Contenido Prólogo Introducción Capítulo 1: Un canto nuevo 1.1. Una nueva canción para un nuevo corazón 1.2. La importancia de la música en la celebración de nuestra fe. 1.3. La biblia escrita en Re Mayor Capítulo 2: EL PODER DE LA MÚSICA 2.1. La música ¿Tiene poder por si misma? 2.2. El poder de la música desde una perspectiva científica a. La música y nuestro cerebro b. La música facilita la expresión de las emociones y los afectos c. La música modula la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y la respiración d. La música, como un evento externo al cuerpo humano influye en los neuroquímicos 2.3. Experiencia emocional versus experiencia real Capítulo 3: LA UNCIÓN 3.1. ¿Qué es la unción? 3.2. ¿Unción en la música? 3.3. Simonía: el peligro de pretender “negociar” la unción. Capítulo 4: El poder de la palabra 4.1. La Palabra 4.2. Un músico de palabra amena 4.3. Artistas: Asociados a la Palabra creadora 4.4. Un fruto de la palabra creadora: Nuestras canciones 4.5. Cantar la Verdad 4.6. El problema del sentimentalismo en las letras Capítulo 5: Entonces, un canto nuevo es… 5.1. Un canto nuevo es: Un canto de testigos no de intérpretes 5.2. Un canto nuevo es: Un canto de enamorados 5.3. Un canto nuevo es: Un canto de excelencia 5.4. Un canto nuevo es: ¡Un arma poderosa! a. Derrumba murallas b. Remueve cimientos y rompe cadenas c. Nos garantiza victoria d. Alivia el alma y nos gana la confianza del Rey Conclusión: ¡Nunca te calles! Bibliografía
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Libro 2 Colección de formación para músicos “Más que una canción”
Marco López
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Agradecimientos En las siguientes páginas encontrarán el resultado de un maravilloso trabajo de más de un año de reflexión, investigación, lectura y escritura. Y dicho resultado no hubiese sido posible sin el valiosísimo apoyo de tantos hermanos y amigos que con generosidad me han regalado su tiempo, su experiencia y sabiduría. A todos ellos les agradezco de corazón. Ciertamente una parte de cada uno de ellos está reflejado en estas valiosísimas letras que a continuación les comparto. Permítanme agradecérselos de forma concreta: Queridos Pacho Bermeo, Fernando Casanova y Pbro. Javier Rojas Mena, sus valiosísimos aportes, reflexiones y revisiones, pero sobre todo su generoso acompañamiento durante todo el proceso de escritura del libro han ampliado completamente las fronteras de mi comprensión sobre muchos de los temas que aquí expongo y por lo tanto enriquecido y ahondado el contenido del mismo. Dra. Emma Ruiz y Lizzy Wattzon, no saben lo que agradezco a Dios haber contado con sus conocimientos y apoyo especialmente en toda el área científica que para mí fue un total reto. Gracias por compartirme su sabiduría y experiencia en sus respectivos campos (la medicina y la musicoterapia). Queridísimos hermanos y compañeros de camino: Martín Valverde, Luis Enrique Ascoy, Quique López, Esther Hernández, Celinés Díaz, Roberto Vega; sus opiniones, comentarios, ejemplos, conversaciones y observaciones han sido fundamentales para confirmar, confrontar o inclusive replantear muchos de las ideas centrales que aquí expongo. Ha sido una experiencia valiosísima e impactante para mí el darme cuenta como Dios ha forjando en nosotros, a pesar de las distancias y contextos en donde nos desenvolvemos, un mismo corazón y un mismo sentir. Tío Javier Vidales, Pbro. Juan Eduardo Vargas, Miguel Sariñana; de corazón les agradezco su aporte en lo que compete a la redacción, revisión y edición de este libro. ¡Gracias por su generosidad y apoyo! De forma muy especial, gracias a todos mis amigos y colegas músicos con quienes hemos compartido bellísimos momentos en los retiros Fe Mayor y en los tantísimos talleres que Dios me ha permitido realizar a lo largo de América. ¡Aquí está el resultado de lo que con ustedes hemos reflexionado y vivido! Mi buen Jesús, único motivo de mi música, mil gracias como siempre, por permitirme servirte a ti y a la Iglesia de tan bella manera… ¡Ha sido una maravillosa aventura!
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Dedicatoria A las dos personas más importantes de mi vida: mi esposa Margarita y mi hija Belén. ¡Mis dos bellas damas! Este libro no hubiese sido posible de no ser por su complicidad, apoyo, compañía, empuje y renuncias (las muchas horas que se invierten en el apostolado en terreno, en la lectura y en la escritura se convierten en muchas horas sin el esposo y sin el papá). ¡Las amo con todo mi corazón y les agradezco con todo mi ser!
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Prólogo El amor no es un sentimiento, el amor es un ejercicio de la voluntad. Si “algo” como el amor fuese reducido al mero sentimiento no existiría el gran mandamiento que obliga a amar (cf. Mc 12, 29-33) puesto que los sentimientos van y vienen, pero el amor permanece para siempre (cf. 1 Cor 13, 8). Una de las cosas que he aprendido con este libro de mi colega en la evangelización, Marco López, es que hacer música para Dios es un imperativo producido por ese afecto que puja nuestra voluntad para que en forma bella, con melodía, cadencia y mensaje, llegue a Dios, sirva a los hermanos y edifique a la Iglesia en la que todos nos encontramos para hacer Su voluntad. Hacemos música para adorarle, glorificarle, dar gracias, pedir, reconocerlo, etcétera, y lo hacemos por amor, lo cual purifica nuestra intención y hace que el producto artístico sea puro y agradable. Como podrá suponer el lector, esto que he aprendido con Marco tiene que ver con la rectitud de intención que tanto nos habla la rica tradición espiritual y mística de la Iglesia. Sin embargo, no es la actitud imperante. O sea, no se prevén los elementos de actitud incondicional o del deber, sino que se prefiere hoy enfatizar lo sentimental, lo individual, lo sensorial, lo privado. Y mientras eso siga siendo la corriente imperante, y mientras no atendamos a voces proféticas como la del Sr. Marco López, iremos sin remedio a una reducción sectaria de la música católica contemporánea. Esto lo podrá corroborar el lector con la propia experiencia y la muy atinada reflexión de Marco sobre la tan cacareada unción. Marco López pone en perspectiva la labor del artista católico en la Iglesia y en su ministerio. Y con esto intenta llamarnos la atención de cómo se genera una actitud legítima, de ministro, de servidor, de orar cosas bellas, no solo con ritmo o excelente música, pero también con sentido sacerdotal. Otra cosa que el autor transmite muy bien, es el aspecto físico (científico) de la música. Reconozco que es la primera vez que leo a un músico católico con tanto sentido común, con tanto realismo, con tanta sinceridad. Por eso pedí insistentemente redactar estas líneas, porque este libro es también una contribución teológica por cuanto alimenta su reflexión de matriz religiosa –se trata de música en el contexto espiritual, confesional y litúrgico—, con ayuda de las ciencias pertinentes. Además conozco a Marco lo suficiente para darme cuenta de lo mucho que le interesa auxiliar su reflexión sobre la música con cualquier conocimiento humano, social y científico que nos ayude a ser más listos y consecuentes con el ministerio musical. La pericia de un músico 10
cristiano debe alimentarse tanto de la ciencia musical, los adiestramientos, lecturas, práctica y ensayos, como con la espiritualidad, el estudio de la doctrina, y el saber humano interdisciplinar. Hoy se impone que el músico católico sea un cristiano legítimo, que estudie, que ore, con una vida sacramental constante, astuto, apóstol, solidario con sus compañeros, con identidad católica y un ánimo desbordante por mejorar su oficio y ministerio. Estas cosas no se logran sin humildad, voluntad y estudio; y para eso mismo es que animo al lector a que aproveche este libro que la Providencia ha puesto en sus manos. Dr. Fernando Casanova Profesor de Teología Instituto Teológico Mundial Puerto Rico
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Introducción Al leer los Salmos y otros escritos tanto del antiguo como del nuevo testamento, encontraremos un término que en reiteradas ocasiones se presenta (seis veces para ser exactos en los salmos, y unas cuantas veces más en los libros de los profetas y en el Apocalipsis) este término es: “Cántico nuevo”. Y no solo el término me llama la atención, sino también el verbo que antecede a éste, escrito no a manera de proposición, sino más bien, como un imperativo, una “orden” con mucha “determinación” de parte de los autores: “Canten...” (no dice: “Si me nace te cantaré”, “Cuando tenga ganas te adoraré”, Si me das tal cosa tocaré para ti”). Veamos algunos ejemplos: “Canten al Señor un canto nuevo; Alábenlo desde los confines de la tierra” (Is 42, 10). “Cantaré a mi Dios un canto nuevo: ¡Señor, tú eres grande y glorioso, admirable por tu poder e invencible!” (Jdt 16, 13). “Cantadle un cántico nuevo, tocad con arte al aclamarlo” (Sal 33,3). “Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios” (Sal 40, 4). “Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra” (Sal 96,1). “Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas” (Sal 98,1). “Te cantaré, oh Dios, un cantar nuevo, para Ti tocaré el arpa de diez cuerdas” (Sal 144,9). “¡Aleluya! Cantad al Señor un cantar nuevo. Alabadlo en la asamblea de los fieles” (Sal 149,1). “Cantaban un cántico nuevo...” (Ap. 5,9). “Cantaban un cántico nuevo delante del trono...” (Ap. 14,3). ¿A qué hacen referencia los autores sagrados con este término? ¿Por qué el ejercicio de cantar un cántico nuevo se nos presenta como una “orden”, como un “mandato” y no como un “favor”? ¿Qué importancia y qué implicaciones tiene para nosotros músicos católicos de hoy, responder de una manera concreta a esta invitación a cantar un canto nuevo? A través de este escrito, es mi más profundo deseo que nosotros, músicos católicos de este nuevo tiempo, despertemos a esta realidad espiritual que aquí se nos presenta, de manera tal que este despertar nos lleve a cantar un canto 12
nuevo con un corazón nuevo. Este es el reto que lanzo al momento de invitarte a leer las siguientes páginas. Recorre conmigo este maravilloso itinerario musical/espiritual que aquí te propongo, con el objetivo de encontrar el verdadero sentido y razón a la invitación que insistentemente nos hace la palabra de Dios: ¡Canten al Señor un canto nuevo! Marco López
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Capítulo 1: Un canto nuevo “Cantadle un cántico nuevo. Desnudos de la vejez, pues conocisteis el cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo testamento, nuevo cántico. No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste solo lo aprenden los hombres nuevos que han sido renovados de la vejez por la gracia, y que pertenecen ya al nuevo testamento. ¡Cantadle un cántico nuevo; cantadle bien!” (Obras completas de San Agustín)
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1.1. Una nueva canción para un nuevo corazón Desde que tengo memoria, recuerdo siempre haber participado en la Iglesia Católica, movido especialmente por el entusiasmo piadoso de mi abuela Berta (QEPD), quien diligentemente me llevaba a cada misa y a cada actividad que se realizaba en la capilla de mi barrio, y por la curiosa coyuntura territorial de haber nacido en una ciudad nombrada con una linda sentencia: “Valparaíso” (Va al Paraíso… je je!); crecer en un Cerro llamado “Merced” (en Valparaíso a los barrios se les dice “cerros”); habitar una casa que se encontraba en la calle “La Virgen”, la que, para terminar de enlazar las cosas “Diosidentemente”, se ubicaba en frente de la Capilla San José Obrero. Es decir que desde pequeño, ya sea por la bendita persistencia de mi abuela o por la geografía en la que me tocó desenvolverme, ¡con las cosas de Dios no tuve escapatoria!. Desde ese contexto, es casi lógico reconocer que mi acercamiento a Dios y a la vida de fe, fue totalmente prematuro, situación que siempre le he agradecido profundamente a Dios… Haber empezado a conocerle desde tan temprana edad ha sido toda una bendición y un privilegio. De igual forma fue mi acercamiento a la música; ya que provengo de una familia de músicos: mi papá, mis abuelos, mi hermano mayor; todos de alguna u otra manera estaban involucrados con la música. Por lo tanto el talento fluyó desde pequeño de una forma muy natural, recuerdo que desde chiquito me tocó subirme a escenarios muy humildes, como lo era el caso de los festivales vecinales que organizaba el club deportivo “Juventud Pajonal” donde acompañado con la guitarra de mi papá algunas veces, y otras muchas a capela, siempre participaba cantando alguna cancioncita de la época; guardo con gratitud y cariño este bello espacio de mi infancia, ya que sin querer, desde ahí, Dios ya me empezó a preparar para lo que luego Él abiertamente me presentaría como proyecto de vida. Debo reconocer, eso sí, que fue a partir de los diez años de edad y después de hacer mi primera comunión que inició mi vida pastoral activa… Y fue esta vida pastoral la que terminó por asociar mi fe con la música, sociedad que por consecuencia desató en mí una experiencia de conversión y un itinerario personal de encuentro íntimo con Dios, en donde la música ha sido siempre un medio contundentemente protagonista. Hay una experiencia en concreto a la que considero como detonante de toda mi historia de salvación y con la cual quiero comenzar este escrito a modo de introducción. 15
Sucedió un domingo cualquiera del año 1985… Yo apenas tenía 10 años de edad cuando por primera vez me invitaron a participar en un grupo juvenil de la Renovación Carismática Católica, el cual se reunía en la capilla de mi barrio desde hacía poco tiempo atrás; dicho grupo estaba produciendo un boom en el sector, ya que asistían más de 80 jóvenes, es decir, casi todos los jóvenes del barrio y por lo tanto esa comunidad no pasaba desapercibida para nadie, en especial para los “curiosos” que querían enterarse de lo que ahí adentro sucedía. Un dato importante destacar es el hecho de que entre los curiosos había un grupito de 5 chicos, grupito al que yo pertenecía y con los que compartía casi todo mi tiempo, mis travesuras y mis juegos… Ese domingo nos encontrábamos cuatro de los cinco amigos, sentados en una esquina haciendo nada cuando de repente se nos acercó corriendo el quinto integrante (Marcelo) quien entre agitado y entusiasmado nos dijo: "¿Han escuchado del grupo de jóvenes que se reúne en la capilla a hacer cosas raras?"; "¡Si claro!" respondimos; "Pues en este mismo instante están reunidos, ¿Vamos a ver de qué se trata?"... Todos al unísono dijimos: "¡Vamos!" (Dios se vale de cualquier cosa para atraernos… ¡hasta de los chismosos como yo!). Así es que nos dirigimos presurosos a la capilla y entramos. Efectivamente habían unos 80 jóvenes reunidos; en el momento en el que entramos se encontraban cantando canciones moviditas, haciendo dinámicas, levantando las manos, otras veces aplaudiendo, pero en todo momento cantando a todo pulmón y con una sonrisa y un brillo en el rostro que a mí me causó el primer gran impacto espiritual de mi vida. Ya les comenté que toda mi vida había asistido a la Iglesia y en mi anterior libro (Una Primavera espiritual) les compartía que mi abuela dirigía el coro y a mí me sentaba al medio de las 6 señoras que cantaban junto a ella (ya se imaginarán). Por lo tanto, yo me había hecho a la idea de que la forma lánguida de cantar de este grupo de bondadosas señoras era el “estilo” propio de cantar en la Iglesia… ¡No me imaginaba otro!. Así es que cuando escuché a estos jóvenes cantar de esa forma tan novedosa para mi, con esa alegría, emotividad y brillo, no pude más que sentirme profundamente impactado y conmovido; con mis esquemas sobre el estilo de la música católica cayéndose a pedazos y mil interrogantes dando vuelta en mi cabeza: ¿qué bebieron o que se fumaron estos chicos? ó ¿qué les pasó a éstos para que canten de esa manera?, porque realmente había “algo diferente” en la forma de cantar de estos chicos; un “no sé qué” difícil de explicar y comprender, pero que hizo que para mí esta experiencia fuera ¡extremadamente impactante!. Escucharlos y “verlos” cantar con esa gigantesca pasión y amor fue el detonante que encendió en mí un fuego que hasta el día de hoy no se extingue. ¡Claro! Luego recordé que tenía 10 años… y mi ser niño me terminó 16
pasando la cuenta… Ya que del éxtasis espiritual en el que me encontraba en ese momento, rápidamente pasé a un estado absurdamente terrenal y todo por una frase que empleó uno de los guías del grupo una vez terminada la pachanga musical del inicio: “Cierren sus ojos, vamos a orar”. En ese mismo instante, luego de apagar las luces y casi de manera marcial, todo el mundo cerró sus ojos, inclinó su cabeza y casi al unísono, al son de un arpegio de la guitarra, abrieron sus bocas y empezaron a orar a viva voz, ¡todos al mismo tiempo!. Mis amigos y yo nos miramos con asombro y con un gigantesco signo de interrogación en el rostro sin entender nada de lo que ahí estaba sucediendo, por lo tanto, rápidamente se empezó a esbozar una sonrisa en nuestro rostro que se fue acrecentando a medida que la oración de estos jóvenes subía de tono. Siempre he pensado que cuando una persona ve orar “en serio” por primera vez a un carismático católico, reacciona primordialmente de alguna de estas tres formas: le da miedo, le incomoda o ¡le da risa!... Nosotros caímos en la tercera dimensión, nos agarró una carcajada que no pudimos contener… (Éramos unos niños, ténganme piedad por favor). Recuerdo que dos de mis amigos fueron los primeros que cayeron, no aguantaron más y les vino un tremendo ataque de risa; Casi al instante se les acercó un “servidor” de la comunidad que con un rostro muy “acogedor” y un “tono muy amable” les dijo: ¡Fuera! Y los sacó del templo sin el mayor empacho… los tres que quedamos aún aguantándonos las ganas de reír, ni volteábamos a vernos para no tentarnos más… La bronca es que al rato los jóvenes del grupo se pusieron a hacer oración en unas lenguas extrañas (oración de lenguas) y pues mis otros dos amigos no aguantaron y le ganó la risa también, lo que les valió una “tierna invitación” de aquel servidor a abandonar “amablemente” el templo, ¡y ahora solo quedaba yo!, a lo lejos escuchaba a mis amigos riéndose sin tapujos fuera del templo, traté de concentrarme, de no escucharlos (porque en mi interior tenía una lucha sin cuartel entre las locas ganas de reírme y el deseo enorme y muy inocentemente espiritual de seguir viviendo esa experiencia de la alabanza) incluso me puse en posición de oración, con mis manos tapé mi rostro para disimular el tremendo deseo que tenía de reírme, a ver si así se me pasaba. Aguantarme las ganas hacía que mi cuerpo casi se contorsionara, lo que hizo pensar a más de alguno de los jóvenes que estaban cerca de mí, de que yo estaba llorando, así es que uno de ellos se acercó, me impuso sus manos y empezó a orar: ¡¡¡Sánalo Señor!!! En eso, una señora (la única que había en el grupo entre tantos jóvenes) se puso de pié y empezó a danzar y a cantar en lenguas, ¡eso fue demasiado para mi niñez! no pude contener más las ganas de reír y solté una tremenda carcajada. Obviamente mi destino final fue la calle, como el resto de mis amigos, acompañado por supuesto por el amable 17
“servidor” que tan al pendiente estuvo de nosotros. Esa fue la primera vez que pisé una comunidad de oración, mi primera experiencia: ¡Del cielo a la tierra! (Nada muy espiritual aparentemente). Pero luego, algo curioso me pasó: entre semana, empecé a sentir un extraño deseo de que pronto fuera domingo y así poder asistir nuevamente al grupo de oración que se reunía ese día precisamente. Pasaban los días y mis deseos se acrecentaba a pesar del tremendo ataque de risa que me había causado la primera impresión, debo reconocer que el impacto que me causó ver y escuchar cantar a estos chicos de esa manera tan apasionada, hizo crecer en mí el deseo de volver a vivir esa experiencia. En lo profundo de mi ser empezó a surgir un deseo enorme de experimentar “aquello” que hacía que estos chicos cantaran así. Creo que ese fue el primer fruto que Dios me regaló por medio de la música: el desear ser un hombre de alabanza, ¡el anhelar su presencia!; Aunque en ese momento, por mi inmadurez no lo reconociera como tal. ¡Al fin llegó el ansiado día! Encontrándome con mis amigos, y viendo que se acercaba la hora de inicio del grupo de oración (siete de la tarde) les dije a los chicos: ¿Vamos al grupo otra vez? ellos me respondieron con un rotundo y contundente: “¡No! ¿Para qué vamos a perder tiempo con esas tonteras?”. Así es que me paré de ahí y me encaminé raudamente rumbo a la capilla; dentro de mí pensaba: ¡Es mejor que no vayan, así no tendré quien me tiente! Además ya pasé la primera y traumática impresión, esta vez será diferente… Finalmente entré al templo y me encontré con la misma escena de la semana pasada: un buen grupo de jóvenes, cantando, aplaudiendo, danzando… yo me disponía a integrarme a la alabanza cuando de repente se me puso por delante nuestro querido amigo “servidor” (el mismo que nos había corrido la vez anterior) y con rostro y tono serio me dijo: “Tú no puedes estar aquí, por favor retírate del templo”. Yo solo atiné a decirle: “Pero, si esta vez no me estoy riendo, de hecho vengo solo, por favor dame chance”. Pero él bien puesto en su papel, me dijo: “Lo siento, eres muy niño para entender estas cosas”; y simplemente me sacó de la capilla. La tercera, la cuarta y la quinta semana fue lo mismo, yo tratando de ingresar y este chico sacándome de la iglesia. Esto hacía que cada vez deseara más y más estar ahí, pero simplemente este chico no me lo permitía, parecía que le habían encomendado el “ministerio” de sacarme de la Iglesia, siempre argumentando que era muy niño, que no estaba preparado para vivir esa experiencia, que mejor me uniera a un grupo de niños, etc. Pasó el tiempo y en vista de que no me dejaban entrar a la comunidad, lo que empecé a hacer, fue esperar a que cerraran la puerta de la capilla (porque en esta comunidad cerraban la puerta a cierta hora para que ningún impuntual los distrajera) y entonces pegaba la oreja a la puerta para escuchar lo que 18
adentro hacían, y así de alguna manera vivir, aunque fuera a migajas, un poco de lo que adentro experimentaban. No me pregunten cómo un niño de 10 años insistía en algo así, pero ciertamente, para mi ya había dejado de ser una simple curiosidad; se había transformado en un anhelo profundo y creciente de la presencia de Dios y de vivir esa experiencia de oración y de encuentro con el Amado a través de la música, la alabanza y la comunidad; ¡algo había en el corazón de esos jóvenes que los hacía cantar y alabar a Dios con tremenda pasión, y yo quería experimentarlo también!. Fue ese profundo deseo, que ciertamente Dios puso en mi corazón, el que me hizo permanecer con mi oreja pegada a esa puerta durante un año completo. Mis primeras oraciones, mis primeros piropos y alabanzas, mis primeras melodías y canciones, incluso mis primeras sanaciones sucedieron en la puerta de esa bendita capilla, donde vi nacer y crecer mi fe ¡y con la adversidad desde el inicio!. Recuerdo con nostalgia que después de haberme reído de esos chicos, terminé convirtiéndome yo en el hazme reír de los que pasaban por fuera del templo, imagínense la escena…adentro decían: "¡Te alabamos Señor!" y yo afuera les seguía: "¡Sí Señor, yo también te alabo!". Adentro: "¡Te agradecemos Señor!" Y yo afuera con mis manos levantadas, pero sin despegar mi oreja de la puerta: "¡Si Señor, yo también te agradezco!". Era inevitable que los que pasaran por fuera de la Capilla me miraran con extrañeza y con cara de: "¡Este niño está loquito!". Para colmo de males, este mismo grupo de oración de jóvenes se conformó como el coro de la capilla… y mi queridísimo amigo “servidor” era el que los dirigía, así que aunque también me quería integrar al coro, ¡tampoco podía! A veces me sentaba al lado de los del coro, entonces cuando ellos cantaban, yo me ponía a cantar más fuerte aun, a ver si así me hacían caso pero ¡nada de nada!. Así me la pasé ¡un año completo!. Siempre que me preguntan: "¿Cuál ha sido la alegría más grande que has experimentado en tu relación con Dios?" Aunque tengo varias respuestas para dar, porque una sola me quedaría muy corta, siempre recuerdo la siguiente: Viernes por la tarde del año 1986… se me acerca el encargado del coro, que ya no era mi queridísimo amigo servidor, si no que era un amigo llamado José (hoy sacerdote) y me dice la siguiente frase: “Marco, ¿Qué tienes que hacer mañana Sábado por la tarde?" – Yo le dije: "Pues nada" – Y él me respondió: “Pues te espero entonces mañana para el ensayo de coro”. Así de simple y sencillo, pero para mí ¡esa invitación ha sido una de las alegrías más grandes que he experimentado en mi vida!. Y es que al entrar al coro, también me estaban abriendo las puertas a la comunidad de oración. Fue realmente maravillosa la sensación que me recorrió el cuerpo y el alma, un año de insistencia y perseverancia en medio de las adversidades finalmente estaban dando sus 19
frutos (aunque hasta el día de hoy no sé si me dejaron entrar realmente por gusto o por cansancio). ¿Qué hizo que un niño de apenas 10 años perseverara en una situación así? ¿Qué fue lo que detonó en mí ese profundo anhelo de estar en la presencia de Dios, al punto de sobreponerme a tantas adversidades a una edad donde me hubiese sido fácil distraerme con otras cosas? ¡La manera de cantar y de alabar de esos jóvenes! Pocas veces he vuelto a ver una alabanza de tal magnitud, de tal pureza y autenticidad y… ¡ojo! que en ese entonces ni pensar en tener una bocinita (parlante) o micrófono, todo era como decimos en Chile a “cuero pelado”, a capella, con una guitarrita y un panderito a lo mucho. Yo soy un fruto de una canción autentica, pura, enamorada y apasionada de un grupo de jóvenes que no estaba al pendiente de a cuanta gente le iba a cantar, o con qué equipo de sonido lo iba a realizar, sino, simplemente de agradar a Dios con su canto y su alabanza; “Yo soy fruto de un canto nuevo”. Ahí radica el poder de la música, no en la música en sí, sino que en el corazón del músico que sabe a quién le pertenece la gloria y el honor. Y esa ha sido mi permanente búsqueda desde la primera vez que escuché cantar a estos benditos chicos.
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1.2. La importancia de la música en la celebración de nuestra fe. Quizás no lo has pensado antes, pero probablemente tú, al igual que yo, seas un fruto de una canción cantada con un corazón y un espíritu nuevo, en el momento y el lugar oportuno. Muchos son los testimonios de hermanos que se han encontrado con Jesús y se han quedado en la Iglesia, a través de una canción especial, cantada de una forma especial. A mi correo llegan muchos testimonios de personas que me dicen: “Gracias a “esta” canción hoy estoy de pie, opté por Jesús, por seguir viviendo, salí de la depresión”, etc. No por el hecho de que la música sea una fórmula mágica para solucionar problemas, sino por el hecho de que cuando un músico católico sabe darle un correcto uso, ésta se vuelve un cauce efectivo de encuentro con Jesús que lleva a la gente que nos escucha a tener una experiencia personal con Él. Un buen ejemplo que podemos considerar al respecto, es el de San Agustín, quien en sus “Confesiones” nos narra un lindísimo episodio que vivió en plena batalla por doblegarse completamente a Dios, en donde una “canción”, a la que él denomina una “orden del cielo” propició un encuentro de éste con Dios, a través de su Palabra Divina, lo que lo llevó a tomar la decisión de adherirse definitivamente a Dios y renunciar a su vida pasada; Leamos: “Estaba yo… llorando con amarguísima contrición de mi corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo, mudando de semblante, me puse luego al punto a considerar con particularísimo cuidado si por ventura los muchachos solían cantar aquello o cosa semejante en alguno de sus juegos; y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas, me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase… Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el libro, lo abrí y leí para mi aquel capitulo que primero se presento a mis ojos, y eran estas palabras: No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo. 21
“No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima, se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas”. (AGUSTÍN - CONFESIONES 829). ¡Qué Maravilloso! Y es que esta historia de Agustín se asemeja mucho a la historia de tantos de nosotros que a través de un canto encontramos ese “rayo de luz clarísima, que disipó las tinieblas de nuestras más íntimas dudas, conflictos y miserias”. Con razón el mismo Agustín, profundamente impactado después de escuchar cantar los Salmos en Milán al momento de recibir el sacramento del bautismo, declaraba lo siguiente: “¡Cuánto lloré también oyendo los himnos y cánticos que para alabanza vuestra se cantaban en la iglesia, cuyo suave acento me conmovía fuertemente y me excitaba a devoción y ternura! Aquellas voces se insinuaban por mis oídos y llevaban hasta mi corazón vuestras verdades, que causaban en mi, tan fervorosos afectos de piedad, que me hacían derramar copiosas lágrimas, con las cuales me hallaba bien y contento”. (AGUSTÍN - CONFESIONES 914). ¿Qué ingrediente “especial” habrá existido en ese “suave acento” de aquel coro que hizo que Agustín se conmoviera hasta las lágrimas, al punto de que esta música moldeó de alguna manera el itinerario de este hombre al que hoy llamamos “santo”? Seguramente encontraríamos varios ingredientes (si así quisiéramos llamarle) que ciertamente iremos descubriendo al adentrarnos en este escrito y que de alguna forma definirían la actitud y el corazón de los labios de aquellos que conformaban el coro que entonó los salmos que escuchó Agustín; yo al menos aquí parto resaltando uno: cantar música de Dios fue un acto que ¡se tomaron en serio! Lamentablemente en nuestros días, muchos son los casos de sacerdotes, líderes y comunidades en general, que siguen considerando a la música como un “carisma ordinariamente barato” o de “segundo nivel” (como algún día yo también erróneamente lo consideré) ya que por mucho tiempo ha existido una falsa concepción del verdadero papel que juega la música en la evangelización y en la animación de nuestras comunidades. Muchos piensan equivocadamente, que la música solo existe para entretener, para llenar un vacío en la oración, para ser un bonito adorno en la Misa, o para rellenar un momento mientras entra el “predicador a escena”; piensa por un momento cuántas veces no has escuchado frases como: “Hermanitos, vamos a un descanso, cuando escuchen la música vuelvan a su lugar porque ya vamos a comenzar” ó “tienen diez minutos para ir al baño, mientras tanto el ministerio nos entretendrá con algunas alabanzas” ¡y cuántas frases más por el estilo! 22
A veces somos nosotros mismos, los músicos, los que denigramos este servicio como cuando cantamos lo que le gusta a la gente para mantenerlos brincando como borregos y aplaudiendo como focas y no somos capaces de hacer que la música ayude a la gente a ir más allá de un frívolo momento de animación que podría vivir en un concierto secular cualquiera. No digo que la animación no sea necesaria, ¡claro que lo es! (al menos yo la utilizo siempre como preámbulo de mis conciertos) el problema es, cuando solo nos quedamos en el “salte, agáchese, mueva la cadera, haga un trencito, péguese un gritito de júbilo, tírese de cabeza…” etc. y no profundizamos con otros momentos novedosamente diferentes, donde tengamos algo más que decir por miedo a que nuestro “público” se nos aburra, se nos vaya, no adquiera nuestro material, o peor aún, no les caigamos en gracia y no nos vuelvan a invitar. Por lo tanto, servir desde la verdadera dimensión que debería tener la música como herramienta pastoral, nos llevará a descubrir que nos enfrentamos a un ministerio que busca por sobre todo el que las personas tengan una experiencia personal con Jesús vivo y real, no una experiencia sentimental o puramente emocional, sino una experiencia verdadera con Dios a través de las melodías y mensajes contenidos en las canciones que entonamos, y repito, no para entretener, sino que para llevar a otros a la presencia de Dios y para que desde ahí puedan celebrar de manera profunda y madura su experiencia de fe. Los mismos padres conciliares reconocen la importancia que tiene la música en la celebración de nuestra fe cuando declaran que: “La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sagrado, unido a la palabra, constituye una parte necesaria e integral de la liturgia solemne” (SC 112). También el beato Juan Pablo II en su carta a los artistas habla de la importancia de la música y la necesidad de que los músicos pongamos nuestro talento al servicio de la misma: “La Iglesia necesita también de los músicos. ¡Cuántas piezas sacras han compuesto a lo largo de los siglos personas profundamente imbuidas del sentido del misterio! Innumerables creyentes han alimentado su fe con las melodías surgidas del corazón de otros creyentes, que han pasado a formar parte de la liturgia o que, al menos, son de gran ayuda para el decoro de su celebración. En el canto, la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios.” (Juan Pablo II – Carta a los artistas Nº 12).. Es decir que el canto y la música dedicada a Dios no debería ser una mera experiencia sentimental, una pachanga espiritual que nos entretenga un rato, ni tampoco inspiración musical humana solamente, sino que debería ser 23
para nosotros lo que nos enseña la Palabra de Dios: una forma declarada y ordenada por los autores sagrados de comunicación y comunión espiritual con Dios; oración personal y compartida, dialogo de Dios con sus hijos, expresión gozosa de su presencia y acción divina, alabanza de su gloria, en fin, una forma concreta de encuentro personal e íntimo con el Amado. El Salmo 147 así lo reconoce en el versículo 1: “Qué bueno es cantar a nuestro Dios, que agradable y merecida su alabanza”. Y es que a Dios le gusta la música, pero más le gusta que sus hijos se expresen de esta manera delante de él, y esto, no es solo para los que cantan o tocan algún instrumento musical, sino que para toda la Iglesia. San Pablo, en la carta a los Efesios 5, 19, insta a la comunidad a tener al canto como una acción propia de nuestra expresión de oración y relación con Dios: “Recitad entre vosotros, salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor con todo el corazón”. Y añade en la carta a los Colosenses 3, 16: “Cantad a Dios con un corazón agradecido salmos, himnos y cánticos inspirados”. Y es que tanto San Pablo, los salmistas, así como también los padres de la iglesia, reconocen en el canto una forma concreta de dialogo con Dios, de expresión de amor y adhesión filial a su acción salvadora en medio de su pueblo. Si analizamos la historia de la humanidad, reconoceremos que desde siempre la música, y especialmente el canto, han jugado un papel preponderante en la comunicación de los pueblos y en la expresión de sus culturas y formas de pensar y ver la vida, tanto para bien, como para mal. Hoy en día, de manera especial, la música juega un papel fundamental tanto en la construcción (y destrucción también), como en el curso y desarrollo de nuestra sociedad. Nadie pasa un solo día de su vida sin escuchar algo de música, por opción propia o no, ya sea en su casa, cuando va en la locomoción colectiva, en la calle, en la televisión, en internet, en el trabajo... ¡En fin! desde la cuna a la tumba, la música jamás nos abandona. Hoy más que nunca, la sociedad en la que vivimos, a través, especialmente de los medios de comunicación y sus increíbles adelantos, nos ha llenado de música en todos los ámbitos y contexto de nuestra vida, es parte de nuestro diario vivir, de nuestra cotidianidad, es decir, la música es “uno de los medios más importantes y trascendentes” de comunicación y de expresión con el que contamos. Entonces ¿podremos obviar la música en nuestro dialogo y expresión con Dios o en nuestros métodos de evangelización o en el ejercicio de nuestra vida pastoral? ¡Claro que no! Al contrario, y tengo la certeza que para Dios la música juega un papel 24
preponderante desde siempre, pero de manera especial hoy en día en nuestra relación con Él. Seamos concretos, a Dios le gusta la música, ¡Cómo no va a ser así! si a Él mismo se le ocurrió la idea en primer lugar.
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1.3.
La biblia escrita en Re Mayor
En cierta ocasión un querido sacerdote amigo, compartiéndonos un tema dijo la siguiente frase: “La biblia se escribió en Re Mayor”. Por supuesto yo, como músico que soy, me quedé intrigado con la frasecita, así que puse todos mis sentidos y atención a la espera del argumento, que de inmediato él mismo expuso: “¡Así es! La biblia está escrita en Re Mayor, porque cuando uno se sumerge en ella, a través de su palabra, que es como espada de dos filos, Dios nos Rehace, nos Renueva, nos Reanima… etc.” Admito que esa explicación me pareció fabulosa e ingeniosa, y la traigo a colación aquí, mi querido amigo músico, porque ¡La palabra de Dios está llena de música! y es en ella donde podremos encontrar las herramientas suficientes para que nuestra vida y nuestro apostolado por medio de la música se Reinvente, se Rehaga, se Renueve, se Refresque, se Recree… claro está, ¡En tono de Re Mayor!. Sumerjámonos por un momento en la maravillosa palabra de Dios, de manera que encontremos algunos datos bíblicos que nos permitan Reafirmar la importancia que Dios le da a la música: a) ¿Cuál es el libro más extenso de la Biblia? El libro de “Los Salmos”, que es el libro de los cantos del pueblo de Dios. ¡Y no solo eso! en el nuevo testamento, de trescientas citas que aparecen del antiguo testamento, al menos cien corresponden al libro de los Salmos. Por ejemplo: Sal 22, 1; Citado en Mt 15, 34: “Dios mío, Dios mío ¿Porqué me has abandonado?”. Sal 69, 9 Citado en Jn 2, 17: “Me consume el celo de tu casa”. Sal 118, 22; Citado en Hch 4,11: “La piedra que desecharon los arquitectos…”. b) Es imposible leer la Biblia sin encontrarse con palabras o frases que mencionen la actividad musical del pueblo de Dios. En ella encontraremos más de 40 libros entre los cuales sumamos más de 600 pasajes referidos a cantos e himnos, alabanzas, músicos, instrumentos musicales, etc. c) Ya desde el Génesis en el capítulo 4, versículos del 20 al 22, donde se nos describen a los primeros habitantes de la tierra que se especializaron de manera concreta en alguna actividad humana, se nos nombra a un músico: “Jubal”, hijo de Lámec, quien fuera “el padre de los que tocan la cítara y la flauta”. Aquí la Palabra de Dios nos muestra que junto a las necesidades básicas de alimento y de herramientas para trabajar la tierra, también en el 26
hombre existió desde principio la necesidad de expresión artística. d) Es importante hacer notar que en grandes momentos de la historia de la salvación, ya sean patriarcas, profetas, reyes, discípulos, los ángeles, María e incluso el mismo Jesús cantaron para expresar su amor, su gratitud, su alabanza, su petición, su tristeza, etc. Veamos algunos ejemplos (aunque hay muchos más por supuesto): Moisés canta un canto de victoria, una vez que Dios libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto: “Cantaré al Señor por la gloria de su victoria…” (Ex 15, 1 – 21). Sidrac, Misac y Abdenago cantan dentro del horno, entre las llamas, después de haberse negado a adorar los ídolos del rey Nabucodonosor: “Bendito seas Señor, Dios de nuestros antepasados, tu nombre merece ser alabado y glorificado por siempre…” (Dn 3, 19 – 90). El rey David, arrepentido de su gran pecado de adulterio y asesinato, y después de haber recibido el perdón de Dios compone el célebre “Miserere”: “Piedad de mi Señor, ten compasión de mi…” (Sal 51). María, después de recibir el saludo de su parienta Isabel entona el Magníficat (la primera composición católica): “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador…” (Lc 1, 46 – 55). Zacarías, después de recuperar la voz (recordemos que había quedado mudo) y ante el nacimiento de su hijo Juan, entona el Benedictus: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…” (Lc 1, 68 – 80). Los ángeles, ante el inminente nacimiento del niño Dios, entonan en frente de los pastores, a una sola voz: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 13 – 14). Pablo y Silas entonan cantos en la cárcel de Filipos: “A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios…” (Hch 16, 25). Jesús junto a sus discípulos cantan durante el banquete pascual. “Y cantados los himnos, salieron hacia el Monte de los Olivos.” (Mc 14, 26). e) Así como el Génesis, desde sus primeras páginas nos habla de música, también sucede con el último libro de la Biblia: el Apocalipsis. Especialmente en las visiones que tiene Juan de la nueva Jerusalén. Aquí encontramos que el lenguaje único de éste es: “Alabanza y adoración, música y canto”, es decir, que la música como expresión de la alabanza de la Gloria de Dios, es el lenguaje del Cielo. Muchos son los pasajes donde el canto tanto de los ángeles, como de los ancianos y de los redimidos son nombrados; es importante reconocer esto, de manera que podamos entender desde ahora, que tenemos que aprender este lenguaje de la música, de la alabanza y adoración 27
que nos acompañará durante toda la eternidad, para que, como decía alguien por ahí: “No lleguemos al cielo como analfabetos”. Veamos algunos ejemplos: “Cantaban un cántico nuevo que decía: Eres digno de recibir el libro y romper sus sellos…” (Ap 5, 9). “… la voz que oí era como el sonido de citaristas tocando sus cítaras. Cantaban un cántico nuevo delante del trono... Un cántico que nadie podía aprender...” (Ap 14, 2b – 3). “Después de esto, oí en el cielo algo así como la voz potente de una inmensa muchedumbre que cantaba: ¡Aleluya! la salvación, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios.” (Ap 19,1). ¡Qué hermoso! Sin duda la Biblia está llena de música. Por lo tanto, guardando sí las proporciones con respecto a temas más importantes como la fe, la esperanza y la caridad, sin los cuales no tendría ningún sentido lo que estoy haciendo notar, de principio a fin, la Biblia nos deja muy en claro que en el corazón de Dios, la música y el canto tienen un lugar muy especial. Igualmente debiese ser para nosotros en nuestra relación con Dios y en el ejercicio de nuestro apostolado. ¡Músico, es tiempo de que tú y yo empecemos a valorar este don maravilloso que Dios nos ha confiado! ¡Que nos empecemos a tomar bien en serio este talento que Dios ha puesto en nuestras manos y por el cual un día nos pedirá cuentas! Siéntete privilegiado de que Dios haya pensado en ti para servirle a través de este hermoso don. A la vez, siéntete muy responsable también, ya que Dios te ha confiado uno de sus mayores tesoros. Y recuérdalo siempre: el don de la música es un gran privilegio, pues ocupa un lugar importante en el corazón de Dios, pero esto conlleva consigo una gran responsabilidad también. (Soné a Ben Parker, arengando a Spiderman…. ¡je je!). Tomarte en serio el don de la música como un tesoro invaluable de Dios para nuestra Iglesia, y para tu propia experiencia de encuentro con Dios, es el principio de una hermosa aventura que te encaminará a la verdadera experiencia del canto nuevo.
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Capítulo 2: EL PODER DE LA MÚSICA
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2.1.
La música ¿Tiene poder por si misma?
Esta es una de las preguntas con las que siempre cuestiono a los músicos cuando comparto con ellos, como una forma pedagógica de entrar en un sano debate que finalmente nos enriquece a todos. Siempre que la expongo, recibo comúnmente dos corrientes de respuestas, las que, condensándole las diferentes ideas, perspectivas o matices que contienen, podría resumirlas de la siguiente manera: 1) “Sí; La música tiene poder, porque mueve los sentimientos y las emociones”. 2) “No; La música no tiene poder por sí misma, Dios es el que le da poder a la música”. Y aunque parecieran ser dos respuestas muy diferentes, éstas en sí no se contradicen, al contrario, si hilamos fino, nos daremos cuenta que hasta pueden llegar a complementarse, ya que ambas tienen algo de razón. Veamos: Se dice que la música tiene tal poder que “es capaz de calmar a las “fieras”. Pero en realidad ¿Ésta, en sí misma, tendrá algún tipo de poder en concreto?; pues ¡claro que sí! solo que el poder que tiene la música en sí misma se mueve en el exclusivo nivel de las emociones, de los sentimientos, de los afectos, de lo corpóreo y lo material, poder que en esos niveles puede afectarnos, estimularnos e influenciarnos tanto positiva como negativamente, según el uso que le demos. Dicho poder de la música lo podemos experimentar de muchas maneras porque lo utilizamos para relajarnos, para estimular nuestro intelecto, para comunicarnos y expresar nuestras más profundas emociones y sentimientos: alegrías, enojos, frustraciones, tristezas, triunfos, miedos, etc. Y es que la música, sea del estilo que sea, no deja a nadie indiferente, de una u otra forma influye en nosotros. ¡Pero…! y a pesar de esto, es importante hacer notar que ¡la música por sí sola no tiene un poder sobre lo estrictamente espiritual de la vida de una persona! Por ejemplo, una persona que asiste a un concierto de música secular (música popular no religiosa) ¿no es cierto que podría fácilmente llegar a emocionarse hasta las lágrimas con la impresionante calidad interpretativa de los músicos en escena? ó las jovencitas que van a un concierto de su cantante preferido ¿cuál es su reacción ante la música, la voz, el carisma y la presencia de su artista? ¿No es común verlas llorar, con ataques de histeria, jalándose el pelo, gritando hasta quedar sin voz? ¿Has visto el comportamiento de un joven en un concierto de rock? saltos, empujones, griteríos, anarquía, ¿no son reacciones comunes entre los jóvenes que asisten a este tipo de 30
espectáculos?; ahora te pregunto: ¿qué pasa con estas personas una vez que regresan a casa? ¿Sus vidas cambian radicalmente de alguna manera ante la emoción, la emotividad del espectáculo recién vivido? ¿O todo sigue siendo igual? Porque emocionalmente, una persona puede salir extasiada, enajenada, alegre, acelerada, y con otras tantas incontables emociones a flor de piel. Pero estas emociones son pasajeras, en algún momento se acaban irremediablemente. Por lo tanto, la persona sale “emocionalmente diferente”, pero después, y dependiendo del impacto emocional que el show vivido le haya producido, tarde o temprano todo vuelve a su común cotidianidad. Ahora, no es necesario asistir a un concierto para experimentar este tipo de emociones; por ejemplo, piensa en aquel joven que pasa por una pena del corazón ¿No se encierra en su cuarto a oscuras, enciende la radio, pone una canción romántica y, como decimos en Chile, se “corta las venas” llorando a su amor frustrado? En la Biblia misma encontraremos otro ejemplo al respecto, específicamente en el primer libro de Samuel capítulo 16, se nos cuenta que algunos servidores del rey Saúl, ante una necesidad concreta que tenía éste, le “aconsejan” mandar buscar a un músico que toque bien, sin ninguna otra cualidad más, reconociendo en cierto modo el poder que existe en la música, pero erróneamente pensando que con solo tocar bien bastaría: “El espíritu del Señor se había retirado de Saúl, y lo atormentaba un mal espíritu, enviado por el Señor. Sus servidores le dijeron: Un mal espíritu de Dios no deja de atormentarte. Basta que nuestro señor lo diga, y los servidores que te asisten buscarán un hombre que sepa tocar la cítara. Así, cuando te asalte el mal espíritu de Dios, él tocará la cítara, y tú te sentirás aliviado. Saúl respondió a sus servidores: Sí, búsquenme un hombre que toque bien y tráiganlo”. (1S 16, 14 - 17). Claramente, tanto a los consejeros como al mismo rey Saúl, solo les importaba que este músico le hiciera “sentir bonito”, nada más. Afortunadamente para Saúl, y por una movida de Dios, no de sus servidores, el músico que trajeron era un jovencito que tenía bastantes más cualidades que solo tocar bien el arpa (cf. 1S 16,18). Ese joven músico se llamaba “David”. Las consecuencias que trajo a la vida de Saúl el que David fuera mucho más que un buen músico, sin duda fueron superiores a las que el mismo Rey esperaba (más adelante retomaré esa parte de la historia). Y es que la música tiene la capacidad de estimular nuestros afectos y nuestra corporalidad; dependiendo del tipo de música que escuchemos, ésta nos puede llegar a entretener, alegrar, entristecer, violentar, acelerar, calmar, 31
relajar, etc. Este poder en sĂ no es “maloâ€? (lo malo es el mal uso que le damos) al contrario, bien usado puede ser de mucho beneficio para nuestro trabajo pastoral.
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2.2. El poder de la música desde una perspectiva científica Sin ir más lejos, un caso serio donde la música bien direccionada llega a ser empleada con un buen fin, en este caso con fines terapéuticos (principalmente con fines psicológicos) es la disciplina de la “musicoterapia”, la que cada vez gana más adeptos y credibilidad entre músicos, psicoterapeutas y psicólogos principalmente; esta disciplina aplica técnicas, combinando la música y la terapia, con el propósito de restaurar, mejorar o mantener la salud. Es bueno hacer notar en este punto, que según la OMS (Organización Mundial de la Salud) ésta, la salud, no se entiende tan solo como la “ausencia de enfermedades” sino como un estado de bienestar completo, tanto físico, psíquico y social. Y desde esta perspectiva la musicoterapia, busca contribuir, a través de terapias donde la música es protagonista, con factores que favorezcan la “vida sana” del ser humano. Hay varios amigos católicos (músicos y no) que se han metido de lleno a estudiar y practicar esta ciencia como una forma de dirigir positivamente el poder de la música a favor de las personas. De hecho, como yo soy músico y no doctor ni científico, para esta parte de nuestro escrito me he apoyado de algunos de ellos (ellas en este caso) quienes con gran generosidad me han ayudado a revisar esta sección y a las que en los agradecimientos les hago su justo reconocimiento. Hoy por hoy existen variados y serios estudios sobre el poder de la música desde la perspectiva médica, realizados por psicoterapeutas, músico – terapeutas, psicólogos, etc. con el fin de comprobar que ésta, la música, terapéuticamente hablando, tiene un real y significativo efecto sobre la salud tanto física como psíquica de una persona, reduciendo en algunos casos el dolor, la depresión y la discapacidad. En EEUU por ejemplo, es sabido que muchos hospitales se están valiendo de la música para crear entornos curativos apropiados para sus pacientes a manera de hacerles más tolerables las enfermedades, especialmente en los periodos donde éstos requieren de mayor cuidado y atención, según indica una encuesta realizada por la Sociedad para las Artes en el Cuidado de la Salud (Society for the Arts in Healthcare). Y aunque cierto sector de la medicina aun duda de la real capacidad curativa que tiene la música, nadie pone en duda al menos el efecto “mitigador” que ésta tiene sobre ciertas dolencias del cuerpo y del alma. Leyendo, estudiando y conversando con gente especializada sobre este tema, se me hizo muy interesante el dar a conocer algunos de los efectos comprobados que tiene la música, desde la perspectiva médica, algunos de los 33
cuales a continuación me permito mencionar para ayudarnos a tener una visión diferente y a la vez, más “amplia” en nuestro estudio sobre el poder de la música y el beneficio (ó peligro) que podemos encontrar al hacer un buen o mal uso, respectivamente, de la misma. a. La música y nuestro cerebro En nuestro cerebro existen diversas sustancias bioquímicas de suma importancia llamadas “neurotransmisores”, las que regulan e impulsan toda nuestra actividad humana. Y aunque existen diversos tipos de neurotransmisores, yo me quiero concentrar en un grupo específico que interactúa directamente en la zona denominada como “cerebro emocional” (formado por el cuerpo calloso y sistema límbico); en palabras más simples, aquellos que regulan o estimulan nuestras emociones (para nosotros comunes mortales el más “conocido” de nombre al menos es la “Adrenalina”). De estos neurotransmisores es uno en particular el que me interesa por sobre los demás, familiarícese con él, porque a partir de ahora, será sumamente importante para nuestro estudio sobre el poder de la música, su nombre: “dopamina”; la cual es el neurotransmisor más importante del Sistema Nervioso Central de los mamíferos, ya que participa en la regulación de diversas funciones entre las que destaco aquí la “emotividad y la afectividad”. La dopamina se activa en una zona que está asociada a nuestra respuesta a “estímulos placenteros” o a la “anticipación de los mismos”, y es en la liberación de esta sustancia química donde se halla el “secreto” de las respuestas emocionales que experimenta nuestro cuerpo. ¡Atención! Aquí viene la parte que nos interesa a nosotros músicos: diversos estudios reconocen que la música libera dopamina en nuestro cerebro en grandes cantidades. Un estudio en concreto, realizado sobre personas que gustaban de la comida, de la buena música y del uso de drogas, reveló que una comida placentera aumenta los niveles de dopamina en 6%, mientras que la cocaína los eleva en 22%. En el caso de la música, la dopamina llegó a experimentar un alza del 21%, concluyendo con esto que para algunas personas, la experiencia de escuchar música puede resultar sumamente placentera, tanto como para un drogadicto lo puede ser el ingerir cocaína. ¡Ojo con esto! La neurocientífica Valorie Salimpoor, encargada de este estudio declaró a The Guardian lo siguiente: "La dopamina es clave, porque nos hace repetir conductas. Es la razón de por qué existen las adicciones, positivas o negativas. La euforia de la música se ve reforzada neuroquímicamante, por lo que siempre volvemos a ella".
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b. La música facilita la expresión de las emociones y los afectos En nuestro intelecto, existe una parte considerada como “inteligencia emocional”, la que es regulada por las estructuras que conforman el cerebro emocional. En teoría, esta es la parte del cerebro sensible a la melodía. Por otra parte, el ritmo se registraría en el “cerebro básico” y la armonía en el “cerebro racional”. De algún modo el ritmo actuaría como un generador de energía en los estados de abatimiento, la melodía como un relajante o anulador de la excitación y la armonía como un activador de la racionalidad (Estudio sobre “El poder de la música” realizado por José Manuel Brea Feijoo). Tres niveles cerebrales: básico, emocional y racional, para los tres elementos musicales: ritmo, melodía y armonía. A partir de esto, con la música podríamos facilitar a las personas un contacto de una manera mucho más directa con sus sentimientos. No es que la música invente o "coloque" sentimientos ni estados de ánimo en las personas, sino que la misma puede ayudar a "descubrir" lo que hay en el espíritu y la psique humana. Los músico-terapeutas, por ejemplo, la utilizan para intensificar los sentimientos existentes y acompañar, a partir del "darse cuenta" hacia la aceptación de esos sentimientos y estados de ánimo, ya que sólo a partir de la aceptación incondicional es que se genera un proceso de cambio emocional. c. La música modula la presión sanguínea, el ritmo cardíaco y la respiración La dinámica en la música, que se refiere al grado de intensidad o suavidad con que se interpreta un fragmento musical (pianísimo, crescendo, andante, etc.), puede generar una contracción proporcional de vasos sanguíneos y aumentos de la presión sanguínea y ritmo cardíaco, además de una respiración más agitada cuando el grado de intensidad es más fuerte. En cambio, durante los tramos más sosegados, dichas medidas decaerían considerablemente. Pero más importante aún es que las secciones más ricas de cada canción, hacen que el ritmo cardíaco se sincronice con el de la música. En el caso de los músicos, en comparación con el resto de la gente, éstos perciben una respuesta mucho más intensa, respuesta que puede elevarse al grado de la euforia. d. La música, como un evento externo al cuerpo humano influye en los neuroquímicos Nuestro estado emocional puede ser influenciado por el hecho de 35
escuchar una buena pieza musical o incluso por el simple hecho de pensar que vamos a disfrutar de escuchar una buena melodía. No se trata de una “fórmula mágica”, pero si es importante reconocer que utilizar una buena melodía para sentirnos mejor y para crear “ambientes” que despierten nuestras emociones placenteras, es totalmente posible desde esta perspectiva, ya que la neuroquímica está sujeta a los “estímulos del ambiente”, en este caso, el estímulo de la música. Por ejemplo, ante una pieza musical elegida como “placentera” los niveles de dopamina se elevarán notablemente y se manifestarán corpóreamente con el grado de excitación emocional y los cambios en la piel, en la frecuencia cardíaca, respiración, temperatura, etc. De la misma forma que sucede cuando realizamos cualquier otra actividad que disfrutemos. En conclusión, según las investigaciones realizadas hasta el presente, la música tiene una gran capacidad estructuradora y reguladora de los distintos aspectos que conforman la persona: físico, emocional y mental. ¿Los que hacemos o escuchamos música católica, seremos inmunes a estos efectos? ¡Claro que no!
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2.3.
Experiencia emocional versus experiencia real
¡Atención músicos católicos! ¡Atención colegas y compañeros de batalla! Analicemos estos datos y cuestionémonos un momento: ¿Por qué a veces vemos en nuestras actividades pastorales, ya sea conciertos o congresos, por poner un ejemplo, ciertos estados de euforia colectiva entre la gente? ¿Tendrá algo que ver la música y el estímulo que intencionalmente o no, se busca causar en la gente con ella? ¿Será que con nuestra música podemos “incidir” en el estado de ánimo de la gente que nos escucha? ¿No será que consciente o inconscientemente nosotros mismos elegimos cierto repertorio con la intención de “lograr cierta actitud emocional” en la gente (como hacerlos llorar ó acentuar ciertas rítmicas en las melodías para que aceleren el ritmo cardiaco hasta poner a la gente eufórica, etc.) pensando que de lograrlo habremos conseguido un éxito pastoral? Entonces, ¿Seguiremos ingenuamente clasificando o valorando nuestros apostolados por la cantidad de gente que “lloró”, que “aplaudió”, que se “emocionó”, etc. al punto de llegar a decir frases como: “en el concierto (asamblea ó grupo) de hoy se notó la presencia y el poder de Dios porque muchos lloraron o porque teníamos a toda la gente eufórica”?. ¡Mucho cuidado! Ya que todos estos cuestionamientos nos tienen que ayudar a entender y aceptar en profundidad a nosotros, músicos católicos, que estamos llamados a ejercer este carisma desde un ámbito espiritual, lo importante que es darle un uso sano y responsable a este maravilloso carisma que Dios nos ha confiado; más ahora, que vamos descubriendo esta dimensión terapéutica de la música y sus tremendos efectos en la corporalidad del ser humano. Por lo tanto, después de toda esta exposición, ¿aún nos queda algún resquicio de duda sobre el hecho de que la música en sí misma tiene poder? ¡Claro que sí tiene un gran poder e influencia sobre nosotros! pero insisto, de una forma corpórea, emocional y afectiva. El punto de quiebre con esto es que ¡con ese poder no basta!. No es suficiente el poder que ejerce la música sobre nuestras emociones, afectos o corporalidad para cambiarnos radicalmente la vida; ¡sí ayuda, sí afecta, sí nos dispone, sí nos estimula, sí nos influencia! Pero insisto, no es suficiente. Viéndolo desde esta perspectiva, y asumiendo nuestra responsabilidad al momento de traer este tema al ámbito estrictamente católico en el que por fortuna, nos toca desenvolvernos, lograremos dar un paso de madurez pastoral, si nos atrevemos a dar un paso de calidad en el ejercicio de nuestro apostolado: 37
“Transitar nuestra música de un nivel puramente emocional y material a uno más espiritual, donde las emociones y la materia no sean las que dicten o motiven nuestro quehacer pastoral.” No estoy diciendo con esto, que tengamos que anular nuestras emociones, nuestros afectos o nuestra corporalidad a la hora de cantar, de evangelizar o de relacionarnos con Dios, ¡eso sería imposible y antinatural!. Al respecto, el sacerdote Jhon Powel comenta que: “…la experimentación y la expresión plena y libre de nuestros sentimientos son necesarias para obtener paz personal y relaciones significativas” (“Plenamente humano, plenamente vivo” pag. 7). De hecho, si leemos cualquiera de los salmos o cantos que aparecen en la Biblia, nos daremos cuenta que los mismos están llenos de los sentimientos que afloraban en los labios de aquellos que los interpretaban; los salmistas al momento de dirigirse a Dios, ya sea en alabanza, en adoración, en súplica, etc. involucraban todo su ser: “… mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.” (Sal 84, 3). “Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre…” (Sal 103, 1). “De tanto ayunar se me doblan las rodillas, y mi cuerpo está débil y enflaquecido;” (Sal 109, 24). Pretender ingenuamente llegar a ser músicos exclusivamente espirituales, negando nuestra materia y nuestros afectos, sería como partirnos en dos, dividirnos la vida, fragmentar nuestro corazón y negarnos la maravillosa integralidad de nuestro ser, que combina lo humano y lo divino de una forma bella, armoniosa y perfecta. Insisto en que simplemente el problema radica, como antes lo mencioné, en dejar que sean los afectos, las emociones y la materia los que dicten, determinen o motiven nuestras acciones pastorales y nuestra relación con el Amado. En resumidas cuentas, se trata de que nosotros controlemos nuestras emociones y no que ellas nos controlen a nosotros. Sobre lo mismo recuerdo un caso de un chico que asistía a la asamblea de oración que a mí me tocaba dirigir con la música por allá en mis años mozos en la capilla “San José Obrero” de mi bello Valparaíso. En cierta ocasión empecé a notar que cada vez que cantaba cierto tipo de canciones (las de adoración) este joven empezaba primero a sollozar, luego a llorar fuertemente, a lo que le seguía una pataleta en el piso con gritos incluidos, para acabar con un supuesto “descanso en el espíritu”. Obviamente no faltaban los hermanitos que de buena voluntad le imponían manos y empezaban a expulsarle demonios a diestra y siniestra, todo esto, mientras seguíamos con nuestros cantos y oraciones. Si hubiese sucedido una sola vez, no es problema, ¡hasta yo lo 38
hubiera creído! pero este episodio se hizo habitual domingo a domingo, al punto que para los nuevos integrantes se volvió la razón de ir al grupo (“vamos a ver al endemoniado y al grupo de caza fantasmas que le sigue el rollo”) pero para muchos de nosotros simplemente se volvió un reverendo enfado (¿película conocida no?). El asunto es que pasado más de un mes (creo que alargamos demasiado el asunto) nos reunimos los servidores de la comunidad con este chico y lo encaramos (todo según las reglas de la corrección fraterna que nos enseñó Jesús). La pregunta era simple: ¿Qué pasaba con él? ¿Por qué todos los domingos tenía el mismo episodio? durante mucho rato trató de explicarnos que él estaba viviendo un proceso de sanación interior, que Dios en cada asamblea le sacaba algún mal espíritu etc. Hago un paréntesis aquí para aclarar que no es que yo NO CREA que Dios tiene el poder de sanar y liberar, ¡Claro que lo creo! he sido testigo de eso en innumerables ocasiones; pero también creo que Dios jamás se “repite el plato”. ¡Aquí había algo más! Bueno, tanto le insistimos que finalmente dijo su verdad: ¡Es que a mí nadie me quiere, en el grupo no me consideran para nada y así es la única forma que tengo para llamar la atención, de que se fijen que estoy ahí!. Créanme que fue una gran lección para todos. Ese joven aprendió que manipular afectivamente la obra de Dios no es el camino de la verdadera sanación interior que Dios quiere hacer en todos; y nosotros pues entendimos que teníamos que poner mayor atención al corazón de aquellos a los que servíamos en la comunidad, y especialmente yo, aprendí que mi responsabilidad como músico va más allá que ejecutar bien un instrumento y entonar bien una canción, que quienes me escuchan serán impactados dependiendo de sus realidades personales (afectivas, espirituales, etc) y por ende, debo estar atento a los frutos de mi música, buscando siempre que el fruto sea un verdadero encuentro con Dios. Este tipo de episodios, se repiten incansablemente en nuestras asambleas de oraciones, en los conciertos y demás eventos donde la música se hace presente y lamentablemente a veces somos nosotros mismos los músicos que propiciamos o sacamos partido de estas situaciones para aparentar cierto nivel de espiritualidad en el apostolado que estamos ofreciendo. ¡Pero no nos engañemos! aunque no dudo, insisto, en que Dios tiene el poder de hacer milagros y manifestar su poder en cualquier momento y circunstancia, tengo la certeza de que la mayoría de los casos como el que aquí comento, lamentablemente tienen un fondo mucho más emotivo que espiritual, que dicho de una manera más práctica podríamos concluirla así: ¡ESO NO ES UNCIÓN, ES DOPAMINA! 39
En fin, al respecto, quiero hacer notar en este punto, uno de los peligros más grandes que distingo hoy en día dentro de nuestra música católica contemporánea: “el apelo a la emotividad, al sentimentalismo en pos del movimiento de las masas”. Que por cierto, y como ya lo venimos analizando, es algo muy propio de nuestra “humanidad” y que lo vemos manifestado no solo en la religión, sino que también en la política y en otros tantos ámbitos de la vida. Cada vez más músicos católicos, lamentablemente, están convirtiendo sus conciertos en simples shows o espectáculos con tal de hacer que la gente “sienta bonito” (incluso hasta en la Eucaristía o en congresos pasa esto), cuando deberían ser una efectiva herramienta pastoral de evangelización, lo terrible, es que al hacer esto y quedarnos en lo estrictamente emocional, le impedimos a la gente tener una experiencia más profunda y madura, real y definitiva de encuentro con Dios, cuando realmente, si entendemos bien nuestro papel en este asunto, comprenderemos que tenemos una responsabilidad enorme de llevar a la gente “más allá”, a que “bogue mar adentro” en su relación personal con el dador de vida. Es de suma importancia reconocer entonces que la música en sí misma es un medio, no un fin, es canal, no fuente, y eso, especialmente querido músico, es algo que tenemos que empezar a vivir tú y yo. El que la gente, después de escucharnos cantar o ejecutar un instrumento salga con una experiencia de Dios real, no simplemente emocional, es una tarea que nosotros, músicos católicos, debemos asumir con seriedad. En esto, como en tantas otras cosas ¡los músicos católicos necesitamos marcar la diferencia!
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Capítulo 3: LA UNCIÓN “…ustedes recibieron la unción del que es Santo... La unción que recibieron de Él permanece en ustedes”. (1Jn 2, 20; 1Jn 2, 27)
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3.1.
¿Qué es la unción?
Una de las palabras que más se está utilizando hoy en día en el ámbito de la música católica, es la palabra “unción”, sin embargo la mayoría de las veces, cuando la aplicamos para acentuar alguna acción concreta que estamos realizando a la hora de cantar o querer definir algún concepto espiritual aplicable a la música, lo hacemos de manera incorrecta, al menos desde la perspectiva terminológica. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer antes de adentrarnos en este tema, es encontrar su definición correcta. Veamos: La palabra “Unción” viene del verbo latín “unctare” que quiere decir: “Acción de ungir o untar”. En la Biblia el elemento que se usaba para realizar dicha acción era el aceite u óleo, el cual también hoy se usa en nuestros ritos católicos, especialmente los que tienen que ver con la administración de algunos sacramentos: bautismo, unción de los enfermos, confirmación, orden sacerdotal. Ahora, independientemente de las aplicaciones que tanto bíblica como sacramentalmente encontraremos respecto a la unción, ésta podemos definirla de manera general como una “gracia y comunicación especial del Espíritu Santo, que excita y mueve al alma a la virtud y perfección.” O también, como la definiría tan bellamente Juan Pablo II: “…la unción se refiere a la fuerza de naturaleza espiritual necesaria para cumplir la misión confiada por Dios a una persona a quien eligió y envió.” (Catequesis sobre la “Unción y el agua”, 24 de octubre de 1990). Esta “fuerza de naturaleza espiritual” la hemos recibido en nuestro bautismo y reafirmado en nuestra confirmación como un don de Dios. Y es por medio de esta gracia sacramental por la que Jesús, el Mesías ungido, nos comparte su unción, que no es otra cosa más que su mismo Espíritu, para unirnos a Él, compartirnos su vida y hacernos partícipes de su misma misión, la cual él mismo nos describe: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor.” (Lc 4, 18 – 19).
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3.2.
¿Unción en la música?
Ya que hemos definido qué es la unción, aboquémonos a estudiarla desde el ámbito musical que nos compete y descubrir cómo es que ésta opera y aplica en nuestro apostolado. Recuerdo una ocasión, en la que estando de misión en cierto país de Sudamérica, conocí el caso de un “cantante católico” quien al momento de promover sus discos, motivaba a la gente que le comprara su material “original” de la siguiente manera: “Hermanitos, a la salida del concierto están mis discos, para que aquellos que quieran adquirirlo pasen a visitar nuestro stand. ¡Ah! Pero le quiero hacer una advertencia: compre los discos originales, no los copie, porque solo los discos originales TIENEN UNCIÓN; a los discos copiados SE LES VA LA UNCIÓN, así que ya sabe, si quiere que esta música sea de bendición para su vida, no la copie, ya que SOLO LOS DISCOS ORIGINALES VIENEN UNGIDOS”. No dudo que la buena intención de este amigo era motivar de una forma “diferente” el que la gente no recurra a la piratería, pero de ahí a decir que un disco (original ó copiado) tiene unción, mmmm…. ¡Cuidado!. Traigo este ejemplo a colación porque como lo mencionaba al inicio de este capítulo, el tema de la “unción” lamentablemente se ha aplicado de una forma bastante errónea a la música y a todo lo que tiene que ver con ella cuando se trata de cosas espirituales; términos tales como: “La unción en la música” o “Canto ungido” o frases como: “ese canto sí que tiene unción” (lo que por defecto implica que otros cantos no la tienen) o “qué ungida suena esa guitarra…”, son un claro ejemplo de este error que no solo es de apreciación, sino que hasta de teología básica; y ya que aquí estamos buscando encontrar una sana aplicación de la unción en nuestro ámbito musical, es necesario que nos detengamos a analizar el por qué hablamos de “error”: En la Biblia, la “unción” o la “acción de ungir”, serán aplicadas en dos sentidos principalmente: a) Consagración para una misión específica. La unción, que consistía en untar aceite (óleo) sobre determinada persona, en este caso servía para consagrar a esa persona elegida por Dios, ya sea un profeta, un sacerdote o un rey. Y al decir “consagrar” hay que entender que esa unción era “para siempre”, es decir, no es que profetizara, celebrara, peleara o gobernara “ungidamente”, sino que en todo su “quehacer” se manifestaba esa “fuerza de naturaleza espiritual” que por la unción del aceite se había consagrado en su mismo “ser”: 43
“…Tomarás después el óleo de la unción, lo derramarás sobre su cabeza y lo ungirás con él. En seguida ordenarás que se acerquen sus hijos; los vestirás con túnicas, los ceñirás con un cinturón y les ajustarás las mitras. Así el sacerdocio les pertenecerá por un decreto irrevocable. De esta manera investirás a Aarón y a sus hijos.” (Ex 29, 7 – 9). “…Samuel tomó el frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Luego lo besó y dijo: “¡El Señor te ha ungido como jefe de su herencia!” (1S 10, 1). “…Entonces el Señor dijo a Samuel: -Levántate y úngelo, porque es este-. Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David.” (1S 16, 12b 13). “… El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres…” (Is 61, 1). b) Sanar. En Jesús, que en su vida pública mostró un amor preferencial por aquellos que padecían algún mal, que tenían alguna enfermedad o dolor, se aplica principalmente este sentido de la unción. Acción que luego transmitirá a sus discípulos, los que a su vez la transmitirán a otros (es aquí donde encuentra su fundamento el sacramento de la “unción de los enfermos”): “… expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.” (Mc 6,13). “... impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.” (Mc 16,18). “… ¿Alguno entre ustedes enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvara al enfermo, y el Señor le hará levantarse, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados.¨ (St 5, 14-15). Ya sea que se ungiera para consagrar a alguien para una misión específica, o para recibir sanación por parte de Dios a través de la unción con óleo, lo que quiero hacer notar es que a quienes se unge en ambos casos es “A LA PERSONA, NO A LAS COSAS U OBJETOS”. Por lo tanto, desde la perspectiva terminológica, la unción no se aplica a canciones, a escritos, predicaciones ni a actividades, sino a las personas. Cierto es que los israelitas, por ejemplo, consagraban algunos objetos por medio de la unción del aceite (cf. Ex 29, 36) para que adquirieran el grado de sacralidad y dignidad que requería el culto, actualmente esto aplica “únicamente” a los objetos sagrados de nuestra liturgia (llámese cáliz, patena, ornamentos de los ministros ordenados, etc.) Pero… ¿y la música? he aquí el 44
meollo del asunto; queridos amigos músicos, es importantísimo que entendamos esto de una buena vez: “No son las canciones las ungidas, no son los instrumentos los ungidos, no son las voces las ungidas; ¡Somos tú y yo los que debemos ser ungidos por el Espíritu de Dios!” Y es esta acción del Espíritu EN nosotros la que se manifestará no EN la música, sino que POR MEDIO de la música y los elementos musicales y pastorales (llámese instrumentos, voz, estilos, canciones, predicaciones, CD, escritos, etc.) de los que nos valemos para hacer más evangélico, didáctico, atractivo y aplicable nuestro apostolado. Pretender que la unción de Dios se pose en las canciones, las voces, los instrumentos, los CD, es convertir estos elementos musicales en burdos amuletos, en fetiches o en objetos mágicos, lo que hace que erróneamente la gente ponga su atención, su confianza y su fe en objetos inanimados, o peor aún, en los carismas personales o particulares de los que nos llamamos “evangelizadores” antes que en Dios, que es finalmente, quien nos unge a nosotros para ser instrumentos de sanación y de salvación en medio de su pueblo mediante este maravilloso recurso que es la música, maravilloso sí, pero recurso al fin y al cabo (y esto no solo aplica para los músicos sino para todos aquellos que servimos al Señor de una u otra manera). Por lo tanto no es correcto hablar de: “música ungida, canto ungido, guitarras ungidas, etc.”; lo correcto sería decir: “las personas (músicos en nuestro caso) ungidas desde el bautismo”. Mal hacemos cuando aplicamos a nuestras canciones o a nuestras oraciones frases como: “manda tu unción Señor”, “derrama tu unción”, “hay una unción aquí cayendo sobre mí…”, etc. Por la sencilla razón de que tú y yo, que hemos sido bautizados ¡ya estamos ungidos!; por lo tanto estaría demás pedir una unción que ya tenemos y que además no se acaba. Ya que con el bautismo hemos sido consagrados, constituidos y ungidos como sacerdotes, profetas y reyes PARA SIEMPRE. Diferente es cuando pedimos que esa unción que se nos ha concedido en el bautismo sea renovada, refrescada, reactivada, etc. Eso es a lo que el Papa Juan XXIII se refería cuando pedía al cielo “Un nuevo Pentecostés”. A veces usamos esta terminología porque nos auto convencemos de que dicho lenguaje o forma de expresarse es más bonito o hasta “más espiritual” y por consiguiente, por imitación o por gusto lo incorporamos a nuestros apostolados. ¡Pero cuidado! es importante que a cada cosa le demos su justa y sana medida, porque de lo contrario, sutil o descaradamente cometeremos ciertos abusos o errores de carácter doctrinales, pastorales y hasta espirituales 45
a la hora de ejercer nuestro servicio. Pongo sobre la mesa un par de experiencias, que con mucha caridad me permito compartirles a continuación, para ejemplificar de forma más concreta esto que estoy aquí exponiendo: Hace un buen par de años atrás me encontraba fuera del templo cantando con unos amigos canciones de Silvio Rodríguez (que por esa época era del gusto popular de los jóvenes en mi país); el asunto fue que en esa ocasión estaba usando la guitarra de alguien más… estábamos en el mejor momento de nuestra cantada cuando de repente aparece el dueño de la guitarra, quien desesperado me grita: ¡Nooo hermano, no toque música del mundo, mire que mi guitarra está consagrada solo para cantarle al Señor! Así que tuvimos que parar en seco nuestro cantar y con mucha pena devolverle su guitarrita al pobre muchacho, quien de seguro, a juzgar por su cara de angustia, la llevó a exorcizar casi de inmediato, ¡claro! a causa de la contaminación del mundo a la que había sido expuesta por estos inconscientes hermanitos! mmmm… que me perdonen aquellos que así como este chico han “consagrado sus instrumentos” pero, ¿por qué le endosamos a un objeto inanimado una consagración que le corresponde a nuestro corazón? ¿de qué me sirve consagrar mi guitarra si luego con mi lengua hablo mal de todo el mundo ofendiendo e hiriendo a los demás y al mismo tiempo canto alabanzas a Dios? ¿no será que quien debe consagrarse es uno y no pasarle la responsabilidad a la pobre guitarra que ni ton ni son tiene en este asunto? En otra ocasión, no hace mucho tiempo, me encontraba con mi esposa Margarita, presentándole a un párroco la revista Fe Mayor y motivándolo a que se animara a apostar por la música católica como un medio efectivo de evangelización que podría utilizar con su feligresía. Lamentablemente, este querido sacerdote nos salió con la siguiente frase: “A mí no me digan nada de música católica porque todos los cantantes católicos no tienen unción; los únicos que tienen unción son los evangélicos, ¡oh sí! ¡especialmente “fulanito” que tiene unos cantos muy ungidos, no como los cantantes católicos que son tan insípidos!”. ¡Qué tristeza! que lamentable comentario. ¿En quién estamos poniendo nuestra mirada? ¿En las lindas canciones, en los carismas personales, en los estilos particulares ó en Dios que es el Señor que da los carismas y que inspira nuestros cantos? ¡Mucho cuidado con esto!
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3.3. Simonía: el peligro de pretender “negociar” la unción. A propósito de los abusos que podemos llegar a cometer por mal entender el tema de la unción, me detengo un momento en uno que creo yo, hoy en día se está haciendo muy común, lamentablemente, entre algunos que nos llamamos “evangelizadores”; este abuso es el que la Iglesia llama: “Simonía”. Pero, ¿de qué se trata? El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2118, al referirse al pecado de “Irreligión”, el cual consiste en la acción de tomar actitudes irreverentes frente a las cosas santas, señala tres acciones que caben dentro de este tipo de “irreverencia”: La acción de “tentar a Dios con palabras o con obras”, el “sacrilegio” y la “simonía”. La que nos compete en este punto, la “simonía”, el mismo Catecismo la describe como “la compra o venta de cosas espirituales” (CatIC 2121) ó como lo define el vocabulario del Derecho Canónico: “Trueque de un bien espiritual, por un bien temporal”. Ahora bien, ¿por qué se le llama Simonía? Esto es porque dicha palabra hace referencia a un personaje que aparece en el libro de los Hechos de los apóstoles, en el capítulo 8: “Simón el mago”. Su historia, bastante peculiar, y de la cual quiero resaltar algunas cosas que luego comentaré, es la siguiente: “… Desde hacía un tiempo, vivía en esa ciudad un hombre llamado Simón, el cual con sus artes mágicas tenía deslumbrados a los samaritanos y pretendía ser un gran personaje. Todos, desde el más pequeño al más grande, lo seguían y decían: «Este hombre es la fuerza de Dios, esa que es llamada grande». Y lo seguían, porque desde hacía tiempo los tenía seducidos con su magia. Pero cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba la Buena Noticia del Reino de Dios y el nombre de Jesucristo, todos, hombres y mujeres, se hicieron bautizar. Simón también creyó y, una vez bautizado, no se separaba de Felipe. Al ver los signos y los grandes prodigios que se realizaban, él no salía de su asombro. Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. Al ver que por la imposición de las manos de los apóstoles se confería el Espíritu Santo, Simón les ofreció dinero, diciéndoles: «les ruego que me den ese poder a mí también, para que aquel a quien yo imponga las manos 47
reciba el Espíritu Santo». Pedro le contestó: «maldito sea tu dinero y tú mismo, porque has creído que el don de Dios se compra con dinero. Tú no tendrás ninguna participación en ese poder, porque tu corazón no es recto a los ojos de Dios. Arrepiéntete de tu maldad y ora al Señor: quizá Él te perdone este mal deseo de tu corazón, porque veo que estás sumido en la amargura de la hiel y envuelto en los lazos de la iniquidad». Simón respondió: «rueguen más bien ustedes al Señor, para que no me suceda nada de lo que acabas de decir». (Hch 8, 9 - 24). Si bien, como acabamos de leer, la “Simonía” hace referencia principalmente al peligro de volvernos “mercenarios del evangelio” creyendo que con dinero podemos comprar el don de Dios (lo que en sí da para escribir un libro entero sobre ese tema) quiero hacer notar de manera concreta, ya que estamos refiriéndonos a la unción y a una buena y sana aplicación de la misma en nuestro apostolado por medio de la música, el gran peligro de caer en el error fatal de querer valernos o aprovecharnos de los bienes espirituales para sacar algún tipo de beneficio, no solo económico, sino también pastoral o social; y con el cual produzcamos para nuestro “apostolado” -si es que a estas alturas así podemos llamarlo-, algún tipo de status o fama pastoral dentro de la Iglesia. ¡Qué lamentable! El día en que empiecen a referirse a nosotros como los cantantes “sanadores” o los predicadores “milagreros” ¡tendremos que empezar a preocuparnos! ya que uno solo es el que sana, uno solo es el que obra milagros: ¡Jesús, Nombre sobre todo nombre! Y nosotros solo somos sus servidores… ¡inútiles sin su gracia!. “…Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, lo hicimos.” (Lc 17,10). El gran problema de Simón el mago, según mi apreciación, no era solamente el querer comprar un bien espiritual con bienes materiales (en este caso dinero) sino principalmente ¡Las intenciones que habían en su corazón!; bien decía Jesús que “donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”. (cf. Mt 6, 21). Los tesoros que poseían y cegaban el corazón de Simón eran sus deseos egoístas y mezquinos no solo de mantener su fama, sino de acrecentarla con gracias mayores (la unción de Dios manifestada en Felipe, Pedro y Juan en este caso) que a su juicio eran más “atractivas y novedosas” que sus artes mágicas con las que tenía deslumbrado a los samaritanos. ¡Imagínense lo que debe haber pensado Simón al ver que por la imposición de manos de los apóstoles se confería el Espíritu Santo! seguramente debe haber creído que si este nuevo poder que estaba contemplando, -evidentemente más grande que su magia- lo 48
obtenía para sí, su fama se acrecentaría aun más, así como también su alcancía, su status social y tantas otras vanidades más. Por eso, absurdamente les ofrece dinero a los apóstoles con el propósito de que éstos le “vendan la unción de Dios” y así también él pueda dar el Espíritu Santo a otros… ¡Su ambición por llegar a ser un “gran personaje” lo llevó a querer comprar al mismísimo Espíritu Santo y a valerse de Él para conseguir sus mezquinas intenciones! Ahora, ¿sucederá esto en nuestros días? Analicémoslo un momento: Cuando en la propaganda que usamos para “promover” nuestros eventos evangelizadores ponemos algo así como: “¡Traiga a sus enfermos, noche de sanación y unción!” ó “Asiste al gran concierto de sanación y liberación, con la participación de fulanito de tal, reconocido cantautor y predicador que sana con sus canciones…” ¿no estaremos cometiendo pecado de “Simonía” al querer vender a la gente una imagen de un Dios milagrero, rebajándolo al nivel de un chamán o una bruja de pueblo? Y si Jesús, en su infinita sabiduría y bondad, en ese momento quisiera que los enfermos que se encuentran congregados acepten su enfermedad como una forma de acompañarlo en la cruz y aceptar el sufrimiento como un camino de santidad para sus vidas ¿lo condicionaremos a nuestros mezquinos intereses? O cuando lo único que resaltamos de nuestra misión son las cosas espectaculares que hacemos, las mega giras que realizamos, el canto tan poderosamente “ungido” que interpretamos o compusimos, las muchas personas que se sanaron por el poder de nuestra predicación y nuestra música, etc. haciendo gala de nuestros “logros pastorales” con el único afán de acrecentar nuestros grupos de fans en nuestras redes sociales y por consiguiente nuestra siempre bien ponderada “agenda pastoral”. ¿No estaremos cometiendo pecado de simonía al andar ofreciendo en mercancía los dones y gracias con los que Dios nos ha bendecido y que generosamente nos ha confiado para administrarlos en beneficio de su pueblo? A todos estos cuestionamientos, y a tantos otros más que podríamos exponer aquí, les respondo con un rotundo ¡claro que sí, eso es Simonía!. Y lamentablemente, en nuestra música católica se nos está haciendo una triste costumbre. Alguno de ustedes podría confrontar este planteamiento que expongo con el siguiente cuestionamiento: si Jesús se pasó gran parte de su vida pública sanando a los muchos enfermos que se cruzaban en su camino, o si los prodigios y milagros son signos y señales que acompañarán a los que son enviados por Él ¿cuál es el problema con que promovamos la sanación en nuestro trabajo pastoral, o motivemos a los enfermos a venir a nuestras celebraciones y eventos, llámense Eucaristía, conciertos, congresos, etc., o 49
compartamos las bendiciones que Dios ha realizado por medio de nuestro ministerio? Pues el problema no es la sanación en sí, ni los prodigios, ni señales milagrosas ni las bendiciones que ciertamente Dios puede realizar cuando quiera, donde quiera, en quien quiera y a través de quien Él quiera, ¡No! el problema es el que nosotros queramos “apropiarnos de estos bienes espirituales” pretendiendo mezquinamente hacer un “trueque” entre la “unción de Dios” y nuestros intereses egoístas y particulares… ¡ese es el problema, ése es el peligro! ¡echamos en saco roto las bendiciones de Dios cuando nos apropiamos de los apostolados y carismas que Él, en su infinita misericordia nos confió, y ahí nos terminamos convirtiendo en otro Simón el mago! Se me viene a la mente, a propósito de todo esto que aquí estoy exponiendo, una de las experiencias más tristes que recuerdo haber vivido en mis años de misión por medio de la música, experiencia que aunada a otras tantas más que por falta de espacio me es imposible compartir, me abrieron los ojos y el corazón a este pecado de “Simonía” que sutilmente disfrazamos de aparentes buenas intenciones. Sucedió en un congreso, durante la Hora Santa, donde a mí me habían pedido que acompañara con la música, mientras el hermanito invitado la dirigía… este hermanito tenía fama de ser “sanador”, razón por la cual el lugar estaba abarrotado de gente. El asunto fue que casi enseguida de haber sido expuesto mi Señor, éste hermano agarra un pañuelito que tenía bordada una estampita de la Virgen y empieza a decirle a la gente: “¿Ven este pañuelito blanco? Fíjense que fulanita sufría un dolor muy fuerte en su rodilla, yo oré por ella y le impuse este pañuelito con la Virgencita, que a propósito es muy milagrosa y ¿Qué creen? ¡Fulanita se sanó de su rodilla! Así es que mis hermanos, les doy cinco minutos para que vayan a nuestro stand a comprar sus pañuelitos para que ahorita que pase el Santísimo por donde están ustedes, aprovechen y pongan sus pañuelitos en la custodia y éstos queden “ungidos”, para que así, cada vez que usted tenga una dolencia se ponga el pañuelito ungido en la parte donde tenga el dolor y verá como Dios obrará el milagro”. Por supuesto que el millar de personas salieron a comprar su pañuelito, mientras tanto Jesús Eucaristía estaba expuesto… y solo. No les puedo explicar con palabras el dolor, mezclado con indignación, que me recorrió todo el cuerpo y el alma. Lo peor vino después, porque al pañuelito “ungido” le siguió la veladora para ahuyentar las tinieblas, la sal para los exorcismos, las botellitas de agua para bendecirlas y no sé cuantas cosas más… ¡Y todo esto sucedía mientras Jesús Eucaristía estaba expuesto! No me enteré de más cosas, porque a la segunda vendimia en medio de la Hora Santa, me levanté y me bajé del escenario en que estábamos, simplemente no estaba dispuesto a ser testigo ni a cooperar con ese tremendo abuso y afrenta a mi Señor Jesús; lamentablemente 50
al terminar la “Hora Santa”, la gente salió feliz del lugar diciendo: ¡Wow, que unción tiene fulanito! Quiero aclarar que no es mi intención, de ninguna manera difamar a nadie (por lo mismo no doy nombres, ni lugares, ni fechas) solo comparto esta experiencia, porque creo que hoy en día, en la evangelización que se nos ha confiado tanto a sacerdotes, religiosos (as) y laicos, de forma progresiva y lamentablemente cada vez más recurrente y abrumadora, estamos cayendo en abusos que son muy graves, abusos como el que acabo de compartir. Músicos, predicadores, catequistas, etc., tenemos una tremenda responsabilidad frente a la gente, y mucho más frente a Dios, y no puede ser que a base de bonitas terminologías, formas, objetos y canciones que aparentan ser “espirituales”, pero erradas en su fondo, queramos apropiarnos de los bienes espirituales que gratuitamente Dios nos comparte por medio de su Espíritu Santo y terminemos convirtiéndolos en simples fórmulas mágicas para solucionar problemas, de los cuales, a la postre podamos sacar algún beneficio. ¡No, perdón pero No! Cantar (evangelizar, predicar) un canto nuevo y hacerlo con unción, significa que nosotros músicos, predicadores, catequistas, estamos llamados a ser como las tuberías por donde pasa el agua, ¡no somos el agua! simplemente somos los ductos por donde ésta pasa… Por lo tanto, el fruto de la unción de Dios por medio de nuestro apostolado no será otra cosa más que el ver a la gente, a quien hemos evangelizado con nuestra voces, melodías, ritmos, palabras y canciones, salir de ahí saciadas y saturadas del agua viva del Espíritu Santo de Dios, Espíritu que tiene el poder de sanar, de liberar, de restaurar y de hacer todas las cosas nuevas. ¡Eso es ser un músico, un evangelizador ungido! En resumen, la clave de todo no está en las acciones, letras, música, predicaciones, libros, discos, pañuelito, canciones “ungidas”… sino en que las personas sean direccionadas por el Espíritu Santo en todo lo que realicen en su vida diaria, en donde se incluye, entre otras cosas, su quehacer pastoral. Porque ¿De qué sirve que nuestra música sea “ungida” si nuestra vida como padres, como esposos, como hijos, como trabajadores, como sacerdotes, etc. no lo es?
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Capítulo 4: El poder de la palabra “La palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.” (Hb 4,12).
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4.1.
La Palabra
La palabra es el reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos manifestada en nuestra facultad de hablar. Es una “cualidad inteligente” que a nosotros, los seres humanos, se nos ha concedido como un don precioso y único, a tal grado que esta “cualidad”, junto a la capacidad de razonar ¡nos separa de los animales!, por lo tanto es de suma importancia entender y analizar las consecuencias que ésta produce en nosotros y a través de nosotros, ya que un conjunto de palabras pronunciadas por nuestra boca llegan a formar un mensaje que puede impactar en profundidad la vida de la persona que lo recibe. Es indudable el poder que tienen las palabras; con ellas podemos construir, pero también podemos destruir, herir, influenciar, bendecir y maldecir. ¡Es increíble el efecto que producen las palabras que pronunciamos! Lamentablemente, la mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo que decimos y mucho menos de las consecuencias que nuestras palabras pueden llegar a ocasionar. Es reconocido por psicólogos, psiquiatras y muchos profesionales en el rubro que mucho de nuestro carácter y forma de ser y enfrentar el mundo, es una consecuencia de las palabras que nos sentenciaron reiteradamente como “absolutos” en nuestra vida, especialmente durante nuestra infancia. De hecho muchas personas, que desde niño escucharon de parte de sus padres, de sus profesores, de sus hermanos, amigos, compañeros de clases, etc. frases como: “Eres un inútil bueno para nada”, “¿¡por qué eres tan tonto!?”, “ojalá no hubieses nacido”, etc. crecen convencidos de esas palabras y viven heridos y diezmados en su autoestima, al punto de que no llegan nunca a realizarse plenamente en la vida. Por el contrario, otros tantos, que desde niños fueron estimulados con palabras de ánimo y de aliento, con gestos y mensajes positivos y llenos de amor, crecen afectiva, espiritual y mentalmente como personas sanas que llegan a realizarse y a ser plenamente felices. En el ámbito de la música católica en el cual nos desenvolvemos, nosotros que estamos llamados a dar un mensaje positivo, a entregar buenas noticias en un mundo que nos bombardea a diario con palabras que buscan todo lo contrario, debemos asumir con grave responsabilidad la misión que se nos ha confiado en las palabras y en el adorno poderoso de nuestras melodías. No se trata tan solo de cantar, sino de cuidar lo que decimos a la hora de hacerlo.
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4.2.
Un músico de palabra amena
Al respecto, me llama mucho la atención que al joven músico David, entre las cualidades que le atribuyeron a la hora de postularlo para el servicio que requería el rey Saúl, mencionaran la de ser un hombre de palabra amable: “Yo conozco a un hijo de Jesé el de Belén, que sabe tañer el arpa; es valiente, apto para la guerra, de palabra amena…” (1S 16, 18). Como si la palabra de Dios nos quisiera decir aquí, que para enlistarnos en las filas del ejército de los músicos de Dios, una de las cualidades que nos deberían distinguir es que seamos hombres y mujeres que aprecian y cuidan las palabras que salen de su boca, poniendo especial atención en aquellas que construyen, que edifican, que bendicen: “¿No calma el rocío el calor ardiente? Así, una buena palabra puede más que un regalo.” (Eclo 18,16). “Es un placer para el hombre dar una buena respuesta, ¡y qué buena es una palabra oportuna! (Prov 15, 23). “Las palabras amables son un panal de miel, dulce al paladar y saludable para el cuerpo.” (Prov 16, 24). Seguramente de David se decía que era un hombre de palabra amena, porque en su boca siempre había una palabra oportuna, una palabra que construía y que bendecía a quien iba dirigida. Ahora, ¿qué se dirá de nosotros al respecto? Cuando hablamos, ¿para los demás será un “regalo” escucharnos? ¿nuestras palabras les sabrán dulce como un panal de miel? ¿o seremos de ese grupo de personas que cuando llegan a algún lugar, los demás murmuran inmediatamente: “ya llegó este que solo viene a quejarse o a hablar mal de los demás”? porque, como diría el buen Martín Valverde: “Hay gente que no tiene el don de lenguas, pero tiene una lengua que es un don.” Recuerdo que en mi adolescencia, antes de tener mi encuentro personal con Jesús, hubo una época en que me volví un joven muy mal hablado. ¡De veinte palabras que salían de mi boca, diecinueve eran groserías… la otra era el nombre de la persona a la que me dirigía! Era obvio que aquellos que me escuchaban hablar en la calle y luego me veían cantar en el templo (porque ya cantaba en la Iglesia) es más, ¡hasta dirigía el coro!, me salieran con el siguiente reclamo: "¡Escúchenlo nomás… con esa boquita le canta a Dios!". Y aunque ese comentario me enfurecía, ¡no dejaba de ser cierto! (bien se dice que “la verdad no ofende pero incomoda”) ya que no basta con tener buena voz y cantar en misa, ¡el asunto es vivir lo que se canta! y ése no era mi caso, lo que hacía que mi música y el mensaje que ésta contenía fuera totalmente 55
incongruente y por lo tanto infecundo e insípido. Así es que insisto con la pregunta ¿Qué se dirá de nosotros cuando la gente nos escucha hablar? ¿Habrá coherencia entre lo que hablamos y lo que cantamos? Es importante respondernos esta pregunta, ya que nuestras palabras de alguna manera nos definen y nos descubren. Bien decía Jesús que: “…de la abundancia del corazón habla la boca.” (Lc 6, 45) Cantar un “canto nuevo” también implica que de nuestra boca salga una “palabra nueva” y para que esto suceda es importante que revisemos lo que hay de “abundante” en nuestro corazón. En la vocación del profeta Ezequiel (la que puedes leer los capítulos 2 y 3 del libro de Ezequiel) encontramos un buen ejemplo de esto que estamos analizando: "Él me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes delante: come este rollo, y ve a hablar a los israelitas. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel.” (Ez 3,1 – 3) “Comer el rollo” significa alimentarse de la Palabra de Dios hasta saturarse y saciarse de ella, sabiendo que el poder de esta palabra endulza la vida de aquel que se alimenta de ella, dándole un nuevo sabor y sentido a la vida y transformando todas las amarguras internas que se reflejan entre otras cosas, a la hora de hablar y también de cantar. ¡Qué triste es ver en nuestra Iglesia músicos insípidos, que no trasmiten nada positivo a la hora de cantar, músicos tristes, amargados, vacíos, a los que jamás se les ve sonreír o disfrutar la música que ejecutan! ¡Ojo! Un músico que quiere dar buenas noticias, un mensaje de vida eterna en sus canciones, primero que nada tiene que haberlas recibido y fecundado en su propio corazón. Y esto no sucederá hasta que nos acerquemos a aquél que es la Palabra hecha carne: ¡Jesús!. Sin Él nuestras canciones simplemente serían letra y melodía muerta. El Papa Pablo VI, en la Constitución Dogmática "Dei Verbum", lo expresaba de esta manera: “el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo". Está claro que nadie puede dar lo que no tiene o en este caso, hablar de lo que no conoce… “Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con 56
asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior" (DV 25). Con razón Pedro, después de compartir tanto tiempo con Jesús, poder mirarlo cara a cara, escuchar directamente de él su palabra de vida, termina declarando de forma tan bella: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». (Jn 6, 68 - 69). Querido amigo músico, es importantísimo que tú y yo entendamos que así como la palabra en sí misma tiene poder, la Palabra de Dios lo tiene mucho más. Acércate a ella, aliméntate de ella, escudríñala, conócela, estúdiala, compártela y por sobre todo vívela. Verás como dará frutos de abundancia en tu vida y en la de aquellos que la reciben por medio de tu música, ya que la Palabra de Dios nunca vuelve vacía a Él sin antes haber cumplido la misión por la cual Dios mismo la puso en tus labios y en tus canciones, y es ahí donde radica el poder de la Palabra de Dios: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.” (Is 55, 10 - 11).
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4.3.
Artistas: Asociados a la Palabra creadora
En el evangelio según San Juan leemos: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (Jn 1, 1 – 4). Quizás para nosotros músicos, uno de los textos bíblicos más significativos respecto al tema de la “palabra” es éste, ya que aquí de manera concreta descubrimos una de las cualidades de la Palabra de Dios que más se asocian a nuestro ser artista: la palabra de Dios CREA. ¿Dije artista? Si, y antes de continuar permítanme un momento y analicemos juntos esto que para algunos es un dilema. A muchos músicos católicos NO les gusta que se les llame “Artista”, porque lamentablemente la palabra está asociada a cualidades no muy propias de quien se supone a la vez se dice misionero, cristiano ó evangelizador. Cuando uno piensa en un artista, lo primero que se imagina del mismo es: alguien egocéntrico, vividor, mujeriego, excéntrico, amante de la noche y del dinero, vicioso, que siempre anda inmiscuido en escándalos, etc. (La lista la podríamos seguir nutriendo de seguro) Entonces, por lógica concluimos que todos los que se definen como “artistas” son así (lo que sería una aseveración demasiado injusta) y que por ende, nosotros los músicos católicos no lo somos de ningún modo. Sin embargo, si decimos que un zapatero lo es porque hace zapatos, entonces un artista lo es porque hace arte, y si la música es un arte, lógicamente tenemos que concluir que los músicos sí somos artistas. ¡No como nos lo pinta el mundo, claro está! Pero si lo somos, que no le quepa duda. De hecho, el Papa Juan Pablo II escribió una maravillosa carta dirigida a LOS ARTISTAS, entre los cuales se nos incluye a nosotros los músicos. Si nuestra Iglesia considerara que no somos artistas, seguramente dicha carta no nos hubiese incluido ó habría sido dirigida a los “Ministros de la música” o “salmistas”, como a algunos colegas les gusta llamarnos. (A mí en lo personal ninguno de esos dos términos me parece que nos definen realmente). Pero como la voz del Papa es voz del magisterio de la Iglesia y por ende voz de Dios, concluyamos y aceptemos sin miedo que los músicos católicos somos artistas en todo el sentido de la palabra. Ahora bien, volvamos a la Palabra de Dios como palabra creadora y a la sociedad que Dios quiere hacer con nosotros, sus artistas, en su dinámica creativa. Me apoyaré en la carta a la cual hago referencia para argumentar este 58
punto. Este bello texto comienza con el siguiente párrafo: “Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales constructores de belleza, puede intuir algo del pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros.” ¡Qué maravilloso! Dios ha querido asociarse con nosotros… ahora, ¿de qué modo nos hace partícipes de su obra creadora? En el libro del Génesis, en el capítulo uno leemos: “Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla.” (Gn 1, 26 – 28) Del caos y del vacío, Dios con el poder de su palabra crea todas las cosas que existen, siendo el hombre y la mujer su mayor creación. Al ser humano Dios le confía el cuidado de todo lo que ha creado. Cuando bendice al varón y a la mujer les dice: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla”, de este modo Dios le concede al hombre y a la mujer el maravilloso privilegio de ser “artífices de su propia vida”. ¡Ahí reside la sociedad que Dios hace con el hombre y a la vez esa se convierte en la vocación primera de todo artista! “No todos están llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra.” (Juan Pablo II – Carta a los artistas Nº 2) ¡Wow! ¡Hacer de nuestra vida una obra de arte, una obra maestra! Ahí está la conexión, Dios Crea, y nosotros, cuan artífices, participamos de su creación haciendo de nuestra vida y de todas las cosas que se nos confían una obra de arte. ¡Qué lindo, qué privilegio! Veamos ahora, según la misma carta que estamos reflexionando, la diferencia que existe entre ser CREADOR y ser ARTÍFICE: “¿Cuál es la diferencia entre « creador » y « artífice »? El que crea 59
da el ser mismo, saca alguna cosa de la nada —"ex nihilo sui et subiecti", se dice en latín— y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo del Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado. Este modo de actuar es propio del hombre en cuanto imagen de Dios.” (Juan Pablo II – Carta a los artistas Nº 1) Es interesante esta reflexión y esta distinción, a modo de poner las cosas en su lugar. Dios por medio de su palabra crea; tú y yo damos forma a esa palabra de Dios creadora, concretamente en el arte que desarrollamos. En cuanto a la Palabra de Dios es importante entender que ésta ya fue revelada, Jesús en la plenitud de los tiempos vino a completar y develar toda la Verdad, por lo tanto ¡No hay nada que tú y yo podamos añadir a esta Verdad! Solo podemos darle belleza en las formas musicales que podemos ejecutar.
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4.4.
Un fruto de la palabra creadora: Nuestras canciones
En más de alguna ocasión, ya sea en directo o a través de correos, se me han acercado colegas músicos para decirme lo siguiente: “Hermano Marco, EL SEÑOR ME REGALÓ ESTA CANCIÓN, yo quisiera que usted la revisara y me diera su opinión”. Por supuesto que en la medida que mis tiempos y obligaciones me lo permiten, accedo con mucho gusto a hacerlo, porque la mayoría de las veces me encuentro con verdaderas “perlas preciosas”, musicalmente hablando, lo que se transforma en una refrescante experiencia; pero también en más de alguna ocasión me encuentro con letras y melodías que me hacen pensar: ¡AY DIOS, QUE FEO COMPONES! Analicemos un ejemplo (ficticio claro está, pero basado en la experiencia de los cantos que me ha tocado revisar): Título: Dios que lindo eres Autor: N.N. Hoy Señor te doy gracias Porque me amas mucho y me diste la vida Por eso te pido Señor que cuides a todos tus hijos que sufren en el mundo Hermano siembra la paz en la tierra. ¡Dios te llama! Perdóname porque he pecado contra ti Y mi alma esta triste porque te desprecio Pero nosotros tus hijos te alabamos porque nos amas tanto y eres bueno con todos ¡Gloria a Dios en las alturas! Entrégale tu vida a Jesús que está tocando a tu puerta El es bueno Dios que lindo eres Coro: ¡Dios que lindo eres! Yo te amo mucho, mucho, mucho Que se acaben las guerras y las miserias Señor Hermano arrepiéntete que Dios te salvará ¡Ven espíritu Santo! Y María nos cubre con su manto Amén Después de leer algo así, una letra con cincuenta mil temas diferentes, lanzado en todas direcciones pero sin un receptor bien definido, con estrofas literariamente desorganizadas, etc. ¿Aún podríamos pensar que dicha 61
canción efectivamente Dios se la “regaló” a nuestro ficticio compositor? Y es que, aunque espiritualmente es bonito decir: “El Señor me la regaló”, es bueno que entendamos, recordando lo que reflexionamos en el punto anterior, que a usted y a mí (que por esencia somos artistas) Dios nos ha invitado a ser “artífices” y protagonistas de su dinámica creadora, lo que en este caso, se manifiesta concretamente a la hora de componer un canto. “El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora.” (Juan Pablo II – Carta a los artistas Nº 1) Es decir, Dios nos inspira, nos insinúa, nos comparte, etc. pero el que compone eres tú, soy yo, ¡somos nosotros los músicos!; porque Dios nos hace partícipes de su obra creadora, y al hacernos partícipes (en la tarea de la composición) se integra todo lo que somos, lo que tenemos, lo que sentimos, lo que creemos y lo que sabemos. Si solo participara Dios en las creaciones de todas las canciones, y nosotros fuéramos simples receptores de las mismas ¿no terminarían sonando todas iguales al estilo y gusto del único que las creó? Pero Dios respeta la parte que nos toca, la parte que a cada uno de nosotros nos corresponde realizar. Es decir, ¡Dios no hace nuestra tarea!. Por lo tanto, desde esta perspectiva cabría mejor decir: “La canción que compuse”, a decir “La canción que Dios me regaló.” Y es que tú y yo tenemos un gusto determinado, una historia auditiva y musical concreta, estilos que preferimos, ritmos y sonidos que son propios de la cultura en la que nos desenvolvemos y que nos son familiares, cantantes de los que gustamos y otros de los que no, temáticas que abrazamos y de las que hablamos o escribimos con mayor frecuencia, formas de decir las cosas y tantas otras cosas más que por supuesto influenciarán nuestra creación. Y si a esto le sumamos los recursos musicales o teológicos que tenemos: formación, práctica, estudios, talento, etc. ó viceversa, si fuéramos carentes de todo aquello, pues naturalmente a la hora de escribir una letra o componer una canción, esto se notará y se plasmará en el resultado final. Por ejemplo, si un guitarrista que además compone y canta, solo conoce y ejecuta el círculo de Sol (Sol Mayor, Mi menor, La menor, Re 7) y nada más; ¿No es obvio que todas las canciones que componga serán con los tonos Sol M, Mi m, La m, Re7… y así sucesivamente?, ¡Por supuesto que sí! y es que nuestra creación siempre estará limitada a los recursos con los que contamos, entre más sepamos, más riqueza tendremos para compartir, por eso es importante formarse en este aspecto también. Lo mismo pasa con las letras; por ejemplo, si un compositor sólo ha leído los salmos y no conoce nada más de las Sagradas Escrituras, seguramente sus 62
letras saldrán siempre de la misma fuente. La bronca es que llegará el día en que no tendrá nada nuevo que decir. Finalmente, aunque toda esta reflexión pareciera resultar bastante obvia, creo que es necesaria y buena hacerla notar, para que de alguna manera asumamos la responsabilidad que tenemos como músicos católicos que decimos ser. Es importantísimo cultivar y explotar nuestras facultades y talentos en pos de hacer cada vez más y mejor música con un mensaje: claro, bien compartido y bien dirigido. Para lograrlo, es imprescindible que a la hora de escribir respondamos estas tres preguntas: ¿Qué quiero decir? En primer lugar, cuando vayas a componer una canción concéntrate en un tema: el amor de Dios, la salvación, la Eucaristía, María, la defensa de la vida, etc. No divagues en muchas temáticas, ¡ve al grano!. Entre más claro sea el mensaje, mayor será la comprensión y la recepción de quienes te están escuchando y por ende, mayor será el impacto y el efecto que causará. ¿Cómo lo quiero decir? Una vez que tengas claro el mensaje que pretendes entregar, será importante definir el estilo literario que usarás. Por ejemplo, si tu tema fuera el amor de Dios ¿Contarás una historia sobre él? ¿Una historia bíblica quizás, un cuento?, ¿Contarás tu testimonio de lo que el amor de Dios hizo en tu vida?, ¿Será una súplica pidiéndole a Dios su amor?, ¿Desarrollarás una fábula o una parábola que ejemplifique lo que es el amor de Dios?, ¿Será una denuncia por la falta de aceptación de los hombres al amor de Dios?, ¿Le harás un poema?, ¿Será una acción de gracias a Dios por su amor inmenso?, ¿Será un canto penitencial pidiéndole a Dios perdón por cerrarle la puerta de tu corazón?, ¿Harás un discurso kerigmático invitando a la gente que se abra al amor de Dios?, etc. ¿A quién se lo voy a decir? Finalmente, ya que has elegido tu tema y la forma de exponerlo, tocará definir la dirección del mismo; en otras palabras, ¿a quién se lo vas a cantar? ¿a Dios, a los hombres, a ti mismo? Y es que uno de los grandes problemas que tienen nuestras canciones es que empezamos cantándoselas a Dios como si estuviésemos haciendo oración, pero a mitad de la misma, empezamos a predicarle a las personas sobre aquello que estamos orando, lo que hace que el canto se vuelva confuso, ya no queda claro si estamos orando o estamos proclamando con el canto. Por ejemplo: Señor te doy gracias porque me amas tanto Hermano dale gracias tú también… Sin embargo, creo que entre mejor dirigido esté el canto, mejor asumido será su mensaje. Si estamos orando, pues que el canto nos ayude a 63
adentrarnos y a profundizar en la oraci贸n; Si estamos evangelizando, que la gente a evangelizar se sienta interpelada y aludida por lo que le estamos diciendo con el canto. En conclusi贸n, un canto con un tema muy concreto, con un estilo literario muy definido y bien direccionado, ser谩 un canto pastoralmente efectivo. No se trata solo de cantar, se trata de dar 隆La buena noticia del reino de Dios!. Que estas palabras contenidas en las canciones que entonamos impacten positiva y poderosamente la vida de las personas que las escuchan o las entonan junto a nosotros.
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4.5.
Cantar la Verdad
Por otro lado, los que hacemos música católica y evangelizamos con ella necesitamos entender que el mensaje que nuestras canciones (independientemente del estilo literario o de la forma de expresar algo) deben contener LA VERDAD, no nuestra verdad a secas, sino la de Jesús, el Verbo encarnado. Por ejemplo, en el ambiente secular donde nadie exige a nadie tomar partido ni de una religión ni de una ideología, el cantautor es dueño de decir lo que quiera y de la forma que lo desee, por el simple hecho de que no existe la exigencia de la congruencia frente a una adhesión en particular, pero en el caso de nosotros, músicos que nos hemos adherido a esta fe Católica, es nuestra responsabilidad hablar a la luz de ésta y no desde nuestra limitada y pobre perspectiva. Es decir, no se trata simplemente de cantar lo que nosotros creemos o pensamos, más bien, debemos cantar la verdad de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia a la que decimos y presumimos pertenecer. Con esto no quiero decir que tengamos que convertirnos en “títeres” o “pericos” que repiten verdades, anulándonos a nosotros mismos y al derecho que cada uno tiene de opinar sobre cualquier tema, más bien, me refiero a que con esa misma libertad que se nos ha dado, tomemos la OPCIÓN de adherirnos a una fe concreta, en este caso, la fe en Jesús custodiada por nuestra Iglesia Católica, y desde esa libre adhesión hablar y cantar a la luz de su Palabra que es la Verdad; y esto sólo podrá ser con la ayuda del Espíritu Santo, quien con su gracia nos asiste en el conocimiento pleno de la Verdad: “Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la Verdad". (DV 5). “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa.” (Jn 16, 13). El adherirnos a esta Verdad anteponiendo la nuestra, nos convertiría en pregoneros de nuestro propio y acomodado evangelio. La bronca con eso, es que esto inmediatamente nos excluye de la vida misionera que deberíamos vivir en comunión con la Iglesia. ¡Mucho cuidado! Satanás, que es el “padre de la mentira”, muchas veces se vale de sutilezas para confundirnos o para que nosotros mismos, “sin querer queriendo”, terminemos distorsionando la verdad y confundiendo a otros. En una ocasión me tocó participar de jurado en un festival católico, 65
donde el tema era el Espíritu Santo. Hubo una canción en particular con una melodía muy linda y pegajosa que a la gente claramente le gustó por sobre el resto de canciones participantes. Por alguna razón no nos habían entregado las letras de las canciones, las que nos llegaron una vez que salimos a deliberar. Claramente dicha canción era la favorita de todos y había muy poco que discutir al respecto. Pero cuando analicé la letra detenidamente me encontré con una sorpresa en el estribillo, el coro decía: “Cúbreme con tu AURA, Santo espíritu…” Inmediatamente hice notar este “detallito” al resto del jurado, por lo que no nos quedó más que excluir la canción de entre las ganadoras, simplemente porque ese estribillo de la “letra” se contradecía teológicamente con nuestra fe ya que el “aura” en parapsicología y también en la corriente atea de la “New Age” es considerada un halo que algunos dicen percibir alrededor de determinados cuerpos, algo así como un campo de energía que supuestamente nos rodea. A mí me tocó la incómoda tarea de hacerle saber al compositor de la canción, que a la vez era el intérprete de la misma, la decisión del jurado y explicarle la razón de la exclusión de su canto. En medio de la conversación con este chico, se me ocurrió preguntarle el por qué había usado esa palabra, a lo que él me respondió inocentemente: ¡Es que me pareció una palabra bonita! ¿Cuántos de nosotros nomás por decir de una manera poética, sentimental o bonita una idea que tenemos, terminamos equivocando o distorsionando el verdadero mensaje de Jesús? ¡Y ojo! que no estoy diciendo que lo hagamos de mala manera o con intenciones maliciosas, muchas veces simplemente lo hacemos por desconocimiento… por eso es importante conocer la Palabra de Dios, escudriñarla, estudiarla y sobre todo vivirla. Al igual que es importante conocer el Magisterio de nuestra Iglesia, los escritos de los santos, etc. Lamentablemente muchos que se autoproclaman evangelizadores, predicadores ó cantantes católicos, agarran un micrófono, se dirigen a miles de personas y hablan con total desconocimiento de la Verdad, porque simplemente creen que con cantar bonito o hablar bonito basta… ¡No mi hermano! Usted y yo tenemos una gran responsabilidad por la que un día se nos pedirán cuentas. Confrontémonos un momento: cuando vamos a incorporar una canción nueva a nuestro repertorio ¿Analizamos la letra?; cuando componemos una canción, antes de cantarla o compartirla ¿Le pedimos a algún sacerdote o a algún laico con la formación necesaria que la revise? Cuando alguien nos presenta una canción nueva ¿Indagamos la fuente?, ¿Quién la compuso, qué quiso decir al componerla, el compositor esta adherido a nuestra misma fe?, ¿O simplemente nos parece linda, “ungida” y la cantamos sin el más mínimo análisis? Sería importante que si no tenemos el “hábito” de analizar las letras que vamos a interpretar o a incorporar a nuestro repertorio pastoral, comencemos a hacerlo desde ahora. 66
Un buen ejemplo que encontramos en la Biblia, para reforzar toda esta idea que estoy exponiendo, es el de Juan el bautista. Especialmente en un episodio que nos narra la palabra de Dios y que a continuación les comparto: “Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?». Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?». Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?». «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor…” (Jn 1, 19 – 23). Cito textualmente a mi amigo Francisco Bermeo, quien en su libro “Conviene que él crezca”, al respecto nos comparte la siguiente reflexión: “El bautista le dice a los embajadores de las autoridades judías: Yo soy la VOZ… Lo que más me “eriza la piel” de esta confesión sobre su persona, es que lleva implícita una declaración de su íntima relación con Jesús, ya que, no olvides que en ese mismo capítulo 1 del evangelio según san Juan, en el verso 14 dice el autor sagrado: “Y la palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.” Si Jesús es la “PALABRA” que viene de Dios y se hace carne poniendo su morada entre nosotros; Y el bautista se presenta a sí mismo como “LA VOZ”, quiere decir que hay una comunión vital absolutamente estrecha entre Juan y el Señor; pero más aun es hermoso que con esa declaración nuestro personaje está diciendo que el contenido, lo que es digno de ser escuchado y “encarnado” es la Palabra, ya que la función de la voz es meramente como vehículo que posibilita la audición del mensaje de salvación que resuena poderosamente a través de él”. (Capítulo VII, página 73) Yo solamente agregaría a esta bella reflexión del buen Pacho, que creo nos deja muy en claro la idea que aquí estamos exponiendo, la siguiente pregunta: Amigo músico, cuando cantas ¿Eres la VOZ que extiende fielmente la verdad de aquél que es la PALABRA? «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres». (Jn 8, 31 - 32).
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4.6.
El problema del sentimentalismo en las letras
La primera vez que compuse una canción, yo tenía apenas 13 años de edad; recién estaba aprendiendo a tocar la guitarra y mi experiencia de fe por supuesto era de infante, espiritualmente hablando. A partir de ahí no paré de componer jamás, solo que en mi primera etapa como compositor hubo un detalle que condicionó totalmente las letras e incluso melodías de mis primeras composiciones: ¡Aún no había tenido mi encuentro personal con Jesús!, por lo tanto mis letras, aunque llenas de sentimientos, distaban mucho de expresar claramente la verdad de la persona de Jesús y su mensaje; más bien mis canciones expresaban lo que era mi realidad concreta de ese entonces: un adolescente en busca de Jesús, pero aun lejos de encontrarlo. A los 15 años de edad, producto de varios acontecimientos difíciles que sucedieron en mi vida (la separación de mis papás principalmente) entré en una depresión que me fue consumiendo la vida durante mucho tiempo. Sin embargo, en medio de esa situación seguía yendo a la Iglesia y seguía componiendo canciones de corte religioso. En fin, lo que quiero hacer notar es que mi verdad, “mi estado absolutamente depresivo y afectivamente carente de amor” se plasmaba y reflejaba totalmente en las canciones que entonces componía (ó descomponía… ¡quién sabe!). Hubo una canción en particular que se transformó en el “compendio de mi depresión”. El título: “Desierto”, ¡je je! Les paso la letra para luego compartirles algunas cosas: DESIERTO Ya no canta el corazón, ya no vive en el amor Solo llora tristemente, pues ha perdido nuevamente La tristeza luego pasa, pero esta vez es diferente. El tiempo me ha marcado, la rabia me ha ganado He tratado inútilmente de sacarme de la mente El dolor de haber pecado, pues en un desierto me he quedado. Quiero recomenzar, ya no quiero verme llorar El dolor, la rabia me hacen gritar Me destruyo cada día más. Quiero no lastimar mi corazón está a punto de estallar Está todo negro a mi alrededor Oh Señor ¡No quiero sufrir más! Si estas por soltar la carcajada ¡Hazlo con toda confianza! Je je je ¡Ay Dios! Lo peor de todo es que esta “cancioncita” estuvo en el “top” de la lista de 69
canciones más solicitadas y preferidas de la comunidad de oración en donde yo canté durante mucho tiempo. Y no dudo que al rato me llegue un correo de algún músico distraído diciéndome: “Hermanito Marco, ¿Me da permiso de grabar esa lindísima canción que nos compartió en su libro? O ¿En qué disco aparece para adquirirlo?” Me he arriesgado a compartirle un pedacito de mis “archivos secretos” porque creo que composiciones de ese tipo nos dejan algunas buenas enseñanzas, ahora que quisiera retomar el tema del “sentimentalismo”, solo que en esta ocasión desde la perspectiva de las letras. Ciertamente, una de las reglas espirituales que desde pequeño aprendí para mi vida y mi relación con Dios es ésta: “Dios prefiere mil veces tus quejas verdaderas, ante que tus alabanzas falsas”. Traigo este comentario a colación, porque quizás más de alguno estará preguntándose: ¿Y qué tiene de malo el que uno componga canciones que reflejen esos sentimientos tristes que a veces nos embargan? ¿Tendremos que guardarnos nuestros sentimientos y ya no expresarlos libremente a la hora de componer? A lo que yo respondería: ¡No tiene nada de malo expresarnos y plasmar en canciones nuestros afectos!, sin embargo, como aquí nos estamos refiriendo al hecho de que como evangelizadores que somos al rato cantamos esas canciones y las compartimos en nuestras comunidades, es sumamente importante que éstas no estén impregnadas de nuestros sentimientos pero divorciadas de la Verdad que supera lo que el “ahorita” nos presenta. ¿Por qué? Por el simple hecho de que nuestras canciones en sus letras tienen que edificar, construir, bendecir, motivarnos a la vida, a la alegría y no a lo contrario… ¿Qué efecto cree usted que la canción que le acabo de compartir producía en la comunidad donde yo cantaba? ¡Por supuesto que después de cantarla daban ganas de pegarse un tiro! Y como a los seres humanos nos gusta a ratos el masoquismo afectivo, este tipo de canciones terminan teniendo un extraño éxito… pero es un éxito afectivo y emocional, no un éxito pastoral ni espiritual. Como compositor que soy creo firmemente que hay canciones, como esta, que sirven para nuestra “intimidad con Dios”. En la intimidad, en lo secreto, donde está el Padre esperándolo, quéjese todo lo que quiera, desahogue su corazón libremente) Pero a la hora de servir a la comunidad es importante que elijamos canciones que realmente sean “buenas noticias”. Insisto en la idea, el problema no son los sentimientos, los afectos ni las emociones, el tema aquí es el excesivo sentimentalismo en nuestras canciones que busca con letras dolientes y verdades a medias manipular la respuesta de la gente que nos escucha. Hay una canción que se cantaba alegremente en muchas 70
comunidades a las que asistía y que de hecho, al día de hoy, de vez en cuanto sigo escuchándola. Dice así: “No puede estar triste el corazón que alaba a Cristo, no puede estar triste el corazón que alaba a Dios…” ¿La conoce? ¡Me imagino que si! A Martín Valverde le escuché el siguiente comentario respecto a este canto: “Con el respeto que me merece el autor de dicha canción, yo creo que SI PUEDE ESTAR TRISTE EL CORAZÓN QUE ALABA A CRISTO…” Personalmente me adhiero de forma absoluta a este pensamiento de Martín. Analícelo conmigo: ¿acaso usted siempre llega a la Iglesia a cantar con una sonrisa de oreja a oreja? Y cuando esto no sucede… ¿deja de cantar?, ¿Condiciona su alabanza a su estado de ánimo? Y es que el sentimentalismo, independientemente de nuestro estado de ánimo, termina dominándonos incluso sobre la poderosa verdad de que Dios es DIGNO DE ALABANZA, llevándonos a tener actitudes reflejadas en frases como: ¡Hoy no me nace cantar!, ¡No tengo ganas de ir a misa! ¡Prefiero quedarme callado porque sería hipócrita alabar a Dios si no lo siento! Nomás por ejemplificar esto, use su imaginación conmigo y piense en este caso absolutamente utópico y absurdo: Dios Padre, sentado en su trono ve con dolor como sus hijos lo rechazan insistentemente… y mirando a su Hijo único le dice: Jesús, los hombres siguen rechazándonos, ¿Por qué no bajas a salvarlos? A lo que Jesús les responde: ¡Ay papá, manda a otro, a mi hoy no me nace salvar a nadie! ¿No es verdad que de solo imaginarnos esto nos suena hasta ofensivo? ¿Por qué? Por el hecho de que usted y yo sabemos que ese escenario es ¡simplemente imposible! ¡Jesús nos amó hasta el extremo y dio su vida por el rescate de todos nosotros! Y no lo hizo porque “sintiera bonito”, al contrario, fue como Cordero al matadero en obediencia al Padre y por AMOR A NOSOTROS. Porque el amor ¡NO ES UN SENTIMIENTO, ES UNA DECISIÓN! El real problema con el sentimentalismo es que limita nuestra respuesta y nuestras acciones a la hora de amar y de servir, así como también condiciona nuestro amor por aquel que, precisamente, nos amó sin condiciones. Por eso uno de los momentos de la vida de Jesús que más admiro, respeto y adoro es el del huerto de los olivos que a continuación me permito compartirles: “Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos. «Quédense aquí, mientras yo voy a orar». Después llevó con Él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no 71
tuviera que pasar por esa hora. Y decía: «Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». (Mc 14, 32 – 36). De este maravilloso texto se pueden sacar un sinfín de enseñanzas, en especial lo referente al tema de la oración; sin embargo yo quiero detenerme en los sentimientos que embargaban a Jesús esa noche: temor, angustia y ¡tristeza de muerte!, y también en las palabras que al respecto pronunció. Jesús, siendo verdadero hombre, no fue inmune a los sentimientos, a las emociones; Como cualquiera de nosotros sentía, se emocionaba, se enojaba (cf Jn 2, 13 -16), se alegraba (cf Lc 10, 21), también lloraba (cf Jn 11, 35), etc. Ahora, Jesús, además de ser verdadero hombre, también era verdadero Dios, por lo tanto ¡sabía perfectamente lo que se le venía encima! y para todos nosotros está muy claro que el panorama no era muy alentador: Sería traicionado, negado y abandonado por sus amigos; condenado injustamente a muerte; recibiría latigazos, escupitajos, burlas, una corona de espinas y cargaría un madero a cuestas; experimentaría soledad, dolor y sería crucificado en la cruz como un delincuente cualquiera hasta encontrar la muerte. ¡Por supuesto que en su humanidad sentía dolor, angustia y tristeza de muerte al pensar en lo que acontecería! Y es por eso que en medio de esa terrible angustia, ora a su Padre pidiéndole que de ser posible apartara de Él ese cáliz, ¡PERO!, y aquí viene lo maravilloso de este asunto, inmediatamente replicó: ¡Que no se haga mi voluntad, sino la tuya! ¡Qué maravilloso, qué tremendo! Jesús no dejó que sus sentimientos dictaran sus acciones; su obediencia y amor estaban intactos; dejó que éstos fluyeran y se manifestaran, pero en ningún caso se quedó estancado en ellos, sino que fue más allá de ellos, se sobrepuso a ellos y los encausó de tal manera que éstos no condicionaran su convicción de finalmente hacer la voluntad del Padre y cumplir el plan de Salvación que a ti y a mí nos ha significado una nueva vida y en abundancia. ¡Bendito sea Jesús! Por eso insisto en esta idea: ¡AMAR A DIOS NO ES UN SENTIMIENTO, ES UNA CONVICCIÓN, ES UNA DECISIÓN! Y así como en los demás ámbitos de nuestra vida, también al hacer música, al escribir canciones e interpretarlas, deberíamos reflejar y vivir esta gran verdad a ejemplo de Jesús. En este momento hago mía la oración de Pablo, quien en su carta a los Filipenses nos exhorta: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. (Fil 2, 5). Una vez que tuve mi encuentro personal con Jesús, todo cambió en mi vida, incluyendo mi forma de componer y hacer música para Dios. (Ya les compartía esto en mi anterior libro). Por supuesto que las letras de mis 72
canciones empezaron a reflejar lo que había en mi corazón: el amor inmenso de Jesús, que poco a poco fue llenando mis vacíos, sanando mis heridas, rompiendo mis cadenas, restaurando lo quebrantado, en fin, un amor que empezó a renovar la faz de toda mi vida. Una de esas canciones que compuse refleja de gran forma todo lo que en esta sección he querido compartir y con la cual quisiera cerrar este capítulo: MI CRISTO Aunque ahora tú no sientas nada, eleva a Cristo tu mirada, Y alábale en este momento, pues Dios es más que un sentimiento. No es de hipócrita alabarle, cuando no siento o no me nace; Pues mi sentir en nada cambia, que Dios sea digno de alabanza y de adoración Mi Cristo, oh mi Cristo La verdadera adoración es cuando a Ti, Señor, rindo mi corazón. Mi Cristo, oh mi Cristo Hazme en mi vida entender que hermoso privilegio es ser tu adorador. (De la Producción: "Digno de alabanza y adoración". 1998)
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Capítulo 5: Entonces, un canto nuevo es… Entonces, ¿qué es un canto nuevo? Ya que hemos estudiado y reflexionado sobre el poder de la música, el de la palabra y el de la unción de Dios; sacando todos los vicios que en cada uno de ellos podemos encontrar y quedándonos solo con lo bueno, con lo que sanamente podemos aplicar a nuestro apostolado, podemos ahora sí, reconocer qué es en realidad el verdadero “canto nuevo” que la Palabra de Dios en reiteradas ocasiones nos invita a cantar.
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5.1. Un canto nuevo es: Un canto de testigos no de intérpretes “Ustedes son mis testigos y mis servidores –oráculo del Señor–: a ustedes los elegí para que entiendan y crean en mí, y para que comprendan que Yo Soy. Antes de mí no fue formado ningún dios ni habrá otro después de mí. Yo, yo solo soy el Señor, y no hay salvador fuera de mí. Yo anuncié, yo salvé, yo predije, y no un dios extraño entre ustedes. Ustedes son mis testigos–oráculo del Señor– y yo soy Dios”. (Is 43, 10 – 12). “Levántate y permanece de pie, porque me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que yo me manifestaré a ti.” (Hch 26, 16). En Santiago de Chile (capital de mi país) tuve el privilegio de estudiar en la escuela de música de la Sociedad Chilena del derecho de autor (SCD) una maravillosa carrera denominada: “Interpretación en canto”, en la cual, entre muchas otras cosas, nos enseñaban la técnica del canto y de la interpretación del mismo. En cuanto a la interpretación en sí, básicamente consistía en seleccionar un repertorio, analizar la letra, aprenderla, conocer el autor, respetar el espíritu de su composición, analizar el contexto en donde desarrollaríamos la interpretación y subirnos al correspondiente escenario a interpretar (valga la redundancia) lo que otro dijo o compuso, pero de tal manera que recreáramos la obra musical que hubiésemos elegido al punto de que el “público” que nos escuchara fuera conmovido y quedara convencido de que aquello que decíamos y expresábamos con la voz, el movimiento corporal y los sentimientos, eran tan reales como si el mismísimo autor lo estuviera cantando. Una buena evaluación de un intérprete, pasaba en gran medida porque éste lograra todo eso arriba de un escenario a la hora de cantar. Sin embargo yo, cada vez que tengo el privilegio de servir a Dios y a mis hermanos cantando o predicando desde el escenario que corresponde a la ocasión, empiezo mi participación diciéndole a la gente lo siguiente: “Aquí delante de usted más que un intérprete de música católica, está un testigo del amor de Dios. No vengo a cantarle o a hablarle de lo que otro me dijo o de aquello que leí en un libro de historia; vengo a hablarle y a cantarle de lo que yo mismo he visto, oído y vivido.” Siento una gran admiración y un profundo respeto por los intérpretes de música, especialmente los que se desenvuelven en el ámbito secular, a muchos de ellos los admiro de forma especial tanto en sus estilos como en sus letras, 75
por la forma que ejecutan su música así como también por la manera de interpretarla. A la vez soy un músico agradecido de la carrera que estudié, de mis profesores y compañeros que tanto le han aportado a mi música y a mi vida; sin embargo yo soy un convencido de que los músicos católicos estamos llamados a dar un paso más allá de la interpretación, es decir, más que llegar a ser buenísimos intérpretes, tú y yo estamos llamados a ser ¡Testigos! Ya sea cantando o ejecutando algún instrumento. Permíteme explicar esta premisa con la siguiente experiencia: En cierta ocasión, viajábamos con mi esposa Margarita y un matrimonio amigo por la carretera que unen las ciudades de Chilpancingo e Iguala, con dirección a la bella ciudad de Taxco, en el Estado de Guerrero, México. Todo el viaje fue tranquilo hasta que de repente, a cien metros delante de nosotros, sucedió un trágico accidente entre un bus, una camioneta y un taxi. Resulta que el taxista quiso rebasar la camioneta sin notar, creo yo, que en la dirección contraria se acercaba el bus; lamentablemente al intentar el rebase el taxi fue prensado entre el bus y la camioneta, la cual literalmente salió volando en medio de algunos giros y cayendo a unos metros al costado de la carretera; por su parte el taxi quedó girando sobre sí mismo hasta que se detuvo totalmente destrozado y el bus además de una llanta ponchada y recibir el golpe del taxi no sufrió daños mayores gracias a Dios (si no la tragedia hubiese sido peor); y de todo esto ¡nosotros fuimos testigos presenciales! de hecho, fuimos el primer vehículo que se detuvo frente al accidente, y con mucho dolor nos tocó ver las consecuencias fatales de dicho accidente… rápidamente llegaron asistencias, así que nosotros viendo que más que ayudar estorbaríamos, luego de un buen rato detenidos en el lugar, seguimos nuestro viaje. Les puedo asegurar que el resto del camino para todos nosotros estuvo acompañado de un silencio sepulcral, mezclado con una sensación de tristeza y muerte muy profunda y amarga, sensación que, al menos a mí, me acompañó durante varios días más. Cuando finalmente pudimos hablar al respecto, nos pusimos a orar un momento por las víctimas de tan trágico accidente, para luego empezar a comentar lo que acabábamos de vivir. Recuerdo que uno de los comentarios fue: “¿Cuántas veces vemos accidentes de este tipo en las noticias de la televisión y se nos hacen tan comunes que ni si quiera nos conmueven? Pero ser testigo de uno en vivo y en directo ¡Es otra cosa! ¡No es lo mismo que te lo cuenten a vivirlo en carne propia!”. Y exactamente así es, no es lo mismo que te llegue la noticia de segunda mano a haberla vivido tú mismo. Tan así es, que aún hoy, muchos años después, al recordar este acontecimiento se me vienen aquellas sensaciones e imágenes de una manera muy clara y vívida. Les comparto esta experiencia, porque aunque es trágica, creo que 76
describe muy bien lo que quiero expresar respecto al hecho de ser testigo de un acontecimiento, ya sea bueno o sea malo. La Real Academia Española describe a un testigo de la siguiente manera: “Persona que da testimonio de algo, o lo atestigua. / Persona que presencia o adquiere directo y verdadero conocimiento de algo.” Y al intérprete lo define como: “Persona que interpreta. / Persona que explica a otras, en lengua que entienden, lo dicho en otra que les es desconocida.” Según esta descripción, podemos notar diferencias contrastantes entre uno y otro. Un testigo habla de lo que ha visto y oído, y al hacerlo involucra todo su ser, sus sentimientos, sus emociones, sus expresiones corporales; todo lo cuenta con lujo de detalles, sabe de lo que está hablando, porque lo ha vivido en carne propia. En cambio, un intérprete, valga la redundancia, solo interpreta lo que otro dijo, lo que otro vivió, o en nuestro caso lo que otro compuso o cantó primero. Volvamos a nuestro ámbito. Por poner un ejemplo, todos hemos conocido o escuchado ministerios de música excelentes, musicalmente hablando: profesionales en todo aspecto, con buen sonido y grandes equipos de audio e instrumentos, buenos intérpretes con lindo color y timbre de voz, con un correcto repertorio, excelentes instrumentistas, etc. Pero cuando uno los escucha cantar, simplemente nos remitimos a decir: “qué lindo cantan, qué lindo tocan...” pero, pareciera que en el corazón no sucede nada en especial, algo así como si la música rebotara y no tuviese ninguna trascendencia en uno. Por otro lado, hemos conocido o escuchado ministerios, coros o solistas, que quizás no cuentan con el talento y el profesionalismo de los anteriores, pero que al cantar transmiten a Dios de tal manera, que uno no puede quedar indiferente. ¡Al contrario! Se nos mueve el corazón y el espíritu; y muchas veces, por no decir siempre, traen a nosotros y a la comunidad mucha bendición. ¡Imagínese ahora si de ambos casos rescatáramos lo bueno: profesionalismo y espiritualidad, ¡sería algo aún mas tremendo! Y es que al que es testigo, viviendo lo que canta ¡SE LE NOTA! ¡Qué maravillosa experiencia es escuchar y contemplar cantantes o ministerios de música que viven lo que cantan y que al hacerlo, ejecutan su música con calidad! (Hablaremos más a detalle de esto en los siguientes puntos). ¿Qué transmitiremos nosotros a la hora de cantar o ejecutar nuestro instrumento? ¿Qué efectos producirá nuestra música en la gente que nos escucha y nos ve ejecutarla? ¿Seremos solo buenos intérpretes o se nos reconocerá como testigos con poder y autoridad? Qué lindo sería que de nosotros se dijera como lo que un día se dijo de Juan: “Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. 77
Él no era la luz, sino el testigo de la luz.” (Jn 1, 6 – 8). Y es que no es lo mismo hablar, informar o dar un discurso sobre el amor de Dios, a dar testimonio de lo que ha hecho Dios con su amor en tu vida. No es lo mismo cantar sobre la misericordia de Dios como un conocimiento general que adquirimos en la catequesis, a cantar desde la experiencia de alguien que se sabe perdonado, rescatado y restaurado por la misericordia de Dios. Sería maravilloso que le gente al vernos “aparecer en escena”, de la misma forma que apareció Juan Bautista en la escena de la salvación, dijera de nosotros: “Ahí viene un músico que no se cree la luz, pero que sí se sabe testigo de la luz; un músico que vive dando testimonio con su música, sus palabras y sus acciones, del amor de aquel que lo condujo de las tinieblas en las que vivía esclavizado, hacia su luz admirable.” ¡Solo el que es testigo entona con su corazón un canto nuevo! Quiero compartirte, para cerrar este punto, un bello episodio de las escrituras: El tremendo momento en que Dios libera a Israel de la esclavitud de Egipto hundiendo al ejército del faraón en el mar rojo. Episodio que de alguna manera resume todo lo que he querido compartir en este punto, especialmente por tan maravilloso canto que elevaron de manera espontánea aquellos que fueron testigos presenciales de tan fantástico hecho, y por la reacción al mismo. Te comparto algunos extractos del texto que nos narra el libro del Éxodo en los capítulos 14 y 15 (que luego puedes revisar completos en tu Biblia) a manera de que tú y yo podamos descubrir y contemplar cómo es que se le canta un canto nuevo a Dios desde la experiencia de un verdadero testigo de su amor y su poder: “…Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en Él y en Moisés… Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor: “Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él hundió en el mar los caballos y los carros. El Señor es mi fuerza y mi protección, Él me salvó. Él es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza. El Señor es un guerrero, su nombre es ‘Señor’. Él arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo… ¿Quién es como tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién, como tú, es admirable entre los santos, terrible por tus hazañas, autor de maravillas? Extendiste tu mano y los tragó la tierra. Guías con tu fidelidad al pueblo que has rescatado y lo conduces con tu poder hacia tu santa morada… Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. ¡El Señor reina 78
eternamente!”. …Entonces Miriam, la profetisa, que era hermana de Aarón, tomó en sus manos un tamboril, y todas las mujeres iban detrás de ella, con tamboriles y formando coros de baile. Y Miriam repetía: “Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria: Él hundió en el mar los caballos y los carros”. (Ex 14, 30, al 15, 21)
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5.2.
Un canto nuevo es: Un canto de enamorados
“Si queremos dar gloria a Dios, necesitamos ser nosotros mismos los que cantamos, no sea que nuestra vida tenga que atestiguar contra nuestra lengua. Sólo se puede cantar a Dios con el corazón cuando nos hemos rendido a Él, esto es, que hemos aceptado su plan de salvación y buscamos su voluntad, tomando en serio su palabra, cuando lo amamos. Bien se dice que el cantar es propio del que ama; pues la voz del que canta no ha de ser otra que el fervor del amor.” (San Agustín) Muchas veces he escuchado las siguientes afirmaciones: "¡No importa como cantes, total es para honra y gloria de Dios!" ó "¡Qué importa si no cantas bien mientras lo hagas de corazón, pues a Dios eso es lo que le importa!". ¿Será cierto esto? ¿Realmente a Dios le importará más nuestro corazón que nuestra música? ¡Por supuesto que sí! Porque es claro que Dios está enamorado de ti, no de tus canciones ni de tu música; ¡PERO! Creo que hay un error de fondo en la afirmación, mucho más si ésta va dirigida a un músico que se dedica a servir a Dios. Analicémoslo un momento: Te pregunto: "¿Recuerdas tu primer amor?" O mejor aún, "¿Alguna vez te has enamorado?" Quizás tu respuesta sea algo así: "¡Sí, pero nunca más!" o "¡Sí, pero no me lo recuerdes por favor!" Otros quizás arranquen un suspiro acompañado con un largo ¡siiiii….!, y no faltará el que diga: "¡No, y no pienso hacerlo jamás!" Y es que pensar en este tema inevitablemente nos lleva a recordar, entre tantos otros recuerdos, ciertos acontecimientos o situaciones simpáticas que vivimos al respecto y de las que llegamos a avergonzarnos o reírnos. ¿Quién no ha llegado a exclamar más de alguna vez, recordando sus muchas anécdotas al respecto, frases como: “cómo pude hacer eso, cómo fui tan bruto? ¿ó me equivoco? ¿No recuerdas las cosas tan extravagantes que has hecho especialmente la primera vez que te flechó Cupido? ¡Al menos yo sí! Te comparto una de ellas: A la edad de 15 años, yo participaba en el coro de mi capilla, en ese tiempo me gustaba mucho una chica que asistía a la catequesis, la verdad es que ¡me traía en las nubes! (¡Que no se entere mi señora esposa por favor!). El problema es que ella estudiaba durante la mañana y yo lo hacía por las tardes, así que era imposible que entre semana nos viéramos, haciendo de mi fin de semana parroquial algo muy anhelado. El asunto es que llegó un momento en que con verla en misa no me era suficiente. La bronca es que como yo era pésimo para las relaciones, aunado a la tremenda timidez que me caracterizaba, 80
por supuesto que el asunto no iba a ningún lado. ¡Hasta que se me ocurrió una ingeniosísima idea! Resulta que mi casa estaba en la esquina de la calle por donde pasaba el bus de las 7 de la mañana que esta chica tenía que tomar todos los días para ir a la escuela, así que yo, empecé a llevar a cabo mi inteligentísimo plan: todos los días, me despertaba diez minutos antes de las siete y me asomaba por la ventana esperando que apareciera la susodicha… necesariamente ella tenía que pasar por fuera de mi casa y esperar su bus, así que cuando esto acontecía y la veía, mis ojitos brillaban contemplándola mientras mi baba corría libre y raudamente por mi boca abierta… finalmente ella se subía al bus y desaparecía en el horizonte sin enterarse de nada (¡Gracias a Dios!) y yo por mi parte, cerraba la cortina de mi ventana, me limpiaba la baba y me volvía a dormir. Je je, je. ¡Y créame que esto se volvió un ritual diario que duró no sé cuánto tiempo! ¿Qué resultado tuvo mi fabuloso plan? Pues resultó que yo fui el único que se enteró de lo que sucedía cada mañana, fuera de eso, al menos con esta chica obviamente no pasó nada de nada. Años después, recordando este asunto me preguntaba a mi mismo: ¿Cómo hice eso, cómo fui tan bruto? (¡No te rías tanto de mí! que seguro tendrás algo parecido que contar… ¿o no?). ¿Por qué hacemos cosas como estas e incluso peores? Sencillo: ¡Porque cuando uno se enamora, lo único que quiere es agradar a la persona que ama! ¡Lo único que desea y le importa es estar con la persona amada! Al menos yo, sobre esto recuerdo que con solo verla a diario, aunque fuese un ratito, me era suficiente. Si eres de la generación del teléfono (cuando aún no existía el bendito internet), nomás recuerda las fabulosas y terroríficas cuentas que nos llegaban de manera puntual cada fin de mes (terroríficas para nuestros padres claro está) producto de las largas y aparentemente poco productivas conversaciones de los dos tórtolos. Conversaciones que podían durar horas, de las cuales, el mayor tiempo, éstos se la pasaban con charlas tan profundas como la siguiente: Tórtola: "¡Corta tú!" Tórtolo: "¡No, mejor corta tú!" Tórtola: "¡Ay no, tú primero!" Tórtolo: "¡No mi vida tu mejor, las damas primero!" Tórtola: "¡Bueno ya, cortemos los dos al mismo tiempo!" Tórtolo: "¡Ok! A la cuenta de tres… uno… dos… ¡Tres!" (Silencio de menos de 5 segundos) Tórtola: "¡No cortaste!", Tórtolo: "¡Tú tampoco!" Y así se la podían llevar por los siglos de los siglos. Pero, ¡qué importaba! Lo importante era estar con la persona amada, aunque no se dijeran nada, sabían que a la vez se decían mucho. Quizás estés pensando que me he desviado totalmente del tema que nos compete, pero ¡No señor! y ya que estamos queriendo resolver lo que verdaderamente implica el que a Dios le importe más tu corazón que tu música, 81
y por ende que tú cantes con aquello que Dios le importa, saqué a colación el ejemplo, porque hoy por hoy se me hace muy común, entre los músicos católicos que presumen de estar enamorados de Dios, verles actitudes y escucharles frases tales como: "¡Otra vez tengo que ir a misa!", "¡Otra vez hay que ir a cantar!" "¡Qué importa si llego más tarde al ensayo!", "¡Mejor no ensayemos, no vaya a ser que encasillemos al Espíritu Santo!", "¡Cantemos como salga, total y el Espíritu sopla!", "¿Orar antes de cantar, para qué?", etc. O cuando en medio de la Eucaristía estamos más al pendiente de qué canción viene y en qué tono; o nos salimos en medio de la homilía para afinar la guitarra, o peor aún, como durante la homilía no nos toca cantar ¡para qué nos quedamos ¿no?! ¡¿Cuántos músicos ni siquiera comulgan por estar más al pendiente de su música que de lo que se está viviendo en el altar?! Podría seguir con este recuento… la lista es larga. Músicos así, al menos a mí, me hacen dudar absolutamente de su verdadero amor a Dios. Aunque ¡en ningún caso es una sentencia!, más cuando tú y yo sabemos que nuestro amor, o nuestra capacidad de amar resulta tan limitada, (¡me apunto de los primeros!) pero sí es una llamada de atención que al menos nos debería dar en qué pensar. ¿Por qué a Dios le importa más tu corazón? ¡Porque es en el corazón donde Él quiere desarrollar una relación de enamorado contigo! Relación de amor que debería manifestarse en las actitudes externas que tenemos hacia aquél que decimos amar. ¡Atención querido músico! en el corazón de un músico enamorado de Dios, siempre va a haber ese deseo apasionado de darle a Él lo mejor. A un músico enamorado de Dios, se le notará ese amor en las acciones y en las actitudes mediante las cuales ofrece su vida en todo lo que se le confía movido por un amor recíproco por aquel que lo amó hasta el extremo de dar su propia vida. En pocas palabras, un músico sabe que su vida dedicada al servicio y dando lo mejor de sí será su mejor canción, ¡su mejor serenata de amor entonada a Dios día con día!. Por eso san Agustín decía: "¡Cantar es propio del que ama!" Por lo tanto, que nos quede bien claro que ¡Cantar un canto nuevo es exclusivo de enamorados!
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5.3.
Un canto nuevo es: Un canto de excelencia
“Cantadle un cántico nuevo, tocad con arte al aclamarlo” (Sal 33,3). El punto anterior me lleva necesariamente a este otro: si el canto nuevo es propio de los enamorados y un enamorado desea lo mejor para el ser amado, entonces un canto será nuevo en cuanto se ejecute con excelencia. Es decir, precisamente porque amo a Dios, porque sé que a Él le importa más mi corazón, es que practicaré, ensayaré, me formaré, llegaré a la hora, comulgaré, etc. De esta manera se canta y se sirve a Dios de corazón. Decir que cantamos con el corazón haciéndolo mal ó como nos salga, sin la más mínima preparación ni ensayo, siendo impuntuales o incumplidos con los compromisos que asumimos, es decir, haciendo las cosas de una forma mediocre, es evidentemente una penosa incongruencia, un lamentable contraste, o si lo quiere en términos musicales, una incómoda disonancia. La primera característica que se nombra de David en el capítulo 16 del primer libro de Samuel, (al que anteriormente nos hemos referido) nos argumenta, precisamente, lo que aquí estamos comentando. El versículo 18 dice así: “Yo conozco a un hijo de Jesé el de Belén, que sabe tañer el arpa…” Es interesante ver que la primera característica que los servidores del rey Saúl le reconocen al joven David es que sabe hacer muy bien su tarea como músico, por lo tanto conoce su instrumento y lo sabe ejecutar. Otro episodio de la Biblia que nos reafirma esta virtud de David y de manera sutil y astuta nos muestra algo de su corazón, el cual siempre andaba en búsqueda de la excelencia en cuanto a las cosas de Dios se refiere, acontece en varios pasajes del primer libro de Crónicas, donde se nos cuenta que David, ya siendo Rey, organiza a los Levitas para todo el servicio referente al culto, entre ellos se encontraban los músicos y los cantores, a quienes David organizó de forma especial y de una manera minuciosa (los levitas son hijos de Leví que eran una de las doce tribus de Israel la cual había sido consagrada de forma exclusiva para el culto a Dios). Mucho podríamos decir de todo este maravilloso primer libro de Crónicas ya que son variados y riquísimos los pasajes que encontramos en él referidos a la música, al menos en este punto quiero resaltar dos versículos en especial: “Quenanías, jefes de los levitas portadores del Arca y muy experto, actuaba de maestro de ceremonia.” (1Cr. 15, 22). 83
“Los cantores, todos hábiles y expertos en el arte de cantar...” (1Cr. 25, 7). ¡Todos hábiles y expertos! Es decir, que en este gran ministerio de música que David había organizado para el culto a Dios, ¡Solo tenían cabida los mejores, ya que David entendía perfectamente que para Dios tenía que ser lo mejor! ¡Wow! ¡Qué tremendo desafío para nosotros, músicos católicos de hoy! Es mi deseo y mi sueño llegar a ver algún día a los músicos de otras latitudes volteando hacia nuestra esquina y declarando con respeto y admiración: "¡Los músicos de la Iglesia Católica son todos hábiles y expertos!" ¡Qué maravilloso sería que nosotros los que le cantamos al Rey de reyes y Señor de señores marcáramos la diferencia, creáramos tendencias y fuéramos los modelos a seguir del resto de los músicos!. Por supuesto que eso se puede llegar a dar; y aunque el camino se vea cuesta arriba, necesitamos trabajar en esa dirección. Aquí, mi querido amigo músico, es donde me tengo que detener un momento, ya que tengo la certeza absoluta de que ahora mismo puedes estar sufriendo al menos dos reacciones pensando algunas de estas cosas: Primero: “¡Ay no, si así está este rollo, pues ahora mismo cuelgo la guitarra, porque yo apenas conozco el La, el Re y el Mi; con esfuerzo estoy aprendiéndome el Fa, que además me suena horrible! Si este asunto es para músicos con excelencia, de plano me descalifico solito”. Un cantante quizás me lo expresaría así: “¡No pues, esto no es para mí; Si yo jamás he tomado clases de canto, ni tampoco tengo como hacerlo! Además soy de aquellos que cantan bien pero se les escucha mal, de hecho ¡Ni en la regadera canto, porque cuando lo hago, hasta el agua se va!” Segundo: “¡Qué bueno hermanito Marco que esté diciendo estas cosas! porque yo llevo mucho tiempo diciéndole al padrecito que me compre el equipo de sonido de última generación, o al menos el micrófono shure sm58 y la guitarra Takamine último modelo. Porque usted sabe, ¿No? ¡Para Dios tiene que ser lo mejor! Así que ya es tiempo de que tengamos lo mejor en sonido y en instrumentos, ¡Si somos hijos de Rey! ¿No nos merecemos lo mejor acaso? Es más, como usted me está confirmando que para Dios debe ser lo mejor, corro ahora mismo donde mi párroco a decirle que, o me renueva el equipo, o no canto más en su parroquia.” ¿Andaré lejos de la realidad? ¿Me estoy viendo muy exagerado con estos pensamientos anteriores? Pues déjame decirte que después de 27 años cantando en la Iglesia, y después de haber conocido a tantos músicos con sus tan variadas realidades, no creo estar tan lejos de lo que estoy aseverando. ¡Si yo mismo me he visto en ambas situaciones! Y en innumerables ocasiones he escuchado estas demandas, por increíbles que parezcan. 84
Siempre se ha dicho que los extremos no son nada buenos, lo que en este caso aplica perfectamente, ya que, salvando ambas ideas, lo que yo estoy tratando de decirte queridísimo colega, es que ciertamente Dios se merece lo mejor, ¡pero LO MEJOR DE TI!. Es decir, usted mi querido amigo guitarrista, que a pena se la puede con los acordes de La, de Re y de Mi, esmérese porque al momento de tocarlos le suenen perfectamente bien, y a la vez, ocúpese de aprenderse los acordes de Do, Sol, Si y Fa. (¡Sí mi amigo! lamentablemente el Fa también) ¡Ensaye, estudie, fórmese, practique! De la misma forma colega cantante, búsquese alguien que le dé clases de canto, aprenda técnicas, vocalice antes de cantar, ¡cuide su voz!. Haciendo esto, usted le estará dando a Dios lo mejor de usted mismo. Es en este sentido que asevero con firmeza que en nuestra música católica no hay cabida para mediocres. ¿Y qué decirte a ti, amigo músico que ya estabas saltando en un pié, porque según tú, ya contabas con los fundamentos suficientes para exigir lo mejorcito en instrumentos y equipos de sonido? Pues simplemente que entiendas que el darle a Dios lo mejor de ti, implica que tu mejor esfuerzo, esmero, servicio y apostolado, no debe, en ningún caso, estar “condicionado” por la calidad de equipos o de instrumentos con los que cuentas o por las innumerables situaciones adversar con las que tenemos que lidiar para ejercer un servicio digno. Si Dios tiene a bien bendecirte con equipos de última generación, con escenarios multitudinarios y bien montados ¡Qué bueno!, pero si no es así ¿dejarás de cantar con alegría y con gusto? Porque he conocido a algunos músicos que si no tienen la guitarra o el micrófono de tal marca, simplemente ¡No tocan! porque según ellos, Dios no se merece migajas. ¡Cuidado! El Dios al que tú y yo le cantamos, lo describe la Palabra como uno que ¡No tenía donde reclinar su cabeza!. Sería lamentable que condicionáramos nuestro apostolado a estas vanidades. Por otro lado, no es lo mismo ser un músico con excelencia, a ser uno perfeccionista. Me explico, el que Dios merezca lo mejor de nosotros, no quita el hecho seguro de que más de alguna vez te vas a equivocar (te lo dice un experto en la materia); es decir, esmérate por hacer bien las cosas, pero llévala tranquilo si a ratos no salen como esperabas, eso es parte de nuestra humanidad, al fin y al cabo ¡Perfectos no somos! ¿Cierto? Se me viene a la mente la escena tan propia de ciertos músicos perfeccionistas con los que siempre me topo en las parroquias que visito, especialmente a la hora de la Misa, ¡El pobre no vive la Eucaristía, la sufre de principio a fin! ¡Tanto ensayar durante la semana el canto de entrada (que es como la carta de presentación) para que el bendito segundo guitarrista hiciera 85
un Do cuando el acorde que correspondía era un Re! ¡Ahí es el acabose! je je… Es una escenita de película (si no es porque se trata de la Eucaristía agarraría un paquete de palomitas y un refresco para sentarme a verla a gusto) porque mientras el director del coro enseña los colmillos al pobre guitarrista, el resto del grupo canta bien a gusto “Vienen con alegría Señor…” Lo más increíble es que a nuestro amigo director, en ningún momento se le quita la cara de ogro con fiebre ni al pobre guitarrista la cara de cordero degollado, mientras los oyentes se cuestionan: ¿en dónde están la alegría de la que habla la canción y la sonrisa que debería esbozarse en sus rostros?. ¿Conoce casos así? ¡estoy seguro que sí! Si hasta me lo imagino sonriendo mientras se acuerda de “fulanito”, porque está claro que ¡todos tenemos al menos un perfeccionista en nuestras comunidades! En fin, repasemos este punto para que nos quede muy clara la idea: Un músico enamorado de Dios sabe que cantar o tocar de corazón implica darle a Dios lo mejor de sí; entiende que cantarle a Dios un canto nuevo no es posible para los mediocres sino para aquellos que buscan la belleza y la excelencia, pero sin condiciones ni soberbia, más bien con la humildad, la sencillez y la pasión de alguien que se sabe enamorado. Dios nos dio lo mejor de sí: ¡Su propio Hijo!, el cual nos amó hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros. ¡Fue Él quien tomó la iniciativa de amarnos! Ahora a nosotros nos toca corresponder a ese amor amándole de la misma manera: ¡Para Dios, que nos ama hasta el extremo, lo mejor!
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5.4.
Un canto nuevo es: ¡Un arma poderosa!
Si un músico ejerce madura y sanamente su apostolado combinando de una manera equilibrada y sabia el poder de la música y el de la palabra, si se abre a la acción del Espíritu Santo, dejándose direccionar por Él en busca de la glorificación de Dios y la santificación de las almas, dando testimonio con su vida y sus melodías del poder y del amor de Dios, si vive enamorado del Amor de los amores y ese amor se ve reflejado en sus acciones que como bellas serenatas de amor suben ante el trono de Dios, si la “Santidad” es la mejor canción que un día espera entonar, entonces lo que obtendrá como fruto de esto será: un arma poderosa que: a.
Derrumba murallas
Entonces el pueblo lanzó un fuerte grito y se tocaron las trompetas. Al oír el sonido de las trompetas, el pueblo prorrumpió en un griterío ensordecedor, y el muro se desplomó sobre sí mismo. En seguida el pueblo acometió contra la ciudad, cada uno contra lo que tenía adelante, y la tomaron.” (Jos 6, 20). Porque así como cayeron las murallas de Jericó al sonar de las trompetas y al grito de guerra de los Israelitas, así también las gruesas murallas de tantos corazones duros que se niegan a abrirle las puertas a Jesús, para que Él con su infinito amor conquiste la ciudad de sus almas y se siente en el trono de sus vidas, caerán por el poder del Espíritu Santo manifestado en nuestras canciones. b.
Remueve cimientos y rompe cadenas
“Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban. De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron”. (Hch 16, 25 – 26). Porque cuando aún en medio de las noches oscuras de nuestras vidas, aún en medio de las tempestades, aún cuando todo es confuso y desalentador, en vez de quejarnos y enlutarnos, en vez de llorar y lamentarnos, 87
prorrumpimos en alabanzas y en cantos de alegría y esperanza, confiados en la certeza de saber que todo acontece para el bien de los que aman a Dios, el fruto de aquello que declaran nuestros labios conmoverá los cimientos de desesperanzas y tristezas, romperá las gruesas cadenas de pecados y liberará las más profundas esclavitudes de aquellos que nos escuchen cantar. c.
Nos garantiza victoria
“Al día siguiente, muy de madrugada, salieron hacia el desierto de Técoa. Mientras salían, Josafat se puso de pie y dijo: “¡Escuchen, Judá y habitantes de Jerusalén! Tengan confianza en el Señor, nuestro Dios, y estarán seguros; confíen en sus profetas y triunfarán”. Después de consultar al pueblo, designó a unos cantores, para que avanzaran al frente de los guerreros, revestidos con los ornamentos sagrados y alabaran al Señor, diciendo: “¡Alaben al Señor, porque es eterno su amor!”. En el momento en que ellos comenzaron las aclamaciones y las alabanzas, el Señor sembró la discordia entre los amonitas, los moabitas y los de las montañas de Seír que habían venido a invadir a Judá, y se batieron entre sí.” (2 Cr 20, 20 - 22). Porque cuando nos sabemos parte del ejército de músicos adoradores y evangelizadores que Dios ha levantado, cuando desde nuestras trincheras confiados tomamos nuestras posiciones en el combate de la fe cuan guerreros valientes y nos ponemos al frente anunciando y denunciando con nuestro canto, convencidos de que las batallas que estamos librando no son nuestras, sino de Dios, teniendo pleno conocimiento y conciencia de que esta lucha no es contra la carne, sino que es contra fuerzas espirituales que dominan este mundo, entonces nuestra música, nuestro apostolado, los proyectos y empresas que emprendemos en su Nombre ¡tienen la garantía de la victoria!. “Cada golpe de la vara de castigo que el Señor descargue sobre ella, se lo dará al son de tambores y cítaras...” (Isaías 30,32). “Se levanta Dios y sus enemigos se dispersan, huyen de su presencia los que le odian.” (Sal. 68,2). d.
Alivia el alma y nos gana la confianza del Rey
Entonces intervino uno de sus servidores, diciendo: “Justamente he visto a un hijo de Jesé, el de Belén, que sabe tocar. Además, es valiente y hábil guerrero; habla muy bien, tiene buena presencia y el Señor está con él”. Entonces Saúl envió unos mensajeros a Jesé para decirle: “Envíame a tu hijo David, que está con el rebaño”. Jesé tomó un asno, pan, un odre de vino y un 88
cabrito, y se los envió a Saúl con su hijo David. David se presentó a Saúl y se puso a su servicio. Saúl le tomó un gran afecto y lo hizo su escudero. Luego mandó decir a Jesé: “Que David se quede a mi servicio porque me ha caído bien”. Y cuando un espíritu de Dios asaltaba a Saúl, David tomaba la cítara y tocaba. Saúl se calmaba y se sentía aliviado, y el mal espíritu se retiraba de él.” (1 Sm 16, 18 - 23) Porque cuando a ejemplo de David cantamos con autoridad, convencidos de que Dios está de nuestra parte y que es Él quien hace la obra, cuando nos sabemos instrumentos en las manos del mejor de los artistas y nos sentimos privilegiados de que Dios confíe en nosotros y nos use a pesar de nuestra pequeñez, nuestra música y nuestro mensaje Dios los bendice de manera tal que a aquellos que contemplan el fruto de nuestros labios, Dios les sana las heridas y les alivia sus dolencias y tormentos. Un músico que se preocupa de dar lo mejor de sí, buscando la excelencia en todo lo que hace, haciendo con alegría, humildad y diligencia la parte que Dios ha tenido a bien confiarle; un músico que cuida sus palabras y las usa oportunamente, de tal manera que éstas traigan bendición a quienes las reciben; uno que no se acobarda ante los combates de fe que la vida le presenta y los encara sabiéndose victorioso en Cristo Jesús; uno que sabe que la mejor canción y ofrenda que día con día puede elevar al cielo es la de un corazón puro; ¡Un músico que conoce, vive y entona el verdadero canto nuevo, será un músico que de seguro se ganará la confianza del Rey de reyes! así como David se ganó la confianza del rey Saúl, quien lo sacó de la casa de su padre Jesé y lo puso a su servicio en el palacio, así Dios, el Rey de reyes, se complace en un músico conforme a su corazón, lo rescata de su vida pasada, le regala un nuevo corazón y le confía los tesoros de su reino. ¡Qué maravilloso! Mi querido amigo y colega músico ¡todo esto y más es cantarle a Dios un cántico nuevo! ¡Es por eso que la Biblia nos exhorta tanto a hacerlo! Y es mi más profundo deseo y mi más sincera oración, que tú y yo empecemos desde ahora a practicarlo, porque entre más seamos los que lo cantemos, mayores serán los frutos que Dios producirá en la vida de tantas personas que hoy más que nunca necesitan escucharlo. ¡Cántale a Dios un canto nuevo! Hazlo desde ahora y vive desde ya un anticipo de lo que en el Cielo haremos por toda la eternidad: “Después vi al Cordero que estaba de pie sobre el monte Sión, acompañado de ciento cuarenta y cuatro mil elegidos, que tenían escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre. Oí entonces una voz que venía del cielo, semejante al estrépito de un torrente y al ruido de un fuerte trueno, y esa voz era como un concierto de arpas: los elegidos cantaban un canto nuevo 89
delante del trono de Dios, y delante de los cuatro Seres Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender este himno, sino los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra. Estos son los que se mantuvieron vírgenes y no se prostituyeron con la idolatría. Ellos siguen al Cordero donde quiera que vaya. Han sido los primeros hombres rescatados para Dios y para el Cordero. En su boca nunca hubo mentira y son inmaculados”. (Ap 14, 1 – 5).
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Conclusión: ¡Nunca te calles! Quisiera concluir de la misma forma que comencé este libro, compartiéndoles otro de los momentos cruciales de mi vida que se han marcado como fuego en mi corazón, aquel instante en el que Dios me presentó de manera frontal el proyecto de vida que Él tenía para mí: “Dedicarme a tiempo completo a la evangelización por medio de la música.” A finales del año 1992 me encontraba coordinando el grupo de jóvenes de Renovación de mi capilla “San José Obrero”; habían pasado ya más de 8 años desde ese bendito primer momento del que Dios se valió de la música de unos jóvenes locos y apasionados para seducirme y atraerme a sus caminos. Fue en una de tantas reuniones diocesana de jóvenes, a las que en mi condición de coordinador de comunidad me tocaba asistir, en donde me encontré en medio de una propuesta especial que cambiaría por completo mi panorama como músico y como misionero. El buen padre Enrique Opazo, quien en ese momento era el asesor del movimiento de Renovación Carismática de Valparaíso, nos convocó a varios líderes juveniles de las diferentes comunidades de nuestra Diócesis para compartirnos un bello sueño, el cual consistía en conformar un “ministerio de evangelización callejera” para llevar la buena noticia a las calles y centro de nuestras ciudades, con el afán de acercarle a la gente la experiencia del amor de Jesús, usando todos los dones y carismas que Dios nos había confiado: música, predicación, teatro cristiano, intercesión. Creo yo, que ninguno de los líderes que ahí nos encontrábamos reunidos escuchando esta propuesta, dimensionamos de ninguna forma todo lo que implicaría el decir “SI” a este sueño que Dios, por medio del padre Enrique nos planteaba, y menos podíamos imaginar las tremendas y benditas consecuencias que traería, en primer lugar a nuestras vidas y por añadidura a nuestra Iglesia (muchos de los jóvenes de ese equipo de evangelización hoy, al igual que yo, son músicos evangelizadores, predicadores y grandes líderes que Dios ha usado poderosamente en mi país y en gran parte de Latinoamérica); pero ciertamente con todo el ímpetu juvenil que nos embargaba y el amor apasionado que sentíamos por Dios, por supuesto que de forma unánime, todos nos embarcamos en esta bendita aventura. Por ese entonces, habían pasado ya algunos meses después de haber vivido mi encuentro personal con Jesús (momento que identifico como el “antes y después de Cristo” en mi vida) y comenzar un largo, intenso y fino 91
proceso de conversión y sanación interior en el que Dios me había introducido, y en el cual, entre muchas otras cosas, Dios estaba afinando todo lo que tenía que ver conmigo y la música, especialmente con la mala relación que traía con este carisma (en mi anterior libro les compartía que para mí, durante mucho tiempo la música consistía en un don ordinariamente barato del cual me avergonzaba constantemente). Por lo tanto, antes de confrontarme con mi proyecto de vida Dios tenía que arreglar esta “mala relación” que traía de años con la que sería mi leal compañera de batalla. Recuerdo que las primeras evangelizaciones callejeras que realizamos fueron todo un dolor de cabeza y una continua confrontación conmigo mismo, por supuesto que fue evidente que a mí me pusieran a servir en el ministerio de música dentro de estas proclamaciones, por ende me tocaba cantar y tocar la guitarra arriba de un escenario ¡en plena calle en el centro de la ciudad! (Valparaíso y Viña del mar fueron las dos primeras ciudades que evangelizamos). No les puedo describir con palabras la vergüenza que sentía al hacerlo, y es que si ya era una bronca para mí ser músico ¡imagínense ahora haciendo música católica en la calle!. Increíblemente no era vergüenza por hacer música católica, sino que simplemente era la vergüenza de exponerme como músico, ya que aún batallaba mucho con aceptar este don como un regalo valioso. En mi interior pensaba: “lo último que he querido es que la gente me conozca como un músico, y heme aquí en medio de la calle cantando y tocando frente a personas que en mi vida he visto ¡No puedo creer que esté haciendo esto!”. Sin embargo, de una forma muy sutil, Dios ya se estaba encargando de sanarme y cambiarme esta visión, y puedo asegurarles que estas benditas misiones fueron la herramienta más eficaz de la que Dios se valió para hacerlo. Y es que con cada evangelización que realizábamos, venían más sanaciones y testimonios de conversión de la gente que se animaba y se acercaba hacia el lugar en donde nos encontrábamos predicando. Soy testigo de muchos cambios de vida, de muchas sanaciones y liberaciones, de muchos regresos a casa, de un sin fin de conversiones; lo que poco a poco me llevó a descubrir que la música que Dios me había confiado, bien dirigida y bien usada podía convertirse en una herramienta eficaz para lograr estas maravillosas experiencias. Poco a poco Dios me fue reconciliando con este carisma al punto que mis ojos y mi corazón se abrieron para descubrir el privilegio que Dios me estaba regalando al confiarme esta verdadera arma poderosa. Y así la vergüenza se fue convirtiendo en un sano orgullo al saberme usado por Dios. Tan increíblemente impactantes fueron estas evangelizaciones, ¡tantos fueron los milagros que Dios realizó y nos permitió contemplar! que por supuesto la noticia se empezó a propagar por todas partes (el mejor marketing 92
para la evangelización es el poder de Dios ¡no cabe duda!). Entonces, sin que nosotros lo planeáramos siquiera, de otras ciudades del país nos empezaron a llamar para que fuéramos a compartirles esta experiencia (que al menos en Chile era algo totalmente novedoso). Así nacieron las campañas evangelizadoras: “Es tiempo de sembrar” (la que luego motivaría el título de mi primer disco), “El Norte para Cristo”, “Unidos para conquistar Chile”, entre tantas otras y fueron estas evangelizaciones las que me regalarían mis primeros viajes misioneros. Sin duda muchos son los testimonios y momentos que sobre esto podría compartirles, pero me quiero detener en uno en especial, uno que marcaría mi vida para siempre. Nos encontrábamos en la ciudad de Coquimbo, al norte del país, en nuestra primera campaña misionera fuera de nuestra Diócesis. Una de las noches en que nos tocaba evangelizar en el centro de la ciudad, mi buen amigo Walter Zimmerman (con Walter formamos el ministerio de música “Efusión carismática” al que pertenecí durante muchos años) quien entonces era el coordinador Diocesano de la Renovación Carismática de nuestra Diócesis, y por ende coordinador de aquella misión, se acerca y me dice: “Marco, esta noche te toca compartir tu testimonio”. A lo que yo reaccioné con un rotundo ¡NO! (y es que en mi vida había hablado al público “en la calle”) aunado a esto, recién venía saliendo de lidiar con la vergüenza que me causaba ser músico y pues para mí en ese momento, esa encomienda estaba muy lejos de mi alcance. Así es que me deshice en excusas: ¡Que vaya otro! ¡De seguro hay alguien que tiene una historia más bonita que la mía! ¡Muchos hablan en público mejor que yo y además tienen mucha experiencia!, etc. Pero el buen Walter, que como tantos otros veía mucho más allá de lo que yo podía, simplemente me lanzó al escenario. Esa noche, por primera vez en mi vida, conté mi testimonio de conversión. Poco a poco pasé de la vergüenza y el temor a la convicción de hablar de un Jesús vivo y real con la autoridad de un testigo. Mi testimonio lo acompañé en ese momento con la canción que compuse el día que tuve mi encuentro con Jesús: “Creo que me estoy enamorando”, para luego, junto al resto de los hermanos evangelizadores, orar por las personas a las que previamente habíamos invitado a aceptar a Jesús como el Señor de sus vidas. ¡Fue maravilloso ese momento! Aún hoy, al escribirlo me emociono hasta las lágrimas de solo recordarlo. Al finalizar la evangelización de ese día, me encontraba yo en el escenario guardando la guitarra (que no era mía por cierto), cuando a lo lejos sentí la voz de alguien que me llamaba… levanté la mirada y cerca del escenario, al costado derecho, pegado a un árbol vi a un joven que me hacía 93
señas para que me acercara a donde se encontraba él. Confieso que como no lo veía bien, me sentí incómodo y simplemente me desentendí de la situación, pero el chico insistió varias veces, así es que finalmente dejé la guitarra a un lado y me acerqué a él. Al encontrarme a su lado, pude notar que este chico estaba llorando. Rápidamente y con lágrimas en los ojos me dirigió estas palabras: “Tú no me conoces, tú no sabes quién soy yo, pero quiero decirte que yo soy un joven que ha pasado por un sinfín de problemas que me han llevado al punto de querer acabar con mi vida…” y empezó a detallar aquellos serios problemas (tan comunes lamentablemente entre nuestros jóvenes) y siguió: “precisamente hoy, fastidiado de la vida que tengo, había tomado la decisión de quitármela; iba pasando por esta plaza con la firme decisión de suicidarme, cuando te escuché cantar. No sé qué fue lo que me pasó, pero algo me impulsó y me atrajo hacia donde te encontrabas cantando. Luego, cuando escuché tu testimonio yo pensaba para mi ¿Quién le contó mi vida a este tipo? porque realmente todo lo que decías es lo que estoy viviendo ahora… Al final, cuando invitaron a aceptar a Jesús, nuevamente sentí ese “algo” que me impulsó a estar ahí, caí de rodillas y me puse a llorar y a gritar al cielo: ¡Dios ayúdame! ¡Dios ayúdame! y aunque no sé cómo voy a salir del sin fin de broncas que traigo, por primera vez siento ganas de luchar, ¡ganas de vivir!...” y finalizó la frase diciéndome: “Por eso te agradezco por tan oportuno canto”. En ese momento nos dimos un fuerte abrazo y ambos nos pusimos a llorar, Él por la emoción de su encuentro con Jesús, y yo ¡por bruto! Je je; y es que mientras lloraba pensaba: “¿Qué hubiese pasado si yo de terco me niego y no me subo a contar mi testimonio?”. Al terminar ese tan bendito abrazo, este chico me dirigió su mirada nuevamente, y puedo asegurarles que su rostro era otro, que esa mirada era la de Jesús, quien a través de él me dijo: “Yo te quiero pedir un gran favor, ¡NUNCA TE CALLES, PORQUE SI TU TE CALLAS QUIZÁS UN JOVEN COMO YO NO VA A TENER LA OPORTUNIDAD QUE HOY YO TUVE! POR FAVOR, ¡NUNCA TE CALLES!”. Me volvió a dar otro fuerte abrazo y se fue (nunca más he vuelto a ver a ese joven, es más, ni siquiera supe su nombre, y espero algún día encontrármelo aquí en la tierra o allá en el cielo para agradecerle de corazón). Yo quedé paralizado un buen rato, y cuando al fin reaccioné, simplemente en medio del llanto que seguía fluyendo le dije a Dios: “cuando tenga treinta, cuarenta, cincuenta, o los años de vida que me quieras regalar, quiero estar haciendo exactamente lo mismo que hoy”. Ciertamente Dios ¡me tomó la palabra!. 94
Al momento de escribir este libro, puedo decir con sano orgullo en el Señor, que por pura misericordia y gracia de Dios, me he pasado los últimos 20 años de mi vida evangelizando a tiempo completo y aun no me callo. Y cada noche le repito esa misma oración, me confío a Él, a su misericordia, fidelidad, gracia y amor, para que Él lleve a feliz término la obra que empezó en mí desde hace tanto tiempo. Mi querido colega músico, he querido compartir este libro contigo con el único propósito de que mis humildes comentarios y vivencias, te ayuden a descubrir el privilegio que Dios ha puesto en tus manos de ser un músico católico; que logres reconocer que esta arma poderosa que Él te ha confiado bien usada y direccionada puede hacer mucho bien, pero mal usada puede causar todo lo contrario. Que cantar un canto nuevo implica para tu vida un enorme privilegio y una gran responsabilidad y por lo tanto es necesario que te tomes en serio tu papel como protagonista de esta nueva evangelización a la que hemos sido llamados. ¡Dios confía en ti, sueña contigo y te ama hasta el extremo! ¡Te ha confiado un gran tesoro! Compártelo a tiempo y a destiempo; Y por favor: ¡NUNCA TE CALLES! ¡NUNCA TE CANSES DE CANTAR UN CÁNTICO NUEVO! Con aprecio Marco López
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