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Pedro Barceló ANÍBAL Estratega y estadista

Traducción Carlos Fortea


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Primera edición: junio de 2010

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© J. G. Cotta’sche Buchhandlung Nachfolger GmbH, gegr. 1659, Stuttgart 2004 © De la traducción: Carlos Fortea, 2010 © La Esfera de los Libros, S. L., 2010 Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos 28002 Madrid Tel.: 91 296 02 00 • Fax: 91 296 02 06 www.esferalibros.com ISBN: 978-84-9734-975-8 Depósito legal: M. 18.501-2010 Fotocomposición: Versal CD, S. L. Fotomecánica: Unidad Editorial Imposición y filmación: Preimpresión 2000 Impresión: Rigorma Encuadernación: Méndez Impreso en España-Printed in Spain


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ÍNDICE

Prefacio ....................................................................... Introducción ................................................................. I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII. XIII. XIV.

Bajo la protección de Melkart .......................... Crónica de un dualismo evitable ...................... Una infancia traumática ................................... En busca de El Dorado .................................... La omnipresente Roma ................................... Cabeza de la casa de los bárcidas ...................... Génesis de una guerra mundial en la Antigüedad ............................................. Tras las huellas de Hércules .............................. ¿Un nuevo Alejandro? ..................................... Extensión y agravamiento del conflicto ............ El punto de inflexión ...................................... El principio del fin .......................................... La capitulación ................................................ Estadista y reformador .....................................

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XV. En fuga ........................................................... 231 XVI. Posteridad ....................................................... 245 Notas ......................................................................... Cronología .................................................................. Índice de fuentes ........................................................... Bibliografía .................................................................. Índice onomástico, toponímico y temático ............................

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Dedicado a Juan José Ferrer Maestro, en unión amistosa y colegial.


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PREFACIO

ste libro dibuja el recorrido vital de una personalidad históricamente relevante del mundo antiguo, en extremo fascinante, carismática, y aporta al mismo tiempo la imagen de una época a la que contribuyó a dar forma. Presentar a Aníbal y su época significa, por una parte, tratar las incidencias de una biografía extraordinaria y, por otra, enfrentarse a las condiciones en las que se desarrolló, lo que equivale a analizar las relaciones romano-cartaginesas en la transición del siglo III al siglo II a.C. A su vez, éstas sólo se vuelven comprensibles cuando son presentadas en un contexto mayor,que abarca a todo el mundo mediterráneo. De ahí que sea imprescindible abordar los antecedentes de la confrontación romano-cartaginesa. El análisis de este proceso histórico, así como las consecuencias de aquella imbricación de la historia romana con la cartaginesa, ocupa el centro de este estudio. Este análisis contiene una forma muy personal de enfrentarse a Aníbal y a Cartago, en el curso de la cual se manifestarán puntos de vista míos que difieren en parte de la corriente

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principal de la investigación en la materia que tratamos. Refleja mis convicciones, hipótesis, conjeturas, reflexiones y certezas respecto a un objeto cuya investigación me ocupa desde hace veinte años, y que ahora he llevado a una conclusión provisional. Estoy extremadamente agradecido a numerosos compañeros y compañeras, por haber marcado de forma sustancial mi imagen del tema que aquí tratamos, bien en conversaciones y encuentros o mediante escritos y conferencias. Quiero mencionar en este lugar, con gratitud y respeto, a María Eugenia Aubet Semmler, José María Blázquez, Michelle Cataudella, Francisca Chaves, Karl Christ, Benjamín Costa, Jordi Fernández,Werner Huss, Serge Lancel, Edouard Lipinski, Mari-Cruz Marín, Jean Paul Morel, Hans-Georg Niemeyer y Jakob Seibert. Estoy muy obligado para con los historiadores de la Antigüedad Christiane Kunst, Oliver Linz y Eike Faber, de Potsdam, por el apoyo dado. También debo agradecimiento a mi amigo Gunther Gottlieb, por la lectura crítica del manuscrito, así como a Christoph Selzer, mi interlocutor en la editorial Klett-Cotta, por la competente edición de la versión alemana de este libro. La edición en español ha sido posible gracias al loable esfuerzo de Carlos Fortea y a la implicación de La Esfera de los Libros en este proyecto divulgativo.


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INTRODUCCIÓN

quel que, viniendo en barco al atardecer desde el noreste, entre en la bahía de Túnez, gire luego en dirección a Sidi Bou Said y pise tierra firme africana frente a la colina de St. Monique, en mitad del territorio de la antigua Cartago, será testigo de un espectáculo sobrecogedor. Verá que los contornos del cielo, la tierra y el agua se difuminan cada vez más, hasta que el juego de los elementos parece disolverse en un plateado paisaje de ensueño, inundado por el resplandor rojizo del final del día. Si se pone pie en la orilla rocosa de la costa, uno se encontrará recibido enseguida por una aromática vegetación. El recién llegado se siente feliz de haber ido a parar a aquel lugar. Posiblemente los primeros colonos procedentes del Mediterráneo oriental que, tras un viaje largo y dificultoso, pisaron tierra firme en este sitio, se vieron abrumados por similares impresiones.1 El asentamiento que construyeron, en torno a un magnífico puerto natural, en medio del territorio enemigo, fue convirtiéndose poco a poco en una ciudad de múltiples estratos, extraordinaria y envuelta en secretos. Para

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describir a sus habitantes se recurre siempre a superlativos, pero la verdadera esencia queda tanto más oculta cuanto más estereotipos es preciso usar para caracterizar la realidad. Desde el principio, Cartago se presentó como la síntesis de tres continentes. Surgida de Asia, anclada en África, miraba hacia Europa para expandirse por ella. La ciudad nunca se mantuvo encerrada, siempre osciló entre la tierra y el mar, siempre vaciló entre la conciencia de sí misma y la apertura. Aníbal y Cartago forman una pareja conceptual indivisible. La historia del uno no puede entenderse sin la otra.Ambos dependían tanto el uno de la otra y estaban tan entrelazados, que la extinción de la ciudad a manos de los romanos puede ser entendida como una consecuencia directa de la acción del más extraordinario de sus representantes. Esbozar la génesis de esta dramática evolución y averiguar la participación en la misma de Aníbal es uno de los objetivos de esta investigación, que quisiera representar esa unión del destino. Cartago fue reducida a cenizas en el año 146 a.C.2 Imposibilitada por la destrucción para manifestarse directamente, porque su propia memoria escrita se perdió, tanto lo bueno como lo malo que se podía contar de la enigmática ciudad procedía de fuentes ajenas.Ya sus contactos con los helenos de la Magna Grecia y Sicilia llamaron la atención de un mundo cultural de cuño griego sobre la más importante base fenicia de Occidente. Debido a su posterior enfrentamiento con Roma, importante para el futuro de la historia universal, Cartago ganó fama, pero fueron principalmente voces críticas, la mayor parte de las veces hostiles, las que determinaron su percepción desde fuera. Basta con recordar aquí al mercader cartaginés Hannón, malignamente descrito en su obra Poenulus por el comediógrafo romano Plauto, que lo convierte en caricatura de la mezquindad y la codicia.3 Todavía hoy resuena el


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desesperado suspiro de Flaubert porque pueda saberse tan poco de cierto sobre la Cartago sin falsificaciones. Las experiencias del creador de Salambó, que trató de abrirse paso hasta la Cartago genuina mediante una notable interpretación de las ruinas de la tradición, son sin duda familiares para todo aquel que se haya dedicado a esta materia.4 Sin embargo, lo que al artista Flaubert le estaba permitido —a saber, rellenar en caso necesario las lagunas de las fuentes antiguas con ayuda de su imaginación y completar así un colorido retablo que da a su novela, por otra parte una de las más leídas del siglo XIX, la deseada vitalidad—, le está vedado al historiador.Al contrario que el novelista, que, muy al gusto de su época, viste a Cartago con un manto tejido con el espanto y la magia del Oriente, aquél debe indagar los orígenes, observar la evolución y analizar las consecuencias rastreables de los acontecimientos. Por eso, se ve obligado a remontarse al arché, a los inicios y presupuestos de los hechos históricos y, enlazando con ellos, a elaborar reconstrucciones e interpretaciones. ¿Hasta cuándo se remontan los rastros de la historia de Cartago? Existen relatos fundacionales de varias ciudades o reinos antiguos que han alcanzado importancia a posteriori. Materiales legendarios de una oscura prehistoria, figuras heroicas y reminiscencias históricas se funden en impactantes imágenes alegóricas, a partir de las cuales a veces pueden apreciarse signos característicos de los participantes en ellas. ¿Quién no conoce la disputa fraterna entre Rómulo y Remo, probablemente el episodio más conocido del variado repertorio de las leyendas romanas?5 Su potencial político lo ilustra el hecho de que Octaviano consideró, tras su ascenso al poder, la posibilidad de cambiar su nombre por el de Rómulo, antes de convertirse en Augusto. Como sabemos, el proyecto fracasó debido a una versión de la leyenda de Rómulo, según la cual el


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fundador había sido asesinado por indignados senadores. Octaviano no quiso poner su recién adquirida posición de dominio sobre el estado romano bajo un signo tan desfavorable, y renunció a desafiar al destino.A tal punto el mito podía penetrar en la realidad histórica. Las cosas no son muy distintas en lo que respecta a Cartago, de cuya historia temprana también conocemos un amplio abanico de leyendas cuyo centro ocupa la fundación de la ciudad. Al contrario de lo que sucede con el pasado romano, que fue imaginado por autores nativos (Varrón, Livio) o filorromanos (Dionisio de Halicarnaso), la versión del episodio fundacional cartaginés que nos ha llegado es obra de escritores no cartagineses, lo que tiene tantas ventajas como desventajas. Donde se ha conservado más en detalle es en las historias de Pompeyo Trogo (Justino).6 Si reducimos las variadísimas ramas de la tradición a una versión principal, estos serían sus rasgos esenciales: Elisa, la hermana del rey Pigmalión, gobernante de la ciudad fenicia de Tiro, huyó de su ciudad natal porque su hermano quería matarla por codiciar los bienes de su rico esposo, el sacerdote de Melkart Akerbas, que al mismo tiempo era su tío.Tras una escala en Chipre (Citión), Elisa, famosa sobre todo, con el nombre de Dido, gracias a la Eneida de Virgilio, navegó con sus seguidores hacia la costa del norte de África.Allí, los recién llegados consiguieron el derecho de hospitalidad de los libios nativos. Les cedieron tanta tierra como pudieran cubrir con ayuda de una piel de toro cortada y extendida (Byrsa). Sobre ese territorio levantaron la «Ciudad Nueva», porque ese es el significado literal de Cartago (Qarthadasch), y se comprometieron a pagar tributo a sus originarios poseedores. Cuando el jefe númida Hiarbas quiso casarse con Elisa, ésta se suicidó.7 Resulta trabajoso separar los distintos estratos históricos de este complejo de leyendas, extraordinariamente colorido y


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emocionante, y no permite obtener una definitiva claridad. Sin duda, distintos nombres de los actores pueden documentarse históricamente (por ejemplo, Pigmalión, en tanto que rey de la ciudad de Tiro; también el nombre de Elisa es fenicio, a diferencia de Dido), pero tanto el marco del relato como algunos detalles esenciales fueron inventados conforme a modelos novelísticos griegos. El escenario de esta composición habrá que buscarlo sin duda en el círculo cultural siciliota, que a más tardar desde el siglo VI a.C. mantenía una viva relación con Cartago.8 Si contemplamos los elementos del material legendario disponible, llama la atención el hecho de que fueron acontecimientos posteriores los que dieron pie a crear una leyenda fundacional con tales elementos dramatúrgicos. La creciente importancia política de Cartago exigía una historia lo más larga y honrosa posible, ennoblecida por los extraordinarios hechos de sus actores.Ambas cosas debían subrayar el carácter único y los excepcionales logros de la ciudad. Los hechos históricamente documentados pueden resumirse en unas pocas frases. Observamos al principio una confrontación política interna en Tiro, dentro de los estratos dominantes. Una parte de la nobleza local junto con sus adeptos («fracción Melkart»), abandonó acto seguido el país y emigró a Chipre. Allí fracasó el proyecto de fundar una ciudad, y tras otra odisea se acometió un nuevo intento en el norte de África, que sólo fue coronado por el éxito después de superar considerables dificultades (pago de tributo a los libios). La emigración masiva de la ciudad natal hizo de la recién fundada «Ciudad Nueva» algo más que una mera factoría comercial como las típicas de la expansión fenicia por el Mediterráneo occidental. Debido a su potencial demográfico y al terreno colonizado, superior a la media en extensión, la colonia norteafricana se distinguió de sus colonias hermanas fenicias.9 Sea


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como fuere, desde el principio Cartago aparece como una entidad consciente de sí misma, unida con la patria fenicia por relaciones religiosas y familiares, pero políticamente autónoma, comparable a las más importantes metrópolis marítimas etruscas o griegas de la región, como Massalia (Marsella), Caere o Siracusa. Así como en el caso de Roma conocemos una fecha tradicional de fundación, que el investigador patriótico Varrón estableció en el año 753 a.C., la fecha fundacional de Cartago transmitida por Timeo es el año 814 a.C. No hace falta recalcar lo problemáticas que son las cronologías calculadas por los autores de la Antigüedad.10 Esto es especialmente cierto en lo que se refiere a las determinaciones de un pasado transfigurado por el mito. En tales casos, hay que prestar atención a si los acontecimientos recogidos en la tradición literaria pueden ser confirmados por otras fuentes independientes. Si se dirige la mirada hacia esa prehistoria ampliamente carente de escritura, como ocurre en la época de la fundación de Cartago, tan sólo los hallazgos arqueológicos pueden prestar ayuda. De hecho, las excavaciones realizadas han sacado a la luz materiales del siglo VIII a.C.11 Sin embargo, eso crea una laguna temporal entre los testimonios literarios y los hallazgos arqueológicos, lo que quizá pueda explicarse por el hecho de que uno de los criterios centrales para la elaboración de tablas cronológicas, la cerámica griega, sólo está disponible en cantidades suficientes en el Mediterráneo occidental desde finales del siglo VIII a.C. Posiblemente las fechas de fundación relativamente tempranas de nuestras fuentes literarias reflejan un proceso precolonizador, es decir, una larga fase de preparación, que puede haber estado marcada por viajes exploratorios y contactos comerciales y haber precedido al tendido de asentamientos fijos.


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Como ocurre con la mayoría de las fundaciones coloniales, los primeros siglos de la historia cartaginesa están envueltos en una espesa niebla. Los contornos de la ciudad sólo se hacen más claros a partir del siglo VI a.C., cuando los historiadores griegos empiezan a interesarse por los acontecimientos en el área del Mediterráneo occidental. Merece la pena ver más en detalle la primera mención de Cartago y su inserción en un contexto histórico complejo. En los capítulos 163 a 167 de su libro I, el historiador griego Heródoto habla del destino de los foceos, asentados en el Asia Menor. Menciona por vez primera sus audaces viajes hacia el oeste, en cuyo transcurso establecieron estrechas relaciones con los tartesios del sur de Hispania, así como la colonia fundada en Córcega por orden de un oráculo de Apolo en torno a 560 a.C., colonia que llevó el nombre de Alalia.Además, Heródoto recalca su amor a la libertad. Fueron, junto a los habitantes de Teos, los únicos griegos jónicos que prefirieron abandonar su patria para sustraerse a la esclavitud a manos de los persas. La emigración masiva de los foceos a Alalia tuvo consecuencias de gran alcance: asustados por sus rapiñas, los etruscos de Caere se aliaron con los cartagineses y les presentaron una batalla que en la investigación recibe el nombre de batalla de Alalia. Según Heródoto, en ella se enfrentaron (en torno a 540 a.C.) alrededor de 180 buques, con lo que nos encontraríamos ante el mayor enfrentamiento naval habido hasta entonces en el Mediterráneo occidental. Los foceos consiguieron una victoria pírrica: ganaron la batalla, pero perdieron la guerra, porque sus bajas habían sido considerables. Los prisioneros de guerra griegos capturados por los etruscos fueron lapidados, los supervivientes se trasladaron a Alalia, llevaron consigo a sus mujeres e hijos y se dirigieron en un primer momento con los barcos restantes al sur de Italia (Regio). Más adelante fundaron


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una nueva colonia, que llevó el nombre de Hyele (Elea o Velia). Allí encontraron los foceos su nueva y definitiva patria.12 Los acontecimientos relacionados con la odisea de los foceos en el Mediterráneo occidental constituyen los primeros puntos de apoyo fiables para la reconstrucción de la historia política a este lado de la Magna Grecia y Sicilia, los dos centros de cultura griega en Occidente. Junto al destino de los griegos, también sabemos algo de los contrincantes. Por primera vez los cartagineses aparecen mencionados en un texto literario, y a partir de ahí podemos obtener alguna idea sobre las rutas comerciales, las posibilidades de poder y el posicionamiento político de la ciudad.13 La batalla en el mar de Cerdeña fue el principio de la política ultramarina de Cartago. Cerdeña e Ibiza son puntos de importancia en este contexto. Los indicios arqueológicos más tempranos que hacen probable una presencia de los cartagineses en Ibiza datan del último tercio del siglo VI a.C. La cantidad y la dispersión espacial de los materiales cartagineses demuestran una paulatina exploración de la isla. Sirvió de base de trasbordo y nudo estratégico para la navegación fenicia, y posteriormente cartaginesa, y el comercio vinculado a ella.14 Algo parecido puede decirse de Cerdeña. Una antigua colonia fenicia se transformó a mediados del siglo VI a.C. en una de cuño cartaginés.15 Sobre los motivos que movieron a los cartagineses a atacar a los foceos junto a la ciudad etrusca de Caere, Heródoto dice: «Ellos [los foceos] saqueaban y robaban a todos sus vecinos».16 A la mejor comprensión de esta cita puede contribuir la red de bases cartaginesas en la costa oriental de Cerdeña, lo que subraya la importancia de la isla en el estallido del conflicto de Alalia. Un simple vistazo al mapa del mar Tirreno pone de manifiesto que la unión más directa entre Cartago y Etruria, uno de los focos de la navegación carta-


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ginesa, discurría a lo largo de la costa oriental sarda. La piratería focea en ese segmento de costa suprimía la funcionalidad de esa ruta mercantil y, por tanto, tocaba un punto neurálgico de los cartagineses. Es comprensible que a ellos y a los etruscos, también afectados, les resultara difícil asumirlo. En adelante, para Cartago Cerdeña no sólo fue importante como proveedora de materias primas y mercado para sus ventas, sino como socio de la economía cartaginesa. La isla representó un papel igual de importante como puerta del comercio con Etruria, así como con las regiones costeras itálicas, galas e hispánicas. Además, cabe suponer que en el curso de la expulsión de los griegos de Córcega una parte de la población focea llegó a Cartago y contribuyó a helenizar la ciudad. De todo esto se deduce que, a más tardar desde el siglo VI a.C., la ciudad norteafricana en ascenso reclamaba un papel dirigente en el Mediterráneo occidental que no cabía subestimar, y que la política y la economía cartaginesas mostraban una estrecha vinculación con numerosos pueblos griegos, itálicos e ibéricos. Si se contempla la orientación marítima de Cartago, tal como se expresa en el relato de Heródoto y en las numerosas factorías a lo largo de las costas del Mediterráneo occidental, se puede constatar la destacada importancia del mar, que fue escenario de una de las más importantes talasocracias (potencias navales) de la Antigüedad, y en consecuencia se siente uno inclinado a subestimar la importancia del interior africano para el ulterior desarrollo de la ciudad. Sin embargo, de hecho fueron ambos elementos —tierra y agua— los que determinaron desde el principio, en pie de igualdad, el destino de la metrópoli fenicia occidental. Esto se demostró ya en su fundación. El primer asentamiento fue, por una parte, resultado de una expedición naval que se distinguía con claridad de la creación de


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bases fenicias comparables. Por otra, la «Ciudad Nueva» se dispuso, de forma similar a una Apoikie griega, como colonia agraria, abierta al comercio y la explotación del entorno. Se asemejaba más a una polis que a una típica «factoría» fenicia, y sin embargo era ambas cosas a un tiempo. Esta doble función como potencia terrestre y naval marcó de forma decisiva su posterior historia.17 Sin embargo, no sólo las condiciones geográficas que le daban marco fueron decisivas para el destino de la ciudad. La mayor impronta la dieron sus habitantes, que fueron denominados cartagineses o púnicos.Vamos a hablar por extenso de uno de ellos, porque en su biografía se condensa y cumple la historia de su ciudad natal: altos y bajos, audacia y desánimo, sentimientos de dicha y depresión caracterizan el cambiante baño de estados de ánimo que unen fatalmente a Aníbal y Cartago.Aníbal (en púnico Hnbl: «amado de Baal»), el más famoso de los cartagineses, comparte con su ciudad natal, junto a una ilimitada admiración, una dudosa fama. La breve caracterización de Aníbal proporcionada por Livio puede ejemplificarlo bien; en ese retrato se dice de él: Tenía una enorme osadía para arrostrar los peligros y una enorme sangre fría ya dentro de ellos. Ninguna acción podía cansar su cuerpo o doblegar su espíritu. Soportaba igualmente el calor y el frío, comía y bebía por necesidad física, no por placer [...]. Su vestimenta no se diferenciaba de sus compañeros, pero sí llamaban la atención sus armas y sus caballos. Era con gran diferencia el primero tanto de jinetes como de infantes; iba en cabeza al combate, pero era el último en retirarse una vez iniciado el mismo. Estas cualidades admirables de este hombre quedaban igualadas por enormes defectos: crueldad inhumana, perfidia más que púnica, ningún respeto por la verdad, ninguno por


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lo sagrado, ningún temor de Dios, ninguna consideración por los juramentos, ningún escrúpulo religioso.18

La valoración del historiador griego Polibio es claramente más contenida cuando resume a este respecto: Se encontró con las circunstancias más diversas e imprevisibles y con amigos de carácter radicalmente opuesto, de manera que, por sus hechos en Italia, resulta imposible comprender su verdadero carácter.19

Sin embargo, más allá de la valoración que se haga de él, que adopta posturas extremas tanto en positivo como en negativo, hay que constatar como un hecho que Aníbal siempre ha ocupado de manera especial, en parte incluso fascinado, a los historiadores antiguos. Sileno, Sósilo, Fabio Píctor, Polibio, Livio, Diodoro, Cornelio Nepote, Silio Itálico, Pompeyo Trogo,Apiano, Dión Casio y otros se han enfrentado a su biografía.20 Las obras de los contemporáneos se han perdido, salvo algunos fragmentos, lo que es en extremo lamentable en los casos de Sileno y Sósilo, puesto que escribieron una crónica de los acontecimientos desde la perspectiva cartaginesa. Aún así, la visión de conjunto de los textos conservados nos permite hacer una reconstrucción histórica, satisfactoria en alguna medida, de los acontecimientos que se vieron marcados por la nada corriente personalidad de Aníbal. Sea como fuere, su esfera privada se nos mantiene oculta en gran medida. No sabemos prácticamente nada de cómo era en tanto que ser humano. No se conocen manifestaciones directas suyas que permitan sacar conclusiones precisas acerca de su carácter, intelecto o temperamento. Desde luego, Polibio y Livio nos han transmitido varios discursos de Aníbal, pero el contenido de estas alo-


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cuciones no puede ser tomado al pie de la letra, porque se emplean como recursos literarios para aportar tensión y facilitar la lectura de las obras. Nuestros autores antiguos los compusieron para aumentar el dramatismo de la acción. Además, estaban considerados un acreditado medio para enfatizar determinadas cualidades de una personalidad destacada. Si consideramos su devenir y la febril actividad desplegada, lo primero que llama la atención es que allá donde intervino siempre ocupó el centro de los acontecimientos. Su participación personal en los hechos políticos y militares que marcaron el rostro de su época fue muy superior a la media. En esto no hay disenso entre admiradores y adversarios.Todos reconocen su energía, dotes y múltiples capacidades, de las que destacaron especialmente las militares. Su valoración se hace más difícil sobre todo cuando se nos remite a notas estereotipadas de nuestros autores clásicos, que mezclan la presentación de los hechos de Aníbal con sentimientos anticartagineses. En este caso, sólo una revisión crítica caso a caso puede ayudar a aclarar las cuestiones litigiosas. Para elaborar el perfil histórico del legendario cartaginés, hay que tener en cuenta la relación entre las etapas de la vida de Aníbal, estrechamente entretejidas con los acontecimientos y evoluciones esenciales de su época, y la exposición —a menudo deformada— de sus gestas por los autores clásicos. Ha de ser entendido y considerado a partir de su entorno contemporáneo, evitando proyecciones posteriores. Al mismo tiempo, hay que dirigir la mirada a los dos polos que determinan su vida política: Cartago y Roma. Cualquier biografía de Aníbal debe aspirar a facilitar el acceso a la azarosa historia de ambas ciudades. Otra tarea digna de llevarse a cabo es el análisis de la recepción e instrumentalización de la imagen de Aníbal, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Para ello hay que observar su


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pervivencia en la literatura, las artes plásticas y la cultura de la memoria, con ayuda de ejemplos escogidos, y establecer los criterios que han hecho de él, general y estadista, una de las más brillantes figuras de la historia universal, incluso hasta nuestros días.


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más tardar desde el historiador griego Tucídides, que a finales del siglo V a.C. planteó la cuestión del verdadero comienzo de una guerra, antes de la primera acción bélica, la historiografía se plantea este problema una y otra vez. La Antigüedad ofrece una abundante reserva de ejemplos, que permiten ver todos los enfrentamientos propagandísticos entre las partes en conflicto previos a cada inminente estallido de una guerra. Quizá pueda sorprender que en adelante se hable de la dirección ideológica de la guerra por parte de Aníbal, porque la tradición del antagonismo romano-cartaginés, unilateralmente distorsionada, recalcaba más bien la cuestión de la culpa de la guerra (una pretensión moderna muy popular, discutida con vehemencia en la investigación alemana, sobre todo en relación con el estallido de la Primera Guerra Mundial) y encubría así la percepción de las que entonces eran cuestiones de actualidad.21 Por decirlo de antemano: la ofensiva ideológica puesta en marcha por Aníbal antes del estallido de las acciones bélicas se revela, aunque hasta hoy apenas haya sido tenido

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en cuenta, como uno de los fenómenos de mayores consecuencias de la lucha romano-cartaginesa por la posición dominante en el Mediterráneo occidental. Los autores filorromanos que narraban la II Guerra Romano-Cartaginesa (se suele hablar de II Guerra Púnica, o Guerra de Aníbal, pero ambas denominaciones expresan la perspectiva romana) vieron el conflicto como una guerra de revancha, inducida por los cartagineses, que un Aníbal extremadamente versado en asuntos militares llevó a la práctica. En cambio su autoría y planificación se atribuían, según la perspectiva, a sus predecesores Amílcar o Asdrúbal.22 En esta relación de responsabilidad escalonada en el estallido de la guerra, Aníbal se convertía en mero órgano ejecutor. Se le pintó como brazo armado de la vengativa ciudad de Cartago. Ante este telón de fondo, surgió la imagen de un Aníbal jefe con grandes dotes militares, que en cambio sería políticamente ingenuo.23 Resumido, el juicio en boga es: el soldado Aníbal fracasó como estadista, no se mostró a la altura de las complejas tareas políticas de la guerra desencadenada por Cartago. Como símbolo, que entretanto se ha convertido en proverbial, de esa apreciación, puede aducirse la famosa sentencia mil veces repetida que Tito Livio pone en boca del oficial cartaginés Maharbal cuando, tras la batalla de Cannae, le espetó a Aníbal: «Sin duda sabes vencer,Aníbal, pero no sabes explotar la victoria».24 Semejante valoración no sólo carece de todo fundamento objetivo, también pasa por alto los hechos en los que se basa el conflicto romano-cartaginés. Una contemplación sin prejuicios de esos hechos demostrará la evidencia de una concepción de la guerra magistralmente manejada por Aníbal, y los resultados de esa contemplación pueden contribuir no sólo a revisar la unilateral imagen trasmitida de Aníbal, sino también a apreciar de manera más realista la dinámica de la relación romano-cartaginesa.


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Apenas hay situación que pueda ilustrar mejor esto y, a la vez, delinear de manera tan plástica la acción de Aníbal, como los días y semanas que precedieron a su legendaria marcha hacia Italia en la primavera del año 218 a.C. Nos será útil relatar en este punto los acontecimientos, porque nos ayudarán a distinguir los móviles esenciales de Aníbal, que sólo más adelante saldrían a la luz. Anticipémonos a los acontecimientos, trasladándonos a los cuarteles de invierno cartagineses en Cartago Nova (Cartagena), en las primeras semanas del año 218 a.C., y tratemos de averiguar cómo y dónde empezó la II Guerra Romano-Cartaginesa. El planteamiento puede parecer superfluo, porque pasa por ser un hecho que en la primavera de ese año Aníbal formó un ejército en Cartago Nova y se puso en marcha en dirección a Italia. Pero esa constatación no es del todo cierta. Para decirlo con más precisión: tan sólo describe una parte del camino que Aníbal recorrió para desafiar a Roma. La ruta de su marcha no condujo al principio hacia el norte, sino en dirección contraria, hacia el sur. Su objetivo era Gades (Cádiz). Con esa empresa se inicia la guerra.Todavía en sus cuarteles de invierno, Aníbal parte probablemente por mar y pone rumbo a la ruta de Gibraltar. El tiempo apremiaba, y seguramente quería estar de vuelta lo antes posible en su cuartel general. El motivo oficial de su visita a Gades era cumplir un voto y hacer un sacrificio en el santuario del dios Melkart, para implorar su ayuda en las inminentes empresas.25 Poseemos algunos elocuentes testimonios contemporáneos que establecen una estrecha relación entre la estirpe de los bárcidas, la familia de Aníbal, y Melkart. Se trata de emisiones de moneda, en la mayoría de los casos procedentes de Gades o de Cartago Nova, que servían para el pago de la soldada del ejército. Muestran, junto a los motivos


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típicos de la acuñación púnica de moneda, como la palmera, el mascarón de proa, el caballo y el elefante, retratos masculinos, realizados conforme a modelos helenísticos, que apuntan a una identificación de los bárcidas (Amílcar,Asdrúbal,Aníbal) con el dios Melkart.26 Con la enfatización de Melkart como divinidad rectora de la expansión bárcida por Hispania y su inserción en un contexto que remite a Heracles, se festejaba el éxito de la audaz y decisiva empresa para la regeneración del estado cartaginés, abatido después de perder la I Guerra Romano-Cartaginesa. Además, se declaraba el propósito de defender los territorios conquistados por los bárcidas contra cualquier reclamación.27 Melkart, venerado en el ámbito cultural fenicio-cartaginés, había sido equiparado hacía ya mucho tiempo al héroe griego Hércules.Ya Alejandro Magno se había servido de él para dar una especial consagración religiosa a su campaña contra los persas.28 También la juventud del conquistador era un atributo que permitía trazar un paralelo más entre ambas personalidades. El propio Aníbal había recibido el supremo mando militar a la edad de veintiséis años (221 a.C.); de ahí que pudiera presentarse como un nuevo Alejandro, bajo la luz de Melkart/Hércules: llevaba constantemente consigo una estatuilla del dios, que se suponía había pertenecido a Alejandro. Entre los doce trabajos de Hércules había uno que se podía emplear de forma especial contra los romanos.29 Cuando Hércules llevó los bueyes de Gerión, al que había vencido, desde Hispania hasta Italia, atravesando la Galia y los Alpes, según cuenta la leyenda, el gigante Caco, que habitaba en el Aventino, trató de robar los animales, lo que no obstante Hércules pudo advertir a tiempo.Acto seguido, pidió cuentas al ladrón Caco y le castigó. Este episodio del ámbito de la mitología era de conocimiento general. Era muy adecuado para ilustrar el conflicto romano-cartaginés. Refiriéndose a él, la


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propaganda bélica cartaginesa hizo difundir que Aníbal, como Hércules antaño, iría a Italia a pedir responsabilidades a los romanos por su arrogante conducta en Hispania. ¿Qué había ocurrido con anterioridad a esto? Atendiendo una petición de ayuda de los saguntinos, Roma intervino en el enfrentamiento entre los cartagineses y la ciudad de Sagunto, que a su vez había atacado a aliados cartagineses vecinos.30 El asedio y conquista de Sagunto por Aníbal (finales de diciembre de 219 a.C.) fue el casus belli para los romanos, que de todos modos habían seguido con gran desconfianza la penetración de los cartagineses en Hispania. La afirmación romana de que se había roto el tratado por el que Sagunto pertenecía al ámbito de influencia de los romanos y, como aliado de Roma, tenía derecho a su protección, fue el pretexto para la declaración de guerra a Cartago.31 Aníbal reaccionó a ella tanto con extensos preparativos bélicos como —y precisamente esto es lo que nos interesa ahora— con una bien meditada ofensiva ideológica, que se sirvió de motivos religioso-sacrales. Naturalmente, el objetivo superior era ganar aliados. Esa podía haber sido una de las enseñanzas del anterior conflicto romano-cartaginés, cuando Cartago, abandonada a sus propias fuerzas, tuvo que cargar con todo el peso de la guerra. La movilización de una figura identificativa enormemente popular en el Mediterráneo occidental, como Melkart/Hércules, llevaba aparejado un claro mensaje a sus contemporáneos. Sin duda la invocación a la divinidad no bastaba por sí sola, sino que tenía que ir enlazada a un programa político actual. No nos ha llegado la forma concreta en que fue formulado, pero de la observación de los subsiguientes acontecimientos cabe deducir que un llamamiento a la liberación tiene que haber ocupado el centro de la apelación político-religiosa. La


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eficacia esperable de esa medida era un requisito decisivo para el éxito de su estrategia. La devoción a Melkart/Hércules que proclamaba no sólo iba dirigida a todos los fenicios occidentales, de los que los cartagineses formaban parte, sino también a los griegos. Pensemos que en el sur de Hispania, Cerdeña y Sicilia había varios asentamientos fenicio-occidentales, así como numerosas polis griegas en el norte de Hispania, sur de la Galia, Italia, Sicilia y el norte de África.32 El atractivo de la oferta presentada por Aníbal se muestra en que a lo largo de la confrontación militar renombradas comunidades griegas se adhirieron a la lucha contra Roma: el rey Filipo V de Macedonia (215 a.C.),33 Siracusa (215 a.C.),34 Tarento (213 a.C.),35 así como numerosas ciudades griegas de Italia y Sicilia.36 Aníbal llamaba a los griegos y fenicios occidentales a tomar conciencia de su propia y venerable cultura y sacar la consecuencia política de ello: sacudirse el yugo de los romanos. Éstos podían ser apostrofados como opresores y ambiciosos recién llegados al escenario de la historia universal, a los que había que marcar unos límites.37 La imagen de los romanos que Aníbal diseñó tuvo efecto. Ni los griegos ni los fenicios occidentales querían renunciar sin lucha a la preeminencia en el Mediterráneo occidental. Al ofrecer una posibilidad de identificación sacral, Aníbal había puesto en marcha una iniciativa política extremadamente compleja, que parecía adecuada para reunir bajo un mismo techo a los adversarios de los romanos, en parte enfrentados entre sí. Fue una ingeniosa maniobra de estadista, ya que logró que los distintos intereses de los adversarios de Roma se solaparan temporalmente sin tener que empezar por formular un plan de largo alcance. El lazo común de la alianza fue determinado en negativo, el cumplimiento positivo de la misma se dejó para el futuro. Para un hombre como Aníbal, que según


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Livio se distinguía por su falta de religiosidad,38 conseguir una comunidad de acción antirromana sostenida por comunes intereses religiosos, políticos, económicos y militares fue un logro sorprendente. En el veredicto de Livio se aprecia aún la perplejidad de los romanos ante la tempestad que abarcó todo el Mediterráneo y se abatió sobre la ciudad del Tíber. La reacción del adversario prueba que la furia de esta masiva ofensiva de propaganda no pasó en modo alguno inadvertida. Bajo la presión de las circunstancias, se vieron obligados a buscar una respuesta. Quinto Fabio Píctor, un contemporáneo de Aníbal, redactó un tratado histórico totalmente poseído por la idea de ofrecer una crónica de los acontecimientos desde el punto de vista romano.39 Su intención era justificar la postura romana en esta guerra, que corría el peligro de quedar relegada a un segundo plano. Los destinatarios en los que se pensaba quedan claros al ver que esta primera obra histórica de un romano fue escrita en lengua griega. Por desgracia, se ha conservado poco del original. No obstante estamos, en alguna medida, bien informados del plan, argumentación e intención de la obra gracias a distintas observaciones de Polibio y Dionisio de Halicarnaso. En sus manifestaciones, Quinto Fabio Píctor sostenía ante todo el punto de vista de que Roma libraba exclusivamente guerras justas para proteger a sus propios aliados, y que por tanto era moralmente superior a los cartagineses. Por esa razón, la tradición historiográfica romana está marcada por una imagen de Aníbal desfigurada a veces hasta lo irreconocible, y que es difícil revisar a partir de la perdida tradición pro cartaginesa. Recordemos, por ejemplo, las palabras de Livio, que hacía de Aníbal un bárbaro incivilizado. Contra este adversario era válido aplicar todos los recursos disponibles. La estrategia ideológica de los romanos culminó en una estilizada polémica con la que se insultaba a un adversario caracterizado como


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compendio de la deslealtad y el vicio. Se empleó todo lo que se podía subsumir en este cliché, y se imputó a Aníbal y a sus tropas. Un ejemplo elocuente de ello lo ofrece un pasaje de Livio, en el que leemos: El enemigo cartaginés trae consigo, desde los últimos confines de la tierra, el mar océano y las columnas de Hércules, a una tropa ni siquiera oriunda de África, desconocedora de toda ley y condición y casi de una lengua humana. Su propio jefe les aguzó todavía más el salvajismo y la crueldad propias de su naturaleza y costumbres mediante la construcción de puentes y diques con montones de cuerpos humanos y —cosa que incluso relatarla da náuseas— enseñándoles a comer carne humana.A los que se alimentan con esos execrables manjares, a quienes incluso tocarlos sería pecado, ¿a qué persona, con tal que sea natural de Italia, no le resultaría repugnante verlos y tenerlos como amos y tratar de conseguir las leyes desde África y Cartago y soportar que Italia sea una provincia de los númidas y de los mauritanos?40

Al satanizar a sus rivales, los romanos pensaban ante todo en retener a sus propios aliados, cuya lealtad a Roma se vio sometida a una dura prueba por los espectaculares éxitos militares iniciales de Aníbal. Sólo el miedo podía evitar una posible confluencia de los aliados de Roma con los cartagineses. La tosquedad de la propaganda bélica romana se puede aducir como prueba de que la ideología libertadora de Aníbal no sólo iba dirigida a los griegos, culturalmente emparentados con los cartagineses, sino también a los aliados itálicos de los romanos, y que desplegó el correspondiente efecto.Aníbal fue considerado y tomado en serio como portador de las esperanzas y como líder de una coalición antirromana.


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Así que una ofensiva ideológica penetrada de alusiones religiosas precedió a las acciones bélicas.41 Imitando a Alejandro Magno, Aníbal quería pasar por libertador de la civilización griega de una potencia extranjera. En aquel caso eran los persas, en éste, los romanos. El objetivo de Aníbal era probablemente una coalición antirromana en la que, junto a los fenicios occidentales, pudieran participar también los griegos y todos los que tuvieran una cuenta pendiente que ajustar con Roma. Un ejemplo elocuente, que pone de manifiesto la estrecha relación entre prácticas religiosas y acciones políticas, nos la ofrece la forma de dirigir la guerra naval en la I Guerra Romano-Cartaginesa. El cónsul romano Publio Claudio Pulcro, comandante en jefe de la flota que operaba en aguas sicilianas, se preparaba en las cercanías de Drepanum para un combate con la armada del almirante cartaginés Adérbal (249 a.C.). A fin de cumplir con sus obligaciones religiosas antes del comienzo de la batalla, el cónsul ordenó administrar a los pollos sagrados la comida prescrita para obtener, después de su consumo, el esperado augurio favorable para el resultado de la lucha. Pero entonces sucedió lo inesperado. Los animales se negaron a tomar el alimento prescrito, lo que en sí mismo ya era un mal presagio, que hubiera tenido que mover al cónsul a abandonar su plan de batalla. Pero no sucedió tal cosa. Impaciente e irritado con las complicaciones surgidas, Publio Claudio Pulcro pasó por alto los reparos religiosos y pronunció la funesta frase «echadlos al mar para que beban, ya que no quieren comer».42 Como cabe imaginar, el resultado de la batalla fue desfavorable para los romanos. Perdieron casi cien barcos, muchos miles de hombres murieron en combate. Fue una de las mayores catástrofes de la guerra, causada, en opinión común, por la impía actitud del almirante. A su regreso a Roma se le pidieron res-


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ponsabilidades, no tanto por su incapacidad militar como por el sacrilegio cometido.Aunque desde nuestra actual perspectiva tal suceso nos haga sonreír, para los contemporáneos tenía otro significado. Se tomaban en serio la observancia de las normas del culto, porque en su opinión la victoria sólo era posible en consonancia con la voluntad divina. Según esto, toda desviación de la tradición religiosa significaba una maliciosa disminución de sus expectativas de victoria. Es en ese sentido en el que hay que entender la adoración a Melkart/Hércules puesta en escena en Gades por Aníbal. Un protector divino debía otorgar a su audaz empresa la necesaria consagración. ¿Quién era este hombre que, apenas salido de la adolescencia, desafiaba audazmente a la ciudad más poderosa del mundo de su tiempo? Como no podía ser de otra manera, las opiniones difieren mucho a la hora de valorar su acción política. Aníbal provocaba ferviente admiración y, al mismo tiempo, abrupto rechazo. El grueso de los autores que narran su época lo hacen desde la perspectiva romana. Los vencedores de Cartago no sólo borraron del mapa la ciudad, sino que también monopolizaron ampliamente la memoria histórica de ese proceso. Que lo consiguieron lo demuestran los pertinentes relatos. Están escritos en la lengua del vencedor, asumen su punto de vista, justifican su conducta y dan libre curso a sus prejuicios sobre el adversario sometido. Aunque también la hábil ofensiva ideológica puesta en escena por Aníbal proporciona un preludio eficaz a su entrada en la historia, el núcleo de sus múltiples actividades políticas fue el enfrentamiento militar con Roma, considerado legendario ya en vida.Antes de analizar la anatomía de ese conflicto, tenemos que tratar sus presupuestos, como el ascenso de la dinastía bárcida, cuyo centro ocupa Aníbal como nueva estrella ascendente de Cartago.


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Lo extraordinario de la trayectoria vital de Aníbal se muestra ya en que fue el primer individuo de la Antigüedad que actuó, uno tras otro, de forma decisiva, en todos los puntos candentes del mundo mediterráno.Ya de niño se fue al lejano oeste, donde alcanzó la madurez viril, y después de activar esos territorios hasta entonces marginales como base de poder partió de allí para dar forma a la historia universal. Llegado al centro del mundo de su época, logró paralizar la potencia romana y situarla ante una tarea casi insoluble. En la última fase de su vida, la magia de su nombre volvió a causar furor en la zona oriental de la región mediterránea y enseñó nuevamente a temer a los amos del mundo.A la cabeza de su ciudad natal, Aníbal procederá siempre, en distintas situaciones y en distintos espacios geográficos, contra el mismo enemigo irreconciliable: Roma, centro, meta y obsesión de su vida.Ya al principio de la existencia política de Aníbal, sus caminos se cruzaron con los de la ciudad itálica. Este enfrentamiento experimentó, en el cenit de su vida, una fatal aceleración, y terminó representando un papel decisivo en su dramática salida del escenario político del mundo antiguo. Son esencialmente los altos y bajos de esa relación los que mejor se pueden contar con ayuda de la biografía de un hombre que los vivió y padeció con la máxima intensidad.43 Con lo expuesto nos hemos anticipado mucho a los acontecimientos. Ahora, hay que retomar el hilo del acontecer histórico para tratar la situación en Roma y Cartago antes del estallido de la II Guerra Romano-Cartaginesa. Constituye la base para comprender los años juveniles de Aníbal, que fueron definitivos para sus posteriores acciones.


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