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Algún leñador dejó olvidado un grueso tronco en medio de las montañas de Papayal. Como el tronco era justo lo que necesitaba una colonia de hormigas arrieras para construir su nido, éstas fueron cavando con sus tenazas, poquito a poquito, la pulpa blanca, y declararon que aquella sería su casa para siempre. Otra colonia de hormigas, pero éstas de la variedad de las congas por su color muy negro, descubrieron también el mismo tronco abandonado desde el otro extremo, y comenzaron a agujerearlo y decidieron que aquel sería su hogar de por vida.
Los troncos suelen parecer muy grandes a las hormigas, ya que éstas son chiquitas. ¿Se imaginan un edificio de veinticinco pisos? Pues para las hormigas un tronco caído en la selva es muchísimo más grande que para nosotros un edificio de veinticinco p i sos, y muchísimo más barato y cómodo t a mbién, porque no deben pagar ningún alquiler, y no hay cortes de luz en los troncos de los árboles.
Las hormigas arrieras no sabían que en el extremo opuesto del tronco había h
ormigas congas, y éstas tampoco podían suponer que al otro lado de su extenso hogar de madera vivía una colonia de hormigas arrieras. Durante un tiempo todo fue bien. Muy de madrugada, las hormigas arrieras salían de sus agujeros excavados en el tronco e iban en fila a lo largo de los senderos que las hierbas dejan en los claros del bosque, a fin de procurarse alimento. Regresaban a casa cargando sobre los lomos unos verdes y jugosos pedacitos de hojas, que los guardaban en sus frescas galerías y que luego les servían de sabroso alimento. Por su parte, las hormigas congas abandonaban su guarida al caer la noche y recogían pedacitos de insectos caídos entre la hojarasca y retornaban a su hogar con ricas presas que devoraban muy satisfechas antes de que la mañana despuntara, y se iban a dormir en sus agujeros del tronco.
La vida para las hormigas arrieras y las hormigas congas e ra buena: tenían sus respectivos hogares en el gran árbol, el alimento nunca les faltaba, y así habrían seguido para siempre, de no ser porque un día un grupo enes hormigas arrieras, mientras excavaban animosas con mandíbulas de tenaza una alería, se sorprendieron al abrir boquete, tras el cual descubrieron
a unas hormigas congas que dormitaban muy plácidas.
¡Intrusos! exclamó alarmada una de las jóvenes hormigas arrieras . Debemos informar a nuestros superiores que en el tronco hay hormigas intrusas. Las jóvenes avisaron de su descubrimiento al Consejo Superior de la colonia, y las viejas hormigas arrieras, al saber de la identidad de las advenedizas, exclamaron con ira y pesar:
Tenían que ser hormigas congas! Negras y despreciables, que no son como nosotras, que nos alimentamos con pedacitos de hojas verdes y tenemos un color café claro muy hermoso, sino que ellas comen insectos muertos y andan por las noches mientras nosotras dormimos. No podemos permitir que nos invadan.
El hormiguero sesionó y en vibrante resolución se acordó expulsar del tronco a las intrusas. Pero aquella noche, al otro extremo del tronco caído en mitad de un claro de los bosques de las montañas de Papayal, las hormigas congas también celebraron un consejo extraordinario. Una de las suyas, a la que el sueño se le había quitado por una indigestión con patas de mosquitos, miró con horror, mientras sus compañeras dormían, cómo unas cuantas hormigas de color café claro abrían un boquete y se asomaban con sus antenas
–Las hormigas arrieras quieren desalojarnos de nuestro tronco –dijeron las hormigas congas más viejas con furor–. Esa clase de insectos, aunque por desgracia son parientes lejanas de nosotras las hormigas congas, tienen unas costumbres muy extrañas y repugnantes: se alimentan con hojas verdes, y por eso huelen a clorofila, ¡fuchi! Además, tienen la desfachatez de dormir por las noches, mientras nosotras trabajamos en la oscuridad. Y la guerra se declaró entre las hormigas arrieras y las hormigas congas. Las viejas de cada hormiguero adversario instruyeron a las más jóvenes y valerosas en el combate, y las enviaron en patrullas de cien, de doscientas y quinientas a taponar los agujeros enemigos o inutilizarlos. En los combates cuerpo a cuerpo, las hormigas arrieras y las congas se daban de mordiscos con aquellas poderosas tenazas que la naturaleza les dio para alimentarse y defenderse, y muy pronto las galerías de los dos hormigueros del tronco se vieron llenas de heridas a las que era preciso alimentar con ración doble para que se recuperaran pronto.
Las patrullas adversarias cobraban además prisioneras,
las que tenían que ser vigiladas y también alimentadas. Solo que como las unas comían exclusivamente pedacitos de hojas verdes y las otras, restos de insectos muertos, las raciones para las prisioneras obligaban a cada hormiguero a un duro trabajo adicional. Con el pasar de los días, era evidente que ninguno de los dos hormigueros del tronco podía desalojar al bando que cada cual llamaba “intruso”. Las viejas hormigas que mandaban en el hormiguero de las arrieras se reunieron para deliberar. –No podemos seguir así –opinó una de ellas–. Esta guerra nos distrae de nuestra labor de alimentarnos y mantener las galerías, de cuidar nuestras larvas y enseñarles a ser buenas hormigas. Si seguimos esta guerra, nuestro hormiguero va a desaparecer. –Propongo buscar unos insectos que medien en la pelea e impongan la paz con nuestras adversarias –sugirió otra de las viejas hormigas del consejo.
–Busquemos a esos insectos mediadores –aceptaron las otras.
Entre tanto, las hormigas congas dirigentes también se habían reunido para tratar el caso: era claro que tampoco podían proseguir esa guerra. Ya no sabían si era de día o de noche a causa de los combates, y las provisiones escaseaban porque muy pocas hormigas congas podían salir para recolectar despojos caídos de mariposas o
Y el consejo de las hormigas congas llegó a la misma conclusión que sus adversarias: debían buscar mediadores.
Una emisaria de cada bando, provista de un trocito muy fino de tela de araña en las mandíbulas a modo de bandera blanca, conferenció en la mitad del disputado tronco. Tras mirarse un rato una a la otra con desprecio y desconfianza, acordaron que se pediría la ayuda del escarabajo azul, la libélula de cola roja y el saltamontes gris, por considerar que eran los más serios y respetados del lugar, a fin de que mediaran en la guerra de los dos hormigueros. En efecto, el escarabajo azul, la libélula de cola roja y el saltamontes gris fueron invitados y los tres aceptaron de buena gana el papel de mediadores. –Sin embargo –dijo el escarabajo azul levantando las hojas de su lindo caparazón que parecía hecho de metal, todo color azul brillante–, nosotros solo podemos aconsejar lo que deben hacer los hormigueros. La paz solo es cuestión de que se p o n g a n d e a c uerdo.
Durante un buen rato, los insectos p a c i fi c a d o r e s escucharon las razones de cada hormiguero sobre su
derecho a poseer el tronco. Luego, la libélula de cola roja trazó una rayita de polen en mitad del leño, y el saltamontes gris marcó puntitos negros con lodo de una charca, para que la línea divisoria fuera más visible y las hormigas de cada colonia no se equivocaran. –Listo –anunció el escarabajo azul–. El tronco es lo suficientemente grande como para que en él vivan dos hormigueros. La mitad del tronco pertenece a las hormigas arrieras y la otra mitad, a las congas. Los insectos mediadores se marcharon satisfechos, pero no pasó mucho tiempo y los hormigueros estaban nuevamente en plan de guerra, a causa de la disputa sobre un milímetro más o menos de la línea trazada con polen y puntitos de barro sobre el grueso tronco. Parecía que los combates iban a proseguir quién sabe por cuánto tiempo más, o hasta que ambos hormigueros q uedaran extenuados.
Las pobres hormigas de cada bando ya no tenían fuerzas sin a l i m e n t o s p a r a proseguir la guerra. –El escarabajo azul lo dijo muy bien –observó una de las viejas hormigas arrieras–. Si nosotras no queremos la paz, ninguna
línea sobre el tronco servirá de nada. –Exacto –dijo una vieja hormiga conga–. De nosotras depende que no nos acabemos mutuamente. Y las dos colonias de hormigas del bosque de Papayal esta ocasión hicieron la paz de verdad. La mitad del tronco fue para unas y la mitad restante de las otras. La línea de polen y barro que trazaron los insectos mediadores se fue borrando con la lluvia, pero las hormigas aprendieron a vivir en paz y no necesitaron que les tracen otra línea. Cada hormiguero vivió en su porción del tronco, sin molestar a la otra.
Fin
Luego de escuchar el cuento elije una de las preguntas que se plantean y escribe una respuesta, también anota otras inquietudes que desees dialogar con tus compañeros, compañeras y docente.
¿Cuáles son los personajes de esta historia?
¿En qué lugar vivían las hormigas?
¿Por qué los dos grupos de hormigas no se encontraban cuando salían a trabajar?
¿Qué harías tú para solucionar un conflicto entre tus compañeros?
¿Crees que las peleas son la mejor manera de solucionar los problemas?
¿Por qué empezó el conflicto entre los dos grupos de hormigas?
¿Quiénes ayudaron a solucionar los problemas?
¿Crees que las personas tienen problemas similares a los de las hormigas?