45 Darío Bernal Casasola (Universidad de Cádiz) Michel Bonifay (Centre Camille Jullian. Aix Marseille Université/CNRS)
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IMPORTACIONES Y CONSUMO ALIMENTICIO EN LAS CIUDADES TARDORROMANAS DEL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (SS. VI-VIII D.C.): LA APORTACIÓN DE LAS ÁNFORAS
1. LAS ÁNFORAS, UN BUEN ESPEJO DE LA ECONOMÍA DE LA CIUDAD TARDOANTIGUA MEDITERRÁNEA El avance en nuestro conocimiento sobre las ciudades tardoantiguas en el Mediterráneo en las últimas décadas puede ser calificado, sin duda, de espectacular. De Oriente a Occidente la documentación disponible es tremendamente rica y renovada a efectos tanto metodológico-conceptuales (como por ejemplo Wickham, 2005) como arqueológicos. Con unos indicadores arqueológicos cada vez menos generosos –materiales edilicios perecederos, escasez de construcciones monumentales, parquedad de las fuentes epigráficas…-, siguen siendo las evidencias funerarias y los edificios de culto reflejo de la intensa cristianización de la topografía urbana- los indicadores más fidedignos para la reconstrucción de las pulsiones vitales de las urbes mediterráneas de los ss. V, VI y VII d.C. Para poder valorar la dinámica comercial y la vitalidad económica de nuestras ciudades tardorromanas las fuentes aportan multitud de documentación, que ofrecen un panorama de gran interés sobre las intensas relaciones marítimas Oriente-Occidente, como ilustran magistralmente las peregrinaciones, los exilios ultramarinos y un sin fin de episodios normalmente vinculados a la Historia de la Iglesia (Pellegrini, 2008) que ilustran la apertura del Mare Nostrum, los contactos entre obispados y las constantes rutas entre Hispania, las Galliae, Italia y la Pars Orientalis. No obstante, descender de lo general a lo particular, de la importancia de los dominios episcopales a saber si tal o cual ciudad disponía de praedia y a donde enviaba los excedentes son aspectos difíciles de precisar por el carácter genérico de las fuentes, salvo honrosas excepciones como ilustra, entre otros casos, la vida de Casiodoro en la Italia meridional (Zinzi, 1994). En estos contextos el “redescubrimiento” de las cerámicas tardías desde los trabajos de Hayes en los años setenta del siglo pasado ha tenido una importancia exponencial. De ahí que durante años, especialmente en dicha década y en la siguiente, fuesen faraónicos los esfuerzos destinados a valorizar las producciones cerámicas como elemento tanto cronológico –no nos olvidemos de la complejidad en dichas fechas de una datación precisa en muchos de nuestros asentamientos tardoantiguos- como, especialmente, económico. Y de ahí el avance en el conocimiento de la importancia del Africa Proconsular y las provincias limítrofes a partir de época severiana,
que de la mano de A. Carandini fue progresivamente cobrando cada vez más fuerza. En este contexto, ¿cuál fue la importancia de las ánforas de transporte? En primer lugar recordar su singularidad en relación a otras clases cerámicas, ya que además de cuestiones de procedencia (origen) y cronología permiten valorar apriorísticamente el tipo de producto envasado, facultándonos con ello a realizar una serie de inferencias económicas que las han convertido desde la época de Dressel a finales del s. XIX en artefactos privilegiados por su potencialidad económica (baste recordar las antiguas pero atinadas y plenamente vigentes observaciones de Zevi y Tchernià al efecto de las series africanas tardías). Las ánforas tardorromanas fueron las últimas en ser sistematizadas, ya que la riqueza epigráfica de las series republicanas y altoimperiales –entre otros motivos que sería extenso sintetizar aquí- generó una atención más precoz por parte de los investigadores. En la fecha de celebración de este encuentro, la ordenación de las ánforas tardoantiguas cumple, grosso modo, sus bodas de plata. Sin ánimo de ser exhaustivos, efectivamente en 1984 se producen algunos catalizadores que aceleraron el proceso. Por un lado, la síntesis de S. Keay sobre las evidencias de la Tarraconense septentrional, que constituyó el primer gran impulso de caracterización de las familias tardías (Keay, 1984), obra que durante años –hasta prácticamente hace menos de una década- ha constituido nuestro libro de cabecera al respecto. Y por otro, la publicación de contextos tardíos en multitud de ciudades tardoantiguas, comenzando por la propia Cartago con las intervenciones británicas –entre otras- en la Avenue Habib Bourguiba (Fulford y Peacock, 1984), y otras como Turris Libisonis (Villedieu, 1984), Marsella –excavaciones en “La Bourse”- (Bonifay, 1986), o Tarraco con el “abocador” (Remolà y Abelló 1989), que generaron un modelo de la potencialidad del análisis de la cerámica tardorromana –especialmente las ánforas, como decimos- para la comprensión de las ciudades tardorromanas mediterráneas. Todo ello propició la gestación de un modelo interpretativo trimodal, en el cual se planteaban normalmente tres preguntas básicas: ¿Cuánto material africano? ¿Qué llega de la Pars Orientalis? ¿Qué presencia de producciones locales/regionales existen en el registro? Y además, todo ello bien cuantificado por épocas, siguiendo normalmente el tetranomio bajoimperial/vándalo/bizantino/“godo” (adaptado al grupo étnico presen-
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te en cada país mediterráneo), o bien por horizontes estratigráficos, como ilustra, por ejemplo, el caso de Tarraco (Remolà, 2000), reproducido en la figura 1.
Figura 1.- Porcentaje de frecuencia de materiales africanos y orientales en Tarraco entre el s. V y el VII (Remolà, 2000, 307, gráfico 10).
Con posterioridad, y debido a los interesantes resultados con la posibilidad de elaborar comparativas inter-urbanas, tanto en histogramas de frecuencia que recogiesen porcentajes de áreas productoras por épocas como en general por la presunción de la mayor importancia de las urbes tardoantiguas derivada de una mayor o menor presencia de materiales importados, se generó un “efecto dominó” al cual se han ido sumando multitud de ciudades atlántico-mediterráneas. Entre las más significativas, contamos con ejemplos desde la costa hispana mediterránea pasando por Carthago Spartaria (recientemente Vizcaíno, 2009), Lucentum (Reynolds, 1995 y 2010) o Tarraco (Remolà, 2000) hasta Marsella (síntesis en Bonifay y Raynaud, 2007, dir), Roma con la Crypta Balbi (Saguì, 1998), Nápoles (Arthur, 1998) y los ejemplos ya mencionados de Cartago. Únicamente se advierte una cierta discontinuidad en las Mauretaniae, derivada de retrasos en la investigación, a excepción de la Tingitana más septentrional (Villaverde, 2001; Bernal, 2007), y datos dispersos en la fachada atlántica que tenuemente están siendo sistematizados, como sucede en Bracara Augusta (Morais, 2005). Esta situación de intensificación de los estudios y fecunda publicación de resultados -basta ojear las actas de los congresos LRCW 1, 2 y el 3 a punto de editarse para percatarse de la avalancha de novedades- ha generado
una situación nueva sobre la cual consideramos conviene reflexionar. A ello dedicamos este trabajo, en el cual vamos a realizar una serie de reflexiones, en una triple línea. De una parte, el planteamiento de algunos de los problemas metodológicos actuales vinculados con la seriación de las ánforas tardorromanas, a efectos tipo-cronológicos y del contenido envasado (apartado 2). En segundo término, valorar sucintamente la documentación disponible actualmente en el Mediterráneo para evaluar los contextos de época vándala, bizantina y visigoda/ostrogoda/franca, con los problemas detectados. Y en último término incidir en algunos aspectos históricos de notable calado que se desprenden del análisis del registro anfórico en relación a la dinámica comercial general, valorando cuestiones políticas y de carácter macroeconómico, terminando al final con una serie de aspectos/hipótesis a analizar en los próximos años. Todo ello con el objetivo de ilustrar la notable potencialidad que se desprende de los estudios anforológicos para la comprensión de la dinámica vital de las ciudades tardorromanas, siendo ésta nuestra aportación al I Congreso Internacional Espacios Urbanos en el Occidente Mediterráneo (ss. VI- VIII), centrada como se verá más en aspectos comerciales que estrictamente relacionados con el aprovisionamiento urbano, y con un marcado sesgo metodológico y crítico. 2. SÍNTOMAS DE MADUREZ: PROBLEMAS METODOLÓGICOS ACTUALES DE LAS SERIES ANFÓRICAS TARDOANTIGUAS Actualmente disponemos de un conocimiento bastante aquilatado de las series anfóricas tardoantiguas, con buenos trabajos de síntesis para las producciones orientales (de Arthur, 1998 a Pieri 2005), africanas (Bonifay, 2004), suritálicas/sicilianas (Pacetti, 1998) y bético-lusitanas (AA.VV. 2001; Alarcão y Mayet, 1990; Filipe y Raposo, 20001). A continuación vamos a presentar algunos de los aspectos objeto de debate y/o investigación en la actualidad, atendiendo a los grandes temas (origen, cronología y contenido). 2.1. De los focos de producción de las ánforas. Planteamientos actuales Realizando una valoración desde el Finis Terrae hacia Oriente, inicialmente nos encontramos con las producciones hispánicas. Entre ellas, empezamos por las ánforas denominadas “sudhispánicas”, epíteto que engloba a las cerámicas –ánforas básicamente y en menor medida cerámicas comunesfabricadas tanto en la Lusitania –desde Olisipo (Lisboa) hasta el Algarvecomo en Baetica. Este es el primer problema “real” existente: distinguir 1. Así como todas las recientes novedades presentadas en el Seminário e Ateliê de Arqueologia Experimental “A Olaria Romana” (Seixal, febrero de 2010), cuyas actas se encuentran en prensa (www.cm-seixal.pt/ecomuseu).
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aquellos envases portugueses de los andaluces, que fue lo que provocó que en su momento –S. Keay- se acuñase este manejado epíteto. A efectos del comercio “internacional” dicha precisión no resulta excesivamente significativa –pues en definitiva se trata de importaciones “hispanas”-, pero a nivel intra-hispano o del Mediterráneo Occidental es fundamental precisar, a efectos de valorar las rutas y el carácter redistributivo o directo de las actividades comerciales. Este aspecto afecta especialmente a las ánforas de garum y salazones de pescado (Almagro 51 a-b/Keay XIX, Almagro 51c/Keay XXIII, y otras en menor proporción -Beltrán 72, Almagro 50/Keay XXII….), pues todas ellas se fabrican en aguas tanto atlánticas como mediterráneas, y la práctica total ausencia de epigrafía no ayuda en dicho sentido. La tendencia actual es tratar de discriminar macroscópicamente entre las producciones del “Tajo/Sado”, las meridionales o del “Algarve” y las béticas. También es importante recordar que existen una serie de formas menos conocidas –y por ello desapercibidas a los ojos de los arqueólogos- que viajan fuera de los límites hispanos, a cuya sistematización habrá que dedicar esfuerzos en el futuro: baste el ejemplo de las ánforas de salsamenta afines a las Almagro 50 y a la forma Majuelo I aparecidas en Caesarea Maritima en Palaestina (Oren-Pascal y Bernal, 2001, 1007-1008, fig. 10, nº 14-17), como botón de muestra (figura 2). Entre las ánforas hispanas es importante también valorar las producciones baleáricas, de las cuales están bien sistematizadas las que presentan decoración fitomorfa incisa en los hombros -Keay LXX y especialmente LXXIX- (Bernal, 2001, 368-369, figs. 44 y 45), aparentemente las más frecuentes (figura 3, nº 1). No obstante, existen otras producciones menos conocidas, como se ha planteado recientemente (Ramon, 2008, 576, fig. 7; ilustradas en la figura 3, nº 2-4), las cuales aparentemente también viajan, al menos hasta las costas hispanas, como evidencian ejemplares recientemente identificados en Baelo Claudia aún inéditos. No olvidemos que la Balearica permaneció bajo dominio bizantino hasta momentos muy posteriores a la conquista islámica, no habiendo formado parte nunca del Visigothorum Regnum (Vallejo, 1993), lo que quizás permitió una prolongación de la manufactura de estas producciones en el s. VII y quizás más tarde, que habrá que aclarar en los próximos años. También será tarea de futuro confirmar si la propuesta de manufactura tarraconense de las ánforas Keay 68/91, mantenida hasta fechas recientes (Remolà, 2000, 196-198, fig. 67, nº 4-9 y figs. 68 y 69), se confirma, no siendo conscientes por el momento de su exportación fuera del cuadrante NE peninsular. Y unir a los ya conocidos el foco productivo de la Tarraconense meridional, con ánforas tipo spatheia monoansadas o sin asas conocidas desde hace años (Ramallo, 1985), a las cuales debemos sumar ahora los envases con las características incisiones peinadas en el cuello, así como producciones afines a las Matagallares I (Berrocal, 2007; Bernal, 2009).
Es importante asimismo recordar que el umbral de exportación de las ánforas salazoneras hispanas se ha prolongado hasta mediados del s. VI d.C., en una tendencia defendida desde hace años, y cuyo cese se vinculó en su momento con la llegada de las tropas de Justiniano al Fretum Gaditanum en el segundo cuarto del s. VI d.C. (Bernal, 2001). Hallazgos posteriores tales como la confirmación de la continuidad de la actividad de las factorías salazoneras de Lagos (Rua Silva Lopes), en el Sur de Portugal, hasta mediados del s. VI (Ramos, Laço, Almeida y Viegas, 2007) ha permitido prolongar algunas décadas más su producción y, evidentemente su exportación, por lo que muchos contextos que hasta ahora considerábamos como residuales posiblemente no lo sean: baste el ejemplo de la Lusitana 8/Keay LXXVIII procedente de un nivel fechado en el 530 circa en la Avenida Habib Bourguiba en Cartago (Peacock, 1984, 127-128, fig. 38, nº 52). El mismo repaso que hemos hecho con las producciones hispanas –más interesantes para Toletum por su cercanía- lo podríamos hacer para las demás áreas productoras mediterráneas, que limitamos a breves comentarios por cuestiones de espacio. Las producciones suritálicas/sicilianas de fondo plano de la familia de las Keay LII y afines hacen su aparición cada vez con más fuerza (figura 4), presentando una amplia dispersión occidental que adolece de problemas de identificación, especialmente en España y Portugal. Actualmente sus focos de producción en Calabria y Sicilia están bien definidos (Pacetti, 1998), aunque no debemos olvidar que en los años ochenta engrosaban la nómina de las producciones orientales (Keay, 1984, 267). Es interesante recordar que constituyen todos ellos envases de vino, siendo ésta la única zona del Mediterráneo Occidental que exporta caldos masivamente en la Antigüedad Tardía. Las denominadas comúnmente “ánforas orientales” incluyen un amplio grupo formal que agrupa a las producciones del egeo, anatólicas, sirio-palestinas y egipcias. Actualmente las denominadas “series internacionales” están muy bien definidas (figura 5 a), tratándose de siete formas perfectamente identificadas y seriadas (una síntesis en Arthur, 1998; Remolà, 2000, 204-233; y recientemente Pieri, 2005 y Marchand y Marangou, 2009 ed.): LRA 1 de Cilicia o Chipre; LRA 2 y M273 Samos Cistern Type del Egeo, LRA 3 de Anatolia occidental (Éfeso/Afrodisias), LRA 4 de la región de Gaza, LRA 5/6 de Palaestina o Egipto y LRA 7 egipcias. Todas ellas están presentes habitualmente en Occidente en porcentajes elevados, a excepción de las egipcias, documentadas de manera ocasional, pero que sí llegan hasta Roma, Ostia y Porto (Rizzo, 2009), las Galias (Pieri, 2005; Laubenheimer, 2009) y Britannia (Williams y Tomber, 2009), por lo que su ausencia en otros lugares –como Hispania- debe responder únicamente a problemas de identificación; y también escasean las LRA 5/6, muy mal identificadas por su habitual confusión con la vajilla común de
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Figura 2.- Ejemplo de producciones salazoneras mal seriadas tipológicamente, caso de las Almagro 50 similis (arriba) y las afines a las Majuelo I (derecha) documentadas en Caesarea Maritima (Oren-Pascal y Bernal, 2001, 1007-1008 y 1030, nº 14, 15, 16 y 17).
mesa, aunque claramente presentes en la Pars Occidentis, como reflejan los contextos del sur de Francia, con más de una decena de atestaciones (Pieri, 2005, 121). No obstante, y como se ha indicado, en algunos casos la bipolaridad es patente, no resultando fácil discernir la autoctonía de las costas de Cilicia o de tierras chipriotas de las LRA 1, ni a efectos macroscópicos ni arqueométricos, ya que los talleres de manufactura están aún en fase de estudio y/o caracterización. Lo mismo que les sucedía anteriormente a las producciones lusitanas/béticas les acontece ahora a las “bag
shaped” o ánforas de saco, de producción tanto egipcia como palestina. Junto a todas ellas, que constituyen la base de nuestros análisis tipológicos, seguimos disponiendo de una pléyade de envases “orientales” de producción indeterminada, que llegan conjuntamente y que no han sido aún bien precisadas, como las dadas a conocer en Tarraco sin bautizar o con denominaciones preliminares, como las denominadas “ánforas tardías tipo A, B o C”, a pesar de disponer de perfiles prácticamente completos (Remolà, 2000, 234-240); o las referenciadas en el sur de Francia, que ilustran la gran complejidad formal del tema que nos ocupa –formas LRA 8 a 15- (Pieri, 2005, 132-140). El porcentaje de ánforas indeterminadas –aunque presumiblemente en su mayoría del Egeo o de Oriente- sigue siendo alto, como ilustra el caso de Tarraco, con entre el 15-20% entre
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1 Figura 3.- Ánforas baleáricas del tipo Keay LXXIX (1) y de tipología indeterminada (2-4), según Ramon (2008, fig. 9, 1 y 9; fig. 7, 1 y 3).
los ss. V y VII d.C. (Remolà, 2000, 307, gráfico 10). Una dinámica ésta que podemos sumar a las producciones del área occidental del Mar Negro, recientemente agrupadas (Opait, 2004), cuyo reconocimiento es mínimo o inexistente fuera del área de origen. ¿No viajan o es que no se identifican aún con claridad en los contextos de consumo? En relación a las omnipresentes ánforas africanas actualmente disponemos de una tipo-cronología actualizada (figura 6), con una serie de formas de exportación y otras, a partir del s. VI d.C., destinadas al comercio local/regional, como las denominadas Hammamet 3 entre finales del s. V y el VII d.C. (Bonifay, 2004, 93-97, figs. 94-96). Las singulares características macroscópicas de sus pastas y la sencilla confirmación petrográfica a través de la identificación del cuarzo eólico permiten, en general, una rápida identificación por parte de la comunidad arqueológica, si bien no debemos olvidar la presencia de pastas amarillentas/blanquecinas en las últimas fases productivas –especialmente el s. VII d.C.-, que durante años han sido consideradas erróneamente como indicios de imitaciones “provinciales”. Gracias a notables esfuerzos de equipos franco-tunecinos en los últimos
Figura 4. Ánfora suritálica del tipo Keay LII procedente de Roma (Pacetti y Paganelli, 2001, 217, I.816).
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como de la Zeugitania (territorium de Sullecthum). Otro problema adicional estriba en que las ánforas de la Mauretania Caesarensis no se conocen bien, ni tipológicamente ni en relación a sus focos de producción, a excepción de las excepcionales series de TVBVSVCTV o afines, bien atribuidas gracias a la generosidad de la epigrafía. No olvidemos que la Diócesis de Africa incluía a todos estos territorios, por lo que su valoración macroeconómica está infravalorada, a tenor de la escasez de referencias a esta área geográfica, que permanece como el foco productivo tardoantiguo más virgen –o menos transitado arqueológicamente- de todos los existentes. Otro elemento fundamental en el estudio de las series africanas, que son actualmente las mejor fechadas en relación a otras áreas geográficas –aunque es ésta una cuestión extrapolable a otros tipos-, es la complejidad de determinar el carácter pre-vándalo, vándalo o bizantino de algunos tipos. Por poner únicamente dos ejemplos, en las Keay XXXV resulta complejo determinar, sin otros elementos contextuales, si nos encontramos ante producciones de época romana tardía o de época vándala, como sucede en el “abocador” de Tarraco (fechado entre el 425-450, Remolà-Abelló, 1989) o bien en el pecio Dramont E en Saint-Raphaël (igualmente fechado entre el 425-450, Santamaría, 1995); y en el caso de las Keay LXII A, las mismas variantes –aparentemente o por nuestra imposibilidad actual de realizar ulteriores precisiones- se sitúan bien a inicios del s. VI o bien a mediados de siglo: la prudencia, por ello, se impone a la hora de decidir: como por ejemplo en el pecio de La Palud en Port-Cros (Long y Volpe, 1996), ya que es difícil discernir si nos encontramos ante producciones de época vándala tardía o bizantina. Como líneas de trabajo válidas para todos los focos de producción para los próximos años, consideramos prioritarias, al menos, las siguientes cuestiones: Figura 5.- Principales tipos “internacionales” de las producciones orientales tardorromanas (LRA 1 a 7), con sus respectivas áreas de producción (según Pieri, 2005, 171, fig. 107 y 311).
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años las cuestiones tipológicas o tipo-cronológicas parecen en general bien definidas y el avance ha sido tal que incluso se ha comenzado la caracterización de algunos ateliers, como ilustran los casos de Nabeul, Sidi Zahruni o Henchir Chekaf, entre otros (Capelli y Bonifay, 2007). No obstante, y a pesar de que las atribuciones directas a figlinae son posibles gracias a las caracterizaciones arqueométricas y a la edición de macrofotografías en fractura de muestras de pastas de algunos alfares, se detectan problemas a resolver en el futuro, que requieren la generalización de dicha aproximación petrográfica. Tal es el caso de la producción de los mismos tipos anfóricos en talleres distintos, como ilustran para el s. VI d.C. las Keay LXII, que pueden ser productos tanto de figlinae de la Byzacena (del entorno de Neapolis)
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Continuar con la precisión tipocronológica, para lo cual es clave disponer de ejemplares íntegros o individuos con perfiles completos reconstruibles. Potenciar los estudios de carácter inductivo, de lo particular a lo general. No disponemos de prácticamente ningún taller alfarero mediterráneo estudiado exhaustivamente, realizándose las atribuciones por exclusión o de manera genérica. Es necesario para poder avanzar caracterizar la producción de las figlinae –de las cuales se conocen varias decenas en todo el Mediterráneo-; y una vez determinados los Grupos de Referencia y los estudios arqueométricos tratar de rastrear sus producciones en contextos de consumo, y no al contrario. Potenciar la arqueometría, al menos a nivel básico, de manera que se generalice la edición de fotografías de las fracturas “frescas” de los ejemplares a alta resolución, algo que facilita notablemente la com-
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Figura 6.- Tipo-cronología de las ánforas africanas tardías (Bonifay, 2004, fig. 46).
parativa visual, como parece comenzar a generalizarse en los estudios de los últimos años (un ejemplo reciente en Delgado y Morais, 2009). Es evidente que una caracterización arqueométrica integral (mineralopetrográfica y físico-química) es la vía correcta de análisis, pero actualmente los elevados costes y la notable inversión temporal (varios meses, debido a la escasez de buenos especialistas con el correspondiente “overbooking” de los laboratorios activos) y la imposibilidad de realizar
estos estudios de manera generalizada (imaginemos cualquier excavación con centenares de individuos) hacen que esta propuesta alternativa sea, a corto y medio plazo, una de las más fructíferas. 2.2. El contenido de las ánforas tardorromanas: la gran asignatura pendiente del s. XXI Es evidente que el producto transportado es el elemento de mayor interés en el tráfico comercial, y cómo de él únicamente nos quedan los envases que permiten su caracterización, normalmente de manera indirecta. Los criterios
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utilizados habitualmente para plantear el contenido de las ánforas de manera directa son los siguientes: los tituli picti o inscripciones pintadas relacionadas con el producto envasado, escasísimas en la Antigüedad Tardía: por poner un ejemplo en Hispania no llegan a cinco –siendo generosos– los existentes sobre ánforas lusitanas y sudhispánicas, como el alusivo a flos(s) M(uriae) en una Almagro 51c de Tossalet en Valencia (Fernández Izquierdo, 1984, 54, fig. 21, nº 153); las muestras físicas de paleocontenidos (escasísimas, por otro lado, como se puede documentar para las producciones africanas en Bonifay, 2004, 463-467); y –hasta ahora– la presencia de resina adherida a las paredes, que parecía excluir un contenido oleico en el envase, axioma planteado desde los estudios de F.Formenti en los años setenta del siglo pasado, aunque esta afirmación ha sido cuestionada tras estudios analíticos recientes (Garnier, 2007 a); además, los análisis de residuos orgánicos adheridos a las paredes de los envases –a través del binomio Cromatografía de Gases/Espectrometría de Masas– están aportando desde los años setenta muchas novedades (algunas de ellas sintetizadas en Bernal, 2004 y 2009, 34-38).
De manera indirecta es la tipología el principal caballo de batalla, pues determinados contenidos suelen remitir a parámetros formales coincidentes, como sucede para el vino, para cuyo envasado desde el s. II d.C. se suele recurrir a las ánforas de fondo plano, siendo las producciones suritálicas/calabresas del tipo Keay LII y afines un buen ejemplo de ello. También la tradición de la economía primaria de cada zona geográfica es un elemento que se valora retrospectivamente (qué zonas producen vino, aceite o salazones desde tiempos inmemoriales y dónde se ubican los alfares). Si dispusiésemos de tiempo y espacio para analizar forma por forma de cada una de las áreas productivas de ánforas en la Antigüedad Tardía podríamos extraer la siguiente conclusión: más del 90% de los tipos carecen de información empírica asociada, siendo las atribuciones indirectas o basadas en información parcial (alguna inscripción aislada o restos de paleocontenidos en algún pecio –normalmente no estudiados exhaustivamente, tratándose de noticias o datos antiguos–).
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Por si fuera poco, estamos habituados a valorar la trilogía aceite, vino y salazones de pescado, cuando la problemática es mucho mayor: baste recordar los análisis realizados a las LRA 3 documentadas en los contextos del s. V d.C. de la Schola Praeconum en el Palatino, que se relacionaban con aceite de sésamo (Whitehouse et alii, 1982); o las referencias en los papiros y ostraca egipcios relativos a las ánforas de Gaza y Askelon (LRA 4), que denotan una polifuncionalidad manifiesta, con referencias a leche, queso o incluso lana (Mayerson, 1992); o la potencial presencia de aceite de ricino, como parece haberse documentado en los spatheia y otros envases africanos del excepcional depósito de los horrea portuarios de la Rávena del s. V d.C. (Pecci, Salvini y Cirelli, en prensa), que parece no constituir un caso aislado, como denotan otras determinaciones en curso de estudio por parte de estos investigadores (aunque es cierto que se trata de interpretaciones de determinados markers en los cromatogramas, inferencias todas ellas en fase de interpretación actualmente, que pueden deparar sorpresas a medio plazo). Y todo ello sin olvidar el problema de las reutilizaciones de las ánforas, mucho más frecuentes de lo que habitualmente pensamos, como nos ha recordado recientemente Peña en relación al ciclo de vida de todo artefacto: producción – distribución – uso primario – reutilización – mantenimiento – reciclaje – descarte y reaprovechamiento (2007, 8-9, refrendado por otros autores: Tomber, 2008). Cuando disponemos de contextos amplios y con evidencias arqueológicas y epigráficas al unísono, como ilustran casos como los del almacén de Tomi con las LRA 2 (Radulescu, 1973) o el pecio de Grado (Auriemma y Pesavento, 2009), parece que el re-envasado era una práctica común, de ahí los diversos dipinti que a veces encontramos en el mismo envase –o un único con trazas de otros cancelados intencionalmente–. Por citar algunos casos concretos con una problemática económica de gran trascendencia, vamos a sintetizar a continuación el estado de la cuestión en el caso de las ánforas africanas, sobre cuya problemática se ha trabajado recientemente (Bonifay y Pieri, 1995; Bonifay, 2004 y 2007). Tradicionalmente consideradas como envases olearios, su importación a la Urbs –y en general a todo el Mundo Antiguo– justificaba el reemplazo del aceite bético tras el abandono del Testaccio a finales del s. III d.C., en consonancia con el floruit del Africa Proconsular y la Tripolitania desde época severiana en adelante, como ha sido durante décadas defendido (Beltrán, 1984). Dicha tendencia se sigue manteniendo por buena parte de la comunidad científica actual, que sigue utilizando de manera indiscriminada las ánforas africanas como envases olearios de manera unidireccional (Lagóstena, 2007). Un escrutinio bibliográfico exhaustivo realizado en su momento sobre los contenidos macroscópicos asociados a las series africanas tardorroma-
nas puso en evidencia la multiplicidad de restos físicos: conchas y/o crustáceos, restos de ictiofauna, huesos de aceitunas, restos de higos… (Bonifay, 2004, fig. 260). Además, se detectó la presencia de resina en muchos de los contenedores africanos, especialmente en los de contexto subacuático, como en las Keay XXV y los spatheia de Port-Vendres 1, las Keay XXV de Niza, las Keay XXV y las Africanas II D de la Pointe de la Luque B o de Catalans o Salakta, los spatheia del Dramont E o las Keay LV y LXII de La Palud (Garnier, 2007 a). La presencia de resina excluía apriorísticamente un contenido oleico, si bien como hemos comentado recientes estudios han confirmado la coexistencia de resina y aceite, interpretando los envases analizados como ánforas reutilizadas (Garnier, 2007 b); no obstante, también podemos interpretar estos análisis quizás como resultado de contenidos de base piscícola con adición oleica (túnidos o escómbridos en escabeche o aceite), un producto de amplia tradición en la gastronomía mediterránea. Además, durante los años noventa, un activo programa de prospecciones franco-tunecino permitió documentar varias decenas de viveros y cetariae a lo largo de la totalidad del litoral de Túnez, entre la isla de Djerba y Útica, que revalorizaban la importancia de la explotación de los recursos del mar en época romana (Slim et alii, 2004). La excavación casi integral de una de estas cetariae cerca de Cap Bon, en Nabeul (Slim et alii, 2007) ha permitido valorar la importante producción de salsamenta y salsas de pescado en estas fábricas norteafricanas, orientadas evidentemente a la exportación. Determinar qué ánforas se utilizaron para la exportación de las salsas de pescado tardorromanas de la Byzacena y la Zeugitania es, evidentemente, una incógnita por el momento irresoluta. Un panorama similar lo encontramos para el vino, cuya importancia fue capital en esta zona –recordemos las Tabulae Albertini de finales del s. V y los numerosos epígrafes relativos a los contratos de explotación de viñedos y su conductio-. El área argelina, evidentemente, se debió sumar a esta tendencia, que por el momento tampoco encuentra en las ánforas norteafricanas ningún candidato claro para su exportación transmediterránea, a excepción de algunos envases de cuerpo piriforme invertido (Keay I y afines). Otro de los ejemplos capitales en este sentido por su ecuménica distribución es el ilustrado por las Late Roman 1. Sabemos que en casos fueron envases para el transporte vínico, pues algún titulus parece alusivo al vino de Rodas (C.I.L. XV, 4893), si bien también se envasó aceite en ellas, como parece deducirse de alguna inscripción pintada egipcia (Kirwan, 1938, pl. 117, 9), aunque la lectura de ésta última es compleja: es decir una dinámica compleja que ha hecho recurrir lógicamente al panorama productivo de la región de origen para intentar valorar si estas ánforas que poblaron los puertos mediterráneos entre el s. V y el VII d.C. transportaban vino chipriota o de Cilicia, que parece la propuesta más aceptada actualmente (Pieri, 2005, 81-85; Fournet y Pieri, 2008, 184). Quizás en éste caso asistimos a
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un envase polifuncional, ya que se trata de un tipo anfórico producido en una zona amplísima a lo largo de más de trescientos años, aspecto éste que podría complicar aún más la ya de por sí difícil hermenéutica. La solución a este palimpsesto pasa, inexcusablemente, por una serie cruzada y significativa estadísticamente de analíticas de residuos en los principales tipos de ánforas problemáticas a dichos efectos. Para ello se trató en el año 2007 de crear una plataforma de trabajo, denominada en origen con el acrónimo CORONAM –Contents on Ancient Roman Amphoraeque aglutinaba a arqueólogos de varias instituciones internacionales (Centre Camille Jullian-Aix-en Provence, Universidad de Cádiz, Universidad de Lovaina y Universidad de Oxford), con el apoyo de tres laboratorios de química orgánica y unidades especializadas de arqueometría (Lovaina, Oxford y Laboratorios Garnier en Vic-Le-Comte, Francia), que trató de especializarse en estas temáticas a través de la European Science Foundation, sin éxito por falta de apoyo financiero, a pesar de algunos resultados parciales (Romanus et alii, 2009). Con posterioridad se ha generado un proyecto de investigación (denominado PROTEOART), en el marco de los proyectos de la Agence Nationale de la Recherche del Gobierno de Francia, que con algunos de los partners iniciales (Centre Camille Jullian-Aix, Universidad de Cádiz y Laboratorios Garnier) y el apoyo del equipo químico de la Universidad de Lille trata actualmente de avanzar sobre estas temáticas, especialmente para precisar en la caracterización de los marcadores del pescado, que presentan problemas interpretativos en la actualidad. El futuro debe decantarse en esta línea, que constituye un problema de Historia Económica de profundo calado atlántico-mediterráneo. Por último, queremos insistir sobre un aspecto metodológico vinculado con nuestro proceso de cuantificación tradicional de los contenidos de las ánforas romanas que dificulta la valoración de las magnitudes objeto de comercio: nos referimos a la valoración de las ánforas y a su comparativa entre diferentes áreas productivas por NMI (Número Mínimo de Individuos) y no por capacidad. Veamos un ejemplo práctico al respecto. En el caso de un contexto de Marsella fechado entre el 425-450 (Bonifay, 2004, 446, fig. 251), la cuantificación por el NMI de las ánforas africanas y orientales arrojaba unos porcentajes claramente preponderantes de los envases orientales (figura 7), que triplicaban a las ánforas africanas (18 individuos del tipo Keay XXXV frente a 60 orientales -29 LRA 1, 25 LRA 3 y 6 LRA 4); por el contrario, si evaluamos la cuestión teniendo en cuenta la volumetría de cada envase, los parámetros se invierten: 1260 litros de alimentos africanos (70 litros de cada Keay XXXV por 18) frente a 1138 de mercancías orientales (26 litros de cada LRA 1 – 754 en total- + 12 de en cada LRA 3 – 300- + 14 de las LRA 4 – 84-): es decir una importación paritaria en términos cuantitativos, que hace pensar en una mercancía “estrella”, importada a granel, del Norte de África, seguida de otros productos en mucha menor
Figura 7.- Análisis comparado por NMI y capacidad (en litros) de las ánforas del mismo contexto de Marsella (s.V), con resultados claramente diferenciados (Bonifay, 2004, fig. 251).
cuantía (envasados en las LRA 1 y LRA 3) y una mercancía posiblemente de alta calidad, debido a su escasez (LRA 4). Si además a este complejo ambiente de trabajo le sumamos la práctica “invisibilidad” arqueológica de los odres y toneles, muy utilizados en el comercio marítimo y fluvial como demuestran las fuentes iconográficas y los restos arqueológicos de botas/barriles (figura 8), especialmente en Centroeuropa (Marlière, 2002), la cuestión se complica mucho más aún. Es prácticamente imposible proceder a una cuantificación real del volumen total de mercancías comercializadas, pero al menos sí proceder a la cuantificación relativa por áreas de procedencia en cada contexto arqueológico, de lo que se pueden inferir muchos aspectos, máxime si se introduce la variable diacrónica –por épocas-. Con todo y con eso la presencia de importaciones en las ciudades de la Antigüedad sigue siendo un elemento de “prestigio” o, al menos, un indicador de la apertura de su puerto al comercio atlántico-mediterráneo, por lo que la compleja valoración de estos complejos aspectos cuantitativos no minimiza, ni mucho menos, la importancia de su constatación. 3. UNA VALORACIÓN DE LOS CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS DISPONIBLES EN EL MEDITERRÁNEO NOR-OCCIDENTAL (MITAD DEL S. V – INICIOS DEL S. VIII) Desde su primera aplicación en Ostia y Cartago durante los años setenta del siglo pasado, la cuantificación de la cerámica hallada en contextos arqueológicos ha proporcionado una cantidad de datos astronómicos para la mayor parte de las ciudades mediterráneas. Ya hemos visto anteriormente, de manera sucinta, los diferentes problemas vinculados a dichos esfuerzos
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los resultados de dichas cuantificaciones incluso si los métodos usados por los diferentes ceramólogos difieren entre sí (son interesantes las reflexiones de Tomber, 1993). Evidentemente no es nuestro objetivo reformular lo que ya ha sido propuesto por diferentes investigadores interesados en las importaciones mediterráneas y en el consumo alimenticio en determinadas ciudades de algunas áreas geográficas del Mediterráneo Occidental durante la Antigüedad Tardía (como por ejemplo Panella, 1993; Panella y Saguì, 2001; Reynolds, 1995 y 2010; Remolà, 2000, 269-287; Bonifay y Raynaud, 2007), sino únicamente señalar algunos aspectos significativos a nuestro entender de los datos disponibles, con el objetivo de estimular la discusión. Para acometer tal objetivo, consideramos necesario valorar no únicamente los dos siglos en los cuales se ha centrado este Congreso (ss. VI-VII d.C.), sino también lo que sucedió antes y después.
1 a 4 toneles 5 a 9 toneles 10 a 19 toneles 20 toneles o más
Figura 8.- Mapa de distribución de toneles en Centroeuropa (Marlière, 2002, 42, fig. 43).
de cuantificación, así como los relacionados con el origen de las ánforas, su contenido y datación. También podríamos mencionar la cuestión de la cuantificación en sí misma, es decir las diferentes maneras de contabilizar o pesar los restos cerámicos para definir parámetros o aspectos comerciales, con los problemas mencionados en el párrafo anterior, entre otros. Se ha dedicado en los últimos años mucha literatura a estas espinosas temáticas (recientemente remitimos a Peña, 2007), si bien recientes análisis sobre la economía del mundo hispanorromano y de Hispania en la Antigüedad Tardía (Reynolds 1995, y 2010) han demostrado que resulta posible comparar
3.1. Contextos arqueológicos anteriores al s. VI d.C. En primer lugar, consideramos que puede resultar de utilidad examinar, en términos comparativos, algunos contextos que se han fechado antes que la fecha fatídica del 455, momento en el cual el reino vándalo de África dejó de rendir tributo alguno al Imperio. Incluso si los historiadores están aún discutiendo sobre la importancia de dichos impuestos en especie, fundamentalmente durante la Antigüedad Tardía (Vera, en prensa), la historiografía sobre el sistema annonario presenta contradicciones en relación a la interpretación económica de los contextos con cerámica romana. Por tanto, tenemos que tenerla muy en cuenta. No faltan contextos anteriores al año 455 en el Mediterráneo nor-occidental. Multitud de depósitos ceramológicos, situables entre Roma y Valencia y a lo largo del sur de Francia y Cataluña, se reflejan unos a otros por su similitud, y nos ofrecen un modelo de comportamiento bastante homogéneo de los elementos importados de diversos focos mediterráneos, así como del consumo urbano de alimentos por parte de estas ciudades antes del colapso del sistema económico basado –por lo menos parcialmente- en el pago de impuestos al Imperio. Por ejemplo, el contexto del “Saggio I-L” del templo de la Magna Mater en Roma, el depósito nº 1 de “La Bourse” en Marsella (datado en torno al 450 circa; Bonifay, 1983, Bonifay, et alii, 1998), el contexto del “Teatro Romano” de Arlés (contemporáneo al anterior; Richarté y Glibert, 2008), y el vertedero de ‘Vil.la Roma’ en Tarragona (del segundo cuarto del s. V d.C.; Remolà y Abelló, 1989; Remolà, 2000) ofrecen todos ellos una asociación de importaciones muy similar. En otras ciudades disponemos de contextos cerámicos similares, como en Narbona (depósito del ‘Hôtel Dieu’: Ginouvez, 1996-97) o Iesso/Guissona (Uscatescu y García, 2005). En ellos, una ingente cantidad de contenedores cerámicos atestigua el suministro de diversas mercancías alimenticias de África, del
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Mediterráneo Oriental, de España/Portugal y de Italia. La proporción de productos africanos y orientales es bastante estable (entre el 25-30% para cada área productora en cada yacimiento citado); por otro lado, las proporciones de productos hispánicos e itálicos varían en función de la situación geográfica de cada yacimiento. Así, en Roma y Marsella son prácticamente inexistentes las ánforas hispánicas en contextos del segundo cuarto/mediados del s. V, mientras que por el contrario los envases sicilianos o calabreses alcanzan en torno al 15% del porcentaje total de importaciones. Por el contrario, en Arlés y en Tarragona las ánforas suritálicas están ínfimamente representadas, mientras que por el contrario los envases béticos y lusitanos sí alcanzan cotas elevadas (20% en Arlés y 35% en Tarragona). Como se ha tratado de recordar en el apartado previo, resulta actualmente muy difícil distinguir entre los diferentes contenidos o alimentos objeto de comercio, si bien los vinos importados parecen proceder del Mediterráneo Oriental e Italia, mientras que el pescado salado y/o el aceite parecen ser de procedencia hispánica y africana. Un mejor conocimiento de los contenidos de las ánforas nos permitiría evaluar con más precisión la naturaleza y cantidad de las mercancías alimenticias de producción local (fundamentalmente aceite y vino), posiblemente transportadas en contenedores perecederos (odres y barriles/botas). Las ingentes cantidades documentadas de sigilatas africanas (ARS) también parecen evidenciar la circulación de cereales, al menos a través de una ruta primaria directa entre África y Roma, seguida a continuación de una difusión capilar a través de de todo el tramo costero del Mediterráneo Occidental; la exportación de clases cerámicas minoritarias (en particular las sigilatas lucentes y las “derivadas de las sigilatas paleocristianas” –o DSP-, ambas de producción gálica) parece reforzar esta percepción de una estrecha inter-conexión entre las diferentes regiones del Mediterráneo nor-occidental. Así pues, hasta mediados del s. V d.C. el modelo de importaciones característico de estas ciudades no parece muy diferente del patrón comercial existente en el s. IV d.C., de lo que podemos inferir una aún amplia integración de la población urbana en lo(s) mercado(s) globalizados del Imperio. ¿Asistimos a cambios en la segunda mitad del s. V? Algunos contextos excavados y estudiados en las mismas ciudades evaluadas anteriormente nos podrían ayudar a responder a dicha cuestión, si bien es importante recalcar que este tipo de depósitos cerámicos son mucho menos frecuentes. Por ejemplo, podemos traer a colación el contexto I de la Schola Praeconum (fechado en su momento en el segundo cuarto del s. V, pero posiblemente de fechas más tardías dentro del mismo siglo; Whitehouse, et alii, 1982), el depósito denominado ‘Puits de la rue du Bon-Jésus’ de Marsella (del último tercio del s. V; Reynaud, et alii, 1998), y en Tarragona la conocida como ‘Antiga Audiencia’ (sincrónico al anterior; Remolà, 2000). Sorprendentemente los porcentajes no parecen cambiar de una manera drástica, al menos en el caso de los pro-
ductos africanos y orientales (30-40% del total en cada caso), a excepción de las ánforas hispánicas e itálicas, que se rarifican fuera de sus zonas de origen (como en el sur de las Galias); así como la constatación de que la cifra de los tipos “no identificados” asciende. Por tanto, a primera vista podemos concluir que las cosas no cambian sustancialmente a nivel general, si bien en detalle el suministro urbano parece más diversificado, incluso podríamos calificar de atomizado: escasos envases de muchas cosas/tipos diversos, sin que sea posible distinguir en ocasiones su área de procedencia. Esta observación es también válida cuando analizamos la cerámica fina de mesa. En vez de constatar importaciones de ARS de los principales talleres del área de Cartago (como de El Mahrine), encontramos cerámicas manufacturadas en un amplio rosario de alfarerías, localizadas principalmente fuera de la región de Cartago (atelier de Sidi Khalifa y formas en C5 del centro de Túnez), e incluso a veces de talleres muy pequeños y de escasa calidad (Nabeul - Sidi Zahruni). Las sigilatas gálicas aún viajan en el ámbito del arco mediterráneo nor-occidental, pero también asistimos a la llegada de productos del Mediterráneo Oriental (sigilatas foceas). Asimismo, mientras que las cerámicas de cocina antes de mediados del s. V eran mayoritariamente africanas, en la segunda mitad de esta centuria se usan con mucha frecuencia en las cocinas una amplia variedad de vajillas culinarias del Mediterráneo Central y Oriental. Por tanto, si no podemos estar seguros de que se reduzca el porcentaje de alimentos importados en términos generales, sí parece evidente que dichas importaciones fueron mucho más diversificadas que las observadas con antelación. 3.2. Contextos cerámicos de los ss. VI y VII d.C. El verdadero problema de los contextos urbanos de los siglos VI y VII es evaluar el impacto de la (re)conquista de algunos territorios africanos y luego itálicos e hispánicos en relación al suministro general de las ciudades de todo el Mediterráneo Occidental. Este aspecto ya ha sido analizado con maestría con anterioridad por M. Fulford y C. Panella en el caso de África (Peacock, 1983; Panella, 1993), y posteriormente por E. Zanini para Italia (Zanini, 1998) y por S. Gutiérrez Lloret para Hispania (Gutiérrez, 1998; recientemente remitimos a Vizcaíno, 2009; Reynolds, 2010). ¿Debe tenerse muy en cuenta a la autoridad gobernante en una región a la hora de interpretar un contexto cerámico? Para poder evaluar este problema, podría ser interesante la comparación de algunos contextos excavados en la capital de la Hispania bizantina (551-625 circa): Cartagena; o en Roma, integrada en el Imperio Bizantino desde el 536 en adelante, así como otros depósitos excavados en ciudades visigodas hispanas, como Illuro/Mataró; y finalmente en Marsella, que permaneció bajo dominio franco desde el 536, tres años después de que África se convirtiese en bizantina.
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Desde mediados del s. VI en adelante, el aprovisionamiento de las ciudades bizantinas –como Cartagena y Roma- está ampliamente dominado por los productos bizantinos de procedencia africana. Al final del período de ocupación bizantina, Cartagena aún recibe aproximadamente el 60% de ánforas africanas, frente a un 20% de orientales. Por su parte las sigilatas africanas son también abundantísimas, así como una pléyade de cerámicas de cocina y comunes procedentes de territorios bajo ocupación de los imperiales (Ramallo, Ruiz y Berrocal, 1996; Reynolds 2010, Table 21). Un patrón similar se puede observar en contextos contemporáneos de Roma (Pacetti, 2004, 441), si bien en este caso las ánforas procedentes de la Pars Orientalis parecen más numerosas (37%), como también parece acontecer en Nápoles. La mayor parte de las cerámicas de mesa y las lucernas son asimismo de procedencia africana en todas las restantes ciudades bizantinas del Mediterráneo Occidental. Disponemos de varios contextos cerámicos en la ciudad visigoda de Illuro (Mataró), siendo dos de ellos especialmente interesantes, pues se fechan en el segundo cuarto del s. VI d.C. (Cela y Revilla, 2004: UE 1006 and 1038). En ambos conjuntos las ánforas africanas representan aproximadamente el 40/5’% del total de las importaciones, mientras que las orientales y las hispanas (incluyendo a las procedentes de las Baleares) solamente alcanzan el 10% y el 20% respectivamente. Por su parte, en relación a la vajilla fina de mesa, las ARS alcanzan el 70% en uno de los casos citados. Estos depósitos demuestran claramente que justo unos pocos años antes del desembarco bizantino en el sur de Hispania una ciudad visigoda peninsular no encontraba problema alguno en abastecerse de todo tipo de bienes de consumo y mercancías procedentes del África bizantina. La misma tendencia se documenta en otras ciudades visigodas del tramo costero catalán, como Tarragona, en la cual las ánforas africanas representan el 75% de las importaciones durante la segunda mitad del s. VI d.C. (Remolá, 2000). Este modelo no es nada sorprendente si consideramos que buena parte de la tipología de las ánforas africanas del s. VI d.C. (Keay, 1984, tipo LXII) fue creada precisamente en base al estudio de la documentación arqueológica procedente de las necrópolis de Ampurias y de la de Tarraco. Por último, en el caso de la Marsella bajo dominio franco, los contextos de mediados del s. VI a inicios del s. VII ilustran más o menos el mismo esquema que en la Roma bizantina: en torno a un 55% de envases africanos y un 20% de ánforas procedentes del Mediterráneo Oriental (Bonifay, 1986; Bonifay, et alii, 1998). Por tanto, cuando analizamos contextos cerámicos, cada vez parece más difícil la distinción entre ciudades bizantinas y no bizantinas en el Mediterráneo Occidental durante los ss. VI y VII d.C.
Figura 9.- Vista general de los contextos cerámicos de la Crypta Balbi, actualmente en exposición en el Museo homónimo en Roma.
3.3. Contextos cerámicos de finales del s. VII e inicios del s. VIII ¿Qué sucede al final de la Antigüedad Tardía cuando las ciudades mediterráneas entran de lleno en época medieval? Debemos comenzar diciendo que hay muy pocos ejemplos de contextos cerámicos publicados para estos momentos tan tardíos. El más importante de todos ellos es la fase tardorromana de la Crypta Balbi de Roma (figura 9), datada muy a finales del s. VII d.C. por multitud de monedas, la más reciente de las cuales presentaba los tipos de Justiniano II –primer reinado: 685-695- (Saguí, 1998). Cuando fue descubierto este depósito en los años noventa del siglo pasado, fue notable la sorpresa al evidenciar que a finales del s. VII la ciudad eterna aún mantenía un suministro con más del 50% de ánforas africanas y más del 20% de envases orientales. Además, se recuperaron más de 3000 fragmentos de sigilatas africanas, así como algunos elementos de vajilla de cocina importada. No debemos olvidar, no obstante, que Roma en dichos momentos era aún una ciudad bizantina. En fechas prácticamente coincidentes, excavaciones preventivas acometidas en Marsella permitieron la exhumación de una serie de depósitos cerámicos que parecen muy similares a los documentados en Roma (Bien, 2003, 2005 y 2007). Una vez estudiados los mismos, se pudo confirmar que a finales del s. VII los francos aún consumían más del 55% de importaciones norteafricanas y en torno al 20% de productos procedentes del área oriental del Mediterráneo (figura 10). Otros contextos similares excavados en las ciudades bajo dominio visigodo de Tarragona y Barcelona (Macías y Remolà, 2000; Reynolds, 2010) ofrecen un comportamiento similar, en el cual la llegada de envases africanos y orientales es muy abundante. Así, en
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dataciones muy claras en la primera mitad del s. VIII para algunos estratos (Saguí, Ricci y Romei, 1997; Romei, 2001). En este caso, el horizonte ceramológico es completamente diferente al de momentos precedentes. En primer lugar, parece que el porcentaje medio de ánforas ha decrecido sustancialmente: del 50% del total de individuos cerámicos a finales del s. VII al 25% en la primera mitad del s. VIII. En segundo término, y a excepción de escasos ejemplares de ánforas globulares procedentes del Norte de África y/o el Mediterráneo Oriental, la presencia mayoritaria de importaciones es representada por las ánforas globulares fabricadas en el sur de Italia y en el Norte de Sicilia. Y en tercer lugar, las cerámicas finas de mesa africanas han desaparecido completamente, siendo reemplazadas por un repertorio de cerámica común local con pastas depuradas. Por todo ello, la primera mitad del s. VIII parece ser una verdadera ruptura en la historia de las importaciones alimentarias y el consumo en las ciudades del Mediterráneo nor-occidental, incluso en el caso de una de las más importantes de ellas, la propia Roma. No hay duda alguna de que la escasa representatividad de los contextos cerámicos del sur de las Galias y de Hispania mediterránea cobra total sentido en este ambiente general de retracción comercial. 4. LA INTERPRETACIÓN HISTÓRICA. UNAS PINCELADAS GENERALES Teniendo muy presentes los problemas metodológicos evocados en el primer apartado así como la relativa escasez de datos entre los ss. VI y VIII sintetizada en el capítulo precedente, ¿hasta dónde es posible avanzar en términos interpretativos?
Figura 10.- Contextos cerámicos de finales del s. VII e inicios del s. VIII en Marsella (Bien, 2007, fig. 6 y 7).
ambos casos (sur de Francia franco e Hispania visigoda) el suministro de las principales ciudades (¿portuarias únicamente?) no difiere sustancialmente del de la Roma bizantina. Si los contextos de finales del s. VII son raros, los fechados en el s. VIII son prácticamente inexistentes en las ciudades del Mediterráneo nor-occidental, como ha sido puesto en evidencia recientemente para la Península Ibérica (Alba y Gutiérrez, 2008). Una vez más la excepción procede de Roma, en la cual las excavaciones de la Crypta Balbi también ofrecieron
4.1. Algunas tendencias generales En primer lugar, es conveniente plantearse si es posible determinar algunos comportamientos generales en las importaciones mediterráneas que nutrieron a las ciudades mediterráneas. Incluso si los datos para los ss. VI-VII d.C. son en general escasos, es obvio que las ciudades costeras están mucho mejor documentadas que las interiores. Por otro lado, no debemos olvidar que la difusión de las ánforas mediterráneas ha sido mayoritariamente de carácter litoral, a lo largo de la totalidad de la Antigüedad Clásica. Es decir, que las ánforas constituyen un vector esencial del comercio marítimo. No obstante, debemos hacer una excepción: aquellas ciudades vinculadas al mar por un río, caso de Córdoba, Zaragoza, Lyon y otros tantos ejemplos (incluimos en este grupo a las ciudades italianas vinculadas al valle del Po y al Mar Adriático). No obstante, y en relación a los ss. VI y VII d.C. normalmente solo se documentan en ellas algunas importaciones puntuales de lucernas y vajilla de mesa, fundamentalmente africanas, con un panorama tipológico muy restrictivo (Córdoba: Fuertes e Hidalgo, 2003; Zaragoza: Paz, 2003; Lyon: Silvino, 2007), con
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algunas excepciones como en Sevilla, que debemos considerar más bien una ciudad “litoral”, a pesar de su ubicación al interior (Amores, García y González, 2007). Las ánforas y especialmente los contenedores africanos de gran tamaño suelen ser excepcionales en dichos ambientes. Dicha constatación enfatiza la excepcional situación de algunas ciudades particulares, como es el caso de Recopolis, como parecen demostrar recientes estudios (Bonifay y Bernal, 2008), o la capital del Visigothorum Regnum, Toledo, en la cual las excavaciones en la Vega Baja han comenzado a proporcionar las primeras evidencias de ánforas africanas –spatheia fundamentalmente(Gallego et alii, 2009, 121, figs. 1 y 2) así como algunas importaciones orientales2, que auguran interesantes perspectivas de futuro. En estos casos singulares, muy alejados de la línea de costa, asistimos a la llegada de todo tipo de importaciones africanas, incluso en pleno s. VII como demuestra el caso de Recopolis. Es por ello que no todas las tendencias comerciales generales pueden ser explicadas desde una perspectiva geográfica. Los productos hispánicos viajaron mayoritariamente antes de mediados del s. V d.C. y principalmente en la parte más occidental del Mediterráneo, aunque también se constatan importaciones singulares a contextos urbanos como Cartago o incluso a Oriente, como demuestran los hallazgos de Caesarea Maritima o Beirut. En las Galias la frontera la marca con claridad el curso del río Ródano. Este tipo de comercio parece concentrarse especialmente en el aceite bético del Valle del Guadalquivir (envasado en Dressel 23 y formas afines) y salsamenta producidos en Lusitania y en Baetica (en Almagro 51 a-b/Keay XIX y Almagro 51c sobre todo). A partir del s. VI en adelante el comercio de ánforas hispánicas tiende a concentrarse en las ciudades de la Península Ibérica, aunque con exportaciones puntuales a otros lugares, a excepción de las ánforas de la isla de Ebusus, posiblemente de vino, que fueron exportadas a Italia, a África y a otros contextos. En una situación similar a la planteada por las ánforas hispánicas, los productos itálicos también viajaron principalmente antes de mediados del s. V, y especialmente en la zona más oriental del Mediterráneo Occidental; en Francia, las ánforas hispánicas son muy abundantes en Arlés, mientras que los envases itálicos son más numerosos en Marsella, incluso si los productos exportados son diferentes. No hay excesivas dudas de que la mercancía exportada en las ánforas Keay LII calabresas y sicilianas fue vino. A partir del s. VI en adelante, como ilustran las exportaciones españolas, el vino itálico circula mayoritariamente dentro de la propia península italiana. Algunos ejemplares tardíos de ánforas de la Calabria y Sicilia siguen llegando a Roma hasta finales del s. VII d.C., y las de cuerpo globular lo siguen haciendo hasta el s. VIII. 2. Como es el caso de una LRA 4 o “ánfora de Gaza” documentada en un contexto arqueológico tardorromano objeto de estudio por J. de Juan, presentado en este Congreso.
Los productos del Mediterráneo Oriental invaden el Mediterráneo noroeste desde las primeras décadas del s. V en adelante. Como atestiguan las fuentes literarias, la mercancía más frecuentemente exportada fue el vino. La cuestión es plantear qué tipo de consumo es el que corre parejo a estas importaciones: ¿uso generalizado o privilegiado? Probablemente, una vez más en esta ocasión depende de la localización física de estas ciudades, bien en la costa –accesibilidad- o en el interior –excepcionalidad-. No hay duda que las cantidades astronómicas de LRA 1 de Cilicia abandonadas en el puerto de Marsella no estuvieron destinadas al consumo de la élite social; como tampoco las decenas de ánforas orientales que colmataban las piletas de salazón de las fábricas salazoneras de Traducta, en el área del Estrecho de Gibraltar, en momentos cercanos al año 500 (Exposito y Bernal, 2007); si bien posiblemente en Toulouse, en Toledo o en Recópolis posiblemente sí. La evolución de las importaciones orientales durante los ss. VI y VII varía ostensiblemente de unas regiones a otras: en la parte nor-occidental (Tarraconensis, sur de las Galias), el retroceso es evidente desde finales del s. VI en adelante, mientras que en la zona suroriental (Roma, Nápoles, Cartago) las importaciones aún son importantes hasta finales del s. VII. El caso particular de la Hispania bizantina requiere más investigaciones, pues únicamente disponemos del caso de Cartagena, no siendo de momento las demás ciudades imperiales parangonables, ya que de ellas –Malaca, Carteia o Septem- disponemos de escasos depósitos ceramológicos de gran cuantía publicados. Hasta al menos el 625 la fluidez mercantil fue notable en territorio peninsular, prolongándose más tarde aún en las Baleares y en Septem, en la orilla africana del Estrecho de Gibraltar. Las importaciones africanas no parecen decrecer hasta mediados del s. V d.C. (únicamente cambia el tamaño de los contenedores). A partir de entonces la situación no es aún muy clara: no sabemos si el volumen general decae o no, si bien resulta significativo el hecho de que los focos de producción sí cambian (área de Nabeul y Centro y Sur de Túnez en vez del área de Cartago como en momentos precedentes –figura 11-). Al menos una cosa sí parece clara: las ánforas africanas del s. VI presentan una difusión ecuménica en el Mediterráneo Occidental, y su difusión no acaba hasta mediados o finales del s. VII. La extremada frecuencia de ánforas africanas en la zona costera mediterránea de Hispania, en áreas tanto controladas por Bizancio como en territorios visigodos, constituye una cuestión relevante, cuyas causas habrá que indagar en el futuro. Otra línea a desarrollar es la potencial localización de importaciones africanas en el umbral del s. VIII en algunos lugares como Roma, Marsella o Tarragona. Por otro lado, las exportaciones de ánforas africanas globulares en pleno s. VIII no parecen ser significativas. Con todo y con eso el problema de la totalidad de ánforas africanas sigue siendo que aún ignoramos el contenido preciso de estos envases: ¿aceite, salsas/salazones de pescado o vino?
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Figura 11.- Mapa de los centros alfareros norteafricanos (Bonifay, 2004, fig. 2).
Aunque este trabajo está dedicado únicamente al análisis de la evidencia cerámica, sería un craso error ignorar las demás fuentes disponibles (remitimos a Loseby, 2007). Es evidente que los registros anforológicos no pueden evidenciar la totalidad del carácter polimórfico del comercio. Incluso si no tenemos constancia de ánforas hispánicas en Marsella desde el s. VI en adelante, sabemos a ciencia cierta que los contactos comerciales no fueron interrumpidos, como por ejemplo confirma la cita de Gregorio de Tours en el año 588 alusiva a la llegada de un barco desde Hispania como su “cargamento habitual”. La visibilidad arqueológica del transporte de grano es complejísima: únicamente debemos pensar que no se han documentado hasta la fecha barcos con cargamentos annonarios entre la costa de África y Roma; ¡mientras que por el contrario los textos aportan multitud de información acerca de la consideración de África como el granero de Roma!
Figura 12.- Detalle del cargamento del pecio “Saint Gervais 2”, del s. VII d.C. (según Jézégou 1998, fig. 305-310).
En este caso la única información se sitúa en pleno s. VII. Se trata del pecio “Saint-Gervais 2” (Jézégou, 1998), excavado en Fos-sur-Mer, entre Marsella y Arlés, que contenía un cargamento de trigo asociado con un flete de ánforas africanas, estando constituido el equipamiento de la tripulación de a bordo por sigilatas africanas y cerámicas comunes (figura 12). Finalmente, es obvio que multitud de mercancías fueron transportadas en odres y barriles, no únicamente las producidas localmente sino también aquellos alimentos procedentes de lugares muy distantes; desgraciadamente este tipo de envases deja mínimas evidencias arqueológicas, como hemos citado anteriormente.
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Figura 13.- Detalle de los grafitos pre-cocción con motivos religiosos (crismones) de las ánforas africanas (Keay LXII) procedentes del pecio de La Palud (nº 1-3), del segundo cuarto del s. VI (según Long y Volpe, 1998, fig. 281-282) y del taller alfarero de Sidi Zahruni (nº 4) en Nabeul (Mrabet y Ben Moussa, 2007, fig. 31).
4.2. Los factores políticos y macroeconómicos Cuando consideramos los factores políticos y macroeconómicos implicados en el estudio de los contextos cerámicos, la primera cuestión a afrontar es el carácter tributario de los antiguos imperios romano y bizantino. Efectivamente, como recordamos en el anterior apartado, el colapso del sistema annonario en torno al 455 pudo haber sido no tan traumático en relación al suministro urbano, como ha demostrado la incesante investigación sobre la distribución de las ánforas africanas en el Mediterráneo Occidental hasta bien entrada la segunda mitad del s. V d.C. Es más, la difusión de las sigilatas africanas, incluso si aparecen en porcentajes inferiores a partir de estos momentos, podría evidenciar tras de sí la distribución del grano procedente del Norte de África. Por otra parte, quizás se han hipervalorado los efectos negativos de la conquista bizantina de África, del sur de Italia y de la Hispania meridional: de hecho, el panorama ceramológico no parece diferenciar a las ciudades bizantinas del Mediterráneo nor-occidental de aquellas que no lo eran, al menos durante los ss. VI y VII; y quizás el grano de África aún llegaba al tramo costero meridional del reino franco a finales del s. VII d.C….
Figura 14.- Ejemplos de tituli picti con motivos religiosos asociados a ánforas orientales del tipo LRA 1 procedentes de contextos de consumo franceses (Pieri, 2005, 262, pl. 22).
Por tanto quizás, como ha propuesto recientemente D. Vera (Vera, en prensa), el comercio liberalizado debe ser un tema a repensar a la luz de la interpretación de los contextos ceramológicos tardoantiguos. Dicho comercio libre funcionaba con asiduidad entre los reinos “bárbaros” (Hispania visigoda, sur de la Galia visigoda u ostrogoda, Italia ostrogoda y África vándala), así como entre los nuevos territorios bizantinos y los reinos “bárbaros” de nueva creación (Galia franca e Italia lombarda), e incluso con el Imperio omeya (Levante y Egipto desde el 640 en adelante; y Byzacena desde el 670). Ya hemos podido analizar anteriormente cómo las fuentes del suministro urbano cambiaron notablemente entre los ss. V, VI y VII, incluso si para los consumidores el aceite seguía siendo aceite y el vino era simplemente vino. Pero ¿fue consciente la población urbana de este cambio? ¿Se percataron del cambio sustancial en el origen de las importaciones de aceite, vino y salazones de pescado?¿Se quejaban de la reducción relativa del suministro de vajilla de mesa africana, parcialmente reemplazado por un incremento de las producciones regionales (como las DSP gálicas)? ¿Se acostumbraron fácilmente a los nuevos menajes de cocina? Incluso si otros factores contribuyeron evidentemente a modificar la vida de la población durante la segunda mitad del s. V –y quizás desde un poco antes-, no podemos negar que las estructuras políticas y económicas cambiaron radical-
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mente entre el 455 y el 475. Cambios de similar magnitud acontecieron a mediados del s. VI, y más drásticamente a inicios del s. VIII. Pero también debemos admitir que el comercio inter-regional y el suministro urbano se adaptaron perfectamente a estas mutaciones. La parte más compleja del problema es determinar el papel de la propia administración municipal en el suministro de las ciudades: ¿en qué medida estaban implicadas en la localización de nuevas fuentes de abastecimiento del mismo tipo de alimentos? Es también importante valorar el creciente papel de la Iglesia en la producción y comercio de bienes de consumo. Los obispados adquieren a partir del s. IV muchas de las funciones anteriormente encomendadas a los organismos de gestión de la ciudad (Pellegrini, 2008). Conocemos mejor los sistemas productivos eclesiásticos a pequeña escala, como ilustran magistralmente los monasterios, especialmente fecundos en Oriente pero también ampliamente dispersos por el Mediterráneo Occidental (López Quiroga, Martínez y Morín, 2007). Y tenemos constancia de la potencial existencia de talleres eclesiásticos o vinculados/dependientes de la iglesia, como denotan los sellos pre-cocción alusivos a monogramas de autoridades religiosas, especialmente ilustrativos en los Late Roman Unguentaria y en el material constructivo latericio. En el caso de las ánforas un ejemplo podría quizás ser el ilustrado por los grafitos pre-cocción in collo, con motivos claramente religiosos (crismones), como los aparecidos en el cargamento africano del pecio de La Palud (figura 13), del segundo cuarto del s. VI (Long y Volpe, 1996 y 1998); o en el taller alfarero de Sidi Zahruni en Nabeul (Mrabet y Ben Moussa, 2007, fig. 31). Pero también es posible hipotetizar la implicación de la Iglesia en aspectos comerciales a tenor de la multitud de tituli picti en las ánforas LRA 1. Las invocaciones y fórmulas religiosas (figura 14), más que alusivas a la consagración del producto transportado –hipótesis tradicional-, podrían tener como objetivo principal la protección de las ánforas –y de todo el cargamento-, además de garantizar la conservación del vino. No obstante, algunos antropónimos en los mismos tituli picti parecen designar con claridad a monasterios (Fournet y Pieri, 2008, 184; Derda, 1992, 137). Se trata de cuestiones interpretativas complejas -¿dipinti alusivos a los anagramas de los destinatarios -obispados, monasterios, parroquias- o indicativos de los agentes comerciales vinculados al estamento eclesiástico? (una síntesis de ello en Bernal, en prensa), pero en cualquier caso tendentes a valorar la importancia del factor religioso en los aspectos productivos y comerciales de la Antigüedad Tardía, un tema poco transitado aún por la investigación arqueológica. 4.3. Aspectos a valorar en el futuro Finalmente, debemos valorar el siguiente aspecto ¿Puede la distribución de cerámica vincularse con acontecimientos políticos? En otras palabras: ¿es posible trazar fronteras entre el suministro anfórico de ciudades go-
bernadas por diferentes banderas? La documentación presentada anteriormente demuestra claramente que no es fácil hacerlo. Incluso en la Antigüedad Tardía las reglas económicas no siguieron las mismas sendas que las directrices políticas (Gutierrez Lloret, 1998). El sentimiento general es que las normas políticas e incluso económicas cambiaron sustancialmente entre los siglos V y VIII, si bien los agentes económicos y los cargos políticos a nivel local gestionaron las cosas para poder compensar estos cambios para ofrecer o suministrar a los consumidores la misma variedad de alimentos. El único problema es que es realmente difícil valorar con precisión las cantidades medias de alimentos que llegaron a las ciudades a lo largo de este período. Y en este caso el sentimiento es que dichas magnitudes no dejaron de decrecer entre la primera mitad del s. V y mediados del s. VIII. Por tanto, ¿cómo podemos explicar la caída de las importaciones mediterráneas y la tendencia a la autosuficiencia de las ciudades del Mediterráneo nor-occidental? Quizás los cambios políticos y las notables dificultades para encontrar nuevas fuentes de abastecimiento no son los únicos factores a tener en cuenta. Como puso en su momento sobre la mesa E. Fentress, el decaimiento de las exportaciones de ARS en el Mediterráneo Occidental no debe ser vinculado unidireccionalmente con la conquista vándala de África, sino que el mismo comenzó antes y quizás tenga que ver con la merma de la población de Roma después del año 411 (Fentress, et alii, 2004). Una vez dicho esto, podemos considerar dicho descenso de las importaciones mediterráneas como una consecuencia de la reducción del consumo urbano y una manifestación de la persistente crisis urbana en el Mediterráneo noroccidental desde mediados del s. V en adelante. Algunas de dichas urbes se beneficiaron de condiciones políticas favorables, aunque fuese temporalmente (como Cartagena), mientras que otras resistieron durante más tiempo (Roma, Marsella o Tarragona), si bien todas ellas se encontraban en una situación precaria que como tarde podemos situar en la primera mitad del s. VIII. Un último interrogante: ¿significa el final del comercio en ánforas el fin del abastecimiento de todo el Mediterráneo? Incluso si el comercio a nivel local/regional parece ser favorecido por parte de la mayor parte de las ciudades del noroeste del Mediterráneo al inicio de la Edad Media, bien sea porque la reducida tasa de población no necesitaba importaciones procedentes del exterior o bien porque las mismas ya no estaban disponibles en los mercados, la ausencia de cerámica no tiene por qué significar necesariamente el final del suministro transmediterráneo a las ciudades. Como ya se ha comentado, una parte muy importante del comercio, al menos en términos financieros, no se refleja en la cerámica (tejidos, especias, materias primas…). No obstante y de hecho, la escasez de fuentes textuales para evaluar el comercio en el s. VIII se asemeja sorpresivamente al silencio que proporcionan las evidencias ceramológicas para dichas fechas.
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