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45 Darío Bernal Casasola (Universidad de Cádiz) Michel Bonifay (Centre Camille Jullian. Aix Marseille Université/CNRS)

E S PA C I O S U R B A N O S E N E L O C C I D E N T E M E D I T E R R Á N E O ( S . V I - V I I I ) / 4 5 - 6 4

IMPORTACIONES Y CONSUMO ALIMENTICIO EN LAS CIUDADES TARDORROMANAS DEL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (SS. VI-VIII D.C.): LA APORTACIÓN DE LAS ÁNFORAS

1. LAS ÁNFORAS, UN BUEN ESPEJO DE LA ECONOMÍA DE LA CIUDAD TARDOANTIGUA MEDITERRÁNEA El avance en nuestro conocimiento sobre las ciudades tardoantiguas en el Mediterráneo en las últimas décadas puede ser calificado, sin duda, de espectacular. De Oriente a Occidente la documentación disponible es tremendamente rica y renovada a efectos tanto metodológico-conceptuales (como por ejemplo Wickham, 2005) como arqueológicos. Con unos indicadores arqueológicos cada vez menos generosos –materiales edilicios perecederos, escasez de construcciones monumentales, parquedad de las fuentes epigráficas…-, siguen siendo las evidencias funerarias y los edificios de culto reflejo de la intensa cristianización de la topografía urbana- los indicadores más fidedignos para la reconstrucción de las pulsiones vitales de las urbes mediterráneas de los ss. V, VI y VII d.C. Para poder valorar la dinámica comercial y la vitalidad económica de nuestras ciudades tardorromanas las fuentes aportan multitud de documentación, que ofrecen un panorama de gran interés sobre las intensas relaciones marítimas Oriente-Occidente, como ilustran magistralmente las peregrinaciones, los exilios ultramarinos y un sin fin de episodios normalmente vinculados a la Historia de la Iglesia (Pellegrini, 2008) que ilustran la apertura del Mare Nostrum, los contactos entre obispados y las constantes rutas entre Hispania, las Galliae, Italia y la Pars Orientalis. No obstante, descender de lo general a lo particular, de la importancia de los dominios episcopales a saber si tal o cual ciudad disponía de praedia y a donde enviaba los excedentes son aspectos difíciles de precisar por el carácter genérico de las fuentes, salvo honrosas excepciones como ilustra, entre otros casos, la vida de Casiodoro en la Italia meridional (Zinzi, 1994). En estos contextos el “redescubrimiento” de las cerámicas tardías desde los trabajos de Hayes en los años setenta del siglo pasado ha tenido una importancia exponencial. De ahí que durante años, especialmente en dicha década y en la siguiente, fuesen faraónicos los esfuerzos destinados a valorizar las producciones cerámicas como elemento tanto cronológico –no nos olvidemos de la complejidad en dichas fechas de una datación precisa en muchos de nuestros asentamientos tardoantiguos- como, especialmente, económico. Y de ahí el avance en el conocimiento de la importancia del Africa Proconsular y las provincias limítrofes a partir de época severiana,

que de la mano de A. Carandini fue progresivamente cobrando cada vez más fuerza. En este contexto, ¿cuál fue la importancia de las ánforas de transporte? En primer lugar recordar su singularidad en relación a otras clases cerámicas, ya que además de cuestiones de procedencia (origen) y cronología permiten valorar apriorísticamente el tipo de producto envasado, facultándonos con ello a realizar una serie de inferencias económicas que las han convertido desde la época de Dressel a finales del s. XIX en artefactos privilegiados por su potencialidad económica (baste recordar las antiguas pero atinadas y plenamente vigentes observaciones de Zevi y Tchernià al efecto de las series africanas tardías). Las ánforas tardorromanas fueron las últimas en ser sistematizadas, ya que la riqueza epigráfica de las series republicanas y altoimperiales –entre otros motivos que sería extenso sintetizar aquí- generó una atención más precoz por parte de los investigadores. En la fecha de celebración de este encuentro, la ordenación de las ánforas tardoantiguas cumple, grosso modo, sus bodas de plata. Sin ánimo de ser exhaustivos, efectivamente en 1984 se producen algunos catalizadores que aceleraron el proceso. Por un lado, la síntesis de S. Keay sobre las evidencias de la Tarraconense septentrional, que constituyó el primer gran impulso de caracterización de las familias tardías (Keay, 1984), obra que durante años –hasta prácticamente hace menos de una década- ha constituido nuestro libro de cabecera al respecto. Y por otro, la publicación de contextos tardíos en multitud de ciudades tardoantiguas, comenzando por la propia Cartago con las intervenciones británicas –entre otras- en la Avenue Habib Bourguiba (Fulford y Peacock, 1984), y otras como Turris Libisonis (Villedieu, 1984), Marsella –excavaciones en “La Bourse”- (Bonifay, 1986), o Tarraco con el “abocador” (Remolà y Abelló 1989), que generaron un modelo de la potencialidad del análisis de la cerámica tardorromana –especialmente las ánforas, como decimos- para la comprensión de las ciudades tardorromanas mediterráneas. Todo ello propició la gestación de un modelo interpretativo trimodal, en el cual se planteaban normalmente tres preguntas básicas: ¿Cuánto material africano? ¿Qué llega de la Pars Orientalis? ¿Qué presencia de producciones locales/regionales existen en el registro? Y además, todo ello bien cuantificado por épocas, siguiendo normalmente el tetranomio bajoimperial/vándalo/bizantino/“godo” (adaptado al grupo étnico presen-


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