TintaSangre tres

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TintaSangre Revista de poesía y prosa

Número 3

La carne es otra forma de estupor del espíritu. Pensar es dejar de lado la sombra que es el cuerpo y alzar, como se dice, el vuelo hacia la luz. Pero siempre es preciso regresar a la sombra, al cuerpo. Regresar al camino; y en este regreso es cuando la escritura se vuelve necesaria. Es una experiencia el escribir, y como tal, no se supone que sea solo para uno, aunque eso se empeñe uno mismo. Es decir, escribir es ya poner un signo de querer salir de sí, y lograr al menos comunicarse, aunque sea con el silencio o el error.


LOS OJOS VENDADOS DE CRISTO

S

abido es que hay cosas que ni el propio Dios desea ver, sobre todo aque-

llas que se hacen a su nombre. El hecho que voy a relatar ocurrió en la ciudad de Lima, Corte del Perú, un martes 15 de noviembre de 1704. Aquella mañana hubo un gran desconcierto en la Ciudad de Los Reyes: unos ladrones, aprovechando la oscuridad de la noche anterior, ingresaron a la iglesia del convento nuevo del Carmen para robar los blandones y ramos de plata que adornaba al Señor Sacramentado. La noticia llegó a la Imprenta Real a la primera hora de la misa y me ordenaron que fuera de inmediato a recabar más información sobre el caso y, de ser posible, averiguar la identidad de los sacrílegos. En esta ciudad, por ser tan grande y próspera y a la que llegan gentes tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, no es extraño toparse con personas de malvivir que por unas cuantas monedas son capaces de robar al mismo Cristo. Hacía un par de meses, un criollo caído en desgracia robó la corona de oro de la Virgen María que descansa en la iglesia catedral. El ladrón, que no pudo esconderse ante los ojos de Dios, fue capturado y sentenciado a muerte por el garrote vil. Sin embargo, lo que encontraría aquella mañana sería un hecho que jamás se había visto en estas tierras. La imagen del Señor no solo había sufrido del más desvergonzado de los hurtos sino que había sido profanada en su integridad. El ladrón había quitado al Cristo los vestidos que cubrían su cuerpo y manchado sus ojos con pintura negra, dando la imagen que estos habrían sido arrancados de sus cuencas mostrando un hoyo negro y profundo, lo que daba a la escultura tallada en madera la imagen de un ánima del infierno. Los rumores señalaban a cuatro marineros que hacía una semana habían escapado del navío Santo Tomás, llegado al puerto del Callao. Su dueño, don Pedro de Elzo, los había acusado de hurtar algunas armas y dos mil pesos. Al consultársele si creía que estos fueran capaces de tamaña herejía, don Pedro aseveró que eran hombres que no tenían temor de Dios y dudaba de que fueran cristianos. 2


Al darse a conocer esta descripción, la ciudad comenzó a preocuparse y pensó que si las autoridades no se apresuraba en su captura, el Señor se encargaría de hacer justicia por su propia mano y que justos pagarían por pecadores. El mal agüero se cumplió y fue así que a las cuatro de la mañana, tres días después del robo y sin tener aún noticia de los perpetradores, hubo en la ciudad un gran temblor que aunque no mató a nadie, despertó y asustó a hombres y mujeres, quienes recordaron aquel fatídico terremoto de hace diecisiete años que destruyó esta ciudad y el puerto. Conocedores de esta tragedia y temiendo que la tierra se abriese y todos cayésemos al infierno, los fieles acudieron a las iglesias para pedir perdón por sus pecados y rogar a la Justicia Divina que no los castigase por las faltas de otros. Pero los curas, que apenas se daban abasto para oír las confesiones de los cristianos, advirtieron que así como Dios castigó a los pueblos pecadores de Sodoma y Gomorra, al no hallar personas justas en ellos, también lo haría con esta Ciudad de Los Reyes, y que la única forma de evitar el castigo era capturando a los sacrílegos y hacerlos arder en el purificador fuego. Los pobladores confiaron en estas palabras y hubo manifestaciones para presionar a las autoridades para que no escatimasen esfuerzos para dar con el paradero de los delincuentes y vengar la ofensa al Cristo. Los nobles donaron armas, caballos, perros y esclavos y se organizaron grupos de cristianos para completar la búsqueda. Pero cumplida la semana, aún no había noticias de los saqueadores ni de las prendas robadas. Fue entonces que la ciudad se inundó con un olor putrefacto que provenía del puerto del Callao y que provocó que muchos cayeran enfermos con ataques de ansiedad, vómitos y disentería. El Señor fue piadoso y no quiso que hubiera víctimas qué lamentar pero muchos estaban convencidos de que aquello era una advertencia más y que no era casualidad que el origen del fétido olor proviniera del mismo lugar donde los ladrones habían desembarcado. Medio centenar de habitantes de Lima y el Callao fueron en tumulto hacia el puerto y quemaron el navío Santo Tomás; luego, atraparon a don Pedro de Elzo, y a pesar de sus ruegos y reclamos, lo molieron a palos para luego colgarlo de una soga en un poste del puerto. Quién sabe si Dios recibió aquel cadáver y aquel fuego como una ofrenda para aplacar su ira, lo cierto es que a la mañana siguiente se encontraron, en la puerta de la iglesia del convento del Carmen, los blandones y ramos de plata 3


que habían sido robados así como las ropas del Cristo. Jamás se pudo encontrar a los responsables del delito, muchos creyeron que estos, cual demonios, desaparecieron en el momento en que el navío fue quemado; otros aseguraron que el propio don Pedro de Elzo era el mismo Satanás disfrazado y que era el responsable del robo. Sea como fuere, al momento de la misa, los feligreses encontraron a su Cristo vestido con sus ornamentos divinos pero con una cinta negra de seda cubriéndole los ojos debido a que no había podido borrarse la pintura negra sobre ellos.

Percy Taira Lima, Perú.

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POBRE MÁRTIR

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l niño se encuentra en medio de la guerra. A plena luz del día, corre por

una calle de Alepo. Va rápido por entre las ruinas; yendo desesperado, procura esquivar los fusilazos de los militares, quienes armados con metralletas, disparan contra los rebeldes. Esas balas van y vienen por los aires, solo suenan los estruendos aterradores. Mientras, sigue avanzando el niño por un costado de la calzada, se sabe vestido de gris, suda según como agita los pasos hacia adelante. Pasa por varios tugurios de la ciudad. Cuando de pronto, se acrecientan los tiroteos en las afueras, se tornan más tremendos. A lo cierto, ya aparecen varias personas heridas, tiradas en el suelo. El pequeño sirio remonta entonces unas rocas y pasa a recostarse contra la pared de una edificación. Ahí entre la angustia permanece en silencio, aguarda el momento oportuno para reanudar su ida hacia los albergues. Precisamente no tiene otra salida, él está solo, hace unos minutos murieron sus padres por las avionetas bombarderas. En el barrio donde ellos vivían, las explosiones fueron terribles, se derrumbaron las casas y la gente fue quedando destrozada, simplemente al rato surgieron de los escombros unos pocos moribundos. A causa de esta situación, ahora el niño sirio lucha por su vida, se esfuerza por llegar a los cambuches de los asilos. Aun estando detrás de la pared, capta los gritos de los soldados y oye las ráfagas de las balaceras. De a poco, percibe que los bandos pelean hacia el norte, supone sus movimientos hacia esa dirección montañosa, persistentes ellos en combate. De más, por esta realidad caótica, él piensa la evasión complicada y un poco llora. Desafortunadamente, tiene que arriesgarse, y entre el peligro se alista para arrumbar hacia el oriente, toma impulso y sale en picada a la carretera destapada, corre con todas sus fuerzas, yendo de largo por entre los caserones. Con agilidad, saltea pedazos de muros, rebasa unos cadáveres, recorre varias cuadras medio destruidas. De seguido, voltea el niño en una esquina, se resbala al dar la curva, vuelve y se levanta del arenal, pronto reimpulsa su marcha fugi5


tiva. Ya avanza precipitosamente por la calzada, adelanta unos almacenes saqueados y una vez ve cierto atajo, se mete por el callejón, mientras estallan por los rededores las bombas. Momentos después va el niño derecho hacia las carpas plásticas, que avista a lo lejos entre el sol anaranjado. Así que sin renuncia, agiliza su travesía por el tierrero, dando largas zancadas, trasiega por entre la trocha polvorienta. Ahora este sirio sale a un campo de aridez y desechos, donde más allá de este paraje, ve el albergue. A lo decidido, pues coge por este tramo, moviéndose con intrepidez, ladea hacia donde hay restos de construcciones. Entre los instantes, prosigue a lo veloz por un sendero, queriendo llegar al asilo. Cuando, intempestivos, los milicianos vuelven por ahí a retundir sus ofensivas, ellos ponen a tronar sus fusiles y vuelan los tiros como rayos, menos el niño, no se alcanza a agachar y de súbito, recibe tres balazos en la espalda, cae ahora contra las piedras, botando sangre y ya todo desparramado, muere.

Rusvelt Nivia Castellanos Colombia.

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EL BOSQUE

E

stábamos de guardia en el pueblo el escondido, lugar a las orillas del sur

de la Ciudad de México. Eran las ocho y quince de la noche y sin ver nada. Sin embargo, a las once, cuando ambos dormíamos, unos ecos de voces salían del radio, luego de unos segundos, se logró entender. —¡Diez, tres! ¡Diez, tres! Presunto sospechoso, presunto sospechoso entre las calles Margaritas y Veinte de Noviembre. —¡Arráncale, por el bosque, Mario! ¡Ya cayó en el anzuelo! Bostezaba al manejar y mientras lo hacía, mi compañero comía una dona de chocolate. —Oiga, yo apenas llevo un año en este pueblo, y me he enterado de que por donde vamos a pasar hay muchos que temen porque escuchan gritos de una mujer, ¿cree que sea cierto? —¿A poco crees en eso? No, Mario. Esos son puros inventos de los civiles. Mejor písale para llegar. Las luces de la patrulla alumbraban la carretera con baches. Al entrar al bosque, avanzamos con más velocidad, aunque el airecito nos hacía temblar. Hay árboles en los alrededores, niebla en los troncos y por el recorrido que falta. No sé de dónde apareció el animal, pero se nos atravesó. A esto frené y al pensar en el atropello, me bajé a revisar si el animal estaba muerto. Mi compañero pasó la luz de la lámpara por las llantas delanteras, después en las traseras, aunque no había nada. El gordo se metió e igual iba yo, pero el grito de una mujer me aturdió los oídos. —¿Sí escuchaste, verdad, wey? —Sí, don Esteban. Yo creo que ha de ser la que dicen que grita. 7


—No creo. Han de ser esos vagos que luego se quieren aprovechar de una muchachita del pueblo. Vente, Mario. Hay que revisar. Llevábamos en una mano la lámpara y en la otra la pistola. Al crujir las ramas caídas, los gritos abundaban. Al llegar a un sitio desalojado, donde la luz de la luna nos permitía observar un poco mejor, vimos la figura de una persona, nos acercamos más y la alumbramos con la lámpara. Era una mujer con un vestido blanco. Noté que tenía el estómago abultado y comenzó a vomitar. Mi compañero se acercó para auxiliarla. —¡Esto no es humano! Tiene pezuñas, pelos y trompa. ¡Esto no es bueno!, ¡corre, Mario! A mi compañero se le botaban las lonjas que por un momento pensé que era la primera vez que lo veía correr con tanta energía, pero al ver a ese cuerpo desconocido detrás de él, mis piernas no se movieron. Cuando el gordo me da un tremendo cachetadón, ellas despertaron y corrimos hacía el bosque. Esa cosa gruñía. Habíamos corrido por diez minutos y a falta de ejercicio ya no pudimos más. La cosa esa ya no se escuchaba, pero no sabíamos dónde estábamos y aún no amanecía, pues era la una de la mañana. Nos separamos cuando esa cosa de nuevo apareció. Mi compañero no respondio. —¡Diez, cuatro! ¡Diez, cuatro! Necesitamos ayuda en el bosque. No encuentro al gordo. Nadie respondió. Arriba de la patrulla empezaron a rasgar, me senté en el asiento trasero, los muñequitos que mueven la cabeza se movieron, volteé a los lados para disparar, pero la cosa permaneció en silencio. Esperé cualquier movimiento, los golpes doblaron y rompieron la patrulla, corrí en la carretera, pero de nuevo entré al bosque, las ramas le ayudaron a la cosa a ubicarme. Las ramas de los árboles eran sus cómplices, pues me dieron golpes, los cuervos volaron y chillaron por los movimientos del bosque. Se me aventó y caí, los rasguños eran como cuchillos porque me pasaron por todo el cuerpo, no agarré

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mi arma. Era peludo y enano. Logré zafarme, vi a la patrulla de nuevo, estaba todo desgarrado, y sin luz, aún permanecieron firmes las llaves. Busqué a mi compañero y lo hallé destrozado. Desde ese entonces, creo ver a la cosa esa en la ventana afilándose las uñas para atacarme cuando duerma. Ya no sé qué hacer.

Laura Ram

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REDACCIÓN SANGRIENTA

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rujillo. Macabra escena halló anoche el vigilante de nuestra sede al

promediar las 2:45 a. m., cuando vio el cuerpo sangrante de Keny Mijatovic Meza (33), quien fuera jefe de publicidad de esta casa informativa, postrado sobre la laptop aún encendida de su escritorio, con las manos en el teclado como si intentara escribir un último mensaje. Cinco profundos cortes a la altura del ombligo, el cuello abierto de un tajo y el rostro desfigurado, terminaron con él. Víctima y victimario ingresaron juntos al local del diario al promediar las 9:20 p. m. Venían de una comisión y cada uno se dirigió a su oficina. A esa hora todavía había gente en la sala de redacción. El asesino esperó pasada la medianoche para ejecutar el siniestro. Ningún problema representaba que se quedara. Los vigilantes sabían que en fechas de cierre el área de publicidad solía trabajar hasta la madrugada, si los clientes así lo solicitaban. El crimen. Ocurrió a la 1:15 a. m. Minutos antes el periodista recibió una llamada de su jefe directo y subió a la oficina en la segunda planta. Tras cerrar la puerta, conversaron sobre la revista de la primavera que saldrá encartarda gratis este domingo. Luego de recibir nuevas indicaciones, el redactor le mostró unos videos en la laptop solo para colocarse detrás de él. Con la vulnerabilidad de su jefe carcajeándose, sacó el puñal escondido en el bolsillo central de su polera y le abrió de un solo tajo la garganta segundos antes de hundirlo a la altura de la yugular. Sin voz debido a la impresión, la sangre manó abundante de su cuello, manchando documentos, diarios y revistas. El asesino volteó la silla reclinable y clavó en cinco ocasiones el puñal a la altura de su ombligo y estómago. Para finalizar, cortó y arrancó parte de la piel de sus mejillas y la frente; y, antes de retirarse al baño contiguo, donde se lavó y cambió de ropa, colocó a su víctima en la infame posición en la que fue encontrado por aquel somnoliento vigilante. El perpetrador, de nombre Renato Omar Díaz (26), ha laborado como periodista de este diario desde hace cinco años. Tras desenvolverse en las secciones 10


policiales, política, economía y cultura, su tiempo fue absorbido por el área de publicidad para editar revistas y la página de empresas y negocios, con lo cual se vio obligado a viajar una vez por semana a un punto diferente del país. Por ahora se desconocen, y es probable que nunca se esclarezcan, los móviles que lo llevaron a cometer este homicidio. Está usted leyendo la última nota que ha escrito para nuestro periódico.

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LO QUE SEA

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urante el verano jugábamos partido en la calle hasta la medianoche y a

veces más cuando era una “final”. Ahora tengo ambas rodillas con enormes costras gracias al juego brusco y mi inutilidad con la pelota. Me acabo de resbalar en la pista por intentar pararla en el aire a lo Dennis Bergkamp contra Argentina, en Marsella, durante los cuartos de final de Francia 98, pero no me duele nada hasta que la adrenalina se vuelve picor con mi sangre coagulada recibiendo ese “¡Juega, mierda, que es con apuesta!”, sinónimo de mi retirada truncada a la espera que alguno la metiera entre la pared y el poste de luz: nuestro arco de barrio, y su equipo se llevara los céntimos del premio. Así como en el estadio Mansiche, la tribuna occidente era la más bacán no solo por la sombra al atardecer sino porque ofrecía los jardines de las casas de enfrente para sentarse. En cambio, oriente se dividía en dos secciones: a la izquierda la del pueblo, que era un terreno baldío protegido por un alto muro de adobe con unos huecos por donde trepaba el Franchis, el Marco o su hermano a sacar la pelota. “¡Ese choro!”, “¡Métanle chungas!”, gritábamos a quien se parara encima de la pared; y la sección VIP a la derecha, la casa más grande y pituca del barrio. -En los ochentas vivían allí narcos. -Dicen que hubo tiroteos cuando los intervino la policía. -¿Murió alguien? -No sé, pero se mudaron y ahora hace años que para vacía. -Solo el Julián, que se la pasa durmiendo. -¿Y ese? -Es el vigilante que cuida la jato, que supongo sigue siendo propiedad desos nachos.

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Acá era más fácil trepar para sacar la pelota ya que no iba más allá del jardín exterior separado de la calle por un enrejado en cuya parte de la cochera resaltaba ese hueco sin púas por donde pasaba cualquiera: el Pelao, el Papacho, el Gilmer o su hermano y -¡chungas!- la lluvia de piedritas no se hacía esperar. Si no las veo no me arden tanto las rodillas porque creo que ya se secaron, toy cansado… con sueño, ah, sigue ardiendo… una niña en la ventana… cómo arde… ¿qué hace esa niña en la ventana…? Uy, ya se ganó, mestá mirando. Mejor volteo… ¿será mi imaginación…? El sueño… Naa, sigue allí… -Oe tío… -¿Qué chucha quieres? -Mira esteee. -¡Habla! -¡Oe, juega, mierda! -¡Mira!, le hice perder el balón-. Darío lucía furioso porque hacía rato que no marcaba a nadie. -¡Despierta, huevón! Cuando fueron tras la lota que se había perdido entre las casas de la tribuna occidente aproveché para repetirles que miraran esa ventana de la zona vip de oriente. Me negaba a voltear porque ahí sentía su presencia. -¡Mirar qué, huevón! -Oe, juega bien, carajo. -Pero ¿es que no ven? -¿Ver qué? No hay nada oe, ¡juega! -¡Pero cómo! ¡Si hay una niña ahí en la ventana! -Yo no veo nada. -¿Y tú? -Ya está delirando este chibolo… 13


-Es que ha perdido demasiada sangre ¡ah, me muero! -Oe, nadie se quita hasta que acabe el partido, ah. Más tranquilo al comprobar que quizá sí era solo un delirio de cansado, volteé mi rostro y allí continuaba la niña entre las dos cortinas con las que ahora se ha tapado y muestra solo su cara para luego muy lento otra vez posarse de cuerpo entero en la ventana a observar el partido. Ya para esto me concentré mejor en el juego y aunque me moría por salir embalado, de hacerlo, la gente pensaría que estaba rayado (ya lo sabían, pero ahora lo confirmarían) y además sería tildado de cobarde, porque ¿cómo me podía dar miedo un fantasma?, ¡y encima una niña! “¡No jodas pe, huevón!”. De rato en rato volteaba de reojo y… permanecía impávida, de pie, muy atenta con sus ojos sin parpadear (ya fue, mejor no le hago caso), esto solo prueba algo… que hay vida después de la muerte, que podemos aparecernos como almas, y quizá solo quiera comunicarse conmigo, esta noche se me mostrará en sueños, y por qué seré yo el… -Oe pasta, sí hay una chibola en la jato del Julián. -Puta, qué miedo, tío, es cierto. -Bah, hace rato ta que sapea el partido. -¡Qué burro! ¿Tú también la habías visto? -Todos, tío. -No… yo no, yo recién. -Yo tampoco, ah. -Qué… ¿y es un alma? -¡Qué chucha vaser un alma, oe! ¡No seas imbécil! Debe ser la hija del guardián, o su sobrina. -¡Yaa vaos a jugar, mierda, que me enfrío! Franchis anotó el gol que puso fin a las doce y treinta y cinco de la noche otro partido más de este verano en el centro de Trujillo a fines de los noventas del 14


siglo XX; y allí seguía la niña mirándonos. Solo que ahora ya no le tenía tanto miedo (ni pensaba en mis rodillas purulentas), incluso creo que se entristeció cuando nos retiramos. A la noche siguiente, no volvimos a tocar el tema hasta que tomando agua en el entretiempo. -Oe, te cuento, pe, hoy a la hora del almuerzo nos encontramos en el Chifa con el Julián y le dijimos que por qué no la hacía jatear a su chibola, que qué mal padre era. -¿Cuál chibola? -Tu hija, pe, que nos ha estado mirando por la ventana toda la noche. -No sé de qué hablan, muchachos, a ver si dejan de fumar pasta. -Y se quitó asado. Nos quedamos en silencio y volteamos a ver esa gran ventana de la casa pituca, pero ya no había nada más que cortinas cerradas. –Oe… entonces… mejor… ¿no creen que deberíamos volver a jugar por las tardes? ¿O quizá dejarlo para mañana? -Puta, qué te vaser un fantasma, huevonazo. -¡Juega nomás, mierda! -gritó la gente antes de apanarme y el Burro meterme un pelotazo en la cara. A partir de entonces intento jugar de espaldas a la casa enrejada, pero es por las puras ya que nunca más hemos vuelto a ver ni saber nada de aquella niña de la ventana.

Gonzalo Del Rosario Perú

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UNA LLAMADA DE AUXILIO

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strella despertó sobresaltada. El desgarrador grito que había escuchado, y

que la sacó de su habitual siesta de media tarde, lo hacía demandado ayuda. Con el corazón latiendo a toda máquina, se levantó de su cama lo más rápido que pudo y buscó torpemente la ventana. -Marina, ¿otra vez el viejo Arturo haciendo espectáculo? -Sí -respondió la interpelada. -¿Qué motivo tuvo hoy? -Dijo que se sentía presionado por mí. -¿Qué le pediste ahora? -Que bajara la tapa del baño. -¡Ay, Dios! Está cada día peor. -¡Auxilio! Alguien me está raptando -gritó el hombre moviendo sus extremidades como tortuga de espalda dada la posición en que era transportado-. ¡Auxilio! ¡Quieren robarme los órganos! ¡Auxilio!... -Callate, viejo estúpido -dijo Marina, dándole un golpe seco en la cabeza, la que sonó hueca-, sigue bebiendo y, con la paliza que te voy a dar, no te quedará nada bueno para donar. Marina detuvo la carretilla para descansar unos segundos, se escupió las palmas de las manos, tomó aire y continuó con el acarreo. -Cuando llegue a casa te las verás conmigo -dijo la fastidiada mujer mirando a su esposo que roncaba como cacharro oxidado-. Chao, Estrella, y disculpa si te desperté. Sé que es la hora de tu siesta, pero este es el camino más corto para... -No te preocupes, Marina. Solo te pido que lo cuides. Mi hermano es borracho pero buen padre. 16


-Borracho pero buen muchacho. Ya la escuchaste -dijo Arturo en un fugaz ataque de cordura y sobriedad que se esfumó de la misma manera que llegó. -Tu cállate, que si no te va peor. Estrella cerró la ventana, corrió el visillo y se recostó para continuar con su siesta. -Por suerte me quedé soltera -masculló mientras se acurrucaba en su almohada con los ojos cerrados.

Zacarías Zurita Sepúlveda. Valparaíso, Chile

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LEONARDO

Q

uise... Te lo juro... Quise no pensar en tal situación y evitar la tentación

de perderme en un remolino de deseos... Traté de encontrar un sentido, un propósito digno. Busqué la salida y solo di con una obvia recomendación: aceptarlo todo. Serenidad, aceptación y valor. Y aquí estoy, luego de aceptar este destino… mi destino, para lo que viví. Te soy sincera, ahora puedo serlo abiertamente. Sí, sí hubo un avistamiento de culpa antes de hendirte todo mi... amor. Leonardo, mi esposo no anhelado. Hubo algo llamado culpa, pero su presencia fue tan diminuta como lo era yo. Una culpa nacida en la verdad de saber que, desde hace mucho, mucho tiempo atrás, no podía igualar tu amor, ni siquiera como expiación a mi criminal pasión. Tu estúpido amor. Tan estúpido como tú. Una culpa exigente de aceptación de esta forma de amarte, apasionante como la tuya. Míranos, Leonardo. ¿Cuántos años casados? Y los años de noviazgo. Dejé conmoverme por los increpantes comentarios de la familia y, algunas veces, pensé en la falta de hijos. Meditaba sobre eso, admitiendo la necesidad de reproducción. Pero, inmediatamente, deseché ese pensamiento. Ellos no son los culpables. No son culpables de no haber existido. Entonces, ¿quién podría serlo? Sobre alguien tenía que recaer la culpa. ¿En ti? ¿O en mí? A buena hora me di cuenta de que la culpa no era la respuesta sino la negación. Una negación de mí y de ti, de saber y reconocer lo que somos y aceptar el propósito de nuestro nacimiento. El destino. Algo me causa gracia, ¿sabes? Es ridículo, pero... ¿habrías pensado que el fin de nuestra relación nos daría el pretexto para hablar tan francamente?... Yo no. Leonardo, te lo juro, yo no lo habría pensado. No pude pensarlo porque para mí no hubo comienzo de relación, todo fue parte de una gran simulación. Y pensé: ¿Qué me hiciste, Leonardo? Preguntaba en silencio, convirtiendo esa pregunta en oración que por las mañanas y las noches recitaba en voz baja. Y ahora, aquí estamos. Hablemos, pues, sin tapujos. Te diré mis pasiones y obsesiones; en cuanto a los pavores, todos ellos te los demostré. Del error de nuestro noviazgo y casamiento no tengo mucho que decir. Fue error mío, yo cedí. Quería probar esa posibilidad de la felicidad y no funcionó. Sé que a ti sí, 18


lo sé; sin embargo, estamos aquí, al final del camino de esta relación tan estúpida. No vayas a llorar, Leonardo; aunque sé que no lo harás, no puedes ya. Leonardo, mi estúpido amante, no puedes llorar. Tu confianza y amor los comparé con mi obsesión hacia tu barbilla y tus ojos miel. Ahora, ¿confías? Leonardo, ¿te sientes confiado en esa estúpida felicidad que tanto anhelabas? Mira Leonardo, éramos cercanos en eso. Tú confiabas en esto del matrimonio y sus implicaciones… el cortejo, enamoramiento, los celos, la reconquista, el engaño. Eso es el matrimonio. Tu madre y la mía lo saben. Nuestros padres son prueba de ello. Yo sigo confiando en mis obsesiones. Confié en la obsesión que se concentró en tu barbilla y tus ojos. La obsesión de centrar mi deseo en tu cuerpo, en esas partes de tu cuerpo. Amar tus ojos y la línea de tu barbilla. Yo te amé por partes mientras tú buscabas devorarme completa. Esa fue la gran brecha que nos distanciaba. ¿No te diste cuenta de eso? Acaso, ¿no notaste mis obsesiones? Es por eso que no siento más culpa. Sé que tú lo deseabas. Querías que nos devorara el amor. Y aquí estamos. Leonardo, mi amante Leonardo. Te confieso además que esa obsesión se convirtió en una inexplicable necesidad que invadió toda mi mente; deslizar la lengua cortante de mi deseo sobre la piel de tu rostro; extasiarme con el perfume de tu cuerpo, deleitarme en tu cuerpo y serenarme con el tranquilo latido de tu corazón, ese órgano de rojo carmesí. Ahora tengo un momento de sensibilidad. Perdóname, pero no puedo evitarlo totalmente. El tenue latido de tu corazón me mueve. Disculpa este ataque de sensibilidad. Estoy conmovida… y admito que también estoy excitada. El calor languidecente de tu cuerpo incita más estas incontrolables ganas de resbalar una caricia cortante desde tu barbilla hasta tu desnudo sexo. Para mí, siempre estuviste tan desnudo. Nacimos para esto. Leonardo, mírame. Si aún puedes mírame y deja que te dé un beso. Un tierno beso en tu frente ya fría. Ahora, puedo decir: ¡Te amo, Leonardo! Este acto es mi amor desnudo y franco. Adiós, Leonardo.

Alejandra Bobadilla 19


CORRE

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o, no es tu culpa, después de todo la oscuridad es inherente en cada

milímetro de este mundo, tal vez no existía otro modo de solucionarlo; se dice que cada situación tiene al menos dos maneras de solucionarse y te tocó encontrarte con uno de esos extraordinarios casos en los que solo queda una alternativa. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste saborear el salitre de tus propias lágrimas y esos pequeños esbozos de frío que ejecuta el aire en contacto con tus húmedas mejillas? Toda la ingesta de lo rojo te dejó hastiado hasta de ti mismo. Sal, corre, cruza la avenida, a dos cuadras está la parada del autobús, dale el dinero que tomaste sin calcular cuánto era, deja que termine su ruta sin importar a dónde llegue; afuera el tiempo y el espacio son primos de los copos de nieve cayendo sobre la ciudad; sigue andando, toma el subterráneo, llega a la última estación, refúgiate bajo una de esas casetas de vigilancia que quedaron obsoletas hace años, va a estar saturado de heces de rata y cucarachas, apuesto que ya ni te acordabas cómo era eso de fugarte y tener que caer hasta lo más bajo para poder fusionarte con la mancha urbana y que nadie te note; jala aire, siente cómo tus pulmones se llenan y corre, corre... Justo ahora todo debe estar revelándose, iba a pasar, lo sabías. Pero ella no. ¿Cómo carajo iba a saberlo? Tuvo la mala suerte de encender el televisor del hotel en el preciso instante cuando transmitían la noticia de algo que estaba cobrando la vida de mujeres indefensas drenando hasta su última gota de sangre y una descripción coincidía con tu cara… 20


Y las piezas de sus encuentros nocturnos y tu aversión por lo religioso e incluso esa condenada vez que le pareció no ver tu reflejo en el espejo de su casa, eran piezas que encajaban tan malditamente bien como tus ansias en su cuello; supongo que no había otro modo, o tal vez sí, después de todo aún tienes una dotación infinita de oscuridad para descubrirlo. Sí, ya sé que tú no pediste esto pero seamos brutalmente sinceros: ninguna de ellas tampoco pidió morir y sucumbieron a tu abrazo. Corre, corre… Que en el fondo no le temes a la justicia de los hombres ni temes morir, pero corre, para quizás por un momento escapar de lo que te has convertido.

José N. Méndez Azcapotzalco, Ciudad de México

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SENSACIÓN PRECOZ

A

pnea y fiebre dentro de una bolsa de plástico…

Excitación entendida a temprana edad. Juntos pensándonos y acariciándonos… Con miedo, con ternura, con deseo infantil. Huelo tu piel y siento tu frágil cuerpo junto al mío… Deseo y pienso en sentir tus labios sobre los míos. Te miro a los ojos y me volteas a ver… Extasiado y ruborizado al sentirme tan cerca. Somos apenas unos niños jugando a las escondidas… En esa enorme fabrica entre hule y madera Que hoy me trae este recuerdo húmedo y cálido De aquel chiquillo de piernas delgadas… Aquel de sonrisa infantil y sincera… Mi amigo… mi mejor amigo. Solíamos correr por toda la fábrica, Nos cansábamos y nos recostábamos agitados Sobre los paquetes enormes de hule triturado O sobre el fino aserrín que quedaba debajo de la sierra de madera. Tomados de la mano caminábamos jadeantes… Gimiendo de cansancio por el juego. Deseaba solamente tocar tu cuerpo y besar tus labios… Sabiendo que tú también estabas ansioso de hacerlo. 22


Me gustaba sentirte cerca respirándome en la cara después de correr… Tratando de alcanzarme y yo dejándome alcanzar para que me abrazaras. Disfrutaba al montarme en aquellos rollos de tela… Pensar que eran caballos galopantes… Mientras mi vagina se frotaba suavemente y mi sangre hervía. Gozaba las tardes de juego contigo, Cuando después de la escuela, mi papá me llevaba a la fábrica a jugar… Añoraba encontrarme contigo y podía ver en tus ojos El mismo deseo de volver a pasar otra tarde juntos, Otra tarde más de risas, de juegos y de un amor compartido. Hule, madera y calor, me traen ese recuerdo que me excita… Un recuerdo en mi adultez… el secreto de esta sensación precoz.

Patita Hermosa Guadalajara, Jalisco

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VIII (8) TENTATIVA DE SEDUCCIÓN

A

consideración, cuando logres regresar, podré yo

Degustar de tu llaneza, acariciar tus pechos pulposos, Con lujuria voraz, de un dedo cadavérico sobre tu figura, Cotejando la obscenidad del fruto, a pecado culposo, ¡Pues yo te invito!, logra escapar del apasionante averno, Entre arena calcinada, ¡y el pululante olor azufrado a muerte! Conociéndote, ponzoñoso hechizo rutilante, mujer del infierno, La osadía protesta, ¡arrancarte los ojos, cuerpo inerte!, Querida mía, realza tu grotesca figura en la penumbra, Con un último sacrificio de íntima amante, me ofrendas, Al tanto vino de tus piernas, exquisita delicia nocturna, Contemple la carne de tus pupilas, ¡su brillo entre mi lengua!

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XIII (13) ALUSIÓN A LA NOCTURNA

C

rucé el bucle de anchos mares, indeleble,

Advirtiendo, vileza existencia de flor morena, Que engancha su áncora en mi pecho vacuo, Y deposita entretelas, el veneno del tiempo, Al bastardo arremetiste, ante el letargo, Lucro santo, en el burdel divino, posada, Debajo de sus piernas y su sueño amargo, Del magistral, aprovechó con júbilo el despojo, Sangre que llena su estirpe, flor morena, Anclada su víscera, en los ojos del súcubo, En su regreso, moscas reinarán su venida, Para adornarlo con avaricia y sabiduría, En aquella, su umbrosa cabellera ennegrecida, Exhumando en las tinieblas de la noche piedra, El susurro de fantasía seductora escondida, En la cornisa de mi aposento, sublime fiera.

K. Raúl. M Ecuador 25


A-DIOS

S

olo un sepulcro retoñado de verdes musgos recordará que fuimos un pe-

queño lapso de tiempo en este universo. Solo la ausencia que me regalaste en cada penumbra en la que te nombraba, sabrá explicarte la profundidad del vacío que dejabas después de cada encuentro. Solo la exactitud de un código sagrado podría resucitar este desencuentro. Solo tus intentos fallidos de conquista en otros cuerpos, fraguaron los hierros del lastre que cargue por un deseo. Solo el vino derramado, te recordará que quise ser tu sueño y que estuviste en muchos textos y gemidos encarcelados. Solo los insomnios congelados pronunciaran tu nombre cuando ya lo crean olvidado. Solo un A-DIOS tallado será la huella que dejaste aquí en las piedras, en los ojos, en los huesos del territorio no encontrado.

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EL RESUMEN DE UN ENTIERRO…

S

opesar este dolor que me carcome con la ruta amarga de un encuentro es

suplicarle a todos los muertos que se acuerden de mis huesos. Habitar en la grieta absurda de un vaso lleno de desprecio es el sentimiento más perverso que concedemos los siniestros. Continuar en este averno sin morir por su veneno es el costo más injusto para los que sueñan con un beso. Desgarrar mis sentimientos y entregarlos a los vientos es la única manera de desaparecer para los que ya no me encuentran en su tiempo. Un deseo inconcebible le pido a este momento, que te impregnes de mi sangre y te mueras sin saberlo.

María Angélica Rodríguez Parraga Bogotá, Colombia

27


NO CAPISCO PERCHE

M

antequilla y mermelada en el pan,

una laptop sobre la mesa y el café humeante, el ventanal abierto luce Sol en clave de una melodía silenciosa, nombra el cielo a los jinetes del viento, las nubes pasan raudas a los ojos míos; así, escapo de las travesuras de la casa y de las coplas del día. Pinto con pasos la gris acera, soy vendedor callejero de quien quiera escuchar canciones de agridulces metáforas, vienen los aromas fragmentados del mercado, colores frutales enlazan el odio de una mirada y alejo, soy simple trovador de misericordia que no capisco perche; camino en andadores, caen las monedas a mis baladas, así huyo como soplo de día fresco, bajo lluvia y aires. Un respiro para un sándwich y agua; 28


soltero y joven busco destino que no hallo; hoy visto con letras mis versos. Y cansado hacia la noche, vuelvo con mi guitarra y una cerveza; casa de padre no escampa; con frĂ­o cobijo de la noche inasible; soy el verdugo de mis pensamientos.

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SILENTES LLAMAS

U

n lazo al cuello del tintero,

la pluma encamina sus aguas, tinta negra como sangre drenada, derrama los instantes de una poesía sofocada, enciende silentes llamas de un fuego que no se mira, y arde en las entrañas de una hoja de papel; una batuta orquesta el camino de las letras, y mueve así, alas de pájaros, y el trono del Sol, las ardientes locuras de mi madre, y el piano cerrado que no se oye, el crisantemo cuenta al jazmín que las palabras cantan sustantivos en la pereza de los trazos, lentos se mueven como Luna en el cielo, la tortuga encamina al mar o la cintura gestante de mi madre, así el verbo toca tesituras de magia, y solo es la sensación plena de despertar y comer, ir y venir… ferrocarril se pierde en lontananza… y encarrilo el cierre, el lazo desaparece, el cuaderno se cierra, versos en la memoria como una campiña de rosas invisibles.

María Isabel Galván Rocha CDMX 30


MUERO DE HAMBRE

Y

mientras cavaba

Su primera tumba Se preguntaba: ¿Cuánto falta para comer?

BOSQUE / MAR

M

e acosté a descansar

Bajo los árboles del bosque… Cerré los ojos y escuché el mar

LA ESCRITURA

L

entamente la escritura nace,

se crea, se destruye, se transforma, renace de una y mil formas 31


indefinidamente… infinita. La escritura comunica, confunde, calla e informa, hiere, sana libera, encadena, odia, ama, muere, resucita… lentamente la escritura, nos convierte en signos, en símbolos, en letras… lentamente la escritura, nos ha de convertir en libros.

Víctor Chávez Guadalajara, Jalisco

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DESGARRADOS

D

esgarrados vivimos

Desgarrados nos hacen ver en esta ilusión, como viviendo en un videojuego, colectando estrellas, títulos, porcentajes, calificaciones y certificados. Desgarrados, En la era de la descomposición social e hipotecas infladas de tirar piedras y aguantar riscos en el tiempo de las víctimas y los desaparecidos en el que el protocolo de Estambul puede jugar con la justicia y la presión psicológica de los imputados

Desgarrados, Como el retazo de la almohada de trapo que tejió mi abuela y en la que cultivaba mis sueños y dormía 12 horas como las almohadas de los desplazados de Siria aludidos por el terror psicológico implantado por los medios y esta globalización que me carcome las sienes Desgarrados de nuevo Como las sonrisas y llantos de un 2 de noviembre que nos recuerda que de la tierra venimos y que por capricho nos aferramos a no abandonar Desgarrados otra vez Por el temor fundado a no poder disfrutar de una nieve de garrafa o un elote con crema, sin esperar a que una bala te arrebate el último suspiro del lindo aire que la tierra te dio 33


Desgarrados Por la crisis política, el padrotismo, el mesianismo, el falso socialismo, y una realidad que cada vez más quiere reflejar la utopía de Santo Tomas de Moro Desgarrado estoy Por ser víctima y testigo de un poder que no veo como el aire, pero que me ahoga y me mutila por pertenecer a su esfera y a pesar de ser su ciudadano, disfraza sus verdades con calumnias y apuesta por el falso éxito de su siguiente orador Desgarrado Por qué el agobio puede más que sus mentiras Porque la calle puede más que su cafeína Porque la constancia no puede más que su hambre Porque al parecer no nacimos condenados a ser libres ¡Desgarrados!

Cain Gastelum Guadalajara, México

34


L

o vi llegar cimbrado desde los cimientos hasta las trabes, recorrió con

goterones las mordeduras cosidas a fuego por el terco taladrar del percutor. Se quebró sobre lo inoxidable del acero. Sólo supe que ella tenía quince años, dijo estar harta y no deseaba ser encontrada. — A muchas no hay quien las reclame—, dijeron allá muy adentro. Nada en el mundo ayudó a comprender la naturaleza de su escondite.

Rafael Aguirre Acapulco, México.

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TintaSangre Versión digital

Año 1

número 3 Julio 2019

México-Chile 36


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