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AL RÍO GUADALENTÍN

¿Qué te resta de la indómita fiereza, que en tu mentido, falso poderío, ahogaba de dolor al pueblo mío, cubriéndolo de luto y de tristeza? ¿Acaso te ha rendido la pereza? ¿Por qué no te desbordas y con brío rebasas otra vez, ¡oh pobre río!, las vallas que te dio la Naturaleza? Confundido, murmuras y no gritas; tú que siempre te alzaste altivo, avieso, te muestras humillado; no te irritas; te has visto como el rayo, inútil, preso y obediente. Como él, te precipitas en los hercúleos brazos del progreso.

(Jesús Cánovas)

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MI PLAZA [DEL NEGRITO]

En la desierta plaza, de piso polvoriento, que cercan, por el norte, las tapias de un convento que sirve de hospital, y en que una verde fuente el agua de sus grifos devana dulcemente, hay un hato de cabras, tendidas a la sombra, que hocican en el polvo que las piedras alfombra; una vieja, que llena su cántaro vacío; unos árboles grandes; unas aceras toscas; una mula parada, que se espanta las moscas; un chiquillo, que cruza, desmelenado y sucio, punzando en los ijares de un macilento rucio; el carro, con la manta, de un rudo trajinante; ¡una muchacha rubia, de pálido semblante, que sigue con la vista, desde una triste reja, la capa, que se pierde, del novio que se aleja!...

El Paseo De Los Tristes

Es una estampa viva en mi cabeza. aquel Paseo de los Tristes era como un triunfo de la primavera; algo que no evocaba la tristeza. En la Plaza de Toros, donde empieza, hasta encontrar la vieja carretera, florecientes rosales, en hilera, mostraban sus aromas y belleza. Porque en este paseo nada existe, ni motivo alguno de llamarle “triste”: lo que llega hasta el alma es la alegría. Y aunque su nombre nos parezca un chiste, el Paseo de los Tristes parecía el famoso “Jardín de la Poesía”.

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