87 Lauro Olmo Enciso (Universidad de Alcalá)
ESPACIOS URBANOS EN EL OCCIDENTE MEDITERRÁNEO (S. VI - VIII) / 87 - 111
CIUDAD Y ESTADO EN ÉPOCA VISIGODA: TOLEDO, LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PAISAJE URBANO
1. INTRODUCCIÓN1 El panorama del paisaje de las ciudades de la Península Ibérica durante el siglo VI estuvo definido por la heterogeneidad. Heterogeneidad que fue consecuencia de un proceso provocado por los cambios producidos a lo largo del siglo V, y que supuso la transformación de la organización social con el consiguiente reflejo en la articulación del espacio peninsular –transformación urbana, abandono de las villae, aparición de aldeas,…etc.-. Todo ello tuvo como una de las consecuencias la formación de un nuevo paisaje, tanto en el ámbito urbano como en el rural, que se consolidó a lo largo del siglo VI d.C. En lo referente al ámbito urbano, este proceso de cambios se desarrolló fundamentalmente en la segunda mitad del siglo VI. En este nuevo paisaje urbano, junto a la ya conocida intervención de la Iglesia en la trama urbana, la investigación arqueológica documenta el desarrollo de proyectos urbanísticos de carácter estatal, que constituyeron la materialización del éxito inicial del Estado visigodo. Por tanto, junto a la aceptada consolidación de la ciudad episcopal como transmisora del mensaje ideológico de la ciudad cristiana (Gurt, Sánchez Ramos, 2010), comprobaremos como también se manifiesta a partir de la segunda mitad del siglo VI, una ciudad impulsada desde la iniciativa estatal y transmisora, igualmente, de un mensaje ideológico. La interacción entre ambos paisajes urbanos y sus desarrollos diacrónicos es uno de los elementos esenciales, junto con la consideración de paisajes urbanos menos dinámicos, típicos de las ciudades desestructuradas, para entender el modelo de ciudad y sus variables que se define en este periodo. 2. EL ESTADO Y LA INTERVENCIÓN EN EL ÁMBITO URBANO 2.1. Toledo: el proceso de gestación de una capital y de un nuevo paisaje urbano 2.1.1. La Antigüedad Tardía La ciudad de Toledo experimentó a lo largo de los siglos IV y V d.C. un proceso de transformaciones que introdujeron en su fisonomía elementos 1. Quiero agradecer a Mª Mar Gallego Gracía arqueóloga y miembro del equipo de investigación arqueológica del “Proyecto Vega Baja” la ayuda y sugerencias aportadas durante la redacción de este trabajo.
diferenciadores respecto al paisaje urbano de época altoimperial, transformándola en una de las ciudades más importantes del centro peninsular. De ello da testimonio la investigación arqueológica que en los últimos años viene ofreciendo datos sobre un crecimiento de la ciudad particularmente notable en sus zonas suburbanas, así como una importante ocupación del espacio periurbano con villae y establecimientos rurales reflejo de la riqueza agrícola del valle del Tajo y de una potente clase de possessores (Fuentes Domínguez, 2006: 192-195). Testimonio de este auge creciente en época bajoimperial, es su papel como relevante sede episcopal para el centro peninsular desde los primeros momentos de institucionalización del cristianismo. De hecho fue la única de toda esta zona presente en el Concilio de Elvira, primera reunión de la Iglesia hispana entre los años 300-302, y su importancia quedaría consolidada con la celebración del I Concilio de Toledo en el año 400 d.C., sínodo de gran trascendencia por la condena del priscilianismo, movimiento que, por sus derivaciones sociales y religiosas, había cuestionado la estructura ideológica de la Iglesia de la época. En lo referente a la plasmación material en el paisaje urbano de la importancia de esta sede hay que lamentar que la investigación arqueológica, a diferencia de lo que sucede para otras ciudades peninsulares, no ha ofrecido evidencias concluyentes sobre el complejo episcopal toledano. Sin embargo, hay que destacar como P. de Palol defendió en un sugerente trabajo, la existencia de un grupo episcopal, ya desde el siglo V d.C., en la zona central del interior del recinto urbano toledano, formado por el templo catedralicio dedicado a la Virgen María, que se localizaría bajo la actual catedral, y, probablemente, el núcleo episcopal relacionado con la iglesia bautismal de San Juan. Avalarían esta localización de la iglesia de Santa María, unas prospecciones geofísicas realizadas en la década de los años ’70 del pasado siglo, en la que se detectaron en el sector N.O. de la actual catedral, restos de una posible construcción con planta de cruz griega (Palol i Salellas, 1991: 787-832; Von Konradsheim, 1979 : 95-99). Pero es en la zona periurbana de las Vegas Alta y Baja donde la arqueología ofrece evidencias sobre las transformaciones que entre los siglos IV y V se produjeron en la ciudad y que, como ya se ha citado, introdujeron en su fisonomía elementos diferenciadores respecto a la época altoimperial