La noche de los cristales rotos Introducción Imagina que tienes nueve años, y que estás durmiendo tranquilamente en tu cama calentita. Antes de acostarte haces el mismo ritual de siempre. Te lavas los dientes, las manos y la cara. Tu madre viene a leerte un cuento. Cuando te levantes, desayunarás e irás al colegio como cada día. De repente, te despiertan unos fuertes golpes en la puerta de entrada. Aún no estás totalmente despejado, pero oyes cómo la puerta se viene abajo y empieza a entrar gente. Apenas te incorporas, cuando tu madre entra corriendo y te toma de la mano. Te lleva abajo con ella, a la sala de estar, y allí encuentras a tu padre, gritando a un grupo de hombres vestidos con camisas marrones y armados con hachas, cuchillos y palos de escoba. Uno de ellos golpea a tu padre en la frente con el mango de un cuchillo, y él empieza a sangrar. «¡Papá!», gritas, mientras te abalanzas hacia él. Los otros matones empiezan a destrozar las mesas y las sillas y a rajar la tapicería del sofá. Después de hacer añicos los cristales de las ventanas que dan a la calle, cogen los libros de la familia de las estanterías y los arrojan por ellas. Puedes oír el ruido de los platos rompiéndose en la cocina mientras otro intruso saca las cosas de la alacena y las tira por el suelo. El hombre que ha pegado a tu padre dice: «Queda detenido. ¡Venga conmigo!». «¿Por qué se lo llevan? ¡No ha hecho nada malo!», gritas mientras corres de nuevo hacia él y te aferras a su pierna. Entonces el hombre se acerca a ti, te agarra del brazo y te tira violentamente al suelo. Antes de que puedas reaccionar, se llevan a tu padre por la puerta, le empujan y cae escaleras abajo. Los otros hombres le siguen, haciendo una breve parada para tirar una lámpara de cristal y verla estamparse contra el suelo. Tu madre sale corriendo por la puerta, baja las escaleras y dirigiéndose a los hombres que se llevan a tu padre a rastras, grita: «¿Dónde le llevan?». Cuando llegas a su lado, escuchas la respuesta de uno de ellos: «Pregunte a la Gestapo». Tu madre empieza a llorar, se agacha para abrazarte. Por encima de su hombro, puedes ver una columna de humo saliendo de la sinagoga de tu calle, que está en llamas. Los escaparates de todos los comercios judíos de alrededor están hechos añicos, y no para de salir gente de ellos con ropa, joyas y comida en las manos. Algunos gritan y se ríen entre el ruido de los cristales rompiéndose. Es una noche que jamás olvidarás. Más adelante, la gente la conocerá como la Noche de los Cristales Rotos. El 9 y el 10 de noviembre de 1938, grupos violentos atacaron gratuitamente a ciudadanos judíos en sus casas, en sus lugares de trabajo y culto, y en las calles de toda Alemania y los territorios recientemente anexionados en Austria y los Sudetes. Murieron al menos 96 judíos (Read y Fisher afirman que como mínimo fueron 236, de los cuales 43 serían mujeres y 13 niños y cientos
quedaron heridos), más de 1.300 sinagogas fueron incendiadas (es posible que el número llegara a 2.000), casi 7.500 negocios judíos destruidos y un sinfín de cementerios y colegios arrasados. Aunque nunca se ofrecieron cálculos oficiales, cantidades incalculables de artículos de valor, incluidas muchas obras de arte, se perdieron en esta vandálica campaña de destrucción que aniquiló todo cuanto encontró a su paso sin reparar en su valor. En esos días, un total de 30.000 judíos fueron detenidos y enviados a campos de concentración. Al menos 4.600 judíos vieneses fueron trasladados a Dachau. Cerca de 2.500 judíos fueron arrestados en Hamburgo y llevados a Oranienburg. Otros 2.621 judíos de Frankfurt fueron enviados a Buchenwald. El periodo de encarcelamiento medio oscilaba entre cuatro y seis semanas para los hombres mayores, y más tiempo para los judíos más jóvenes. Más de 5.000 personas murieron en Buchenwald, Sachsenhausen y Dachau como consecuencia de los pogromos, y decenas de miles de alemanes y austriacos morirían en aquellos campos a lo largo de la guerra. En un principio, los alemanes se refirieron a aquellas cuarenta y ocho horas de caos como la «Acción Judía». Sin embargo, aunque nadie sabe a ciencia cierta cuándo surgió, la expresión «la Noche de los Cristales Rotos» o Kristallnacht (o la menos conocida, Reichskristallnacht) ha acabado asociándose a los pogromos del 9 y 10 de noviembre de 1938, por la alusión a la destrucción masiva de ventanas y escaparates que dejó las calles cubiertas de cristales rotos. No obstante, muchos judíos y especialistas en el tema la consideran una expresión ofensiva y se oponen a su uso. Como dijo Walter Pehle, «es evidente que una expresión como “la Noche de los Cristales Rotos” fomenta la cruel minimización de su recuerdo y ayuda a restar gravedad a aquella realidad: este tipo de apelativos cínicos sólo sirven para reinterpretar el homicidio y el asesinato, el incendio y el robo intencionados, el pillaje, la destrucción masiva de propiedad privada, transformándolos en sucesos resplandecientes y marcados por el brillo y la luz». Con motivo del cuadragésimo aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, Helmut Schmidt, ex canciller de Alemania Occidental, habló de la importancia de aquellas cuarenta y ocho horas en una sinagoga de Colonia:
La noche alemana, cuya celebración nos ha reunido hoy aquí, cuarenta años después, sigue siendo un motivo de amargura y vergüenza. Allí donde ardieron las casas de Dios, donde una señal de quienes ocupaban el poder puso en marcha el tren de la destrucción y el robo, de la humillación, el secuestro y el encarcelamiento, allí acabaron la paz, la justicia y la humanidad. La noche del 9 de noviembre de 1938 marcó una de las etapas en el camino al infierno.