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87 Lauro Olmo Enciso (Universidad de Alcalá)

ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 87 - 111

CIUDAD Y ESTADO EN ÉPOCA VISIGODA: TOLEDO, LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PAISAJE URBANO

1. INTRODUCCIÓN1 El panorama del paisaje de las ciudades de la Península Ibérica durante el siglo VI estuvo definido por la heterogeneidad. Heterogeneidad que fue consecuencia de un proceso provocado por los cambios producidos a lo largo del siglo V, y que supuso la transformación de la organización social con el consiguiente reflejo en la articulación del espacio peninsular –transformación urbana, abandono de las villae, aparición de aldeas,…etc.-. Todo ello tuvo como una de las consecuencias la formación de un nuevo paisaje, tanto en el ámbito urbano como en el rural, que se consolidó a lo largo del siglo VI d.C. En lo referente al ámbito urbano, este proceso de cambios se desarrolló fundamentalmente en la segunda mitad del siglo VI. En este nuevo paisaje urbano, junto a la ya conocida intervención de la Iglesia en la trama urbana, la investigación arqueológica documenta el desarrollo de proyectos urbanísticos de carácter estatal, que constituyeron la materialización del éxito inicial del Estado visigodo. Por tanto, junto a la aceptada consolidación de la ciudad episcopal como transmisora del mensaje ideológico de la ciudad cristiana (Gurt, Sánchez Ramos, 2010), comprobaremos como también se manifiesta a partir de la segunda mitad del siglo VI, una ciudad impulsada desde la iniciativa estatal y transmisora, igualmente, de un mensaje ideológico. La interacción entre ambos paisajes urbanos y sus desarrollos diacrónicos es uno de los elementos esenciales, junto con la consideración de paisajes urbanos menos dinámicos, típicos de las ciudades desestructuradas, para entender el modelo de ciudad y sus variables que se define en este periodo. 2. EL ESTADO Y LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO URBANO 2.1. Toledo: el proceso de gestación de una capital y de un nuevo paisaje urbano 2.1.1. La Antigüedad Tardía La ciudad de Toledo experimentó a lo largo de los siglos IV y V d.C. un proceso de transformaciones que introdujeron en su fisonomía elementos 1. Quiero agradecer a Mª Mar Gallego Gracía arqueóloga y miembro del equipo de investigación arqueológica del “Proyecto Vega Baja” la ayuda y sugerencias aportadas durante la redacción de este trabajo.

diferenciadores respecto al paisaje urbano de época altoimperial, transformándola en una de las ciudades más importantes del centro peninsular. De ello da testimonio la investigación arqueológica que en los últimos años viene ofreciendo datos sobre un crecimiento de la ciudad particularmente notable en sus zonas suburbanas, así como una importante ocupación del espacio periurbano con villae y establecimientos rurales reflejo de la riqueza agrícola del valle del Tajo y de una potente clase de possessores (Fuentes Domínguez, 2006: 192-195). Testimonio de este auge creciente en época bajoimperial, es su papel como relevante sede episcopal para el centro peninsular desde los primeros momentos de institucionalización del cristianismo. De hecho fue la única de toda esta zona presente en el Concilio de Elvira, primera reunión de la Iglesia hispana entre los años 300-302, y su importancia quedaría consolidada con la celebración del I Concilio de Toledo en el año 400 d.C., sínodo de gran trascendencia por la condena del priscilianismo, movimiento que, por sus derivaciones sociales y religiosas, había cuestionado la estructura ideológica de la Iglesia de la época. En lo referente a la plasmación material en el paisaje urbano de la importancia de esta sede hay que lamentar que la investigación arqueológica, a diferencia de lo que sucede para otras ciudades peninsulares, no ha ofrecido evidencias concluyentes sobre el complejo episcopal toledano. Sin embargo, hay que destacar como P. de Palol defendió en un sugerente trabajo, la existencia de un grupo episcopal, ya desde el siglo V d.C., en la zona central del interior del recinto urbano toledano, formado por el templo catedralicio dedicado a la Virgen María, que se localizaría bajo la actual catedral, y, probablemente, el núcleo episcopal relacionado con la iglesia bautismal de San Juan. Avalarían esta localización de la iglesia de Santa María, unas prospecciones geofísicas realizadas en la década de los años ’70 del pasado siglo, en la que se detectaron en el sector N.O. de la actual catedral, restos de una posible construcción con planta de cruz griega (Palol i Salellas, 1991: 787-832; Von Konradsheim, 1979 : 95-99). Pero es en la zona periurbana de las Vegas Alta y Baja donde la arqueología ofrece evidencias sobre las transformaciones que entre los siglos IV y V se produjeron en la ciudad y que, como ya se ha citado, introdujeron en su fisonomía elementos diferenciadores respecto a la época altoimperial


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que apuntan, en el caso de la Vega Alta, a un poblamiento con una estructura de ocupación dispersa (Rojas Rodríguez Malo, 1996: 79-80; Carrobles Santos, 1999:193-200) así como a una mayor densificación del paisaje urbano de este periodo en la zona suburbana de la Vega Baja. Todos estos hallazgos ofrecen un paisaje urbano diverso al que había configurado la ciudad altoimperial, organizada en torno al original asentamiento carpetano y republicano aprovechando la altura del cerro. Estos cambios parecen centrarse en una generalización del poblamiento suburbano que, en el caso de la Vega Baja, se basaría fundamentalmente en el reforzamiento de una corona inmediata de villae suburbanas, en un contexto de ocupación del espacio que tendría su proyección a toda la zona periurbana del territorio toledano, y en otra definida por la existencia del Circo y del Teatro, así como áreas de necrópolis. De estos edificios el Circo siguió en uso por lo menos hasta principios del siglo V, tal y como se ha interpretado por la datación de una pieza perteneciente a una sella curulis, el márfil de Hipólito que fue fechado en el año 400 (Sanchez Palencia, 1989: 377-401). Testimonio de la ocupación residencial, lo constituiría la villa de la Fábrica de Armas, con una pars urbana con dos mosaicos de inicios del siglo IV (Mélida, 1923: 19-23; San Román Fernández, 1934: 339-347; Balil, 1962: 123-128; Balil, 1984: 433-439), así como una zona de infraestructuras hidráulicas destinadas al suministro de todo el complejo (Rojas Rodriguez-Malo, Villa González: 1996: 225-237; Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 51). Con este tipo de establecimientos podría relacionarse la existencia de unas pequeñas termas, fechadas entre los siglos IV y V, que ha sido constatada recientemente y que se encuentran asociadas a una serie de edificios organizados en recintos ortogonales (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 75, 83). Asimismo, se han identificado tres áreas cementeriales, una de ellas al oeste del circo, datada a partir del siglo III d.C., inicio de la ocupación cementerial que alcanzaría gran desarrollo en época visigoda relacionada con el complejo dedicado a la mártir toledana Santa Leocadia (García Sánchez de Pedro, 1996: 153-157). Otra de estas, una zona de enterramientos infantiles, se localizó al N. de la villa de la Fábrica de Armas (Maquedano Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 36), y la tercera de estas zonas cementeriales bajoimperiales se localiza al E. del actual yacimiento en la Avenida de la Reconquista (Palol i Salellas, 1972: 787-832; Maquedano Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 30). Se ha interpretado esta ocupación del suburbio debido a la escasa disponibilidad de espacio dentro de la antigua ciudad, para albergar residencias con las dimensiones y características urbanísticas que definen a estas villae (Fuentes Domínguez, 2006: 193-195). De confirmarse esta teoría, que implicaría cambios en el interior del recinto urbano primitivo, podría

también relacionarse con la tesis, aquí expresada de P. de Palol, sobre la localización en esta época de la sede episcopal toledana en la zona de la actual catedral, donde también se ha apuntado la localización del Foro de la ciudad altoimperial. Todo esto llevaría a considerar para el Toledo tardoantiguo el mismo proceso de cambios en el paisaje urbano que se comprueba en otras ciudades hispanas del momento, si bien en el caso que aquí nos ocupa la investigación arqueológica tiene que ofrecer todavía mucha más información relevante. Un proceso que da paso a un modelo de ciudad que difiere del anterior pero que también generará una nueva imagen en el que se hallarán presentes una nueva arquitectura del poder, ligada al mensaje ideológico del cristianismo así como nuevas configuraciones del espacio urbanístico, valorización de los espacios suburbanos, y todo ello conectado con la evidencia de que la Antigüedad tardía sigue siendo un mundo urbano en el que la ciudad se proyecta hacia todo el territorio (Gurt Esparraguera, Sánchez Ramos, 2008: 184-202). 2.1.2. La gestación de una capital: Toledo en la primera mitad del siglo VI La posición relevante que la ciudad de Toledo había experimentado durante la época anterior, se muestra más acentuada desde principios del siglo VI, momento en que ya forma parte del Estado visigodo. Testimonio de ello lo ofrece la celebración del II Concilio de Toledo, efectuado en el año 527 durante el reinado de Amalarico, en el que se resalta el carácter metropolitano de la sede toledana, y parece constatarse su jurisdicción sobre un territorio que comprendía Carpetania, Celtiberia y la Submeseta Norte, bajo control efectivo del estado visigodo, tal y como se reconoce en el último canon del Concilio. A este sinodo asistió una alto dignatario real con potestades disuasorias, dato a favor de la importancia que la ciudad poseía ya para la monarquía visigoda (Vives, 1963: 42-52; Olmo Enciso, 1988: 50-53: Velázquez, Ripoll, 2000: 536-537; Olmo Enciso, 2007: 167-168). Pero será a partir del reinado de Teudis, cuando ya se puede intuir el carácter relevante de Toledo como sede regia, tal y como se deduce de la promulgación en esta del único documento legislativo de su reinado, la Ley de Costas Procesales, en el año 546. El hecho de que esta ley formara parte del intento de afirmar el poder de la monarquía sobre los altos funcionarios pertenecientes a los grupos dominantes de la sociedad hispanovisigoda, y que en su firma Teudis utilizara el apelativo Flavius ha sido definido como el inicio del proceso de “imperialización” de la realeza visigoda (García Moreno, 1991: 157). A partir de estos hechos se ha defendido una presencia prolongada de este rey en Toledo lo cual sería síntoma de la fijación de la capitalidad en la ciudad (Olmo Enciso, 1988a: 52; Velázquez, Ripoll, 2000:532-538), así como de una forma de emular a los estados más potentes de la época. En esta línea, se ha defendido acertadamente, como uno de los factores que favorecieron la capitalidad, el hecho de que, a diferencia de otras


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desde mediados del siglo VI, obliga, a la hora de hablar de sedes regias en el reino visigodo, a distinguir dos etapas. La primera, datada a partir del colapso del reino de Tolosa, con capitales ocasionales del reino, en función de una serie de condicionantes, fundamentalmente políticos, y de las necesidades de una débil estructura política e ideológica no cohesionada y en proceso de formación. La segunda, estaría definida por la consolidación y afianzamiento de una estructura estatal con voluntad centralizadora, que permitirá crear unas sedes regiae de acuerdo con las necesidades derivadas de esta organización (Olmo Enciso, 2007: 161-162).

Figura 1. Localización de la catedral de Sta. María, la Iglesia martirial de Sta. Leocadia y la Iglesia palacial de Santos Apóstoles Pedro y Pablo

ciudades importantes de la península, el poder eclesiástico en Toledo no estaba en grado de eclipsar a la nueva corte (Ripoll, 2000: 393-396; Velazquez, Ripoll, 2000: 535). El carácter de capital estará plenamente definido ya bajo el reinado de Atanagildo, tal y como refleja el hecho de que de esta ciudad salieran, en el 566, las hijas del rey para contraer matrimonio en la Galia (Ven. Fortun. Carmn VI, 5. 13.) o que en ella muriera este rey en el 567 (Isid. Hisp., H.G., 47) (Olmo Enciso,1988a: 52-54; Olmo Enciso, 2001: 379-386). Hasta ese momento el Estado visigodo no habían tenido una capital con las características que van a confluir en Toledo, puesto que no habían consolidado una estructura estatal como la que caracterizará al Reino Visigodo a partir de la segunda mitad del siglo VI. Así pues, el papel de Toledo como capital irá intrínsecamente unido al nacimiento de la estructura que dio lugar a un Estado centralizado. Por todo ello, el éxito de la organización estatal,

2.1.3. La consolidación de Toledo como capital y el nuevo paisaje urbano de inspiración estatal Las excavaciones arqueológicas en la Vega Baja, comienzan a transmitir datos sobre una destacable actividad constructiva cuyo momento de mayor desarrollo debería situarse entre la segunda mitad del siglo VI y mediados del siglo VII d.C., relacionado con todo un fenómeno de revitalización urbana que afecta a las principales ciudades hispanas de la época (Olmo Enciso, 2007a: 189-195). Durante este periodo Toledo adquirió una nueva fisonomía, como ya intuyó en su día P. de Palol (1991:787-788), consecuencia del intento de crear una liturgia cortesana y urbana imperial por mimetismo con Bizancio, lo que conllevaría la presencia, característica de las grandes capitales, de tres edificios basilicales, la Catedral, la Iglesia áulica o palacial y la Iglesia Martirial. En el caso de Toledo estos corresponderían a la Iglesia de Santa María, la basílica de Santa Leocadia y la Iglesia de los Santos Apóstoles, también denominada de San Pedro y San Pablo o Iglesia praetoriensis (Fig. 1). La investigación arqueológica de los últimos años, y la contextualización a la que esta obliga de la documentación escrita y arqueológica anterior, revela como en época visigoda, se asiste a una transformación del paisaje urbano, que había caracterizado el suburbio toledano hasta ese momento. En gran parte de la Vega Baja, se confirma la existencia de un nuevo desarrollo urbanístico (Olmo Enciso, 2007b: 167-171; Olmo Enciso, 2009: 81-88) relacionado con la consolidación del Estado visigodo y de su capital que supuso la plasmación de una imagen nueva de ciudad. Este programa, se basó en la organización de plan urbanístico jerarquizado – complejo palatino, áreas de viviendas y posibles zonas comerciales y artesanas- y regularizado. En él la mayor parte de los espacios y construcciones, amortizaron,


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a tenor de lo que transmite la evidencia arqueológica, gran parte de las edificaciones de la fase anterior, o se situaron en espacios hasta entonces no construidos. Todo ello produjo que la época visigoda se caracterizara por la mayor densificación urbanística del suburbio toletano hasta ese momento. Este nuevo paisaje urbano consecuencia de la ampliación y el nuevo desarrollo urbanístico de época visigoda en el suburbio toletano, supuso por tanto la adquisición de una fisonomía diversa a la que había definido, durante los inicios de la Antigüedad Tardía, a Toledo un centro urbano que probablemente, y al igual que otros, había estado caracterizado únicamente por la actividad edilicia de la Iglesia (Olmo Enciso, 2009: 69-73). En lo que se refiere a la época de inicio del complejo palacial edificado …in suburbio toletano… y aunque los datos arqueológicos no son aún concluyentes, y la documentación escrita tampoco proporciona información al respecto, ya se ha argumentado como debe ser considerada la época de Leovigildo como un momento central para el desarrollo de todo este complejo (Olmo Enciso, 2009: 75). Sin embargo, es necesario señalar que este nuevo desarrollo urbano no debió constituir un modelo estático ni homogéneo, sino que más bien debió estar sometido a un proceso diacrónico de ampliaciones, transformaciones o incluso reducciones a lo largo de toda la época visigoda, como tendremos ocasión de demostrar más adelante, a tenor de los recientes hallazgos. La consecuencia de estas dinámicas, pudo deberse en parte a un proceso de cambios, transformaciones y necesidades del Estado visigodo así como de sus sucesivos monarcas. Esta, por el momento, hipótesis, encontraría su apoyo en el proceso de transformaciones que las ciudades más activas de la época visigoda experimentaron en su paisaje, tanto en la fase de revitalización urbana, acontecida entre mediados del siglo VI y primera mitad del siglo VII, como en la posterior de desestructuración, a lo largo de la segunda mitad del VII y principios del VIII, ligada esta última a la crisis del Estado visigodo (Olmo Enciso, 1998: 109-118; 2001: 382-383; 2007a: 188-190; 2007b: 166; 2008: 60; 2009: 74-75, 84-88). 2.1.3.1. Basílica de Santa Leocadia La basílica de Santa Leocadia estaba situada en el suburbium de la ciudad tal y como transmiten el IV Concilio (633), apud Toletanam urbem .....in basilicam beatissimae et sanctae martyris Leocadiae; el V (636), apud urbem Toletanam .... in basilicam sanctae martyris Leocadiae..; el VI (638), donde se señala su situación en el pretorio de la ciudad, in praetorio Toletano in ecclessiam sanctae Leocadiae martyris..; el XVII (694), que ofrece una localización más precisa al señalar el suburbio y resaltar el posible carácter martirial del templo al señalar como éste es el lugar de enterramiento de la Santa, …in ecclesia gloriosae uirginis et confessoris Christi sanctae Leocadiae, quae est in suburbio Toletano ubi sanctum eius corpus requiescit… (Vives, 1963: 186, 226, 233 y 522; Puertas Tricas, 1975: 30-31; Velazquez

Ripoll, 2000: 554; Olmo Enciso, 2007b: 169; Balmaseda Muncharaz, 2007: 201-204). Las actas conciliares transmiten la existencia de un monasterio vinculado a esta basílica, cuyo abad Valderedo firmó las actas del XI Concilio toledano (Vives, 1963:369; Puertas Tricas, 1975: 30; Balmaseda Muncharaz, 2007: 202). Un posible origen de esta basílica ya desde el siglo V, ha sido apuntada por I. Velazquez y G. Ripoll, quienes interpretan que la referencia sobre la celebración del II Concilio de Toledo apud Toletanam urbem podría significar que esta iglesia fuera de la ciudad se identificara con un primitivo templo martirial (Velazquez Ripoll, 2000:553). Este complejo de Santa Eulalia, fue adquiriendo una importancia creciente a lo largo del siglo VII, y existen testimonios, transmitido por el Apologeticum de Eulogio de Córdoba, que hacen pensar en unas obras de remodelación, embellecimiento y ampliación del primitivo templo ordenadas por el rey Sisebuto y consagrado por el obispo Eladio el año 618 (Palol, 1991:791; Velázquez, Ripoll, 2000:556; Balmaseda Muncharaz, 2007: 202). El prestigio en aumento de dicho templo, se manifiesta por los testimonios de diversos textos

Figura 2. Fragmento del Credo epigráfico


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Figura 3a. Restos del gran edificio áulico excavado por P. de Palol en 1972 (Palol, 1991)

que sitúan en él enterramientos de reyes, como Suintila, Sisenando, Wamba y Witiza, y obispos como Eugenio II, San Ildefonso y Julián de Toledo (Palol, 1991: 791; Velázquez, Ripoll, 2000: 557)2. La tradición que identificaba la situación de Sta. Leocadia en la zona de la iglesia del Cristo de la Vega, donde ya desde principios del siglo XX se habían descubierto piezas escultóricas y otros materiales de época visigoda (De los Rios Villalta, 1905: 36-37), se fundamentó arqueológicamente con la aparición en 1956, como consecuencia de unas obras de saneamien-

2. Quienes señalan las noticias proporcionadas por Julián de Toledo en su Elogio de San Ildefonso en lo referente a los enterramientos de Eugenio II y S. Ildefonso; por Felix de Toledo en su Vida de S. Julián de Toledo, para el propio Julián; y en lo que se refiere a los reyes se hacen eco de lo transmitido por la Crónica del Moro Rasis, para Suintilia, Sisenando, y Wamba, por el Chronicon de Luitprando para Witiza.

to, de una serie de piezas de época visigoda. Entre ellas destacaban dos fragmentos de una lápida de piedra caliza con inscripción perteneciente a un Credo epigráfico, una placa nicho fragmentada, así como diferentes elementos decorativos (Fig. 2), que fueron interpretados por M. Jorge Aragoneses como pertenecientes a la Basílica martirial de Santa Leocadia (Jorge Aragoneses, 1957: 295-323)3. La intervención arqueológica realizada en 1972 por P. de Palol (Palol, 1991: 787-832) junto a la ermita del Cristo de la Vega, proporcionó una secuencia arqueológica con testimonios que abarcaban desde la época moderna a la romana. Se localizaron los restos de un gran edificio, con muros de 2 m. de anchura y doble paramento exterior e interior de sillares de granitos con relleno de mampuestos y todas las hiladas trabadas con mortero de cal, que en su cara exterior tenía contrafuertes de sillería de granito y situados cada 3,5 m. (Fig. 3a). Palol relacionó estos restos, por la calidad de su factura, con una construcción áulica, vinculada con algún conjunto palatino, si bien es verdad que dudaba para su atribución cronológica entre época romana o visigoda. Ya señalé, en su momento, cómo gracias al conocimiento de la arquitectura de época visigoda, presente en las construcciones áulicas de Recópolis, con aparejos similares a estos y con sistemas de contrafuertes en todos los edificios más significativos del complejo áulico, así como en los restos del edificio aparecido en la zona de la calle de San Pedro el Verde - en la actualidad en el sótano de la clínica Fremap - todos ellos con similitudes constructivas con la construcción hallada por Palol, había que apostar por una datación en la época visigoda, máxime cuando los recientes hallazgos arqueológicos en otros centros urbanos documentaban para sus edificios técnicas similares (Olmo Enciso, 1988: 164-166; 2008:47-49; 2009: 78). Al sur de esta construcción se hallaron restos de un edificio interpretado como de carácter monacal (García Sánchez de Pedro, 1996: 149-153,156-157, fig. 4, lám. V), que podrían identificarse con los restos del ya citado monasterio vincu3. La lectura ofrecida por este autor fue complementada en 1970 por H. SCHLUNK, H., “Beiträge zur kunstgechichtlichen Stellung Toledos im 7. Jahrhundert”, Madrider Mitteilungen, 11, 1970, págs. 161-186.


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lado a esta basílica mencionado en el XI Concilio toledano (Fig. 3b). En relación con este edificio y todo el complejo de Sta. Leocadia, existía una necrópolis de época visigoda, continuación de la iniciada en el siglo III d.C., cuyos primeros indicios datan de 1918 y 1921, y que en su extensión habría que relacionar con los enterramientos situados al N.O. en la zona ocupada por la actual Consejería de Obras Públicas (García Sánchez de Pedro, 1996; ibídem; Rojas Rodríguez-Malo, J.M., Villa González, R., 1996: 227-230, 235-236, fig. 3, fot. 3 y 4). 2.1.3.2. El complejo palatino: Pretorio e Iglesia de Santos Apóstoles El conjunto palatino, del que formaría parte el Palacio y la Iglesia de los Santos Apóstoles, estuvo igualmente situado fuera del recinto urbano en el citado suburbio toledano (Ewig, 1963 : 25-72 ; Vives, 1963: 233, 390, 449; García Moreno, 1978: 311-321; Olmo Enciso, 1988; 570; Olmo Enciso, 2007: 171; Olmo Enciso, 2009: 79). Las primeras noticias sobre la localización del palacio en el suburbio toledano la proporciona el VI Concilio, en el que, como ya se ha citado, se asocia al pretorio de la ciudad a la iglesia de Santa Leocadia, in praetorio Toletano in ecclessiam sanctae Leocadiae martyris.., posteriormente ya se vincula al templo de los Santos Apostoles, tal y como es denominada en los Concilios, XII, donde también se alude a su situación in suburbio Toletano in ecclesia pretoriensi sanctorum Petri et Pauli; en el XV …in ecclesia praetoriensi sanctorum apostolorum Petri et Pauli; y en el XVI … in praetoriensis basilica sanctorum Petri et Pauli…. La existencia de un palacio en esta ciudad es algo que, igualmente, transmiten las Vitas Patrum Emeritensium, sin que haya más noticias acerca de su exacta localización (V.P.E., XII, 31). El carácter áulico del templo toledano, igualmente defendido por Palol (1991: 790), viene complementado por la propia denominación como pretoriense, ya que esta indica una iglesia palatina asociada, por tanto, al palacio (Olmo Enciso, 1988: 568-570; Palol, 1991: 790). De hecho aquí debe identificarse ya praetorium como palacio, algo ya conocido para otros reinos contemporáneos del visigodo, debido a que ya desde el siglo V había desaparecido la distinción legal romana entre palatium y praetorium, definiendo ambas un mismo concepto palatino (Brühl, 1977: 421-422).

Figura 3b. Estructuras pertenecientes al edificio interpretado como monástico cercano a los restos de Sta. Leocadia (según García Sanchez de Pedro, 1996)

Dentro de este complejo, la iglesia pretoriense de los Santos Apóstoles adquirió especial importancia a lo largo de la segunda mitad del siglo VII, de hecho la primera noticia sobre ella es la relativa a la celebración del VII Concilio del año 653, momento a partir del cual fue sede de los concilios XII (681), XIII (683), XV (688), y XVI (693), y albergó otras serie de expresiones ligadas al ceremonial real. Estas actividades de protocolo áulico, fueron la ceremonia religiosa de la unción real - recibida por los reyes Wamba, en el 672, Egica, en el 687, y Witiza, en el 711-, las manifestaciones efectuadas con motivo de la marcha y retorno de los reyes a las campañas militares, e incluso la ordenación de un obispo por el rey Wamba, así como otros también realizados en ella durante la segunda mitad del siglo VII (McCormick, 1986: 297-327; Palol, 1991: 790). Asimismo, hay que recordar el hecho de


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Figura 4. Restos de la construcción palacial de la calle San Pedro el Verde (según Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009)

que todos los concilios celebrados en esta iglesia llevaban la firma de los viri illustres (García Moreno, 1978: 320). Incidiendo en el carácter áulico de esta iglesia, en su día apunté (Olmo Enciso, 1988a: 568-569; 1988b 177-178; 2007b: 170; 2009: 79-80) como esta advocación a los Santos Apóstoles, remite un grupo de templos edificados en su mayoría por iniciativa imperial, el primero de los cuales sería el Apostoleion, iglesia de planta cruciforme ordenada construir por Constantino en Constantinopla como mausoleo imperial y posteriormente, reconstruida entre 536 y 550 d.C. por Justiniano (Procopio, De Aedificiis, I, IV, 9), o ya en Occidente la Iglesia la mención a la iglesia de los Santos Apóstoles de Paris, fundada por Clo-

vis como mausoleo real (Ward Perkins, 2000: 75). Sin embargo, es necesario apuntar que a diferencia de estas, que tenían como función fundamental su carácter de mausoleo, la iglesia toledana nunca tuvo esa función, que sí cumplió la basílica de Santa Leocadia. En esta línea de valoración del aspecto áulico hay que destacar la hipótesis planteada por Ripoll y Velázquez, sobre la posibilidad de que esta iglesia “sustituyera” a Sta. Leocadia como iglesia palatina a partir de la citada celebración del VIII Concilio (Velázquez, Ripoll: 2000: 560). En lo que se refiere a la localización arqueológica de este conjunto, M. Jorge Aragoneses, ya señaló la vinculación de la zona donde existió hasta finales del siglo XVIII la ermita de San Pedro el Verde con la Basílica de


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Figura 5. Restos constructivos vinculados al conjunto áulico (Fotografía y planimetría de Javier García González)

los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y adscribió los fragmentos escultóricos aparecidos en la Fábrica de Armas, a dicha basílica, aunque, igualmente, manifestó como esta hipótesis debería fundamentarse de forma más concluyente (Jorge Aragoneses, 1957: 315-316, 320-322). Sin embargo, los hallazgos arqueológicos producidos en los últimos años son los más determinantes a la hora de localizar este complejo palacial en la zona de San Pedro el Verde. En este sentido, hay que llamar la atención sobre la identificación de los restos de una cuidada construcción, en esta zona de la Vega Baja, ya que todo ello apunta a la existencia de un proceso de urbanización de nueva planta y de construcción de edificios significativos, avalado por los últimos resultados que estan deparando las investigaciones arqueológicas en la actualidad. En el año 2001, se pudieron llegar a documentar unas estructuras pertenecientes a lo que, indudablemente, fue un notable edificio, que desapareció en gran parte como fruto de unas

obras realizadas sin control arqueológico, otros de cuyos restos pudieron excavarse en 2003, localizados bajo el actual nº 25 de la calle de San Pedro el Verde. Dicho edificio ha sido interpretado como perteneciente al complejo palatino, y dentro de éste identificado posiblemente con la Basílica de San Pedro y San Pablo y fechado en función de los testimonios transmitidos por la actas conciliares en el primer tercio del siglo VII (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 55, figs. 4 y 5)4. Los restos que se documentaron correspondían a una construcción de nueva planta de gran calidad, con muros de 1,25 m. de ancho, con cimentaciones de 1,60 m de ancho y 40 cm de profundidad, realizada con aparejo de mampostería dispuesto en hiladas trabadas con argamasa de buena factura y sillares de granito en las esquinas y entronques (Fig. 4). De la unión de ambas zonas de excavación, se ha planteado una propuesta interpretativa en la que se defiende la posibilidad de un edificio de planta cruciforme que pudiera relacionarse con la citada iglesia de San Pedro y San Pablo, sin que los restos aparecidos hasta el momento puedan ser concluyentes en lo que respecta a dicha identificación5. Lo que es indudable es que el edificio formó parte del conjunto de edificaciones áulicas y, en este sentido, hay que citar su similitud en lo que a la técnica constructiva se refiere respecto al conjunto palatino de Recópolis – ya 4. Respecto a la datación que ofrecen estos autores, conviene recordar que las fuentes no dicen en ningún momento que tanto la iglesia de San Pedro y San Pablo, como el Palacio se edificaran en el primer tercio del siglo VII (pág. 55), simplemente los primeros testimonios literarios que citan la Iglesia de San Pedro y San Pablo son del año 653 con motivo de ser sede del VIII Concilio, y respecto al Palacio su existencia aparece citada por vez primera con motivo del VI Concilio en el año 638. Se trata, por tanto, de primeras citas literarias sin que ello refleje una fecha fundacional. Desafortunadamente, no se pudo datar estratigráficamente este complejo, con lo que al parecer la arqueología poco puede ofrecer, hasta el momento, para solucionar esta cuestión. 5. Ya desde antiguo se viene identificando la zona de S. Pedro el Verde como lugar de la localización de la Iglesia de Santos Apóstoles, lo cual ha podido influir en la interpretación sugerida. Interpretación que se basa en la proyección de los muros aparecidos en 2001 y 2003 hasta ver una planta cruciforme, que se antoja algo forzada. A este respecto, no deja de ser curioso que dichos autores no citen para reforzar sus argumentos a la iglesia de Recópolis, conocida y publicada repetidamente en los últimos 60 años, hasta el momento la única de carácter áulico que se conoce y la única que ofrece una planta cruciforme que podría relacionarse con la interpretación que ellos defienden.


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Figura 6. Planta y alzado parciales de la construcción vinculada conjunto áulico, así como de la secuencia estratigráfica (documentación gráfica elaborada por MªM. Gallego García)

observada respecto a éste y el edificio excavado por Palol identificado con Sta. Leocadia -. De esta misma época, destacan los restos de un muro de sillares trabados con cal, de 1,10 m. de anchura, situados a unos 100 m. al sur de las anteriores construcciones, y para el que ha sido apuntada la posibilidad de tratarse de una muralla asociada al conjunto palatino (Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 71, figuras 3 –nº 5 y 6-, y 18). Sin embargo, el hecho de que a ambos lados del muro conserve

restos de pavimentos de opus signinum muestra que nos encontramos ante una cuidada obra, conservada a nivel de cimentación, perteneciente más a un edificio representativo. Si a ello se le añade el dato de que dicha estructura posee las mismas características constructivas y medidas que las presentes en la primera fase del conjunto palatino de Recópolis, todo aparece apuntar más a su interpretación como parte del conjunto de construcciones áulicas (Fig. 5).


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Figura 7. Características constructivas y alzado de la construcción de época visigoda

A este complejo de construcciones hay que adscribir una estructura de grandes dimensiones, en proceso de excavación en la actualidad, pero que ya nos ofrece pruebas estratigráficas que fechan su edificación en la segunda mitad del siglo VI d.C. (Fig. 6). Se localiza a 125 m. al S.E. de los restos anteriormente descritos como parte del conjunto palatino, en el área 10.000 de la excavación (uu.ee.mm. 10424, 11236, 11237 y 11243). Los

6. La excavación de este edificio corresponde al área 10.000 de las actuales investigaciones realizadas desde su inicio manualmente, lo cual posibilitó ampliar notablemente la secuencia de ocupación de la zona, frente a lo expresado por otros equipos que anteriormente habían trabajado en la zona, que comprende desde niveles datados en el siglo XX hasta los actuales niveles de época visigoda, sin que hasta el momento se haya agotado la excavación de este sector (ver GALLEGO GARCÍA, Mª.M., 2010). “La secuencia cerámica de época visigoda de Vega Baja. Una primera aproximación” en este mismo volumen, donde se describe y argumenta esta secuencia desde criterios estrictamente estratigráficos). Una primera excavación se acometió por parte de la empresa J.M. Rojas-Arqueología S.L., durante los años 2004-2005, en lo que entonces se denominó parcela R-1 y vial 5, en la zona denominada B.3, como consecuencia del proyecto urbanizador que se quiso acometer. La excavación de una de las habitaciones, permitió fechar la ocupación más antigua en época visigoda y la más moderna en época emiral. Veáse J.M. ROJAS RODRÍGUEZ-MALO, A.J. GÓMEZ LAGUNA, op. cit. 2009, pág. 68,78-79, figs., 14 B.3 y 15.

restos visibles, hasta el momento, presentan una construcción en principio de planta rectangular que en su lado este posee los estos de una torre rectangular de proyección exterior. Sus medidas son de 10,60 m. de largo por 4,70 m en su parte más ancha, y 1,65 m en la más estrecha, y la mayor altura conservada desde la cimentación es de 3,35 m. Está realizada en sillarejo careado de piedras de gneis y calizas colocado en dos paramentos de hiladas que tienden a la regularidad, con un relleno interior de piedras de gneis y grava y dispuestas en capas horizontales coincidiendo con las hiladas de los paramentos, trabadas con un mortero muy rico en cal, mortero que a su vez sirvió de enlucido que recubrían los citados paramentos, técnica similar a la de las construcciones más significativas de Recópolis (Olmo Enciso, 2008: 47, 49 y 55; Gómez de la Torre Verdejo, 2008: 82-84). De hecho la técnica constructiva de este edificio así como sus dimensiones, por el momento parciales, recuerdan igualmente, las construcciones cercanas citadas anteriormente e interpretadas como áulicas, así como las del complejo palatino de Recópolis. Las relaciones estratigráficas de este elemento con el resto del conjunto así como su propia secuencia aportan por primera vez en las intervenciones efectuadas en la Vega Baja evidencias clarificadoras sobre la fecha de construcción de este tipo de edificios, cuya datación habría que situar, en función de su posición estratigráfica, en la primera fase del desarrollo urbanístico de época visigoda. La cimentación de esta estructura, con una altura máxima en su parte más profunda de 1,60 m, rompe la U.E. 11246 (Fig. 7) que contiene un conjunto de fragmentos cerámicos de época visigoda entre los que destaca una forma Hayes 104C Tipo 56 Variante C (Hayes, 1972: 160-166; Bonifay, 2004, pp.181-183) (Fig. 8), fechable entre el 550 y el 625 d.C. La posición estratigráfica, unida a la siguiente fase de actividad de época visigoda en la que se amortiza este edificio, viene a avalar la fecha de construcción que venimos defendiendo para este en torno a las últimas décadas del siglo VI o principios del VII d.C.. Esta construcción fue amortizada por un edificio perteneciente a una segunda fase de época visigoda, fechado en la segunda mitad del VII (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volumen) con unas dimensiones de 700 m2 aproximadamente, que fue objeto de diferentes ocupaciones y expolios6, aunque en el momento de s construcción ambos elementos tuvieron algunas fases de uso similares, dado que parte de los muros del edificio anterior fueron nivelados a ras de los suelos de


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Figura 8. Cerámicas de las UU.EE de época visigoda. Framento superior derecho forma Hayes 104 C variante C (Dibujos MªM. Gallego García)

frecuentación de la nueva construcción (Fig. 6). La fase original de esta nueva construcción estaba formada por una estructura de de planta ligeramente trapezoidal formada por cuatro crujías rectangulares organizadas en torno a un espacio central o patio, que llevaba asociada en su lado N.O. una cisterna de cuidada construcción en opus signinum, también sometida a diversos usos y expolios posteriores. Los muros del edificio se construyeron en sillarejo de piedra de gneis, en dos paramentos careados con relleno de mampuestos, cantos y fragmentos de tejas, trabados con mortero de arcilla y cal. Presentan refuerzos de sillares en las esquinas, sillares que también se usan como jambas en los vanos, generalmente elementos reutilizados.

De estos muros los maestros presentan un ancho entre 0.80 y 0.90 m., mientras que los destinados a compartimentaciones entre 0.60 y 0.70 m.. Todos ellos constituían los zócalos sobre los que se elevaban las paredes de tapial, estando las cubiertas formadas por un tejado de imbrices (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volúmen). El interés de esta secuencia, desde la perspectiva de la comprensión de las dinámicas del espacio urbano, se fundamenta en que nos está indicando un cambio en la funcionalidad de esa zona concreta que pasaría de tener un edificio notable a albergar una zona destinada probablemente a actividades productivas a tenor de lo que parecen indicar las fases de ocupación finales


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Sin embargo, una de las novedades que están proporcionando los trabajos arqueológicos que desde los últimos años se vienen realizando en la Vega Baja, es la existencia de un nuevo desarrollo urbano de época visigoda que permite contextualizar las citadas edificaciones áulicas en todo un plan urbanístico de nueva planta, resultado de una planificación y jerarquización del espacio urbano de inspiración estatal que se inicia en esta zona probablemente a partir del último cuarto del siglo VI d.C. (Olmo Enciso, 2007b: 167-171; Olmo Enciso, 2009: 81-88). Este nuevo paisaje urbano va a estar definido por los resultados obtenidos en una serie de sectores de la Vega Baja, que permiten defender la existencia de una planificación estructurada en manzanas de edificios organizados en torno a patios centrales y una red viaria adaptada a esta nueva situación. Ejemplos aparecen en el triángulo formado por el Poblado Obrero, la Avenida Más del Rivero y la Fábrica de Armas (Maquedano

Figura 9 a): Edificios de época visigoda en la zona de Avda. Mas de Rivero

de la época visigoda (Gallego García, Mª.M., ibídem). Todo ello, conduciría a pensar en la hipótesis, sin ser todavía concluyente mientras la investigación arqueológica no avance más en este sector, sobre una posible reducción del complejo palatino en esta zona, o en la readaptación de parte de éste como zona vinculada a actividades productivas, dentro de un esquema por otro lado no extraño a la topografía de inspiración estatal como veremos a más adelante. Lo que si es evidente es que el proceso, derivado de la secuencia estratigráfica obtenida, refleja la existencia de un proceso de cambios topográficos en la zona del conjunto palatino, que nos recuerda las transformaciones que se suceden en otras ciudades a partir de mediados del siglo VII d.C. (Olmo Enciso, 2001: 390-392; Olmo Enciso, 2007a: 192-193; Olmo Enciso, 2008: 58, 60). 2.1.3.3. Nuevos espacios urbanos Lo anteriormente citado revela la constatación arqueológica de una serie de construcciones mencionadas por las fuentes y situadas in suburbio toletano.

Figura 9 b): Edificios al sur de la Avda. Carlos III (ambos en curso de excavación)

Carrasco, Rojas Rodriguez-Malo, Sánchez Peláez, Sainz Pascual, Villa González: 2002: 34; Olmo Enciso, 2009: 81-83). Algunas de estas viviendas tenían unas dimensiones de 400 m2 (Fig. 8), y en una de ellas situada en la zona E del yacimiento, próxima a la Avda. de Mas de Rivero, se encontró un tesorillo de 30 tremises correspondientes a acuñaciones de Leovigildo, Sisebuto, Suintila, Sisenando y Chintila, con un porcentaje decreciente en su proporción de oro según el estudio que se está efectuando7. Esta misma organización con edificios ortogonales y trama urbana similar se localizó


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en las excavaciones realizadas en esta misma zona, denominada como Plataforma Superior T1, si bien aquí no se pudo llegar a los niveles de época visigoda. La excavación ofreció datos sobre la existencia de edificios de destacables dimensiones con habitaciones rectangulares, algunas de 120 m2, estructurados en torno a grandes espacios abiertos –posibles patios(Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 73, 75, y figs. 2, 10, 13 y 14) (Fig. 9a). Al O. de este sector se localizaron una serie de espacios construidos cuya orientación difería de las antes descritas y presentaba mayores similitudes con la zona próxima al conjunto palatino. El hallazgo más notable fue el de un edificio de grandes dimensiones del que se pudieron excavar dieciséis habitaciones de planta cuadrada y rectangular dispuestas alrededor de un patio. Se comprueba como en esta construcción fueron integrados muros de construcciones anteriores que, estas sí, guardaban una orientación similar a las descritas anteriormente para el sector Este del yacimiento. Todo este complejo se abandonó a principios del siglo VIII, sin que se pueda definir la fecha inicial al no haberse finalizado la excavación de estos recintos. Entre los espacios de este edificio tiene particular interés un conjunto de habitaciones relacionadas, situadas en su esquina E., que comunicaban con una de mayores dimensiones, 18 m. de longitud por 7,2 de anchura, en una disposición que sus excavadores relacionan con el edificio del complejo episcopal de Eio-Tolmo de Minateda. (Rojas Rodríguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 77, fig. 19). Para la zona más cercana al complejo palacial, se observó una organización del espacio diferente con edificios que aparecían como una suma de recintos, con amplios espacios abiertos y organizados en función del trazado viario de esta zona, todo ello conviviría con las áreas descritas organización del espacio descrita anteriormente (ibídem, 2009: 76-77). Bien es verdad, que los avances efectuados en esta zona documentan como algunas áreas de este sector pertenecieron en los orígenes del desarrollo urbanístico de época visigoda al complejo palatino, como es el caso del edificio anteriormente descrito del área 10.000, pasando en una fase posterior visigoda, a estar definido por construcciones posiblemente asociadas a actividades productivas pertenecientes o vinculadas a dicho conjunto palatino. El sector S.O. del yacimiento, al S. de la Avenida de Carlos III también ofreció datos sobre la ocupación de época visigoda. En la zona situada entre dicha avenida y el campus de la Fábrica de Armas, se detectó un edificio de grandes dimensiones, con muros perimetrales de más de 50 x 25 m. de lado, junto al que se localizaron dependencias rectangulares de menor 7. R. CABALLERO, R. MAQUEDA, V. REQUEJO, E. SÁNCHEZ, 2008: Conferencia sobre las excavaciones efectuadas en las parcelas R-4 y R-6 de la Vega Baja, con motivo de las Jornadas Técnicas organizadas por Toletum Visigodo y celebradas en mayo de 2008.

tamaño y posiblemente relacionadas entre si. Estos recintos están asociados a dos calzadas, una de las cuales tiene una anchura de 6 m. para la que se ha sugerido que podía comunicar el recinto palatino con la Iglesia de Santa Leocadia (Rojas Rodriguez-Malo, Gómez Laguna, 2009: 65-66). En el extremo más meridional del yacimiento, entre la citada avenida de Carlos III y al N. de la actual consejería de Obras Públicas, aparecieron las estructuras de un gran conjunto edificado asociado a una calzada, que se relacionan con la reorganización urbanística de época visigoda. Dicha construcción era de destacables dimensiones, con una superficie de 900 m2, y con sus crujías abriéndose a un patio central8 (Fig. 9b). La investigación arqueológica actual, ofrece un interesante conjunto de materiales adscritos a la época visigoda, que nos ayudan a entender las características del yacimiento. La producción cerámica está presente con una serie de formas ligadas a contenedores y de cocina –ollas, ollitas, marmitas, tapaderas y botellas, fundamentalmente- así como cuencos, todas ellas realizadas a torno. Hay que destacar la aparición de cerámicas de importación fundamentalmente, ARSW, ánforas y anforiscos –spatheia- norteafricanos, dedicados al transporte de vino y aceite, así como producciones próximoorientales como LRA4, de la zona de Gaza (Gallego García, MªM., 2010: en este mismo volumen). Especial interés tiene este conjunto de producciones mediterráneas, ya que nos está reflejando la llegada de productos fruto de un comercio de larga distancia al interior de la meseta, aspecto que hasta el momento solo estaba presente de forma cuantitativamente notable en Recópolis. Todo el conjunto cerámico aparecido confirma la existencia de unas tipologías de cerámica dominantes en el ámbito urbano, al mostrar su similitud con los materiales de este tipo presentes en Recópolis (Gallego García, MªM., 2009: 119-121; Gallego Gracía, MªM., 2010: en este mismo volumen). En esta misma dirección apuntaría el hecho de que, hasta el momento, la mayoría de la cerámica pertenezca a producciones de cocina y contendores ya que al igual que en esta ciudad en la Vega Baja la vajilla de mesa estaría formada por producciones en vidrio. La producción en vidrio presenta conjuntos de diversa funcionalidad, destacan los de mesa definidos por la presencia de cuencos, vasos y botellas, junto co utensilios de uso doméstico, como los ungüentarios, así como objetos destinados a la iluminación, tales como lámparas, tulipas y “policándela”. La aparición de numerosos crisoles de fundición, así como de

8. A. RUIZ TABOADA, B. MARTÍN; Conferencia sobre las excavaciones efectuadas en la parcelas R-12 de la Vega Baja, con motivo de las Jornadas Técnicas organizadas por Toletum Visigodo y celebradas en mayo de 2008. Los autores defendieron la datación en época visigoda de este edificio así como de la citada calzada, aunque se argumentó que los hallazgos correspondían a las unidades estratigráficas más recientes, de época emiral, ya que no se había podido completar la investigación de esta parcela.


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vidrio triturado destinado al reciclado hace bastante verosímil la existencia de un taller de vidrio de fundición y reciclado en esta zona de la Vega Baja (García Gonzalez, 2009: 132-136). Los materiales metálicos de esta época se centran en los destinados al uso personal como anillos, hebillas, broches de cinturón, colgantes y alfileres, así como objetos para la iluminación como lampadarios. Así mismo aparecieron tres ponderales y objetos de balanza. Por su calidad destaca una cuenta de amatista engarzada en oro. La producción eboraria ha proporcionado piezas excepcionales como el bote con una escena del Nuevo Testamento, así como cajitas cilíndricas, dados, botones, agujas, y placas en hueso cuya función pudo ser la de apliques destinados a objetos muebles (Juan Ares, J. de, 2009: 137-140; Cáceres Gutiérrez, Y., 2010: en este mismo volumen). Los diferentes hallazgos arqueológicos realizados en la Vega Baja durante la presente década confirman la ya defendida existencia de un nuevo desarrollo urbanístico para la época visigoda impulsado a partir de la consolidación del Estado visigodo (Olmo Enciso, 2007b: 167-171), que destaca por la calidad y dimensiones de los distintos espacios construidos localizados. Este nuevo paisaje urbano dotó a la zona de Vega Baja de una fisonomía diferente respecto a la anterior ocupación tardoantingua. Destaca en todo ello, los indicios sobre la existencia de un programa urbanístico ligado a los nuevos espacios de poder, fundamentado por la presencia de un conjunto de edificaciones áulicas en su franja occidental y en las cercanías de la ribera del Tajo. A continuación de éste se configuraron una serie de nuevos desarrollos urbanísticos, en gran parte de nueva planta –si bien el algún sector se reutilizaron construcciones de época anterior-, organizados en diversas franjas situadas al E. y al S. de este complejo. El estado actual del conocimiento sobre la zona, permite apuntar a una ocupación dinámica y sometida a cambios y transformaciones, muestra de unas dinámicas urbanas no estáticas y que enlazan con un proceso de cambios que se produjo en otras ciudades de la época visigoda entre los siglos VI y principios del VIII (Olmo Enciso, 2007a: 189-195; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Queda por definir la división del nuevo espacio urbano y aunque pueda ser prematuro, los resultados que se están obteniendo en la actualidad nos permiten sugerir algunas hipótesis. La diferenciación, entre los espacios de poder y nuevas zonas de habitación, podría ampliarse a la existencia de áreas productivas y comerciales como parecerían sugerirlo los materiales que se van encontrando en las excavaciones. Esto se fundamenta en la aparición en la zona más próxima al conjunto palatino, de materiales ligados a este tipo de actividades, ponderales, elementos de balanzas, presencia creciente de materiales de importación norteafricana, evidencias sobre la existencia de un taller de producción de vidrio … (Fig. 10) Todo ello plantea la posibilidad sobre presencia de una zona comercial y artesana próxima al palacio, dentro de un esquema consolidado para esa época en el urba-

nismo de inspiración estatal. El ejemplo más próximo, en sus acepciones topográficas, temporales y geográficas, lo proporciona Recópolis, donde a ambos lados de la calle principal, en la parte más próxima al palacio y a continuación de la puerta monumental, se situaban dos grandes edificios dedicados a actividades comerciales y artesanas de prestigio. Esta disposición se inserta en un esquema urbanístico presente en numerosas ciudades del ámbito mediterráneo oriental de esa época, y cuyo origen conceptual se encuentra en la Constantinopla de Justiniano, Conjunto de los palacios imperiales, Puerta Monumental y a continuación las áreas comerciales relacionadas con la calle principal, la Vía Mesa. Este esquema se expandirá hacia Occidente y se aplicará en la ampliación de la ciudad natal de este emperador, rebautizada como Justiniana Prima, y alcanzará el occidente europeo. Aquí, además del ya citado ejemplo de Recópolis, se conoce para el Paris merovingio, en este caso sólo a través de los testimonios literarios de Gregorio de Tours (Olmo Enciso, 2008: 52-53, y 55-56, fig. 3). De confirmarse esta posibilidad, constituiría un elemento más a favor de la existencia en la capital toledana de una planificación urbanística de inspiración estatal según el modelo de bizantino de Constantinopla. Los datos aquí analizados, tanto literarios como arqueológicos, constatan la existencia de un proceso de ampliación de la ciudad de Toledo en un suburbio que había comenzado a desarrollarse desde época bajoimperial. La aparición de nuevas edificaciones, testimoniadas por la documentación escrita y arqueológica, así como de amplias áreas inéditas hasta el momento, confirma la existencia de un proceso de ampliación de la ciudad en época visigoda. Dicho proceso conllevaría, por tanto, un desarrollo urbanístico de nueva planta que supuso la construcción del complejo palatino y los templos más importantes de la ciudad, a excepción de la catedral, en el citado suburbio, pero que también ocupó una gran parte del espacio de la Vega Baja con un amplio programa de construcciones destinadas a viviendas y otros usos, que confirió a la ciudad una nueva imagen. El ejemplo de este nuevo desarrollo urbanístico, sirve para entender mejor esta imagen de ciudades definidas por el impulso estatal, que hasta el momento sólo se defendía para Recópolis, y lleva implícito el concepto del monarca fundador de ciudades, como un elemento de clara afirmación del poder estatal, y como se acaba de mencionar, el impacto de los modelos presentes en Constantinopla que ya intuyó P. de Palol (Olmo Enciso, 2009: 88). 2.2. Plasmación de un proyecto urbanístico de inspiración estatal Para entender la naturaleza y características del Estado toledano hay que centrarse en su proceso de formación y como este se impulsa desde mediados del siglo VI, entre la elección como capital de Toledo y la fecha del III Concilio de Toledo donde dicho Estado alcanza la cohesión ideológica. Por tanto, este proceso de formación y consolidación se desarrolla durante los


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Figura 10. Cerámicas de importación y ponderales hallados en la campaña de 2008 en la Vega Baja

reinados de Teudis, Atanagildo, Leovigildo y Recaredo, y va a estar definido por la creación de un Estado territorial centralizado, inspirado conceptualmente en el modelo bizantino. Ahora bien, para entender el éxito de este Estado centralizado, es necesario analizar su capacidad de coerción fiscal, que hacía indispensable la existencia de un efectivo sistema que convirtiera los diferentes tipos de excedentes en moneda destinada a satisfacer las necesidades recaudatorias

destinadas al mantenimiento de este Estado. Para ello recientes investigaciones en el campo de la numismática nos permiten conocer la naturaleza de su estructura fiscal, que es la base que ayuda a entender el éxito de su consolidación. El proceso de afirmación de la monarquía y de reivindicación de su voluntad centralizadora, comienza a documentarse arqueológicamente en torno al año 576 d.C., fecha que señala el inicio de las acuñaciones de tremisses por Leovigildo con leyenda en solitario a su nombre, y en las que


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se representa al modo de los emperadores bizantinos, con diadema y manto (Olmo Enciso, 1988: 287). Por tanto, señala el inicio de la consolidación del poder de este rey y de un proceso que entre los años 576 y 578 d.C. va a ofrecer los símbolos más evidentes de esta, como son las acuñaciones de moneda a su nombre, la fundación de la ciudad de Recópolis, así como la adopción de vestiduras reales, utilización del solio ….primusque inter suos regali opertus solio resedit…. (Isid. Hisp., H.G., 51) hechos que deben situarse entre aquellos años (Olmo Enciso, 1988: 287-297; Olmo Enciso, 2001: 380-381). Todo lo cual además, vendría apoyado por la investigación numismática que documenta un crecimiento del volumen de tremisses en circulación (Gomes, Peixoto y Rodrigues, 1995: 223), que debe relacionarse en con el hecho de que el único poder reconocido para acuñar moneda sea el rey (Castro Priego, 2010). Esta clara muestra del monopolio del Estado sobre la producción de moneda (Retamero, 2000:127), elemento fundamental con la que se hacía frente a la recaudación de impuestos y a la inversión de éstos en todo tipo de operaciones necesarias para el mantenimiento, en todos sus aspectos, de la estructura estatal (Hendy, 1991: 639, 657-658), proporciona el elemento fundamental que ayuda a entender el éxito inicial de este modelo de Estado. En este sentido, hay que tener en cuenta cómo el máximo porcentaje de oro en los tremisses durante toda la existencia del Estado visigodo, corresponde a la época de Leovigildo (Fig. 11). Asimismo, este éxito inicial del sistema fiscal ayuda a entender la participación estatal en la planificación urbanística de la época a través del impulso y ejecución de nuevos desarrollos urbanísticos, como en el caso del Toledo, o de fundaciones de nueva planta como en Recópolis. El éxito de la organización estatal bajo Leovigildo así como de su participación en materia urbanística viene avalado por las noticias que documentan la fundación de Recópolis, pero que ayudan a entender todo el programa ideológico que propició el desarrollo urbanístico del suburbio toletano en la Vega Baja. Para ello es fundamental la noticia de Juan de Biclaro quien transmite en su Chronica dentro de los hechos acaecidos en el año 578: Figura 11. Tabla del porcentaje de oro en los tremisses de época visigoda (Gomes Peixoto y Rodrigues, 1995)

“ANNO II TIBERII IMPERATORIS QUI EST LIVVIGILDI IX REGIS AN. X” “Liuigildus rex extinctis undique tyrannis, et pervasoribus Hispaniae superatis sortitus requiem propiam cum plebe resedit civitatem in Celtiberia ex nomine filii condidit, quae Recopolis nuncupatur: quam miro opere et in moenibus et suburbanis adornans privilegia populo novae Urbis instituit” (Campos, 1960: 88). También Isidoro de Sevilla en su Historia Gothorum se refiere a la fundación de la ciudad, siguiendo lo ya expresado por Juan de Biclaro. Esta obra nos ofrece un dato de gran interés que, sin embargo, ha pasado

desapercibido. Se trata de la vinculación que el autor establece entre la fundación de Recópolis y las determinaciones que toma Leovigildo, fundamentales para entender su programa de consolidación del Estado visigodo como una entidad centralizada y sustentada, para su mantenimiento, en una base fiscal: “Aerarium quoque ac fiscum primus iste auxit, primusque inter suos regali ueste opertus solio resedit, nam ante eum et habitus et consessus


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communis ut genti, ita et regibus erat. Condidit autem ciuitatem in Celtiberia, quam ex nomine filii Recopolim nominauit” (Historia Gothorum, 51, 5. edición de: Rodriguez Alonso, 1975: 258-259). Estas dos noticias de la época referidas a la fundación de Recópolis, nos muestran la excepcional importancia que las fuentes conceden al hecho de una fundación urbana, al integrarlo como parte de los acontecimientos fundamentales que muestran el proceso de consolidación del Estado toledano y ayudan a entender la trascendencia de la intervención estatal en el paisaje urbano. Por tanto, en relación con el nuevo desarrollo urbanístico ejecutado en el suburbio toletano hay que situar la fundación de Recópolis en el año 578 d.C., ya que ambas constituyen el máximo ejemplo de expresión material en el paisaje urbano de su proyecto ideológico. Como centro urbano, Recópolis tuvo una vida dinámica que se desarrolló a lo largo de la época visigoda (finales del siglo VI - principios del siglo VIII) – con cuatro fases documentadas -, y de la primitiva época andalusí (principios del VIII – primera mitad del IX) – con tres fases, a su vez -(Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, Sanz Paratcha, 2008: 6575). Las tres primeras fases de época visigoda documentan un primer momento de planificación urbanística, jerarquización del espacio y dinamismo de la vida ciudadana, seguido, hacia la mitad del siglo VII –cuarta fase-, de un proceso de alteración y cambios en la trama urbana, menor calidad constructiva, pérdida del dinamismo, reflejo todo ello de un proceso de desestructuración conectado con la crisis de la estructura estatal y los cambios sociales que se están produciendo. Todo ello transmite la evidencia sobre un espacio urbano no estático ni homogéneo y, por tanto, sometido a unas dinámicas de transformación, que como ya se ha defendido en otros trabajos, están conectadas con el proceso de cambios que se desarrolla en la estructura social de la época (Olmo Enciso, 2008: 41-62). Nos centraremos a continuación en el análisis de la primera fase de Recópolis, que comprende desde la fundación de la ciudad en el 578 d.C. hasta mediados del siglo VII, y que coincide con el proceso de fortalecimiento de la estructura estatal y la formación de un nuevo paisaje urbano (Fig. 12). La investigación arqueológica confirma la fundación de Recópolis a fundamentis, a través de la constatación en las zonas excavadas de la existencia de un plan urbanístico previo a la construcción de la ciudad. La intensa actividad documentada supuso una alteración de las características físicas del terreno, con considerables obras de aterrazamiento, sondeos para la localización de estratos geológicos sólidos en roca para proceder al retalle de éstos, movimiento de tierras.... Particularmente interesante es la evidencia de un diseño urbano previo, reflejado por la presencia de una serie de zanjas destinadas a la construcción de edificios, diseño que en alguno de los casos fue alterado por replanteos posteriores que provocaron la amorti-

zación de dichas zanjas en función de las nuevas necesidades constructivas (Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre Verdejo, Sanz Paratcha, 2008: 65-69). Estas alteraciones de la planificación original, que se efectúan en la primera fase de la ciudad, y que serían contemporáneas del ya citado proceso de reformas y de continuidad de la monumentalización del conjunto palatino, constituyen una prueba evidente del dinamismo en el proceso de edificación, ampliación y reformas de la ciudad entre la fecha de su fundación y principios del siglo VII. La presencia de una calle que partiendo del conjunto palatino se orienta, por el momento, en dirección N.S., y la otra a través de la artesa natural a encontrar la puerta de la muralla, hacen pensar en una red viaria a partir de dos ejes con tendencia a la regularidad. La planificación urbanística de Recópolis se desarrolló siguiendo una jerarquización del espacio urbano definido a partir de un conjunto de edificios principales localizados en la zona más alta de la ciudad. Este conjunto de edificaciones palatinas, entendidas por su función administrativa y residencial, se localiza en esta zona superior de la ciudad y era visible desde toda ella y gran parte del territorio cercano. Está formado, hasta el momento, por los restos de un complejo de edificios estructurados alrededor de una gran plaza. Se encontraba ésta cerrada en sus lados Norte y Sur por los dos edificios de mayor envergadura, que en su origen eran de dos plantas. La plaza cerraba en su lado Este por otro edificio de planta rectangular de menor tamaño que los anteriores, con unas dimensiones de 40 m. de longitud por 10 de anchura, y por la iglesia palatina de planta cruciforme inscrita en un rectángulo. La investigación emprendida actualmente está reflejando la existencia de sucesivas reformas y ampliaciones y, por tanto, la presencia de varias fases en él. Esto lleva a plantear la hipótesis de que todo este proceso se sucedió, fundamentalmente, a partir de la construcción original, durante la primera fase de la ciudad, entre finales del siglo VI y las primeras décadas del VII. El acceso a este conjunto palatino se efectuaba a través de una puerta monumental, que constituía el elemento de comunicación con el resto de la ciudad y de la que partía la calle principal. A ambos lados de la calle principal, en la parte más próxima al palacio y a continuación de la puerta monumental, dos grandes edificios se dedicaron a las actividades comerciales y artesanas, en tiendas con sus correspondientes talleres o almacenes. Los materiales encontrados en estos espacios indican que en ellos hubo talleres de orfebrería y de producción de vidrio (Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, 2008: 117-128), y que también se comercializaron los bienes de consumo que llegaban a Recópolis, procedentes de otras zonas de la Península y así como del ámbito mediterráneo norteafricano y próximo-oriental (Bonifay, Bernal Casasola, 2008: 99-115).


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Figura 12. Vista aérea de la zona excavada en Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara)

Las zonas de viviendas, excavadas hasta el momento, se localizan al sur del complejo de edificaciones palaciales y a continuación del área definida por los edificios destinados a actividades comerciales y artesanas. Con los datos existentes, se puede apuntar cómo en el momento de inicio de la construcción, se planificó una zona de viviendas estructurada en manzanas trazadas siguiendo el modelo de tendencia regular que caracteriza el urbanismo de la fase fundacional de Recópolis. Los ejemplos de estas viviendas, hasta ahora excavadas, muestran una organización del espacio formada por habitaciones rectangulares de diferente funcionalidad – estancias, zonas de cocina, de almacenaje, establos -, articuladas en torno a patios, parte de los cuales podían estar cubiertos. Las casas excavadas, hasta el momento, estaban construidas con zócalos de mampostería y paredes de tapial todo ello enlucido, cubiertas con techumbre de tejas y pavimentos de arcilla apisonada y trabada con cal o de mortero de cal (Olmo Enciso, Castro Priego, Gómez de la Torre-Verdejo, Sanz Paratcha,2008: 68-70). Recópolis po-

seía dos sistemas de suministro de agua, definidos por la existencia de un acueducto y la presencia de cisternas (Olmo Enciso, 2008: 54-55), reflejo de un sistema mixto también existente en otras ciudades de la época, como Mérida y Tarragona (Gurt, Sánchez Ramos, 2008: 187188). La ciudad estaba rodeada por una muralla, jalonada por torres, en la que se abrían las puertas de entrada al recinto urbano coincidiendo con los accesos naturales, estaba realizada en sillería y recubierta por un enlucido de mortero de cal (Gómez de la Torre-Verdejo, 2008: 7786) (Fig. 13). El proyecto estatal de fundación o ampliación de ciudades, tuvo su expresión más clara para el Reino Visigodo en las ciudades de Toledo y Recópolis, donde es posible rastrear en su fisonomía, tal y como se ha venido argumentando, el impacto de los modelos urbanísticos bizantinos que ambas experimentaron. En ambos casos, se plasmaron estas concepciones que, influidas desde Bizancio, ofrecieron una nueva topografía del poder reflejo de la propia naturaleza del Estado y ejemplos de una arquitectura civil que no había generado conjuntos tan notables desde hacía casi dos siglos. Periodo de tiempo durante el cual, la vida ciudadana había entrado en un proceso de transformaciones y de “localización” en la que el reflejo de las estructuras estatales, debido a su práctica inexistencia, había desaparecido como elemento determinante del paisaje urbano. Cuando vuelvan a aparecer, ya como consecuencia de la consolidación del Estado toledano, su propia intervención en el urbanismo reflejará, como en los casos de Recópolis y Toledo, una nueva imagen de ciudad. Esta imagen mostrará como las concepciones urbanísticas de la época, contienen ya elementos diferenciadores respecto al de las ciudades bajo imperiales (Olmo Enciso, 1988a; Olmo Enciso, 2008: 58-59). El nuevo desarrollo urbano en la Vega Baja toledana y la fundación de Recópolis, formaron parte de todo un programa de aemulatio imperii constatable en otros aspectos desde el momento de consolidación del Estado visigodo por Leovigildo –acuñaciones, fundación de ciudades, influencia


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Figura 13. Recópolis (planta).

de la topografía constantinopolitana en estas ciudades, adopción del solio y vestimentas diferenciadas, ..- que avalan la importancia de la recepción de la influencia bizantina. De hecho, en el siglo VI Constantinopla se había consolidado como el centro dominante, política y culturalmente, de ese periodo y su territorio ideológico se había extendido bastante más allá de sus fronteras, sobre los antiguos territorios romanos de Occidente, no sólo en las aspiraciones de los emperadores sino también en las mentes de los denominados reyes bárbaros que buscaron emularlo (Ward Perkins, 2002: 329-330). En este sentido, ya he señalado como junto a la evidencia material que nos ofrecen Toledo y Recópolis al respecto, y dentro de esta política de aemulatio imperii en el Occidente, el impacto de la topografía imperial es posible rastrearlo en otras sedes regiae del occidente. Son testimonio de ello, en estos casos basado en la documentación escrita, otras ciudades como Paris, con la existencia de una iglesia dedicada a los Santos Apóstoles, un palacio real merovingio –en la zona occidental de la “Ille de la Cité”-, así como la presencia de una zona comercial situada a ambos lados de la calle

principal (Greg. Tours, H. 8, 32) con un esquema similar al de Recópolis, o Soissons, donde Chilperico construyó un circo en el 577 (Ward Perkins, 2002: 329-330; Gauthier, 2002: 61-62). En el reino Suevo, podríamos contar con otro ejemplo, de confirmarse la filiación áulica de la acrópolis excavada en la colina de Falperra en la ciudad de Braga, de la que han sido señaladas sus similitudes con Recópolis (Real, 2000: 26-27; Olmo Enciso, 2006: 261; Olmo Enciso, 2007a: 191; Olmo Enciso, 2008: 51 y 53). Junto a los elementos ideológicos que confluyen en estas fundaciones, es evidente que estas se inscriben en un impulso urbanístico, que protagonizado por el Estado y la Iglesia, reflejaba la importancia que la ciudad poseía en la articulación del modelo social de la época. Este produjo otra serie de centros urbanos que fundados o rehabilitados y ampliados a lo largo de esta fase, situada entre la segunda mitad del siglo VI y primeras décadas del VII, ofrecen la prueba de la necesidad, por parte del Estado, de contar con una red de ciudades que estructuraran el territorio. Además de las menciones que la documentación escrita nos ofrece sobre otras iniciativas urbanísticas efectuadas durante el reinado de Leovigildo como fueron la fundación en el año 581 de la ciudad de Victoriaco, y la restauración en el 583 las murallas de Itálica, la investigación arqueológica ofrece datos sobre la fundación de nuevos centros que se situarían estos en zonas estratégicas para la implantación del Estado Visigodo. Este fue el caso de la nueva fundación de Elo-El Tolmo de Minateda, inscrita dentro de ese fenómeno de revitalización que también se constata en el S.E., del que asimismo, serían ejemplos la construcción y refuerzo de murallas en Begastri y Cerro de la Almagra, y que se explica en función de la voluntad del Reino de Toledo de controlar de forma efectiva territorios cercanos a los bizantinos (Abad Casal, L., Gutiérrez Lloret, S., Gamo Parras, B., 2000:196). La fundación de esta ciudad, en un periodo comprendido entre los reinados de Recaredo (586-601), Liuva II (601-603) y Witerico (603-610), fue acometida por el Estado visigodo para ser cabeza de un obispado que administrara los territorios bajo control visigodo que hasta ese momento estaban adscritos a la bizantina diócesis de Illici (Gutiérrez Lloret, Abad Casal, Gamo Parras, 2005:363; Abad Casal, Gutiérrez Lloret, Gamo Parras, Cánovas Guillén, 2008: 323-325, 332-333). Este hecho creo que nos ofrece un dato de indudable valor histórico, como es el de la fundación de una ciudad episcopal por iniciativa estatal, acontecimiento que avala su datación con posterioridad al pacto que se produce entre el Estado visigodo y la Iglesia Católica expresado por el III Concilio de Toledo del


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589 (Olmo Enciso, 2001: 382-383; Olmo Enciso, 2007a: 194; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Hay que señalar en este sentido, como el reconocimiento por el rey Recaredo del protagonismo social de esta institución, refleja la necesidad de incorporarla a la propia estructura del Estado y supondrá la aceptación del papel de los obispos en el gobierno de las ciudades, así como de sus competencias en materia de recaudación fiscal, tal y como testimonia la Epistola de Fisci Barcinonensi y sirve para entender el contexto político, así como sus cambios respecto a la época de Leovigildo, en que se desarrollaron las causas que motivaron y confluyeron en la fundación de Elo-Tolmo de Minateda (Olmo Enciso, 2001: 382-383; Olmo Enciso, 2008: 59). En esta misma época se asiste a un proceso de ampliación de una serie de conjuntos episcopales - cuya construcción se había iniciado en la mitad del siglo VI – en Barcelona, Tarragona, Valencia, Mérida, para el que no deja de ser sugerente su vinculación con estos acontecimientos derivados de las consecuencias del III Concilio. Del mismo modo, en esta época el Estado continuará con su política de ampliación y monumentalización urbana, como sucede en Recópolis o en Toledo (Olmo Enciso, 2008: 58-60), o incluso de fundación de ciudades destinadas a estructurar y controlar territorios, como será el caso de la creación de Ologicus con el tributo impuesto a los vascones (Isidoro de Sevilla, Historia Gothorum, 63, 10) realizada durante el reinado de Suintila (621-632). Lo hasta aquí analizado contiene suficientes elementos para defender el carácter generador de esta segunda mitad del siglo VI y principios del VII, en la que se asiste al proceso de formación y consolidación del Estado visigodo de Toledo. Uno de los efectos más significativos de este proceso es el fenómeno aquí documentado de fortalecimiento urbano, necesario para el mantenimiento de la organización estatal. Estará definido por la imposición de una estructura fiscal favorecedora de un dinamismo urbanístico, derivado de la fundación de ciudades o la revitalización de otras y su función como centros de la estructuración territorial, así como por el papel que juegan en su gobierno y en las transformaciones de su paisaje las jerarquías civil y religiosa. Estos grandes centros urbanos como Toledo, Mérida, Córdoba, Sevilla, Valencia, Tarragona, Barcelona, Recópolis...., son centros económicos y bases del sistema fiscal, tal y como demuestran el que todos ellos posean ceca, su jerarquización urbanística, la presencia de actividad comercial y productiva o la diversificación de sus materiales arqueológicos. Por supuesto, ya he apuntado como este proceso de revitalización urbana, afecta a un buen número de ciudades, pero no puede generalizarse a todo el marco peninsular. De hecho, la realidad urbana de la península no sólo está determinada por este tipo de ciudades, las excavaciones en otros centros apuntan a un fenómeno urbano no homogéneo y más bien definido por la heterogeneidad, es decir, por las características socioeconómicas del territorio en que se emplazan (Olmo

Enciso, 1992; Olmo Enciso, 2001: 380-386; Olmo Enciso, 2008: 60) y todo ello debe ser contextualizado en un marco general que permita entender como todo ello refleja un proceso de cambios y transformaciones sociales que generaron un nuevo paisaje. 3. UN NUEVO PAISAJE: LA FORMACIÓN DEL ESPACIO ALTOMEDIEVAL En la zona central de la península centros como Toledo y Recópolis, expresión espacial del urbanismo estatal, se insertan y forman parte de un nuevo paisaje que ya se encuentra consolidado a mediados del siglo VI. Un paisaje heterogéneo en el ámbito urbano de este periodo en el que, al igual que en otras zonas peninsulares y mediterráneas, conviven junto a estas ciudades dinámicas, hasta por lo menos mediados del siglo VII, otras desestructuradas urbanísticamente. Ciudades, esta últimas, que eran sedes episcopales, como Complutum, Segóbriga, Ercávica y Valeria, pero que ya en el siglo VI se caracterizaban por un hábitat disperso y donde los nuevos espacios de poder eclesiásticos se situaban fuera del perímetro que había definido al anterior urbanismo bajoimperial (Olmo Enciso, 2006: 254-255 y 260-262). Es precisamente ese carácter de sede episcopal el que sirvió para mantener y cohesionar un hábitat fragmentado fruto del ya citado proceso de desestructuración urbanística iniciado en el siglo V. A este respecto, ya he señalado como este tipo de ciudades son contemporáneas de las que protagonizaron todo un fenómeno de revitalización urbana, fueran estas sedes episcopales o impulsadas por iniciativa estatal, como los casos de Barcelona, Valencia, Córdoba, Mérida, Toledo o Recópolis. Y como el éxito de estas últimas, entre la segunda mitad del VI y la primera mitad del VII, se debe a su carácter de centros económicos y bases del sistema fiscal, dado que todas ellas poseyeron ceca, al contrario de las citadas Complutum, Segóbriga, Ercávica y Valeria (Olmo Enciso, 2006: 252 y 260262; Olmo Enciso, 2008: 59-60). Y es este aspecto de centros económicos el que ayudaría a entender el dinamismo de algunas de estas ciudades peninsulares, y no su carácter episcopal o estatal. Incidiendo en el centro peninsular, esta línea vendría avalada por la presencia en las dos ciudades que acuñaron moneda, Toledo y Recópolis, de una apreciable cantidad de materiales de importación del ámbito mediterráneo, norteafricano y próximo oriental, hasta hace poco desconocida en el interior peninsular. Presencia que testimonia el carácter de estas ciudades como centros económicos receptores de un comercio de largo alcance y su carácter redistribuidor en un marco regional y comarcal (Olmo Enciso, 1992: 189; Olmo Enciso, 2006: 257-259; Olmo Enciso, 2007a: 190; Bonifay, Bernal Casasola, 2008: 110-112). Es evidente que este impulso y dinamismo urbano de una parte de las ciudades peninsulares durante la segunda mitad del VI y primera mitad del VII, protagonizado tanto por el Estado como por la


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Iglesia, se realiza durante la fase de formación y consolidación del Estado y debe por tanto interpretarse como un ejemplo del éxito inicial de éste. Asimismo, la crisis del Estado visigodo fue el factor fundamental para analizar el proceso de decrecimiento de la actividad urbanística en la segunda mitad del siglo VII, que se produjo en el grupo de ciudades caracterizadas por su dinamismo de la fase anterior. Se produce en esta época una importante disminución de la actividad urbanística, testimoniada por la escasez de testimonios escritos y arqueológicos, a diferencia de lo que sucedía en el VI (Olmo Enciso, 1998; 2006: 261-262; Olmo Enciso, 2007a: 194-196; Olmo Enciso, 2008: 58-60). Un factor que ayuda a entender el debilitamiento del Estado y de su capacidad recaudatoria, se produce a lo largo de la segunda mitad del siglo VII cuando el valor medio de los tremises pasará de poseer un 80% de oro a poco menos de un 30% a comienzos del siglo VIII, así como un descenso del peso con unas magnitudes similares a la bajada del contenido en oro y, por tanto, con un sistema monetario en crisis (Retamero, 2000: 101; Castro Priego, 2008: 139 y 140; Castro Priego, 2010) que afecta notablemente a una estructura tributaria debilitada en favor de un ascendente proceso de feudalización que se produce en la segunda mitad del VII. Estas ciudades representan, por tanto, el éxito inicial de un paisaje urbano posibilitado por el funcionamiento de un sistema de tributación cuyo posterior fracaso irá homogeneizando el paisaje de estos centros con el de las otras ciudades que hacía ya varias décadas presentaban una trama urbana fragmentada y desestructurada. Esto último más acorde con el proceso al que se venía asistiendo en la orilla europea del mediterráneo central así como en otras zonas del continente donde el proceso de desintegración de la estructura urbana bajoimperial había dado lugar a nuevas realidades urbanas desestructuradas espacialmente (Verhulst, 199: 24; Wickham, 2005: 652-654, 665-667; Francovich, 2007: 139 y 150; Henning, 2007: 3). Pero lo que es evidente es que a lo largo del siglo VI este nuevo paisaje urbano, diferente al anterior, ya es el dominante en el ámbito urbano de Hispania (Arce, Chavarría, Ripoll, 2007: 322-323). Un paisaje definido por una ciudad en la que se ha producido la desintegración y transformación del orden urbanístico anterior, bien constatada por la estratificación arqueológica de áreas urbanas como sucede en Barcelona, Tarragona, Valencia, Cartagena, Sevilla. Córdoba, Mérida Complutum, etc., y como se intuía en Toledo y ahora se documenta arqueológicamente a través de lo aquí analizado de Vega Baja. Ciudades, y no todas, que analizadas desde la diacronía estratigráfica, ofrecen para este momento un espacio urbano simplificado con dotaciones reducidas en el mejor de los casos a murallas, espacios de poder civiles o eclesiásticos, áreas comerciales y artesanas, y una reducción generalizada del mantenimiento y de las infraestructuras, particularmente notable en la práctica desaparición de los sistemas de alcantarillado, y defi-

nida, hasta el momento, por la existencia de un sistema de abastecimiento de agua basado, fundamentalmente, en una red de cisternas así como en menor medida en la continuidad de uso del algunos acueductos, o en su construcción ex novo como en el caso del de Recópolis destinado al suministro del conjunto palatino. Incluso atendiendo a la diversidad de situaciones que se presentaban en un primer momento entre ciudades con dinámicas urbanísticas activas y ciudades desestructuradas y fragmentadas, se comprueba que existieron entre ellas una serie de elementos comunes en sus paisajes. Valgan como ejemplo la mayor homogeneización edilicia con técnicas constructivas en las que, exceptuando las presentes en los espacios de poder y murallas, impera las construcciones en tapial con zócalos de mampostería, o en madera, la pavimentación de calles con tierra apisonada a veces mezclada con mortero de cal, el sistema de cisternas, etc. A este respecto hay que recordar como esta homogeneización edilicia se produce también con el ámbito rural, y sus diferentes tipos de asentamientos, con la presencia de técnicas constructivas en tapial o en madera y modelos de viviendas similares a los, que analizado desde un perspectiva diacrónica define un periodo de mayor uniformidad edilicia en relación con otros (Olmo Enciso, 1992: 189 y 195; Olmo Enciso, 1995: 217; Olmo Enciso, 2000: 390; 2006: 261-262). Este proceso de cambios que generaron un nuevo paisaje urbano tuvo su correspondencia en el ámbito rural de una forma quizás más determinante, con el fin de la villa (Chavarría, A., 2007) como tipo de asentamiento y de la tradición romana de paisaje rural, cambio que, como bien ha sido argumentado, afectó a las relaciones de poder existentes en el ámbito rural (Wickham, 2005: 481) y que, como sugirió Francovich (2007: 142 y 147), produjo un proceso de transición de un sistema de possessores cuyo poder se basaba en la posesión de territorios a otro en el que el poder de los possessores se basaba en la posesión de fincas. Lo que es evidente es que todo lo que hasta aquí estamos analizando marca el inexorable proceso de abandono de la estructura de asentamiento romana (Francovich, 2007: 141 y 150) y la formación de un paisaje constituido mayoritariamente por nuevos poblados y aldeas, así como por algunos centros monásticos, iglesias rurales y otros conjuntos posiblemente ligados a posesiones de la aristocracia, y que, por tanto, debe ser interpretado como el momento de formación del paisaje altomedieval. Para la zona central de la península, y más concretamente para la cuenca hidrográfica del Tajo –fundamentalmente en torno a Madrid-, en el siglo VI el paisaje rural va a estar definido por una serie de asentamientos, aldeas y poblados, con construcciones de zócalo de mampostería y paredes de tapial, cabañas de suelo rehundido, pozos y silos, recintos para el ganado, así como espacios artesanos para la producción alfarera y metalúrgica, así como necrópolis asociadas. Estos asentamientos,


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Zona 10.000 general.

se basaban en una explotación agrícola y ganadera del territorio y en lo concerniente a su estructura social tenían un escaso nivel de jerarquización interna, aunque quizás dependiente de un élite probablemente localizada en la ciudad (Vigil Escalera, 2006: 110-112; Vigil Escalera, 2006: 106). Junto a este paisaje vinculado a las formas de organización campesina habría que asociar la presencia de poblados en altura, como en los casos de Cancho del Confesionario, Cerro de la Cabeza en La Cabrera, Carabaña, Raso de Candeleda, que configuran un nuevo espacio bien conocido en la zona occidental de la submeseta Norte (Caballero Zoreda, Megías Pérez,

1977; Yañez, López, Ripoll, Serrano, Consuegra, 1994: 259-287; Rascón, 2000: 219; Balmaseda Muncharaz, 2006: 240). Igualmente, en esta nueva articulación del ámbito rural hay que incluir la presencia de conjuntos monásticos, como serían en esta zona central Melque, San Pedro de la Mata (Caballero Zoreda, Murillo Fragero, 2005: 258-268; Caballero Zoreda, 2007: 94-99), o de residencias aristocráticas, si bien es verdad que de estos últimos poseemos contados ejemplos, y exceptuando el caso de Pla de Nadal (Ribarroja de Turia, Valencia), la investigación se mueve en el campo de las hipótesis, aunque quizás haya que revisar algunos yacimientos asocia-


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Detalle zona 10.000.

dos a la Iglesia, ya que pudieran tratarse de residencias aristocráticas, como en el caso sugerido recientemente del conjunto de Los Hitos en Arisgotas (Orgaz-Toledo) (Moreno Martín, 2008). La contextualización de todos los hallazgos de época visigoda en un marco espacial, en un paisaje, permite comprender la construcción de este y como en él se manifiestan diferencias notables respecto al anterior bajoimperial, diferencias que transmiten como ya en la segunda mitad del siglo VI está consolidado un nuevo paisaje, esto es un nuevo espacio socialmente concebido.

A modo de colofón quiero finalizar citando lo expresado por Riccardo Francovich sobre este periodo en uno de sus últimos trabajos, al comentar como los nuevos documentos construidos a partir de una investigación arqueológica más sofisticada, nos permiten por un lado volver sobre las fuentes con nuevas herramientas interpretativas y reescribir capítulos de historia que parecían consolidados, y por otro nos abren un nuevo camino para este vasto pero no ilimitado patrimonio de información constituido por la áreas y monumentos arqueológicos de la alta Edad Media (Francovich, 2007: 150).


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