La Cenicienta china
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En un lejano pasado, antes del nacimiento de las dinastías Ts'in y Han, vivió un capitán llamado Wu, que habitaba en la cueva de una montaña. La gente de los alrededores le decía "Wu, el capitán de la cueva".
Wu, el capitán de la cueva tenía una hermosa hija de nombre ShihChieh. Cuando la niña tenía diez años, su madre murió, ella y su padre se volvieron grandes amigos.
ShihChieh no sólo era hermosa, también era inteligente y siempre estaba feliz. Pero un día su padre murió y desde entonces la madrastra se llenó de envidia por la belleza de ShihChieh y buscó maltratarla de todas las formas posibles. La hacía ir a cortar leña a sitios peligrosos y sacar agua de pozos
profundos, con la esperanza de que un día ShihChieh tuviera un accidente.
Un día, cuando ShihChieh estaba en el jardín, atrapó un hermoso pececito de aletas rojas y ojos dorados. Era tan pequeño que podía mantenerlo en un tazón en su habitación.
T o dos los días ShihChieh cambiaba el agua del tazón, pero el pez fue c r e c i e n d o y creciendo hasta que llegó el día en que ella ya no encontró ninguna vasija lo s u fi c i e n t e m e n t e g rande para tenerlo.
Entonces esperó hasta un día en que su cruel madrastra salió y se deslizó cautelosamente hasta el jardín para
echar el pez en el estanque. Desde ese día, ShihChieh bajaba en secreto al jardín todos los días para alimentar al pez. Así, ShihChieh y el hermoso pez se volvieron grandes amigos y todas las mañanas, cuando ella venía al estanque, el pez nadaba hasta la orilla, sacaba la cabeza del agua y la apoyaba en el borde.
De alguna forma la cruel madrastra se enteró de la existencia del pez de aletas rojas y ojos dorados y con frecuencia venía al jardín para tratar de verlo por sí misma. Pero el pez nunca aparecía ante nadie distinto de ShihChieh. Muy ofendida, la madrastra se puso furiosa y decidió matar al pez. Un día le dijo a ShihChieh:
–¿No estás cansada hoy? Es un día muy hermoso, ¿por qué no dejas que yo te lave la ropa? Ve y trae agua del aljibe del vecino y, cuando regreses, lavaré tu ropa.
Tan pronto como ShihChieh salió con el 4
balde, la madrastra se puso rápidamente la ropa de la niña y escondiéndose en la manga una afilada espada, bajó al estanque y llamó al pez.
El pez; pensando que se trataba de su ama, sacó la cabeza del agua. Velozmente la cruel madrastra sacó la espada de su manga y mató al pez. Lo llevó a casa, lo cocinó y luego se comió su deliciosa carne. Después enterró los huesos bajo un montículo en el campo.
Al día siguiente ShihChieh bajó como siempre al jardín y esparció algunas boronas sobre el estanque, pero el pez de aletas rojas y ojos dorados no salió a saludarla. Sentada en la orilla, ShihChieh lloró desconsoladamente. Enseguida, un hombre con el cabello revuelto y vestido con ropas primitivas descendió del cielo y la consoló.
–No llores, mi niña. Tu madrastra asesinó al pez y escondió sus huesos en un montículo en el campo.
Luego el hombre se inclinó hacia ella y le susurró:
–Te voy a contar un gran secreto. Si le pides a esos huesos, todos tus deseos serán concedidos.
Cuando ShihChieh se volteó para darle las gracias al desconocido, este ya había desaparecido.
ShihChieh hizo exactamente lo que el extraño visitante le dijo. Todos los días les rezaba a los huesos del pez y tal como se lo habían prometido, oro, perlas y hermosos vestidos le lle- g aban tan pronto como los deseaba.
Entretanto, llegó el séptimo día de la séptima luna, día en que se celebraba el Festival de la Cueva.
La madrastra tomó a su pr
opia hija, que no era de ningún modo ni la mitad de bonita que ShihChieh, y se fue al festival, no sin antes ordenarle a ShihChieh que se quedara cuidando la casa: –Y cuida los frutales del jardín en nuestra ausencia –le gritó con voz aguda, mientras cruzaban la puerta. Pero tan pronto como se perdieron de vista, ShihChieh corrió hasta el montículo del campo y pidió a su pez que le mandaran un hermoso vestido y zapatillas con las que pudiera ir al festival. Al instante se vio vestida con un magnífico traje azul celeste y brillantes zapatillas doradas. Se veía tan hermosa que parecía una reina de las hadas que descendía rápidamente por el camino, tras los pasos de su madre y su hermana. Cuando entró al salón y se unió al baile, todo el mundo volteó a mirarla, porque no había entre todos los asistentes ninguna dama tan bella como ShihChieh.
–¡Caramba! Esa muchacha es idéntica a
ShihChieh –murmuró su hermanastra. La madrastra frunció el ceño con rabia. Cuando ShihChieh se dio cuenta de que la habían reconocido, huyó del baile y se apresuró a llegar a su casa. Pero,en su afán, perdió una de las zapatillas do r ad a s. La fiesta estaba en su punto culminante y n a d i e n o t ó q u e e l Hombre de la Cueva se inclinó y recogió del s u e l o l a b r i l l a n t e zapatilla dorada que ShihChieh había dejado tras de sí. Cuando la madrastra regresó a la casa, encontró a ShihChieh profundamente dormida y pensó que, después de todo, no era posible que hubiese estado en el baile.
El Hombre de la Cueva vivía en una isla perteneciente al reino de T'oHuan, cuyo poderío militar sobresalía entre las treinta islas de la región. El pueblo de la isla le vendió la zapatilla dorada que ShihChieh había perdido en el festival al rey T'oHuan. Este rey pensó que nunca en su vida había visto algo tan hermoso como esa zapatilla y que la persona que la había perdido debía de ser igual de hermosa. La zapatilla era ligera como un rayo de luna y no hacía ningún ruido, aunque caminara sobre piedras. Así que el rey envió a sus heraldos a todos los rincones del reino para que les pidieran a todas las mujeres que se probaran la zapatilla. Pero los heraldos no encontraron a nadie a quien le sirviera la zapatilla. Luego el rey ordenó que buscaran en todas las casas de la periferia para encontrar la compañera de la zapatilla. Finalmente, los enviados regresaron con la noticia de que habían
encontrado en la casa de ShihChieh otra zapatilla idéntica. El rey de T'oHuan estaba tan encado con esta noticia que decidió ir personalmente a conocer a la doncella a la que le calzaba perfectamente la zapatilla. ShihChieh se escondió cuando escuchó que el rey había llegado, pero cuando pidió verla, apareció vestida con el mismo traje azul celeste que había usado para el baile y una sola zapatilla dorada en sus pies. Se veía tan espléndida como una diosa y, cuando deslizó su fino pie en la zapatilla perdida, esta le calzó perfectamente y el rey se la llevó a su reino para que fuera su esposa. Su madrastra se quedó iracunda, y la hermanastra lloró de rabia durante una semana entera. Antes de irse, ShihChieh fue al jardín para recoger los huesos del pez y llevárselos con ella a su nueva casa. Durante el primer año de su nueva vida, el rey descubrió el secreto de los huesos del pez y,
llevado por la codicia, comenzó a pedirle tal cantidad de joyas y piezas de jade que al año siguiente las peticiones dejaron de ser concedidas. Entonces el rey enterró los huesos del pez en la costa, cerca del mar, junto con cien galones de perlas, y lo rodeó todo con una muralla dorada. Varios años después el rey volvió a este sitio para desenterrar las perlas y distribuirlas entre sus soldados, quienes lo habían amenazado con rebelarse. Sin embargo, descubrió con consternación que las perlas y los huesos habían sido arrastrados por la marea.