Lo que Descartes no dijo Cuando escribo existo, solo estoy en este mundo cuando siento y no pienso. Existo. Soy la totalidad de mi existencia y no soy nada, cuando vivo. Muero en el pensamiento y revivo en cada latido. En el silencio. Cuando escucho las hordas salvajes de mis sentidos, que gritan y cantan en libertad dentro mío. Cuando vivo. Muero por fuera, lutario y sombrío. Sonrío, aplaudo y respiro, en cada latido. Es la magia, mi propio ilusionismo. De verme sin carne ni piel cuando mis ojos, muertos, se reflejan imaginarios. Porque pienso. Pienso mientras voy muriendo lentamente en tanto mi fuego latente le hace frente al enemigo. El miedo me representa. ¿Quién me quita lo que he aprendido y me enseña el camino a empezar de vuelta? Ese peligro a lo desconocido, a la pileta vacía, al insignificante futuro incierto, al oscuro vaivén de posibilidades inventadas y a la pérdida de nuestro criterio amigo. A la doble existencia. El poder que tiene este fantasma se hace fuerte en cada exhalo arrepentido. Temo por arruinar cada instante que me detengo a pensar opacando mis sentidos, afilando la guadaña del verdugo, callando mi corazón, dragando mi alma; sin mirar mis pasos soy muerte servida, soy final sin dejar nada, soy el eco del olvido. Atento contra mí mismo en cada pensamiento y abro los ojos en el latir. Soy lo que sé ser. Por eso no soy nada. Sé ser nada. Solo goce del crecer y víctima del amor. Soy la sal de una ola, soy el viento que despeina una mirada, soy las cenizas de un fuego aflijido. Soy lo que aprendí de la felicidad efímera y el color del invierno. Solo soy lo que escribo. Si escribo cuando siento entonces existo. Mi mayor temor es ser yo mismo por eso muero en el ayer y revivo en el mañana, vivo enérgicamente e infinito, porque hoy, no soy parte de mi cuerpo. Acepto que no soy nada más que la voluntad del universo. Acepto no ser nada y que seguiré formando parte del canto de las montañas y el callar de los árboles.