En la siguiente página: En Bruselas, el 26 de noviembre de 2007, miles de mujeres se juntaron para protestar contra las violaciones en el Congo. Entre enero y septiembre de ese año, se reportaron 2,000 mujeres violadas en ese país.
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violación en el congo El sexo como un arma de guerra Aviso a los lectores:
Lo que se va a narrar en este artículo son hechos reales que constituyen crímenes terribles contra la humanidad, para los que la ONU todavía no ha encontrado una solución. Incluye testimonios difíciles de leer por el grado extremo de violencia y crueldad al que fueron sometidas las víctimas. El mundo entero debería estar exigiendo que se detenga ya este holocausto. Por Témoris Grecko
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uando el hombre (el varón, el macho, no el ser humano) ha llegado a niveles tan bajos que es casi imposible creer, es difícil jerarquizar la información y destacar lo que es, digamos, más grave o más importante, o más escandaloso. La gran guerra contra las mujeres que están llevando a cabo los hombres de todos los ejércitos y milicias enfrentados en el este del Congo (desde los bandidos sin causa y las tribus sin control hasta los títeres de países extranjeros y los soldados del gobierno) produce tantas afrentas contra la humanidad que no es posible escoger una para comenzar este artículo. ¿Será adecuado usar las palabras de Christine Schuler Deschryver y decir que están “destruyendo la especie femenina”, que es el más grande feminicidio de la humanidad? ¿Tal vez valga la pena señalar
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que la violencia no sólo es masiva, sino tan extrema que ha provocado una cantidad nunca antes vista de fístulas (el rompimiento de la separación entre vagina, recto y vejiga)? ¿O quizá sea mejor introducir el tema a través de casos particulares, como los de
Porque, en África, la mujer es la que hace todo. bebés asesinadas a golpe de pene, de maridos forzados a presenciar la destrucción genital de sus esposas, de personas de todas las edades secuestradas por meses y años para ser usadas como esclavas sexuales? El salvajismo con el que están actuando, desde hace 12 años, en el este del Congo, y que está teniendo lugar en este mismo
momento, es una de las mayores vergüenzas imaginables para la raza humana. Uno se pregunta qué es lo que pasa con la especie “racional” del planeta, capaz de engendrar la violencia más enloquecida.
Feminicidio
Los testigos son los que pueden darnos la mejor perspectiva de lo que ocurre en el este del Congo. Christine es una congolesa hija de europeo y africana a quien el conflicto convirtió en una comprometida defensora de los derechos humanos: “Es un feminicidio, porque están destruyendo la especie femenina. Porque en África, la mujer es la que hace todo: bebés, buscar comida, cuidar a la familia entera. Ellos están destruyendo el corazón de la familia”. La violación de la mujer, en su manera más destructiva, se ha convertido en un arma de guerra que no cuesta ni se gasta, no necesita municiones
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combatir la violencia contra las mujeres: “El hospital y los alrededores se han convertido, básicamente, en una aldea de mujeres violadas. El terreno está saturado de niños, hambre y necesidad. Cada día, al menos, dos niños mueren por desnutrición. Luego viene el montón de problemas que resultan de un trauma severo: mujeres con pesadillas
A las comunidades las desestabiliza el miedo; saben que no hay autoridad que las proteja.
Las damas congolesas no tienen un campeón que las defienda. e insomnio, rechazadas por sus maridos, sin interés por cuidar a los bebés de sus violadores, mujeres y niños sin lugar a dónde ir”. Por si fuera poco, está el problema de las fístulas. En el resto del mundo es un problema casi desconocido (los médicos usan fotografías añejas para aprender sobre ellas), pero en el este del Congo son extremadamente comunes: el daño físico que han padecido las mujeres es tan grave que las paredes del recto, de la vagina y de la vejiga están rotas, su excremento, su orina y su sangre se mezclan y se derraman hacia fuera sin control porque los músculos que las retienen fueron destruidos. Esto no ocurre en las violaciones normales, incluso tumultuarias, pero aquí se trata de una agresividad exagerada, en la que lo que no destrozó el pene es hecho pedazos con otros objetos (madera, plásticos calientes, bambú, metales, que muchas veces
ni hace falta entrenar a quienes la emplean: a la mujer se le rompe el espíritu, se la humilla frente a su familia y comunidad (en la costumbre local, no se consuela a la violada: se le expulsa), se la incapacita para cumplir con sus tareas esenciales y así se rompe el tejido fundamental de la sociedad. El terror mantiene a las mujeres en casa, temerosas de ir a trabajar los campos, conseguir agua y leña, llevar a los niños al médico. De aldea a aldea, las alertas se difunden; a las comunidades las desestabiliza el miedo y éste determina sus movimientos, ya que saben que no hay autoridad que las proteja. Es un arma que no sirve solamente para atacar al enemigo, arrebatarle las tierras, obligarlo a huir: también rompe los delicados hilos que mantienen a la gente unida en la derrota, empuja a sus miembros a perder el sentido de identidad y a dispersarse. Y esto genera un círculo vicioso: los desterrados son tantos que se juntan, despojados de todo vínculo de amor o solidaridad con los demás, regresan a cometer las mismas barbaries de las que fueron víctimas. El doctor Denis Mukwege, un ginecólogo africano, lo explica así: “Primero, las mujeres son violadas frente a sus niños, sus esposos y vecinos. Segundo, las violaciones son cometidas por muchos hombres al mismo tiempo.
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Tercero, no sólo se viola a las mujeres, sino que sus vaginas son mutiladas con pistolas y palos. Estas situaciones muestran que el sexo es utilizado como un arma barata. Cuando la violación es cometida frente a tu familia, destruye a todos. He conocido a hombres que vieron cuando su mujer era violada: ya no son estables mentalmente. Los niños
En la costumbre local, no se consuela a la violada: se le expulsa. quedan en condiciones todavía peores. La mujer que sufre tanta violencia ya no puede criar niños. Es claro que estas violaciones no son cometidas para satisfacer deseos sexuales sino para destruir el alma. La familia y la comunidad completas quedan rotas”. “La primera mujer violada que vi fue mi mejor amiga”, recuerda Christine. “Era como mi hermana, en 1998. Era mulata, como yo, o sea, ni blanca ni negra, sin postura política, y la violaron de una manera que no puedo describir; fue violada por más de 20 hombres y luego la mataron. Encontramos más de cien hoyos de cuchillo en su cuer-
po. Y también mataron a su esposo, que era canadiense”. En ese momento, ella no lo vio como parte de un fenómeno que se extendía en su país. Pero dos años después, en 2000, “yo trabajaba como simple secretaria cuando me trajeron a esta chiquitita de 18 meses de edad, con las piernas rotas, que fue violada durante dos meses. Fue entonces que me di cuenta de la dimensión del problema en el Congo. Por supuesto, ella murió, era imposible salvarla. En ese momento sólo vi dos salidas: o agarraba mi maleta y a mis hijos y me marchaba de este infierno, o me quedaba a tratar de cambiar algo aquí. Y me decidí por la segunda, por tratar de crear conciencia internacional para que haya presión y se ayude a mi gente”.
Hospital Panzi
Christine vive en Bukavu, un pueblo congolés a tiro de piedra de la frontera con Ruanda, cerca del Lago Kivu, un sitio de belleza paradisíaca. Ahí está también el Hospital Panzi, fundado en 1999 como sala de maternidad y de operaciones por el doctor Mukwege. El sitio no es nada agradable, según la descripción de Eve Ensler, autora de la famosa obra de teatro Los monólogos de la vagina y fundadora de V-Day, una organización internacional cuyo objetivo es
“Nunca vi tal destrucción”
En esta historia, las damas congolesas no tienen un campeón que las defienda. Muy disminuida queda la esperanza de recibir protección de los cascos azules de la ONU, que tienen 17 mil hombres desplegados allí con el objetivo de mantener la paz, pero que también han cometido violaciones. Pero son peores las que llevan a cabo los soldados del gobierno. Y peores aun, las de las milicias hutus, que, en 1994, mataron a 800 mil personas en la vecina Ruanda.
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Población vulnerable La organización Save the Children publicó un informe, en mayo, sobre abusos sexuales cometidos por trabajadores humanitarios y Cascos Azules contra niños.
quedan alojados dentro del cuerpo), incluso a balazos. “El hospital está empapado de orina”, sigue el retrato que da Eve Ensler. “El olor penetra todo. La orina cae de las mujeres en un espacio enorme tipo hangar, con suelo de tierra, donde cientos de ellas se sientan todo el día. La orina se derrama en los salones de clase y deja charcos en el piso. Las mujeres están siempre mojadas. Sus piernas les escuecen y les arde la piel. Hay muchas niñitas con vestidos manchados de pipí que vagan por Panzi, tímidas y avergonzadas porque a ellas también las violaron". Y continúa: "La semana en que estuve allí (en 2007), la compañía del agua les había cortado el servicio tras pasarle una cuenta al hospital por 70 mil dólares, una cantidad enloquecidamente alta, porque sus directivos se enteraron de que el hospital recibe donaciones del extranjero. Los empleados tenían que traer cubetas desde lejos. Tener cientos de mujeres sin agua y con incontinencia era como crimen sobre crimen”.
Tener a cientos de mujeres sin agua y con incontinencia era como crimen sobre crimen.
Poca ayuda internacional Los Cascos Azules están llevando a cabo operativos llamados “Night flashes” (Luces nocturnas), en los que tres camiones de tropas se meten en la maleza y mantienen los faros encendidos toda la noche para que los civiles y los grupos armados sepan que están allí. Cuando llega la mañana, se dan cuenta de que hasta 3,000 aldeanos se acurrucan en los alrededores, en busca de protección. No son más que paliativos. Los 17 mil soldados de la ONU tienen que cubrir todo el este del Congo, un territorio más grande que Francia. Y en sitios como el Hospital de Panzi, la situación es inaguantable. “Vienen visitantes de la comunidad internacional”, dice el doctor Mukwege, “comen sándwiches y lloran, pero se van y no regresan con ayuda. El presidente (del Congo, Joseph) Kabila nunca ha puesto un pie aquí. Su esposa vino. Lloró, pero no ha hecho nada”. Y lo que puede hacer el Hospital de Panzi tampoco resuelve el asunto: “Las mujeres vienen, las arreglo como puedo y las envío de vuelta a casa. Pero no hay garantía de que no las van a volver a violar. En varias ocasiones han tenido que regresar con nosotros, más destruidas que la primera vez”.
Izquierda: Mukamusoni tenía 38 años cuando fue retratada, en abril de 2006. En la imagen se encuentra en una habitación de un centro para mujeres violadas, en Goma, R.D. del Congo. Derecha: Una mujer llora mientras narra a una trabajadora social la violación que sufrió en Kanyabiyunga, R.D. del Congo.
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brutales. Entre los testimonios recogidos por Eve Ensler en el hospital de Panzi, está el de Honorata Barinjibanwa, una joven que fue secuestrada en su aldea cuando ésta fue atacada por un grupo misterioso llamado “Los rastas”: una pandilla de hombres con dreadlocks en el cabello (tipo Bob Marley) y playeras de los Lakers de Los Ángeles. Son
VIH e hijos Además de las secuelas físicas y psicológicas de la violación, las mujeres tienen que enfrentar el contagio de VIH o embarazos producto de la brutalidad.
Entre esperas y esperanzas Las dos mujeres aguardan para ser atendidas en el Hospital Panzi, de Bukavu. Muchas han tenido que esperar a que disminuya la violencia en sus zonas de origen para poder llegar al hospital.
“Hemos hecho estudios y el 60% de las violaciones ha sido cometido por los mismos que hicieron el genocidio en Ruanda”, afirma Christine Schuler. “A las mujeres que han violado les han dicho, ‘¿Sabes? Nosotros morimos en Ruanda en 1994, así que no nos importa lo que hacemos’”. Éste es un dato importante para el futuro del país, ya que desmiente a quienes afirman que tanta violencia tiene un origen cultural, difícil de extirpar. Los activistas congoleses insisten en que no es el producto de un comportamiento milenario, pues si fuera el caso, hubiera aparecido mucho tiempo atrás. La
epidemia de violaciones empezó a despuntar a mediados de los 90, en coincidencia con la derrota de los genocidas en Ruanda. John Holmes, subsecretario para Asuntos Humanitarios de la ONU, difundió estimaciones parecidas a las de Christine (los soldados congoleses son culpables de muchas violaciones pero los ataques más sanguinarios son llevados a cabo por las milicias hutus), y dijo a la prensa: “Esta gente que tuvo que ver con el genocidio fue destruida psicológicamente por sus propios actos”. Pero las teorías no ayudan a entender cómo se pueden cometer crímenes tan
conocidos porque queman niños, roban mujeres y, literalmente, hacen pedacitos a cualquiera que se cruce en su camino. Se llevaron a Honorata y la mantuvieron como esclava sexual durante cuatro meses, atada a un árbol de la que sólo la separaban por algunas horas para violarla. “Estoy débil, estoy enojada y no sé cómo reiniciar mi vida”, le dijo Honorata a Eve. Nadine, de 29 años, narró que ella y su comunidad entera se escondían entre la maleza, debido a la inseguridad de la zona, cuando “los soldados nos encontraron allí. Mataron al jefe de la aldea y a sus niños. Nosotras éramos 50 mujeres. Estaba con mis tres hijos y mi hermano mayor. Le dijeron que tuviera sexo conmigo, pero como él se negó, le cortaron la cabeza”. Los atacantes la obligaron a beber su orina e ingerir sus heces. Mataron a 10 de sus amigas con sus pequeños. Y después hicieron lo mismo con los de Nadine: los niños de dos y cuatro años, y la nena de uno. “Tiraron al piso el cuerpo de mi bebé como si fuera basura. Ellos, uno tras otro, me violaron”. Después, uno de los soldados le abrió el vientre a una mujer embarazada. “Sacaron un bebé listo
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"Tiraron al piso el cuerpo de mi bebé como si fuera basura".
para nacer, y lo mataron. Lo cocinaron y nos forzaron a comerlo”. Después de varios días, Nadine pudo escapar. Encontró a un hombre que le preguntó: “¿Qué es ese olor terrible?” “Era yo”, le contó ella a Eve. “Debido a mis heridas, no podía controlar mi orina ni mis heces. Le expliqué lo que ocurrió. El hombre lloró ahí mismo. Buscó a otros y me trajeron a este hospital”. Nadine fue la única de las 50 mujeres que sobrevivió. Eve también habló con Alphonsine, una chica a la que describe como “delgada y ecuánime”. Caminaba por la jungla cuando encontró a un soldado solitario que trató de violarla. Disgustado por la resistencia de la mujer, “fue por su rifle, puso el cañón en la
entrada de mi vagina y disparó el cargador completo. Sólo escuché el ruido de las balas. Mis ropas se me pegaban a la piel por la sangre. Me desmayé”. El doctor Mukwege la atendió: “Nunca había visto tal destrucción. Su colon, su vagina y su recto básicamente habían desaparecido. Y ella estaba como loca. Reconstruí su vagina. La operé seis veces y luego la envié a Etiopía para que allá arreglaran la incontinencia. Y lo hicieron”. “Estaba en cama cuando conocí al doctor Mukwege”, dijo Alphonsine. “Me acarició el rostro. Estuve seis meses en Panzi. Él me ayudó espiritualmente. Me enseñó cuántas veces Dios hace milagros. Me reconstruyó moralmente”.
En 2004, se estimó que desde 1997 habían muerto 4 millones de personas, la cifra de víctimas más alta desde la II Guerra Mundial. “Estamos esperando una actualización del número, que probablemente llegará a 7 millones”, dice Christine Schuler. “Inició hace 12 años, y nadie está hablando de este feminicidio, este holocausto”.
Si te interesa Stoprapenow.org Panzihospitalbukavu.org Hhi.harvard.edu
La historia trágica del Congo 1877: La conquista Leopoldo II de Bélgica conquista el centro de África y declara el territorio “posesión personal”. Instaura el sistema de explotación más salvaje de la historia del colonialismo occidental, sacrificando las vidas de entre 5 y 15 millones de personas en un régimen de esclavitud para extraer caucho.
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1908: Bajo Bélgica
El parlamento belga concluye que los excesos son demasiados y le quita el Congo al soberano. Las cosas mejoran sólo un poco.
1960: La independencia Tiene lugar la independencia. Pero el héroe nacional y primer presidente, Patrice Lumumba, no es del gusto de Washington y Bruselas. Rebeldes congoleses y paracaidistas belgas secuestran y asesinan a Lumumba.
1965: La dictadura Con el apoyo de Estados Unidos, el general Mobutu Sese Seko toma el poder en un golpe de Estado e impone una de las dictaduras más feroces del siglo XX.
1994: Hutus vs Tutsis En la vecina Ruanda, milicias de la etnia hutu matan a 800 mil personas del grupo étnico de los tutsis en semanas. Al final, son derrotadas y escapan al Congo, donde reciben la protección del general Mobutu.
1997: Fin de la dictadura
2004: Fin de la guerra
Ruanda y su aliada Uganda financian grupos rebeldes que vencen a la dictadura. El Congo es un país lleno de recursos naturales (cobre, diamantes, petróleo, madera). Tribus, milicias y ocho países se involucran en la llamada “guerra mundial africana”.
Oficialmente, la guerra termina en 2004, y en 2007 hay elecciones, aunque actualmente en el este del Congo actúan hasta 12 grupos armados, más el ejército gubernamental. Todos ellos, menos los hutus, acuerdan una tregua en enero de 2008 y las luchas han disminuido, sin cesar del todo. Los ataques contra la población civil continúan porque está en el lugar equivocado: vive encima de las riquezas del país. El objetivo de los grupos armados es convertir a la gente en algo útil (mano de obra barata y dócil) o, si no, quitarla del camino, expulsarla, a través de la violencia masiva contra las mujeres.
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