranjeras. Pero Javier preferiría estar haciendo una barbacoa con su padre en su patio trasero en el sur del Bronx o en casa en San Diego que deambular por Dubai con sus cuarenta y un grados contemplando la arquitectura. Y cuando se trataba de playas, nada aquí podía compararse con las playas de Puerto Rico. Aunque, ser un turista durante unos pocos días no era mala idea. Podría utilizar un poco de tiempo para relajarse. Había sido un despliegue largo y difícil, en el que él y los otros hombres Escuadrón Delta se habían visto atrapados entre la orden de
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ganarse corazones y mentes y su principal misión como SEALs, de patear culos y tomar nombres. Por lo menos no habían perdido a nadie en esta ocasión. Un hombre joven se le acercó, con el menú en la mano. ―¿Solo uno esta noche? Javier asintió con la cabeza. ―Por aquí, por favor. El hombre le guió hasta una mesa vacía para dos al fondo del restaurante no muy lejos de la salida de emergencia. Javier se sentó con la espalda hacia la pared. Era instintivo para él, tomar una posición defensiva, permanecer atento a lo que le rodeaba. No era más consciente de hacer eso que de respirar. Quería una hamburguesa y una Heineken, pero al no encontrar ninguna de las dos en el menú, en vez de eso pidió almejas al vapor, lomo de ternera y una jarra de cerveza Vicaris Tripel. Un camarero filipino le sirvió rápidamente la bebida, la visión del líquido ambarino y su blanca y cremosa espuma casi hizo gemir a Javier. No había tomado una cerveza desde antes que el Escuadrón Delta se había desplegado el pasado noviembre. Levantó la jarra hacia su boca y bebió, la espuma le hizo cosquillas en el labio superior, la cerveza se deslizó, suave y fría, por su garganta. Oh, demonios, sip. Bajó la jarra, se lamió la espuma del labio, un anhelo que había tenido durante meses finalmente satisfecho. Levantó la vista y la reconoció en el momento en que la vió. Laura Nilsson. La Muñeca de Bagdad. Así es como las tropas americanas la llamaban. Le habían dado ese apodo en 2007 durante el levantamiento, cuando ella había llegado a Bagdad y empezó a hacer transmisiones en directo todas las noches desde el exterior de la Zona Verde. Alta y delgada con cabello rubio pálido, enormes ojos azul claro, una dulce cara e incluso unas curvas más dulces, seguramente había servido como fantasía para cientos de combatientes, aunque no para Javier. Él prefería a las mujeres de cabello oscuro con un poco más de carne sobre sus huesos, mujeres que tenían algo que sacudir cuando bailaran “La Bomba” Lo que Javier admiraba de la señorita Nilsson eran sus reportajes. Era absolutamente valiente, viajando a lugares que la mayoría de los periodistas
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rehusaba ir, abordando historias que otros reporteros no tocaban o no veían, dando a las personas allá en casa una descripción amplia de esta guerra, explicándola como era. Ayudaba que ella tuviera un equipo de seguridad y conociera media docena de idiomas, incluyendo el árabe, el farsi, el alemán y el francés. Javier dio un sorbo de cerveza, observando como el encargado la escoltaba hacia una mesa marcada “Reservado” unas pocas mesas más allá de donde él estaba sentado. Ella llevaba un vestido negro sin mangas que insinuaba las curvas de debajo y mostraba sus brazos tonificados y sus piernas delgadas. Su largo pelo rubio caía por la espalda, sus suaves ondas se mantenían en su sitio con un pasador, un bolso de piel colgaba de su hombro, las sandalias mostraban unas uñas pintadas de rosa. ¿Acabas de mirarla de arriba abajo, cabrón1? Sí, lo hizo. No podía culparse. Los despliegues continuos hacían difícil cualquier tipo de vida sexual. Había pasado más de un año desde que había echado un polvo, algo de lo que de repente era muy consciente. La señorita Nilsson pasó la mirada por la sala, conectando con la suya. Y durante un sorprendente minuto, él se encontró mirando un par de helados ojos azules. Sintió que su cuerpo se tensaba ligeramente, la inteligencia tras esos ojos pareció evaluarle antes que ella apartara la mirada. Ella se sentó y le sonrió al camarero, el mismo chico filipino que le había llevado a Javier la cerveza. ―Solo lo de siempre, Bayani. Gracias. Si Javier no hubiera reconocido su cara, ciertamente hubiera reconocido su voz, suave y femenina, pero con aquel trasfondo de acero que hacía que millones de espectadores se tomaran en serio cada una de sus palabras. Ella sacó uno de esos lujosos iPhones de su bolso, lo encendió y empezó a tocar intermitentemente la pantalla, probablemente comprobando su correo. Levantó la vista y le sonrió al camarero cuando él regresó con una copa de vino blanco. ―Gracias. Consciente de que la estaba mirando, Javier empezó a comer con entusiasmo sus almejas al vapor en el momento en que llegaron a la mesa, la suave delicia explotaba en su boca con cada bocado. Podía vivir sin la opulencia y la lujosa arquitectura que era parte de Dubai. ¿Pero la comida y la bebida? 1
Javier es hispanohablante, por lo que a veces algunas expresiones son castellanas. Irán en negrita y cursiva.
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Oh, sip. Podría acostumbrarse a eso. Terminó las almejas justo cuando llegó su bistec. Pidió otra cerveza, su mirada regresó a la señorita Nilsson, quien estaba comiendo una ensalada y dando sorbos al vino. Estaba leyendo algo en su Smartphone, concentrada. Él se obligó a apartar la mirada, prestando atención a la risueña multitud de occidentales, los acentos británicos se mezclaban con australianos, italianos y lo que sonaba como alemán. Entonces Javier vio algo que no le gustó. No era el único hombre observándola.
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Laura Nilsson tomó otro sorbo de vino, aliviada de ver que su investigación estaba dando sus frutos. Había llevado meses contactar con los ancianos tribales, ganarse su confianza. Al principio, todos habían rechazado hablar con ella, temiendo represalias de los talibanes. Pero finalmente un padre indignado se había presentado y había explicado una historia angustiosa de como los líderes talibanes le habían obligado a punta de pistola a entregar a dos de sus hijas. Las niñas, de ocho y diez años, habían sido obligadas a casarse con dos hombres diferentes, violadas en el transcurso de una semana y después divorciadas y dejadas atrás. Cuando los aldeanos se dirigieron al gobierno afgano por compensación, los líderes talibanes habían afirmado que el granjero les debía dinero. Entregar a las hijas como pago de deudas era una tradición largamente establecida en Afganistán y entonces el gobierno no había hecho nada. Laura sabía que esto no era ni de lejos la primera vez que ocurría. Los combatientes talibanes estaban utilizando las pequeñas aldeas como harenes, abusando de las leyes en el matrimonio y el divorcio en aras del sexo, aprovechándose de indefensas niñas tan pequeñas como de ocho y nueve años. Eso la ponía enferma. Escribió un rápido correo a Nico, el jefe de su equipo de seguridad, pidiéndole una actualización de su visado y haciéndole saber que tenía fecha y hora para su visita a la aldea. Ella entrevistaría a las niñas y a su padre con la esperanza de exponer estos abusos, y generar presión internacional para que el gobierno afgano lo detuviera. Una sombra cayó sobre la mesa. Levantó la vista, esperando ver a Bayani con una jarra para rellenar su vaso de agua. En vez de eso, se encontró mirando a dos enormes hombres con grandes
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bigotes. Ambos parecían estar a finales de los cuarenta o a principios de los cincuenta años, su pelo oscuro encanecido, sus caras rojizas por las quemaduras del sol y demasiado alcohol. Uno llevaba una camisa azul de manga corta con pantalones negros y una corbata a rayas, el otro un traje gris. ―Eres Laura Nilsson. ―El que llevaba traje extendió la mano, su acento era distintivamente ruso. ¿Por qué la gente pensaba que porque reconocían a alguien, tenían el derecho de entrometerse en el espacio personal de esa persona? Irritada pero no queriendo ser grosera, Laura estrechó la carnosa mano del hombre. Hablaba algo de ruso, pero optó por el inglés, temerosa de que hablar en su idioma solo les alentaría. ―Lo siento, pero estoy trabajando y no… ―Yuri ―dijo el otro hombre, interrumpiéndola y extendiendo también la mano―. Siempre te veo en la televisión cuando estoy en América. Ella se puso de pie, también le estrechó la mano. ―Encantada de conoceros, pero lamento no tener tiempo ahora para hablar. Preferiría estar sola para… ―Eres una mujer muy valiente. ―Yuri señaló a su compañero―. Nikolai y yo somos ingenieros petrolíferos trabajando aquí en el gran proyecto de petróleo. Venimos de Rusia. ¡No me digas! Nikolai se sentó, un gesto agresivo. ―Tal vez quieras saber más sobre nuestro proyecto, ¿informar sobre el mismo en tu noticiero? No estaban dándose por enterados. Laura buscó a Bayani con la mirada, vio que estaba al otro lado de la habitación. Todo lo que ella tenía que hacer era conseguir su atención y los hombres serían escoltados fuera del restaurante. Si provocaban una escena, serían arrestados y deportados. Trató de mantener las cosas civilizadas. ―Lo siento, pero esas no son la clase de noticias que cubro. Me gustaría tener una cena tranquila, por lo que os pido que os vayáis. ―Nos uniremos ti, ¿tal vez pedirte una bebida? ―Yuri empezó a apartar una silla. Una mano salió de la nada y dejó la silla en su sitio.
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―La dama ha dicho que la dejéis. Era él. Laura le había notado en el momento en que ella entró y le había dado más de una mirada disimulada. Él destacaba en una habitación llena de hombres trajeados, y no solo porque era muy alto. También iba vestido de manera diferente, llevaba un par de tejanos y una camiseta, el algodón negro se extendía sobre los músculos de su pecho. Su piel y ojos eran marrones, su pelo oscuro corto. Tenía pómulos altos, labios llenos y una mandíbula cuadrada, la combinación era a la vez masculina y exótica. Supuso que era de Latinoamérica, tal vez brasileño, pero su acento le decía que era de Estados Unidos. Dado su físico, estaba muy segura que era militar, o un empleado de una empresa de seguridad privada. Ahora estaba de pie entre ella y Yuri, su expresión severa. ¿Estaba intentando rescatarla? Ella trató de no poner los ojos en blanco. Hombres. No queriendo que esto llegara al punto de golpes en el pecho y cabezazos, hizo su mejor intento para suavizar la situación. ―Ellos ya se iban. Nikolai se puso de pie, él y Yuri miraron al hombre. ―¿Quién coño eres? ―Soy el que os va a patear el culo a menos que hagáis lo que la dama dice. Así que ya habían llegado a los golpes de pecho. ¡Helvete!2 Laura se encontró conteniendo el aliento, esperando que Nikolai y Yuri no estuvieran tan borrachos ni fueran tan estúpidos como para empezar una pelea y conseguir que ellos u otras personas resultaran heridos. Todos podían terminar en la cárcel con cualquier número de cargos, beber alcohol, alterar el orden público, perturbar un negocio. Un arresto casi seguro que conduciría a la deportación, tal vez incluso a un tiempo en prisión. Y eso tendría un impacto devastador en la carrera de Laura. Dubai era una nación de contradicciones e ilusiones donde todo estaba permitido, pero nada era legal. Podías pedir alcohol, pero si te metías en problemas, acababas en la cárcel por beberlo. Podías pasear con la misma ropa que llevabas en casa, pero si 2
¡Helvete!: ¡Maldición! en sueco.
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alguien se quejaba de que estabas vestido de forma inmodesta, podías ser deportado. Las mujeres podían trabajar y moverse libremente por la ciudad, pero si eran violadas y lo denunciaban, ellas, no el violador, podían ir a la cárcel por eso. La diferencia entre disfrutar de una estancia pacífica y ser arrestado y deportado a veces venía a causa de una simple interacción con la policía. Ella volaba a través de Dubai media docena de veces al año, el emirato servía como una especie de punto de encuentro para viajes a Irak, Pakistán y Afganistán. Si fuera deportada y se le prohibiera volver a entrar, sería muy difícil hacer su trabajo. Había luchado mucho para llegar a donde estaba hoy en día y no iba a dejar que nada destruyera lo que había conseguido, ciertamente no un par de rusos borrachos o algún tipo con complejo de héroe. Laura observó que la cara de Yuri se volvía roja, vio que las fosas nasales de Nikolai se ensanchaban. Cerca de ella, el señor Caballeroso no se movió, pero había una tensión en él que le anunciaba que estaba más que dispuesto a tumbar a ambos hombres. Nikolai se bebió el último trago de su copa, miró por encima de su hombro y pareció recordar donde estaba. Le habló a Yuri en ruso. ―Vamos. No queremos provocar una escena. Esta zorra no vale la pena. No queremos ser deportados. Todavía visiblemente enfadados, ambos hombres dieron la vuelta y se alejaron. Laura soltó el aire, entonces levantó la vista hacia su salvador, la tensión se convirtió en irritación. ―No era necesario que interviniera. No necesitaba su ayuda. ¿Y si hubiera provocado una pelea? Hubieran terminado en la cárcel. ―He estado en sitios peores. ―Tendió la mano―. Javier Corbray. Y de nada, señorita Nilsson. Así que la había reconocido. Laura le miró a los ojos, la conciencia circuló entre ellos cuando ella le tomó la mano y repitió su nombre. ―Javier Corbray. Se quedaron allí de pie durante un momento, él todavía sosteniendo su mano, ella sin apartarla. ―Creo que dejaré que siga trabajando. ―Inclinó la cabeza hacia ella, le soltó la mano y regresó a su mesa.
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Laura de repente sintió como una sacudida. No, ella no le había necesitado para salvarla, pero él no lo había sabido. Había intervenido creyendo sinceramente que estaba ayudándola, y aparentemente lo había hecho sin esperar nada a cambio. Si él hubiera estado intentando tirarle los tejos, no hubiera dado media vuelta para regresar a su mesa. ―¿Así que eso es todo? ¿Me acabas de rescatar y te vas?
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Capítulo 2
Una parte de Javier no podía creerlo. Estaba sentado en el restaurante de un hotel de lujo en Dubai manteniendo una conversación con Laura Nilsson. No podía apartar los ojos de ella. Esos hoyuelos en sus mejillas cuando sonreía. La suave curva de sus labios. La columna de su garganta. El juego de luz en su sedoso pelo rubio. Esos perfectos ojos azules. Demonios, incluso olía bien, a limpio, suave, dulce. Él quería llevársela a su habitación, sacar ese vestido negro por su cabeza y pasar horas explorando cada centímetro de su cuerpo. ¿Cómo pudo alguna vez haber pensado que no era hermosa? Sin duda había sido idiota. ―¿Qué te decidió a convertirte en periodista de televisión? ―Dadas las ideas clasificadas X que corrían por su mente, se sorprendió de que su cerebro estuviera funcionando lo suficiente como para poder mantener la conversación. Pero en verdad, era fácil hablar con ella, no era en absoluto la valkiria que había imaginado que sería. Ella sonrió cuando le contestó. ―Cuando tenía trece años, hubo un incendio en un edificio al otro lado de la calle. La televisión sueca envió a una reportera. Yo la observé mientras entrevistaba a las familias. La mayoría de ellas lo habían perdido todo. Ella se conmovió hasta las lágrimas por un niño pequeño que estaba sollozando por el gatito que sus padres no habían sido capaces de salvar. Pero cuando estuvo en el aire, se mostró muy calmada y profesional. Hizo que todos los demás en el país se preocuparan por lo que le había pasado a esas personas. Esa noche decidí que quería ser como ella, para compartir las historias de las personas con el mundo y hacer que se preocuparan. Javier se encontró pendiente de cada una de sus palabras. La deseas. Demonios, sip, lo hacía. ¿Qué hombre no lo haría?
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¿Ella le deseaba? ¿Por qué demonios se estaba haciendo esa pregunta? Dubai no era el lugar para un lío rápido a menos que quisiera arriesgarse a ser azotado y a una temporada en la cárcel. Por no mencionar una degradación cuando saliera. Crear un incidente internacional por follar no era lo que su comandante esperaba de él. Además, una mujer como Laura seguramente quería algún tipo de compromiso y Javier no estaba interesado en una relación. ¿Sexo? Sip. ¿Ataduras? No, tío. Eso no era para él. Había aprendido de la manera difícil que los SEALs y las relaciones largas no iban juntos. ―¿Creciste en Suecia? ―Tengo doble nacionalidad. ―Sus dedos trazaron una línea distraída arriba y abajo del tallo húmedo de su copa de vino. ―¿Y qué hay de ti? No me has dicho a qué te dedicas. Él sonrió. ―No, no lo he dicho. Y no lo haría. Se tomaba la OPSEC, el operativo de seguridad, seriamente. Nunca compartía el hecho de que era un agente especial con la gente que no necesitaba saberlo, y estaba muy seguro que no hablaría en público sobre eso cuando su país estaba en guerra. Cuando él no dijo nada más, la dulce boca de ella hizo un puchero. ―De acuerdo, guárdate tus secretos. Se dio cuenta lo que ella podría estar pensando y no quiso dar la impresión de ser un asqueroso, estiró la mano y casi tocó la de ella antes de recordar donde estaban. La Naval Special Warfare3 en Dubai había advertido a los miembros de servicio que evitaran al máximo tocar a personas del sexo opuesto en público, aparte de un simple apretón de manos. Dejó la mano cerca de la de ella. ―No soy peligroso. Una ceja rubia se arqueó.
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Naval Special Warfare: Agencia que provee unidades para dirigir la guerra no convencional y la lucha contra las guerrillas.
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Vale, entonces intimidar a aquellos dos rusos hizo que lo que acababa de decir pareciera una mentira. Él se acercó más. ―No soy un peligro para ti. Los labios de ella se curvaron en una lenta sonrisa que hizo que su sangre se encendiera. ―Oh, no creo eso ni por un segundo.
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¿Qué había en los hombres que emitían esas vibraciones de “no me jodas” que hacía que Laura quisiera hacer precisamente eso? ―¿No te gusta la playa Jumeirah? ―Para un hombre que había venido a Dubai para ver los lugares de interés turístico, no parecía muy impresionado. ―Nah, no realmente. ―Levantó la jarra de cerveza y se la terminó, la mirada de Laura fue atraída primero hacia sus bíceps flexionados, después hacia sus labios húmedos―. Crecí pasando los veranos en la casa de mi abuela en Humacao. Quieres ver una playa, ven a Puerto Rico. Así que era puertorriqueño, probablemente una mezcla de indio Taíno, africano y español. ―Estoy segura que es hermosa. El asintió con la cabeza, mirándola a los ojos. ―Un paraíso para los amantes. Un rayo de calor atravesó su vientre, su pulso saltó. Él hizo que las palabras sonaran eróticas, pronunciando cada sílaba lentamente, el calor en sus ojos señalaba que la deseaba tanto como ella a él. Sorprendida por la intensidad de su propia reacción física, levantó la copa hasta los labios, solo para encontrarla vacía. ―Permíteme que te pida otra. Ella dejó la copa. ―Eso me gustaría. Gracias. Le observó mientras él se abría paso trabajosamente a través del abarrotado restaurante hacia el bar para pedir otra copa de vino para ella y otra cerveza para él,
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su perfecto y musculoso trasero moviéndose bajo sus vaqueros mientras caminaba, sus movimientos elegantes y seguros. La gente se hacía a un lado para él, como si instintivamente supieran que no debían cruzársele. Pero él no era arrogante. La mayoría de los hombres que eran musculosos y sexis como Javier tenían unos egos a la altura, situados en el centro de sus propios pequeños mundos vanos. Pero Javier no había mostrado ni una pizca de pavoneo. En vez de eso, le había hecho a ella media docena de preguntas sobre su trabajo, pareciendo sinceramente interesado en sus respuestas. Incluso conocía alguna de sus mayores historias, su revelación del fracaso del Pentágono para suministrarles chalecos antibalas a los soldados, su investigación en el grupo de militares que habían estado gestionando un negocio de protección en Bagdad. Ella percibía algo más profundo en Javier, algo que iba más allá de su buen aspecto y su encanto, algo real. Dios, la ponía cachonda. Desde el momento en que se había sentado a su mesa, su mente había empezado a dar vueltas con fantasías sexuales de ellos dos juntos. Todo en él parecía arrastrarla hacia allí, su piel suave, su voz, la barba de varios días en su mandíbula cuadrada, su aroma limpio, esos labios llenos. ¿Cómo se sentirían cuando la besara, la saboreara, bajara sobre ella? La sola idea la puso húmeda. Siempre había sido cuidadosa con los hombres a los que metía en su cama, a veces pasaban meses e incluso años entre amantes. Su trabajo la ponía en el ojo público, y lo último que quería era dejar una hilera de hombres que miraran las noticias, la señalaran y les dijeran a sus colegas, “Sip, me acosté con ella. Follé con la Muñeca de Bagdad”. De todos modos, su carrera no le dejaba mucho tiempo para los hombres. Soñaba con que un día sería una presentadora de noticias o tal vez incluso organizaría un programa de noticias de la noche. No deseaba casarse, asentarse y tener niños y eso significaba que necesitaba mantenerse alejada de los hombres que pensaban erróneamente que ella estaba interesada en ellos para algo más que sexualmente. Le observó mientras él pagaba las bebidas y entonces regresaba hacia la mesa con otra copa de Chardonnay en una mano y una jarra de cerveza en la otra. ¿Sería bueno en la cama? Considerar esta pregunta hizo que su interior le doliera. Oh, sí, lo sería.
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No podía decir que la hizo estar segura de eso. Tal vez fue el modo en que él prestaba atención a cada palabra que ella decía. Tal vez la forma en que se movía, controlando tanto su cuerpo. Tal vez fue el calor en sus ojos cuando la miraba. Pero ella tenía la sensación de que si acababa en la cama con él, él haría que valiera la pena. Se cruzó de piernas, apretándolas, tratando de apaciguar el dolor, pero eso solo lo hizo peor, la sensación de excitación entre sus muslos era imposible de ignorar. Recobra la compostura, Nilsson. Por supuesto, no había manera de enrollarse, aquí no. El sexo sin estar casado era ilegal en Dubai. Incluso era ilegal que hombres y mujeres sin parentesco estuvieran juntos a solas. No podían ir hacia el ascensor, dirigirse a su habitación y ponerse manos a la obra. Si les pillaban, irían a la cárcel, tal vez incluso les azotaran. ¿Y eso no sería un buen reclamo para las noticias? Laura Nilsson arrestada en Dubai por sexo ilícito con un hombre que acababa de conocer. Las hormonas culpables. Película a las once. Pasó rápidamente las palabras por su mente y se encontró preguntándose de nuevo a que se dedicaba Javier. ¿Era un Delta Force?¿Un Ranger de la Armada?¿Un Boina Verde? La mayoría de los militares de los Estados Unidos confiaban en ella lo suficiente como para decirle a que se dedicaban, pero Javier no era uno de ellos. Eso significaba que el trabajo que hacía era clasificado, o que trabajaba para un contratista privado que se especializaba en operaciones encubiertas. Podría ser un traficante de armas por lo que sabes. No había duda. Era peligroso. De alguna manera ese pensamiento incluso la hizo sentirse más excitada. Tienes que comprarte un novio a pilas. Incluso si tuviera uno, no sería capaz de llevárselo en sus viajes. Estaba muy segura de que tendría menos problemas si fuera pillada llevando de contrabando un AK-47 en Dubai que si se encontrara en posesión de un vibrador. Javier le entregó la copa de vino, sus cálidos dedos rozaron los de ella, haciendo que saltaran chispas por su piel. Él se sentó frente a ella. ―Esto se está llenando. Ella miró a su alrededor.
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―Es viernes por la noche. La mayor parte de la ciudad está cerrada. Los expatriados se tienen que relacionar entre ellos. ―Salud. ―Él levantó su jarra de cerveza y bebió. La mirada de ella se trabó con la de él, el deseo por él apartó todos los demás pensamientos de su mente. Dejando a un lado su copa, se inclinó hacia él, bajando la voz hasta un susurro, su pulso saltaba mientras compartía lo que estaba en su cabeza. ―¿Esta conversación se volvería embarazosa si te dijera cuanto quiero follar contigo?
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Javier se inclinó contra los paneles de la pared del ascensor, la tarjeta-llave extra de Laura en su bolsillo cerca de los condones que había comprado en los aseos del bar. La anticipación se enroscaba en su interior, hacía que su sangre corriera caliente, su mente se llenara de imágenes eróticas. Laura desnuda a cuatro patas, la cabeza hacia abajo, el trasero arriba. Laura de espaldas, con los muslos abiertos sobre sus hombros mientras él bajaba sobre ella. Laura montándole, sus pechos en sus manos. Estás loco, Corbray. Si te atrapan… Echó un vistazo disimulado a la cámara de seguridad, sabiendo que nadie estaba observando ahora para asegurarse que salía en la planta dieciséis en lugar de la diecinueve. Habitación 1927. Ella le estaba esperando allí. Y, Dios, esperaba que estuviera desnuda. No, esperaba que no se hubiera quitado nada. Él quería desnudarla. Demonios, no le importaba. Solo quería estar allí, en su habitación, dentro de ella. Se paseó por el ascensor, la cabina no se movía lo suficientemente rápido. Quinto piso. Sexto piso. ¡Joder! ¿Cuándo fue la última vez que ligó con una mujer que había conocido en un bar? Estaba alrededor de los estúpidos veintitrés años. Había conocido a una bonita chula, se la llevó a su casa y tuvo una noche de vacío y disparatado sexo, al que había seguido una semana de desear no volver a verla de nuevo.
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Pero Laura Nilsson no era una universitaria. Era una consumada periodista, un nombre familiar en los Estados Unidos, demonios, medio mundo sabía quién era. ¿Por qué le había elegido esta noche cuando podría haber tenido a cualquier hombre en aquel restaurante? Él era solo un Boricua4 del sur del Bronx. Ella tenía dinero, buen aspecto, cerebro. ¿Te preocupa no dar la talla, pendejo? Piso catorce. Quince. Dieciséis. No creía haber conocido nunca a una mujer que fuera tan directa como ella. Primero, le había dicho que quería follar con él. Después había dejado caer sus condiciones. Quiero que entiendas que no planeo casarme o tener niños. Este fin de semana, es solo un fin de semana. Nada más. ¿De acuerdo? Sin ataduras. Eso también me va bien. La verdad sea dicha, le encendió que ella supiera lo que quería. Dieciocho. Diecinueve. El ascensor se detuvo, una suave campana hizo un ding cuando las puertas se abrieron. Él salió y encontró el pasillo vacío, ninguna cámara de seguridad a la vista. Miró la señal de bronce pulido de la pared y siguió las instrucciones a lo largo del corredor hacia la habitación de ella, sacó la tarjeta-llave del bolsillo y la deslizó en la cerradura. Un zumbido. La luz verde destelló. Él abrió la puerta y entró. Ella estaba situada junto a la puerta, la lámpara de la mesita de noche iluminaba la lujosa habitación a su espalda, se derramaba sobre la cama pulcramente hecha. Ella estaba descalza pero todavía vestida, sus pupilas dilatadas, los labios entreabiertos, su respiración rápida y superficial. Dio un paso hacia él, le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas para besarle. La atrajo con fuerza contra él, sus labios se encontraron con los de ella en un beso que le encendió, piel, sangre y huesos. Los labios de ella eran suaves, su inteligente lengua atormentaba la suya, su cuerpo dulce en sus brazos. Notó que ella se movía, una de sus manos forcejeando con su cremallera. 4
Boricua: Puertorriqueño.
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La mujer no perdía el tiempo. Bien para él. La quería ahora. Sin romper el beso, deslizó una mano en su bolsillo, sacó un condón y lo presionó en la palma de la mano que había liberado su polla. Mientras ella se ocupaba de eso, él se ocupó de ella, apoyándola contra la pared y llegando por debajo de su vestido negro para tocarla a través de la fastidiosa seda de sus bragas. ¡Mierda! Ya estaba húmeda. Cogió la tira elástica y dio un tirón, rasgándole las bragas y lanzándolas a un lado. Entonces dejó que sus dedos exploraran la sedosa dulzura de su coño, apartando sus labios regordetes, atormentando su pequeño clítoris hinchado, deslizando profundamente un dedo dentro de ella. Ella jadeó, dio un pequeño gemido hambriento, abriendo las piernas para él, su mano desenrolló un condón por la dolorida longitud de su polla mientras él la tocaba. Cuando el condón estuvo en su sitio, él la agarró del trasero, la levantó del suelo y la sujetó contra la pared con su peso, las piernas de ella se envolvieron apretadamente alrededor de su cintura mientras se abría para él. Y con un gemido, él se enterró en su interior. Ella giró la cabeza a un lado, su mejilla presionada contra la pared, su voz un susurro aterciopelado. ―Oh. ¡Dios! Ella se sentía muy bien, su coño se cerraba alrededor de su verga como un puño. Apretado. Caliente. Dulce. Se movió dentro de ella, dándole tiempo a que se acostumbrara a él, tres lentos empujes que casi le dejaron alucinado. Y entonces estaba impulsándose dentro de ella fuerte y rápido, follándola con una urgencia que le tomó por sorpresa, solo atento a ella y a su necesidad de ella. El almizclado aroma de su excitación. El dulce sonido de sus gemidos. La presión de sus muslos en su cintura. La mordedura de sus uñas atravesando el tejido de su camiseta. La mirada de éxtasis en su cara. Sus exhalaciones se convirtieron en una súplica susurrada. ―¡Fóllame! ¡Fóllame! ¡Fóllame!
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Más fuerte, más duro se empujó en su interior, sus caderas un pistón. Luchó por aguantar, para que ella terminara primero, obligándose a durar el tiempo suficiente. Su boca encontró la sensible piel bajo su oreja, la besó, la chupó, la mordió. Ella se sentía tan bien, sabía tan bien. Sintió que ella se tensaba, escuchó que su aliento se detenía y tuvo el tiempo justo para silenciar su grito con un beso. Ella se arqueó en sus brazos, sus músculos internos se apretaron alrededor de él mientras se corría, llevándole de cabeza hacia el acantilado, y a través del brillante precipicio. El orgasmo irrumpió en él con toda la fuerza y el calor de una onda de choque. Enterró la cara en su garganta, gimió contra su piel, su cuerpo pareció deshacerse en los brazos de ella. Y por un momento, permanecieron así, él dentro de ella con la cara presionada contra su garganta, los dedos de ella en su pelo. Él levantó la cabeza y miró en un par de hermosos ojos azules. Y pudo ver que ella estaba tan sorprendida como él por lo que había pasado. ―No he terminado contigo. ―Ella le besó. Javier la besó también. ―Yo desde luego espero que no.
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Capítulo 3
Laura sintió que él se retiraba y la bajaba hasta dejarla de pie. Captó solo un vistazo de su polla, todavía medio dura, húmeda, sin circuncidar, la vista de él hizo que su pulso se acelerara. Entonces él se dio la vuelta y se dirigió hacia el cuarto de baño para limpiarse con el condón en la mano, ella le siguió con la mirada. ¿No había sabido que era bueno en la cama? Ni siquiera habían llegado todavía a la cama y su cuerpo todavía seguía zumbando de satisfacción ante lo que había sido uno de los orgasmos más intensos de su vida. Con un metro setenta y ocho, ella no era exactamente pequeña. Ningún hombre había hecho lo que Javier acababa de hacer, levantarla del suelo y follarla así contra la pared. Para el caso, ningún hombre le había rasgado las bragas, como si no pudiera esperar para que ella se las quitara. Lo que Javier había hecho la había dejado sintiéndose intensamente femenina, algo en su interior se derretía por encontrar un hombre que pudiera manejar su naturalmente agresiva sexualidad, incluso sobrepasarla. Estaba excitada de nuevo solo pensándolo. ―Guau. ―Su voz llegó desde el cuarto de baño y ella supo que él había descubierto la bañera de hidromasaje―. Mi habitación no tiene una de estas. Tan grande como una cama de tamaño doble y de sesenta centímetros de profundidad, en cada una de las cuatro esquinas tenía columnas griegas que llegaban hasta el techo, los azulejos estaban pintados de colores rojos rubí, amarillos sol, verdes esmeralda y azules lapislázuli. Sonó la cisterna y oyó el agua correr en el lavamanos. Javier salió del cuarto de baño. ―Tenía que tirarlo. ―¿Qué?
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―El condón. ―Caminó hacia ella con el botón de arriba de los tejanos aun desabrochado, un rastro de vello desaparecía detrás de su cinturilla―. No quería tirarlo en la basura donde la doncella pudiera encontrarlo. ―Oh. Sí. Buena idea. ―Ella no había pensado en ello. Supuso que ahora era un buen momento para traerlo a colación―. Estoy utilizando anticonceptivos de larga duración, por lo que estoy protegida. Siempre y cuando sepas que eres seguro, no necesitamos utilizar condones. Él se estiró hacia ella. ―Lo creas o no, no acostumbro a hacer esto. He sido examinado, por lo que sé que estoy limpio. ¿Ahora donde estábamos? ―Iba a desnudarte. ―Ella le alcanzó. Él atrapó sus muñecas, la detuvo. ―No, yo iba a desnudarte a ti. Ella acostumbraba a tener el control, solía tomar la iniciativa, pero algo en él, su absoluta confianza, su tamaño físico y fuerza, la hacían querer ceder. Solo tuvo un momento para registrar ese hecho sorprendente antes que él la besara, esta vez sus labios acariciaron suavemente los de ella, sus manos atraparon la tela de su vestido. Él rompió el beso, retrocedió, pasó el vestido por encima de su cabeza dejando que cayera al suelo, dejándola de pie llevando solo el sujetador negro de seda. Su mirada se deslizó lentamente por su cuerpo, fijándola en su área púbica y en el triángulo recortado de rizos rubio oscuro de allí, después volvió a subir por su cuerpo. ―Date la vuelta. Ella hizo como le pidió, moviéndose lentamente, observando su cara por encima del hombro, su expresión hambrienta no dejaba dudas de que le gustaba lo que veía. Él estiró una mano, le desabrochó el sujetador. Ella lo atrapó, lo mantuvo sobre sus pechos solo para tentarle. Pero él parecía tener bastante para mantenerse ocupado, una gran mano acunó su trasero mientras la otra la rodeaba, se extendió por su vientre y la atrajo hacia atrás. Ella se apoyó contra él, sintió el calor de sus labios contra la piel de su hombro, la mano que había agarrado su trasero deslizándose por la cadera y bajando hasta su coño. Sus dedos empezaron a jugar con ella con suaves caricias, aprovechando al máximo la humedad que su orgasmo había dejado atrás. Su clítoris estaba extra
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sensible como siempre después que se corría. Él parecía saberlo, sus caricias eran delicadas pero implacables. Y su excitación empezó a construirse de nuevo. Ella gimió, su cabeza cayó sobre su fuerte hombro, la lengua de él caliente y suave mientras mordía y lamía la piel bajo su oreja. ―Quiero sentirte. Deja caer el sujetador, bella. Bella. La palabra española para hermosa. Hizo como le pidió, la seda negra cayó olvidada hasta sus pies. Él deslizó su mano libre por la piel de su caja torácica, gimiendo cuando encontró su pecho, apretándolo suavemente, su toque hizo que sus pezones se apretaran. No tenía ni idea de cuanto permanecieron así, su cabeza descansando contra su hombro una de sus manos ocupada entre sus muslos, la otra jugando con sus pechos. Sus caderas empezaron a moverse, su cuerpo ávido por liberarse. ―Oh, Dios, no me atormentes. Él rió. ―¿Crees que te puedo mantener al límite toda la noche, bella? La cabeza de ella se movió de un lado a otro contra su hombro en protesta. ―¡No! No, no. ―Entonces déjame probarte. Susurradas contra su oído, las palabras casi hicieron que sus rodillas se debilitaran. ―Sí. La tomó en brazos como si no pesara nada, alcanzando la cama en dos pasos. Entonces la dejó caer sobre el colchón, la agarró de los tobillos y la arrastró hacia él hasta que su trasero estuvo al filo de la cama. Le separó las piernas, obligando a que se doblaran sus rodillas, su mirada fija en su expuesto y dolorido coño, la expresión de su cara hizo que su corazón latiera fuertemente. ―¡Jesús! La anticipación se enrolló fuertemente en su vientre mientras él caía de rodillas y guiaba sus pies para que descansaran sobre sus hombros, la separaba con los dedos. Le dio un largo y lento lametón.
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―Mmm. Sus entrañas se apretaron. Ella se estiró hacia abajo y deslizó los dedos por su pelo oscuro, sus ojos se cerraron lentamente mientras él la exploraba con sus labios y lengua. Oh, ¡el hombre sabía cómo usar su boca! La aterciopelada fricción de su lengua contra la apertura de su vagina. El dulce tirón de sus labios en su clítoris. La suave succión. Una sensación chocaba con la siguiente, su aliento llegaba en gemidos y jadeos, sus caderas se levantaron de la cama, su cuerpo se sacudió. Había pasado mucho tiempo desde que se sintió así, sexualmente al límite su cuerpo flotando en ese brillante lugar que venía justo antes de un orgasmo. El placer era casi inaguantable, cada caricia de sus labios sobre su clítoris la hacía gemir, su vagina dolorida por ser estirada, penetrada, llenada. ―¡Fóllame con los dedos! Él gimió, dos gruesos dedos se deslizaron dentro de ella moviéndose a la vez que su boca, entrando en su interior profunda y fuertemente. ¡Oh, Dios, sí! Se corrió con un grito, el clímax explotó a través de ella en ondulantes olas doradas, sus músculos internos le agarraban los dedos, la boca de él siguió manteniendo el ritmo hasta que estuvo sin aliento y agotada. Ella se quedó allí durante un momento, flotando. Oyó el sonido de una cremallera y abrió los ojos para encontrarle de pie sobre ella, su cuerpo por fin desnudo, su mirada fija en su cara. Su vagina se apretó, fuerte. Le tuvo a la vista desde los músculos de su apenas velludo pecho con su tableta de chocolate hasta su polla erecta, con la engrosada punta expuesta y tirante. Y no importaba que ya se hubiera corrido dos veces, y se corriera con fuerza. Le quería de nuevo. Estaba a punto de ponerse a cuatro patas para tomarle con la boca. Pero él le cogió las piernas con la curva de sus brazos, poniéndole las piernas hacia atrás mientras su cuerpo caía sobre el suyo, su polla se deslizó en su interior hasta que esa engrosada punta presionó contra su cérvix y sus pelotas descansaron contra su culo. Ella se tensó, asustada de que él fuera tan hondo que le hiciera daño. Pero entonces él se movió hacia delante, empujando sus rodillas hasta sus hombros hasta que su culo estuvo levantado sobre la cama, el cambio de posición inclinó sus caderas para hacer más espacio en su interior. Y la sostuvo allí, fuertes brazos la presionaron contra la cama, su mirada trabada en la de ella.
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―¡Ooh! ―Eso era todo lo que ella pudo decir clavándole las uñas en sus bíceps. ―¡Ay Dios mío! Te sientes tan…malditamente…bien. ―Su voz era forzada, sus músculos tensos. Y entonces se estaba moviendo, lentamente al principio, incrementando su ímpetu hasta que se estaba clavándose dentro de ella, enterrando su polla hasta la empuñadura una y otra vez, acariciando bruscamente cada centímetro de su vagina, llevándola con la fricción precipitadamente hacia otro clímax. Una medio sonrisa curvó sus labios cuando ella se corrió, era visible su satisfacción masculina al saber que había hecho que se corriera de nuevo. Entonces sus ojos se entrecerraron y se dejó ir, follándola más y más deprisa, los músculos de su cuello sobresalían, su cuerpo tirante, el sudor goteaba por su pecho y frente. Ella vio que la respiración escapaba sibilante entre sus dientes a través de su mandíbula apretada, su espalda arqueada, su cuerpo estremeciéndose mientras se dejaba llevar por un orgasmo. La arrastró con él por la cama y se puso de espaldas, colocándole la cabeza sobre su pecho, su respiración se fue ralentizando gradualmente, sus dedos acariciaban arriba y abajo su columna vertebral. Su ternura la sorprendió. Pero ya había sido mucho más de lo que había esperado, más hábil, más apasionante, más intenso. La última vez que había encontrado un hombre que la había hecho flipar así fue… nunca. Ella alcanzó la mano libre de él, entrelazó sus dedos, lamentando que la noche hubiera terminado. En cualquier momento, él se levantaría, se vestiría, le agradecería el buen rato pasado y se marcharía a su propia habitación. Así es como funcionaba la cosa, como lo prefería ella. Sexo sin obligaciones ―No he terminado contigo ―dijo él con voz profunda y adormilada, repitiendo lo que ella le había dicho tal vez una hora antes. Ella trató de no prestar atención a su propia sensación de alivio. ―Desde luego no lo espero. Y antes que se diera cuenta, ambos se durmieron.
*
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Knock knock knock. ―Servicio de habitaciones.
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Javier estaba despierto y de pie, asimilando la situación de un vistazo. Los zapatos y la ropa esparcida por la habitación. La ropa de cama hecha una maraña. Laura todavía medio dormida y confusa. Ambos desnudos. El golpeteo volvió de nuevo. Él agarró su ropa mientras se dirigía hacia el cuarto de baño. ―Es mejor que te pongas algo, bella. Vas a tener compañía. Ella murmuró algo por lo bajo en sueco, saltando de la cama, su sexi trasero atrapó su mirada mientras corría hacia el armario y sacaba un albornoz de seda azul, deslizando los brazos por las mangas y atando el cinturón alrededor de su cintura. ―El desayuno. Tengo un pedido fijo a las siete de la mañana. ¡Mierda! Lo raro de la situación le hizo sonreír, aunque pensaba que no debía hacerlo. Si fuera descubierto aquí… ―Estaré en el cuarto de baño. ―Se aseguró que tenía todo, zapatos, calcetines, tejanos, camiseta, cartera, entonces miró por la habitación por cualquier señal que pudiera haberse dejado. Knock knock knock knock. ―¿Señorita Nilsson? ―Era una voz de mujer. Hablaba con acento ¿Filipino? ―Un momento, ¡por favor! ―Laura miró hacia él, con un indicio de sonrisa en su cara de pánico, sus dedos peinando los enredos en su pelo―. Nunca estoy desvestida cuando ellos llegan. Y entonces él lo vio. Se lo señaló con un movimiento de cabeza. ―El envoltorio del condón. Laura miró por todas partes, lo vio tirado sobre el suelo cerca de la pared no muy lejos de la puerta de entrada y lo recogió. Buscando confundida que hacer con él, abrió el cajón de su mesita de noche y lo dejó caer en el interior, mirando por encima hacia él mientras se apresuraba hacia la puerta. ―¡Vamos! ¡Escóndete! Pero él ya se había escondido en la oscuridad del cuarto de baño. Las baldosas frías contra sus pies, escuchó mientras Laura abría la puerta y la empleada del hotel entraba. De operaciones encubiertas en Afganistán a un encuentro ilícito en Dubai. ¿Qué pensarían JG y los chicos si pudieran verte ahora, cabrón?
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Lo más seguro es que se partieran el culo de risa. ―Lo siento, Nadira. Trabajé hasta tarde la pasada noche y me quedé dormida. ―La voz de Laura sonaba tranquila y fría, sin revelar nada―. Por favor, deja la bandeja sobre la mesa. ―¿Hay algo más que pueda hacer por usted mientras estoy aquí, señorita? ¿Toallas limpias para su baño de la mañana? ―No, gracias. Siempre que tenga buen café fuerte, estaré bien. ―Si quiere firmar por la comida, señorita. Silencio. ―Gracias, Nadira. ―Gracias señorita. Que tenga un buen día. Un momento después la puerta se cerró. ―La costa está despejada ―dijo Laura con un tono de voz muy bajo. Él se puso los tejanos y se los abrochó, después salió del cuarto de baño, el aroma del café le atrajo. Allí sobre una gran bandeja ovalada estaba colocado un plato con huevos revueltos, tostadas y medio pomelo. Había una taza, un juego de cubiertos, una cafetera. Cogió una tostada, le dio un mordisco. ―Esto se ve bien, ¿pero qué vas a comer?
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Capítulo 4
Javier se preparó para volver a su propia habitación. Laura necesitaba estar lista para una reunión de negocios con su equipo de seguridad a las nueve y otra con sus jefes de la cadena a las diez. ―¿Cuál es tu número de habitación? Te llamaré cuando termine. ―Hazlo. ―Le dio su número de habitación, se inclinó y la besó, una parte de él reacia a marcharse. Llegó al gimnasio, corrió rápidamente cuatro kilómetros en la cinta para correr y después realizó sus ejercicios de torso con pesas. Su cuerpo se sentía estupendo, fuerte, relajado, invencible. Eso es porque tuviste sexo anoche, chacho. Demonios, sip, lo tuvo. La vitamina P… hace un buen cuerpo. Eso es lo que Murphy, el francotirador del Escuadrón Delta, siempre decía. Cuando terminó su tercera ronda, Javier volvió a su habitación y tomó una larga ducha fría, quitándose el sudor. Todavía podía oler a Laura en su piel, su aroma almizclado le puso medio duro. Se secó, se vistió, pidió el desayuno al servicio de habitaciones, entonces se sentó para comprobar sus correos. En el momento en que había terminado, eran casi las once y empezaba a sentirse inquieto, enjaulado. Relájate, hermano. Llamará. ¿Y si no lo hacía? Si no lo hacía, estaba bien. Pasaron un buen rato anoche. Cierto, a él le hubiera gustado pasar esta noche en su cama. Después de todo era un hombre hetero con sangre en las venas y Laura era mucho más de lo que él había planeado de la mejor manera posible. Pero si ella no tenía ganas de otra ronda, él encontraría la manera de pasar el rato. Eran casi las doce del mediodía cuando finalmente sonó su teléfono.
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―Reúnete conmigo en la parte delantera. ―Era Laura, su voz muy baja―. Cogeremos un taxi a un lugar en el que podamos ser vistos juntos. Y ¿Javier? Él metió su cartera en el bolsillo posterior de sus tejanos, agarró su teléfono móvil y la tarjeta-llave de su habitación. ―¿Sip? ―¡De prisa! Hace calor aquí fuera. La encontró de pie en las sombras detrás de la puerta principal y maldita sea si no se veía guapa. Iba vestida con una camiseta sexi de color rosa y cuello en uve, un par de tejanos de diseño y zapatos de tacón, un bolso de piel de su hombro, su pelo largo colgaba por su espalda en ondas rubio pálido. De alguna manera se las arreglaba para lucir elegante incluso en tejanos. Ella le sonrió desde detrás de las gafas de sol, esos hoyuelos aparecieron en sus mejillas. ―Vamos. Él estaba impresionado por lo joven que parecía, más como una universitaria y menos como una dura periodista. Bien pensado, no tenía ni idea de la edad que realmente tenía. Observándola en la televisión, viéndola vestida con pantalones sastre, había asumido que estaba en la treintena, pero ahora casi tenía miedo de adivinarlo. Un taxi se detuvo en la acera y ellos subieron. Ella se dirigió en lo que parecía árabe al conductor, quien sonrió y se incorporó al tráfico, en su radio sonaban éxitos de los cuarenta hasta los ochenta. Javier resistió la necesidad de estirarse hacia ella, de tocarla. ―¿Puedo saber dónde vamos o es una sorpresa? Ella volvió a sonreír. ―Ya lo verás. Se pasaron el siguiente par de horas en el acuario de Dubai con su túnel bajo el agua. Aunque el acuario y el zoo submarino eran increíbles, Javier había pasado su justa cuota de tiempo de buceo, por lo que la experiencia no le proporcionó la emoción que pareció darle a Laura, quien sonreía y reía mientras un tiburón nadaba de un lado a otro sobre sus cabezas. Con todo, él no iba a quejarse. Se había divertido viéndola a ella divertirse. Tomaron un almuerzo tardío en un restaurante con un sofisticado nombre árabe que servía lo que Laura prometió que era la mejor comida libanesa en Dubai, después fueron a un cine para ver Iron Man, compartiendo palomitas pero incapaces
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incluso de sostenerse las manos. Javier estaba consciente de ella a su lado, una sensual tensión se extendía entre ellos lo que alimentaba su necesidad sexual por ella, su mente estaba menos en la película y más en lo que quería hacerle a su dulce cuerpo después. ¿También eran ilegales las erecciones en un cine? Si era así, Javier se enfrentaba de seguro a una condena de entre veinte años a perpetua. Cuando la película terminó, el sol estaba a punto de ponerse. Se detuvieron a cenar en un café que estaba cerca de un enorme lago artificial, Burj Khalifa elevándose hacia el cielo a través del agua como una especie de espejismo vertical, solo las partes más altas todavía sin terminar. Hablaron de la película, de lo que la habían disfrutado. ―Solo desearía que los superhéroes existieran realmente ―dijo Laura, terminándose su ensalada―. Pasan cosas terribles en este mundo y parece que nadie pueda detenerlas. Algunos de nosotros lo intentamos, bella. Él pensó las palabras, pero no las dijo. ―¿Decidiste venir aquí por ti misma, o fuiste asignada para cubrir la guerra? ―Tuve que luchar mucho para conseguir esta asignación. Querían dársela a un hombre porque algunas personas se preocupaban de que las audiencias no se tomaran en serio la guerra si era transmitida por una mujer. También pensaron que era demasiado joven. Javier vio su oportunidad. ―¿Qué edad tienes? ―Te lo diré, pero solo si tú haces lo mismo. ―Trato hecho. ―Tengo veintiocho años. Veintiocho. Bueno, no era tan malo. Él era solo seis años mayor que ella, no lo suficiente para lanzarle la categoría de viejo verde. ―Tengo treinta y cuatro. Una sonrisa iluminó su hermosa cara. ―Por fin sé algo de ti.
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Él se echó hacia delante. ―Todo lo que necesitas saber de mí, bella, es que soy el hombre que te va a hacer gritar. Ella se inclinó hasta que su cara estuvo apenas a unos centímetros de la de él con una mirada juguetona en los ojos, su pantorrilla le acariciaba la parte baja de su pierna. ―Promesas, promesas. Entonces un murmullo subió desde la multitud. La cara de Laura se iluminó. ―Esto es lo que quería que viéramos. Vi fotos de ello la semana pasada en el Khaleej Times. Javier miró por encima de su hombro y observó como las fuentes en el lago cobraban vida al ritmo de lo que sonaba como “Time to Say Goodbye” chorros danzantes de agua iluminados desde abajo para formar círculos oscilantes, líneas serpenteantes y graciosas columnas giratorias. Nunca había visto nada como esto. ―Con te partirò. Andrea Bocelli. ―Laura empezó a cantar suavemente en lo que sonaba como a italiano. ¿No había ningún idioma que no hablara? ―. ¡Oh, es hermoso! ―Sip. ―Pero la mirada de Javier estaba en Laura.
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Para volver al hotel cogieron taxis separados, no quería que el personal les viera juntos. Para el momento en que Laura regresó a su habitación, no podía esperar para poner las manos sobre Javier. No ser capaz de tocarle en todo el día había sido extrañamente excitante, el cuerpo de él como un territorio prohibido, todo ese hombre y músculo más allá de su alcance. Pero no por mucho tiempo. Pidió un cuenco de fruta, una bandeja de queso y champán, sabiendo que después tendrían hambre. ―Esta noche tengo que trabajar hasta tarde. ―Le dijo a la joven que se lo entregó, añadió una gran propina a la cuenta y firmó. ¿Sospecharía algo la joven? Era demasiada comida para una sola persona. ¿Y quién bebía champán solo?
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Pero si tenía alguna sospecha, la chica no lo demostró, le dio las gracias a Laura y desapareció pasillo abajo con el carro. Laura tomó una ducha rápida, se cepilló los dientes y suavizó su piel con crema, su sangre ya estaba acelerada con los recuerdos de la pasada noche. Como Javier le había roto las bragas, la había levantado y follado contra la pared. Como la había llevado hacia la cama y la hizo correrse con su boca. Como se había metido en ella, duro y profundamente, haciendo que se volviera a correr. Él había sido contundente, fuerte, correspondiendo a su libido a cada paso y ella quería más. ¿Pero qué podía hacer para subir las apuestas esta noche? Se puso un mini camisón de seda blanco que había comprado en el Dubai Mall unos pocos días antes, después se retocó el maquillaje. Sonó su teléfono. Era Javier. ―Estoy subiendo. ¿Está la costa despejada? ―Sí. Apagó las luces de la habitación, abrió el champán y lo vertió para compartirlo en la única copa que la cocina había proporcionado. Entonces dio un paso hacia las sombras y esperó. No pasó mucho tiempo. Escuchó la tarjeta-llave de él deslizarse en la cerradura, escuchó el zumbido de la puerta al abrirse. Él entró, puso el cartel de “No Molesten” y cerró la puerta tras él. Entonces se giró hacia ella. ―He estado necesitándote todo el maldito día. Yo… Ella salió a donde él podía verla, sus palabras se apagaron cuando la vio, su pulso saltó ante el hambre desnuda que vio en los ojos de él. Le dio el champán. Él tomó un sorbo, dejó la copa a un lado y se estiró hacia ella, arrastrándola contra él, sus labios bajaron duro sobre los suyos. Su lengua llevó el gusto del champán a su boca, su cuerpo duro y fuerte contra el de ella, la urgencia de su necesidad sexual alimentó la suya. Oh, Dios. Ella había estado esperando todo el día por esto, esperando tocarle, besarle, sentir su cuerpo perfectamente masculino apretado contra el suyo. Y se dio cuenta de que
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alguien observándoles podría confundirles con amantes que habían estado separados durante meses, en lugar de compañeros sexuales ocasionales que solo se habían conocido la noche anterior. Ella sintió una de sus manos cerrándose sobre su pecho izquierdo, sintió su pulgar rozándole el pezón, enviando chispas al interior de su vientre, haciendo que se humedeciera. Estaba dolorida por él, casi sentía la necesidad de tenerle en su interior. Pero esto no era lo que había planeado. Se echó hacia atrás, su corazón golpeteando. No quería perderse en él. Todavía no. ―Quítate la ropa. Él hizo lo que ella le dijo, dejando caer la camiseta sobre el suelo, sacándose a patadas los zapatos, quitándose los tejanos. Ella le dio un vistazo, sus firmes músculos, su piel suave, su deliciosa polla creciendo dura y gruesa mientras ella observaba. Su mirada se trabó con la de él mientras se arrodillaba frente a él y envolvía la mano alrededor de su erección. Atormentó la congestionada punta con su lengua, saboreando a lo largo del grueso borde, golpeteando suavemente el sensible punto en la parte inferior, lamiendo la pre eyaculación que rezumaba de la ranura de la punta, su aroma masculino inundó su cabeza. El aire dejó los pulmones de él en una exhalación lenta, sus dedos se deslizaron en su pelo. Ella estiró el prepucio, lo chupó, después atormentó la punta a través de la delgada capa de blanda piel, gratificada por el modo en que su ceño se frunció y su mandíbula se tensó, sus dedos profundizaron en su pelo. Entonces ella fue a por faena, echó hacia atrás la piel del prepucio moviendo la mano y la boca a la vez arriba y abajo por la longitud de su verga, cogiendo la punta con su lengua en cada pasada, alcanzando con la otra mano para ahuecar y acariciar sus pelotas. Él gimió y su cabeza cayó hacia atrás, se rompió el contacto entre sus ojos. Dios, la encendía encenderle. Las caderas de él empezaron a moverse, sus músculos abdominales se contrajeron, el agarre en su pelo se volvió más apretado y ella sintió un goteo de humedad entre sus muslos. Entonces él la detuvo. ―Te gusta esto, ¿verdad, bella?
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―Sip, me gusta. ―Le lamió, complacida por la manera en que un toque de su lengua podía hacer que su polla se sacudiera―. Me gusta tener el control, viendo el efecto que tengo en ti. ―Ah, ¿sí? ―Sus labios se curvaron en una sonrisa letal. En un instante ella se encontró de pie y puesta boca abajo en la cama, su cuerpo acostado sobre su regazo. Una de sus grandes manos sostenía su brazo derecho detrás de la espalda, mientras la otra mano tiró hacia arriba su camisón para acariciar su trasero desnudo. ―Dios, amo tu culo. Ella no tenía ni idea a donde iba con eso. ―No hago anal. ―Tranquila, bella. Yo tampoco. El azote la tomó completamente por sorpresa. Ella jadeó, su trasero escocía donde él la había azotado, la picadura se convirtió en un hormigueo que le puso la piel de gallina a través de sus nalgas. Ella forcejeó para darse la vuelta, pero no pudo moverse, su fuerza la mantuvo quieta. ―¿Qué demonios estás…? ―¿Cómo se siente cuando no tienes el control? Ella reprimió una blasfemia, una parte de ella realmente cabreada. Pero había otra parte, una extraña, desconocida parte, que acababa de ser despertada y parecía disfrutar esto, especialmente cuando detrás de ese pequeño azote él siguió con una caricia. ―Respóndeme. ¿Cómo se siente cuando no tienes el control? ―Él azotó de nuevo su culo, esta vez más fuerte, su cálida palma calmando la picadura. Ella reprimió un gemido, el dolor fundiéndose con el calor. ―Me hace enfadar. ―¿Sip? ―La azotó una y otra vez, entonces la acarició, uno de sus dedos buscando entre sus nalgas, encontrando su vagina, comprobándola―. Estás húmeda, bella. Te gusta esto. Admítelo. ―Hacerte una mamada es lo que me pone húmeda, no esto. ―Ella se retorció, sus muslos se separaron instintivamente para darle acceso. ―Estás mintiendo. ―La volvió a azotar de nuevo, fuerte.
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Ella gimió, sus músculos vaginales se apretaron alrededor de su vacío mientras el dolor se transformaba en placer, su piel pareció estremecerse. ―¡Oh, sí! Laura se rindió mientras Javier puso manos a la obra, tomando tiempo entre agudos y pequeños azotes para jugar entre sus muslos, acariciando su entrada húmeda, separando sus labios, atormentando su dolorido clítoris. Él se inclinó hacia delante, mordió su hombro. ―Oh, sip, te gusta esto. Siente como de hinchado está tu clítoris. La piel de sus nalgas estaba ahora hipersensible, hormigueaba, ardía, la abrasadora sensación se estableció entre sus muslos mientras él la manoseaba más profundamente. Y se dio cuenta de que él le había soltado el brazo. Ahora no estaba sujetándola. Nada la estaba obligando a estar ahí, aparte de su propia hambre. Ella elevó el trasero, separó los muslos, sus manos se cerraron en las sábanas de la cama, su respiración llegaba en jadeos y gemidos mientras él le proporcionaba la follada de dedo más increíble que nunca había tenido, el placer marcado por fuertes golpes punzantes. Se corrió con un grito, el bombardeo de sensaciones la pusieron por las nubes, la felicidad cantaba a través de ella, los dedos de él la llevaban a casa. Los temblores de su orgasmo todavía no habían remitido cuando él la arrastró hasta el centro de la cama, le agarró las caderas y la puso a cuatro patas elevándole el trasero, separándole los muslos con los suyos. El deseo estalló de nuevo a la vida alimentado por la excitación de su dominación. ―¡Culo arriba, muslos separados! ―Él le dio otro azote rápido, la punta de su polla empujaba contra su coño. ―¡Sí! ―Oh, ella le quería en su interior ahora. Él entró con un simple empuje profundo, llenándola y extendiéndola, su posesión de ella era absoluta. Le dio unos pocos golpes lentos y entonces la estaba follando dura y profundamente. Su mano se apretó en su pelo y tiró, obligándola a echar para atrás la cabeza, este leve dolor la excitó incluso más, su cuerpo hormigueaba desde el cuero cabelludo hasta la tierna piel de su culo mientras él se conducía en su interior. Ella nunca antes había sido dominada así por un hombre, nunca había imaginado que lo disfrutaría. Pero había algo en Javier, algo que la hacía querer someterse a él, rendirse, dejarle que tomara el control. Él ni siquiera estaba tocándole el clítoris y ya estaba en el borde, cerca de correrse de nuevo. ―¡Oh, Javi! ¡Sí! ―El placer se tensó en su vientre, entonces explotó.
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Ella no pudo hacer otra cosa que gritar, la intensidad fue más allá de la escala mientras él se empujaba dentro de ella, terminando con un profundo gemido. Agotado, se inclinó sobre ella, besándole la piel de la espalda, susurrándole en un español jadeante. ―Mi dulce, preciosa belleza. Entonces se tendió a su lado, la arrastró a sus brazos y la sostuvo. Y a través de una neblina post orgásmica, Laura se encontró preguntándose si alguna vez se había sentido tan cerca de un hombre.
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Capítulo 5
―En Estocolmo los inviernos son largos y oscuros, fríos y lluviosos. Satisfecho y soñoliento, Javier estaba sentado contra la parte posterior de la bañera, sosteniendo a Laura contra su pecho, una mano le acariciaba ociosamente un suave pecho mientras ella le explicaba su vida creciendo en Suecia, la fruta y el queso hacía tiempo que habían sido devorados, el champán terminado. La besó en el pelo, una extraña ternura hacia ella se agitaba en su interior. Él nunca antes había llevado las cosas tan lejos, azotar a una mujer, tirarle del pelo. Algo en Laura le provocaba, su confianza sexual le estimulaba, su deseo de control era un reto que él fue incapaz de resistir. Por lo que tienes una vena de machismo Boricua después de todo, cabrón. Él se había encontrado a sí mismo queriendo poseerla completamente. Y, Dios, le había encendido observar su cremoso culo volverse rosa, ver la carne de gallina bailar por su piel, sentir que ella se ponía más húmeda y caliente por segundos. ―En nuestro patio trasero teníamos una sauna que construyó mi abuelo. ―Los dedos de ella dibujaban perezosos círculos sobre su muslo―. Cuando hacía mucho frío, nos quitábamos la ropa y nos sentábamos juntos en el vapor para mantenernos calientes y saludables. Mi madre… ―No te sentabas ahí desnuda. ―Obviamente necesitaba prestar más atención, porque no podía haberla entendido correctamente. Ella se rió. ―¿Quién lleva ropa en una sauna? ―Pero debíais envolveros en toallas o algo. ―Poníamos las toallas sobre los bancos. La madera se pone muy caliente. ―Entonces te sentabas en una sauna con toda tu familia y todos os veíais desnudos. ―Javier no podía imaginar a su familia haciendo eso. Cerró su mente
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contra la idea antes que la horrible idea de sus abuelos desnudos pudiera formarse en su cabeza. ―Realmente no es gran cosa. Todo el mundo tiene un cuerpo, ya sabes. ―Eso no quiere decir que quisiera verles. ¿Su madre? ¿Su abuela? ¿Sus tías? ¡Carajo colega! ¡Oh, demonios, no! Pero Laura estaba riendo. ―Adivino que tenemos una actitud diferente hacia la desnudez en Escandinavia. ―Eso es cierto. Eso ayudaba a explicar por qué ella parecía tan cómoda con su cuerpo desnudo. Era una de las pocas mujeres con las que había estado que no se había humillado de alguna manera o tratado de conseguir reafirmación de parte de él de que su trasero no era gordo o sus pechos no eran demasiado pequeños o demasiado grandes o estaban demasiado caídos. Él podría acostumbrarse a eso. La confianza era sexy. Él acarició su oreja con la nariz, pasó el pulgar sobre su pezón, lo observó arrugarse. ―¿Haces topless en la playa? ―Por supuesto. La idea de una joven Laura pavoneándose por ahí en público sin nada más que la parte de abajo del bikini envió una oleada de calor hacia su ingle. Eres escoria, Corbray. Increíblemente, empezó a ponerse duro otra vez, su erección presionaba contra su cadera. Había pensado que estaba acabado para la noche, pero estar así cerca de ella aparentemente le había dado a su polla otras ideas. Ella era un afrodisíaco viviente. Le dio besos a lo largo de la garganta, ambas manos ahora sostenían sus pechos, atormentando sus sensitivas puntas, la parte de él que antes había querido poseerla ahora anhelaba mostrarle dulzura. La cabeza de ella colgaba a un lado, sus ojos se cerraban mientras él besaba y mordisqueaba su camino a lo largo de su pulso. ―Javi, ¿qué me estás haciendo? Estos dos últimos días… Él le mordió el lóbulo de la oreja. ―Solo disfruta el paseo.
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Empujó sus piernas entre las de ella, inclinó las rodillas y las separó forzando que las piernas de ella se separaran. Estiró una mano para acunarla, sus dedos atraparon y estiraron sus labios internos y su clítoris mientras la punta de estos rodeaban la todavía resbaladiza entrada a su vagina. Pronto, su respiración fue irregular, cada exhalación era un pequeño gemido sexy, su cabeza giraba lentamente de un lado a otro sobre su pecho, sus uñas se hundieron en sus muslos. Él inclinó las caderas para entrar en ella desde atrás, su coño se cerró a su alrededor, húmeda y caliente mientras él empujaba en su interior. La folló lenta y suavemente, determinado a darles a ambos todo el placer sexual que pudieran tomar, esta posición le permitía abrazarla, tocarla y provocarla por todas partes, esos dulces pezones sonrosados, la piel sensible de sus muslos internos, su hinchado clítoris. Se había pasado años entrenando su cuerpo, aprendiendo a usarlo como un arma, enseñándole a que respondiera a su voluntad. Ahora utilizaba ese entrenamiento para ir más despacio, permitiendo que sus músculos se relajaran, manteniendo a raya su propio clímax. Respiró lentamente, su cabeza cayó hacia atrás. Y entonces lo vio. El techo sobre la bañera era un espejo. ―Laura, mira arriba. Hizo como él le dijo, contuvo la respiración cuando vio el espejo que les reflejaba con perfecto detalle, sus caras, la superficie cristalina del agua, la unión de sus cuerpos. ―¡Oh! Puedo verlo todo. Él se estiró, le cogió los muslos y le levantó de nuevo las rodillas. ―Ahora observa mientras hago que te corras. Empujó en su interior hasta que estuvo completamente enterrado, nada se veía excepto sus pelotas, el resto de él profundamente en su interior, entonces se retiró de nuevo, su oscura polla extendiendo su sonrosada entrada, sus labios abiertos, su clítoris hinchado y rosado. ―Esto es…tan…sexy, tan…erótico. ―Sus palabras dichas en un gemido. Demonios, sip, lo era. Sexy. Erótico. Tan malditamente caliente. El corazón golpeaba en su pecho, se empujó dentro de ella de nuevo, el ritmo construyéndose hasta que estuvo chocando contra ella rápido y fuerte, ambos
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observando, la vista carnal empujó a Javier cerca del borde. Y cuando Laura se corrió por fin, Javier se corrió con ella, el placer les inundó a ambos.
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Laura abrió la puerta de la habitación y colocó la bandeja que contenía los platos sucios de la noche anterior en el pasillo, fingiendo no darse cuenta de la doncella que estaba de pie fuera de la habitación frente a ella organizando la ropa de cama en un carrito de limpieza. Ella cerró la puerta y la bloqueó, susurrándole a Javier: ―Todavía está ahí fuera. ―Estoy hambriento, hombre. ¿No puede ir a limpiar en algún otro lugar? ―Se asomó por la mirilla de seguridad, murmuró una palabrota en español. Laura odiaba tener que ir así a escondidas. ―Podemos partirnos una tortilla o algo. ―Espera. ―Él levantó un dedo―. Está dirigiéndose hacia la aspiradora. Vale, eso es, bella. Te encontraré fuera en veinte minutos. La besó en la mejilla, abrió la puerta y desapareció pasillo abajo justo mientras la doncella volvía en dirección a la habitación de Laura y encendía la aspiradora, su fuerte zumbido ahogó cualquier ruido que él pudo haber hecho. Laura mantuvo abierta una rendija de la puerta para observar, dando un suspiro de alivio cuando él desapareció por la esquina, en dirección a las escaleras. Tranquilamente cerró la puerta y la bloqueó, entonces se apresuró a tomar una ducha, sintiéndose a la vez un poco dolorida y brillantemente viva. La pasada noche había sido la más increíble noche de sexo que podía recordar. Quería creer que era porque ella había empujado sus límites y probado algo nuevo, pero la verdad tenía mucho más que ver con cómo se había sentido estando con Javier, como si no hubieran barreras entre ellos. Esa es la diferencia entre buen sexo y un sexo fantástico y adictivo, Nilsson. Se puso un vestido vintage vaporoso de crepe de seda de color rosa, atado con un cinturón metálico dorado y unas sandalias doradas, cogió una chaqueta ligera de color azul marino para cubrir sus hombros en público y protegerse del frío del aire acondicionado. Un poco de rímel y brillo de labios y ya estaba lista. Javier estaba esperándola cuando ella salió, el calor le recordó que era casi mediodía. Llevaba tejanos, botas negras y una camiseta gris con los filos del cuello y mangas en blanco que parecía enfatizar sus bíceps, él fingió no conocerla, pero llamó un taxi.
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―¿Vas al Mall de los Emiratos 5? ―le preguntó ella cuando él se subió al asiento negro―. ¿Podemos compartir la tarifa? Tomaron el almuerzo juntos, entonces pasearon por el Mall, Laura divertida por la reacción de Javier a los productos. ―Más de cien mil dólares por un teléfono móvil tachonado de diamantes. Podrías comprarte una casa con eso. Laura se rió. ―No, aquí no podrías. ―Cierto. Ella compró una botella pequeña de su perfume favorito, mientras él compraba una simple postal, una que mostraba lo más destacado de la ciudad, la carretera Sheikh Zayed, el hotel Atlantis, la playa Jumeirah y el Burj Al Arab. ―Pensé que no estabas impresionado por las vistas de aquí. ―Esto es para mi abuelita ―le explicó―. Le gusta ver donde he estado. Estaré en casa antes que le llegue, pero le gustará de todos modos. ―Ah, eso es dulce. Él sonrió. ―Hey, soy todo corazón. Y entonces eso la golpeó de una manera que no lo había hecho antes. En poco más de veinte horas, Javier estaría dejando Dubai y esto se acabaría. No le vería de nuevo.
*
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Terminaron en una fiesta de expatriados en la playa, más porque eso les permitía bajar la guardia y ser ellos mismos que era por lo que realmente querían estar allí. Se parecía a un centenar de otras fiestas en la playa en las que Javier había estado, el alcohol fluyendo libremente, música alta, hombres y mujeres riendo, bailando, cogidos de las manos. Pero no necesitaba mirar el brillante horizonte para saber que no estaba en San Diego. Había una especie de energía frenética en la muchedumbre, como si todos estuvieran tratando de convencerse que estaban teniendo el mejor momento de sus vidas, sus conversaciones giraban con frecuencia alrededor de la 5
Mall de los Emiratos: Es el centro comercial más grande de Dubai y el más grande fuera de Norteamérica. Ahora están construyendo uno más grande.
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riqueza, quién era rico, quién acababa de hacer dinero en poco tiempo, quién pensaban que iba a ser el siguiente en tener un éxito a lo grande. Javier compró un par de bebidas, guió a Laura lejos de la muchedumbre, muy consciente de la forma en que la gente la miraba, obviamente reconociéndola. Terminaron andando a lo largo de la playa, Javier le respondía sus preguntas sobre los veranos pasados cuando era niño en Puerto Rico. Se sentía bien caminar al lado de ella, sus dedos entrelazados, el sonido de las olas a su alrededor. Y no por primera vez él se encontró a sí mismo deseando que esta noche no fuera su última noche juntos. No tenía bastante de ella, ni por asomo. ―Mis hermanos, hermanas, primos y yo corríamos salvajes desde que salía el sol, jugando a beisbol, nadando en las olas, cavando en la arena. ―Apuesto a que te metías en un montón de problemas. ―Los labios de ella se curvaron en una pequeña sonrisa. ―Demonios, sip, lo hice. ―Allí había más verdad de lo que ella sabría nunca. Pero esa era la ventaja de una relación como esta. Ella solo lo vería en su mejor momento―. Cuando oscurecía, la madre de alguno nos llamaba para cenar. Mamá Andreína nos alimentaba, nos metía en la bañera y nos llevaba a la cama. ―Esa parece una forma maravillosa de crecer. ―Lo era. ―No había hablado con muchas personas sobre su infancia. La muerte de su hermano Yadiel hacía eso demasiado doloroso. Pero hablar con Laura era fácil y natural como respirar―. Mis hermanos y yo nos dormíamos cada noche con el canto de las coquís. ―¿Qué es una…coquí? ―¿No sabes lo que son las coquís? ―Él se echó a reír―. Son ranas. Viven en la selva y los parques y cantan toda la noche. Él hizo todo lo posible para imitar su aguda llamada, francamente era más que un silbido. Ella le lanzó una mirada escéptica, una ceja rubia se arqueó graciosamente. ―Eso suena más como un pájaro que a una rana. Las ranas hacen “croac”. ―No en Puerto Rico, bella. ―Hizo de nuevo su imitación coquí―. Ellas hacen el sonido más como los pájaros tienes razón en eso. Y son pequeñas pero muy ruidosas. Llegaron a la marca en la playa que indicaba el final de la propiedad del hotel y se detuvieron, girándose a mirar hacia el agua oscura. La brisa atrapó el pelo de ella, el dobladillo del vestido. Dios, era hermosa. ―¿Dónde estarás mañana a esta hora? ―le preguntó, su mano cálida en la de él.
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Él hizo una pequeña cuenta. ―Estaré a punto de aterrizar en el JFK. ¿Y tú? ―No han resuelto mis problemas de visado, por lo que parece como que me quedaré aquí unos pocos días más. ―Había un tono de resignación en su voz. ―¿Dónde irás después? Ella levantó la vista hacia él con una mirada de disculpa en la cara. ―No puedo hablar de eso. Desearía poder hacerlo, pero mi contrato de seguridad… ―No te preocupes. Lo entiendo. ―Él se inclinó y la besó―. ¿Bailas conmigo? En la distancia él podía oír “Time to Say Goodbay” sonando mientras la fuente de Dubai ponía en marcha un espectáculo para otra muchedumbre nocturna. Ella apoyó su mano en la de él, su otro brazo rodeó su hombro mientras se deslizaba en sus brazos. ―Lo he pasado muy bien contigo. ―Lo mismo digo. ―Él sonrió―. Esto todavía no ha terminado, bella. Bailaron en lentos círculos sobre la arena, Javier cantaba las palabras de la versión española de la canción, la melancólica música puso un dolor extraño en su pecho, un dolor que él veía reflejado en los ojos de ella. ¿Ella sentía lo que él estaba sintiendo? Él se inclinó y tomó sus labios. Este no fue el besito suave en la mejilla que un hombre casado tenía permitido en Dubai darle a su esposa en público. Este era un beso lleno, con la boca abierta que involucraba lengua, dientes, labios. Y eso le hizo querer más. Estás jugando con fuego, cabrón. Ahora estaban lejos del anonimato de la muchedumbre, estaban donde podían ser vistos, un hombre y una mujer juntos solos, besándose y abrazándose apretadamente. Él se apartó. ―¿Qué te parece si dejamos este lugar y aprovechamos al máximo esta noche en tu habitación del hotel? Ella asintió con la cabeza. ―Eso me gustaría. En la distancia, pudieron oír aplaudiendo a la muchedumbre delante de la fuente.
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Capítulo 6
Laura atravesó las puertas del hotel y subió directamente a su habitación, Javier no se quedó atrás. Su lento baile en la playa y ese largo y abrasador beso la habían dejado hambrienta de él, su necesidad se acentuó sabiendo que él se iría por la mañana. Mañana por la noche, dormiría sola. Por supuesto, eso es lo que era. Había sido afortunada en este gran y loco mundo de cruzarse con un hombre como él, un hombre con el que pudo disfrutar tan completamente, un hombre que no solo hacía que su cuerpo cantara sino que también respetaba sus límites y su carrera. Él llegó a su habitación momentos después que ella, la intensidad y la urgencia que vio en sus ojos eran un reflejo de lo que ella sentía. Ella se estiró hacia él, le tomó la mano y le guió hacia la ducha, ansiosa por quitar el calor del día y la arena. No perdieron el tiempo, se desnudaron el uno al otro con tirones impacientes, entrando juntos en el cálido chorro. Javier cogió primero el jabón. La puso de espaldas a él y la atrajo hacia sí, se enjabonó las manos y después se las pasó por el cuerpo, tomándose un tiempo extra con sus pechos. ―¿Se siente bien, bella? Sentir la caricia de sus jabonosas manos sobre su piel mojada desató una inundación de calor entre sus muslos. ―Sip. ―Bien. ―Él le cogió los pezones, tiró de ellos hasta que fueron puntas duras, la sensación de excitación era casi insoportable―. ¿Y ahora? ―Incluso…mejor. ―Ella sintió débiles las piernas y se estiró para presionar una mano contra la pared de azulejos para sostenerse, sus dedos lentamente se deslizaron por la superficie resbaladiza.
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Él envolvió un brazo alrededor de su cintura, la otra mano dejó sus pechos para frotar el jabón sobre su vientre, sus caderas, su trasero. ―Tienes el culo más sexy. Él se hizo a un lado, dejó que el agua enjuagara la espuma. Entonces la inclinó hacia delante y la obligó a separar los pies. ―Separa las piernas. Ella hizo como le dijo, esperando sentir una punzada aguda en cualquier momento, el recuerdo de los sexis azotes de la pasada noche hicieron que se mordiera expectante el labio inferior. En lugar de azotarla, se puso de rodillas frente a ella, la abrió con las manos y pellizcó su culo, una pequeña picadura feroz. ―Quiero tu aroma en mí, por toda mi piel, por mi garganta. Quiero llevarlo a casa conmigo. Al instante siguiente la estaba saboreando, su lengua se deslizaba con una trayectoria serpenteante desde su clítoris hasta la abertura de su vagina. ―Mmmm. ―¡Javi! ―Si sus dedos pudieran hundirse en los azulejos, lo hubieran hecho. Arañó la pared mojada, cerró las piernas, asustada de que pudieran fallarle. Él la lamió, atormentó su entrada, moviendo la cabeza adelante y atrás como si estuviera tratando de enterrar su cabeza en ella, el vigoroso movimiento llevaba su lengua adelante y atrás a través de su clítoris. A ella siempre le había gustado tanto recibir como dar sexo oral, pero esto era otra cosa, la sensación era tan pura que estaba asustada de correrse demasiado pronto como para saborearla. Y quería saborearla. Le ordenó a su vagina que no se tensara, trató de relajarse y solo dejó que la emoción erótica de ser devorada por él se la llevara, su mejilla ahora estaba presionada contra los azulejos, su respiración llegaba con jadeos irregulares. Pero entonces él empujó su lengua dentro de ella, y ella estalló. Gritó, su orgasmo fue tan intenso que se puso la mano entre los muslos para cubrirse como si quisiera mantenerlos juntos, su lengua la follaba, abriéndose paso por sus apretados músculos para acariciarla hasta que el último clímax había terminado. Ella se hundió contra la fría pared respirando fuerte. Pero él no había terminado.
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La levantó y la giró en sus brazos, su boca bajó hasta la de ella, su propio sabor almizclado explotó a través de su lengua. Él levantó con la mano su pierna izquierda y la envolvió alrededor de su cintura, dejó escapar el aliento de los pulmones cuando se deslizó en su interior. ―Eres tan apretada, tan dulce. Ella se aferró a él, sus sentidos llenos de él mientras cogía el ritmo, sus poderosos empujes los llevaron a ambos al límite.
*
*
Laura cerró el agua, descansando la cabeza contra la dura pared del pecho de Javier, sus brazos la rodeaban, su corazón latía tan fuerte como el de ella. El aire del cuarto de baño era denso con el olor del sexo, la sal de él y el almizcle de ella mezclados en el vapor. Hubiera estado así para siempre si el timbre del teléfono de su mesita de noche no hubiera empezado a sonar. —¡Helvete! ―Ella salió de la cabina de la ducha, agarrando una toalla y envolviéndola alrededor de su cuerpo mientras corría a responder. Alcanzó el teléfono al cuarto timbrazo―. Laura Nilsson. ―Señorita Nilsson ―dijo una voz masculina―. Siento molestarla, pero hemos recibido una queja acerca de ruido que provenía de su habitación. Su vecino dijo que sonaba como si estuviera gritando o luchando con alguien. El pulso de Laura saltó, su mente corría. Piensa deprisa, Nilsson, o prepárate para unos pocos años en la cárcel. Ella dejó que un temblor llegara a su voz. ―Lo-Lo siento mucho. Ayer recibí unas noticias muy preocupantes de casa. Estaba… llorando. No me di cuenta de que estaba molestando a alguien. Levantó la vista y vio a Javier escuchando, una tolla envolvía sus estrechas caderas, gotas de agua sobre su pecho desnudo. Él se movió rápida y silenciosamente hacia la puerta, miró por la mirilla, entonces la miró a ella y negó con la cabeza. Nadie estaba escuchando en el pasillo. ―Siento mucho oír eso, señorita Nilsson. ¿Hay algo que en el Radisson podamos hacer para ayudarla? ―Lo siento pero no. No hay nada que hacer excepto rezar por mi abuela. ―Laura odiaba mentir, pero estaba muy segura que hubiera odiado más la prisión. ―La tendré en mis oraciones, señorita Nilsson. Siento haberla preocupado.
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―Yo soy la que lo siente. Me dejé llevar. ―Sí, se había dejado llevar, pero por el éxtasis no por el dolor o la preocupación―. En lo sucesivo me aseguraré de no molestar a nadie más. El hombre le deseó una buena noche y colgó. Laura hizo lo mismo, entonces se giró hacia Javier, luchando por no reír. Él se encogió de hombros con una mirada inocente en su cara que no tenía derecho a estar allí. ―¿Qué? Tú eras la que gritaba. Ella trató de no sonreír. ―Tú me hiciste gritar. Una sonrisa se extendió sobre aquellos mágicos labios suyos. ―Te dije que lo haría.
*
*
Javier terminó de poner la dirección a la postal que planeaba enviar a Mamá Andreína y la dejó junto con el bolígrafo que había cogido de la mesita de noche de Laura. ―¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuviste en casa, y dónde está exactamente tu casa? Estaban desnudos sobre la cama mirándose el uno al otro, compartiendo un bol de dátiles Medjool6, Javier trataba de estar pendiente de la hora. Por mucho que quería ignorar el reloj, sabía que tenía que dejarla pronto. Ya era cerca de medianoche y él tenía un vuelo temprano. Todavía tenía que llenar su petate, confirmar su reserva, imprimir su tarjeta de embarque, dormir algo. Por otra parte, ¿quién necesitaba dormir? Podría dormir en el avión. ―Tengo un apartamento en Manhattan, pero no he estado allí por al menos seis meses. ―Ella mordisqueó un dátil, quitando delicadamente el hueso con los dedos―. Pasé mis últimas vacaciones con mi madre y mi abuela en Estocolmo. He estado alquilando el apartamento a otro periodista. Un apartamento en Manhattan. No estaba mal para una chica soltera de veintiocho años. 6
Dátiles Medjool: Especie de dátil de mayor tamaño que las otras especies. Tiene un gusto exquisito y es de fina textura.
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―Eso debe ser solitario. Ella se encogió levemente de hombros. ―A veces, pero alguien tiene que hacer este trabajo. Es importante que la gente de casa sepa lo que está pasando. Tal vez suena ególatra, pero soy una buena periodista. Quiero hacer mi parte. ―Eso no suena ególatra. Es la verdad. Eres buena. ―Además, Chris, mi cámara y yo somos amigos. Él pasa más tiempo conmigo que con su esposa. Y Nico, Cody y Tim, mi equipo de seguridad, son muy divertidos cuando no se ponen serios y gruñones. ―Tú y un grupo de tipos, ¿eh? ―Javier trató de ignorar la puñalada de posesividad. ¿Siempre y cuando la mantengan a salvo, por qué te preocupas, pendejo? Porque lo hacía. Ese era el por qué. Una lenta sonrisa se extendió por su cara. Dejó el bol de dátiles a un lado y lo tiró a él de espaldas, poniéndole las muñecas por encima de la cabeza e inclinándose sobre él, su pelo se derramaba alrededor de sus caras. ―¿Por qué, Javier Corbray, estás celoso? ―¿Por qué debería? ―Ella estaba jugando de nuevo al control y él la dejó seguir, disfrutando de la visión de sus increíbles pechos cerca de su boca―. Ellos no están aquí contigo. Estoy yo. ―Eso es verdad. ―Se inclinó, le dio un beso, su voz sexi y suave―. Nunca he besado a ninguno de ellos. ―Eso es bueno. Ella se sentó hacia atrás, pasó las uñas no demasiado suavemente por su pecho. ―Estoy muy segura que nunca dejaré que ninguno de ellos me azote. ―Oh, no tengo dudas de eso. Ella se estiró hacia atrás, su brazo desapareció tras ella, una mano se cerró alrededor de su polla medio dura. ―Nunca les he visto desnudos o les he hecho una mamada. El calor llenó su ingle mientras ella le acariciaba para prepararle. ―Y nunca he tenido a ninguno de ellos en mi interior. ―Ella se incorporó, bajando sobre él, guiando su polla dentro de su coño, tomándole completamente.
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El paraíso. Él le agarró las caderas para sostenerla mientras ella se asentaba, dejando que fuera quien marcara el ritmo. ―Dios, me gusta tu cuerpo. Ella sonrió, su expresión cambió a una de placer sensual mientras le cabalgaba, su ritmo agradable y cómodo, las palmas de sus manos estaban sobre su pecho para equilibrarse, su clítoris se oprimía contra el hueso púbico de él. ―¿Le echas una mano a la chica? Pero él ya estaba en ello, ahuecando sus pechos, pellizcándole los pezones con los dedos, tirando de ellos, haciéndolos rodar entre sus dedos, satisfecho con su exhalación temblorosa y con la forma en que ella se puso incluso más húmeda. Él quería más. ―Aliméntame. Deslizó las manos detrás de ella guiándola hacia abajo, su boca capturó sus puntiagudos pezones y los chupó. Ella gimió, con un suave sonido sin aliento, descansando las manos contra la cabecera, sus caderas se movieron más deprisa. Eso fue suficiente como para llevar a Javier a la locura, pero no lo bastante como para hacerle correrse. Con todo, podía decir que era perfecto para ella y eso era bastante bueno, por ahora. Usando una mano para guiar sus pechos, deslizó la otra entre sus cuerpos y presionó con la yema de su pulgar encima de su clítoris, moviéndolo en círculos, añadiendo presión. ―¡Sí! ―Ella gimió su nombre, cabalgándolo ahora más fuerte. Él sintió que su vagina se apretaba a su alrededor, sintió su cuerpo tensarse y tuvo el tiempo justo para silenciar su grito antes que ella se corriera. Ella siguió manteniendo el ritmo hasta que los temblores en su interior habían desaparecido, entonces se apoyó contra él, desmadejada y sin aliento. Todavía duro y enterrado en su interior, él le dio un momento para recuperar el aliento y después retomó el control, poniéndola de espaldas y atrapándole las manos sobre su cabeza como ella le había hecho a él. Pero, a diferencia de ella, él tenía la fuerza física para hacerlo de verdad. ―Es mi turno.
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Ella forcejeó solo lo suficiente para probarle, sus pupilas se dilataron cuando se dio cuenta de que realmente estaba inmovilizada, el hambre en su cara. ―Fóllame. Él martilleó dentro de ella con empujes que sacudieron la cama, sus piernas extendidas, sus pies descasando sobre su culo, sus pequeños gemidos eran como música para él. Dios, se sentía bien, estar dentro de ella así, su dulce coño agarrándole, su increíble cuerpo para saborear. Quería estar así toda la noche, duro, en su interior, en el límite. Miró hacia su dulce cara y algo extraño sucedió. Dejó de moverse y se encontró estirando una mano para acunarle la mejilla, la necesidad sexual se convirtió en ternura. Presionó su frente contra la de ella, sus miradas se cruzaron. ―Laura. Las manos de ella se deslizaron por su pecho para acariciar su mandíbula. ―Bésame. Él lo hizo, moviéndose dentro de ella de nuevo, deslizándose dentro y fuera con lentos estocadas, atento a cada vez que respiraba, cada sonido que hacía, cada emoción que se agitaba detrás de sus ojos azules. ―Bella. Y cuando se corrieron, sus suspiros entrecortados se mezclaron en un largo y desesperado beso, Javier se dio cuenta de que nunca había sentido esta conexión con ninguna otra mujer.
*
*
Fue el ruido de una puerta al cerrarse lo que le despertó. Javier abrió los ojos, miró hacia abajo para ver a Laura curvada contra su pecho. Él acarició su pelo y cerró los ojos, entonces se incorporó de un salto. ―¡Puñeta! ¿Había perdido el vuelo? ―¡Joder! ―Él miró el reloj sobre la mesita de noche, vio que eran casi las siete. Laura se sentó, la sábana apartada de sus pechos desnudos, su pelo alborotado. ―¿Qué pasa?
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―Me he quedado dormido. ―No tenía la intención de dormirse, al menos en la habitación de Laura―. Tenía que estar en el aeropuerto hace media hora y todavía tengo que empacar. No era propio de él ser olvidadizo o tardón. Saltó de la cama y fue en busca de su ropa. Ella estaba de pie, apresurándose por la habitación, entregándole sus tejanos, un calcetín, sus bóxers. ―Un taxi te llevará allí en diez minutos. Si te apresuras, puedes hacerlo antes de las siete y media. ¿A qué hora sale tu vuelo? ―A las ocho y media. ―Él se vistió rápidamente. ―Mientras estés allí por lo menos una hora antes, deberías poder coger tu vuelo. Después de las siete y media, no te dejarán embarcar. Él terminó de abrocharse la camisa, mirando alrededor para ver si se había dejado algo más, algo que la pudiera meter en problemas. Y entonces eso le llegó. Era la despedida. Se estiró hacia ella, arrastró su cuerpo desnudo a sus brazos y le dio un beso en la mejilla. ―Me lo he pasado muy bien, bella. Eres una mujer increíble. Las palabras sonaban sin sentido, demasiado informales para lo que estaba sintiendo. Él quería pedirle su número de teléfono y su correo electrónico, quería darle el suyo, quería decirle que le gustaría verla de nuevo, que si alguna vez le necesitaba, estaría allí para ella. Pero había aceptado que su fin de semana sería un fin de semana, nada más. Ahora el fin de semana había terminado. Sin ataduras. ¿Por qué demonios accediste a eso, cabrón? Ella se puso de puntillas, le besó, el dulce aroma del sexo todavía permanecía en su piel. ―Gracias, Javi. Eres el mejor de todos los tiempos. Ahora vete. Bajó la mirada hacia ella, alguna parte de él clavada en el suelo, queriendo hacer este momento diferente, pero sin saber cómo hacerlo. ―Cuídate.
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Ella sonrió. ―Tú también, en lo que sea lo que hagas. Él le entregó su tarjeta-llave extra, entonces se giró y salió de su vida como prometió que haría. Pero para el momento en que llegó a los ascensores, él había hecho otra promesa, ésta a sí mismo. Un día, la localizaría. Y la próxima vez, no la dejaría ir tan fácilmente.
*
*
Laura se sentó en el borde de la cama, apretando la bata alrededor de ella y mirando hacia la puerta cerrada, sintiéndose extrañamente desnuda y sola. Había sabido que tenía que despedirse hoy de Javier, solo que no había esperado que fuera tan repentino. Ni había esperado que eso le dejara un sentimiento tan… sombrío. Se estiró, pasó la mano por las sábanas, la cama todavía estaba tibia por el calor del cuerpo de él, su olor todavía permanecía en las sábanas. ―Adiós, Javi. Fue el pinchazo de las lágrimas en sus ojos lo que hizo que se pusiera de pie. ―¿Qué pasa contigo, Nilsson? No acostumbraba a ser tan sentimental. Por otra parte, generalmente no ligaba con hombres que no conocía y pasaba tres días teniendo sexo con ellos, increíble e impresionante sexo. La mayoría de sus amantes, realmente no habían sido tantos, habían sido hombres con los que se había citado antes de terminar en la cama con ellos. Javier había salido de la nada. Él le había dado más de lo que ella había imaginado. Y ahora se había ido. ¿Pero no era eso lo que ella quería, lo que ambos querían? Sí, era eso. Se habían encontrado, pasado tres maravillosos días juntos, tenido sexo satisfactoriamente increíble, vale, sexo demoledor, y ahora era el momento de moverse. Ella debería estar contenta de que las cosas hubieran ido tan bien, no deprimirse en la habitación del hotel. Se dirigió hacia la ventana, apartó las cortinas, permitiéndose pensar en el día por delante. Necesitaba ir al gimnasio, ducharse y después llamar a Nico para conseguir una actualización de la situación de su visado. Pero primero quería desayunar.
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Acababa de estirarse para coger el teléfono para hacer un pedido al servicio de habitaciones cuando lo vio. La postal de Javier. Estaba sobre la mesita de noche, un mensaje escrito en español en el reverso con el nombre de su abuela y su dirección del Bronx. Le había puesto la dirección, pero no le había puesto sello. Recorrió con los dedos las palabras que él había escrito y se encontró sonriendo, su sentimiento de desolación se disipó. Era una periodista de investigación. Cuando volviera a los Estados Unidos, utilizaría la dirección de su abuela para seguirle la pista. Le encontraría. De una manera u otra, encontraría a Javier Corbray.
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Epílogo
Dos meses después San Diego, California
Javier estaba de pie en su terraza con algunos de sus compañeros de equipo asando hamburguesas y chorizos y charlando. Acababan de recibir la orden de que mañana empezaban un largo mes de entrenamiento y se desplegaban en treinta días. Nate West salió fuera, la mirada en su cara le dijo a Javier que su llamada de teléfono no había ido bien. ―Bueno, Rachel está cabreada. Tenía el corazón puesto en las Islas Vírgenes. Javier dio a su compañero un golpe en el hombro. ―Ella necesita acostumbrarse a esto si se va a casar con un militar. ―Eso es lo que le dije. West, un agente especial Marine cuyo equipo operaba junto al Escuadrón Delta, se había convertido en el mejor amigo de Javier. Aunque Javier nunca se lo dijo a su amigo a la cara, él le conocía mucho mejor que Rachel. Con su personalidad y buen aspecto, podía enganchar a cualquier mujer que quisiera. No necesitaba una niña mimada de esposa. Una pelota de fútbol atravesó volando el aire, esquivando por poco la cabeza de Javier. ―¡Mantén tus pelotas agarradas, LeBlanc! ―¡Lo siento, jefe! ―dijo LeBlanc―. Es culpa de Murphy. ―¿Sip? Jódete. ―Aparentemente Murphy no estaba de acuerdo―. Si hubieras atrapado la pelota, no hubiera estado a punto de darle al jefe en la cabeza. ―¿Cómo puedes ser un experto francotirador y lanzar así? ―contraatacó LeBlanc.
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West abrió una cerveza fría y se la dio a Javier, una expresión preocupada reemplazó lentamente la sonrisa divertida de su cara. ―A veces me pregunto si está preparada para esto. Ella sabía que yo era un agente especial antes de prometernos. Si West iba a tocar el tema… ―Parece como si hubieras estado meditando mucho en esto, hermano. Si ahora es un problema, ¿qué va a pasar de aquí a cinco años? Sé que suena duro, pero mejor romper un noviazgo que divorciarse. Acepta mi palabra en esto. ―Javier cogió una bebida, miró la botella―. ¿Fat Tire? ―Una cerveza artesanal de Colorado, mi favorita. La mierda no era del todo mala. Javier giró las hamburguesas una última vez. ―Están hechas, chicos. Si había una cosa que los hombres del Escuadrón Delta hacían eficientemente además de llevar a cabo sus misiones de equipo, era comer. Las hamburguesas y los chorizos desaparecieron en cuestión de minutos. Los hombres acababan de reunirse en la terraza, esperando a que Javier compartiera lo que sabía sobre el entrenamiento cuando Javier miró el reloj. Era la hora de su noticiario. Se dirigió al interior, encendió la televisión y se dejó caer en el sofá con otra cerveza en la mano. Miró por encima del hombro y encontró a los chicos observándole. ―Mi programa de noticias favorito. Ross sonrió. ―Creo que tiene algo por la Muñeca de Bagdad. ¡Dios, Javier odiaba ese apodo! Miró a Ross. ―Me gusta mantenerme al día con las noticias del mundo y los sucesos actuales. Risas disimuladas. Vale, entonces no se lo tragaron. En la pantalla, el presentador de Laura, Gary Chapin, estaba dando a conocer el tema del programa de esta noche, su pelo desordenado se veía tan rígido como siempre, había una imagen de Laura en la parte superior de la pantalla.
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Habían pasado dos meses y todavía podía recordar su aroma, su sabor, el tacto de su piel, el sonido de su risa, el brillo de sus ojos. No había olvidado su plan de rastrear su información de contacto. Oh, no. Había estado muy ocupado. Los chicos le rodearon para ver la televisión. Y entonces ella estaba en la pantalla, se veía espléndida, justo como la recordaba, su largo cabello rubio pálido sujeto con un pasador. ―¡Sip, es hermosa! ―Caliente. ―¿Creéis que es gritona? Sus palabras hicieron que los dientes de Javier rechinaran. ¡Pendejos estúpidos! Ella miró a la cámara, hablando con seguridad, su voz suave pero fuerte como el acero mientras explicaba como cientos de mujeres morían cada año, quemadas hasta la muerte por sus maridos y familia política para que sus maridos pudieran volver a casarse, ganando para ellos la dote de otra mujer. Aunque el sistema de la dote se suponía que era ilegal, la ley era ignorada. Y en la mayoría de los casos, esas horribles muertes no eran investigadas. ―Eso es jodidamente enfermizo ―dijo Murphy. ―¡Shhh! ―Javier no quería escuchar a Murphy. Quería escuchar a Laura. ―Durante los últimos cinco años la organización Sabira Mukhari ha documentado más de siete mil quinientos casos de mujeres que se quemaban en “accidentes domésticos” dentro del radio de unos trescientos kilómetros alrededor de Islamabad y... Una puerta cerca de Laura se abrió de golpe, haciendo que Laura saltara. ¡Rat-at-at-at-at-at! Fuego de AK. En la pantalla del televisor, Laura gritó, cayó al suelo. ―¿Qué coño? ―Javier se puso de pie. Los hombres hablaban en inglés y árabe, su equipo de seguridad luchaba. ―¡Cúbrela! ¡Cúbrela! Un hombre con una camiseta negra se lanzó sobre Laura, escudándola.
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Desde algún lugar, un M16 se desató y Javier pensó que uno de los atacantes fue tocado. Pero un hombre gritó y el M16 se quedó en silencio. ―¡Hijo de una puta de mierda! ―Javier se dirigió en dos pasos hacia la pantalla de televisión, los puños apretados, antes de darse cuenta que no había nada, ni una maldita cosa, que pudiera hacer. Su equipo de seguridad había sido masacrado. ¡Rat-at-at-at-at-at! Más fuego de AK. ―¡Vamos, Laura! ―gritó un hombre, gimió, la sangre salpicó la lente de la cámara, gritos de mujeres llegando desde el fondo. Fuera de la vista, Laura gritó a las otras mujeres en inglés, después en una lengua que Javier no entendía, el terror en su voz. ―¡Corred! ¡Salid de aquí! ¡Vamos! Pero el fuego de AK y los gritos le dijeron a él que no todos lo conseguirían. Entonces dos hombres vestidos como talibanes o agentes de Al-Qaeda, trajes de campaña verdes, pañuelos en la cabeza, cogieron a Laura del suelo, sus cuerpos bloqueaban la vista de la cámara. ¡Madre de Dios, no! ―¡Déjala en paz cabrón! ―gritó Javier―. ¡Jesucristo! Habría dado cualquier cosa en el mundo para estar ahí ahora. ―¡No! ―Ella pateó, gritó, pareció luchar con ellos mientras se la llevaban por la puerta―. ¡Nooo! Y entonces se había ido. La emisora cambió hacia un aturdido Gary Chapin. Los escalofríos se deslizaron por la columna vertebral de Javier, sus intestinos se revolvieron. ¡Bella!
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Dos días después de su secuestro, un grupo disidente de Al-Qaeda comandado por un cabrón llamado Abu Nayef Al-Nassar se atribuyó el secuestro de Laura, y afirmó haberla decapitado.
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Las noticias golpearon a Javier con la fuerza de una granada. Fue todo el día a la deriva, sintiéndose enfermo, haciendo todo lo posible para guiar a los hombres a través del segundo día de su entrenamiento, tratando de transformar el dolor en ira. ―Mierda como esta es contra lo que luchamos ―les dijo a ellos con una calma que no sentía. Era solo cuando volvía a casa que era capaz de quitarse la máscara, el dolor le rompía en pedazos, los recuerdos le obsesionaban. Laura. Bella. Ella había sido tan vivaz y brillante, tan inteligente, tan sensual y hermosa. Se recordaba besándola y mordisqueando su elegante cuello, gimiendo contra su garganta, una garganta que algún hijo de puta había cortado. Incapaz de soportar este último pensamiento se deshizo de su traje de campaña y se metió en la ducha, la ira hizo erupción desde su interior hasta que se encontró golpeando los azulejos de la pared con el puño. ―¡No! ¡No! ¡No! Por segunda vez en su vida, Javier sintió las lágrimas en los ojos. ―María, madre de Dios, por favor, prométeme que no sufrió. Ninguna voz le respondió para asegurárselo. No tenía ni idea de cuánto tiempo estuvo en la ducha, cuanto tiempo lloró por ella. Solo sabía que el agua se enfrió. Salió de la ducha, se secó y miró su propio reflejo en el espejo, haciéndose una promesa. De una manera u otra, abatiría a ese cabrón de Al-Nassar.
Fin
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