Entre el vómito y el alcohol

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TEMPORADA SOEZ www.temporadasoez.wordpress.com

entre el ´ vomito y el alcohol

POR LEONARDO PEDRAZA


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Entre el vomito y el alcohol

CRÓNICA

Heme aquí, viendo a un afeminado por televisión de nombre Jesús Quintero entrevistando a Alejandro Sanz. El fin, saber cómo se hace una entrevista de personalidad. El constante pause y play para analizar el video me tenía enfermo, solo deseaba salir del salón cuanto antes y cuadrar con los panas para beber y fumar en la noche. Mi plan, conseguir gente de tragos duros que no le tenga miedo al ron seco ni emborracharse. Quería ver un espectáculo y reírme como un idiota. Inmediatamente pensé en Cachaco, un amigo en el que puedes ver aun con vida la difunta era del grunge: cabellos de rastas, camisa cuadriculada, jeans rotos y converse sucios. Un mensaje de texto bastó para convencerlo que ingerir alcohol ese día era de vital importancia. Caída la tarde, nos encontramos en el Centro Comercial La Churuata, una estructura corroída por la desidia. Lo único que vale la pena es su licorería llamada Aula 21, lugar donde muchos infaustos diluyen las frustraciones en el etanol, tal como Pablo, un profesor de matemáticas que gasta su sueldo en ron y quien bajo los efectos del alcohol, no vacila en decir que la culpa la tiene Chávez. —A ese carajo hay que darle un tiro en la cabeza. ¿Es justo que siendo profesor de matemáticas tenga que beber del ron más barato? No he podido comprar leche para mi hija porque no se consigue, y de las que hay son de las más caras -exclama-. Con el pasar de las horas el panorama en La Churuata se hace más repulsivo: indigentes limosneado dinero, quizá para su

agua ardiente, hombres de barriga grande que escurren su orine por las paredes de la licorería, sujetos que hacen sonar desde sus carros música a todo volumen… Luego de tomar varias cervezas y quedarnos sin efectivo, le escribí a Pelusa, otro pana que bebe arrechamente. Solo contestó: “vénganse, en mi casa tengo refuerzos”, palabras mágicas. Inmediatamente abordamos un taxi rumbo a Villa Brasil. Cachaco y yo habíamos hecho la entremesa al ingerir unas seis Soleras por persona en el centro comercial, nada mal para el comienzo. Durante el trayecto, miraba por la ventana el paisaje de Puerto Ordaz: una mujer de la etnia Warao pidiendo dinero con su bebé en brazos, niños harapientos jugando en medio de un letrero publicitario, edificios modernos rodeados de perreras y autobuses. Ya la noche del viernes había bajado y con ella, las balas asesinas que afligen a familias al final de cada semana en la tercera ciudad más peligrosas de Venezuela. Nosotros, permanecíamos seguros en casa de Pelusa siguiendo con lo nuestro: beber. En su nevera, no había sino un pan rancio a medio comer, y aquel ejército de botellas que esperaban romper filas: cacique, sangría, Soleras verdes y azules, vodka. En fin, alcohol. —Son del fin de semana pasado. Fue lo que quedó después de tomar con mi hermano y sus amigos -comentaba Pelusa mientras destapaba su cerveza-.

Cada sorbo convertía el ambiente un nefasto carrusel, un subibaja que no paraba de bombear ron y Don Julián a mis arterias. —A veces tomo tan solo para pasar el rato. Pero ese tan solo, se vuelve un maldito vicio que necesito para ladrar -explica Cachaco entre risas tras engullir su brebaje adulterado con Coca Cola-. Quería buscar la lógica a todo esto, pero me hallaba vomitando en la poceta de Pelusa luego de consumir toda la cebada y Caroreña que pude. Crees que con lavarte la cara y mirar en el espejo el roto de tus vasos oculares recuperas la compostura pero no, sigue el vicio con el vodka y los cigarros. Al otro día sentiría las consecuencias. Un par de horas después me encontraba tirado en el suelo hediondo a tabaco, sudor y licor. Pelusa dormía en su cama, mientras Cachaco descansaba en un sillón, el calor del mediodía se encargó de afincar nuestra resaca; un gran dolor de cabeza me acompañaba, tenía la voz afónica y padecía de una extraña laceración interna en mi brazo derecho, como si se tratara de artritis o algo así. Luego de numerosos vómitos fallidos, busqué la nevera y absorbí agua como si fuese esponja. Juré que nunca más bebería una gota de alcohol. FIN.


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